Escrito por Luis Roca Jusmet
El día 20 de abril de 2015 ocurre en un instituto de Barcelona una tragedia que acaba con un profesor muerto y algunos profesores y alumnos heridos. Un chico de trece años, de segundo de ESO, acuchilla a una profesora y mata de un tiro de ballesta a un profesor que entra en el aula al oír los gritos que provoca el hecho, Como profesor y como padre me siento totalmente consternado.
El acontecimiento plantea dos hechos totalmente nuevos y de gran impacto. El primero es que un chico de trece años, sin responsabilidad penal, mate a una persona. La segunda es que un alumno mate a un profesor. Que yo sepa esto no había pasado nunca en nuestro país. El hecho desencadena varias alarmas, bastantes mal enfocadas.
La primera alarma hace referencia a la crisis de autoridad de los profesores, a la falta de respecto que tienen los alumnos con respecto a ellos.
La segunda respecto a la falta de límites de los padres, la violencia juvenil, la falta de tolerancia a la frustración, la crisis de valores.
La tercera respecto a la impunidad de alguien que comete un crimen, aunque tenga trece años.
Analicemos las tres alarmas. La primera cuestión es cierta pero no tiene nada que ver con lo que ha pasado, o tiene poco que ver. Estamos en una sociedad en la que hay una crisis de autoridad a todos los niveles, esto es cierto. Esto hace que el respeto a la autoridad sea más complicado y menos inmediato, que el profesor deba buscar el reconocimiento a partir de su carisma personal más que del lugar que ocupa. Cierto. Esto tiene de bueno que no hay un autoritarismo basado en el miedo y en el "ordeno y mando". Tiene de malo que es muy difícil gestionar una autoridad si no hay miedo pero tampoco reconocimiento social. Pero la falta de autoridad se ve en los conflictos cotidianos entre profesores y alumnos, en la falta de orden, en las agresiones verbales o físicas a los profesores. Pero no en un chico de trece años que se fabrica una ballesta, coge un cuchillo de la cocina, los pone en la mochila y va friamente al instituto para atacar a alguien. Esto es un problema psiquiátrico. El chico debía ser un psicótico, seguramente un paranoico, con un delirio encubierto. Pero los dispositivos psicológicos, conductistas-cognitivos, y los psiquiátricos, puramente biologistas, es difícil que capten estos procesos internos. Por otra parte en los institutos no hay psicólogos, solamente psicopedagogos para problemas de aprendizaje.
La segunda alarma también es cierta, pero habiéndose convertido en un tópico, dice poca cosa. Los padres ponen, en la mayoría de casos, los límites que pueden. Parece que en el caso que nos ocupa era así.Es verdad que la mayoría de juegos de la play-station y del ordenador son bélicos. Es verdad también que los niños y los adolescentes viven inmersos en un mundo consumista. También lo es que hay una declive de la figura del padre que tiene consecuencias importantes. Pero no olvidemos que este declive es resultado de la crisis del patriarcado, de emancipación de la mujer y de la aparición de derechos en el niño. La cuestión es como se va asimilando y gestionando estos cambios.
La tercera cuestión es la de la responsabilidad penal de los menores. Pero el debate es más amplio porque incluye la propia función de la sanción penal. ¿ castigo, prevención, reinserción ?
Me parece que podríamos incluir un cuarto debate, que es el de la salud mental de los adolescentes. Esto plantea cuestiones como el de la necesidad de soporte psicológico en los centros y no solo psicopedaógico, como la de los instrumentos teóricos y prácticos que tenemos para abordar la psicopatología adolescente....
Muchos son los debates, por tanto, que abre la tragedia. Pero hemos de evitar la solución represiva. Esta solución se enfocaría en tres planos. La primera que el sistema educativo sea más represivo. La segunda que se aumente la medicalización de los jóvenes. La tercera que se rebaje la edad penal. Por lo menos para los que, como yo mismo, nos consideramos liberales de izquierda, la cosa no pasa por aquí.