Los revolucionarios jacobinos franceses implantaron, en 1793, un nuevo calendario de doce meses —del otoñal vendimiario al fructidor—, de tres semanas de diez días. El nuevo calendario republicano marcaba una ruptura con el pasado monárquico e inauguraba una nueva época, que, a la hora de la verdad, duró pocos años. Más de un siglo después, en 1918, Rusia adoptaba el
calendario gregoriano, habitual en Occidente, y dejaba atrás el juliano, que funcionaba desde finales del siglo XVII. Por el camino se perdieron trece días. Años más tarde,
Stalin proclamó la semana de cinco días, en oposición a la “burguesa” de siete. Resultó imposible llevarla a la práctica. Era, en cualquier caso, otro intento más de modificar la relación entre sociedad y tiempo. Cambiar el calendario constituye una de las muestras más claras de la intervención permanente del poder sobre el orden temporal. Existen muchas otras menos evidentes, pero igualmente significativas. La cronopolítica constituye, ayer como hoy, un aspecto muy relevante.
Jordi Canal,
El poder curva el tiempo, El País 25/11/2019
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