La deserción de las clases medias de la moderación y su entrega a la ira que alimenta el populismo reaccionario es consecuencia de varios factores, todos ellos relacionados con la transformación digital del modelo económico y el paulatino colapso de sus ingresos reales. Un fenómeno inquietante sobre el que previno Obama en su discurso de despedida presidencial en el 2016, cuando sostuvo que la robotización y la inteligencia artificial ponían en riesgo el 60% del empleo en Estados Unidos. El debilitamiento del estatus de la clase media se nota sobre todo en la relativización del peso de las rentas del trabajo en el PIB de las economías desarrolladas y, asociado a ello, en la privación de oportunidades de ascenso social que proporcionan la educación y el ahorro. Algo que mina la confianza en el progreso y en el futuro de las clases medias al constatar en la piel de las generaciones más jóvenes la proletarización de sus expectativas de vida.
La experiencia cualitativa de la desigualdad, más que la desigualdad misma en términos cuantitativos, es lo que está desestabilizando el pacto social que cimentó el Estado de bienestar. La revolución digital está rompiendo las costuras de serenidad y la aceptación del sistema democrático que manifestaban las clases medias y las clases trabajadoras cualificadas. La inteligencia artificial y la robótica incrementan la competitividad económica mediante la automatización pero a cambio de que las rentas del trabajo caigan. De este modo, se ha aplazado el reto del desempleo tecnológico, pero sin neutralizar la inquietud que produce su amenaza. Esta circunstancia es lo que provoca la desafección de las clases medias al transformar su inquietud en ira. Algo que tiene que ver con la constatación de que se reduce su poder adquisitivo y se frustra la promoción de la movilidad social.
La democracia se
jokeriza . El relato que dibuja Todd Phillips y que protagoniza Joaquin Phoenix en Joker ayuda a adjetivar plásticamente el fenómeno al que nos enfrentamos. Estamos ante la resignificación del mito del desorden. Un mito que, como plantea
Georges Balandier, acompaña los momentos en que “una fractura rompe el acuerdo del hombre con la sociedad y la cultura, cuando toma forma el proyecto de un nuevo comienzo, de una re-creación por la cual todo se encuentra en juego: las relaciones de los hombres con las potencias que los dominan y sus relaciones mutuas”.
José María Lassalle,
Democracia 'jokerizada', La Vanguardia 09/11/2019
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