Escrito por Luis Roca Jusmet
Tony Judt es uno de los más lúcido historiadores del siglo XX, especialmente de los acontecimientos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Desgraciadamente murió el año 2010, a los 65 años, víctima de una de una esclerosis lateral amiotrófica. Una enfermedad devastadora que va paralizando el cuerpo hasta la muerte pero manteniendo la mente intacta. Judt, testigo impotente de sus enfermedad, aceptó en el transcurso de esta participar en una conversación con un profesor de historia de la Universidad de Yale: Timothy Snydeer. Era un historiador más joven ( nacido en 1969) pero igualmente brillante.
Esta conversación viene a ser uno de los testamentos intelectuales de Judt. En ella, de manera informal, nos muestra unas opiniones personales, pero siempre con una base científica muy consistente. De esta manera combina sus extraordinarios conocimientos con elementos biográficos y una postura de izquierdas muy clara. Pero la radicalidad de Judt le aleja, paradójicamente, de los extremos. Quiere llegar al fondo de las cuestiones, sin concesiones, y esto le lleva a un escepticismo no derrotista pero posibilista. A pesar de todo, Tony Judt, continua defendiendo la opción socialdemócrata como la mejor alternativa política.
El libro está estructurado en varias partes, todas ellas muy interesantes, que vienen a seguir un itinerario biográfico. A partir de los detalles personales de la vida de Judt vamos entrando, desde cada contexto biográfico, en problemáticas muchos más amplias. Empezamos con la infancia de un niño de la clase media-baja londinense, cuyos orígenes son judío y centroeuropeo. Ambiente de izquierdas, en la que su padre militaba en grupos marxistas radicales. Estudiante brillante de Cambrigde, cada vez más comprometido con la causas sionista. Judt participará varias temporadas en la experiencia de los kibutz. Parecía cumplir un ideal a la vez sionista y socialista. Pero el joven Judt, no dado a los fanatismo y con una gran capacidad crítica, ve dos graves problemas. El primer lugar el carácter sectario del sionismo y su racismo cultural hacia los palestinos y los árabes; y en segundo lugar el carácter opresivo del comunitarismo de los kibutz. En la reflexión paralela que realiza Judt sobre su itinerario académico señala una cuestión muy interesante. La educación comprensiva promovida por el Partido laborista con unas intenciones igualitaristas acabó dando lugar a una enseñanza más clasista. Lo que ocurrió es que se acabó la meritocracia en la que un hijo de familia trabajadora podía destacar por su capacidad, motivación y esfuerzo. La enseñanza pública pasó a ser asistencial y la promoción académica y profesional solo fue- posibles desde la enseñanza privada, donde fueron a parara todos los miembros de las clases medias.
Posteriormente Tony Judt nos hablará de sus experiencias en París y en California, en la intensa vida social de finales de los sesenta. En París desarrolla unos estudios que le llevan a un análisis muy serio y muy intempestivo sobre lo que significó el fascismo y el comunismo para los intelectuales de entreguerras. Había un desprecio común hacia el parlamentarismo y una búsqueda de opciones radicales basadas en la promesa de un hombre nuevo. Con su libro
Pasado imperfectoJudt analizará a los intelectuales sin piedad a los franceses de izquierdas de esta época.
A finales de los años setenta, con el nuevo gobierno de Margareth Tatcher, Tony Judt , brillante profesor universitario e historiador, vuelve a Gran Bretaña. Aquí hay una reflexión sobre lo que ocurre en los países del socialismo real y como se enfrentan a ello los intelectuales marxistas europeos. Lo hacen, considera, de tres maneras. Uno era recurrir a figuras clásicas y críticas como Karl Korsch, Lukás, Rosa Luxemburgo o Gramsci. La segunda era volver al espíritu del joven Marx en su crítica d e la alienación. Finalmente mirar las experiencias de China y de Cuba. El liberalismo más lucido, con gente como Raymond Aron, decía que había que mirar a EEUU frente a la URSS porque era menos malo. Hay aquí todo un análisis, muy matizado, de Judt sobre las diferentes versiones del liberalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Tony Judt volverá a EEUU y lo hará como un moralista. Sus posiciones críticas respecto, por ejemplo, a la Guerra de Iraq, las hará desde un concepción moralizadora de la política. Postura que le llevará a muchas posiciones incómodas y poco conciliadoras, por cierto. No está dispuesto, y siempre lo demostrará, a comulgar con ruedas de molino. Con honestidad y compromiso personal.
El último capítulo del libro es significativo : la socialdemocracia como banalidad del bien. Judt tiene como referencia el Estado que se construyó en muchos paises europeos después de la Segunda Guerra mundial. Judt es consciente que fue el resultado de la interacción de muchos factores, no la aplicación de un determinado proyecto político. Pero en todo caso para él si coincide con el ideal del socialismo democrático, que es el de la socialdemocracia. Ni más ni menos. Para Judt la política debe garantizar unos derechos mínimos: individuales, sociales y políticos. Todas las demandas políticas excesivas han dado malos resultados. Esta es la banalidad del bien. La de un proyecto de no es el de la creación de un hombre nuevo, transformado, sino el de procurar una vida digna para que cada cual, en el que cada uno pueda realizar su proyecto.
El libro, de todas maneras, hay que entenderlo con las aportaciones de Timothy Snyder. Tiene más de conversación que de entrevista aunque el centro del diálogo es, desde luego, Tony Judt. También hay que entender la riqueza de sus experiencias personales en una trayectoria que es, además de teórica, vivencial.