¿Qué ha pasado para que (frente al padre de la biología Aristóteles que se oponía a la hipótesis) se suponga que en entidades sin vida cabe presencia de alma y aún de alma racional, y se apueste (a la vez que se la teme) por la eclosión de tales seres? Y casi en contrapunto: ¿qué ha pasado para que en nuestra época se llegue a otorgar mayor peso al ser animal (versus planta) e incluso al ser vivo (versus materia inerte) que al ser hablante, cuya aparición supuso una singular emergencia en la historia evolutiva, una revolución en el seno de la animalidad y en consecuencia de la vida?
Al hilo mismo de estas preguntas, quisiera recordar que el espíritu humano es la única fuente de las interrogaciones más audaces sobre seres del entorno natural, y sobre eventuales seres lingüísticos que la naturaleza no habría generado por sí misma. Tales interrogaciones dan precisamente testimonio suplementario de la radical y absoluta singularidad de nuestra especie: la especie que cuenta las cosas, da cuenta de las cosas y, en razón misma de ello, prioritariamente importa.
Víctor Gómez Pin, ¿Qué ha pasado?, El Boomeran(g) 14/06/2023
Del mur de facebook de [https:] width="500" height="282" style="border:none;overflow:hidden" scrolling="no" frameborder="0" allowfullscreen="true" allow="autoplay; clipboard-write; encrypted-media; picture-in-picture; web-share"></iframe>">Alfredo Lucero-Montaño
Curiosamente, a partir del romanticismo, la creatividad se contrapuso a la racionalidad. En la reacción decimonónica contra la Ilustración, se crítico (en parte con razón) los excesos de creer que solo con la razón, solo con la lógica pura, podríamos conseguirlo todo. Los ilustrados habían olvidado una parte esencial del ser humano: las emociones. Y aquí hunde sus raíces el enfrentamiento entre ciencias y letras. El romanticismo puso por encima del científico al artista y la creatividad, cualidad más esencial del primero, se prohibió al segundo. Los de ciencias son similares a las máquinas, están dotados de una fría y precisa lógica matemática, pero carecen de emociones, carecen de creatividad (extrañamente, la creatividad se concibe como más cercana a lo afectivo que a lo racional ¿Por qué?), las musas rara vez les otorgan sus bendiciones.
Es por eso que cuando se critica lo que la IA no puede hacer, se apela muchas veces a la creatividad. Si la IA es pura racionalidad, ¿cómo va a ser creativa? Muchas veces se repite que las máquinas no pueden innovar porque solo pueden hacer para lo que han sido programadas (Es la famosa objeción de Ada Lovelace, bien respondida por Turing a mitad del siglo pasado). Entonces, la capacidad de crear se propone como uno de los grandes reductos del hombre ante la constante amenaza de ser sustituido por un computador.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad: la creatividad no es algo mágico ni sobrenatural, es una cualidad de un organismo biológico y, por lo tanto, tan abordable científicamente como cualquier otra. Vamos a intentarlo.
Creatividad suele significar en su forma más trivial, sencillamente, sorpresa para el observador. La ocurrencia de algo inesperado, de una conducta que se sale de lo normal, se convierte automáticamente en un acto creativo. En este sentido más burdo, creatividad significa incapacidad para predecir la conducta del otro. Si ese suceso que se sale de lo normal, hubiera sido enteramente previsto por el observador, no le parecería novedoso y, por lo tanto, no lo caracterizaría como creativo. Además, la creatividad sería aquí relativa a la capacidad de predicción o a los conocimientos del observador, no una cualidad objetiva de lo observado. Por ejemplo, si yo conozco muy poco a una persona y, de repente, la contemplo haciendo algo que se sale mucho de lo normal, podría interpretar que esa persona es creativa. Sin embargo, para otro que conociera mucho a esa misma persona, ese acto, supuestamente rupturista, podría ser algo, incluso, aburrido, ya que podría haberlo observado en muchas ocasiones anteriores en ese sujeto. Denominaremos a esta idea de creatividad creatividad subjetiva.
Con total certeza, las máquinas poseen este tipo de creatividad. Una sencilla calculadora que realiza una operación matemática lo suficientemente compleja para no ser evidente para un observador, ya sería creativa. Por ejemplo, para el común de los mortales la operación 5.789.345 multiplicado por 453, no es evidente y se necesita un rato, con lápiz y papel, para calcularla. Una calculadora la resuelve en fracciones de segundo, por lo que al mostrar el resultado al, aritméticamente torpe, operador humano, le resultará necesariamente sorprendente al ser incapaz de predecirlo a esa velocidad. Las máquinas son subjetivamente creativas.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Creatividad versus relevancia: ¿pueden crear las máquinas?, La máquina de Von Neumann 06/12/2017
El concepto de «inteligencia artificial general» a la que, supuestamente, vamos a llegar en tan solo unos años, es harto difuso. Si no tenemos claro qué es la inteligencia, tanto más cuál será la cualidad que la hace general. Es más, de hecho dentro de la psicología hay controversia sobre si la inteligencia es una habilidad general o si solo es una amalgama de habilidades concretas. Si observamos el concepto de cociente intelectual creado por William Stern solo es multiplicar por cien el resultado de la división entre tu edad mental, que surge del promedio de resultados en una serie de pruebas, y tu edad cronológica. El CI es solo un promedio, es decir, no mide una habilidad general. Tener un alto CI solo significa que eres bueno en muchas cosas, no que tengas una cualidad x superior. Entonces, ¿qué quiere decir que vamos a llegar a una AGI? ¿Qué vamos a tener un solo modelo de lenguaje que va a saber hacer muchas cosas diferentes? Pero, ¿cuántas cosas? ¿Qué cosas?
Entonces, esa mal definida y peor comprendida AGI llegará y, es más, se hará a sí misma más inteligente creando una super inteligencia muy por encima del hombre. Los defensores de esta idea no se cortan en sostener que esta nueva entidad nos verá como nosotros vemos ahora a los chimpancés… Y aquí llega el gran riesgo existencial: esa super inteligencia podría tener unos valores éticos no alineados con los nuestros de modo que no tendrá otra idea más peregrina que exterminarnos. Por supuesto, nada podrá pararla, al igual que los pobres chimpancés no podrían detenernos si decidiéramos aniquilarlos. Pero, ¿es esto necesariamente así? Si así fuera Eliezer Yudkowsky no andaría desacertado y habría que empezar a bombardear centros de datos ahora mismo. Muy sorprendente que grandes gurús de la IA hayan pedido ya en dos ocasiones mediante sendas cartas, parones o legislaciones para evitar todo esto. Sam Altman llegó incluso a pedirlo ante un comité del senado de los Estados Unidos. Lo sorprendente es que pidan que se les pare desde fuera… ¿No podrían ellos parar desde dentro? Pero, ¿esto va a ocurrir necesariamente? ¿Existe un riesgo palpable y cercano de que algo así vaya a suceder? Rotundamente no.
Tenemos una pobre definición de inteligencia y aún peor de AGI, tanto menos entendimiento de lo que sería una súper inteligencia artificial que decidiera exterminarnos. Pésimo punto de partida. Pero vamos a analizar ese proceso de automejora que nos llevaría indefectiblemente a la llegada de la súper inteligencia.
El filósofo chino Yuk Hui sostiene que mantenemos un cierto determinismo tecnológico hacia la llegada de esta superinteligencia, como si solo existiera la posibilidad de un único futuro. Esto me recuerda a la visión antropológica del evolucionismo unilineal de Morgan y Tylor, que defendía que todas las civilizaciones pasaban necesariamente por las fases de salvajismo, barbarie y civilización. El fin de la historia hacia donde todos íbamos estaba, por supuesto, en la Inglaterra del siglo XIX. Esta postura me resulta especialmente curiosa cuando la experiencia histórica en lo referente a la tecnología, y más en los últimos tiempos, es todo lo contrario: domina la impredecibilidad. No se previó el éxito de internet, de las redes sociales, de Youtube, de Twitter… ¿Alguien pensó, tan solo unos años antes de su aparición, que podría existir la profesión de youtuber? ¿Quién vaticinó el éxito de Netflix? ¿Alguien apostaba algo por Amazon cuando solo era una humilde tienda de libros? Curioso: tenemos cisnes negros por doquier pero con respecto de la llegada de la singularidad tecnológica causada por una IA que querrá exterminarnos estamos muy seguros. Aunque ahora nos parezca improbable debido a nuestro entusiasmo, es posible que la IA se queda estancada, es posible que los modelos del lenguaje no avancen mucho más o no puedan resolver los problemas que tienen. A lo mejor llega otra forma de abordar la IA que pase a ponerse de moda y deje relegado al deep learning. Recordemos que las redes neuronales artificiales estuvieron durante muchos años relegadas a un segundo plano en la historia de la informática, y que la propia IA ha pasado por varios inviernos poco fructíferos.
Noam Chomsky, probablemente el lingüista más importante del siglo pasado, sostiene que ChatGPT no es similar a los humanos usando el lenguaje. Los niños no leen millones de textos a partir de los que inducen patrones estadísticos para realizar predicciones. Los niños, con muchísima menos información, consiguen encontrar las causas relevantes de los acontecimientos, consiguen explicaciones y no solo predicciones. Siguiendo a Popper, Chomsky dice que lo interesante de las teorías científicas es que en ellas se realizan predicciones improbables que, contra todo pronóstico, consiguen resistir la prueba experimental. El deep learning es incapaz de la hipótesis perspicaz. Erik J. Larsson, en su muy recomendable El mito de la inteligencia artificial, insiste en las limitaciones del razonamiento puramente inductivo de los LLMs y en su incapacidad de abducción. Judea Pearl, en su algo menos recomendable, Libro del porqué, expresa la necesidad de enseñar razonamiento causal a estos sistemas, ya que carecen completamente de él. Margaret Boden, subraya que las máquinas son incapaces de creatividad transformacional, es decir, que pueden explorar y llevar al límite estilos artísticos ya creados, pero que son incapaces de hacer formas de arte radicalmente nuevas. La razón es que son totalmente ineptos para comprender qué es arte y qué no lo es, adolecen de todo criterio estético. Si miramos en serio sus cualidades, ChatGPT y sus homólogos están todavía lejísimos del pensamiento humano, y me parece muy sorprendente que tantos ingenieros de IA estén tan asustados, más que como una inteligente maniobra de marketing. Y ya no hablemos de emociones o consciencia: por muchas idioteces que se digan, estos modelos carecen por completo de ellas y, aunque uno de los grandes logros de la IA ha sido mostrar que es posible la inteligencia sin consciencia, todavía no sabemos muy bien el papel que juega esta segunda en la primera: ¿y si la consciencia fuera fundamental para realizar ciertas tareas cognitivas?
No quiero parecer chauvinista con respecto al pensamiento humano. Creo que los hombres somos muy torpes y quién sabe si nuestra falta de capacidades sea la responsable de que gran parte de los enigmas del universo permanezcan irresueltos pero, por favor, creo que somos muchísimo más que un modelo de lenguaje que juega a un corta-pega estadístico con millones de tokens, sin comprender absolutamente nada de lo que hace. Lo siento pero me niego aceptar que estos loros estocásticos puedan compararse con nosotros y que sean, además, la causa de un gran optimismo hacia que nuevos modelos nos superen en muy poquitos años. Creo que todavía estamos muy lejos de entender cómo funciona nuestra mente, tanto más para construir una artificial.
Con todo este argumentario no estoy negando tajantemente la posibilidad de que llegara un momento de la historia en que apareciera la susodicha súper inteligencia artificial que terminará por exterminarnos, no se me entienda mal, solo estoy sosteniendo que su posibilidad es, a día de hoy, tan sumamente remota que no debe interceder en nuestra forma de legislar actual. (...)También habría entonces que comenzar las prevenciones contra un apocalipsis zombi, una rebelión de los simios, invasión extraterrestre, glaciación repentina, muerte temprana del sol… ¡Todo esto también entra en el rango de la posibilidad!
Problemas tan acuciantes como el cambio climático o las crisis de diversa índole que asolan periódicamente nuestras frágiles democracias, pueden ser abordados con IA. Entonces, como bien sostiene Andrew Ng, no hay que parar el desarrollo de la IA, sino que hay que acelerarlo. Dejemos de preocuparnos por fantasías distópicas basadas en relatos de ciencia-ficción, y busquemos y fomentemos el enorme abanico de usos positivos que tiene esta potente tecnología.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Contra el riesgo existencial de la IA, La máquina de Von Neumann 05/06/2023
La IA busca imitar el cervell humà a través d'un altre d'artificial. Una cosa que sabem és que avança de manera accelerada en l'àmbit de la racionalitat lògica i la definició del sentit comú conjectural, però que troba seriosos obstacles en territoris de la decisió humana i la consciència. En aquest últims, els aspectes esmentats provoquen en es anàlisis humanes u n mestissatge creatiu que és molt difícil d'imitar per la màquina. Sobreto perquè no hi ha patrons estandadaritzats de la impredictibilitat humana.
L'objectiu de la IA de replicar el cervell humà en un altre d'artificial allotja la dificultat de no poder reproduir els biaixos que ens fan més dèbils en termes d'eficiència, però més forts en capacitats de gestió de l'imprevisible i el sorprenent. Una cosa que és especialment rellevant en la política ...
És indubtable que la IA ajudarà la política a desenvolupar capes de gestió d'informació aplicada. I, fins i tot, produirà coneixement sobre ella, però no podrà substituir mai el polític que decideix per dalt ni el ciutadà que vota per baix. Almenys dins d'una democràcia digna d'aquest nom.
Per molta autonomia que arribi a tenir serà molt difícil que desplaci l'ésser humà en l'hora de trobar l'equitat que neutralitzi la tensió entre els diferents interessos en presència, doncs, per aber que és just o injust cal exposar-se al risc d'equivocar-se i assumir-ne les conseqüències.
Amb tot, la temptació de pensar que una IA política pot fer-ho millor, és evident. A la Xina, la temptació es materialitza amb un Estat plataforma, però, esclar, no és una democràcia.
Això ens porta a suggerir la recuperació de lectures com El juicio político d'Isaiah Berlin davant els que senten la temptació de contribuir a l'apoteosi de la IA ...
Com reconeix Berlin, el polític és l'únic capaç d'"integrar una enorme amalgama de dades en canvi perpetu" que estan massa "entremesclades per atrapar-es, clavar-les amb una agulla i etiquetar-les com si fossin papallones".
Una capacitat generalista que agrupa dades en un esquema singular irrepetible en què el risc de fracassar i d'assumir un mateix les conseqüències de la fal·libilitat humana allibera una empatia cap a l'indesitjat que atorga al coneixement humà la seva superioritat davant la màquina. Un saber humà que adopta la pell a "un contacte directe, gairebé sensorial", que no és "simplement reconèixer les seves característiques generals" i classificar-les o "raonar sobre elles, o analitzar-les, o treure conclusions i formular teories". En fi, un coneixement fal·lible que ens exposa a l'error, però que, per això mateix, ens fa superiors a partir de la nostra fragilitat.
José María Lassalle, Judici polític i intel·ligència artificial, La Vanguardia 03/06/2023
¿Cómo lograban los personajes de la saga de Harry Potter atravesar el muro del andén 9 y 3/4 de la estación de King’s Cross en Londres? Podía ser magia, pero también una ilusión óptica, como nos muestra el ganador del concurso a la Mejor Ilusión del Año 2023. Este premio, organizado por los neurocientíficos la Sociedad de Correlación Neuronal con el apoyo del Museo de las Ilusiones, ha celebrado su 18ª edición anual. Las tres mejores se han elegido de forma abierta en la web por los aficionados a estas ilusiones ópticas, pero lo hicieron entre “un selecto grupo de diez finalistas, previamente seleccionados por un comité internacional de expertos imparciales en ilusiones”, según explica la organización.
Se habla en foros de todo tipo no sólo de conocimiento científico maquinal, sino de creación artística con raíz en algoritmos. Inevitable pues la pregunta: ¿hay alguna metáfora, alguna frase musical o algún rasgo pictórico surgidos de un algoritmo que constituya realmente una emergencia, es decir, algo irreductible a la suma de la potencialidad de sus componentes, criterio de toda obra del espíritu humano que quepa calificar de creación?
La dificultad de la respuesta se acentúa por el hecho de que, ateniéndose a los humanos), la pregunta puede perfectamente extenderse a una enorme parte de la producción contemporánea calificada de creativa, empezando por la literaria. Los estereotipos que determinan el gusto del lector, consumidor de música o compulsivo visitante de exposiciones, responden a las exigencias imperativas de producción masiva a las cuales está sometida la industria cultural, empezando por las grandes editoriales, con el corolario de la proliferación de premios a menudo fútiles (más de dos mil sólo en Francia según un artículo de Hélène Ling e Inès Salas en Le Monde Diplomatique), la estandarización de los temas, los estilos y hasta las tentativas de escapar a las categorizaciones. En suma: cuando la inteligencia creativa de los humanos se muestra consignable bajo categorías delimitadas ¿qué tiene de extraño que un algoritmo pueda estar en condiciones de emular al humano en esa actividad?
Dónde reside, pues, la urgencia: ¿en determinar si algoritmos pueden reemplazar a los humanos en actividades creativas o en preguntarse si las condiciones sociales permiten realmente al ser humano activar el conjunto de facultades creativas y cognoscitivas que configuran nuestra frágil y abisal inteligencia?
Victor Gómez Pin, ¿Problema real o querella encubridora?, Boomeran(g) 29/05/2023
Ray Kurzweil, "La singularidad", El nuevo humanismo, Barcelona, Kairós 2007
La moral neix a la sabana. Hi va haver canvis climàtics i una part dels nostres avantpassats es va quedar en una zona més seca i plana més perillosa. I va trobar protección en una cooperación aumentada. Això va arrancar l'evolució i la nostra moralitat.
La fase crítica per al cervell humà va ser fa un milió d'anys, i una vegada tens un cert tipus d'estructures cerebrals ja no canvien, l'evolució en posa d'altres a sobre que les inhibeix, però la nostra manera de pensar té moltes característiques seleccionades per al medi en què va evolucionar: grups petits amb recursos limitas i una intensa competència entre ells. Té l'herència de pensar en termes de qui em fa costat i qui no, amic i enemic, nosaltres i ells. Pensament encara avui en dia molt fàcil d'activar. I és un problema enorme. Molt del progrés moral de les societats modernes ha estat gràcies al fet d'anul·lar fins a cert punt aquell pensament tribal per permetre formar estructures més grans. Els humans están millor si cooperen a una escala més gran.
A les societats anteriors al capitalisme hi ha altruisme fort en petits grups i hostilitat cap als estrangers. A les modernes, menys altruisme al teu grup, però més cooperació amb els estranys, bo en molts sentits.
Justo Barranco, entrevista amb Hanno Sauer: "La nostra moralitat va néixer a la sabana africana", La Vanguardia 24/05/2023
Mentira. Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente.
Verdad. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.
Posverdad. Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.
Diccionario de la RAE.
Nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas.
Hannah Arendt en «Verdad y mentira en la política, 1967″ (2017).
¿Cómo formarse un buen juicio si no es posible distinguir entre mentira y verdad en política?
María Teresa Muñoz Sánchez, UNAM, México, 2020.
Es en la comunicación política donde comenzó a utilizarse el término posverdad. Fue la palabra del año en 2016 para el Diccionario Oxford de Inglés y es la situación “en la que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”, tal como cuenta Raúl Rodríguez-Ferrándiz desde la Universidad de Alicante. Añade que “en esta era de política de posverdad, es fácil seleccionar datos concretos y llegar a la conclusión que desees”. Estamos ante la mentira en la política pues la búsqueda de la verdad es o inútil o una quimera.
Triunfa la simplicidad expresiva que sugiere honradez emocional, se sospecha de los hechos pues son fríos. Anécdota, estadística y números distraen de la verdad (emocional) que se esconde detrás, … Y por ello se sustituye la verdad por la posverdad que se ilustra y demuestra con las fake news.
En la encuesta que se hizo en octubre de 2020, por David Blanco-Herrero y su equipo, de la Universidad de Salamanca, a 421 voluntarios, con el 50.1% de mujeres y con edad media de 34.2 años, los resultados muestran que los medios con más noticias falsas son la comunicación interpersonal y las redes sociales, y, por el contrario, la menor presencia se detecta en la radio y en los medios impresos. En zonas intermedias están la televisión, los medios digitales y los blogs. En las redes destacan WhatsApp y Facebook, aunque hay que recordar que la encuesta se hizo en 2020 y puede haber variado desde entonces. Y es curioso que para los encuestados la mayor presencia de fake news la perciben en Twitter como la red social donde más noticias falsas detectaron.
Por otra parte, la presencia de fake news fueron significativamente más percibidas por las mujeres en redes sociales, comunicación interpersonal y en televisión. En conclusión, la presencia experimentada de fake news parece estar afectada principalmente por la edad y el género, ya que se observó un mayor nivel de escepticismo entre los jóvenes y las mujeres.
Eduardo Angulo, Mentira o verdad, culturacientifica.com 04/05/2023
El bullying no es un problema de autoestima, sino de socialización. No de alguien que agrede. El bullying se produce porque no hay un grupo que defienda a uno en particular. Mi ambición es que mis hijas jueguen con todos, se relacionen con todos y, si no les dejo el móvil, les puedan decir al resto que su padre es así, y las respeten. Yo también fui un marginado de crío. Por empollón, por gordito, por raro. Pero tenía habilidades sociales, y eso me salvó. El acercamiento a un grupo de gente. A los heavy-metal, en mi caso, que me salvaron la vida en varios episodios complicados de mi juventud. Sin amigos no somos nadie. Los amigos nos conforman, son parte de nosotros. No hay humanidad sin amistad.
Quienes no los tienen no saben el daño que implica no tenerlos. Es como un ciego que no ve el cielo, pero se lo imagina a su manera. No, perdona, si no puedes ver el cielo, no sabes cómo es de verdad. Los amigos son tu auténtico patrimonio personal. La tragedia es no tener amigos y creer que no se necesitan.
La soledad no deseada es una enfermedad y una condena. Claro que la soledad buscada puede resultar satisfactoria, pero la indeseada nos enferma y nos puede matar. De hecho, cuando queremos castigar a alguien, lo metemos en la cárcel, y, si queremos joderle de verdad, lo aislamos.
Si yo tengo claro cuáles son mis fallos, y mis cosas buenas, claro que tendré malas rachas en los estudios, en la familia, en la vida, pero estaré armado. Pero si nadie me ha dicho que ese autoconocimiento no se puede hacer desde la soledad, que no soy el único del mundo al que le pasa eso, seré pasto de los males del espíritu. Digo conocerse a uno mismo, no conformarse. Odio el “sé tu mismo”, el “quién la sigue, la consigue”, el “si lo deseas mucho, pasará”. Si no te conoces y no actúas no pasa una mierda. Somos muy pequeños y estamos al albur de tantas cosas.
Luz Sánchez Mellado, entrevista a David Pastor Vico: "La filosofía te puede evitar el psicólogo y, encima, es gratis", El País 07/05/2023
La mayor contribución de la inteligencia artificial a la ciencia ha sido sin duda AlphaFold, un algoritmo de la firma londinense DeepMind, adquirida por Google hace años. Repasemos en un párrafo la biología fundamental. Hay 20 aminoácidos distintos, y toda proteína consiste en una ristra de ellos, en cualquier orden. De ese orden, o secuencia, depende la forma final de la proteína, porque unos aminoácidos tienen carga eléctrica positiva y otros, negativa, a unos les gusta el agua y a otros no, unos son grandes y otros pequeños, y de todas esas afinidades y repulsiones surge una forma tridimensional definida. Esto es fácil de decir, pero extremadamente difícil de predecir. Hasta que llegó AlphaFold, que ha deducido de un soplo 200 millones de formas de proteínas partiendo de su mera secuencia de aminoácidos. Un salto de gigante en el campo.
Pero ahora demos un paseo por el espacio de diseño de proteínas. Hay 20 aminoácidos. Las posibles secuencias de dos aminoácidos son 20 al cuadrado. Las de tres aminoácidos son 20 al cubo. Las de 300 aminoácidos (una proteína típica) son 20 elevado a 300, que es uno de esos números horribles que no podemos ni imaginar. Pese a que la evolución lleva cerca de 4.000 millones de años funcionando sin parar en este planeta, la fracción de secuencias que ha probado es minúscula. Si la política es el arte de lo posible, la biología es el arte de lo pasable. Cuando algo funciona para el problema local que hay resolver, la evolución no busca más. Pero en los vastos territorios inexplorados por la madre naturaleza moran tesoros que la inteligencia artificial pone ahora a nuestro alcance.
Las proteínas, como los genes que las codifican, son textos, y por tanto pueden manejarse con los mismos modelos grandes de lenguaje (large language models, LLM) que utiliza ChatGPT. El científico computacional Ali Madani y sus colegas han mostrado cómo usar estos modelos de lenguaje para generar proteínas con secuencias novedosas y que, una vez llevadas al mundo real, funcionan para algún fin buscado, como catalizar cierta reacción química o bloquear a una proteína natural. Un nuevo algoritmo llamado Chroma, de la firma Generate, mejora la predicción de interacciones a larga distancia dentro de la misma proteína. Hay otra media docena de empresas trabajando en esa línea.
La inteligencia artificial es una herramienta poderosa al servicio de la ciencia y la medicina. No disparen al robot. Vigilen a su amo.
Javier Sampedro, El lado luminoso de la inteligencia artificial, El País 04/05/2023
La atención conjunta es el mecanismo por el cual miramos a algo cuando vemos a otras personas hacerlo. Por ejemplo, si ves a una muchedumbre mirar hacia arriba en la calle, te resultará irresistible mirar tú también hacia arriba. Si el mago quiere que el público mire a un objeto concreto, él mismo fingirá estar completamente absorto en él. Sin embargo, si quiere que el público lo mire a la cara, él mirará a las filas de asientos –aunque en realidad no pueda ver al público debido a la iluminación del escenario–, y los espectadores le corresponderán con su mirada.
Sin embargo, los magos pueden hacer cosas más sutiles que desviar tu mirada. No tienen que cambiar necesariamente la dirección de la mirada del público para desplazar su foco atencional. Cuando lo consiguen, el público mira al lugar correcto, aunque sin ver nada, porque su atención está puesta en otra parte. Es una forma de hacer magia muy eficaz. Un modo de interferir en la atención de alguien, sin desviar en absoluto su mirada, es dividir esa atención. Los mismos mecanismos neuronales atencionales que potencian nuestra percepción (en el centro del foco) y de supresión (de las zonas circundantes) nos dificultan mucho las tareas simultáneas. Tenemos un único foco atencional, que no puede dividirse sin perder eficacia.
Los magos consiguen que el público realice varias tareas a la vez de diversas formas. Una de esas estrategias es el propio diseño de ciertos trucos de magia. Un ejemplo excelente es el truco de “las copas y las bolas”, uno de los más antiguos que se conocen; se tiene constancia de actuaciones que se remontan a la Roma antigua. Normalmente se realiza con tres copas colocadas boca abajo en una mesa. Las bolas y otros objetos aparecen y desaparecen por arte de magia dentro de las copas, para asombro del público. La disposición de este truco obliga a los espectadores a dividir su atención entre un mínimo de tres lugares en la mesa (las copas invertidas), lo que hace que su concentración se reduzca a un tercio de la que sería si prestara atención a un solo lugar. La táctica consiste en dividir la atención del público y conquistar su percepción de lo que está ocurriendo.
Otra forma de hacer que los espectadores intenten realizar varias tareas a la vez es estimular sus sentidos y su mente con simultaneidad. Apollo Robbins, carterista teatral de fama mundial, se sirve de los sentidos de la vista, el oído (con su cháchara) y el tacto (al darle una palmadita al voluntario en el escenario en varias partes del cuerpo) para desviar la atención del bolsillo o el reloj de pulsera que pretende sustraerle. Muchos otros magos también utilizan una “cháchara” muy rápida para abrumar la capacidad de procesamiento auditivo y lingüístico del público. De modo que, cuando Pennis dice un millón de palabras por minuto en el escenario, lo que en realidad está haciendo es bombardearte con información para mantener ocupado tu cerebro.
Uno de los objetivos principales es generar un “diálogo interno” en cada espectador: si mantienen una conversación interna, aunque sea muy básica, consigo mismos, no se centrarán tanto en lo que está ocurriendo ante sus ojos. El teórico de la magia español Arturo de Ascanio aconsejaba a los magos “hacer una pregunta desconcertante”. Basta con preguntar “¿Alguien ha traído un pañuelo?” para que cada espectador piense en la pregunta durante un par de segundos. En ese breve intervalo, están atrapados en sus cabezas y son incapaces de procesar otros estímulos externos con eficiencia, y el mago tiene la libertad de realizar el movimiento secreto.La emoción también se utiliza para darle ventaja al mago, ya que los sentimientos y la atención son bastante incompatibles. Esta es una de las principales razones por las cuales los testimonios de los testigos presenciales son tan poco fiables. Si declaras ante un tribunal o presentas una denuncia a la policía por algo que has presenciado, es muy probable que el suceso en cuestión te llevara a experimentar una emoción fuerte. La memoria humana es sin duda muy limitada, y más cuando se tiene miedo. Algunos números de magia incluyen elementos de terror, o un tanto gore –uno de los trucos más famosos de Teller es “dejar caer” un lindo conejito en una trituradora de madera–, pero la emoción que con más frecuencia prefieren evocar los magos es el humor. La comicidad en un espectáculo de magia aumenta su valor como entretenimiento y dificulta la capacidad del espectador para concentrarse. Johnny Thompson (también conocido como “el Gran Tomsoni”) dice que, mientras el público se ríe, el tiempo se detiene. Es durante este intervalo cuando el mago puede hacer un movimiento sin problemas, quizá para prepararse para el siguiente truco.
¿Cómo es que los magos han llegado a tener un conocimiento tan profundo de la naturaleza humana? Una respuesta es que, aunque la disciplina de la neurociencia cognitiva –el estudio de los procesos cerebrales– solo tiene unas décadas de antigüedad, las artes de la magia existen desde hace mucho más tiempo. Los magos han tenido milenios para averiguar qué funciona y qué no. El mago español Miguel Ángel Gea dice que cada actuación es un experimento: cada truco pone a prueba una hipótesis. Incluso sin aplicar el método científico de forma rigurosa, es lógico que los magos hayan descubierto alguna que otra cosa sobre la cognición y la percepción. Aunque no dispongan de mejores métodos que el ensayo y el error, son personas inteligentes que realizan análisis serios de la condición humana: acabarán descubriendo algunos hechos importantes.
Susana Martínez-Conde y Stepehen L. Macknik, La ciencia de los trucos de magia. Descubre cómo engañan a tu cerebro los maestros de la distracción, fronerad.com 04/05/2023
El materialismo tiene su verdad (popular y evidente), el idealismo también la tiene (selecta y erudita), así como el dualismo (moderno y efectivo). El juego de la filosofía consiste precisamente en eso, en sacar las verdades de los diferentes modelos. “Todos me convencen”, me dice un amigo poeta, si son bien expuestos y expresados. Los jainistas de la India acuñaron un término para explicarlo: anekānta. Según esta doctrina, la verdad nunca está en un único sitio, cada doctrina tiene su parte de ella y ninguna puede encapsular toda la verdad por la sencilla razón de que es inefable. ¿Es vana por ello la filosofía? ¿Debemos abandonar las opiniones, como sugería Nāgārjuna? En absoluto, hay que seguir intentándolo, aunque siempre es saludable guardar cierta distancia con las opiniones propias y ajenas (que no sean fardo, y mucho menos arma arrojadiza). En línea con ese empeño deportivo, el libro propone una visión que puede resumirse en la frase: “Todo percibe y siente”. Esta doctrina, claro está, tiene su nombre técnico: pampsiquismo.
El caso es que el privilegio de percibir ya no sólo es nuestro. El mineral percibe, de un modo frío y lento, tanto como la planta, de un modo luminoso y húmedo (brote y raíz), o el ser humano (ávido o contemplativo). El impacto del deseo y la impresión alcanza a todas las cosas. El modelo que propone De Quincey es antiguo, su principal referencia es Plotino y, entre los modernos, Whitehead y David Ray Griffin. Otros de sus aliados son Leibniz, Goethe y Coleridge. Una excelente familia, pagana, que revive la cosmovisión del sāmkhya (que no se menciona, aunque hay varias referencias al pensamiento védico), pero que está presente en aquel egipcio que impartía clases en Roma.
Descartes fue el primer moderno porque se atrevió a reírse de Aristóteles. Muchos lo celebraron, pues asociaban al Estagirita con la escolástica, que era una filosofía de clérigos. No sabían que, con esa precipitación, enterraban el legado más valioso de aquella Academia en la colina de un bosque sagrado, extramuros de Atenas, y de aquel alumno aventajado del divino Platón. El mundo de Aristóteles era un mundo de cualidades, donde algunos cuerpos caen y otros, como el vapor o el fuego, ascienden, donde las cosas tienen cualidades (cálido, frio, húmedo, seco) y un principio interno de movimiento. La materia está, en cierto sentido, viva, y puede realizar movimientos sin ser empujada o forzada por algo externo. Lo que define la physis aristotélica es esa dinámica interna de la materia. De ahí que Descartes la llame “física animista” y la sustituya por una “física mecanicista”, donde lo que cuenta ya no es la cualidad, sino la cantidad. El mundo queda matematizado. Ese paso de gigante torpón hace posible la Revolución científica. Y todo sigue su curso hasta la teoría cuántica, en las primeras décadas del siglo XX. Por aquel entonces Paul Valéry decía que la Física debería recuperar la sensación. No llegó hasta ese punto, pero al menos recuperó el propósito, la intencionalidad (tan fenomenológica). Esa reconquista todavía no ha sido asimilada.
De Quincey se propone revolucionar la epistemología de la ciencia moderna. Un giro que permita percibir la naturaleza como algo sagrado. Para ello hay que desarticular el reduccionismo del materialismo y el mecanicismo, que también es, como ustedes saben, metafísica (aunque no quiera serlo). Se pretende salvar la escisión moderna entre physis (naturaleza) y psyché (mente o alma). Una patología moderna profundamente arraigada en la ciencia, la medicina, la educación, las leyes y las relaciones interpersonales. De Quincey propone materializar la mente y mentalizar la materia. Tapar la zanja que excavó Descartes hace cuatrocientos años. Una trinchera que sigue vigente y resulta esencial en la guerra ininterrumpida contra la naturaleza. Francis Bacon sugería poner a la naturaleza en el potro de tortura para que revelara sus secretos. No sabía entonces que lo que ella dice no hace sino reflejar nuestra actitud (violenta o contemplativa). “Cuando el científico va a la caza de la verdad, siguiendo una vía única y continua, se expone a no capturar más que su sombra”. Valéry está diciendo lo mismo que dirá su contemporáneo Niels Bohr. El lenguaje que elegimos (que somos) se refleja en las respuestas que recibimos (de la Naturaleza). Ella no hace sino reflejar nuestra propia sombra, teórica, instrumental.
Juan Arnau, Christian de Quincey, o la insobornable ambigüedad del ser, El País 19/04/2023
La máquina inteligente se reproduce y evoluciona más rápido que el resto de las especies. Y lo hace siguiendo la estrategia de la flor, que seduce a la abeja para diseminar su semilla. Las máquinas de pensar seducen a inteligencias de otra especie prometiendo rentabilidad y dominio. Ya lo dijo Francis Bacon: conocer es poder. Poco después, Hobbes añadió que la naturaleza del Estado es depredadora, como lo son las grandes corporaciones, que crecen a base de ingerir pequeñas empresas. Inteligencias que devoran inteligencias. ¿Es inteligente construir un artefacto más inteligente que nosotros? ¿No acaba siempre la inteligencia mayor dominando a la menor? Nuestros hijos lo experimentan cada día, sometidos a la tenaza del algoritmo. El saber mecanizado de hoy tiende al monopolio, a establecer una única versión de la realidad. Frente a la diversidad de las culturas, la uniformidad de la máquina.
La primera máquina de pensar, prototipo del ChatGPT, se la debemos a un mallorquín. La segunda a un filósofo alemán. Ramon Llull pretendía convertir infieles, Leibniz calcular. Dos formas de unificación. Desde entonces, que las máquinas piensen por nosotros ha sido uno de los sueños del ciudadano. Como civilización, nuestra deuda con las artes mecánicas es inmensa. Sin embargo, a pesar de sus maravillosos prodigios, algunos han visto en ellas una pulsión de muerte. Samuel Butler describió esa dinámica. Las máquinas no saben hacer el amor y reproducirse. Para ello utilizan a la especie humana, prometiendo el dominio militar, político y económico. La máquina, que no sabe desear, es capaz de hacer desear. Desde entonces, ingenieros y tecnócratas han logrado una aceleración inédita en la evolución de las máquinas, mientras la especie humana queda rezagada.
Desconfiar del utopismo tecnológico no significa demonizar la técnica. La técnica ha existido desde el Neolítico y nuestra historia no puede entenderse sin ella. Sólo recientemente, cuando se ha plegado al mito mecanicista, la técnica ha tomado una deriva que afecta al ejercicio mismo de la libertad. Va en busca de su perfección, y nos hace creer que la manejamos a ella, cuando es ella la que, sigilosamente, va configurando nuestra forma de vida y de trabajar. A cambio, nos facilita la vida. Nos plegamos con gusto a las comodidades que ofrece. Multiplica la eficacia en procesos de producción y explotación de recursos. Pero todo ello tiene un precio, sobre todo cuando la técnica entra en los dominios de la inteligencia. Este periódico publicó hace unos días una entrevista con uno de los últimos desertores del maquinismo, Geoffrey Hinton, que dejaba la vicepresidencia de ingeniería de Google. Sus confidencias deberían poner en guardia a los defensores de la libertad.
El mito moderno de la ciencia consiste en no ver que las ciencias también pueden ser depredadoras (de otras ciencias o campos de investigación), en creer que son democráticas y que trabajan por el bienestar del género humano. Pueden hacerlo y también pueden no hacerlo. No hace mucho vimos cómo se utilizaba con fines bélicos el conocimiento atómico de los físicos más brillantes del mundo. Más recientemente, hemos visto cómo la inyección contra el engendro vírico no llegaba a los países más pobres. ¿Es que hay alguien suficientemente ingenuo para creer que el poder tecnológico estará democráticamente repartido? ¿Que no ahondará en la brecha entre ricos y pobres? ¿Que no dejará todo el poder en manos de una exigua oligarquía? La filosofía se ocupa, entre otras cosas, de las pasiones humanas. El capitalismo desarrollado valora, por encima de todas, una de ellas: la ambición. No hace falta ser un lince para advertir que siempre habrá quienes fabriquen robots soldado o máquinas de matar (los más activos en la guerra de Ucrania no son los reclutas, sino los drones).
La utopía contemporánea ya no es la reforma social, sino el sueño tecnológico. La biotecnología y la IA son los proyectos estrella de las grandes corporaciones, que han desplazado a las universidades. Mientras tanto, las redes sociales y los metaversos se encargan de configurar mentes infantilizadas, narcisistas y sometidas al fetiche de la popularidad. Estos dos vectores, una cultura de la distracción y una inteligencia mecánica que configura los deseos de las masas, trazan una deriva siniestra.
Juan Arnau, Máquinas de pensar, máquinas de matar: ¿Es inteligente fabricar artefactos más inteligentes que nosotros?, El País 22/05/2023
En la base de la ciencia moderna hay un mito hebreo. El hombre está hecho a imagen de Dios, no así la naturaleza, que es mera creación. El mandato divino consiste en que el hombre disponga de ella. Esta consigna bíblica marca el destino de la civilización occidental. El hombre se distingue de la naturaleza, de hecho, puede decirse que no es naturaleza. Quien hace efectivo ese mandato en la época moderna es un político inglés con ambiciones filosóficas: Francis Bacon.
Otra idea complementa la anterior. La separación entre el estudio de la naturaleza y el estudio de lo divino. Como si fueran cosas separadas. Dar al César lo que es del César. “Dios no actúa en la naturaleza más que mediante causas segundas”. Esto quiere decir que la naturaleza es un sistema cerrado del cuál no se puede inferir nada acerca de Dios. Bacon lo afirma con claridad: “No pretendemos llegar mediante la contemplación de la naturaleza a los misterios de Dios”. Esa actitud supondría caer en la herejía. Ese hiato, esa partición, que refrendarán Descartes y Kant, es la esencia del pensamiento moderno. “Cuando se mezclan religión y filosofía, el engendro es una religión herética o una filosofía imaginaria”. Con ese movimiento se clausura definitivamente la antigüedad pagana. Entonces Dios estaba en todas partes, en los animales, en la planta y el mineral, que eran emanaciones suyas. Ahora ya sólo está en el hombre. De este último reducto será desalojado por Darwin. Nietzsche firmará el certificado de defunción. Así se deshace el pensamiento científico de Dios. Quedan los privilegios. El derecho, inalienable y teológico, a la explotación del mundo natural.
Dentro de su plan general de ordenación del conocimiento, Bacon distingue tres tipos de filosofía: la divina (teología), la natural (lo que más tarde se llamará física, química y biología) y la humana (lo que hoy llamamos filosofía). Lo que puede saber la teología de Dios es a través de sus criaturas, de su moral (una idea que hereda Kant). El conocimiento de la naturaleza “basta para refutar el ateísmo, pero no para informar la religión”. Los milagros (en los que Bacon parece creer) no los ha hecho Dios para convertir al ateo. Los milagros pretenden convertir a idólatras y supersticiosos, persuadirles de cuál es la verdadera fe. ¿Y qué tiene de particular esa fe? El episodio original de la expulsión del paraíso. Y la renovación de la alianza de Dios con el pueblo elegido, que ahora pasa a ser toda la humanidad, pudiente y colonial. Quizá por primera vez, la naturaleza, que los humanistas han ignorado, pasa a ser un campo de usos y manipulaciones, un ámbito ajeno al hombre que hay que someter, burlar e interrogar. En este sentido, Bacon muestra su afinidad con la vieja manía gnóstica que hereda la Edad Media, donde la naturaleza no era más que una trampa, algo con vocación de putrefacción, afín al demonio y a la carne.
La religión verdadera se distingue de la de los paganos. Los paganos creen que el mundo es imagen de Dios (y el hombre una imagen condensada del mundo). Mientras que cristianos y hebreos creen que sólo el hombre es imagen divina. El resto de la naturaleza no lo es. “Creo Dios a los hombres a imagen suya. Los bendijo y les dijo: “Henchid la tierra y someterla. Dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado y todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra” (Génesis 1. 27-28). Bacon insiste en que “las Escrituras nunca atribuyen al mundo el honor de ser imagen de Dios”. Ese privilegio otorga una prerrogativa: la explotación de la naturaleza para acrecentar el bienestar material de los pueblos. La legitimidad para someter la tierra es de origen divino. La reforma del conocimiento pretende recuperar el terreno perdido por la Caída y restaurar el dominio sobre la naturaleza. Como “señor de la tierra” (dominus terrae) el hombre es “ministro e intérprete de la naturaleza”, a la que entiende observando sus leyes. Pero mediante la inventio, el científico se convierte en creador. Bacon confiere el rango de héroes a los creadores de inventos nobles “cuyo beneficio puede extenderse a todo el género humano” (aquí nace el falso mito de la democratización de la ciencia). Esos inventos imitan la creación divina. “Eso diferencia la vida en Europa de la vida en las regiones salvajes y bárbaras del Nuevo Mundo”. Hasta el punto que, al compararlas, se podría decir que “el hombre es un Dios para el hombre”. El proyecto es claro: restaurar el poder perdido con el pecado original. Si la humanidad se reconcilia con el creador mediante la fe y la religión, la pérdida de saber y poder se supera mediante la ciencia y las artes. La ciencia se convierte así “en un fin grato y querido por Dios”. Bacon cambia la relación de la religión con la ciencia (que para muchos teólogos constituía una amenaza para la fe). Y se apoya en la Biblia para hacerlo: la religión exhorta a la ciencia a dominar la naturaleza. Mediante ese dominio la sociedad humana llegará al descanso sabático (milenio o utopía). El milenarismo cristiano, reformado, puritano y radical, se asocia con la reforma del saber y el advenimiento de una nueva época.
La naturaleza se presenta en tres estados. El libre o natural, donde los acontecimientos siguen su curso ordinario. El extraordinario, donde la naturaleza se sale de su curso habitual debido a “perversidades e insubordinaciones de la materia, o por la violencia de los obstáculos”. Y el modificado, cuando es constreñida o moldeada por la ciencia. En este último, la naturaleza es “encadenada y vejada, el ministerio humano la saca de su curso habitual, la oprime y da forma” sometiéndola al yugo de sus intenciones, “pues tales cosas nunca se hubieran realizado sin el hombre”. Y añade: “esperamos mucho más de esta parte en lo que se refiere a ayudas y resultados, pues la naturaleza de las cosas se revela más a través de las vejaciones de la ciencia que cuando actúa libremente”. La naturaleza tortuosa del laboratorio será la nueva pasión moderna. Los signos en rotación. El antiguo sacrificio se traslada al tubo de ensayo. En ese yoga (yugo) llevamos tres siglos. Algunos pensaron que culminaba con la bomba atómica y las armas biológicas, cuyo antídoto sólo conoce el fabricante (y a veces ni eso). Hoy, con la irrupción de la IA, vemos que aquello fue sólo la obertura. La acción y el ministerio humano muestra otro rostro de las cosas (que pasan a reflejar nuestras intenciones y ambiciones), “una faz de los cuerpos completamente nueva, otro universo, otro teatro del mundo”. Nuestras pasiones y mentalidades, lo denso y fluido, lo caliente y lo frio, lo pesado y lo ligero, se reflejan en la naturaleza y pasan a constituirla. Esa es la magia de la mente del mundo. Nace así el híbrido naturaleza-cultura.
Los paganos meridionales, claro está, hemos de protestar. El relato bíblico es demasiado antropocéntrico. Bacon creyó, como creen hoy algunos ingenieros, que el poder humano podía emanciparse del curso general de la naturaleza. Como si el cuerpo y la mente no fueran naturaleza y fuera posible desembarazarse de ésta. No saben que reeditan la vieja manía de los gnósticos, que aborrecían la naturaleza. La soberbia tecnológica puede asumir con facilidad estos desvaríos. Saber es poder. Esa asociación crea algunos espejismos. Utopías mal concebidas que derivan en distopías.
Aunque no faltan importantes excepciones, pueden decirse que las gentes del norte carecen de imaginación. Todos los calvinismos y determinismos tienen origen septentrional. Imaginan un mundo ahí fuera, que sigue su marcha al margen de nuestras intenciones. Toda la mística de la imaginación, desde la hebrea al sufismo, es de origen meridional. Recordemos que la cábala es un asunto peninsular, como también lo es el sufismo. Desafortunadamente, el modelo septentrional se ha impuesto y hoy nos gobierna el algoritmo, engendro ciego e incoloro, que amenaza con someter a las energías melódicas y coloristas de la imaginación.
La soberbia colonial ha marcado el destino de nuestra civilización. Bacon tuvo algunas ideas brillantes, que tendrán una influencia decisiva en ese destino (a través de Kant y la Ilustración francesa). Establece una serie de categorías para los ídolos de la mente (de tono muy budista), y clasifica las ciencias en función de las facultades: la historia es memoria, la poesía imaginación y la filosofía razón (una idea brillante pero falsa). Respecto a sus debilidades: no hace ninguna aportación significativa a la investigación científica, no es capaz de reconocer el genio de su médico, William Harvey, desprecia la cosmología de Copérnico y no reconoce la importancia que las matemáticas tendrán para la ciencia moderna. Bacon no sólo no sabía matemáticas, sino que las consideraba peligrosas por su proximidad al ocultismo (cábala, astrología, milenarismo). Le parece que las matemáticas “buscan a tientas un saber fantástico” y que “es mejor seccionar la naturaleza que resolverla en abstracciones”. Peirce comentaría después que ningún sistema mecánico (como las tablas baconianas de exclusión), puede producir un conocimiento científico importante. Popper que la especulación imaginativa (para Bacon un vicio intelectual heredado del escolasticismo), era el nervio del progreso científico. La posibilidad de un teorizar científico susceptible de ser mecanizado, en la que no cuentan las dotes de quien hace las clasificaciones, resulta muy dudosa. La teoría cuántica sería un buen ejemplo.
Bacon no otorgó importancia a la concepción de hipótesis o de teorías imaginativas. Pese a ello, aportó sesgos y orientaciones decisivos para la mentalidad moderna. Entre ellos destaca la idea de aprender de la naturaleza (obedecerla) que hoy desarrolla el llamado “diseño ecológico”. Pero también la idea de que ciencia y poder son una misma cosa, “dos objetivos gemelos, que vienen a ser lo mismo”. Frente a las divagaciones escolásticas, propone una inducción metódica y cautelosa. Frente al individualismo elitista de los humanistas, una experimentación mecánica y colectiva. Frente al secretismo de alquimistas y herméticos, una investigación abierta a la crítica pública e institucional. Ese cambio de mentalidad impulsará el desarrollo de la ciencia moderna. El nuevo ídolo empieza a erigirse: “Muchos pasarán y crecerá la ciencia” (Daniel 12.4). Bacon es quizá el primero que propone la estatalización de la ciencia. Un nuevo pacto entre Ciencia y Estado que sustituya al anterior de Religión y Estado. Así se hace tras la cruenta lucha entre jesuitas e ilustrados. Pero más tarde, en el capitalismo desarrollado, entrará en liza un nuevo factor: los intereses de las grandes compañías tecnológicas y farmacéuticas. Los frutos de la ciencia activa son el único criterio de verdad. La tecnología ha dejado de ser la sierva de la ciencia. El que propicia ese cambio de mentalidad es Bacon, cuya vida está dominada por la voluntad de poder.
El asunto ya no es si la IA puede llegar a ser consciente o si tiene experiencias o deseos. Es decir, si la inteligencia es sólo información, o también experiencia y deseo. Estamos ante otro tipo de problema: las graves consecuencias de depositar nuestra inteligencia en estas máquinas de pensar. El individuo, si ha alcanzado un cierto grado de sabiduría y madurez, es capaz de controlar sus deseos, de armonizarlos con el entorno. ¿Serán estas máquinas capaces de hacerlo? Es un hecho que la competencia entre países y grandes compañías es hoy día frenética. Muchas de las personas más inteligentes e intuitivas del planeta están seriamente preocupadas. Hinton sugiere poner todos los esfuerzos en que la IA sea segura. Es pedir peras al olmo. Una bomba o un virus modificado son artefactos explosivos. Han nacido para su diseminación. La amenaza de estos engendros es su naturaleza expansiva. Lo mismo puede decirse de la inteligencia mecánica. El Sol contiene su explosividad con la gravedad, que es una de las formas de la seriedad. Los astrofísicos saben que llegará un día en que ya no pueda hacerlo. Entonces acabará la vida en la Tierra (si no la hemos acabado nosotros antes). Ese compromiso de las estrellas con las formas de vida es el que ahora hemos de reclamar a las grandes corporaciones (más poderosas que los Estados). En sus manos hemos depositado el destino de la civilización. La IA, ese híbrido naturaleza-cultura (Latour), puede acabar con la naturaleza y con la cultura. Lo que hemos querido ser, con lo que somos. Prometeo encadenado. Nada nuevo bajo el sol.
Juan Arnau, Máquinas de penar, máquinas de matar: ¿Es inteligente fabricar artefactos más inteligentes que nosotros?, El País 22/05/2023
La mente es un prisma deforme que distorsiona la naturaleza de la luz. Para complicar aún más las cosas, la naturaleza es mucho más complicada que la mente que trata de descifrarla. “Sus sutilezas están más allá del sentido o el intelecto”. Bacon nunca se plantea el hecho de que la mente sea ya naturaleza. A esta dificultad se añade otra, la mente tiene sus propios ídolos, sus propios sesgos e inclinaciones, que la inducen al error. Son cuatro. Los ídolos de la tribu (propios de la especie humana). Los ídolos de la caverna (propios de cada individuo). Los ídolos del foro (propios del lenguaje y la cultura). Y los ídolos del teatro (propios de los sistemas filosóficos heredados).
Muchos se complacen en adorar la mente y defender la nobleza del pensamiento. No entienden que la mente es una enredadera. Un espejo “que modifica los rayos de las cosas en virtud de su propia figura y corte”. La mente inserta y mezcla, sin fidelidad alguna, su propia naturaleza con la naturaleza de las cosas. Los ídolos de la mente nunca podrán eliminarse del todo (sólo se puede conocer lo falso), pero se pueden minimizar sus efectos. La mente, abandonada a sí misma, tiene además una naturaleza itinerante, vagabunda y miscelánea. Por eso triunfaron los periódicos y ahora lo hacen los reels. Salta gustosa de lo frívolo a lo trágico, de lo dramático a lo cómico, de la curiosidad al hastío.
La imagen de Bacon es precisa. La mente es como un “espejo encantado”. No es una tabula rasa, ni se puede escribir sobre ello sin evitar que lo nuevo se mezcle con lo viejo. Entre los ídolos de la tribu está el prejuicio de que el hombre es la medida de todas las cosas. La mente no sólo refleja, de un modo desigual, los rayos de la naturaleza, sino que tiende a dejarse arrastrar por las emociones o las impresiones de los sentidos. Mezcla su propia naturaleza con la de las cosas, distorsionando y recubriendo a éstas. Tiende a imaginar que lo que es fluctuante es constante, a ver en las cosas un orden mayor que el que realmente tienen, a suponer semejanzas e ignorar excepciones.
Los ídolos de la caverna nacen del temperamento individual, del cuerpo y el espíritu de cada cual. Cada individuo vive en su propia caverna, hecha de restos del pasado, de la educación recibida y los libros leídos, de lo visto y lo escuchado. Todos ellos “corrompen la luz de la naturaleza”. Unos ingenios tienen más facilidad para percibir semejanzas, otros para las diferencias. Unos veneran la antigüedad y otros la novedad. Unos prefieren los detalles, otros las generalidades. Pero las cosas nuevas siempre serán entendidas por analogía con las viejas. (A Bacon sólo le falta mencionar las acciones del pasado para situarse en el modelo mental del budismo).
Respeto a los ídolos del foro, “los más fastidiosos de todos”, son el efecto general del hechizo del lenguaje y el habla común. De palabras confusas, mal definidas o mal abstraídas, inútiles y sofísticas. Pero también se deben a las distorsiones que introducen los doctos, las leyendas, el carácter de los pueblos, la fantasía y la retórica, “que ejercen una extraordinaria violencia sobre el entendimiento y lo perturban todo”, llevando a estériles controversias y ficciones. Respecto a los ídolos del foro, Bacon cita las instituciones y sus diversos sesgos, que no ayudan al conocimiento, anticipando una de las tesis fundamentales de la sociología de la ciencia. “No hay forma de Estado o sociedad, clase social o categoría profesional, que no encierre un punto de contrariedad respecto al genuino saber. Las monarquías se inclinan a su propio medro y placer, las repúblicas a la gloria y vanidad, las universidades a la sofistería y afectación, los monasterios a las fábulas.”
Finalmente, los ídolos del teatro son los diferentes dogmas de las filosofías. Entre ellos la manía de mezclar la filosofía natural con la teología, el mundo natural con el divino. Esos ídolos proceden no sólo las sectas antiguas, sino también las fantasías de los alquimistas, que imaginan paralelismos y correspondencias donde no existen, y de los escolásticos. Algo que se aprecia en la filosofía natural de Aristóteles, “que es esclava de su lógica, hasta el punto de volverla inútil”. Los alquimistas se van al otro extremo y elaboran, a partir de unos cuantos experimentos en el horno, “una filosofía fantástica y de escaso alcance”, “un parloteo propio de niños”. Y cita un proverbio que recoge Séneca: “el que corre fuera del camino, cuanto más hábil y veloz sea, mayor será su error o desvío”. Se llaman “del teatro” porque pueden ser más elegantes y hermosos que las verdaderas narraciones, y sus fantasías alejan de la verdad.
El origen de estas falsas filosofías es triple: sofístico, empírico y supersticioso. El primero, Bacon lo atribuye a Aristóteles. La sabiduría griega era profesoral y pródiga en disputas. Se abrían escuelas y se cobraba por la enseñanza. Esto llevó a la corrupción del conocimiento mediante la palabrería y la dialéctica. El segundo, a los alquimistas, una filosofía “más digna de risa que de pena”, que “abruma al género humano con sus promesas de prolongación de la vida y la postergación de la vejez”. El tercero, a escuelas paganas como la de Pitágoras o a otras “que intentan fundar la filosofía natural en el Génesis o en el Libro de Job. La insana mezcla de lo divino y lo natural desemboca en una filosofía fantástica y una religión herética”. Esta mezcla es el peor de los males para Bacon y anticipa la partición cartesiana. “La filosofía natural es, después de la Escritura, la mejor medicina contra la superstición y un alimento excelente para la fe. Una nos manifiesta la voluntad de Dios, la otra su poder”. Esa aversión a la mezcla la asume Kant. Bacon sólo salva a algunos presocráticos: Empédocles, Anaxágoras, Parménides o Heráclito, “que no abrieron escuelas, sino que se entregaron en silencio a la investigación”. También señala a los mecanicistas que “no dicen nada del apetito de los cuerpos”. El entendimiento debe guardarse de estas visiones precipitadas y, en muchos casos, desaprender lo aprendido. Sólo así puede llegarse a cierta “purificación de la mente”.
Los ídolos mencionados perturban la mente, que “es móvil y no es capaz de detenerse o reposar”. El entendimiento no es una “luz seca”, sino que experimenta la influencia del deseo, la voluntad y los afectos, las esperanzas y los temores. Bacon no sugiere, como hará el pensamiento indio, transformar la mente para así transformar el mundo. El mundo está ahí fuera y sigue su curso. Debemos adaptarnos a sus leyes si queremos dominarlo y obtener el fruto esencial del conocimiento, que es el bienestar material.
Bacon no es un mecanicista como lo será Descartes. Cree que para conseguir resultados técnicos importantes hay que recurrir no a la mecánica, sino a la magia natural. Desprecia “la exquisitez y arrogancia de los matemáticos, que van a necesitar casi que esta ciencia domine a la física”. Su ciencia no reconoce el papel fundamental que más tarde se otorgará a las matemáticas. Tampoco a los metafísicos, “que son como las estrellas, que poco alumbran de lo altas que están”. Rechaza como Descartes la idea de un espacio vacío. El espacio tiene una estructura sutil que quizá quede fuera del alcance de la investigación humana. El verdadero filósofo debe parecerse a la abeja, no a la hormiga, que simplemente almacena, ni a la araña, que, como el lógico, saca del interior su tela. Debe aprender a extraer la materia, saber elaborarla y darle forma, como hace la abeja.
La nueva ciencia que propone se encargará de acabar con las miserias que afligen al género humano, mejorando las condiciones de vida. En esto acertó y, lo que esperaba de ellas, se ha cumplido. Al menos en esa parte del planeta, que ha tenido los recursos para desarrollarlas (gracias, entre otros factores, al impulso colonial). Pero no advirtió el lado oscuro de las prácticas científicas, su poder destructivo, que es el precio que la vida del planeta debe pagar por ellas.
La Restauración pasa por la renovación de la lógica. Se presenta como un nuevo organum que remplace al de Aristóteles. La ciencia no puede arrancar de las tinieblas de la antigüedad, sino de la luz de la naturaleza. En su lectura del Génesis, Bacon comenta que en el primer día Dios creó la luz, y a esa tarea consagró toda la jornada, sin producir en ella nada material. A las cosas materiales consagraría los días siguientes. Penetrar en los secretos de la naturaleza consiste en acercarse cuidadosamente a esa luz primera. Pese a reconocer esa condición de la luz, Bacon no se sitúa en la claridad geométrica de Galileo o Descartes, sino que se mantiene más cerca de la tradición mágico-naturalista del Renacimiento, aunque con frecuencia reniegue de sus fantasías e imaginaciones vanas.
Los principales humanistas Erasmo, Moro o Maquiavelo, apenas tuvieron interés por la naturaleza. Maquiavelo mantuvo una relación problemática con ella. El mundo natural se encontraba decaído y necesitaba una renovación por la magia. Bacon compartió con ellos su hostilidad respecto al modo escolástico de pensar, con sus interminables disputas. Pero dio un paso más, al rechazar el silogismo, que “hace que la naturaleza se nos escape de las manos”. Pues “el silogismo consta de proposiciones, las proposiciones de palabras, y las palabras son etiquetas y signos de las nociones. Y si las nociones mismas de la mente han sido mal abstraídas y no están lo suficientemente definidas, todo se viene abajo”. La materia no es homogénea ni abstracta. Su movimiento eterno es una fuerza viva que no puede reducirse a un modelo mecánico. Se necesita otro tipo de inducción, “extraída de las mismas vísceras de la naturaleza”. El punto de partida del conocimiento es el vínculo causal. Todo conocimiento genuino debe apoyarse en el mayor número posible de hechos. Al confrontarlos, es posible elevarse de lo particular a lo general. Sin negar la necesidad del pensamiento abstracto, Bacon menosprecia la deducción. Su teoría de la inducción señala por primera vez el valor de las instancias negativas: los casos que contradicen la generalización y exigen su revisión.
Bacon acusa a Aristóteles de concebir el mundo a partir de meras distinciones verbales. Telarañas de gran agudeza, pero telarañas. Pretende establecer una unión más estrecha entre Minerva y Vulcano, entre la contemplación filosófica y el horno del experimentador. Lucha frontalmente contra la separación entre ciencia y técnica. La antigua contraposición es ilegítima para la nueva ciencia. La verdad no puede estar separada de la utilidad. Y los grandes descubrimientos: la imprenta, la brújula, la pólvora, ya ha empezado a guiar la historia. Pero el progreso de la teoría y el de la práctica, de la verdad y la utilidad, han de ir de la mano. La fe de Bacon se convertirá en la fe moderna. Pero la parte activa de las ciencias debe delimitar y determinar la contemplativa. Hoy lo diríamos así: la técnica marca y dirige los pasos de la ciencia. “Las causas finales corrompen las ciencias, excepto en lo que se refiere a las acciones humanas.” Lo divino queda para la razón práctica, la ciencia, para la razón pura. En esa dinámica nos movemos todavía.
Juan Arnau, Francis Bacon, un político que pensaba, El País 24/05/2023
Un equipo internacional de científicos ha anunciado este miércoles “una nueva era” en el tratamiento de las enfermedades neurológicas. Los investigadores han instalado “un puente digital” entre el cerebro y la médula espinal de Gert-Jan Oskam, un holandés de 40 años que se quedó tetrapléjico tras un accidente en bicicleta en 2011, cuando regresaba de su trabajo. Dos implantes en su cerebro leen ahora sus pensamientos y los envían, sin cables, a un tercer implante que estimula eléctricamente su médula. El paciente es capaz de caminar largas distancias con muletas e incluso de subir escaleras con su ayuda. Oskam ya había probado anteriormente un dispositivo más rudimentario en otro ensayo clínico, pero el martes proclamó con entusiasmo la diferencia en una rueda de prensa: “Antes, la estimulación eléctrica me controlaba a mí. Ahora soy yo el que controla la estimulación”.
El accidente con la bicicleta provocó una lesión medular incompleta, que permitía a Oskam efectuar algunos movimientos residuales. Gracias a años de dura rehabilitación, el holandés logró recuperar bastante movilidad en los brazos. En 2014, llegó el rayo de esperanza: una nueva técnica científica, con estimulación eléctrica en la médula espinal mediante un implante, había tenido éxito en ratas en un experimento en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, en Suiza. Aquellos roedores, con la médula cortada en dos, eran capaces de dar más de mil pasos. En 2016, la estrategia también funcionó en monos.
Manuel Asende, Un hombre tetrapléjico vuelve a caminar gracias a un puente digital entre el cerebro y la medula espinal, El País 24/04/2023
En su seminal artículo de 1974 ¿Cómo es ser un murciélago?, el filósofo Thomas Nagel abordaba la imposibilidad de sentirse verdaderamente otro, sentir lo que otro siente siendo ese otro. Solo uno mismo sabe qué se siente siendo uno mismo. Puedo intentar imaginar cómo es para un murciélago ser un murciélago, pero en ese ejercicio siempre estaré limitado por los recursos y las experiencias de mi propia mente, que no se parecen nada ni a los de la mente de un murciélago o cualquier otro animal consciente, ni a los de cualquier otro humano. La empatía es un sentimiento bien intencionado, pero imaginado: no puedo colocarme verdaderamente en el lugar de otro. Cada cráneo es un búnker impenetrable. Los laberintos, los desfiladeros, las excavaciones que aloja contienen mundos únicos, absolutamente únicos, que proyectamos hacia fuera en la linterna mágica de la vida.
Emilio López-Galiacho,
Cráneo(s). El útimo refugio, fronterad 04/05/2023
Una idea que se mantiene durante siglos, casi hasta el final del romanticismo, donde se comienza a resquebrajar el canon clásico y arranca una revolución que continúa hasta las vanguardias y llega hasta la actualidad, donde deja de ser el valor fundamental del arte, que pasa a centrarse en otros aspectos, como la emoción o el significado. Una visión que se convierte en mayoritaria y que podemos ver representada en artistas actuales como Damien Hirst, Tracey Emin, o en muchos ya considerados clásicos, como Andy Warhol o Marcel Duchamp, y que ha llevado determinadas voces a hablar del abuso, el miedo o incluso el fin de la belleza.
En los últimos tiempos, dos pensadores brillantes han reflexionado sobre ella, cada uno desde perspectivas muy diferentes, pero igualmente fascinantes. Por un lado, Roger Scruton, que nos dice la belleza puede ser reconfortante, perturbadora, sagrada o profana; puede resultar estimulante, atrayente, inspiradora, incluso escalofriante. Puede afectarnos de maneras muy distintas, pero nunca nos deja indiferentes. Y que argumenta que la belleza existe como un elemento objetivo, como un valor real y universal, arraigado a nuestra naturaleza racional. Su sentido desempeña un papel indispensable en la configuración de nuestro mundo.
Y de otro lado Umberto Eco, que en su Historia de la belleza realiza un recorrido histórico que va desde la Venus de Milo hasta Monica Bellucci, desde el Apolo de Belvedere a George Clooney, de Boticcelli a Mark Rothko y desde la idea de la belleza como proporción y armonía hasta la belleza de consumo. Todo para aceptar finalmente su naturaleza subjetiva y afirmar que un explorador del futuro «deberá rendirse a la orgía de la tolerancia, al sincretismo total, al absoluto e imparable politeísmo de la belleza».Las plantas son un tipo de organismo totalmente distinto a los animales; carecen de sistema nervioso y están enraizadas in situ. Pero las plantas nos dan sobradas muestras de comportamientos intencionales. Si una raíz topa con algún objeto impenetrable, como una roca, cambia de trayectoria. Las plantas también pueden girar lentamente para estar siempre orientadas al sol mientras este sigue su recorrido diurno. Y al acabar el día, las flores se repliegan tan suavemente que incluso les decimos a los niños pequeños que “se ponen a dormir”.
Las plantas son mucho más que simples autómatas ejecutando un programa sencillo. Toman decisiones y parecen hacerlo basándose en sus aprendizajes, tal como ha demostrado la bióloga botánica Monica Gagliano para el caso de los guisantes. Una de las respuestas más “animalescas” observada en plantas es la de la fanerógama perenne Mimosa pudica, un miembro de la familia de los guisantes nativo de la América del Sur y Central. En latín, pudica quiere decir “vergonzosa” o “tímida”, y es que las hojas de la planta se pliegan hacia dentro cuando las tocamos o las sacudimos, como si fueran criaturas que se enroscan sobre sí mismas para protegerse de un peligro; de hecho, la planta también recibe los nombres comunes de “sensitiva” o “dormilona”, o incluso “mírame y no me toques”.
Las células de las plantas pueden comunicarse mediante señales eléctricas que se propagan a lo largo del floema, a través de canales de células contiguas. Tradicionalmente, se ha concebido el floema como la red de transporte de los azúcares que las células necesitan para sus procesos metabólicos, algo que vendría a ser remotamente análogo a nuestro propio sistema vascular de flujo sanguíneo. Sin embargo, también puede actuar como un conjunto de “cables verdes” transportadores de señales eléctricas. Hay quienes sostienen que las plantas pueden sentir incluso algo parecido al dolor: una sensación de aversión a cosas que amenazan su bienestar y su integridad.
Similares argumentos se han formulado para defender la existencia de algo afín a una mente en los hongos, donde la comparación con las expansivas redes interactivas y comunicativas de las células nerviosas resulta posiblemente más sugestiva aún. Las setas que brotan en los bosques solo son los denominados cuerpos fructíferos de unas vastas redes de filamentos fungosos que se extienden formando laberintos microscópicos entre el suelo y la vegetación. Muchos hongos crecen creando marañas de micelio, un tipo de tejido conectivo que se extiende no solo por los suelos sino también por los arrecifes de coral, por nuestros organismos y los de otros animales, por las casas donde hay humedad, y por debajo de las aceras y las calles urbanas. Los filamentos miceliales son las llamadas hifas, cuya anchura típica es solo una quinta parte de la de un cabello humano. Las hifas se extienden por los ecosistemas y digieren y absorben nutrientes que acarrean de una célula a otra a lo largo de esos intrincados y expansivos sistemas de transporte.
Las hifas fúngicas, como las células de las plantas, pueden generar y transmitir impulsos eléctricos que también se asemejan a los potenciales de acción neuronales. Algunos investigadores sostienen que la información así transmitida por las redes fúngicas las habilitan para tener conducta inteligente, memoria y cognición; vienen a decir, en definitiva, que dichas redes presentan ciertas analogías con los cerebros. La presencia de mentes en las plantas o los hongos es una cuestión, no ya sin resolver todavía, sino tal vez irresoluble. Pero no por ello carece de sentido; todo lo contrario: nos obliga a abordar ciertas preguntas fundamentales sobre qué puede considerarse una mente.
Philip Ball, El espacio de las mentes posibles, o la inteligencia de los pulpos, fronterad 04/05/2023
Damos por sentado que las otras personas tienen mentes porque, en realidad, no tenemos más remedio: no podemos meternos dentro de ellas para comprobarlo. Pero no se trata de un ejercicio de fe ciega: sería demasiada casualidad que, pareciéndose como se parecen otros cerebros al nuestro, funcionando igual que él como funcionan, y viendo hasta qué punto las otras personas siguen nuestras mismas reglas de conducta, esos otros seres no experimentaran más o menos el mundo como nosotros, y que todas sus sensaciones, experiencias, emociones, miedos y fantasías no fueran como las nuestras.
Pero si no parece exagerado imaginarnos dentro de las mentes de otros congéneres nuestros, semejante prodigio de proyección mental sí resulta mucho más difícil cuando tratamos de hacerlo con otras especies. Podemos imaginarnos qué se siente elevándose por el cielo como un ave, o surcando las profundidades marinas como una ballena, o usando la ecolocalización como un delfín, pero cuando lo hacemos, en el fondo solo estamos vertiendo nuestra propia cogitación en alguno de esos recipientes con forma animal.
Dado que nuestra experiencia es, por definición, solipsista –podemos viajar a Madrid y a Madrás, pero nunca podemos salir de nuestro propio cráneo–, ¿qué posibilidades tenemos de siquiera empezar a indagar acerca de las mentes no humanas?
Philip Ball, El espacio de las mentes posibles, o la inteligencia de los pulpos, dronterad.com 04/05/2023
Si la bóveda craneal es el gran palacio de la intimidad, la trepanación es el acto de profanación por excelencia. Los primeros cráneos trepanados descubiertos datan de hace aproximadamente 7.000 años. Dicen los expertos que no es fácil saber el motivo, pero parece ser que las perforaciones craneales podrían haber tenido lugar como parte de algún tipo de ritual. La trepanación convierte el cráneo en una cámara obscura donde se proyectan, como en un planetario del alma, las constelaciones de la intimidad profanada.
Aprovechando la ceguera táctil del cerebro, mucha de su cirugía se realiza hoy a cráneo abierto. En muchos casos, esto disminuye el riesgo y además permite al cirujano interactuar con el paciente mientras le opera. Sin embargo, hay algo perverso, insoportable, en la idea de abrir un cráneo y más aún con su dueño despierto. En 1939, el periodista y escritor húngaro Frigyes Karinthy publicó Viaje alrededor de mi cráneo. El libro es una suerte de reportaje donde el autor cuenta en primera persona el descubrimiento y posterior cirugía a cráneo abierto de un tumor cerebral con el que fue diagnosticado. Karinthy era un escritor prolífico, meticuloso y campechano a la vez, sarcástico y egocéntrico, y muy popular en su país. En la primera parte del libro, habla de sus síntomas con naturalidad, desparpajo y hasta humor, sin demostrar un ápice de temor por la posible gravedad de lo que le ocurre. En la segunda, quizá la más interesante, narra la operación. Tendido boca abajo en una mesa de quirófano, despierto y con el cráneo abierto y el cerebro al aire, intenta concebir qué está ocurriendo ahí fuera, qué está haciendo el prestigioso y distante doctor Olivecrona en la carne profanada de su mente. ¿Cómo es posible que estando despierto y pensando, no sienta nada cuando alguien hurga precisamente en la fábrica de todas sus sensaciones? “No, mi cerebro no me duele. Ojalá doliera. Esto es mucho más terrible que si doliera. Porque si doliera significaría que estoy vivo. Es imposible que así pueda continuar viviendo y pensando, imposible e ilícito”. Karinthy siente a la vez el temor de haber muerto y una tremenda vergüenza por la exhibición de su cerebro, de todos los laberintos de su mente, por la apertura impúdica de la caja de los truenos y miserias de su yo más íntimo.
Emilio López-Galiacho, Cráneo(s). El último refugio, fronterad.com 04/05/2023
Algunos investigadores sospechan que la sola existencia de sensibilidad eléctrica imbuye las células nerviosas individuales de los ingredientes propios de la sintiencia. El experto en informática Norman Cook ha sugerido que, al abrir su membrana para una entrada o una salida de iones cargados productoras de un voltaje, las células vivas rompen el sello hermético por el que distinguen su interior de su exterior, y esa apertura a su entorno basta por sí sola para generar en ellas una “protosensación”. Los cerebros, las mentes y la cognición son, desde ese punto de vista, agregados de los “átomos de sintiencia” de unas células individuales excitables. Lo que esto implica es que incluso para una neurona en solitario podría haber algo como lo que ser para ser una neurona.
Algunos biólogos aseguran que la mental es, en realidad, una propiedad fundamental de todos los seres vivos; adoptan así una postura conocida como biopsiquismo. Desde esa perspectiva, todos los organismos tienen una especie de mente por el simple hecho de estar vivos. La bióloga Lynn Margulis y su hijo Dorion Sagan afirmaban en 1995 que “no solo los animales son conscientes, sino que todo ser orgánico, toda célula autopoiética [autocreadora], es consciente. En el sentido más simple del término, la conciencia es una percatación del mundo exterior”.
Aunque la idea de que el mero hecho de estar vivo es criterio suficiente para tener conciencia sigue siendo una postura minoritaria, algunos investigadores sospechan que la vida podría ser una condición necesaria de la conciencia. Quiero decir con esto que dudan de que las máquinas puedan poseer nunca lo necesario para ser conscientes o sintientes por la simple razón de que no están hechas del material adecuado para ello. “Solo con hacer que los ordenadores sean más inteligentes, no conseguiremos que sean sintientes –dice el neurocientífico Anil Seth–. Yo intuyo que la materialidad de la vida se demostrará importante para todas las manifestaciones de conciencia”. Él sospecha que la sintiencia depende de cómo el impulso a la autorregulación y el automantenimiento característico de los organismos vivos se expresa en todos los niveles, desde el de la célula hasta el del conjunto del organismo; no bastará con programar esos atributos en una máquina por medio de algoritmos. La idea –popular en Silicon Valley– de que “estamos solo a un golpe de ingenio” de lograr la conciencia artificial es una fantasía, según el neurocientífico Christof Koch.
No sabemos si esto es verdad o no, es decir, si lo genuinamente mental,caracterizado por cierto grado de conciencia, permanecerá eternamente fuera del alcance de nuestras tecnologías. A fin de cuentas, ni siquiera contamos con una prueba que nos permita diagnosticar la conciencia de manera determinante (aunque algunos investigadores están pensando muy concienzudamente cómo diseñar una). El famoso “juego de la imitación” o prueba de Turing, diseñado por el matemático británico, solo mide lo bien que la inteligencia artificial puede crear un simulacro de mente. Y a nosotros, seres evolucionados para vivir entre mentes, se nos da demasiado bien proyectarlas y atribuir un carácter mental a cosas que no lo tienen. Pero, en cualquier caso, no comprendemos las mentes lo bastante bien (ni siquiera la nuestra propia) como para extraer conclusiones irrefutables acerca de dónde reside una y dónde no.
Pensar en un “espacio de mentes posibles”, sin embargo, podría servir para clarificar algunos de los argumentos sobre los límites de la mente en el mundo de los seres vivos y en el de las tecnologías. Desde el momento en que reconocemos que las mentes tienen capacidades diversas que se manifiestan en mayor o menor grado –capacidades de aprendizaje, de memoria, de integración, de conciencia–, podemos ubicar esos entes en algún punto de este espacio conceptual, incluso aunque optemos por atribuirles un valor cero en un hipotético eje de coordenadas representativo de los parámetros de la conciencia y la sensación. Que eso sirva para admitirlas o no en el club de las “mentes” de verdad no parece tan relevante, ni de lejos, como que nos permita construir una comparación con otras mentes y reconocer algunas de las propiedades que comparten con ellas. No se trata tanto de guardar las puertas de entrada a un hipotético Club de las Mentes, como de explorar la realidad que hay ahí fuera.
Philip Ball, El espacio de las mentes posibles, o la inteligencia de los pulpos, fronterad 04/05/2023
No deja de ser prodigioso que un anuncio así sea fruto de darle un puñado de indicaciones a un programa y esperar unas horas. Y no sería de extrañar que algún productor considerara que esto es suficiente: “El protagonista tiene 47 dedos, pero no me va a pedir un aumento cuando aprueben la segunda temporada. Compensa”. Cuando se habla de los peligros de la inteligencia artificial se suele presentar un escenario en el que estos programas funcionan muy bien y nos engañan con noticias falsas, nos roban el trabajo o nos exterminan al considerar que la humanidad es superflua. Pero a veces olvidamos que también existe el peligro de que la inteligencia artificial siga siendo igual de mediocre que ahora, pero que eso les baste a algunos. El riesgo está ahí, y los guionistas hacen bien en plantarse ya.
En cualquier caso, la IA avanza que es una barbaridad: ¿puede llegar un momento en el que escriba guiones perfectos y diseñe humanos con el número correcto de dientes y dedos? Pues quizás, pero, en cualquier caso, no olvidaría el ejemplo del ajedrez. Leontxo García, periodista especializado en este deporte, ha escrito en más de una ocasión que las máquinas juegan mejor que nadie, pero las partidas más bellas suelen venir de un error humano. De modo parecido, no queremos obras de ficción perfectas ni con dedos de más: queremos obras humanas. Lo que nos gusta es meternos en la cabeza de Logan Roy, por ejemplo, e intentar averiguar si de verdad está tan decepcionado con sus hijos. Buscamos traumas, como los de la pancarta.
Las máquinas nos pueden ayudar en esta tarea, pero sus programadores tienen que respetar nuestra privacidad y nuestros derechos de autor, además de conocer sus limitaciones. Porque si no, vamos a terminar con programas infinitos y baratísimos, sin actores ni guionistas, pero también sin espectadores.
Jaime Rubio Hancock, Los traumas infantiles de ChapGPT, El País 09/05/2023
En los últimos meses andamos todos agitadísimos con una nueva versión del pato mecánico, en forma de una Inteligencia Artificial que ‘caga’ conversaciones y las hace pasar por pensamientos inteligentes. El sistema que permite funcionar el ChatGPT y las otras versiones generativas de Open AI es, desde luego, mucho más sofisticado que los resortes del ave mecánica pero, a la vista de la cantidad de personas que están comprando el argumento de que las máquinas han adquirido ‘consciencia’, se diría que la historia se repite.
No se puede negar que existe una amenaza real y que la velocidad a la que avanzan estos sistemas produce vértigo. Los gobiernos de todo el mundo hacen bien en abordar el asunto y estudiar cómo afrontar el peligro que puede tener la proliferación de estos sistemas generativos en la suplantación de personas, la alteración del funcionamiento de las instituciones, el uso de algoritmos sesgados y la utilización ilícita de datos personales y creaciones de terceros. Pero en medio de toda esta burbuja mediática conviene huir de quienes advierten, interesadamente, de que se avecina el fin de los tiempos.En una charla reciente, por ejemplo, el popular escritor y gurú Yuval Noah Harari mezclaba algunas preocupaciones razonables con anuncios grandilocuentes como que “la IA ha hackeado el sistema operativo de la civilización humana” (en referencia al lenguaje) y que, si no lo frenamos a tiempo, nos espera el apocalipsis. Entre las advertencias que lanzan Harari y otros líderes de opinión está el convencimiento de que estas máquinas en apariencia pensantes “crearán mentiras persuasivas a un nivel nunca visto” y manipularán nuestros mercados y nuestro sistema político para poner en peligro a la democracia misma.
La pregunta que cabe hacerse es dónde han estado estas voces críticas en los últimos quince años. Porque todas esas artimañas han sido puestas en práctica con insistencia e impunidad por seres humanos, en ocasiones por los mismos que financian estos proyectos y firman manifiestos para pedir que se frenen. Como muestra, entre los firmantes de la carta abierta para pedir una moratoria de la IA figuraba Harari junto a Elon Musk, promotor de la empresa Open AI y conocido defensor de la democracia y los lanzallamas.
El propio director de la empresa creadora del ChatGPT, Sam Altman, pedía esta semana al Congreso de Estados Unidos que regulara la inteligencia artificial que él mismo produce, en una especie de juego de trilero para que miremos al algoritmo intangible en vez de al ser humano que mueve los resortes. Demasiadas incongruencias como para no preguntarse si alguno de estos señores no traerá un cajón lleno de mierda de pato bajo el brazo.
Antonio Martínez Ron, ChatGPT y la mierda de pato, eldiario.es 19/05/2023
… los cuerpos individuales son manipulados por el desarrollo de regímenes específicos, por ejemplo la dieta y el ejercicio, que hacen que el individuo se responsabilice de su propia salud y de estar en forma (la disciplina del cuerpo) … (pàg. 32)
La disciplina, en lugar de ser impuesta sobre el cuerpo de «carne y hueso» a través de la tortura y el castigo físico, actúa mediante el establecimiento del cuerpo «vigilado por la mente», que advierte a los individuos que controlen su propia conducta. (pàg. 32)
Las visiones de Foucault se pueden aplicar a la sociedad contemporánea, que fomenta que las personas se responsabilicen de ellas mismas. (pàg. 33)
… en Occidente, los gobiernos les dicen a las personas que han de responsabilizarse de sus propios cuerpos como buenos ciudadanos. Los discursos contemporáneos sobre la salud, la imagen y demás vinculan al cuerpo y a la identidad, y sirven para promover ciertas prácticas de cuidados corporales típicas de la sociedad moderna. El cuerpo en las sociedades occidentales contemporáneas está sujeto a fuerzas sociales de una índole bastante distinta al modo en que se experimenta el cuerpo en las comunidades tradicionales. A diferencia de las comunidades tradicionales, el cuerpo está menos sometido a los modelos heredados de cuerpos socialmente aceptables que eran básicos para la vida ritual, las ceremonias comunales de una comunidad tradicional, y más ligado a los conceptos modernos de identidad «individual» y personal. Nuestros cuerpos son considerados como «coberturas» del yo, que se concibe como único y singular. (pàgs. 34-35)
El cuerpo se ha convertido en el centro de un «trabajo» cada vez mayor (ejercicio, dieta, maquillaje, cirugía estética, etc.) y hay una tendencia general a ver al cuerpo como parte del propio yo que está abierto a revisión, cambio y transformación. El crecimiento de regímenes de estilo de vida más sanos son testimonio de esta idea de que nuestros cuerpos están inacabados y son susceptibles al cambio. Los manuales de ejercicios y los vídeos sobre este tema prometen la transformación de nuestros estómagos, caderas, muslos y demás partes del cuerpo. Ya no nos contentamos con ver el cuerpo como una obra completada, sino que intervenimos activamente para cambiar su forma, alterar su peso y silueta. El cuerpo se ha convertido en parte de un proyecto en el que hemos de trabajar, un proyecto cada vez más vinculado a la identidad del yo de una persona. El cuidado del cuerpo no hace referencia sólo a la salud sino a sentirse bien: cada vez más, nuestra felicidad y realización personal está sujeta al grado en que nuestros cuerpos se ajustan a las normas contemporáneas de salud y de belleza. Los libros sobre salud y los vídeos para estar en forma se complementan, ofreciéndonos una oportunidad para sentirnos mejor, más felices y más sanos. (pàg. 34)
Ahora la belleza requiere una nueva forma de disciplina en lugar de que ésta no exista en absoluto: para conseguir el vientre firme que exige el guión, se ha de hacer ejercicio y controlar lo que se come. Mientras el estómago de la encorsetada mujer del siglo XIX sufría la disciplina desde fuera, la mujer del siglo XX, al hacer dieta y ejercicio, ha disciplinado a su estómago mediante la autodisciplina (una transformación de los regímenes disciplinarios, algo parecido si concepto de Foucault del paso del cuerpo de «carne y hueso» al del cuerpo «vigilado por la mente»). Lo que se ha producido ha sido un cambio cualitativo en la disciplina más que uno cuantitativo, aunque se podría argüir que la autodisciplina que requiere el cuerpo moderno es más fuerte y exigente por parte de la mujer que la requerida por la usuaria del corsé. (pàg. 36)
Joanne Entwistle, El cuerpo y la moda, Barcelona, Paidós 2002
Considerava, primerament, que tenia una cara, mans, braços i tota aquesta màquina d’ossos i carn, tal com apareix en un cadàver, la qual designava amb el nom de cos. A més a més, m’adonava que em nodria, que caminava, que sentia i que pensava, i atribuïa totes aquestes accions a l’ànima, però no em parava gens a pensar què era aquesta ànima, o bé, si m’hi aturava, imaginava que era alguna cosa extremadament rara i subtil, com ara un vent, una fl ama o un aire molt penetrant inserit i difós en les meves parts més grolleres. Pel que fa al cos, no dubtava en absolut de la seva naturalesa; pensava conèixer-la molt distintament; i si l’hagués volgut explicar se gons les nocions que tenia llavors, ho hauria fet així: entenc per cos tot el que pot ser delimitat per una fi gura, que pot ser inclòs en algun lloc, i omplir un espai de tal manera que qualsevol altre cos en sigui exclòs; que pot ser sentit, pel tacte, per la vista, per l’oïda, pel gust o per l’olfacte; que pot ser mogut de diferents maneres, no per si mateix, sinó per alguna altra cosa diferent que el toca i en rep la impressió. No creia, de cap manera, que fos propi de la naturalesa del cos tenir la capacitat de moure’s per si mateix, ni tampoc de sentir o de pensar; al contrari, més aviat em sorprenia de veure que aquestes facultats es trobaven en alguns cossos.
Soc. — Pues bien, Alcibiades, sea fácil o no, la situación
sigue siendo la siguiente: conociéndonos, también podremos
conocer con más facilidad la forma de cuidar de
nosotros mismos, mientras que si no nos conocemos no
podríamos hacerlo.
Alc. — Asi es.
Soc. — De acuerdo entonces, pero ¿cómo podría encontrarse
la auténtica realidad? Porque si la conociéramos,
fácilmente descubrimos lo que somos, pero seremos incapaces
mientras lo ignoremos.
Alc. — Tienes razón.
Soc. — Veamos entonces, !por Zeus! ¿Con quién estás
hablando ahora? ¿No estás hablando conmigo?
Alc. — Si.
Soc. — ¿Y yo no estoy hablando contigo?
Alc. — Si.
Soc. — ¿Es entonces Socrates el que habla?
Alc. — Desde luego.
Soc. — ¿Y Alcibiades es el que escucha?
Alc. — Si.
Soc. — ¿Y no habla Sócrates por medio del lenguaje?
Alc. — Naturalmente.
Soc. — ¿Hablar y utilizar el lenguaje no lo consideras
lo mismo?
Alc. — Sin duda.
Soc. — Y el que utiliza algo y la cosa que utiliza ¿no
son distintos?
Alc. — ¿Qué quieres decir?
Soc. — Es lo mismo que el zapatero, que corta con
la cuchilla, con el trinchete u otras herramientas.
Alc. — Si.
Soc. — ¿Y no son cosas diferentes el obrero que corta
utilizando un instrumento y la herramienta que emplea
para cortar?
Alc. — Naturalmente.
Soc. — ¿Y no serían también cosas distintas el citarista
mismo y los instrumentos que emplea para tocar la
cítara?
Alc. — Si.
Soc. — Pues eso es lo que te preguntaba hace un momento,
si te parece que siempre es distinto el que emplea
un instrumento y el instrumento que utiliza.
Alc. — Si lo creo.
SOC. — ¿Y qué diremos del zapatero, que corta únicamente
con sus herramientas o también con sus manos?
Alc. — También con las manos.
Soc. — Luego ¿también se sirve de ellas?
Alc. — Si.
Soc. — ¿Y no corta utilizando igualmente sus ojos?
Alc. — Si.
Soc. — ¿Estamos de acuerdo en que son cosas diferentes
el que utiliza una cosa y la cosa que utiliza?
Alc. — Si.
Soc. — Luego el zapatero y el citarista son algo distinto
de las manos y los ojos con los que trabajan.
Alc. — Evidentemente.
Soc. — ¿Y no se sirve el hombre de su cuerpo entero?
Alc. — Desde luego.
Soc. — Pero se dijo que el que utiliza una cosa es
distinto de la cosa que utiliza.
Alc. — Asi es.
Soc. — ¿Entonces el hombre es algo distinto de su
cuerpo?
Alc. — Así parece.
Soc. — ¿Qué es entonces el hombre?
Alc. — No sabria responder.
Soc. — Pero si puedes decir al menos que es algo que
utiliza el cuerpo.
Alc. ■— Si.
SOC. — ¿Y hay otra cosa que lo utilice que no sea el
alma?
Alc. — No hay otra cosa.
Soc. — ¿Y no lo utiliza mandando sobre él?
Alc. — Si.
Soc. — Todavía hay algo en lo que creo que nadie
discreparía.
Alc. — ¿Qué es?
Soc. — Que el hombre no sea al menos una de estas
tres cosas.
Alc. — ¿Cuáles?
Soc. — El alma, el cuerpo, o ambos constituyendo un
todo.
Alc. — Sin duda.
Soc. — ¿Y no estuvimos de acuerdo en reconocer que
es el hombre el que manda en el cuerpo?
Alc. — Si, lo acordamos.
Soc. — ¿Pero acaso es el cuerpo el que manda en sí
mismo?
Alc. — En absoluto.
Soc. — En efecto, dijimos que el mismo recibe órdenes.
Alc. — Si.
Soc. — Luego no es el cuerpo lo que estabamos investigando.
Alc. — Aparentemente, no.
SOC. — Entonces, ¿acaso es el conjunto de cuerpo y
alma el que manda en el cuerpo, y esto es el hombre?
Alc. — Tal vez.
Soc. — De ninguna manera, porque si una de las dos
partes no participa en el mando, es totalmente imposible
que el conjunto lo ejerza.
Alc. — Es cierto.
Soc. — Entonces, puesto que ni el cuerpo ni el conjunto
son el hombre, solo queda decir, en mi opinión,
que o no son nada o, si efectivamente son algo, ocurre
que el hombre no es otra cosa que el alma.
Alc. — Totalmente cierto.
Soc. — ¿Todavia hace falta demostrarte con mayor
claridad que el alma es el hombre?
Alc. — !No, por Zeus! Creo que ya es suficiente.
Soc. — Aunque no sea con precisión, pero si discreta,
nos basta, pues ya la examinaremos con mayor exactitud
cuando descubramos lo que hace un momento dejamos
de lado porque necesitaba mucha reflexión.
Alc. — ¿A qué te refieres?
Soc. — A lo que se decía recientemente, que en primer
lugar había que someter a consideración lo que es la
cosa en sí. En cambio, ahora, en lugar de la cosa absoluta
en si misma, hemos estado considerando lo que cada
cosa es en particular, y ello tal vez sería suficiente, ya
que podríamos afirmar que no hay en nosotros nada mas
soberano que el alma.
Alc. — Desde luego que no.
Soc. — En consecuencia, es correcto considerar que es
el alma la que conversa con el alma cuando tu y yo dialogamos
intercambiando razonamientos.
Alc. — Desde luego.
Soc. — Pues eso es lo que decíamos hace poco: que
Sócrates habla con Alcibiades empleando razonamientos
no con tu rostro, como parece, sino con Alcibiades, es
decir, con el alma.
Alc. — Así lo creo.
Soc. — Luego el que nos ordena conocerse a si mismo
nos esta mandando en realidad conocer el alma.
Alc. — Lo parece.
Soc. — Por consiguiente, quienquiera que conoce algo
de su cuerpo, conoce lo que es del cuerpo, pero no
se conoce a si mismo.
Alc. — Asi es.
SOC. — Es decir, que ningún médico se conoce a si
mismo en cuanto médico, ni ningún maestro de gimnasia
en cuanto maestro de gimnasia.
Alc. — No parece.
SOC. — Luego están muy lejos de conocerse a si mismos
los agricultores y demás artesanos, pues ni conocen
sus cosas, al parecer, y en los oficios que profesan todavía
están más lejos de ellas. Conocen, en efecto, lo que
pertenece al cuerpo, con lo que este se mantiene.
Alc. — Tienes razón.
Soc. — Por ello, si la sabiduría consiste en conocerse
a si mismo, ninguno de ellos es sabio por su profesión.
Alc. — No me lo parece.
Soc. — Precisamente por eso, estos oficios se consideran
vulgares y no parecen conocimientos propios de un
hombre de bien.
Alc. — Totalmente de acuerdo.
SOC. — ¿No volvemos con ello a afirmar que quien
cuida su cuerpo cuida lo que a él se refiere, pero no se
cuida a sí mismo?
Alc. — Probablemente.
SOC. — Y quien se preocupa de sus bienes, ni se preocupa
de si mismo ni de sus cosas, sino que todavía está
más lejos de ellas.
Alc. — Yo también lo creo.
Soc. — Luego el hombre de negocios tampoco negocia
lo suyo.
Alc. — Correcto.
Soc. — Entonces, si alguien se enamora del cuerpo de
Alcibiades, no es de Alcibiades de quien está enamorado,
sino de una cosa de Alcibíades.
Alc. — Tienes razón.
Soc. — ¿Y el que se enamora de tu alma?
Alc. — Se deduce necesariamente de tu razonamiento.
Soc. — El que se enamora de tu cuerpo ¿no se alejara
de ti cuando se marchite tu vigor juvenil?
Alc. — Evidentemente.
Soc. — En cambio, quien se enamore de tu alma no
te abandonará mientras se siga perfeccionando.
Alc. — Es lo lógico:
Soc. — Por ello, soy yo quien no te abandona, sino
que permanezco a tu lado cuando se marchita tu cuerpo
y los otros se alejan.
Alc. — Haces bien, Socrates, y deseo que no te vayas.
Soc. — Entonces procura ser lo más bello posible.
Alc. — Lo intentaré.
Soc. — Pues aqui tienes la situacion: nunca hubo, al
parecer, ni lo hay ahora, nadie enamorado de Alcibiades ...
Plató, Alcibíades (129 a-131e)
[…] si hi ha d’haver […] un imperatiu categòric, cal que sigui un principi tal que a partir de la idea d’allò que és necessàriament un fi per a tothom —ja que és un fi en si mateix— constitueixi un principi objectiu de la voluntat, un principi que consegüentment pugui servir de llei pràctica universal. El fonament d’aquest principi és aquest: la naturalesa racional existeix com a fi en si mateix. […] l’imperatiu pràctic serà el següent: Actua de tal manera que tractis la humanitat, tant en la teva persona com en la persona de qualsevol altre, sempre al mateix temps com a fi, mai simplement com a mitjà. Vegem si això pot portar-se a efecte. Considerem els mateixos exemples que havíem tractat anteriorment: En primer lloc, segons el concepte del deure necessari envers un mateix, aquell qui estigui considerant el suïcidi es preguntarà si la seva acció pot concordar amb la idea de la humanitat com a fi en si. Si ell, per tal d’escapar-se d’una situació penosa, es destrueix a si mateix, se serveix d’una persona simplement com un mitjà per a conservar una situació suportable fins a la fi de la vida. Però l’home no és una cosa, no és consegüentment quelcom que pugui ser tractat simplement com un mitjà, sinó que en totes les seves accions ha de ser considerat sempre com un fi en si mateix. Per consegüent, jo no puc disposar pas de l’home en la meva persona, jo no puc mutilar-lo, danyar-lo o matar-lo.
Immanuel Kant. Fonamentació de la metafísica dels costums, II
(i) Kant, primer, raona d’on pot sorgir un imperatiu categòric: diu que ha de ser a partir d’allò que és, necessàriament, un fi per a tothom.
(ii) Ens indica que la naturalesa racional és un fi per a tothom (un fi en si mateix).
(iii) I a partir d’aquí formula l’imperatiu categòric que cal tractar la humanitat sempre com un fi en si mateix, i no com un mitjà.
(iv) Aplica aquest principi al cas de la persona que considera suïcidar-se: si ho fes, aniria en contra de l’imperatiu categòric perquè tractaria la humanitat (en aquest cas, a si mateix) com un mitjà, i no com un fi. Per tant, el suïcidi no és permissible.
a) «imperatiu categòric»: un principi que diu com cal comportar-se, no per tal d’obtenir alguna altra cosa que es desitgi, sinó necessàriament, independentment de voler obtenir qualsevol altre fi ulterior.
b) «Llei pràctica universal»: una regla que diu com ens hem de comportar i que té validesa en tota circumstància i per a qualsevol agent.
—Quant a l'adquisició de la ciència [va dir Sòcrates], és el cos o no un obstacle, quan s'associa a aquesta investigació'? M'explicaré amb un exemple. Posseeixen la vista i l'oïda alguna veritat, o bé tenen raó els poetes en dir-nos sense parar que no sentim ni veiem res veritablement? I si aquests dos sentits no ofereixen seguretat, menys l'oferiran encara els altres, perquè són molt més febles. No creus el mateix?
—Completament ho crec, va dir Simmies.
—Doncs llavors, va replicar Sòcrates, quan l'ànima s'apodera de la veritat? Està vist que quan tracta d'examinar alguna cosa amb l'ajuda del cos, aquest l'enganya radicalment.
—És cert.
—Per tant, no es manifesta la realitat a l'ànima en l'acte de pensar?
—Sí.
—I l'ànima no pensa millor quan no està pertorbada ni per la vista, ni per l'oïda, ni pel dolor, ni pel plaer, sinó quan, per contra, tot sol amb si mateixa i alliberant-se en la mesura que li és possible de la companyia del cos, s'apega al que ella és?
—És així.
—No és llavors quan l'ànima del filòsof menysprea al cos, fuig d'ell i tracta d'estar tot sol amb si mateixa?
—Així sembla.
—Prosseguim, Simmies. Direm que el just en si és alguna cosa, o que no és res?
—Direm que és alguna cosa, per Zeus.
—I no direm el mateix del bé i de la bellesa?
—Sens dubte.
—Però, els has vist alguna vegada amb els teus propis ulls?
—No, va dir Simmies.
—O els has percebut amb algun altre sentit del cos? I no parlo solament del just, delbien i del bell, sinó de la magnitud, de la salut, de la força, i en una paraula, de l'essència de totes les coses, és a dir, el que són en si mateixes. Contemplem el més veritable d'elles per mitjà del cos, o és més cert que penetrem en el que volem conèixer a mesura que anem pensant més en això i amb major rigor?
—És cert.
—Llavors, hi ha una mica més pur que pensar amb el pensament sol, alliberat de tot element estrany i sensible, i aplicar immediatament el pensament en si mateix i per si mateix a la investigació de cada cosa en si mateixa i per si mateixa, sense l'ajuda de les oïdes ni de les orelles, sense cap intervenció del cos que no fa més que pertorbar a l'ànima i impedir-li que trobi la saviesa i la veritat sempre que té tracte amb ell? I si és possible arribar a conèixer l'essència de les coses, Simmies, no és per aquest mitjà?
—De meravelles, Sòcrates, no pot parlar-se millor.
—De tot això, va continuar Sòcrates, es desprèn necessàriament que els veritables filòsofs han de pensar i dir-se entre si coses com aquestes. Tal vegada hi ha algun camí que guiï a la raó en la seva investigació: mentre tinguem el nostre cos, mentre la nostra ànima es trobi unida a aquesta cosa nociva, mai posseirem l'objecte dels nostres desitjos, és a dir, la veritat. En efecte, el cos ens provoca mil dificultats per la necessitat d'alimentar-ho. A més d'això, les malalties que ens ataquen impedeixen la nostra caça de l'ésser. El cos ens omple d'amors, de desitjos, de temors, de mil quimeres, de mil necieses, de tal manera que, a dir veritat, no ens deixa ni una hora de sensatesa. Perquè, què és el que provoca les guerres, les sedicions i els combats? El cos i les seves passions. Totes les guerres procedeixen de la possessió de riqueses i ens veiem forçats a acumular-les a causa del cos, per a subvenir a les seves necessitats. I per això tenim tanta mandra per a filosofar. I el pitjor de tot és que quan casualment ens deixa algun temps lliure i ens posem a reflexionar, intervé de sobte enmig de les nostres investigacions, ens pertorba. ens trastorna i ens fa incapaços de destriar la veritat. Està doncs demostrat que, si volem saber clarament alguna cosa, hem de separar-nos del cos i mirar per mitjà de l'ànima en si mateixa les coses en si mateixes. I solament llavors gaudirem de la saviesa, de la qual ens declarem enamorats, és a dir, després de la nostra mort, i no durant la nostra vida. I la mateixa raó ens ho diu. Doncs si és impossible conèixer res distintament mentre estem units al cos, una de dues: o bé no arribarem mai en saber, o arribarem a ell després de la mort, perquè llavors l'ànima serà en si mateixa i per si mateixa, separada del cos. I mentre estiguem en aquesta vida, no ens aproparem en saber si no és amb la condició de separar-nos del cos, de renunciar a tot tracte amb ell, tret que sigui una absoluta necessitat, de no deixar-nos contaminar per la seva naturalesa, de mantenir-nos nets de les seves contaminacions fins que el mateix Déu ens alliberi d'ell. I així, lliures de la bogeria del cos, conversarem, segons espero, amb homes lliures com nosaltres, i coneixerem per nosaltres mateixos tot el que és pur i sense barreja. En això, sens dubte, consisteix la veritat. Però, al que no és pur, no li està permès contemplar la puresa. Això és, a parer meu, amic Simmies, el que els veritables amics del saber han de pensar i parlar entre ells. ¿No creus tu el mateix que jo?
—Completament, Sòcrates.
—[...]
—-I la purificació (catarsi) no és , per ventura, la qual cosa en la tradició es diu des d'antic (les tradicions òrfiques), el separar el més possible el cos de l'ànima i l'acostumar-la a concentrar-se i recollir-se en si mateixa, retirant-se de totes les parts del cos, i vivint en tant que sigui possible tant en el present com en el després sola en si mateixa, deslligada del cos com d'un lligam?
—Així és, en efecte —va dir.
—I no es dóna el nom de mort a això precisament, al deslligament i separació de l'ànima amb el cos?
—Sens dubte —va respondre Simmias.
—Però el deslligar l'ànima, segons afirmem, és l'aspiració summa, constant, pròpia tan sols dels qui filosofen en el recte sentit de la paraula; i l'ocupació dels filòsofs estreba precisament en això mateix, en el deslligament i separació de l'ànima i del cos. Sí o no?
—Així sembla.
[...]
—Després, en realitat, oh Simmias —va replicar Sòcrates—, els que filosofen en el recte sentit de la paraula s'exerciten a morir, i són els homes als quals menys temorós resulta estar morts. ...
Plató, Fedó, 65a-68a. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p.40-42). |
Sòcrates: Tot el que és anima governa tot allò inanimat i recorre tot el cel i a tot arreu pren figures diverses. Si és perfecta i alada, vola per les altures i governa tot l’univers; la que ha perdut les ales dóna voltes fins que s’agafa a alguna cosa dura, s’hi estableix i pren un cos de terra que semblarà que es mou a si mateix per la força d’quella. El conjunt s'anomena vivent, ànima i cos enganxat, i això rep el nom de mortal.
De tot allò que, com sigui, es relaciona amb el cos, l’ànima participa al màxim del que és diví. Això és bell, savi, bo, i ho són totes les coses per l’estil, i això nodreix i fa créixer principalment el plomatge de l'ànima, que contràriament, quan frega el que és dolent i vergonyós i oposat a aquelles qualitats, aleshores ‘esvaeix i es dissol.
Plató, Fedre 246a-247d
... des del feminisme i des de Feministes de Catalunya denunciem un seguit de lleis que perjudiquen greument l’atenció que podria rebre qualsevol persona que sent un malestar profund amb el seu cos i desitja entrar en tractaments hormonals i quirúrgics que són irreversibles i perjudiquen greument la salut. Aquest malestar tan profund el que necessita és un tractament especialitzat d’alta qualitat que faci la pregunta clau: per què passa això. Especialment en la infància i especialment en les nenes ...
No només qüestionem l’autodeterminació de gènere, sinó també, i de manera rotunda, que algú pugui dir que ha nascut en un cos equivocat.
... són persones que necessiten una avaluació d’un equip multidisciplinari, com així ho va recomanar el Col·legi de Metges
La pressió del lobby farmacèutic fa que es canviï el concepte de disfòria, que és un concepte grec que vol dir «malestar», pel d’incongruència, que és aquesta idea dissociada, que tens una ment i un cos que no són congruents. (...) l’Associació Internacional de psiquiatria Americana continua classificant disfòria de gènere dins de les malalties mentals.
La ideologia transgenerista està inspirada en idees que sobretot defensen que hi ha una dissociació total entre la persona i el seu cos. Això ens porta a idees medievals. Hi ha un jo immaterial, una mena d’ànima que és independent, dissociada del propi cos i que pot haver nascut en un cos equivocat, i això no és comprovable materialment. I d’aquí es desprèn el concepte d’identitat de gènere feminista, que tergiversa totalment el concepte de gènere feminista que és el que consta a la llei del conveni d’Istanbul contra la violència masclista (...) Va en contra del concepte de gènere feminista.
El concepte de gènere feminista diu que el gènere és una invenció, uns atributs inventats sobre el sexe per subordinar les dones. I aquesta ideologia el que diu és que el gènere és una identitat. Una identitat que curiosament reprodueix tots els estereotips sexistes contra els quals ha lluitat el feminisme ...
Aquesta ideologia forma part de les idees postmodernes que es desenvolupen en paral·lel al neoliberalisme econòmic. És el que li va perfecte al mercat. El mercat ja t’ajuda perquè suposadament tu escullis el que vols ser. De fet, la indústria farmacèutica de la identitat de gènere ha passat de facturar 8.000 milions d’euros a 3.000 milions d’euros en els últims 5 anys.
Tu neixes XX o XY i et mors XX i XY, i si tens un atac de cor els símptomes seran segons el teu sexe. I si t’has de reproduir serà segons els genitals que tinguis.
La medicina feminista havia aconseguit en els últims deu anys que l’home no fos el patró a partir del qual s’analitzaven les malalties o es fanb proves farmacològiques. Havíem aconseguit que es tngués en compte el sexe i el gènere de les persones perquè sabem que en les condicions de vida poden afectar. (...) per a nosaltres és un retrocés enorme, en tots els sentits: en els drets de les dones, en els drets de la infància, en la igualtat entre home i dona. Per fer polítiques d’igualtat has de saber què és una dona. I si redefineixes ser dona en funció del que cadascú pensa que és, totes les polítiques d’igualtat i els avenços queden en dubte.
... a mi el que em preocupen són les criatures, podem destrossar una generació. Jo no faig res més que veure casos de famílies desesperades perquè a qualsevol nen que diu que se sent d’un altre gènere li donen hormones sense passar per la pregunta que s’ha de fer a psiquiatria i psicologia, que és precisament què li està passant a aquesta persona. (...) per què no és possible fer aquesta pregunta, que és la que han fet altres països que ja han fet marxa enrere, com ara el Regne Unit, França, Suècia, Finlàndia, Irlanda?
Han mirat què ha passat i han vist els gravíssims danys, irreversibles, que no havien servit per millorar la salut mental de les persones, especialment dels menors.
La «ideologia trans» proposa el «model afirmatiu» que es basa en el que el subjecte diu.
Si la persona ho diu, és que és veritat. I en aquest sentit els protocols educatius suposadament per atendre persones trans diuen que si els pares, la família o l’escola recomanen una exploració psicològica per saber què li està passant, se’ls pot obrir un expedient per transfòbia i maltractament.
Virtudes Pérez, entrevista a Sílvia Carrasco (professor d’antropologia de la UAB): «El sexe no es pot canviar, és una fal·làcia», El Punt Avui 25/01/2023
“Si bé la terra i totes les criatures inferiors són comunes a tots els homes, en canvi cada home és propietari de la seva persona, i ningú fora d’ell mateix, no hi tindrà cap dret. El treball del seu cos i de les seves mans són, per dir-ho així, propietat seva. Aleshores, en sostreure, amb el seu treball, qualsevol cosa de l’estat en què la natura l’havia deixada, combina aquella cosa amb quelcom que li pertany i fa que esdevingui, en conseqüència, propietat seva. El fet d’haver-la sostreta de l’estat natural i haver-hi aportat el seu esforç exclou els altres homes del dret a posseir-la. Com que el treball és propietat inqüestionable del treballador, cap altre home sinó ell no podrà tenir cap dret sobre aquelles coses a les quals ha dedicat el seu treball, sempre que en quedin suficients i de la mateixa qualitat per a la resta de la comunitat” (John Locke, Segon Assaig sobre el govern civil, Capítol V, secció 27)
En Locke, la propietat privada s’indentifica amb llibertat personal.
Una persona és lliure si és propietària de si mateixa. La definició d’esclau sorgeix com a oposició a la definició de persona lliure, és a dir, no és propietari de si mateix ni tan sols de la seva vida.
L’home, que comença sent únicament propietari de si mateix mitjançant el treball, es va projectant de mica en mica sobre les coses materials i físiques.
L’home amb el treball augmenta les seves possessions físiques alhora que augmenta la seva llibertat.
El robatori s’entén no només com un atemptat a la propietat d´una persona sinó també com un atemptat a la seva llibertat.
Una vida plena és una vida lliure gaudint de les teves propietats.
Aquesta plenitud pot augmentar si s’està segur que ningú altre et desposseirà de les teves propietats.