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El psicólogo Bruno Laeng y sus colegas de Oslo y Osaka acaban de presentar una investigación sobre otra ilusión óptica, la de los agujeros en expansión. La miras y ves con meridiana claridad que el agujero se está inflando con claras intenciones de devorar el mundo. En realidad allí no se está moviendo nada; es una figura perfectamente estática, y lo único que se está expandiendo son tus propias pupilas.
La introspección ―pensar sobre tu pensamiento— es una guía desastrosa para entender cómo funciona la mente. Lo que percibimos, sentimos y pensamos es una construcción de nuestro cerebro inconsciente, que sigue unas pautas de las que tenemos muy poca idea. Las ilusiones ópticas son una ventana a ese conocimiento.
Javier Sampedro, Ilusiones ópticas: lo que no ven tus ojos, El País 09/06/2022
A menudo, el intento de censurar un texto, una representación o un objeto artístico es un reclamo para el público. Una visita a la biblioteca del Colegio del Patriarca en Valencia recala siempre en los libros censurados, en el morbo de adivinar qué se esconde bajo las tachaduras de líneas y páginas enteras. Y basta con prohibir un libro para que aumente el número de lectores. De ahí que en las democracias el método más eficaz para borrar de la escena pública relatos o propuestas consista en forzar la autocensura de las víctimas, pero no de cualquier modo, sino por medio de un mecanismo sutil y efectivo, entrañado en la naturaleza de nuestro ser social, que es el temor al rechazo de la opinión pública.
Esta es la tesis del libro La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, publicado en 1982 por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. En el texto, la autora formula una teoría, cuya clave reside en un lúcido apotegma de Tocqueville: la gente “teme al aislamiento más que al error”. Bien decía Thoreau que “siempre es fácil infringir la ley, pero incluso para los beduinos del desierto es imposible resistirse a la opinión pública”.
El hombre es un animal verdáboro —había dicho Ortega—; lo verdadero era uno de los trascendentales, aquel al que tiende el intelecto, también la verdad es una de las pretensiones de validez del habla en la teoría de la acción comunicativa de Habermas, y en su Teoría de la justicia, de 1971, Rawls asegura que la justicia es la virtud de las instituciones como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento.
Sea, pues, como valor intelectual, como valor vital, como una de las condiciones de validez del habla, como meta de la comunidad de los científicos que tienden a ella en el largo plazo, en la línea de Peirce, se ha entendido que la humanidad desea descubrir la verdad y huir del error. La tensión del ser humano hacia la verdad parece incuestionable, se trate de la verdad en sentido perspectivista o en el sentido absoluto de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
Y, sin embargo, Noelle-Neumann afirma acertadamente que, aunque la gente vea con claridad que algo es incorrecto, se mantendrá callada si la opinión pública se manifiesta en contra. ¿A qué nos referimos con la expresión “opinión pública”? No tanto a las deliberaciones racionales que se llevan a cabo en el espacio público, sino a las opiniones y conductas que pueden mostrarse en público sin temor al aislamiento, al consenso sobre lo que constituyen en una sociedad el buen gusto y la opinión políticamente correcta.
Sigue siendo verdad, como decía Nietzsche: “Nos las arreglamos mejor con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación”. La dimensión interpretadora del cerebro puede acallar la voz de la conciencia, pero la reputación y el estatus están en manos ajenas, y perderlos puede significar el ostracismo y la pérdida de oportunidades vitales.
Adela Cortina, Autocensura: destruyendo la democracia, El País 08/06/2022
En la Física vigente, basada en la Relatividad General y la Mecánica Cuántica, el tiempo transcurre a diferente ritmo según el observador o se hace borrosa la diferencia entre pasado y futuro. El tiempo ya no es un flujo constante, universal, ajeno al mundo, como el concibió la Física newtoniana. A veces se especula con que el tiempo ni siquiera sea una propiedad del mundo, sino de la mente humana, que sea una forma en la que nuestros cerebros perciben y ordenan eso que llamamos Realidad.
Pero lo más raro que le ha pasado al tiempo en los últimos tiempos probablemente no es materia de estudio para los físicos, sino para los sociólogos: el tiempo se ha acelerado tremendamente, y cada vez parece más escaso (véase el libro Esclavos del tiempo. Vidas aceleradas en el capitalismo digital, de Judy Wajcman, que publica Paidós). Parece que ya no hay tiempo para nada, que vamos corriendo a todas partes, que todo tiene que ser instantáneo, mientras los humanos del capitalismo tardío vivimos inmersos en el desenfreno y el desaliento. Hasta han aparecido iniciativas, como el Instituto del Tiempo Suspendido (ITS), convencidas de “la necesidad de reapropiarnos del tiempo de vida expropiado, constante y diariamente. Una manera de pasar de ‘la vida no me da’ a ‘yo tengo mi ritmo”. Una apuesta por la “cronodiversidad”.
La tecnología ha tenido bastante que ver en el proceso: si los relojes de los campanarios comenzaron a marcar férreamente los ritmos vitales, ahora la hiperconectividad nos fiscaliza al segundo y nos hace estar alerta, disponibles y asediados por estímulos desde que abrimos el ojo por la mañana para mirar el smartphone hasta que nos despedidos cariñosamente del aparato antes de dormir. Es curioso: la tecnología, que tenía la teórica misión de hacernos ahorrar tiempo, nos lo está robando.
Sergio C. Fanjul, Cronodiversidad. ¿Por qué el tiempo cada vez va más rápido?, Retina
El ruido nos debería importar al menos lo mismo que el sesgo. No obstante, el estudio del ruido ha recibido mucha menos atención que el sesgo en la literatura. Daniel Kahneman, Olivier Sibony y Cass R. Sunstein nos alertan en Ruido de su omnipresencia en la toma de decisiones. El subtítulo que han escogido para la obra no podía ser más esclarecedor: Un fallo en el juicio humano. Los autores sentencian casi nada más empezar: «Dondequiera que haya juicio, hay ruido (y más del que se piensa)».
Los autores plantean algunas formas generales de reducción del ruido en los sistemas de evaluación, como son la introducción de normas claras o fomentar la participación de más de un experto. Pero la reducción del ruido puede tener un coste elevado respecto a sus beneficios potenciales, como muestra el uso de algoritmos: aunque estos puedan resultar atractivos para eliminar el ruido, generan sesgos y pueden discriminar a grupos desfavorecidos, mujeres o etnias concretas. Es algo de lo que ya avisó Cathy O'Neil en Armas de destrucción matemática, un ensayo que profundizaba más en las consecuencias sociales del uso masivo de los macrodatos (big data) y la inteligencia artificial.
Por eso, en Ruido se aboga por la optimización. Se nota que hay economistas detrás muy duchos en realizar balances de coste-beneficio. Más allá de una fe ciega en los algoritmos, hay que exigir transparencia a los modelos utilizados en ellos, conocer con qué bases de datos se entrenan y enfocar su uso como ayuda a la toma de decisiones, siempre bajo la supervisión (y responsabilidad) de expertos, nunca como sustitutivos del humano.
Pero abandonemos por un momento a las máquinas y volvamos a los humanos. En Ruido se cuestiona la apariencia justa de algunas reglas socialmente aceptadas, reductoras del ruido. Por ejemplo, para el acceso universitario, se establece una nota de corte, resultado de las ponderaciones de las notas de bachillerato y de las pruebas de acceso a la universidad. Parece una norma sencilla y efectiva. No hay quejas: quien más estudia tendrá mejores notas y merecerá la plaza. Meritocracia. Ahora bien, las calificaciones dependen del entorno familiar. Los ricos siempre pueden pagar unas clases de refuerzo para ayudar a sus hijos, mientras quizás otro alumno debió ponerse a trabajar para pagarse la carrera, pudiendo dedicar menos horas al estudio. Las estadísticas sobre la procedencia social del alumnado universitario no dejan lugar a dudas. Pero ante la abigarrada casuística y el planteamiento de valorar para el acceso universitario otros aspectos que influyen en el rendimiento académico (ingresos de los padres, situación laboral, etcétera), la sociedad se rinde a soluciones simples y fáciles de entender. Aunque generen sesgos. También es verdad que es más fácil buscar la trampa en sistemas complejos de reglas, si bien para muchos las reglas actuales ya son una trampa. Ruido desnuda una realidad legal llena de fallos.
Mejorar el juicio humano pasa por (re)conocer los propios sesgos, pero también nuestro ruido. Implica saber ayudarnos de las máquinas cuando realizan tareas mejor que nosotros, pero, por dignidad, subrayan los autores, un humano debe dar la cara ante decisiones que afectan a la vida de sus congéneres
Antoni Hernández-Fernández, Más allá del sesgo, el ruido, Mente y Cerebro, mayo/junio 2022
Si en la mayoría de las frases en las que leemos la palabra “metaverso” la sustituyéramos por la palabra “internet”, la frase seguiría significando lo mismo. Realmente, el metaverso no es más que la siguiente fase de internet. Matthew Ball, experto en esta cuestión y una de las personas del mundo que más han escrito sobre ella, lo describe como “una especie de estado sucesor del internet móvil”. Es decir, no es otra cosa que una visión amplia del internet futuro que borrará aún más los límites entre el mundo físico y el mundo virtual. Un internet 3.0, pero con un nombre más atractivo. Un lugar paralelo al mundo físico en el que pasar tu vida digital y en el que los seres humanos nos juntaremos para trabajar, jugar, comprar y socializar; es decir, para hacer todas esas cosas que ya hacemos en el mundo físico.
Un usuario del metaverso podrá diseñar un avatar, un trasunto de sí mismo, como si fuera el personaje de un videojuego. Con él, cualquier persona podrá unirse a una sala de reuniones, ir a un concierto o acudir a una consulta médica. Al menos, esa es la idea. Es como ocurría en los Sims. Esos personajes que se creaban y a los que se hacía vivir en un mundo paralelo de un juego. En el metaverso no se crea el personaje, el Sim es la propia persona.
Un punto clave para que el metaverso desarrolle todo su potencial es la opción de pasar de una pantalla a estar dentro de la pantalla. Cuando en 2014 Mark Zuckerberg compró Oculus, la firma que fabricaba gafas de realidad virtual, ya nos estaba dando una pista. La experiencia de vivir en el nuevo mundo virtual no será completa hasta que nos veamos dentro de él, hasta que sea un internet 3D. Por ahora, la única forma para acceder a esas primeras salas de reuniones con nuestros avatares y sentirnos dentro es con unas gafas como las Oculus.
El problema hoy en relación con las gafas Oculus no es otro que el acceso a ellas…, o, dicho de otro modo, su precio. Aunque ha bajado en los últimos años, siguen estando en torno a los 400 euros. Y, por otro lado, son grandes, pesadas, aparatosas. Nada que no se pueda solucionar con un poco más de tecnología…
Margaryta Yakovenko, De distopía a realidad: cinco claves para entender el metaverso, El País 06/06/2022
Respuesta a “Notas sobre una transfilia inducida” de Ignacio Castro Rey
Hola Ignacio, la siguiente disertación ha estado marcada por los efectos de una de esas machaconas noticias que nos acompañan desde que nos levantamos hasta que nos acostamos: la victoria de Rafael Nadal en Roland Garros. En una de las muchas entrevistas concedidas por el tenista, el periodista con sus preguntas intenta descubrirnos qué hay detrás de este practicante del neoestoicismo o encarnación de la nueva palabra que poco a poco está ocupando un lugar destacado en la literatura de autoayuda, resiliencia. Conocer que sufre un dolor desde hace mucho tiempo provocado por una lesión crónica (síndrome de Müler-Weiss) lo humaniza, aunque después de relatarnos con detalle las estrategias médicas, quirúrgicas y terapéuticas que ha seguido para neutralizarlo: antiinflamatorios, infiltraciones para insensibilizar y dormir el nervio, analgésicos, anestesia, unas zapatillas especialmente diseñadas para la dolencia…, nuestra admiración decae, ya que empezamos a sospechar que toda esta amalgama biotecnológica que necesariamente le ha acompañado ha sido la clave del éxito, si no cómo se puede entender que un ser humano pueda exhibir esa potencia de piernas con un pie completamente dormido. Si de un héroe se trata es del héroe donde convergen los valores de lo que Byung-Chul Han llama sociedad paliativa. Entrenar la resiliencia, lo que Nadal lleva haciendo desde que era un niño, busca convertir al ser humano en un sujeto capaz de rendir, insensible al dolor y continuamente feliz. Sentirse competitivo, dice el tenista, es lo que compensa el sufrimiento[1]. Han en su Sociedad del cansancio afirmaba que la actual sociedad del rendimiento era una sociedad de individuos dopados.
En una escala menor, este caso me hace recordar cuando todavía me dedicaba a jugar al fútbol. En mis últimos días como jugador aficionado conviví con un dolor intenso que afectaba a mis talones. Mi estrategia para contrarrestarlo era dar unas cuantas vueltas al campo para calentarlos, de tal manera que cuando pitaba el árbitro el inicio ni siquiera notaba los pinchazos. Fue un día lanzando una falta que sentí como una pedrada golpeaba el talón, tal como Aquiles pero sin flecha. Me caí y ya no me pude incorporar. Acabé en urgencias y enseguida, después de que los médicos evaluaran la situación, se decidió que lo mejor era una visita rápida al quirófano. Después de tres meses de rehabilitación, me aconsejaron que si quería evitar que el otro talón sufriera el mismo percance evitara la práctica de deportes parecidos al fútbol, consejo que he seguido a rajatabla hasta el momento presente. Así se desvaneció el dolor. De la misma manera puede desvanecerse el dolor de Nadal. Él mismo reconoce en la entrevista que si dejara el tenis de competición el dolor en su vida diaria en poco tiempo desaparecería, pero la sociedad perdería entonces el modelo de individuo que necesita para perdurar.
En un principio parece fácil sortear determinados tipos de sufrimiento, sólo hace falta tararear varias veces en nuestro interior como un mantra un verso de una canción de la mexicana Natalia Lafourcade[2] “Para qué sufrir si no hace falta”. Aunque estas actividades puedan resultar adictivas, en nuestras manos está dejar el fútbol, el tenis o una relación sentimental tóxica, nada de esto nos hace falta. Otros tipos de sufrimiento son un poco más difíciles de tratar: la preocupación por el futuro de un hijo, el planeta que dejaremos a las generaciones futuras o los problemas derivados del cambio climático. Pero si nos convencemos de que no está en nuestras manos la solución a estas preocupaciones, el sufrimiento se disipa. Resulta, por otro lado, contraproducente el optimismo que desprenden eslóganes como “crea tu futuro”, “el futuro es nuestro” … En el caso que nuestra intervención individual o incluso colectiva tuviera una cierta incidencia, nada asegura que los resultados sean los que se persiguen. Por lo que esta incertidumbre sería sin quererlo causa de sufrimiento y preocupación.
Como tú dices, “todos sufrimos, siempre hemos sufrido”, cada uno lleva en su mochila la carga de las heridas sufridas y también de las infligidas a otros y a otras, el estado natural de la especie humana es la insatisfacción, por eso parece natural aspirar a lo que no se tiene, o lo que es lo mismo, a la felicidad. La religión, la filosofía y hoy en día la terapia obedecen a la misma necesidad; las tres han intentado o intentan exorcizar el desasosiego que significa el existir humano. Las personas filosofan por la misma razón por la que rezan. Esta angustia crónica es un defecto presente en el animal humano, escribe John Gray en su “Filosofía felina”[3].
Otra de las razones por las que el dolor es consustancial a la vida humana es la que expone Santiago Alba Rico en un artículo[4]: todo compromiso implica conflicto y sufrimiento. Entre cuerpos todo es potencialmente doloroso. La pretensión de eliminar el dolor sólo es posible si a la vez se eliminan el espacio y el tiempo, las condiciones radicales que permiten la existencia de la sensibilidad. Por eso escribe que una de las frases que más le irrita es aquella que dice que “si es amor, no duele”. Y concluye: no hay utopía más peligrosa que la de creer que se puede amar a otro cuerpo sin exponer el propio y sin exponer también el alma.
Para Descartes espacio y tiempo son las condiciones para que exista la materia, el cuerpo, la substancia extensa de la que se distingue y separa la substancia pensante, el cogito. Cuando en la segunda de las Meditaciones Descartes se pregunta por la naturaleza de la substancia pensante, explora diferentes posibilidades antes de dar con la respuesta correcta. Podría ser materia, cuerpo, lo más parecido sería un artefacto mecánico, un robot. Pero esta posibilidad no cumple con los requisitos de la auténtica substancia: no es autosuficiente, su autonomía dura lo que dura la energía que le aporta un ente exterior, una batería o una pila, una suerte de alma o material sutil que lo mueve y alimenta. La otra posibilidad que baraja el francés sería que esta fuente de energía pudiera satisfacer los requisitos de una substancia pensante. Sin embargo, no deja de ser una entidad contingente que debe su existencia a una realidad superior y por lo demás está demasiado apegada al artefacto que mueve. Por eliminación (por “descarte”, chiste fácil), llega finalmente al espíritu. Solamente la substancia pensante puede ser espíritu, la entidad más alejada de la materia en la escala del ser. Se puede dudar de que tenga este cuerpo, podría tener otro, incluso no tenerlo, pero no hay duda de que pienso y eso sólo lo puede ejercer un espíritu. El espíritu pensante es la substancia superior mientras Dios no demuestre lo contrario. Del “pienso luego soy” se desprende que somos espíritu en esencia y sólo secundariamente cuerpos. Y en consecuencia en tanto que en parte somos cuerpos estamos expuestos al dolor, a la queja, la expresión del desajuste que se produce cuando las piezas del artefacto no acaban de encajar.
Para lo bueno y para lo malo, a lo largo de nuestra vida hemos observado que no siempre el cuerpo ha sido el obediente colaborador que todos pensábamos. A veces sorprendentemente tomaba la iniciativa, sobre todo cuando éramos más jóvenes, ahora con la edad le cuesta más responder a nuestros deseos, se resiste y se rebela el muy cabrón. Nunca se ha desechado la alternativa de prescindir del cuerpo para rebajar la carga dolorosa o incluso suprimirla del todo. El cuerpo siempre ha estado en el foco a la hora de atribuir la fuente suprema de nuestros percances existenciales y sentimentales: nadie me quiere con este cuerpo, si fuera más alto, más delgado, si no tuviese un rostro marcado per el acné, otro gallo me hubiese cantado en la adolescencia. Lo que fue el resultado de un acto azaroso, se ha interpretado como la consecuencia de un cruel destino. En la República platónica con el mito de Giges se especulaba con la invisibilidad para imaginar las infinitas libertades que alguien podría permitirse sin un cuerpo. Los gnósticos del siglo II asimilaban el cuerpo a un cadáver, un sepulcro, una prisión, un intruso … El cuerpo, incluso para aquellos y aquellas que pueden exhibirlo sin tapujos, ha sido tradicionalmente y es hoy todavía un engorro.
El transhumanismo y la doctrina de género son las propuestas más novedosas para salvarnos de la tiranía del cuerpo. La topología mesiánica hace tiempo que se ha desplazado desde un arriba espiritual hacia un adelante político. En este sentido lo político ha sido substituido por las esperanzas que suscitan las nuevas tecnologías y las múltiples identidades de género. Para el transhumanismo, lo digital puede hacer realidad el sueño de la filosofía berkeliana, la desaparición de la materia. Su objetivo es, a través de la descarga, extraer la mente del cuerpo superfluo, para acceder al espacio líquido de las ondas electromagnéticas[5]. Para la doctrina queer, lo que cuenta es el género, no el sexo, el sentimiento que cada uno pueda tener de ser masculino, femenino o cualquier otra cosa entre los dos o más allá de los dos. Las identidades son tan múltiples que los cuerpos se utilizan solo como meros soportes[6]. Tal como acertadamente escribes, lo paradójico de la situación es que a un ciudadano cada vez más controlado por todas partes se le concede el privilegio narcisista de sentirse como quiera. Todo vale con tal de huir de lo real.
Igual que para el mago Pop, nada es imposible para los que subscriben estos principios. Confían en el poder ilimitado de las biotecnologías y la digitalización a la hora de crear mundo alternativos donde aparentemente no hay barreras naturales (ni siquiera culturales) y donde cada individuo pueda reconstruirse o deconstruirse según le parezca. Creen que si se logra liberarse de las prisiones corporales nada se resistirá a lo que pienses e imagines. Cuando leo u oigo estas palabras de inmediato me aparece viva la imagen de Uri Geller doblando cucharillas de café. Parece que si se habla de la fuerza del pensamiento no se habla de la capacidad de conocer mejor los misterios del mundo, sino que en el fondo se trata de competir con la fuerza física. Si realmente lo que priva es lo fantasmagórico sobre lo carnal, no estaría de más que en un próximo futuro las empresas de comunicación substituyeran los móviles por güijas para hacer más llevadera la invocación de estas entidades espirituales.
Sé que lo dicho anteriormente puede herir ciertas sensibilidades, ya conoces cómo se las gastan. Según Judith Butler respondiendo a las declaraciones de J. T. Rowling, autora del personaje de Harry Potter, nadie conoce el tormento que causa vivir entre los muros de una asignación sexual impuesta desde las instituciones médicas y legales. Lo que dijo Rowling atenta contra la dignidad de estas personas. La indignación de Butler la entiendo como la de quien está convencido de que sólo algunos colectivos tienen más derecho que otros a que su sufrimiento sea reconocido[7]. Indignación también es lo que emana del artículo escrito por Lidia Falcón que en muchos puntos creo estaría muy en consonancia con lo que tú defiendes[8]. La veterana feminista reaccionaba contra el proyecto de llevar adelante la Ley Trans y la imposición de la “autodeterminación de género”, a la que considera un disparate lanzando una seria de preguntas: “¿este tema es realmente divisorio de la derecha y de la izquierda, o nos situamos en un mundo surrealista donde la materialidad de los cuerpos no existe? “, “¿Se trata de abolir el Patriarcado o de abolir la realidad?”, “¿… es que hay que descubrir ahora el mundo material en el que está inserta la especie humana?”, “¿Dónde queda el sentido común …?
Nacemos para sufrir, la vida es un valle de lágrimas, esta parece ser la conclusión de toda la disertación, pero no siempre estamos sufriendo, también tenemos momentos, días e incluso años de disfrute y de alegría, hasta que alguien se enfada porque considera inmoral tanto goce. Aunque parece ser que según los sesudos estudios de la economía conductual somos más sensibles al dolor que al placer. Los psicólogos economistas lo llaman aversión a la pérdida: se sufre más por una pérdida que por una ganancia de la misma magnitud. Por ejemplo, si encuentras en el suelo un billete de 50 euros te produce una gran alegría, pero si más tarde encuentras a faltar en tu billetero la misma cantidad de dinero, el sufrimiento producido eclipsa completamente la sensación agradable experimentada anteriormente.
Creo que esta situación a nivel político ya había sido planteada. Cuando Glaucón debate con Sócrates sobre el origen de las leyes, el sofista hermano de Platón defiende que el miedo a ser víctima se impone a la posibilidad de gozar siendo agresor, por ello las leyes son necesarias no porque sean buenas sino porque previenen el dolor futuro. El mismo esquema argumental podemos encontrar en la reflexión sobre el origen del estado en Hobbes. El problema es que se deja en manos de la ley y del estado el monopolio de la gestión del miedo y del dolor. Se respeta la ley y el estado por el dolor que infringirían a quienes quisieran desafiarlos. La huida del dolor crea más dolor. La felicidad que promete la doctrina queer no es inmune a este planteamiento.
Podríamos establecer una lista de dolores de mayor a menor. ¿Qué sufrimiento es el más doloroso? ¿Cuál encabeza la lista? ¿Sobre qué indicadores establecemos el orden de los padecimientos? ¿Es factible la creación de un dolorómetro? ¿Cuál es la causa del dolor más doloroso? Judith Butler tiene la respuesta y la solución. El dolor más inhumano es el que se produce cuando a una persona no se le reconoce el derecho a cambiar de género. Y para ello, sin tener en cuenta otras circunstancias, todo es válido porque en su cosmovisión, que comparte con el mago Pop, todo es posible, aunque eso suponga negar la realidad, contrariar el sentido común, el cuerpo, la contingencia y la finitud humana.
Acabo con un poema de Fernando Pessoa que me parece que expresa mejor en unos cuantos versos que todas las líneas que he malescrito en esta disertación:
Hablas de civilización y de no deber ser,
o de no deber ser así.
Dices que todos sufren o la mayor parte,
con las cosas humanas puestas de esta forma;
dices que si fueran diferentes sufrirían menos.
Dices que si fuera como tú quieres sería mejor.
Escucho sin oírte.
¿Para qué querría oírte?
Oyéndote, terminaría sin saber nada.
Si las cosas fueran diferentes, serían diferentes: eso es todo.
Si las cosas fueran como tú quieres, serían sólo como tú quieres.
¡Ay de ti y de todos que pasan la vida
queriendo inventar la máquina de hacer felicidad!
Barcelona, 10 de junio de 2022
[3] GRAY, John, Filosofía felina, Madrid, Sexto Piso 2021
[5] AGUILAR GARCÍA, Teresa, Ontología ciborg, Barcelona, Gedisa 2008
[6] BRAUNSTEIN, Jean-François, La filosofía se ha vuelto loca, Barcelona, Ariel 2019
El racionalismo se queda con la verdad y abandona la vida. El relativismo prefiere la transformación de la vida a la verdad inmutable. En ambas posturas sufrimos una mutilación, nos dice Ortega. O perdemos la verdad o perdemos la vida. Para salir del embrollo lo primero es entender que el pensamiento es una función vital, tan vital como la digestión o la respiración. Es un instrumento útil y esencial para la vida. La voluntad, es un ímpetu que emerge de las profundidades orgánicas, un querer hacer algo, un deseo de que algo sea. Las voliciones ejecutan actos eficaces que modifican la realidad, que a su vez se muestra como una voluntad externa a la que hemos de adaptarnos. Este dualismo es un aspecto esencial de lo vivo. Por un lado, la voluntad es un producto del sujeto viviente, por otro, lleva en si la necesidad de someterse a un régimen externo (y objetivo). “Ambas instancias se necesitan. No puedo pensar con utilidad para mis fines biológicos si no pienso la verdad. Un pensamiento que nos presentase un mundo divergente del verdadero nos levaría a continuos errores prácticos”. (Aquí se podría objetar que el fin biológico no es la verdad, al menos no la única, sino que es sólo naturaleza, prakṛti. Pero ello exigiría adelantar nuestra propuesta y es más conveniente, por ahora, seguir la argumentación de Ortega). Ese carácter dual es la característica esencial de toda forma de vida. La vida humana tiene una dimensión trascendente. Sale de sí misma y participa de algo que no es ella. Esa salida de sí propicia el pensamiento y la voluntad, la experiencia estética y la emoción religiosa.
El relativista niega que el ser vivo pueda pensar la verdad. Pero esta creencia suya, negativa, es su verdad, por lo que se contradice. Si somos de verdad empiristas observaremos que ciertas actividades inmanentes trascienden el organismo. ¿Pertenece al cuerpo lo que el ojo mira y el modo en que lo mira? ¿pertenece al cuerpo el aire que respira? Ortega cita a Georg Simmel: la vida consiste en ser más que vida: en ella, lo inmanente trasciende más allá de sí misma. Acierta en la trascendencia misma que supone el proceso vital, pero yerra en el objetivo de esa trascendencia. No acaba de liberarse del kantismo en el que se ha educado (más tarde lo hará). Nos dice: “Lo justo debe cumplirse, aunque no le convenga a la vida. Justica, verdad, rectitud moral, belleza, son cosas que valen por sí mismas y no sólo en la medida en que son útiles a la vida”. Ese valer por sí mismas, del Bien, la Justicia y la Verdad, supone reeditar el cielo platónico. Y afirma sentencioso: “esa suficiencia plenaria de la justicia y la verdad nos hace preferirlas a la vida misma que las produce.” Pero luego rebaja su apuesta: “la espiritualidad no es una sustancia incorpórea, no es una realidad, sino una cualidad que poseen unas cosas y otras no. Esta cualidad consiste en tener un sentido, un valor propio” (Scheler asoma por aquí). A continuación, añade algo que suscribimos plenamente: los griegos llamarían a esta espiritualidad nous, no psique. Dicho en términos de nuestra hipótesis de trabajo: la llamarían conciencia, no mente o alma. El alma es mundana y vital. La conciencia trasciende lo mundano y lo vital. Es el no lugar, la no localidad, que impulsa el movimiento y las transformaciones. No como causa, sino como complemento de aquellos. Es, además, el factor que hace posible el goce estético y la experiencia amorosa.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022“El racionalismo, para salvar la verdad, renuncia a la vida… Siendo la verdad una, absoluta e invariable, no puede ser atribuida a nuestras personas individuales, corruptibles y mudadizas”. El racionalismo es antihistórico. El punto de inflexión de la historia moderna proviene del entusiasmo de Descartes por las construcciones de la razón. De su creencia, incomprobable, en que el orden del pensamiento coincide con el orden de lo real. Y de la distinción de Robert Boyle entre cualidades primarias y secundarias. Las cualidades primarias (solidez, extensión, figura, forma, movimiento o reposo y número) existen de manera objetiva en las cosas, mientras que las secundarias (gusto, color, sabor, sonido, calor, etc.) son subjetivas y sólo existen en la mente del individuo. Sin embargo, la experiencia de la vida se compone fundamentalmente de texturas, colores y sones. “Pero la razón no es capaz de manejar las cualidades. Un color no puede ser pensado, no puede ser definido. El color es irracional.” Frente a él, el número coincide con la razón y puede crear, mediante ésta, el universo de las cantidades. Dada esta situación, Descartes decide, unilateralmente, que el mundo verdadero es el cuantitativo, geométrico, mientras que el mundo de las cualidades, inmediato y magnético, es considerado ilusorio y acientífico. Una decisión que sirve de fundamento a la física moderna, que no sólo ha sido la ciencia en la que hemos sido educados, sino que ha servido de modelo al resto de las ciencias. Se trata, en definitiva, de una inversión de la experiencia espontánea del ser que vive y siente, una “gigantesca antinaturalidad”. Pues se comienza por intuir, llevados por ese magnetismo de lo sensible, que las cosas sean de cierta manera, y luego se buscan las pruebas para demostrar que las cosas son como intuíamos. Ortega recuerda que no son las pruebas quienes nos buscan y asaltan, sino nosotros los que vamos a buscarlas, movidos por un afán teórico.
La física y la filosofía de Descartes se extenderán a todos los ámbitos (el salón, el estrado y la plazuela). Esa es la sensibilidad específicamente moderna. Suspicacia hacia lo espontáneo e inmediato, preminencia de lo cuantitativo, indiferencia ante los cualitativo (esencia de la experiencia humana). El mundo se transforma, gradualmente, en un lugar indiferente a la humana sensación, queda a merced de la “razón pura”, exacta e ineludible (una situación que, en el ámbito político, conduce al orden social definitivo de los totalitarismos). Pero la vida no puede regirse por principios matemáticos, de hecho, no lo hace. Advertir esto, supone entrar en el umbral de una “nueva sensibilidad” (Ortega escribe en 1922, hace exactamente un siglo), una insurgencia que consiste en la negativa a tomar parte por una de estas dos tendencias antagónicas: racionalismo o relativismo. En ambos casos sufrimos una mutilación. Con el relativismo perdemos la verdad, con el racionalismo la experiencia sensible y la ineludible realidad del deseo.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022Para entender su postura hay que hacer la genealogía de las ideas que consolidan la época moderna. Lo primero es darse cuenta de que el racionalismo de Descartes no es razonable. Marca el rumbo del mundo moderno y lo aboca a la desorientación presente. El debate entre racionalismo y relativismo es, para Ortega, el tema de nuestro tiempo. En muchos sentidos, un siglo después, sigue siéndolo. La proliferación algorítmica es una buena muestra. Vamos a exponer la postura de Ortega, que es una vía media entre ambas tendencias, para, a continuación, exponer la nuestra. Para Ortega, entre la razón (absoluta) y el relativismo (local) marcha de la vida singular. La razón vital o “inteligencia de la vida” (Agustín Andreu) es lo decisivo: cómo entendemos la propia vida y qué sentido le damos.
La verdad es una e invariable. Esa es una premisa irrenunciable para Ortega. Las cosas son lo que son. Ahora bien, en la historia del pensamiento vemos continuos cambios de opinión. Diferentes épocas, diferentes verdades. Cada individuo y cada sociedad tiene sus convicciones. Lo que llamamos verdad consiste, más bien, en verdades. Y que éstas son relativas. Pero el relativismo tiene un problema (ya lo advirtió Nāgārjuna). Si no existe la verdad, el relativismo no puede tomarse a sí mismo como verdad. Ha de ser, él mismo, relativo. El relativista relativo es un relacionista. Un sujeto dedicado a establecer relaciones entre las distintas visiones del mundo, que no valen todas los mismo, pero que se iluminan unas a otras, formando una colección de perspectivas. Ortega considera que el relativismo es, a la postre, escepticismo, y el escepticismo es una teoría suicida, que va en contra de la fe en la verdad, fundamental para la vida humana. Desde la perspectiva de la libertad, como forma de vida y como objetivo de la vida misma, ser un relacionista no debería suponer ningún problema. Siempre hay camino y siempre hay elección. El relacionismo no suprime la idea de lo mejor. Hay culturas superiores a otras, hay ideas mejores que otras, que ayudan a vivir más que otras. Sin que sea necesario un marco común que cuantifique el valor de cada perspectiva, que mida su distancia a esa verdad única. Pero no nos adelantemos.
El perspectivismo es un tema que recorre la obra de Ortega de inicio a fin. Y se conecta con la razón vital en el hecho de que “cada vida es un punto de vista sobre el universo”. Y vida no es sólo pensamiento, es también acción, y devoción, y voluntad, desarrollo de intereses. La vida, en sí misma, es un órgano insustituible que conquista verdad, una verdad vital, experiencial. Cada vida contribuye a la verdad absoluta, omnímoda. Y no deja de ser verdad por no ser la verdad entera. Se trata de un realismo vital sin parangón. Todas las vidas, hasta la más humilde, son verdad. Incluso las vidas de los ignorantes, de los iletrados, incluso la vida de los malvados y criminales. Nuestra perspectiva parcial forma parte de la perspectiva divina, que es aquella que, según Leibniz, integra todos los puntos de vista.
“La razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital”. A una razón en perspectiva. Las perspectivas, además, son intransferibles. Nadie puede vivir tu vida por ti. La realidad radical no son los átomos o las sustancias, es la vida de cada cual. Ortega tiene una metafísica definida, la razón vital, pero duda en desarrollarla exhaustivamente. No la quiere hacer pública. ¿Los motivos? No lo sabemos. Quizá le pareció demasiado aventurada, demasiado etnográfica, demasiado próxima al relativismo. Prefiere insinuarla, jugar con el brillo de sus metáforas. La cultura es una actividad vital, biológica. Y toda auténtica cultura nació de un individuo, de una vida particular, de una perspectiva. Posteriormente se objetiva y pierde ese carácter personal.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022La verdad tiene a sus favoritos. Sólo desciende sobre el pretendiente, sobre quien la anhela, sobre quien le ha abierto un hueco en el corazón. “El ser buscador es la esencia misma del amor”. Por eso leemos libros, por eso los buscamos, por eso los escribimos. La búsqueda, en sí misma, es un enigma. “El que busca no tiene, no conoce aun lo que busca y, por otra parte, buscar es ya tener de antemano y presumir lo buscado. Buscar es anticipar una realidad aún inexistente, predisponer su aparición, su presentación”. El neutrino, partícula sin masa predicha teóricamente por Pauli, es un ejemplo ilustrativo. Décadas después se detecta en el laboratorio lo que sólo estaba en la mente de este físico genial. La detectan, eso sí, con instrumentos construidos con la teoría erigida y pensada, por el propio Pauli y su círculo.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022Ortega nos dice que lleva defendiendo este perspectivismo en sus clases desde 1913. La manía de la filosofía ha sido ser, desde sus orígenes, utópica y los sistemas que progresivamente concibe, universales, válidos para todas las épocas y todas las culturas. La doctrina de la perspectiva vital, de los incontables puntos de vista, exige una nueva concepción de la filosofía, de su alcance y pretensiones. Un inclusivismo, antropológico, que se aproxima al talante hindú en el filosofar. “La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquella se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación”. Es importante advertir que Ortega no está contra la razón (único modo de proceder teóricamente) sino contra el racionalismo. La razón es la capacidad de reducir, analíticamente, la cosa a sus elementos constitutivos. Pero, ante el elemento, ya no puede proceder racionalmente y se ve obligada a dejar paso a la intuición.
Visto desde nuestro tiempo, las filosofías de la época moderna comparten, en su mayoría, el primitivismo racionalista. Ese primitivismo podría llamarse ingenuidad o candor, característico del objetivismo que ignora al observador y procede como si no estuviera presente. “El mundo definido por estas filosofías no era en verdad el mundo, sino el horizonte de sus autores.” Pero la peculiaridad de cada ser, de cada época, de cada pueblo, lejos de ser un inconveniente para captar la verdad es precisamente el órgano mediante el cual la realidad se manifiesta. Eso sí, en la porción que le corresponde. “La verdad integral sólo se obtiene articulando lo que el prójimo ve con lo que yo veo… Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta.” Un pluralismo de corte budista. El mundo, lo real, como la integral de todos los seres, de todas las perspectivas. No hay nadie al mando, no hay una perspectiva privilegiada. Los mundos se conservan o destruyen en función de los seres que los habitan, en función de la integral de sus estados mentales. De ahí que Ortega saque a colación del problema de dios. “Esta omnisciencia, esta verdadera “razón absoluta” es el sublime oficio que atribuíamos a Dios. Dios es también un punto de vista; pero no porque posea un mirador fuera del área humana, que le haga ver directamente la realidad universal, como si fuera un viejo racionalista. Dios no es racionalista. Su punto de vista es el de cada uno de nosotros: nuestra verdad parcial es también verdad para Dios.” Ortega se ha convertido al mito oriental de la divinidad participada en los seres. Lo divino nada sin guardar la ropa. Ahora el destino del universo está en manos de los seres que lo habitan. Ese mito, de origen védico, fue el adoptado, de una manera más o menos consciente, por el budismo. Cada perceptiva sobre la realidad es verídica, pero no es la única realidad. La percepción no engaña (aquí Goethe), la que engaña es la mente, que puede ser más o menos confusa, más o menos diáfana.
Es inevitable recordar, en este punto de nuestra discusión, un aforismo de Tagore que se atreve a descifrar el gran enigma, la ilusión cósmica (māyā). “El ojo no te ve a Ti, que eres la pupila de cada ojo”. La divinidad, huyendo de la soledad, se ha transformado en los seres. Desde el tigre a la araña, desde el ser humano hasta la más humilde brizna de hierba. Ortega lo asume. “Dios está en todas partes y por eso goza de todos los puntos de vista, y en su ilimitada vitalidad recoge y armoniza todos nuestros horizontes. Dios es el símbolo del torrente vital, a través de cuyas infinitas retículas (filtros) va pasando poco a poco el universo, que queda así impregnado de vida, consagrado, es decir, visto, amado, odiado, sufrido y gozado”. Se ha obrado la inversión. Ortega, que sabía poco de budismo, se ha convertido, sin saberlo, en discípulo de Siddhārtha Gautama. Dios ya no está, o mejor, está en la mirada de cada uno de los seres. Ese es el genuino “tema de nuestro tiempo”, aceptar ese reto, asumir esa fidelidad a lo divino, abrir bien los ojos y saber, que en esa mirada, se juega el destino del mundo.
Juan Arnau, Ortega y Gasset: la meditación soleada, El País 30/05/2022
Storr describe algunas de las formas en las que este funcionamiento nos afecta, haciéndonos a veces un poco delirantes. “Tendemos a creer hechos que halagan la historia heroica que al cerebro le gusta contar sobre nosotros y nuestras tribus, en lugar de la verdad ―señala el autor―. También nos hace irracionales acerca de otras personas. Al cerebro narrador le gusta dividir el mundo en héroes y villanos”. Esta gran simplificación hace común que veamos a las personas en el lado opuesto del espectro político como enemigos o, directamente, como malas personas. En realidad, son personas que utilizan otros relatos para explicarse cómo funciona el mundo, relatos con los que nosotros no comulgamos. Así, es normal que nos cueste cambiar de opinión, porque esos cambios pueden dinamitar los pilares de las narrativas que sostienen nuestra existencia: nos caemos al vacío.
Según la ciencia, los sucesos de la vida se comprenden y se recuerdan mejor si van engarzados en esa historia que nos contamos todo el rato. El neuroeconomista Paul Zak ha señalado que las historias generan oxitocina en el cerebro, una hormona que produce sensaciones agradables, aumenta la confianza y reduce el miedo social. Las neuronas espejo, además, cruciales para la empatía, nos permiten ponernos en el lugar de los protagonistas de los relatos, sufrir y alegrarnos con ellos, por eso lloramos o entramos en tensión cuando estamos sentados en la butaca del cine. Según ha encontrado el Instituto del Cerebro de la Universidad del Sur de California, la lectura de historias provoca una respuesta universal en el cerebro, similar en cualquier ser humano, como si la capacidad de reaccionar a ellas formara parte de nuestra naturaleza más fundamental.
Sergio C. Fanjul, El cerebro humano es una máquina que se alimenta de cuentos, El País 30/05/2022
Aquí y allá, unos y otras exigimos respeto a nuestras ideas o deseos, a la lengua o la memoria, a nuestros sueños y sueldos, los gustos peculiares o los disgustos familiares. La sociedad del espectáculo sigue llamando “respetable” al público, y en las batallas incruentas de las redes abundan los contendientes de verbo cruel pero súbitamente quisquillosos ante las críticas ajenas. Aunque hoy no enviemos padrinos ni abofeteemos con el guante, somos adictos a la aprobación del ojo ajeno. Como explica Andrea Marcolongo en El viaje de las palabras, “respeto” deriva del verbo latino “mirar” y comparte raíz con “perspectiva”: alude a enfocar a los demás sin desfigurarlos ni mostrarlos odiosos. En la etimología de “odio”, Andrea descubre una curiosa relación con “odontólogo”, pues literalmente significaba “dolor de muelas”. Odiar y despreciar corroe como la caries.
Irene Vallejo, En busca del templo perdido, El País Semanal 14/05/2022
Los bulos ya no son noticias: simplemente están ahí. El ruido es el mensaje. Las técnicas subliminales alteran el estado mental de miles de millones de personas. Después de una década de estudios alternativos y una “crítica de internet” aún más marginal, de repente todos tenemos claro el diagnóstico. Las multitudes entienden por fin cómo funciona el capitalismo de las plataformas, pero no hacen nada al respecto. Esperar a Bruselas es el nuevo esperar a Godot. Como no va a haber unas leyes antimonopolio que desmantelen los monopolios tecnológicos, la censura política (a la manera de Rusia y China) parece la opción más fácil. Con las plataformas centralizadas como única opción, que cada uno aprenda por su cuenta parece la única salida. Cada usuario tendrá que resolver por sí mismo la cuestión del ruido, como investiga la filósofa holandesa Miriam Rasch en su último ensayo, Autonomie: een zelfhulpgids(autonomía, una guía de autoayuda). Rasch señala una paradoja: las empresas tecnológicas socavan nuestra autonomía, nuestra libertad de elección y nuestras posibilidades de actuación individuales, al mismo tiempo que alaban esos valores.
Ya sabemos lo que ocurre cuando se pide a los gigantes de las plataformas que nos proporcionen soluciones tecnológicas para los problemas de “adicción” que ellos mismos han creado deliberadamente. El ruido tecnosocial está en nuestra cabeza, en los dedos, controla los ojos y excita los nervios. Eliminar el ruido se considera un asunto personal, una responsabilidad moral que recae en el individuo, en el usuario, y que puede resolverse con meditación (Harari), con aplicaciones de desintoxicación digital, apagando las notificaciones o instaurando días sin móvil.
La noción original de la cibernética, formulada por Norbert Wiener en los primeros años cuarenta del siglo pasado, afirma que se puede predecir mejor el futuro si se elimina el ruido. En la ideología occidental “sin fricciones”, eso se plasma en el ideal de la optimización, el culto a la prolongación de la vida y a la compresión del tiempo para dar cabida a todas las experiencias posibles. En este contexto, el Otro se convierte en última instancia en ruido, un obstáculo que hay que eliminar después de haberlo consumido.
Aparte de un grupo de artistas del sonido electrónico que está envejeciendo a toda velocidad, ¿quién disfruta del ruido? Esta es una pregunta engañosa. El ruido está en todas partes e incluso se utiliza como recurso. La distracción no es el enemigo. Perder la concentración se considera, en general, como un alivio temporal, un gesto de protección y una huida justificada. Las informaciones falsas siguen reclamando nuestra atención, aunque solo sea durante una fracción de segundo. El ruido ya no es un subgénero cultural que nos despierta los sentidos. Es un estado general. Un ejemplo es el inversor indio Vibhu Vats, para quien el ruido es la norma: “A la naturaleza humana no le gusta el silencio. Eso está pensado para ascetas, santos y ermitaños. El ruido es la sal de la vida. Si se elimina, la vida sería sana pero aburrida. No despreciemos el ruido. Es mejor aceptarlo como un mal necesario y regular su consumo”.
Geert Lovink, El ruido es la nueva banda sonora de tu vida, El País 15/05/2022
Fernando Broncano, La escritura en invierno. J. M. Coetzee y el antagonismo entre representación y verdad, El laberinto de la identidad 15/05/2022
En realidad, Joan Fuster quiso ser y fue siempre un ensayista en la clara estirpe de Montaigne. Ensayos fueron sus versos —líricos, rabiosos o angustiados—, sus estupendos aforismos —tan ácidos como los de Cioran, pero menos teatrales—, sus estudios históricos, sus libros de crítica literaria y artística, sus guías de viaje y hasta sus trabajos aparentemente eruditos. En sus mejores años —los cincuenta y sesenta del siglo pasado—, sus textos, en diarios o en libros, eran un compendio de ironía docta y sonriente que incitaba al descreimiento, la ponderación y el debate sobre todo lo humano y lo divino, sin mediaciones ni prejuicios, dentro de lo posible (porque la censura, siempre vigilante, se podía circundar, pero no obviar).
Para Fuster, el ensayo es “literatura de ideas o no es”. Las ideas están para agitarlas, ver hasta dónde llegan y por qué, y el escepticismo es un método que, a partir de una desconfianza ecuménica, no pretende abolir un principio de verdad, pero sí depurarlo. “Convicciones es preciso tener, pero pocas”. En cambio, las nociones provisionales del pensador desconfiado “no hacen milagros, pero tampoco provocan hecatombes”. El objetivo del debate —que se desea civilizado— es “que quede un saldo positivo de distensión y progreso”. En un ambiente tan proclive al dogmatismo circunflejo como el que Fuster tuvo que vivir, su ensayismo fue un buen desinfectante. Muy insolente —tanto como le dejaron— pero eficaz.
Enric Sòria, La suspicacia metódica, El País 14/05/2022
Los humanos también respondemos a ciertos automatismos, incluso en nuestras facetas más originales y creativas. Ocurre con el lenguaje. Nosotros no nos damos cuenta, pero estamos obedeciendo reglas gramaticales y lingüísticas todo el tiempo, a una velocidad altísima, para poder comunicarnos. La gramática no es más que eso, un conjunto de reglas o un programa que obdecemos. Y esas gramáticas existen para todo: para el pensamiento, para las matemáticas, la física, para nuestro comportamiento social cotidiano... Obedecemos constantemente a reglas, porque si no, no podríamos vivir en sociedad. En realidad, la originalidad y la creatividad son elementos muy raros. La creación de una nueva instrucción o un nuevo programa, tanto en el arte como en la ciencia, es un momento inusual. En el siglo XIX, muchos pensaron que aquello era lo que nos distinguía como seres humanos.
La máquina aprovecha nuestros automatismos psíquicos y sociales y los capitaliza. La economía del Big data es eso. Respondemos a ciertos patrones de conducta que dependen de nuestra educación, nuestra edad, nuestro origen, nuestro sexo... Una máquina puede clasificar todos esos automatismos e identificarlos. Aprovechar esos datos para extraer estadísticas y predecir cómo se comporta la gente. Las empresas venden esos paquetes de datos porque son una manera de conocer la sociedad y su evolución casi con un escáner permanente. Para el marketing o la publicidad electoral, esto es perfecto. En función de nuestros likes, nuestros movimientos y búsquedas, se va definiendo nuestro grupo social, nuestra edad, nuestra cultura, etc. Somos como autómatas cuando sumamos todos esos parámetros.
En la mayor parte de los casos, nuestros comportamientos obedecen a elementos de orden biológico o de orden social. Son muy pocos esos momentos de gracia, de creación, donde el ser humano logra superar sus automatismos. En general estamos bastante más cerca de las máquinas que de los dioses, como dirían los griegos.
Esa capitalización de nuestros automatismos invirtió la relación entre el ocio y el trabajo. Para los griegos, la persona ociosa era el amo, era el ciudadano libre en oposición al esclavo que obedecía instrucciones. Y gracias al Big Data, el ocio se convirtió en un elemento de producción de riqueza porque capitaliza nuestros automatismos, o sea, nuestra obediencia a elementos sociales o psicológicos. En el momento en que creemos que somos libres, porque estamos dándole instrucciones a una máquina, también somos autómatas. Hay una inversión por la cual se aprovechan nuestras instrucciones y se convierten en capital. Hay una inversión entre amo y esclavo. Ocurre con un aria de 'Don Giovanni', de Mozart. Leporello, el criado, va tomando nota de todas los romances de Don Juan y crea un archivo que después recita en el aria del catálogo. Leporello, el criado, cataloga los comportamientos de su amo. A veces, internet nos conoce más de lo que nos conocen nuestros seres cercanos, incluso más de lo que nos conocemos a nosotros mismos.
Cómo los drones detectan un blanco. Además de los misiles que dispara, tienen dispositivos para intervenir comunicaciones y son capaces de saber dónde está su objetivo, con quién habla y qué dice. A través de ciertos patrones de comportamiento, el dron es capaz de predecir si esa persona es una amenaza, un terrorista de Al Qaeda o del Estado Islámico, por ejemplo. Construye el perfil de la persona hasta que finalmente se decide si esa persona merece ser el blanco de un misil. Por supuesto, por el momento esa decisión se toma la toma un ser humano. Pero, en realidad, la mayoría de las informaciones que determinan si la persona es un terrorista o no las proporciona el propio dron. O sea, que entre entre la decisión humana y la automatización directa hay un solo paso que no se dio por las protestas de varios científicos. Las campañas publicitarias nos apuntan no con misiles, sino con publicidad. Lo cual es mucho menos dañino, claro. Pero se podría decir que obedecen al mismo funcionamiento: crean perfiles y patrones de comportamiento.
Ana Ramírez, entrevista a Dardo Scavino: "Los humanos estamos más cerca de los autómatas que de los dioses", el confidencial.com 11/05/2022
Adam Smith desconcertó con algo más escandaloso aún: demostró que el progreso no se debe a la caridad, sino al egoísmo. Dijo textualmente: “No obtenemos los alimentos por la benevolencia del carnicero, del cervecero o el panadero, sino por la preocupación que tienen ellos en su propio interés, sus necesidades, sus ambiciones.” No nos dirigimos a sus sentimientos humanitarios, sino a su egoísmo cuando reclamamos esos objetos, porque de lo contrario ellos no producirán ni se ocuparían de exhibir sus productos y venderlos. Ocurre que la palabra egoísmo se ha cargado de color negativo, sin entenderse su funcionalidad. El egoísmo no debe ejercerse contra el prójimo, sino para atenderse a uno mismo sin dañar al otro. Y el otro debe comportarse del mismo modo. El mundo no funciona sobre la base de la clemencia.
Utilizando distintas palabras, puede decirse que siempre se actúa según el deseo o el interés de cada uno. Es propio de la vida en general. Los esfuerzos que se realizan para incrementar la solidaridad y el bien de amplias comunidades oscurecen el motor que trabaja desde el fondo de los inconscientes. Un sabio se esmera en señalar los caminos virtuosos y un delincuente en realizar un exitoso delito. Pero cada uno opera a partir del impulso que le llega desde sus oscuras profundidades. Es horrible lo que suele hacer el delincuente, pero opera siguiendo su deseo, no el del otro.
Marcos Aguinis, El inmortal Adam Smith, Letras Libres 01/05/2022
Según estudia Raoul Girardet en Mitos y mitologías políticas, todas estas fantasías, que los políticos llaman “relatos”, y que yo prefiero llamar “cuentos”, suelen organizarse en cuatro familias.
Primero está la familia mítica de la edad de oro, que suspira por un pasado feliz y glorioso, en el que las naciones, religiones o razas todavía no se habían adulterado ni mezclado. Edad que muchos consideran dichosa, no tanto porque se ignorasen las palabras de tuyo y mío (lo cual podría darle malas ideas a los cabreros), sino porque cada uno estaba en su casa y Dios en la de todos. Si fuese una bandera, su lema sería: “Orden y regreso”.
En segundo lugar se halla el mito del complot, que responsabiliza de todos los males a algún grupo malévolo o resentido, que estaría dispuesto a maquinar contra la buena gente de toda la vida con el objetivo de hacerse con el poder. De este modo, la angustiosa complejidad del mundo, que nos envuelve como una niebla contra la que no sabemos cómo luchar, se transforma por arte de magia en una serie de miedos, simples y concretos, que creemos poder conocer y controlar. En política y en religión, contra el diablo se vive mejor.
En tercer lugar está el mito del líder carismático, del que se espera que libere a la comunidad amenazada por las fuerzas del mal. Son los Jeremías que anuncian la inminencia de un apocalipsis que nunca se produce, los Savonarolas que caminan descalzos sobre las brasas de la hoguera de las vanidades, los Torquemadas que juran coger por los cuernos a un demonio de paja que ellos mismos han rellenado, los timoneles que prometen devolvernos a Ítaca de una tacada, y los caudillos, los führer y demás flautistas de Hamelín que, en vez de llevarse las ratas al río, se llevan a los niños a la guerra.
En cuarto y último lugar se halla el mito de la unidad. Religiosa, nacional, racial, no importa, porque lo que realmente la define es el odio que siente hacia sus enemigos, exteriores o interiores, casi siempre tan imaginarios como ella misma. Desarreglada por un estado permanente de excepción, la comunidad se siente legitimada a mentir, a marginar o a matar en defensa propia, erigiéndose de ese modo en una verdadera unidad de desatino en lo universal.
Nadie se halla libre de la fascinación de las mitologías políticas. Nos prometen orden en vez de caos, sencillez en vez de complejidad, seguridad en vez de miedo y compañía en vez de soledad. De lejos son sirenas marinas, y su canto es hipnótico, pero una vez que nos hemos arrojado a sus brazos se tornan sirenas antiaéreas y no tardan en caer las bombas. No hace falta ser Homero para saber que sólo existe un remedio para que no nos lancemos todos al mar, y es que nos atemos al mástil de la justicia social y nos tapemos los oídos con la cera de una educación verdaderamente ilustrada. Quizá así podamos hacer más amable el viaje, porque de volver a Ítaca ya podemos irnos olvidando. Y no pasa nada, porque, como dijo Kavafis, nos basta el largo camino.
Bernat Castany Prado, El líder carismático, el complot, el pasado glorioso: los mitos de la política producen monstruos, El País 26/05/2022
Fuera de Estados Unidos, los tiroteos masivos ocurren muy raramente. ¿Por qué son tan frecuentes ahí? Según la derecha estadounidense, no es porque sea un país en el que un joven de 18 años perturbado pueda comprar fácilmente armas militares y un chaleco antibalas. No, sostiene Dan Patrick, vicegobernador de Texas. Es porque “somos una sociedad ruda”.
Ya sé que decirlo es un esfuerzo inútil, pero imagínense la reacción si un destacado político liberal declarara que la razón por la cual Estados Unidos tiene un grave problema social inexistente en otros sitios es que los estadounidenses somos malas personas. Los comentarios no tendrían fin. Pero cuando es un republicano quien lo afirma, apenas levanta un murmullo.
Supongo que tengo que decir, para que conste, que personalmente no creo que los estadounidenses, tomados de uno en uno, sean peores que nadie. Si acaso, lo que siempre me ha llamado la atención al volver de viajes al extranjero es que, por término medio, son (o eran) excepcionalmente amables y agradables de tratar. Lo que nos distingue es que a las personas que no son amables les resulta muy fácil armarse hasta los dientes.
Vale, creo que todo el mundo se da cuenta de que nada de lo que dicen los republicanos sobre cómo responder a los tiroteos masivos se traducirá en verdaderas propuestas políticas. Ni siquiera intentan darles una explicación. Al contrario, se limitan a hacer ruido para sofocar el debate racional hasta que la última atrocidad desaparece del ciclo informativo. Lo cierto es que los conservadores consideran que las matanzas a tiros y, de hecho, la tasa asombrosamente alta de muertes por arma de fuego en EE UU, son un precio aceptable por seguir defendiendo su ideología.
¿Pero qué ideología es esa? Yo diría que, si bien hablar de la singular cultura de las armas estadounidense no es del todo erróneo, resulta demasiado limitado. A lo que realmente estamos asistiendo es a una agresión a gran escala a la idea misma del deber cívico, de que la gente debe seguir ciertas reglas, aceptar algunas restricciones a su comportamiento, para proteger las vidas de sus conciudadanos.
En otras palabras, deberíamos considerar la vehemente oposición a la regulación de las armas como un fenómeno estrechamente relacionado con la vehemente (y muy partidista) oposición a la obligatoriedad de las mascarillas y a las vacunas ante una pandemia mortal, así como a las normas ambientales como la prohibición de los fosfatos en los detergentes, entre otras cosas.
¿De dónde viene este odio a la idea del deber cívico? No cabe duda de que, en parte, como casi todo en la política estadounidense, tiene que ver con la raza. Sin embargo, algo que no refleja es nuestra tradición nacional. Cuando oiga hablar de la educación en casa, recuerde que EE UU prácticamente inventó la educación pública universal. Antes, la protección del medio ambiente no era un asunto partidista: la Ley de Aire Limpio de 1970 fue aprobada por el Senado sin un solo voto en contra. Y dejando a un lado la mitología de Hollywood, la mayoría de las ciudades del Viejo Oeste imponían límites más estrictos a la posesión de armas de fuego que los del gobernador de Texas Greg Abbott.
Como ya he indicado, no acabo de entender de dónde viene esta aversión a las normas básicas de una sociedad civilizada. Ahora bien, lo que está claro es que las mismas personas que más levantan la voz hablando de “libertad” están haciendo todo lo posible para convertir a EE UU en una pesadilla distópica al estilo de Los juegos del hambre, con puestos de control por todas partes vigilados por hombres armados.
Paul Krugman, La guerra republicana contra las virtudes cívicas, El País 28/05/2022
Kant, Sobre el fracaso de todo ensayo filosófico en la Teodicea (1791)
Difícilmente puede ser sacrificado el sufrimiento, y la maldad que los hombres originan, en aras de unas metas morales que se alcanzarían en un final armonioso, sea intrahistórico o suprahistórico, concedido por Dios.
Para Kant no es posible afirmar que el mal moral sea un medio o un fin desde el que Dios podrá conseguir un bien para el hombre. Ello implicaría una instrumentalización del mal, difícilmente justificable al atentar contra la santidad de Dios. Este enfoque llevaría consigo que el mal moral quedara exculpado por ser derivado de la débil naturaleza humana, surgida de las manos del Creador.
… no sólo se está eximiendo a quien lo comete de su responsabilidad, sino que igualmente cabría cuestionar por qué Dios ha creado al hombre con tan deficiente naturaleza que le posibilita cometer atroces crímenes. Y si se responde que el Creador no quiere que el hombre realice el mal moral, pero lo “permite” en aras a otros fines morales más elevados, entonces habrá que reconocer que no es omnipotente.
Hume, Diálogos sobre Religión Natural (1776)
"¿Quiere Dios prevenir el mal, pero no puede?, entonces es impotente. ¿Puede, pero no quiere? Entonces es malévolo. ¿Puede y quiere?, entonces ¿de dónde sale el mal?" (David Hume, Diálogos sobre religión natural, X capítulo)
… ¿cómo es posible que Dios exista y sea además bueno al mismo tiempo que se evidencia de un modo tan real en la vida humana la maldad moral y el sufrimiento?
… el mal físico y el mal moral constituyen en Hume un fuerte impulso para la reflexión, aunque ambos tipos de mal superan nuestras capacidades de comprensión intelectual. Parece que el silencio se impone ante la ausencia de explicación o justificación de las desgracias humanas, algunas provocadas por la libertad. Otros por la fuerza descontrolada de la naturaleza (el terremoto de Lisboa, 1755)
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... yo postulo de entrada que un ateo es alguien para quien la idea de una mente divina creadora del mundo no tiene utilidad ni sentido alguno. Visto así, el ateísmo no quiere decir gran cosa. Simplemente significa la ausencia de la idea de un dios creador.
Muchas de las prácticas que se reconocen como religiosas expresan la necesidad de dar sentido al tránsito humano por este mundo. Puede que todo sea «nacer, copular y morir» después de todo, como dice el Sweeney Agonistes de T. S. Eliot: «A eso se reduce la vida toda». Pero los seres humanos han sido reacios a aceptarlo y se esfuerzan por otorgar a sus vidas una significación más que humana. Los animistas tribales y los practicantes de las grandes religiones del mundo, los devotos de las sectas que creen en los platillos volantes y las hordas de fanáticos que han matado y han muerto por los credos seculares modernos dan fe, todos, de esa necesidad de sentido. Con su reverencial invocación del progreso de la especie, el descreimiento proselitista de los últimos tiempos obedece a ese mismo impulso. La religión es un intento de hallarle un sentido a los hechos, no una teoría que trate de explicar el universo.
El ateísmo no es una visión del mundo que se haya ido repitiendo tal cual a lo largo de la historia: han existido múltiples ateísmos con cosmovisiones contradictorias. En la Grecia, la Roma, la India y la China antiguas, había escuelas de pensamiento que, sin negar que los dioses existieran, estaban convencidas de que éstos no se interesaban por los asuntos humanos. Algunas de esas escuelas elaboraron versiones tempranas de la filosofía que sostiene que todo lo que hay en el mundo está compuesto de materia. Otras se abstuvieron de especular acerca de la naturaleza de las cosas. El poeta romano Lucrecio pensaba que el universo se compone de «átomos y vacío», mientras que el místico chino Zhuangzi, siguiendo las enseñanzas del (posiblemente mítico) sabio taoísta Lao-Tse, consideraba que el mecanismo del mundo era inaprehensible para la razón humana. Dado que la visión que uno y otro poseían de la realidad no contemplaba la existencia de una mente divina creadora del universo, ambos eran ateos. Pero a ninguno de los dos les preocupaba «la existencia de Dios», pues tampoco concebían la idea de un dios creador que tuvieran que cuestionar o rechazar.
Si muchas son las religiones diferentes que existen y han existido, no son (y han sido) menos los ateísmos distintos. El ateísmo del siglo XXI casi siempre se ha manifestado como una forma de materialismo. Pero ésa sólo es una de las visiones del mundo que los ateos han suscrito a lo largo de la historia. Algunos ateos –como el filósofo decimonónico alemán Arthur Schopenhauer– estaban convencidos de que la materia es una ilusión y de que la realidad es espiritual. De hecho, no existe una «visión atea del mundo». El ateísmo simplemente excluye la posibilidad de que el mundo sea obra de un dios creador, pero ésa es una posibilidad que no encontramos en la mayoría de religiones.
John Gray, Siete tipos de ateísmo, Sexto Piso, Madrid 2018
Uno de los rasgos que define a estas personas es que se les da peor percibir lo aleatorio: es decir, tienen una mayor tendencia a observar patrones donde solo hay unos puntos colocados al azar, a ver una cara donde solo hay unas sombras. “Los resultados muestran una mayor consistencia cuando las tareas de toma de decisiones perceptuales involucran la identificación de un rostro, y los creyentes cometen significativamente más identificaciones erróneas y falsos positivos que los escépticos”, concluye el estudio. Este factor se explica solo: si ante un estímulo ambiguo creemos observar algo concreto y definido como una cara, es más fácil que aparezcan fenómenos inexplicables en nuestro entorno.
La neurocientífica Susana Martínez-Conde ve claro el mecanismo que lo explica: “Nuestro cerebro está siempre intentando conectar causa y efecto o está intentando siempre buscar explicaciones y atribuir significado a cosas que no lo tienen”. “Gran parte de la información que nos rodea es aleatoria, caótica, desordenada y nuestro cerebro intenta imponer un orden. Eso nos ha servido de mucho a lo largo de la evolución, pero claro, también podemos conectar causas y efectos de manera incorrecta”, explica. Esto genera tanto supersticiones como pensamientos paranormales, según Martínez-Conde, o incluso las ilusiones que experimentamos cada vez que vamos a un espectáculo de magia y vemos que el mago hace un gesto con la varita y desaparece el conejo.
Javier Salas, En la mente de los que creen en lo paranormal, El País 04/05/2022
La inteligencia artificial se ha ido infiltrando en la mayoría de los ámbitos de nuestras vidas. En la última década, el impacto de los algoritmos ha generado importantes efectos económicos y sociales en todo el mundo. Y el ámbito judicial no ha sido impermeable a esta gran transformación. Los problemas de lentitud, ineficacia y politización que se atribuyen a los sistemas judiciales occidentales han impulsado el uso de algoritmos en estas instituciones. Para paliar dichas deficiencias la IA promete un incremento exponencial de la eficacia y de la neutralidad en la toma de decisiones.
Los expertos partidarios de introducir estos nuevos sistemas matemáticos consideran también que la justicia podría ser más objetiva cuando aborda un problema porque no se ve afectada por las emociones. Sin embargo, existen muchas voces que piden ser muy precavidos ante estas consideraciones porque, como indica el magistrado del Tribunal Superior de Galicia, Luis Villares, “el algoritmo no es capaz de detectar las razones por las cuales se producen las conductas humanas”.
Razonamientos semejantes se originan en relación al comportamiento de la IA sobre las decisiones judiciales respecto al sesgo por género, ideología o creencias religiosas. Ante tales circunstancias, la gran promesa de los algoritmos es la neutralidad ideológica y la imparcialidad política. “Y este es el argumento más sencillo para demostrar que, en el ámbito legal, no puede existir una inteligencia artificial neutral, porque alguien diseña el software”, expone Markus Gabriel, filósofo de la Universidad de Bonn.
‘Justicia artificial’ explora las inquietantes cuestiones que plantea esta transformación digital y se pregunta si necesitamos de sistemas algorítmicos para conseguir una justicia verdaderamente más neutral, menos sesgada y con mayor independencia política. Y, por encima de todo, una cuestión: ¿estaríamos dispuestos a ser juzgados y sentenciados por algoritmos?
Querido Manel,
Tu carta es deliciosa, plagada de sentido del humor, sinceridad e ingenio. Empezaré por el final: nos vemos, sí, el próximo domingo y lunes estaré ahí presentando un libro, esta vez no mío. ¿Te apuntas a lo que surja, comida, cañas, cena...? Tienes en la tarjeta adjunta la cita, pero puede haber otras.
Te agradezco de veras la seriedad con que me has tomado y sé que eres sincero cuando dices que mi entrevista te removió. No me extraña tanto. A pesar de que todos parecemos hechizados, todos estamos a la vez aguardando algo, incluso necesitaríamos un "milagro". Como dice Aksel, un personaje inolvidable de La peor persona del mundo: "Estoy harto de fingir que todo va bien".
En mi caso concreto, el diagnóstico es rotundo: mi vida es muy dudosa, necesito otra transformación (cuando creíamos haber llegado a puerto, dice Leibniz, nos sentimos arrojados de nuevo a alta mar). Quiero decir que es inseparable esta entrevista "tardía", este próximo verano cumplo 70 años, de la urgencia de hacer cuentas, cuanto antes. Y a ser posible, no dejar muchas deudas pendientes.
Tu simpática frase, Dios ya tuvo su momento, me recuerda aquel chiste de un conocido cómico estadounidense (aunque a lo mejor la plagió, como todo lo suyo): "Si Dios existe espero que tenga una buena disculpa". Efectivamente, el estado del mundo es un escándalo. ¿Para qué existe "Dios", cualquier valor que queramos convertir en valor supremo, si el mundo es una vergüenza? Para que tengamos sentido del humor y del humor, para darnos el valor de resistir y esperar, intentando interpretar los signos. La tarea es siempre adivinar el presente, pues el futuro vendrá por añadidura: ¿Dónde estamos, verdaderamente? Quizá lo que parece bueno (Zelenski, Obama) no lo es tanto. Quizá lo que parece horrible (Putin) no lo es tanto. Por ejemplo, para mí el espectáculo es el infierno, pero no descartaría que dentro de él también pueda haber milagros. American beauty fue muy premiada, y sin embargo es maravillosa. Desde que vi La grande bellezza ya no sé qué pensar de Rafaela Carrà, por ejemplo. Siempre he odiado a Elvis, pero ¿quién sabe? Etcétera.
Pasó su momento, dices con mucha gracia, y no creo que sea bueno resucitarlo. "Nadie parece estar por la labor, quizá tú eres la excepción". Pienso, sin embargo, que no hay el momento. Cualquier momento es bueno para una epifanía, pues vivimos esencialmente igual que en el s. VII antes de Cristo: a la vez en el infierno y a un paso de otro cielo. En el limbo de una indecisión, mejor dicho: donde nunca puede ocurrir nada entre nosotros, por eso nos pasamos el día buscando obscenidades.
Nunca es al momento, siempre lo es. Es urgente romper cuanto antes con "la superstición de la cronología" (Weil), la gran creencia de este Occidente laico, decadente, de ojos y oídos tardíos. La religión del Progreso es el retiro de una cultura cansada, asustada de que la vieja vida mortal siga. Sobre esto Nietzsche fue bastante clarividente.
Por mi parte, no creo ser una excepción precisamente en este plano. No creo ser la única persona que necesita una resurrección, otra posibilidad. Y quizá sin romper con nada, más bien uniendo de otro modo los pedazos, los restos del naufragio. Sin una revolución, otra resurrección, otro arte de las dosis, ¿cómo vivir ya, cómo escalar la cima del propio corazón, la de una muerte propia, que no sea amarga?
Resucitar a Dios es resucitar la posibilidad de otro materialismo, que pueda y envuelva el espíritu del capitalismo. Pues de un espíritu, de una metafísica se trata: el despegue, la separación. Tenemos dos manos. No es necesario tanto enfrentarse a la infamia como infiltrarse en ella, envolverla. Huir de esta gigantesca cárcel sin paredes, que se confunde con nuestra segura diversión, ingresando hacia el interior.
Una cosa que no comenté, y que odio, es esta extensión de un protestantismo laico que permite una relación directa e interior con "Dios" (aunque ese Dios sea solo el de la visibilidad y el éxito), relación que hace al prójimo inescrutable, enredado en estrategias de selección permanente. Estrategias teñidas del simulacro de un catolicismo cálido e inclusivo. Reencarnado en los cuerpos, el capitalismo se ha reencantado. Pero un día descubres que no existes para ese prójimo sonriente más que en la medida en que su estrategia pasa por ti. Por eso la obsesión de la visibilidad, porque hemos perdido el hilo oculto que mantiene lo visible. Hemos perdido la presencia real, la fe en lo sensible, de ahí la huida masiva hacia lo virtual. Frente a toda esa idolatría del Yo, esto a favor de la violencia, de una violencia inclusiva. Esto también es Dios.
No se trata de humillar más a los hombres, ya lo están bastante. Se trata de ayudar a rebelarse, aunque esa rebelión pueda tomar mil formas, algunas parezcan estúpidas, y no todas tengan que parecerse a las de Irene Montero o Paul B. Preciado.
Después, una cosa muy importante es que el dolor, el tormento, es inevitable. Spinoza decía algo así como que sufrimos porque somos parte, no todo. Quizá también Dios es parte, por eso comparte el sufrimiento de los hombres. Los accidentes vienen, las desgracias vienen, a veces por caminos inesperados. Como la necesidad de lo que ocurre es insondable, como la tempestad del afuera es inevitable, más útil que preguntarse "Por qué" han ocurrido las cosas es tal vez un "Para qué", intentando convertir la inevitable basura en estiércol, en abono. Hacer algo con lo que nos ha marcado. Esto no es exactamente resignación. Es también una rebelión inteligente, de hormigas, que no siempre puede pretender asaltar espectacularmente "los cielos".
El mal viene de vivir, de morar en una existencia que nunca ha sido nuestra, "del hombre". La religión positiva de la Ilustración ha sido, en este sentido, funesta. Ha convertido la historia, absolutizada como un último Reich, en un holocausto. Nos ha incapacitado absolutamente para aquella inteligencia estoica y cristiana de interpretar los signos, de convertir los accidentes en un monumento duradero.
La modernidad nos ha incapacitado, en suma, para intentar la subversión de la aceptación. Ninguna renuncia (Lispector) deja de transformar lo aceptado. Deleuze, siguiendo a Nietzsche, decía: una tontería, un error, una bajeza vistos en su eterno retorno ya no son la misma tontería, error o bajeza.
En fin, querido Manel, esto es lo que se me ocurre al hilo de tu ingenio. Ha sido un placer. Estaré encantado de continuar contigo esta conversación y sus diferentes barrios.
A ver si nos vemos sábado o domingo. Un abrazo,
Ignacio
19/05/2022
Dios ya tuvo su momento, no creo en la necesidad de resucitarlo. Nadie está por la labor, a lo mejor tú eres la excepción. Tampoco creo que sea necesario y puede que incluso contraproducente. Sí que estoy de acuerdo contigo que bajo el manto divino se escondían nuevos mantos y bajo estos, otros, indefinidos mantos, a la manera de pequeñas muñecas rusas (sí, siempre nos quedará Rusia) encajadas bajo otras más grandes. En un momento se pensó que rota la primera muñeca se venía abajo todo el tinglado, aunque por lo que parece las pequeñas muñecas cobraron vida propia. El problema no es que nadie crea, sino que se cree demasiado, existe una epidemia de creencias como muñecas en las tiendas de souvenirs.
Tu tarea parece ser es la de recuperar los mejores fragmentos conservados que sirvan para restaurar la original, pero dudo que el resultado sea el óptimo. A pesar que la técnica del pegado haya mejorado y el asesoramiento arqueológico busque liberarse de todo anacronismo, difícil será no apreciar las costuras, aunque casi invisibles, que conectan y delimitan las diferentes piezas.
Ya los griegos destacaron la hybris, el endiosamiento, como una constante humana, aunque tuvieron que pasar siglos para entronizar la figura del hombre en el centro, desde entonces el proceso parece que no tenía intención de detenerse. La tecnología al hombre le ha sido de gran ayuda, le ha llevado de la mano a lo largo de este camino para situarlo por encima de Dios. Sin embargo, la acompañante en cualquier momento, no demasiado lejano, si ya no se ha dado, le presentará la factura del servicio; la criatura va a poner de rodillas a su creador, de la misma manera que éste lo hizo con el suyo. Lo ilimitado del sueño tecnológico (re)ahogará a Narciso en su propia salsa hasta que quede reducido en la mayor de las insignificancias.
¿Sería esta humillación e irrelevancia de lo humano la condición, que como algunos ya plantearon, para que pueda reavivarse de nuevo la llama de la creencia en Dios? Desde la perspectiva de una teodicea actualizada, la ausencia divina sería el estadio necesario para preparar su apoteósico regreso. Para eso, la diabólica máquina habría sido sin saberlo cómplice de Dios durante un período de tiempo que ha allanado el camino para recobrar el lugar privilegiado que le corresponde.
Tú dices el “silencio de Dios” es necesario: la crueldad, la muerte incluso de inocentes, el genocidio, Eurovisión y Chanel … ha de entenderse como una oportunidad. Qué grande es la sabiduría divina y qué necios los humanos. Un eslogan que circula en el circuito de la literatura de la autoayuda viene a decir casi lo mismo: en China a la crisis le llaman oportunidad. No estoy seguro si los divulgadores de este lema han leído a Leibniz.
De verdad, que tus palabras me han generado muchas ideas, no te las he respondido todas, tu pensamiento es denso y parece que está bastante consolidado, yo necesito todavía recuperar el tema religioso que tenía olvidado y que tu entrevista me ha hecho recordar. Si quieres más adelante podríamos contrastar más cuestiones cuando lo tenga más elaborado. Como escribe Hume en el libro X de Diálogos sobre religión Natural: “Las viejas cuestiones de Epicuro continúan sin encontrar respuestas: ¿Dios quiere prevenir el mal, pero no puede? Entonces es impotente. ¿Puede, pero no quiere? Por tanto, es malévolo. ¿Puede y quiere? Entonces, ¿de dónde sale el mal?”.
Acabo con una anécdota de judíos en relación a la “indiferencia” de los dioses respecto a los affaires humanos: “Esto va de dos judíos que están contando chistes sobre el Holocausto. De repente aparece Yahvé: ¿Cómo os atrevéis a hacer bromas sobre el Holocausto?, les pregunta. Y los judíos al unísono le responden: “Y tú qué sabes si no estabas?”.
16/05/2022
Gracias por estimularme.
Nos vemos
Manel
...en qué medida podemos considerar a Dios, en parte, co-responsable de la maldad derivada de la libertad, sobre todo, si se sigue manejando la idea de que tal ser todopoderoso es el creador del cosmos y de la humanidad. Es este problema nuclear la fuente intelectual de lo que se denominó en la cultura occidental, al menos a partir de Leibniz (inventor del termino), Teodicea, es decir, “justificación de Dios ante el mal en el mundo y en el hombre”.
Leibniz se propuso mostrar la compatibilidad de la existencia del mal (metafísica, física y moral) en el mundo con la de un Dios omnipotente, omnisciente y bueno.
No se trata de considerar a Dios responsable último del mal que el hombre realiza, sino más bien de constatar que “lo permite” en aras de otros bienes superiores que el propio hombre con esfuerzo puede alcanzar o que el mismo Dios es capaz de otorgar con sabiduría, superando así las graves consecuencias de las maldades humanas.
Todo lo que acontece tiene un por qué y un para qué, nada es resultado de la causalidad. El mal, en sus diversas variantes, ha de ser integrado en un plan divino que la razón humana, aunque no pueda penetrar del todo, sí es capaz de comprender en sus líneas generales, explicar de modo inteligible el origen y el sentido del mal que los humanos padecemos o provocamos.
Dios es algo así como un genial arquitecto y matemático que elige, entre numerosos proyectos de mundos posibles que contempla en su entendimiento, aquel que globalmente considerado resulta el mejor de todos, y por ello lo crea voluntariamente, le otorga existencia. Dios no elige de modo azaroso y arbitrario, sino que siempre actúa de manera racional e inteligible, dada su capacidad para abarcar la totalidad de lo real.
Desde esta perspectiva globalizadora no es extraño mantener que Dios ha creado el mejor de los mundos posibles, porque no le queda más remedio que elegir lo mejor, de lo contrario no podría ser considerado como la suma perfección. Pero que Dios escoja lo mejor, no significa que sea siempre lo mejor para los hombres en particular.
… siendo Dios perfecto, omnisciente, omnipotente y bueno, ha creado el mejor de los mundo posibles, a pesar del mal metafísico (imperfección del cosmos), del mal físico (el dolor y el sufrimiento humano y del mal moral (el pecado realizado libremente por el hombre).
El mal es un ingrediente de este mundo porque así lo ha previsto y querido Dios. Lo cual nos hace pensar que gracias a los males que padecemos o provocamos (y que el ser perfecto permite) será posible alcanzar y gozar de mayores bienes, desde una perspectiva universal que a los humanos se nos escapa, sometidos al espacio y al tiempo, condicionantes de nuestra visión particular de lo que acontece.
Es inevitable que lo creado sea imperfecto; solo Dios es perfecto. Pues bien, en ello radica la posibilidad de que el mal moral, derivado de la acción libre, se haga presente en el mundo.
Aunque Dios es bueno, y ha creado al hombre a su imagen y semejanza, esta criatura finita y libre puede realizar malas acciones, pecar. Por consiguiente, el mal moral y el físico (dolor y sufrimiento) proviene del mal metafísico. Es decir, de la imperfección de la criatura.
… aunque Dios, por supuesto, no es la causa de las malas acciones de los hombres, desde su omnisciencia las prevé, y a pesar de su omnipotencia las permite.
El ser humano, aunque su libertad es siempre limitada, en tanto que criatura, puede elegir entre el bien y el mal. Sin aquella facultad no estaríamos ante seres racionales. No es posible pensar en un mundo de personas sin libertad y, por tanto, sin la posible ejecución de maldades. Y este es “el mejor mundo posible”. Es tal el valor de la libertad, que si Dios hubiera creado seres inclinados siempre a realizar acciones buenas, sin capacidad para hacer el mal, ese mundo sería menos valioso, no sería “el mejor de los posibles”.
Por consiguiente, los males que el sujeto libre ocasiona, globalmente considerados un “mal menor”, si pudiéramos compararlo con el bien total que supone la creación de seres racionales libres (Teodicea, 23-25).
El mundo humano creado desde la perfección y santidad divinas merece la pena, aun a riesgo de que las criaturas racionales y libres podamos inclinarnos en ocasiones por las más abominables maldades.
Enrique Bonete Perales, La maldad. Raíces antropológicas, implicaciones filosóficas y efectos sociales, Cátedra, Madrid 2017, págs. 34-43
Con su divisa ¡Aplastad al infame!, Voltaire quería movilizar a sus lectores contra el cristianismo, ayudado por un conocimiento de la Biblia y una irreverencia satírica deslumbrantes. De familia burguesa, había estudiado en el colegio de los jesuitas Louis-le-Grand, que solo recibía a jóvenes de la nobleza o de la alta clase media. “Estoy harto de oír decir que doce hombres bastaron para establecer el cristianismo, tengo ganas de probarles que solo hace falta uno para destruirlo”, escribió. A sus 83 años, se le levantó la prohibición de vivir en París. El regreso fue apoteósico. Murió un año después. “No temo a la muerte, pero siento una invencible aversión con el modo de morir dentro de la Iglesia católica. Encuentro ridículo que le den a uno los santos óleos para partir al otro mundo, como cuando se manda engrasar los ejes del coche para salir de viaje”, había confesado a Federico II de Prusia.
Juan G. Bedoya, ¿Aplastad al infame!: la consigna de Voltaire para movilizar a sus lectores contra el cristianismo, El País 09/05/2022