Escrito por Luis Roca Jusmet
Escribir es, en muchos casos, un acto que responde a un impulso que se le presenta al sujeto como necesario. No se escribe, por tanto, como un juego, como un pasatiempo. Tampoco para conseguir un determinado objetivo. El acto de escribir responde a un imperativo. Se escribe porque hay algo que necesita expresarse y la manera de hacerlo es la escritura. Como podría serlo también la pintura. Pintores como Van Gogh o Picasso, por ejemplo, han manifestado esta necesidad interna.
El psicoanálisis ha tratado el arte como sublimación, como una manera de desplazar hacia un acto socialmente reconocido una pulsión que puede ser sexual o violenta. A partir de Lacan se trató también la escritura en relación a la psicosis. sobre todo a partir del caso de Joyce.
A mí me interesa, en estos momentos, la escritura autobiográfica.Pero en un sentido preciso, que es el de la escritura sobre la propia experiencia, que es el propio ser, como un acto vital, como una manera de salir de la muerte. Al decir muerte me refiero a que uno queda fijado en un trauma. Le voy a dar a la palabra
trauma el sentido de insoportable, de algo que se vive sin la capacidad de sostenerlo, de asimilarlo. Cuando alguien queda fijado en una experiencia. la vida es un fluir y el estancamiento es la muerte. Escribir para expresar este trauma, para moverlo, para desencallarlo. Para transformarlo en algo vivo a través de la escritura. Algo que podemos mirar.
Todo esto me llevó, por indicación de una amiga, a una escritora francesa llamada Christine Angot. Y a un escrito suyo,
Una semana de vacaciones. El libro, a pesar de estar muy bien escrito, nos conduce a lo insoportable. Porque es la descripción minuciosa de una serie de actos que definen lo que es esta semana de vacaciones entre una chica de dieciséis años y su padre, que la había reconocido hacía poco tiempo. Los actos que constituyen esta relación son incestuosos. La manera precisa, fría, casi mecánica en que se van describiendo produce horror. Nada que ver con la pasión incontrolable, con la pulsión que desborda todos los controles. Parece una especie de maquinaria infernal que no tiene nada que ver con la literatura erótica, incluso con la transgresora. La autora rechazó el premio Sade porque no quería hacer concesiones a una cierta estética de lo prohibido.
Es como
si Christine Angot quisiera liberarse de esta experiencia traumática haciéndola lo más visible, lo más pública posible, compartiéndola con todos. De una manera terroríficamente objetiva, como una observadora. Lo que muestra el libro son conductas, no sentimientos.
Hay también un algo relacionado con el deseo reconocimiento, en el querer dejar de ser el objeto del Otro.
Es la repetición automática, implacable, de la humillación por parte de este Otro. Este Otro que la utiliza y que al final, en una escena terrible, la deja tirada como un despojo.
Quizás la escritura sea para Christine Angot la única manera de afirmarse como un sujeto que quiere vivir, que quiere ser. Este es, para ella, el significado de la escritura, es de la propia subjetivización.