Antaño, a los hombres les parecía que eran efímeros en un mundo inmutable; vivían en las tierras en que habían vivido sus padres, trabajaban como éstos habían trabajado; se curaban como éstos se habían curado; se instruían como éstos se habían instruido; rezaban de la misma forma; se desplazaban por los mismos medios. Mis cuatro abuelos y todos sus antepasados, remontándonos a doce generaciones, nacieron bajo la misma dinastía otomana. ¿Cómo no iban a creer que era eterna?
«Que puedan recordar las rosas, nunca se ha visto morir a un jardinero», suspiraban los filósofos franceses del Siglo de las Luces pensando en el orden social y en la monarquía de su propio país. Hoy día estas rosas pensantes que somos nosotros viven cada vez más tiempo, y los jardineros se mueren. En lo que dura una vida nos da tiempo a ver cómo desaparecen países, imperios, pueblos, lenguas, civilizaciones.
La humanidad se metamorfosea ante nuestros ojos. Nunca fue su aventura tan prometedora ni tan azarosa. Al historiador el espectáculo del mundo le resulta fascinante. Siempre y cuando pueda aceptar el quebranto de los suyos y de sus propias inquietudes.
Amin Maalouf,
El naufragio de las civilizaciones, Alianaza Editorial, Madrid 2019