Compartiendo accidentalmente mesa y conversación en una hostería italiana, al decir que yo era profesor de filosofía uno de los comensales respondió socarrón con la siguiente boutade, relativa a la idea que él tenía de lo que es un filósofo: "Llueve dice el uno; sí...llueve, ratifica mecánicamente un segundo; llueve...paciencia, dice el tercer amigo con grave y resignada entonación". Así pues mi ocasional contertulio compartía la imagen del filósofo como aquel que se complace en buscar (¡y encontrar!) significación oculta hasta en los hechos o circunstancias más triviales.Entre las representaciones populares de la filosofía cuenta asimismo la que ve en ella un método de consolación frente a la adversidad. Es frecuente asimismo la representación del filósofo como conducido por su propia lucidez a una visión negra de la condición y destino de los humanos. Hay sin duda algo de esto último en varios de los grandes, desde
Montaigne hasta el
Schopenhauer que veía en la acción humana una estéril lucha por superar su esencial carencia, pasando por
Voltaire, indignado ante el hipotético Hacedor al tener noticia del terremoto de Lisboa.Pero existe también la imagen de la filosofía como radical optimismo. Emblema de la misma es la figura de
Leibniz, afirmador del mundo que es el nuestro como el mejor de los posibles, visión contra la que, como veremos, se alza explícitamente
Voltaire:
Candide ou l' optimisme es en efecto el título completo de su Candide, dónde se presenta la teoría de
Leibniz a través de un personaje que se declara partidario de la misma, llamado caricaturescamente Pangloss, todo lengua, políglota si se quiere, aunque también lenguaraz.Pero
Leibniz no es el único. El gran
Descartes, además de haber tenido una vida cosmopolita, galante y aventurera (en lo cual ya de por sí puede verse un indicio de disposición afirmativa) es un radical optimista, al menos en el plano epistemológico: convencido no sólo de la unidad en sí de la razón, sino de que tal unidad puede ser alcanzada por el esfuerzo humano, logrando que ello se traduzca en un saber que se situaría en la intersección de todas las disciplinas científicas y filosóficas, sin olvidar las artísticas, como la música. Me atrevo a decir que la figura misma de
Descartes permite apostar por la imagen de un humano que explora, se enfrenta, ama y conoce... eventualmente en esa "serenidad de un plácido retiro" a la que se refiere en el
Discurso del Método. Se atribuye al pensador y hombre político
Antonio Gramsci la frase según la cual convendría aliar "el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad". Defensor a ultranza del peso de una voluntad afirmativa lo fue
Nietzsche, y ello pese a la tremenda prueba que, de hecho, la vida supuso para él, sobre todo en los años de sombra, cuando la degradación física se aunó al dolor anímico por su deslizamiento hacia el umbral de la locura.Sin embargo, ni el pesimismo de los unos ni el optimismo de los otros es una ingenua disposición a priori. En todos los casos se trata del optimismo que sabe del mal y el dolor (incluso por abrigarlos), y del pesimismo que siente la profunda emoción que supone el menor triunfo ante el reto tremendo del pensar; emoción ante el mero hecho de que resulte efectivamente una idea que antes no se daba, plasmada en una secuencia de conceptos hasta entonces nunca articulados. Todos los grandes de la filosofía son emblema de esta disposición mantenida a lo largo de unas vidas en las que conocieron la ingratitud, el dogmatismo ignorante, la persecución y, en suma, la injusticia. La filosofía, ¿ciencia "de los hombres libres" (según la caracterización aristotélica)? Raras veces fueron empíricamente libres los grandes de la filosofía, pues cuando lo permitía la sociedad, por lo aparentemente privilegiado de alguna circunstancia, no lo permitía la necesidad natural. Pero sí tuvieron en común el alzarse contra las trabas que dificultan la más genuina de las aspiraciones humanas. Y esta actitud además de acarrearles persecución (fruto en ocasiones de la rivalidad narcisista o de la envidia) les hizo víctimas de la incomprensión. Obviamente el filósofo como persona concreta marcada por imperativos personales, ideológicos, patrióticos etcétera, participa de la evasión colectiva, pero no lo hace en tanto filósofo. La filosofía es algo más que un esfuerzo en el conocimiento, es un esfuerzo en la matriz misma del conocimiento; es proyecto de inmersión en aquello a través de lo cual la mayoría de las vivencias humanas encuentra soporte. Pero obviamente no habrá fuerza para esta lucha sin un principio afirmativo, sin sentir que algo en esa fragilidad que supone ser un animal que habla es simplemente admirable, y que pese a la impostura que marca a fuego el mundo cotidiano, el cuerpo de tan raro animal encierra una potencialidad de hacer emerger formas, pensamientos y palabras; potencialidad sin duda endeble y pasajera, pero renovada en el mismo renovarse de las generaciones.
Víctor Gómez Pin,
Fuerza y fragilidad de los grandes filósofos, El Boomeran(g) 10/12/2019
[www.elboomeran.com]