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Hobbes, en dir que l’home era un llop per a l’home, no feia una descripció de les relacions entre els individus, sinó que volia reflexionar sobre la diferència entre l’estat de naturalesa i l’estat civil. Però el pensador anglès sabia una cosa que els seus lectors superficials i apressats han tendit a oblidar: que els humans mai hem viscut de debò en l’estat de natura perquè sempre hem estat animals socials i dotats de paraula.
Pensar l’home com a llop és un experiment mental que ens permet copsar la diferència que hi ha entre viure en una societat, protegits per les lleis, i viure a la intempèrie en la brutalitat. Hobbes va afegir encara una altra cosa. L’estat de natura és també un estat de guerra i de manca de llei. Al contrari del que li fan dir els manuals de filosofia escrits amb poca cura, Hobbes defensà que no és la natura el que dicta la conducta humana sinó que són els humans els qui es creen (o es maquinen) la seva societat i la seva política. Déu i la natura no tenen res a veure en tot plegat... cosa que òbviament no va agradar gaire a l’Església i el va portar de pet a Índex de llibres prohibits... i a convertir-se en pastura de simplificacions abusives.
Quan Hobbes empra el text de Plaute ho fa com un avís, perquè el seu país està immers en una guerra civil i perquè s’adona que la llopada bèl·lica està destruint la vida civil. Al cap i a la fi, si triomfen els llops la vida serà "solitària, pobra, tronada, brutal i curta”, com va escriure al Leviatan. Viure matant i morint no és el destí dels humans, ni el fat irreversible de la natura.
Ramon Alcoberro, Humans com llops?, El Temps 20/03/2021
La palabra Dios ha dejado de ser conveniente, aunque la gramática de algunas frases exige un sujeto. Dios no es nada. Lo divino es todo. Darwin certificó lo primero. Spinoza, Zambrano y Whitehead, lo segundo. Mientras tanto, Nietzsche acuñó la célebre frase. Mucho antes de todos ellos un dominico alemán rescató un viejo mito. Un mito védico que comparten otras culturas. Un mito sencillo. Dios se ha vaciado en la creación. Lo ha dado todo y de él ya nada queda, salvo los trozos dispersos en los corazones de todo lo que vive. Esa es, a grandes rasgos, la visión de Eckhart, que, como era de esperar, escandalizó a su tiempo.Juan Arnau, Maestro Eckhart: Dios no es nada, El País 19/03/2021 [https:]]“No hay noche que no tenga luz, pero está oculta. El sol brilla también en la noche, pero está oculto. Durante el día brilla y oculta la luz de las estrellas. Del mismo modo actúa la luz divina, que oculta las otras luces. Lo que buscamos en las criaturas es todo noche”. (Maestro Eckhart, ‘El fruto de la nada’)
Álex Vicente, Paul Preciado: "A veces, se me olvida que soy un hombre", El País 13/03/2021
La crisis sanitaria no fue consecuencia de ninguna conspiración y su salida no será un acto de magia o brujería. La razón y la libertad son las principales facultades de las que disponemos para entender y gestionar ese contexto limitante en el que nos movemos. Tanto quienes aseguran que esto nos pondrá por fin en la dirección correcta como quienes están convencidos de que volveremos a las andadas se equivocan en un asunto central: los humanos somos seres que estamos continuamente experimentando, que nos adaptamos, que discutimos acerca de la interpretación más adecuada de lo que nos está pasando, que aprendemos, aunque sea mal y tarde, pero que todo eso lo hacemos en un contexto en el que hay elementos de necesidad y de libertad.
La pregunta acerca de si aprenderemos de la crisis no se puede contestar porque esas dos condiciones (la necesidad y la libertad) son muy imprevisibles. Cuáles serán nuestros márgenes de acción, qué nuevos desafíos nos acechan, son cosas que pueden y deben ser anticipadas en la medida de lo posible, pero que no se nos van a desvelar con toda claridad. Y que somos seres realmente libres se acredita en el hecho de que no sabemos de antemano cómo vamos a reaccionar a los acontecimientos que se nos vayan presentado; ni los graves errores que hemos cometido a lo largo de la historia (también de este histórico año) ni los éxitos o las hazañas (que las ha habido en abundancia durante la crisis sanitaria) nos permiten realizar pronósticos seguros. Más aún: en esa indeterminación del futuro reside la grandeza de nuestra frágil condición. No aceptaríamos renunciar a nuestra libertad si esa fuera la condición de un futuro seguro. Lo que hayamos de aprender, hagámoslo en el entorno abierto e indeterminado de la libertad y la democracia, sobre todo porque no se puede aprender de otro modo.
Daniel Innerarity, El conocimiento tras la pandemia, La Vanguardia 13/03/2021
"El monje Guillermo de Ockham, a diferencia de Platón, pensaba que no es necesaria tanta elucubración metafísica, tanto ascenso al mundo de las ideas, y que había que fijarse más en lo material, centrándose en explicaciones que son eficaces en el mundo real", explica González Serrano. "Por eso se dice que le cortó las barbas a Platón", continúa, "porque, de algún modo, le cortó las alas… aunque a ambos filósofos los separan casi quince siglos", ríe. El propio nombre del axioma, acuñado en el siglo XVI, hace referencia a la relación entre ambos pensadores. La simplicidad de la máxima de Ockham "afeitaba como una navaja" las barbas complejas de Platón, quien tenía en cuenta, en su pensamiento, multitud de factores —o entidades— físicos, del terreno de las ideas y, también, matemáticos. Así las cosas, tal y como contaron filósofos posteriores a ambos, la simpleza de Guillermo de Ockham llegó para ejercer de contrapunto a la complejidad platónica.
"La mayor parte de las críticas a la filosofía de Ockham", apunta el profesor, "llegan, precisamente, por pecar de sencilla, por ser insuficiente". Ese 'sencillismo' podría excluir, en muchas ocasiones, por ejemplo, aspectos éticos o morales por no hallarse entre las soluciones más sencillas a un problema. Existen muchos pensadores que se postularon en contra de esa simpleza, si bien es cierto que las teorías anti-navaja más conocidas son las de los filósofos Gottfried Leibniz y las de un contemporáneo del propio Ockham, Walter Chatton, que rebatió al monje opinando algo así como que siempre que fuera necesario añadir un detalle o una perspectiva más para lograr que una explicación fuese completa, habría que hacerlo. Tendía, por lo tanto, a la complejidad. Por su parte, Leibniz contrapone el principio de Plenitud a la navaja de Ockham. Según el alemán, en el universo "ocurrirá todo lo que sea posible que ocurra", por lo que las posibilidades para encontrar una explicación a un enigma o un problema serían infinitas, muy al contrario de lo que propone la sencillez de la navaja de Ockham.
Samuel Martínez, La navaja de Ockham o cómo un monje de la Edad media cortó las barbas al mismísimo Platón, eldiario.es 14/03/2021
Los debates sobre lo ocurrido en 2020 resonarán durante muchos años. Sin embargo, las personas de todos los campos políticos deberían coincidir en al menos tres lecciones principales.
En primer lugar, tenemos que salvaguardar nuestra infraestructura digital. Ha sido nuestra salvación durante esta pandemia, pero podría no tardar en convertirse en fuente de un desastre aun peor.
En segundo lugar, todos los países deben invertir más en su sistema público de salud. Parece algo evidente, pero los políticos y los votantes logran a veces no hacer caso de la lección más evidente.
En tercer lugar, deberíamos crear un potente sistema mundial de vigilancia y prevención de pandemias. En la vieja guerra entre humanos y patógenos, la primera línea pasa por el cuerpo de todos y cada uno de nosotros. Si esa línea se rompe en cualquier lugar del planeta, todos estamos en peligro. Incluso los más ricos de los países más desarrollados tienen un interés personal en proteger a los más pobres de los países menos desarrollados. Si un nuevo virus salta de un murciélago a un ser humano en una aldea pobre de alguna selva remota, en pocos días ese virus puede estar paseándose por Wall Street.
El esqueleto de ese sistema mundial contra la epidemia ya existe bajo la forma de la Organización Mundial de la Salud y otras instituciones. Sin embargo, los presupuestos que lo apoyan son escasos, y es un sistema que casi no tiene fuerza política. Hay que dotarlo con algo de peso político y con mucho más dinero, para que no esté del todo a la merced de los caprichos de políticos interesados. Como he mencionado antes, no creo que unos expertos no elegidos deban tomar decisiones políticas cruciales. Esa tarea debe seguir siendo competencia de los políticos. De todos modos, algún tipo de autoridad sanitaria mundial independiente sería la plataforma ideal para recopilar datos médicos, controlar los posibles peligros, dar la alarma y dirigir la investigación y el desarrollo.
Yuval Noah Harari, Lecciones de un año de Covid, La Vanguardia 14/03/2021
¿De qué asuntos se trata? Y caso de que efectivamente se trate de cuestiones de gran complejidad, que exigen no sólo conocimiento técnico sino potencialidad de discernimiento moral o de valoración estética, entonces surgiría de inmediato una tercera pregunta: Pero, ¿es que hay realmente entes maquinales susceptibles de cumplir tal rol?
Consideremos un caso extremo (no quizás el más problemático): el presidente de los Estados Unidos que en todo momento tiene relativamente cerca el maletín nuclear (Trump al parecer no lo soltó hasta el último día) se ve en la disyuntiva de apretar el botón o no, dada una presunta amenaza se potencia enemiga. Sus consultores le manifiestan carecer de criterio y le dejan efectivamente sólo ante la decisión.
¿Cabe pensar que en última instancia recurre a un ente maquinal convencido de que este tiene criterio a la vez fundado en más acusada percepción de los datos en juego, mayor capacidad de calcular las pérdidas que la acción provoca y asimismo las que ocasionará la inevitable respuesta. Calculará si vale la pena desde un punto de vista militar y asimismo desde el punto de vista económico. Pero hay algo más:
Hemos de suponer que el presidente en cuestión no es un canalla. Palabra esta que dice muchas cosas sin necesidad de recurrir al concepto que subyace, de trasfondo kantiano y sobre el que hemos de volver, avanzando que un canalla es aquel que no tiene reparos en instrumentalizar a los seres de razón, en instrumentalizarlos para su inmediato interés empírico, en no considerarlos como fin en sí.
Estoy pues suponiendo que el interlocutor maquinal del presidente de los Estados Unidos es un ser dotado no sólo de inteligencia computacional sino también de esa segunda modalidad de la razón kantiana que es la moralidad, que solapa en parte aquello que el pensador español Gabriel Zubiri denominaba “Inteligencia sentiente”.
Si supusiéramos que hay un ente maquinal de estas características sería perfectamente imaginable (aun no digo que sería legítimo) que en la soledad de su despacho el presidente de los Estados Unidos depositara en él la decisión final de apretar el botón rojo.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (VII): el botón rojo, El Boomeran(g) 05/03/2021
A l’època del racionalisme, proposar que els humans fossin “com amos” de la natura significa bàsicament desposseir Déu de la creació i convertir l’aigua, l’aire i el foc en entitats mesurables i, en conseqüència, dominables. Ser amo és, òbviament, el contrari de ser un esclau sotmès a la necessitat. Per això el programa cartesià incloïa un altre element, que era el de saber ser senyor i usar la raó de forma diguem-ne “racional”. Per obligació divina havíem vingut al món a sofrir penalitats. La tècnica i la raó tenien com a objectiu acabar precisament amb la maledicció. Si els homes són “com amos” (i encara que en molt última instància l’amo sigui Déu) també s’haurà acabat el càstig diví. Treballar amb suor, que era la maledicció divina, tenia un altre sentit quan l’home treballava per a ell mateix i no per al més enllà. El que ens ha fallat és adonar-nos com a espècie que posseir la natura també inclou una obligació, que és vetllar per ella.
Ramon Alcoberro, "Com amos i posseïdors de la natura", El Temps 06/03/2021
Cuando nace y se extiende el humanismo, desde el Renacimiento al romanticismo y la varias formas contemporáneas de utopismo y de existencialismo, lo hace en modalidades distintas que, sin embargo, se caracterizan por dos reclamaciones características:
La primera es la apelación a la humanidad común que hay que reconocer y defender por encima o debajo de las tensiones y, sobre todo, las violencias que nacen de la confrontación identitaria: religiosa, fundamentalmente, nacional, supremacista.
La segunda es la negación a considerar a la humanidad como un género irredento, como una especie nacida en pecado que no podrá salvarse por sí misma a menos que intervenga una voluntad más poderosa, divina o cósmica ("solo un dios podrá salvarnos" afirma el pesimismo). Muchos de los primeros discursos humanistas celebran la raza humana y sus logros, particularmente los culturales.
Fernando Broncano, ¿Quién habla por la humanidad?, El laberinto de la identidad 07/03/2021
Miramos sin ver. Pensamos que deberíamos percibir cualquier cosa que esté delante pero de hecho apenas advertimos una pequeña porción de nuestro campo visual en cada momento. El cableado de nuestras expectativas visuales se encuentra casi por completo aislado de nuestro control consciente. De hecho, los conductores no ven a muchos motociclistas –y se los llevan por delante cuando doblan– porque no están esperando ver motocicletas.
Cuando hablan por celular, los conductores reaccionan en forma más lenta que los semáforos, tardan en hacer maniobras evasivas y en general tienen menos conciencia de su entorno. El problema está en que hablar por teléfono al manejar, pese a que en apariencia no implica ningún esfuerzo, socava nuestra atención, nos distrae más de lo que creemos. Perjudica en forma notable la percepción visual y la conciencia de nuestro entorno. Olvidamos que nuestros circuitos neurológicos para la visión y la atención están construidos para las velocidades propias de los peatones, no para las del manejo. (Christopher Chabris, Daniel Simons)
Cada vez que miramos sin ver, Revista Ñ Ideas, Clarín.com 07/11/2011
No puedo hacer aquí otra cosa que remitir a a los primeros capítulos del “Discurso del Método”, obra admirable tanto desde el punto de vista filosófico como literario, que se lee de corrido y que sigue siendo la más fascinante vía para hacer inmersión en la filosofía. En cualquier caso, lo que precede basta para entender que en esa duda, reflejo de una decepción, que embarga al joven Descartes, reside el soporte del pensamiento y proceder cartesianos, e incluso de todo pensamiento y de todo proceder filosóficos dignos del calificativo: “que para examinar la verdad, es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas una vez en la vida”.
Afortunadamente una vez en la vida dudó Descartes de todas las cosas. Y digo afortunadamente, a fin de resaltar el hecho de que sólo el espíritu atravesado por la duda se halla en esa disposición singular que puede ser calificada de filosófica, y cuya reivindicación es tanto más urgente cuanto que todas las razones que inducían a Descartes a desesperar del sistema de creencias que marcaba su mundo son hoy de rigurosa actualidad.
La sentencia radical de Descartes nos pone en la pista de lo que constituiría una disposición de espíritu susceptible de desembocar en la filosofía. La duda es el mecanismo esencial en la confrontación a la verdad, al menos si por “verdad” entendemos levantamiento del velo en relación a lo que cuenta, es decir, respecto a la condición humana y a las leyes que determinan su entorno:
“Una vez en la vida” cuestionar la marcha puramente inercial de nuestra mente; cuestionar el arsenal de pre-juicios (es decir, de convicciones que no han sido sometidas a la prueba de racional criterio) que defendemos como si se tratara de auténtico elemento vital de nuestro espíritu.
“Una vez en la vida” dejar de considerar incuestionable el sistema de jerarquías sociales en el que estamos inmersos.
“Una vez en la vida” dejar de considerar sagradas las “explicaciones” sobre la “naturalidad” de nuestros ritos, costumbres, sistemas de parentesco o lazos sexuales a ellos vinculados, y correlativamente dejar de considera todo ello como bárbaro cuando nos es ajeno.
“Una vez en la vida” dejar de postrarnos como papanatas ante afirmaciones de los eruditos que nuestro espíritu no haya tenido ocasión de contrastar. Dejar por ejemplo de renunciar a pensar uno mismo sobre las cosas de las que tratan los científicos; dejar así de repudiar el espíritu mismo de la ciencia, haciendo de las proposiciones de esta un equivalente de las proposiciones de la religión; dejar en suma de creer lo que no vimos, so pretexto de que otros, supuestamente infalibles, sí lo vieron.
“Una vez en la vida” dejar de dar por supuesto que hay jerarquía natural entre grupos de humanos por lo que a las capacidades de conocimiento y simbolización se refiere, denunciando el orden social que impone tal jerarquía.
En suma: “una vez en la vida” realmente dudar, y en consecuencia, una vez en la vida enfrentarse a la tarea de intentar “salir de dudas”, lo cual no puede hacerse sin un gesto de propia afirmación, sintiendo que la entera potencialidad de la razón pasa (o al menos pasó un día) por uno. “Uno” al igual que cualquier “otro” (no impedido por una desgraciada mutilación en sus facultades, la vejez o una jerarquía social que lo esclaviza) puede llegar a conocer; ciertamente un conocer limitado a lo que es susceptible de ser conocido.
Pues aun asumida la respuesta cartesiana a la cuestión de quién puede conocer (a saber, potencialmente todo ser de razón, sea cual sea la parcela de lo cognoscible) persiste la cuestión de qué cabe conocer, cuáles son los límites de la razón cognoscitiva. Abismal interrogación a la cual nos dice Descartes, hay que enfrentarse asimismo una vez en la vida: “antes de disponernos a conocer las cosas en particular es necesario una vez en la vida buscar cuidadosamente de qué conocimientos es capaz la razón humana” ( “Reglas para la dirección del espíritu”, 8).
Victor Gómez Pin, El hombre cuenta (V): el peso de la duda, El Boomeran(g) 22/02/2021
El antropólogo y teórico de la ciencia Bruno Latour ha insistido en la hibridación entre cosas, espacios e identidad. Las colecciones, muestreos, amueblamientos, archivos y bibliotecas, museos, laboratorios, redes digitales y complejos de datos son condiciones que no están por encima ni por debajo del carácter social de las producciones culturales.
En la cultura, los espacios, los artefactos y las comunidades se entrelazan de manera inseparable, constituyendo las varias formas de identidad que caracterizan nuestras trayectorias. Identidades epistémicas y estéticas. Identidades que permiten organizarse a los grupos sociales alrededor de signos y símbolos de afiliación, afinidades y lealtades.
No hay cultura sin artefactos
La cultura existe depositada en redes de artefactos. No hay cultura sin artefactos. Los artefactos no son medios o instrumentos de representaciones antecedentes, sino medios, o entornos, sin los que la cultura no puede crecer ni florecer. No hay religiones sin artefactos: ídolos, tótems, imágenes, mandamientos escritos en piedra, ritos, vestiduras, máscaras, cilicios, reclinatorios, cálices. No hay educación sin academias, estoas, pizarrones, bibliotecas, lapiceros. No son instrumentos: son estructuradores de posibilidades.
La cultura contiene prácticas y símbolos edificados como sistemas de carácter inmaterial, pero los soportes materiales de tales sistemas simbólicos importan como importa lo constitutivo y no lo meramente accesorio o instrumental.
Así como el cuerpo no es el instrumento ni el esclavo de la mente, tampoco lo son los artefactos. La pelota no es el instrumento del fútbol sino el constituyente de un juego que llamamos balompié. La vieja forma idealista de entender la cultura, como un mundo de significados en la cabeza, se asemeja al entrenador que enseñase a jugar al fútbol con tarjetas en las que apareciese la palabra o imagen “pelota”.
Nichos de cultura material
La cultura se organiza en contextos, dominios, disciplinas, áreas… La cultura material está constituida por nichos. La escritura abrió un nicho material al lenguaje objetivado; la materia pictórica a la imagen; la digitalidad a la hibridación de medios; la bio-info-robótica quizá esté ya constituyendo nuevos nichos culturales.
Aún recuerdo clases de informática en la España medio pobre que no disponía de ordenadores en las escuelas e institutos, donde el profesor enseñaba lenguajes extraños en un pizarrón sin que los alumnos pudiesen experimentar esa tan particular experiencia de escribir comandos y ver sus resultados en la pantalla. El ordenador, entonces, no era un objeto sino un poblador de un sueño aún no realizado.
El profundo túnel de nuestra memoria
Se ha despertado una creciente atención a la dimensión material de la cultura que se originó en trabajos como los de Bourdieu en La distinción, Michel de Certeau en La invención de la vida cotidiana, o del antropólogo Daniel Miller en Culturas materiales y consumo de masas, además de los del ya citado Bruno Latour. Todos ellos han ido elaborando una mirada atenta a la cultura que nace en las fuentes de lo artificial. No es una mera moda o corriente o el prólogo a una nueva disciplina, sino todo lo contrario: el recordatorio de los más profundos túneles de nuestra memoria cultural.
El hecho de que en nuestra historia se hayan dejado a un lado las cosas y los artefactos, considerados bien como meras herramientas, bien como objetos de consumo, por ello sometidos a las fuerzas del mercado, indica mucho sobre los orígenes de la cultura moderna. La falta de atención a lo material es el resultado de una trayectoria de ascesis que busca en el desprendimiento una redención de una supuesta condición de caída y pecado. Sin embargo, en el detenimiento con el que Certeau describe la cocina de los proletarios de Lyon o sus ritos en la mesa excava en la condición humana mucho más profundamente que todos los exámenes de la cultura de la conciencia.
Redes que dan sentido a la existencia
La cultura material está hecha de redes de artefactos y prácticas de uso que son el medio en el que la agencia humana se hace realidad. Las cosas se articulan entre sí y con las relaciones sociales que hacen posibles: no tienen existencia más que en el contexto de las relaciones con otros artefactos y con un complejo de instituciones. Estas redes forman contextos complejos que contribuyen a crear el sentido de la acción humana.
Hanna Arendt habla de hacer de la Tierra un hogar, siempre que dejemos de considerar que los objetos son simples instrumentos funcionales. Esa trascendencia, sostiene Arendt, parece encontrarse exclusivamente en el arte y no en el mundo de las cosas funcionales. Pero aquí Arendt se equivoca. Las cosas raramente son exclusivamente funcionales en el mundo de los humanos. El más simple objeto de cocina entra en una compleja serie de relaciones con el usuario y de éste con el resto.
Uno puede tener la manía de desayunar siempre con la misma taza, que lleva años con un pequeño desconchado y que todos le animan a tirar de una vez, pero el desayuno, responde, tendría algo de desasosegante sin ella. El viejo jersey que te pones al llegar a casa y que te indica que has entrado en un espacio propio lejos del jefe y las obligaciones de vestimenta a la moda que exige tu trabajo, una vieja prenda de la que conoces su biografía porque está entrelazada con la tuya.
Incluso el consumista compulsivo, que almacena o cambia cada poco de gadgets y ropa, lo hace precisamente porque la adquisición parece aliviarle una permanente ansiedad e insatisfacción. La mercancía expuesta en el escaparate tiene algo más que valor de uso o valor de cambio: está rodeada de algo parecido al aura que Walter Benjamin encontraba en las obras de arte. Es un productor de deseo que activa las emociones y sueños del consumidor, pero no como simple consumidor sino como ser que desea, como habitante, quizás bajo condición de malestar, que busca un lugar en el mundo. Las cosas dicen de nosotros lo que somos tanto como nuestros actos.
Fernando Broncano, Lo que las cosas dicen de nosotros, theconversation.com 24/02(2021
El algoritmo en el sentido convencional se enfrenta realmente a alternativas, pero ello no significa que realmente dude: No hay luz, ¿estará la ventana cerrada? Resulta que así es… pues la abrimos. Resulta que está abierta…ha oscurecido.
Estos datos son cualitativos, los datos a los que están sometidos las máquinas llamadas inteligentes son números símbolos o gráficas, pero el principio no cambia. Una entrada, unos pasos a dar (eventualmente alternativos) y una salida a la situación. En principio hay un programa que ordena los datos, que pueden ya haber sido previamente ordenados constituyendo así una información. Base en principio de todo mensaje.
Y aquí el asunto del “banco de datos”, del monto de información que sobre algún asunto se ha llegado a recopilar. Tengo ante mí una máquina susceptible de recibir datos, someterlos a un proceso y devolverme resultados en torno a los mismos.
Ahora bien hay mensajes y mensajes. Supongamos que una computadora está programada para traducir del español al inglés Introduzco el mensaje: “la piedra es una espalda para llevar al tiempo” y recibo la respuesta: The stone is a back to take to time. Y añado: “con árboles de lágrimas y cintas y planetas” recibiendo: with tear trees and ribbons and planets”. Obviamente ante esta traducción literal me digo que la máquina ignoraba que el sentido era metafórico. Pero la pregunta va más allá: ¿captó la máquina algún sentido, metafórico o no?
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (IV): ¿algoritmo versus duda?, El Boomeran(g), 26/02/2021
Sin la duda no habría siquiera conjeturas sino de entrada afirmación pura y simple. Decir que el conocimiento científico avanza por hipótesis y verificación equivale a decir que en la matriz del mismo está la disposición de un ser que esencialmente duda.
Y por supuesto este aspecto se exacerba cuando consideramos esas actividades humanas como son la búsqueda de creación artística o la toma de partido en una alternativa moral. Pensar no es sólo deliberar pero sí es en gran parte deliberar.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (VI): algoritmo versus duda?, El Boomeran(g), 26/02/2021
Com Plató, Locke, Hobes o Rousseau, Rawls treballa amb situacions ideals, o “experiments mentals”. Ni el filòsof rei va existir mai, ni s’han fet guerres de tots contra tots, ni l’estat de naturalesa té cap altre sentit que el d’obligar-nos a reflexionar sobre el que podia haver estat i sobre la diferència entre la realitat i l’ideal. Alguns dels experiments mentals rawlsians (“l’única manera justa de tallar un pastís és que qui el talla no sàpiga quin tros se’n menjarà”) són gairebé tòpics obligats en una bona classe sobre la justícia. Tècnicament, aquesta és la idea de la “posició originària” de la teoria de la justícia.
Seguint una proposta de l’economista William Vickerey i la “teoria de jocs” de John Hersany, Rawls apel·là a un instrument anomenat “vel d’ignorància”,(a la Teoria de la justícia es tracta de la “situació original”). Rawls ens proposa pensar la justícia com l’opció que triaríem sota una situació de “vel d’ignorància” si no sabéssim quina és la nostra classe social, la nostra educació, el nostre sexe o la nostra raça.
Aquesta teoria ideal ha estat molt discutida per abstracta, perquè al món real els individus mai trien sense saber quin són els seus interessos. Però té una conseqüència interessant. Si hi prenguéssim com a principi l’opció del vel d’ignorància, la justícia no funcionari segons un criteri d’igualtat estricta, ni d’utilitat interessada, sinó d’equitat. O el que és el mateix: no donaríem a cadascú el mateix, sinó el que necessita per viure en condicions de dignitat, perquè nosaltres podríem ser també desafavorits algun dia. D’aquí, per exemple, la necessitat de les polítiques compensatòries envers grups minoritzats, que defensen avui totes les opcions polítiques progressistes.
Com diu Jiménez Girao: “el que pressuposa Rawls és una societat de persones raonables per fer una democràcia justa. Però per voler cooperar no es pot estar ni en la misèria ni ser riquíssim. Per això en societats molt polaritzades hi ha pocs rawlsians. Els youtubers que marxen a Andorra per no pagar impostos segur que no han llegit Rawls, ni estan a favor de l’equitat. És obvi”. Suposadament, els individus racionals (per a Rawls tan sols són “individus racionals” els qui no estan corcats per l’enveja, cosa que cal tenir en compte!) voldrien ser també individus justos i viure en societats estables. “Rawls –diu Vergés– suposa que tots els ciutadans són lliures, iguals, raonables i racionals”. “No sé si és molt suposar. Potser és poc realista veient la mena de gent que som. Però en tot cas és una hipòtesi més digna que suposar que tothom viu manipulat i duu una vida de misèria”, rebla Jiménez Girao.
El bo i el just
“Metodològicament, Rawls va optar per fer una cosa que en la filosofia europea continental se li ha retret molt, però que és crucial en la seva obra: va diferenciar el bo del just, i va optar pel just”, recorda Vergés per a qui l’experiència de Rawls, que havia fet el servei militar al Japó durant la II Guerra Mundial, i la lluita pels drets civils dels afroamericans, són experiències decisives a l’hora de plasmar teoria rawlsiana de la justícia. En un dels seus últims articles, que porta per títol “50 anys després d’Hiroshima”, publicat en 1999, encara és patent el sentiment d’injustícia que experimentava Rawls en recordar les circumstàncies del bombardeig.
Rawls pensava, d’acord amb els principis de la Constitució americana, que cadascú té el dret a buscar la seva pròpia felicitat, però que la justícia és el criteri decisiu per determinar què és una bona societat. Cadascú pot tenir la seva pròpia opinió sobre Déu, sobre com ha de viure o sobre com passar les vellúries. Això és el que ell anomenava una “doctrina integral”. Però ningú ha de poder imposar-la als altres i, en canvi, si és racional, ha d’acceptar que els criteris de llibertat o de justícia han de ser respectats per tothom. Ho resumia en una frase que s’ha fet famosa: “Si l’esclavatge no està malament, res està malament”. No hi ha consideracions d’utilitat que valguin a l’hora de justificar cap injustícia.
El programa d’investigació al qual Rawls va dedicar tota la seva vida es pot resumir en una pregunta: com és possible que existeixi i es perpetuï una societat justa i estable, constituïda per ciutadans lliures i iguals però que fan opcions incompatibles, tot i ser racionals. En definitiva, la qüestió és com fer possible que la llibertat sigui justa. Les democràcies són febles perquè són pluralistes, val a dir, perquè admeten diversos sistemes de valors i hi coexisteixen opinions diverses sobre el bé. Cal, doncs, que hi hagi un seguit de principis de justícia que resultin compatibles amb el pluralisme. Al pròleg de la traducció catalana de la Teoria de la justícia (ed. Accent, Girona, 2010), el professor Vergés valora l’obra de Rawls perquè evita “confondre la imparcialitat amb la impersonalitat” i, en conseqüència, permet donar empara a la diversitat i al pluralisme.
Justícia com a equitat
Segons va escriure Rawls a la Teoria de la justícia, de manera general en una societat que podem considerar justa: “Tots els valors socials (...) han de ser distribuïts a parts iguals, tret que alguna distribució desigual d’algun o de tots aquests valors sigui en benefici de tothom”. Aquest axioma es desplega en els dos principis de justícia que va argumentar extensament al seu llibre. D’una banda, cal un “principi de llibertats bàsiques iguals”, de manera que tothom pot reclamar el que anomena “un esquema planament adequat de llibertats bàsiques iguals”, compatible amb les llibertats de tothom.
Ara bé, l’igualitarisme s’ha de matisar perquè sense unes dosis de desigualtat no hi hauria incentiu socials per progressar, ni per assumir més responsabilitats. La desigualtat, doncs, pot generar més eficiència, i fer-ho en benefici de tothom. D’aquí que les desigualtats s’han de gestionar d’acord a “condicions d’igualtat d’oportunitats equitativa” i promovent “el major benefici per als membres menys avantatjats de la societat”, segons el que anomena “principi de la diferència”. Som rawlsians quan, per exemple, reservem determinades places per a membres de les minories que no hi podrien accedir per manca de mitjans. Òbviament, el liberalisme rawlsià no té res a veure amb el “liberalisme de mercat”, perquè accepta la lliure competència només dins un marc regulat i procura corregir les desigualtats a través d’un criteri distributiu.
Si no hem fet res per néixer en una família rica o en una de pobra, blancs o negres, catalans o australians, no hi ha cap raó tampoc per tal que la justícia afavoreixi determinades institucions socials o determinats grups. Tothom ha de tenir llibertat de consciència, llibertat d’associació, llibertats personals, dret a vot, a ocupar càrrecs públics, en les mateixes condicions. Sense igualtat d’oportunitats no hi ha justícia. Cap privilegi és, doncs, acceptable ni per raó de classe, ni de sexe, ni de religió o de raça. I això a l’època de Vietnam tenia una primera conseqüència: cap estudiant universitari tenia dret a saltar-se el reclutament militar amb l’argument que els universitaris eren necessaris per al progrés del país.
Segons Rawls, la societat ha d’organitzar-se de manera que neutralitzi al màxim l’impacte de la mala sort natural o dels atzars social (penseu en el pes de la família o del lloc on neix) i la justícia ha d’actuar sobre aquestes perspectives al llarg de la vida individual. Les desigualtats no desapareixen en absolut, però els més desafortunats –els més penalitzats pel destí– serien els primers a beneficiar-se’n.
Ramon Alcoberro, John Rawls en el seu centenari, eltemps.cat 15/02/2021
La transparencia es un principio cada vez más reclamado para mejorar la calidad democrática. Como parece sugerir la intuición –y se traduce en un extendido lugar común–, cuanto más visible sea el proceso político, más capaz será la ciudadanía de vigilarlo críticamente. Ahora bien, al igual que más información no significa siempre y necesariamente mejor conocimiento, la espectacularización de la política no nos la está haciendo más comprensible. Dicen los físicos que una partícula modifica su comportamiento cuando es observada. Si esto pasa en el mundo material, qué no pasará en el mundo social. Los políticos, que se saben así observados, tienden a sobreproteger sus acciones y discursos hasta el punto de encorsetar su comunicación y no decir realmente nada, de ser demasiado previsibles. En ocasiones se confunde transparencia con exhibición y se nos muestran los aspectos más insignificantes de su vida privada, que nos ocultan lo que de verdad tendría que interesarnos, su vida pública. Y si exaltamos la transparencia hasta el punto de condenar la discreción estaremos imposibilitando ciertos acuerdos que son imposibles cuando los procesos de negociación son retransmitidos en directo.
El otro caso de disfuncionalidad tiene que ver con ciertas medidas de regeneración democrática que se adoptaron en su momento para combatir la corrupción. En plena presión popular para elevar las exigencias de integridad hacia los políticos se aprobaron leyes que obligaban a dimitir a quien tuviera la condición de investigado. Nadie dudaba entonces de que la amenaza de un castigo anticipado iba a disuadir las malas prácticas y ninguna fuerza política era capaz de oponerse a las medidas de mayor dureza, incluso a aquellas que pudieran entrar en contradicción con la presunción de inocencia o que dieran un poder inusitado a los jueces para condicionar antes de la correspondiente investigación y eventual condena la composición de los gobiernos. La presión populista impedía ver hasta qué punto esta severidad desequilibraba la división de poderes e incentivaba en los políticos una conducta que está en contradicción con lo que esperamos de ellos. Lo que de este modo se premiaba no era un tipo de comportamiento más ético sino más conservador. Si para tomar una decisión política arriesgada eran necesarios informes previos, a partir de tales disposiciones los políticos pedirán más informes técnicos, para probablemente acabar no haciendo nada. De este modo no es la ciudadanía la que se empodera sino los técnicos y los funcionarios.
La gran pregunta que nos deberíamos hacer es para qué están los políticos y para qué los necesitamos. Si recorremos todo nuestro sistema político, desde la gestión administrativa hasta el nivel de los representantes en la cúspide, constatamos una mayor incertidumbre en cuanto a las decisiones que se deben adoptar. La Administración es un espacio donde el riesgo está muy reducido gracias a diversos protocolos y rutinas; en el plano más propiamente político es donde se toman las decisiones que, desde el respeto a los procedimientos administrativos, por supuesto, se refieren a asuntos para los que hay menos evidencias y más contingencia, donde se realizan las grandes apuestas políticas. La confrontación ideológica es allí mayor precisamente porque las decisiones no están fijadas por una objetividad y unos saberes expertos indiscutibles. Allí están, por cierto, quienes tienen mayor legitimidad democrática, porque elegimos a nuestros representantes políticos y no a nuestros funcionarios.
Hay una zona de fricción entre la Administración y los representantes políticos. El roce entre los criterios administrativos y las directivas políticas es beneficioso para ambos. Podríamos sintetizarlo en la idea de que la Administración corrige la frivolidad de los políticos y los políticos corrigen el conservadurismo de los funcionarios. Cuando hablamos de autonomía de la Administración o de primacía de la política no estamos hablando de una estricta separación o de una rígida jerarquía, sino de dos dimensiones de la gobernanza democrática que deben ser armonizadas. Este equilibrio parece haberse roto en beneficio de una forma de hacer política que responde con exactitud al modo en el que Foucault caracterizaba al poder como “pobre en recursos, parco en sus métodos, monótono en las tácticas que utiliza, incapaz de invención y como condenado a repetirse siempre a sí mismo”. Si nos resulta difícil contestar a la pregunta acerca de para qué sirve la política podríamos sustituirla por aquella que se plantea a quién beneficia esta despolitización.
Daniel Innerarity, El ocaso de la creatividad política, La Vanguardia 13/02/2021
"El idiota hipermoderno es un problema contemporáneo que va a ser más acuciante porque los algoritmos de las redes sociales no están por la labor de ofertarte una pluralidad en la visión del mundo sino de reforzar tus intereses y eso es lo que está conduciendo al aumento de ese perfil", ha indicado el filósofo José Carlos Ruiz en una entrevista con Efe.
Explica que este "idiota" no necesita contrastar informaciones porque se somete a su sesgo de confirmación, y tacha de conspiración, manipulación o falsedad cualquier evidencia que pudiera negar o poner en duda aquello de lo que está convencido: "como buen idiota pierde la capacidad de escuchar al otro, que piensa diferente a él".
Y se pregunta: "¿dónde hay que poner el foco de la responsabilidad, en las empresas que intentan captar tu atención y someterla el máximo tiempo posible porque le es rentable o en los procesos políticos, en nosotros mismos, porque no abogamos porque en la educación infantil y primaria se ponga una asignatura de pensamiento crítico?".
Agencias, Un filósofo advierte del problema de los "idiotas hipermodernos", La Vanguardia 03/02/2021