Escrito por Luis Roca Jusmet
Hace tres décadas Giorgio Agamben escribió un libro muy interesante, que vale la pena recuperar, que se llama "Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y origen de la historia". El libro, que consta de varios ensayos, trata de varios temas muy actuales. Uno es lo que llama "la destrucción de su experiencia", Por cierto que hay escrita una réplica, también muy estimulante de Georges Didi-Huberman en su el el capítulo "¿ Apocalipsis ? ) de su libro
Supervivencia de las luciérnagas. Parte de una reflexión de Walter Benjamin ( uno de sus maestros, del que él ha sido traductor de sus libros al italiano) sobre "la pobreza de la experiencia" del hombre contemporáneo. Hablaba de los años treinta del siglo pasado. Señalaba que este enmudecimiento de la experiencia se había producido a partir de la generación que regresó de la Primera Guerra Mundial, enmudecida por la catástrofe que había vivido, que superaba lo que podía asimilar. Diré aquí entre paréntesis que Ernst Jünger , que siempre me ha fascinado, fue la excepción. Incluso fue capaz de transformar en experiencia lo que vivió en primera línea, en las trincheras en la gran guerra, como podemos constatar leyendo sus "Tempestades de acero".
Pero Waltre Benjamín señala que el hombre actual no ha sido expropiado de la experiencia por la catástrofe, sino por otras dos causas. Una es "la banalidad de lo cotidiano", ya señalada por Heidegger. Otra es el domino de la ciencia en el conocimiento ( y la técnica, con lo cual volvemos, aunque Aganbem no lo cite en este sentido, a Heidegger). Para los antiguos ( digámoslo así ), dice, es la experiencia la que da sentido a lo cotidiano. Es decir, es la capacidad de transformar lo cotidiano en experiencia, de hacer de ello una articulación lingüística que podamos contar, a nosotros mismos o al otro), lo que da sentido y valor a nuestra existencia. Se habla de la experiencia, de lo que se va aprendiendo de ella, y a partir de aquí va surgiendo un poso de sabiduría.
Pero el hombre de hoy no soporta lo cotidiano, lo vive mecánicamente, rutinariamente, sin emoción ni interés. No tiene nada que decir al acabar el día. Solo puede contar anécdotas ( lo extraordinario a su más bajo nivel ) o noticias, informaciones de moda.
Esto quiere decir, siguiendo la expresión de Malraux en sus "Antimemorias " ( y también recogida por Lacan ) de que ya no quedan "hombres mayores". Porque "hombre mayor" es el sujeto responsable de sí mismos, el adulto, el que va asumiendo su experiencia y sabe transmitirla. ¿ Qué es sino lo de distingue a un adulto de un adolescente ? Es la sabiduría que le da su experiencia, un tiempo vivido del que es consciente y sabe explicarlo. Esto tiene que ver igualmente con la idea de Hanna Arendt de la necesidad de una autoridad vinculada a la sabiduría, a la experiencia que se va acumulando, transmitiendo y enriqueciendo. A una tradición, a una herencia cultural en el mejor sentido de la palabra. Si no hay "hombres mayores", si no hay adultos capaces de transmitir experiencias, entonces no hay autoridad posible que reconocer.
Quizás Montaigne, en sus ensayos, esbozó un proyecto, fallido, de este "hombre mayor" de la modernidad. No era filosofía lo que escribía, era sabiduría, arte de vivir.
La segunda razón que esboza Aganbem es el dominio del conocimiento científico. El sujeto de la ciencia es universal porque la ciencia es objetiva, matemática y no se basa en la experiencia sino en la observación neutra y precisa y en el experimento. Y cada vez más la sabiduría se reduce a técnica. Ser un buen padre, profesor, amante, amigo todo se reduce al aprendizaje de técnicas.
Quizás habría que volver a Aristóteles en dos sentidos. El primero es a su consideración que la experiencia es una forma de saber, no una recepción pasiva. La segunda que los saberes prácticos ( ética, política ) no son episteme, ciencia, sino doxa, opinión. Pero que la opinión es algo que va enriqueciéndose, argumentando en el aprendizaje de la propia vida y sus diversos ámbitos.
Estamos, sin duda, ante lo que Nietzsche llamaba el nihilismo, y su peor expresión : "el último hombre".
En todo caso, invito a esta estimulante lectura de uno de los grandes filósofos vivos, Giorgio Agamben.