Se está operando una nueva división internacional del trabajo digital por la que se forman cadenas de deslocalización que nos obligan a mirar la automatización de otro modo: no se sustituye a los trabajadores humanos por robots sino por otros trabajadores humanos (ocultos, precarios y peor pagados). Frente a cierta retórica dominante, las plataformas no están animadas por usuarios benévolos sino por proletarios del clic. Cada vez que pedimos a Alexa que ponga nuestra canción favorita nos introducimos en una cadena de procesos extractivos que involucra a las minas de litio en Bolivia, a los trabajadores del clic en el Sudeste Asiático, es decir, un proceso que nos conduce al lugar físico final del consumo de gadgets: todos los centros de análisis de datos terminan en basureros de residuos electrónicos.
Por otro lado, las tecnologías digitales necesitan nuestro trabajo, el de los usuarios. Sabemos bien que, de alguna manera, toda persona abonada a una red social es un trabajador. Me refiero al trabajo no pagado de los consumidores. Los robots no son sustitutos sino dispositivos que interaccionan con los humanos. Lo que hay que analizar es esa interacción en virtud de la cual las soluciones automáticas son mejoradas por el trabajo humano: quienes intervienen en una red social ejercen una gran influencia sobre los algoritmos, los conductores corrigen las rutas que les sugiere el GPS, los usuarios enmiendan las imprecisiones de la transcripción automática...
La automatización no es la hecatombe del trabajo sino su alteración. Tanto el microtrabajo mal remunerado como el empleo de los datos que los consumidores proporcionan sin remuneración alguna implican una radical transformación del capitalismo que puede ahora prescindir de la figura del salariado y sus inconvenientes. Como si las reglas para proteger el trabajo y los trabajadores fueran un paréntesis histórico, volvemos a la época anterior al salariado, al destajo, al jornalero y la economía del regateo. Se está produciendo de este modo una mezcla de tecnología del siglo XXI y condiciones laborales del XIX. El discurso ideológico que trata de inscribir el trabajo digital en un relato emancipador (autoemprendizaje y flexibilidad) pone de manifiesto la capacidad del capitalismo de apropiarse de la crítica del trabajo y convertirla en beneficio. Me refiero a ese discurso que considera el salariado como algo asociado a la jerarquía y la verticalidad, y que trata de convertir elfreelancing en sinónimo de autonomía y horizontalidad. Pero la flexibilidad no significa que los trabajadores gestionen su carrera profesional como quieran. Para los perdedores de la transformación digital, la flexibilidad extrema no es una elección vital ni un factor de autorrealización.
Daniel Innerarity,
¿El final del trabajo?, La Vanguardia 02/11/2019
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