Escrito por Luis Roca Jusmet
La discusión sobre si somos o tenemos un cuerpo es muchas veces equívoca y cansina. Pero me gustaría hacer una pequeña aportación para concluir que efectivamente somos un cuerpo. Es decir, que con esta afirmación entendemos mejor nuestra condición que con la contraria, que afirma que tenemos un cuerpo.
La sociedad griega parece que entendía que cuando nos moríamos la psyque continuaba un tiempo en un proceso de evaporación progresiva, hasta que desparecía. Pero frente a esta opinión imprecisa aparecen dos formulaciones claras: una dualista y otra materialista. La dualista es la pitagórica-platónica: somos una alma eterna e indivisible que moramos en un cuerpo divisible. Hay que decir, de todas maneras, que aquí “cuerpo” quiere decir una estructura física que recibe la vida del alma. Es decir, el cuerpo vivo es un cuerpo animado. La teoría materialista procede del atomismo y el que la elaborará Epicuro y posteriormente Lucrecio en la época romana. Como sabemos nuestra civilización europea surge del encuentro entre esta tradición grecorromana y el cristianismo, que viene a ser una reforma del judaísmo y que procede del Próximo Oriente. El cristianismo habla de la carne y el espíritu pero la formulación claramente dualista la hará a partir del planteamiento platónico. Queda entonces una concepción dualista basada en la diferencia entre alma y cuerpo, espíritu y materia.
Pero será Descartes el que formulará este dualismo en términos modernos. Somos una substancia pensante y una substancia extensa. Pero Descartes introducía una importante variación con respecto a Platón. El cuerpo no continúa siendo un cuerpo muerto, como en Platón, sino un cuerpo vivo, ya que se entiende como algo que es mecánico y la vida es un mecanismo. El vitalismo va perdiendo la vida frente al mecanicismo y la medicina se planteará en estos términos de arreglar piezas y mecanismos. Cuerpo muerto, cuerpo mecánico. Finalmente pienso que el mecanicismo se ha superado por la propia ciencia y hoy existe una concepción vitalista que diferencia radicalmente lo vivo de lo no vivo.
Spinoza planteará otra opción. La Substancia, es decir la Realidad infinita, se manifiesta a través de dos atributos finitos: pensamiento y extensión, alma y cuerpo. El cuerpo recibe así la misma dignidad que el alma. El alma es la idea del cuerpo, es decir ilumina el cuerpo. El ser humano es libre en la medida en que este cuerpo recibe una idea adecuada de sí mismo. Lo singular de cada individuo es el acto existencial de un cuerpo pensante. Lo que hace la mente es conocer el cuerpo a través de sus afectos.
Serán Schopenhauer y Nietzsche los que darán la prioridad al cuerpo. El cuerpo es voluntad de poder, es un campo de fuerzas. Schopenhauer lo valorará negativamente y Nietzsche positivamente pero no importa, no es esto de lo que hablamos. El cuerpo se convierte en algo vivo del que la conciencia (“el alma”) es su elemento más superficial.
El espíritu, lo mejor del hombre, es expresión de este cuerpo, de esta estructura dinámica y compleja. Foucault y Deleuze serán los filósofos contemporáneos que elaborarán, de alguna manera, una filosofía del cuerpo.
Las neurociencias han intentado en algo caso, como el de John Eccles, mantener una postura dualista. Otros lo han hecho en términos materialistas, como Antonio Damasio. Considera el cuerpo como algo separado del cerebro y a la mente como su producto. El cerebro es un aspecto del cuerpo y la mente es una red de representaciones cargadas emocionalmente. Francisco J. Varela dice que somo un cuerpo eneactivo, una cognición corporizada. Porque el cuerpo no es mecánico, el cuerpo es un campo de significaciones y afectos. Valera busca en el budismo una afinidad. Lo hace desde el budismo indio de Najarjuna y la tradición Madhyamika. Pero a mí me recuerda sobre todo la tradición soto del budismo zen de Taisen Deshimaru y su hincapié en el cuerpo. La actitud correcta, la respiración correcta, la postura correcta. Desde el cuerpo. El sinólogo y filósofo suizo Jean François Billeter habla de Zhuangzi y dice que se centra en el cuerpo entendido como un conjunto de capacidades, recursos y fuerzas.
Pasemos al análisis del cuerpo desde el psicoanálisis de Jacques Lacan. Está el cuerpo simbólico, que es el cuerpo tal como lo articulamos desde el lenguaje, como un conjunto de significantes. Cualquier cosa que diga sobre mi cuerpo (ser o tener, no importa) es posible porque hay un sujeto que habla. En este sentido “no somos un cuerpo” porque esto es una afirmación que hacemos desde el lenguaje. Hay después el cuerpo imaginario, que es la imagen superficial nuestra y del otro, la que vemos reflejada a través de la percepción y la imaginación, que es como se nos aparece el cuerpo del otro. Este es el cuerpo con el que nos identificamos. Está, finalmente el cuerpo del goce, que es el cuerpo que siente y que sufre. Pero está más allá de lo que podemos decir e imaginar.
El psicoanalista François Ansermet y el
neurocientífico Pierre Magistretti han intentado buscar un encuentro entre las
dos disciplinas en su magnífico libro “A cada cual su cerebro. Plasticidad
neuronal e inconsciente”.
Nuestra
identidad viene del cuerpo porque es cuerpo es esta estructura dinámica que
experimenta. El cuerpo es el sujeto de la experiencia, en el sentido que es el
cuerpo es que experimenta. Experimentamos desde nuestro cuerpo. Otra cuestión
es que desde el cuerpo-cerebro emerge una realidad diferente que es la psíquica.
Y que hayamos construido algo que es la lengua. Somos sujetos porque somos autoconscientes,
pensantes y hablantes. En este sentido no podemos decir ni que somos cuerpo ni
que tenemos cuerpo. Somos cuerpos subjetivados.