Uno de los pioneros de la neurología, el cirujano Silas Weir Mitchell, trató a cientos de mutilados durante la Guerra de Secesión estadounidense. Allí pudo observar que el 95% de los soldados que perdían un miembro experimentaban el fenómeno de las extremidades fantasma. Su análisis permitió concluir que el cerebro tiene una representación mental de todo el cuerpo y que esa percepción puede durar mucho tiempo después de que las cosas hayan cambiado. Además, observó que no todas las partes del cuerpo reciben la misma cantidad de recursos neuronales. “Los pacientes sentían miembros fantasmas en la parte superior del cuerpo de forma más vívida que los de la parte inferior y sentían fantasmas en las manos, en los dedos de la mano y en los dedos del pie de un modo más agudo que en las piernas u hombros”, escribe Kean. En una especie como la humana, en la que la finura en el movimiento de los dedos es clave para crear y manejar la tecnología, el cerebro les ha dedicado una mayor cantidad de recursos. Pero sucede algo parecido con los labios. Mitchell observó también que el pene, otro de los órganos privilegiados por el cerebro, podía seguir produciendo orgasmos después de amputado.El hecho de que existan miembros fantasma muestra hasta qué punto el cerebro puede recrear una realidad que no existe, pero la memoria, un rasgo fundamental de la identidad, ofrece casos aún más dramáticos. Como en el caso anterior, la guerra, en este caso los combates por Singapur durante la Segunda Guerra Mundial, ofreció sujetos de investigación para comprender parte del funcionamiento de la mente. Sometidos a una dieta pobre de arroz refinado, miles de soldados contrajeron el beriberi, una enfermedad carencial que provoca problemas cardiacos, tics o anorexia, y que, además, convierte a quienes la sufren en mentirosos. Los científicos identificaron la causa de esta dolencia en un déficit de vitamina B1, un elemento que sirve para extraer energía de la glucosa, el combustible del cerebro, y que además produce algunos neurotransmisores. Entre otros síntomas, observaron que los pacientes se convertían en fabuladores. Si le preguntaban a uno si había estado cabalgando junto al doctor en un corcel negro, el enfermo aseguraba que efectivamente así había sido y creaba una historia para darse credibilidad, pese a que jamás había tenido esa vivencia.
Daniel Mediavilla,
Lo que enseña sobre el alma humana un cerebro agujereado, El País 23/09/2019
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