Escrito por Luis Roca Jusmet
Este año será el "Año Aristóteles", y se celebran los 2400 años de su nacimiento. Como es sabido estas conmemoraciones serían una auténtica chorrada si no fueran porque nos permiten recordar y, sobre todo, dar a conocer a grandes filósofos y actualizarlos.
He de reconocer que mi conocimiento de Aristóteles es muy limitado. Me licencié en Filosofía sin haberlo estudiado ni tan solo en la asignatura de Filosofía griega ( no llegamos). Es fuerte pero es así. me formé en una Universidad en la que o estudiabas un aristotelismo tomista si elegías asignaturas del Departamento de Metafísica o no lo estudiabas. Y no lo estudiabas con el agravante de que los profesores que seguían las modas filosóficas del momento parecían estar de vuelta de Aristóteles. Mi pequeña aportación será un comentario de un libro que ni tan siquiera es suyo pero si lo es de uno de sus lectores más inteligentes, Pierre Aubenque. Se trata de su estudio sobre la noción de frónesis, que se traduce por
prudencia. La verdad es que la traducción no me gusta porque la palabra se utiliza hoy muy poco y en un sentido muy limitado. La podemos traducir por
racionalidad. En realidad el hombre racional es el hombre sabio porque hablamos de una racionalidad que no es teórica sino práctica, pero de una práctica que surge de la experiencia. La ética es, para Aristóteles, un arte de vida. No hay ciencia (episteme) que nos pueda decir cómo actuar. Porque la ciencia habla de los necesario, de lo que se explica por causas universales. El vivir es singular y la vida es contingente, imprevista. La contingencia es el mundo de lo posible, no de lo necesario. Es devenir está entre lo que es y lo que no es) y es indeterminado. Lo contingente es diferente del azar porque este último está fuera de nuestro dominio.Lo contingente es lo que nos permite mejorar, porque la realidad no está acabada. Es el objeto de nuestra voluntad y es nuestra responsabilidad.
La racionalidad es una determinada actitud frente a lo que vivimos, que consiste en saber deliberar, pensar en cada situación que es lo que debemos elegir. No se trata ni de sabiduría ni de virtud moral. Se trata de dominio de las pasiones, de la moderación del deseo, del equilibrio. Esta racionalidad es más similar al artesanal del oficio que no al matemático. La experiencia es el equilibrio entre un saber y una familiaridad, el fondo de permanencia que tiene la repetición. Es un saber vivido arraigado en la experiencia, no transmisible porque cada cual debe hacer su propio aprendizaje. La racionalidad consiste en la capacidad lo que es universal a lo que es singular y en la estrategia de saber seleccionar los mejores medios para llegar a unos fines. No escogemos los fines sino los medios. Los fines dependen de
lo que queremos y lo que queremos no lo elegimos. La ética y la moral tienen que ver con los fines mientras que los medios son una cuestión técnica, de cálculo.
La racionalidad tiene un fondo trágico, que consiste en la aceptación de los propios límites y la propia finitud. Su contrario es el exceso, la desmesura. El camino humano no es nunca un camino recto: el futuro es imprevisible, la existencia humana es precaria y siempre estamos en lucha contra el azar. El futuro es indeterminado y el hombre ha de completarse, autodeterminarse, completarse.
Aristóteles tiene mucho que enseñarnos con su ética y también con su política. Lo cual no quiere decir que su metafísica no sea hoy una lectura fecunda. nos lo recordó hace pocos años, René Thom, uno de los grandes físicos contemporáneos.