Las derechas desconfían de los Gobiernos porque los creen ineficaces y las izquierdas porque son poco participativos; unos confían demasiado en los expertos y otros confían demasiado en la gente. Mientras no suturemos esa ruptura entre los resultados y los procedimientos, de manera que haya tanta delegación como sea necesaria y tanta participación como sea posible, seguiremos teniendo motivos para no confiar en las buenas intenciones de los Gobiernos, pero será igualmente razonable no confiar demasiado en la sabiduría popular. Y mientras tanto la intervención de la gente en el proceso político será una irritación ocasional, que tensiona sin transformar y se resuelve finalmente en frustración colectiva.
Daniel Innerarity,
Una democracia irritada, El País 22/11/2019
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