Sean cuales fuesen las debilidades filosóficas de Unamuno, muchas y fáciles de detectar, tuvo un diagnóstico acertado, pesimista de oficio, sobre España y los españoles. De sus males seculares, como se decía en su tiempo. Quizá por un efecto óptico pero asombroso, el dictamen inapelable de Unamuno calza como un guante tanto en la brutalidad del exterminio de la Guerra Civil como en la sociedad tensionada de 2019. Para don Miguel, España viene definida por una insociabilidad profunda causada por lo que él llamaba ideocracia. Nadie podrá negar la justeza de la sentencia: “Aquí hemos padecido de antiguo un dogmatismo agudo. Aquí lo arreglamos todo con afirmar o negar redondamente, sin pudor alguno, fundando banderías”. Las ideas de los españoles, explicó el ensayista bilbaíno, son “escuetas y perfiladas a buril, esquinosas, ideas hechas para la discusión escolástica, sombras de mediodía meridional”. Más aún: “Aquí las ideas se presentan en rosarios de sentencias graves”, sin contexto, circunstancias ni franjas de entendimiento (lo que Unamuno llamaba
nimbos). “Los españoles no tenemos más que la apariencia de sociabilidad, una franqueza campechana de pura forma”. La simpatía capciosa, la mercancía sin valor que más se compra en España, ha resultado ser un estupefaciente histórico que oculta la intemperancia básica de la vida española.El profetismo carismático de Unamuno, opuesto al inerte sadismo de Franco, culmina en un amargo presentimiento: “Nunca habrá paz para nosotros”. Los españoles no están hechos para que sus ideas engranen entre sí y puedan establecer términos de acuerdo. Cada idea crea a su alrededor una membrana de repudio; “estas gentes”, proclamó el rector en una carta a Maragall, “tienen un cerebro cojonudo. Quiero decir que en la mollera en vez de sesos tienen testículos”.
Jesús Mota,
Unamuno tenía razón, El País 03/11/2019
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