La potencia política del “derecho a decidir” radicaba también en que traía al presente la originaria y permanente tensión entre estado de derecho y democracia, esto es, entre el estado de derecho, que siempre se presenta como límite y restricción a la expresión del
demos; y un
demos excedente de la soberanía popular, que empuja al estado de derecho a ir más allá del recorte y la cesura. Lo que esta tensión nos aporta es, justamente, lo más propio de la democracia moderna: la emergencia de un
demos carente de fundamento. Ello explica, por ejemplo, cómo históricamente, en el seno de la democracia moderna, han existido relaciones de exclusión, primero; y progresivas inclusiones, después (los pobres, las mujeres o los esclavos).Y es que el
demos no es una realidad estable e inmutable, sino una realidad variable. Esto quiere decir que la democracia nunca llega a ser un régimen perfectamente instituido, ni lo puede ser nunca, justamente porque su fundamento mismo es la posibilidad de incluir derechos de quienes quedan excluidos. Así pues, la democracia no es lo que está debajo del derecho en una relación jerárquica, sino en permanente tensión con éste. Es obvio que no hay democracia sin derecho, pero el derecho no puede ser el fundamento de la democracia ni un valor trascendente e inmutable al que aquélla ha de someterse.El conflicto entre Catalunya y el Estado español es el problema fundamental de la democracia, el de la constitución del demos, determinar el pueblo soberano. Y éste es un problema puramente político que no podrá resolverse ni apelando a dimensiones abstractas de justicia ni únicamente en términos jurídicos. El independentismo ha de asumir que Catalunya no tiene un derecho inalienable a decidir ni a la autodeterminación. Antes bien, los pueblos no tienen derecho a decidir, sino que han de arrancar y conquistar el “derecho a decidir” a los sujetos titulares de soberanía que efectivamente deciden, en este caso, el Estado español. Por ello, la única solución posible al conflicto pasa por crear marcos de negociación que no apelen a fuentes objetivas, ni naturales, ni históricas, sino a la creación de espacios agonísticos donde medir la correlación de fuerzas y atender al principio de realidad, a
la verità effettuale della cosa, que diría
Maquiavelo. A esto algunos lo llamamos ‘política’.
Antonio Gómez Villar,
El impotente 'derecho a decidir', Público 01/11/2019
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