Una democracia radical debe ser deliberativa en un espacio agonístico donde se disputa el sentido común. Bajo estas condiciones, la lucha por la palabra, por la entrada en el espacio de la esfera pública y el reconocimiento de las propias razones, puede incluir oblicuas expresiones emocionales y torcidas expresiones que nacen de la incompetencia discursiva. Todos los fenómenos de polarización, cámaras eco, filtros burbuja, desórdenes verbales, pánicos morales y conspiranoias forman parte de la condición real sobre las que se construyen las democracias contemporáneas. Es algo más que una piadosa intención proponer diálogos tranquilos o educaciones en la ciudadanía como remedio. El aprendizaje de la experiencia colectiva, que es en lo que consiste en último extremo una democracia, implica una transformación de esta realidad de partida no por una imposición de una forma aparente de razonabilidad acosando a la otra, sino por una progresiva transformación mutua, que es en lo que consiste realmente el ponerse en el lugar del otro.
La deliberación bajo condiciones agonísticas no puede funcionar adecuadamente si no entiende las contradicciones mismas de la posibilidad de deliberar en un contexto tenso de desigualdades en el discurso. Podríamos haber continuado la obra siendo ya nosotros jurados en la zona gris de esta realidad nebulosa. Imaginemos ahora al jurado tomándose unas cañas después del veredicto: "vale, ya hemos dejado al chico en libertad, y a lo mejor era culpable y se suma a los delincuentes del barrio. Y tú, tío listo de upper east side de Manhattan no vas a tener que sufrir la violencia en las calles, ahora incrementada por otro mas..." et cétera. La realidad brutal de nuestra sociedad continúa tras el acto bienintencionado que ha mostrado el triunfo de la razón.
Deliberar y transformar la sociedad son actos que caen o se sostienen juntos. La densidad de la esfera pública y la calidad de las deliberaciones no será nunca ajena a la densidad de los tejidos sociales y a la justicia de las posiciones de los miembros de esa sociedad. No habrá justicia sin la palabra común, sin eso que llamamos argumentar que no es sino invitar a extraer de forma común conclusiones. Pero tampoco habrá palabra común sin justicia ni resistencia al poder insolente, sin que las situaciones de opresión se desvelen en el proceso, aunque sea a través de expresiones heridas, de tormentas emocionales que la democracia ha de traducir en una disputa por el puesto común en la sociedad.
Fernando Broncano,
"Doce hombres sin piedad" y las emociones en la democracia, El laberinto de la identidad 26/05/2019
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