Vivimos un tiempo donde nos creemos que apelando a la diversidad desaparecerán todos nuestros problemas, que el todo es simplemente la suma de las partes, que la acción política consiste en narrativas pizpiretas. Y no. Atomizar no es una buena idea, sobre todo cuando el resultante es incapaz de encontrar o recordar las complicidades que le unen. Pensar que el todo es la suma de las partes no es una buena idea, sobre todo cuando las partes compiten por su representación en mil pequeñas luchas fratricidas. Pensar que el discurso lo es todo, cayendo en el solipsismo de la lucha cultural no es una buena idea, sobre todo cuando se ha olvidado cómo influir y ordenar en los poderes financieros. Lo peor de todo esto, es que en la época de las primarias y la participación todos estos caminos y decisiones se toman sin tener en cuenta la estupefacción de militantes, simpatizantes y ciudadanos que no comprenden quién ha decidido seguir dándose de cabezazos contra un muro tan colorista.
Si volvemos contra los progresistas los argumentos empleados por ellos mismos, se diría que hay algunos, especialmente tozudos en su ensoñación socioliberal, que están muy satisfechos con que la ultraderecha se haya apropiado de algunas ideas antaño patrimonio de la izquierda. Alguien, podríamos pensar, les ha hecho el trabajo para no tener que tratar nunca más con ese concepto tan problemático e incómodo llamado lucha de clases. Para evitar tener que hablar de la familia, esa construcción inquebrantable ante la acracia financiera. Para no tener que explicarnos por qué si somos cada vez más desiguales parece que sólo nos importa ser ya diferentes. Para poder evitar tratar cuál es el papel del Estado en un contexto donde sólo se concibe para la represión y repartir las pérdidas de los banqueros. Para soslayar que sin soberanía es imposible llevar a cabo cualquier política, por muy inclusiva y transversal que pretenda ser. Para no tener que tratar por qué en España apenas se habla de la iniciativa china de La franja y la ruta o por qué Rusia es visto como un enemigo potencial cuando era uno de nuestros principales clientes en el mercado alimentario.
Se diría que algunos progresistas, antes que reconocer el descrédito de sus propuestas tras los treinta años más ruinosos en términos de victorias políticas y pérdida de derechos, son capaces de asimilar al fascismo a cualquiera que se atreva a contradecirles desde la izquierda.
Alguien, de forma maledicente, comentaba en una red social que estas polémicas son artificiales y que estaban provocadas por algunos periodistas e intelectuales para "vender libros". Es cierto que la mayoría de la gente no está para estas cosas, pero simplemente porque ya ha elegido. Hoy el descreimiento. Mañana quién sabe.
Daniel Bernabé,
La culpa y el desconcierto: la polémica en torno a la entrevista a Fusaro a examen, actualidad.rt.com 03/07/2019
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