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La mirada frente a lo animal ha ido cambiando desde hace mucho tiempo ya. Cuando Peter Singer empezó con su proyecto Simio le siguieron otros muchos con manifiestos animalistas o como Jesús Mosterín y su ética de la compasión , avanzando hacía conseguir cierto conocimiento y ciertos posibles derechos. Se añadió más tarde el debate sobre el vegetarianismo y veganismo como frentes de oposición a una industria cárnica que tenía los animales como pura mercancía de consumo. En esta relación , que ha hecho realmente mucho beneficio social para poder pensar la relación cultura y naturaleza de otra manera , se han ido añadiendo ideas , teorías, de todo tipo. Ha sido de vital importancia el problema de la sostenibilidad y el cambio climático relacionado con la extinción de las especies . Sin embargo la lucha contra el antropomorfismo, determina sobretodo cierto especismo de lo humano frente a lo animal. ¿Qué hacer con los animales ?
Nietzsche en "Verdad o mentira en sentido extra moral" nos recuerda esa soberbia como especie frente al resto del macrocosmos y microcosmos. El uso de lo animal dentro de la naturaleza ha servido para que nuestra cultura hable de domesticar, de mercadear, de aprovechar la carne, de vencer el ocio con el placer de la caza, de generar espectáculo con los circos o los zoos , de en el fondo usar el mundo animal al antojo de lo humano.
Desde hace años encontrar cierta voz no humana que hable como animal quizás permita no garantizar derechos que eso seria demasiado razonable dicen , sino descubrir una manera de acercarse al mundo animal. En la antigüedad lo animal era algo monstruoso, dentro de la mitología los cuerpos medio hombre o mujer mezclados con lo animal siempre poseían una función de mediador entre lo humano y lo divino. El minotauro, las sirenas, el centauro, las erinías , los pegasos, todos andaban sirviendo en ese papel al servicio de . En la Edad Media los bestiarios recogerán la idea del animal como un ser sin razón sin alma, sin nada parecido a lo humano ... Con las fábulas los animales se incorporaran para ser usados como si fueran humanos y dar lecciones sobre la moral que se debe seguir. Siempre con ese androcentrismo del patriarcado que habla de toros y desprecia a las vacas, que señala el caballo y hace montar a las yeguas, que ensalza a los cachalotes y se ríe de las gallinas, ... No hay voz para ellos y ellas , y si existe la convierten en algo anormal, ajeno a lo humano, algo bestial, cruel, salvaje, que no merece más que ser apaleado sin más. El romanticismo del >XIX recupera el animal como fantástico y el mundo neoclásico permite que el elemento irracional sea valorado dentro de esa separación entre la cultura y la naturaleza. Kafka había intentado con sus narraciones y cuentos dar voz a lo animal , recordemos a La metamorfosis , o Josefina la cantora en un pueblo de ratones, o Los chacales que aunque el simbolismo parece que intenta derivarlos hacia los humanos no deja de ser una simbiosis para encontrarse ambos. Ya en el siglo XX ese dualismo natural cultural parece resquebrajarse y autoras como Leonora Carrington convierte lo animal en una manera de encontrarse con algo alejado de lo humano."Todos somos caballos" nos escribe en su cuento "La dama ..." o bien Marosa di Giorgio , una escritora y poeta uruguaya que en sus "papeles salvajes" nos llena el mundo de pájaros, peces, perros, lobos, patos, serpientes ... en un juego sutil que permite una interacción entre los dos mundos . Y con Clarice Linspector en su "la pasión segun G.H " la narradora se encuentra con una cucaracha que le provoca existencialmente una reflexión sobre su mundo y el mundo de esa bicha.
En estas tres autoras lo que se lee es la deshumanización de lo animal
El concepto de que una universidad debería proteger a todos sus estudiantes de ideas que algunos de ellos consideran ofensivas es repudiar el legado de Sócrates, que se definió a sí mismo como la «mosca cojonera» del pueblo ateniense. Pensaba que su trabajo era pinchar, interrumpir, cuestionar y por tanto provocar a sus conciudadanos atenienses para que reflexionaran sobre sus propias creencias y cambiaran las que no pudiesen defender. (166)
«La intención de la educación no debería ser hacer sentir cómoda a la gente; su propósito es hacerle pensar». (170)
Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, La transformación de la mente moderna, Barcelona, Ediciones Deusto, Editorial Planeta 2019Rob Henderson define la “cultura de la cancelación” como la tendencia social de acabar (o intentar acabar) con la carrera o la prominencia de una persona para que rinda cuentas por violar las normas morales. (230)
Henderson da cinco razones por las que la cultura de la cancelación es tan eficaz:
- Aumenta el estatus social
- Reduce el estatus social de los enemigos
- Refuerza los vínculos sociales. No es una actividad solitaria. La gente disfruta uniéndose en torno a un propósito común. Obtienen satisfacción al unirse contra un agresor y disfrutan del sentido de solidaridad que les proporciona.
- Permite a la gente identificar quién es leal a su movimiento. Aquellos que piden pruebas de las malas acciones de la persona “cancelada” o que ponen en duda la gravedad de su transgresión se revelan como infieles a la causa.
- Produce recompensas rápidas. Las ventajas a corto plazo ocultan los peligros a largo plazo, y no es extraño que le llegue el turno de ser canceladas a personas que cancelaron a otras. (230-231)
.. lo que las cancelaciones buscan, que no es otra cosa que crear un régimen de miedo –una espiral de silencio- en el que la gente tema dar su opinión y en el que ciertas ideas no puedan ser cuestionadas. (231)
Una cultura crítica busca corregir en lugar de castigar. En la ciencia, el castigo por equivocarte no es perder tu trabajo o tus amigos. Normalmente, la única penalización es perder la discusión. La cancelación, por el contrario, busca castigar en lugar de corregir, y a menudo por un solo paso en falso, en lugar de por un largo historial de errores. La cuestión es hacer sufrir al descarriado. (232)
Una cultura crítica tolera la disidencia en lugar de silenciarla. Entiende que la disidencia puede parecer desagradable, dañina, odiosa y, sí, insegura. Para minimizar el daño innecesario, se esfuerza por animar a la gente a expresarse de manera civilizada. Pero también entiende que, de vez en cuando, un disidente odioso tiene razón, y por eso se opone al silenciamiento y a negar plataformas de expresión. La cancelación, por el contrario, busca acallar y gritar a sus objetivos. Los “canceladores” suelen definir el mero hecho de estar en desacuerdo con ellos como una amenaza a su seguridad o incluso un acto de violencia. (232-233)
Una cultura crítica no ve que haya ningún valor en inculcar un clima de miedo. Pero infundir miedo es el objetivo de la cancelación, y para ello amenaza de manera implícita a cualquiera que se ponga del lado de aquellos que son el objetivo. La cancelación envía el mensaje: “Tú podrías ser el próximo”. (233)
… los que condenan a alguien no están interesados en persuadirlo o corregirlo; de hecho, no están hablando con él en absoluto. Más bien, utilizan la condena y las campañas de difamación ritual para elevar su propio estatus. Las acusaciones colectivas, los ataques personales y lasguerras para mostrar la mayor indignación son formas de participar en el exhibicionismo moral. (234)
En la cultura de la cancelación no se trata de buscar la verdad o persuadir a otros; es una forma de guerra de información, en la que la falta de veracidad es suficiente si sirve a la causa. (234)
Es la religión fundamentalista de la izquierda secular (268)
(persecución de disidentes) Estos cazadores de herejes de la Inquisición que han existido a lo largo de la historia del cristianismo estarían representados actualmente por los santurrones fanáticos woke que no queman ahora personas en la hoguera, pero sí arruinan sus reputaciones y sus vidas. (285)
(mito perjudicial): la idea de que se puede conseguir un mundo perfecto. (…) El pensamiento apocalíptico está dispuesto a sacrificar cualquier número de vidas en aras de un futuro perfecto que “sabe” que está por llegar. Este peligro se esconde en la Justicia Social crítica. (287)
… la idea de que la Justicia Social crítica se ha convertido en un movimiento religioso de raíces protestantes ha sido señalada de forma coincidente por muchos autores … (291)
… los seres humanos tenemos una naturaleza “teotrópica” que no se puede erradicar y que, si no tenemos una religión organizada, crearemos otras religiones que la sustituyan. (292)
… los movimientos de masas pueden crecer y desarrollarse sin un dios, pero no sin un demonio. El demonio aquí es el hombre blanco heterosexual, el patriarcado, la heteronormatividad, la cisexualidad, etc. (292)
Pablo Malo, Los peligros de la moralidad, Barcelona, Ediciones Deusto 2021Me ha dado pena dejar abandonados los pantalones que no eran de nadie en la papelera de la habitación del hotel, pero es que he tenido que tomar decisiones drásticas para hacer sitio en mi maleta a los libros acumulados entre regalos y compras. Algún que otro libro se ha quedado también por allí, abandonado a su propio peso y a su sospechosa pesadez.
Ayer fue un día interesante que culminó con un debate con Armando Zerolo en el Colegio mayor Roncalli sobre el estoicismo o, más bien, sobre las razones por las que un neoestoicismo bastante suave parece estar de moda. Muchos asistentes y una gran cordialidad. Gracias a la invitación de Armando me he pasado las últimas semanas releyendo a Musonio Rufo y su discípulo, Epicteto. A Séneca, lo confieso, me cuesta entenderlo. Ya sé que él se defiende de sus potenciales críticos asegurando que no habla de sí mismo en sus escritos, sino de la virtud, pero hay algo en él que siempre me ha parecido hipócrita, aunque, bien es cierto, es, en todo caso, un hipócrita que escribe tan bien que, si te olvidas de su vida, convence. Respecto a Marco Aurelio, se lee fácil, pero hay poca originalidad en sus textos cosa que, por cierto, no les quitaba el sueño a los seguidores romanos de Zenón.
Hoy he pasado por la Universidad Francisco de Vitoria a presentar un libro que, con el respaldo de la Konrad Adenauer Stiftung han editado dos grandes, Adriaan Kühn y Guillermo Graíño: La educación cívica en España. Firmo un largo capítulo titulado "Una ciudadanía sin patria". Hemos tenido, gracias a los universitarios presentes, un debate muy vivo y creo que ameno.
Como me llevan y me traen llevo bien el ajetreo del transporte por Madrid. Además los taxistas suelen ser tan amables que cargan con mi maleta y sus pesados libros. Hoy me ha pasado una cosa curiosa. ¿Qué posibilidades puede haber de que te toque un taxista ecuatoriano que te trasladó por Madrid hace tres años? Lo he reconocido nada más verlo.
- Usted es ecuatoriano, ¿verdad?
- ¿Y cómo lo sabe?
- Sé también que tiene dos hijos y que lleva veinte años en España y que...
¿Se pueden creer que se ha acordado de mi nombre?
Pero lo mejor del día y, posiblemente, del viaje, ha sido llegar a casa y arrojarme sobre mi sofá preferido. Ya saben que para descansar a gusto la condición imprescindible es estar cansado. ¡Con razón los estoicos alaban tanto el "ponos" (cansancio, esfuerzo, trabajo, diligencia...) socrático. Por algún lugar del trayecto del AVE mi tren se ha cruzado con el de mi mujer, que ha ido a Pamplona.
Ayer me tiré un plato de comida por encima en el restaurante del Museo del traje de Madrid. Como inmediatamente después participaba en un debate sobre didáctica de la filosofía en la sede de la UNED, que está cerca y, además, hablaría detrás de una mesa, me limpié como pude y me fui al tajo. Si alguien se fijó en que estaba hecho un lamparón viviente, no lo dijo.
A las 19:30 tenía un encuentro en un centro educativo y me di cuenta cabal, justo al bajar del coche que me llevó hasta las puertas del centro, que no me podía presentar con aquellas pintas desastradas. No había ningún lugar cerca en el que pudiera comprarme un pantalón, pero sí un local con el rótulo esperanzador de "Limpieza en seco". Y allí fui.
Le expliqué a la dependienta lo que me pasaba y resalté la urgencia. La mujer, muy amable, me dijo que aquellas manchas de grasa no se iban así como así y que, en todo caso, no podría tener listo el pantalón hasta hoy por la mañana.
Noté en su voz un acento conocido.
- ¿No será usted búlgara?
- ¡De Yambol! - me dijo.
Y me puse a loarle la Stara Planina, el río Tundja, Kazanluk, Shipka y, por supuesto, Yambol, cuyo museo conozco bien. La mujer me oía entre carcajadas que se convirtieron en estentóreas cuando pase al elogio incondicional de la Shopka salata, el yogur búlgaro y la raquía. Pero lo del pantalón, me insistió, no tenía arreglo.
- A no ser que...
Y buscó entre la ropa que llevaba esperando meses que alguien viniera a recogerla, un pantalón de mi talla. En realidad me venía bastante grande, pero estaba limpio, así que me lo puse.
- ¿Cuánto le debo? -le pregunté.
- ¿Cómo voy a cobrarle si el pantalón no es mío?
Al final me aceptó 10 euros para un café. Y yo salí de allí con unos pantalones que no eran de nadie pero que me hacían presentable. Y, además, resultaron de mucho abrigo.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
El lenguaje es un gran invento. No solo sirve para comunicar mensajes. También para imbuir de modo subrepticio ideas que faciliten ciertas interpretaciones de estos mismos mensajes. Así, cuando estos días se habla de «capitalismo despiadado» – a propósito de la subida de precios— se está reforzando la idea de que existe un «capitalismo piadoso», e incluso de que esa forma piadosa de capitalismo sea la más normal, siendo la despiadada una derivación accidental de la misma.
Es curioso también que la expresión aluda indirectamente al término «piedad», de claras resonancias religiosas. Es curioso porque solo desde una perspectiva estrictamente religiosa podríamos decir que el capitalismo admite la cualificación de «piadoso», al menos desde una cierta interpretación del cristianismo, tal y como analizó hace mucho el sociólogo Max Weber.
Contaba Weber que ante el problema aparentemente irresoluble de conciliar el modo de producción capitalista con la estigmatización cristiana del afán de lucro, la moderna Reforma protestante ofreció una solución casi perfecta: la de sacralizar el trabajo productivo y el éxito empresarial como una prueba de la predestinación divina. De esta manera, y mientras que la Iglesia católica seguía condenando la usura (es decir: el negocio bancario) y la acumulación de riqueza como actividades pecaminosas, en los países protestantes proliferaba la doctrina (tan oportuna) de que el enriquecimiento personal no solo no era un problema para acceder al paraíso, sino el pasaporte más seguro para llegar a él.
Este retorcimiento doctrinal del significado de «piedad» está también en la base del liberalismo, en el que se ofrece una versión secularizada de la justificación religiosa del «capitalismo piadoso». La diferencia es que mientras en el protestantismo es la providencia divina la que designa a través del éxito económico a los predestinados al cielo, en el liberalismo es la mano invisible del mercado la que distingue a los que deben salvarse en la tierra, demostrando que entre el Dios protestante y el Mercado las diferencias son, en todo caso, de matiz: ambos derraman justicia y riqueza de forma inescrutable (y a través de sus intermediarios, los más ricos), ambos son omnipotentes y omnipresentes, y ambos representan un dogma sagrado e indiscutible…
Ahora bien, más allá de esta concepción religiosa del «capitalismo piadoso», ¿tiene realmente sentido la expresión o es un oxímoron de libro? Si la analizamos a la luz de su opuesto («capitalismo despiadado») y desposeemos el término «piedad» de su aura religiosa, designando con él valores como la compasión o la solidaridad, la respuesta es muy clara: el capitalismo, por principio, no puede ser piadoso, sino necesariamente competitivo y depredador (¿cómo podría darse, si no, la acumulación particular de capital y recursos que lo define?).
Realmente, lo opuesto a «capitalismo despiadado» no es «capitalismo piadoso» (ni ninguna de sus variantes laicas: capitalismo de rostro humano, capitalismo responsable, capitalismo del bienestar, capitalismo sostenible…). Lo opuesto al «capitalismo despiadado» (es decir, insensible a toda ley distinta a la del Mercado) es el «capitalismo intervenido» por alguna instancia realmente distinta de él.
Esa otra instancia, en nuestras democracias liberales, es o debe ser la del interés común, por lo que es perfectamente legítimo que el Estado, en nombre de ese interés común, regule el funcionamiento del mercado cuando sus turbulencias especulativas perjudican gravemente a la mayoría; interviniendo, por ejemplo, en la comercialización y producción de bienes de indudable interés público, como alimentos, energía, fármacos, vivienda, u otros más complejos, como lo es el propio dinero.
Con esto no se está invocando al fantasma del comunismo ni amenazando a las clases medias (cada vez más esquilmada por ese mismo capitalismo). Este intervencionismo es lo que se ha venido haciendo – aunque cada vez con más dificultades – desde que el capitalismo es despiadado (es decir, desde que el capitalismo es capitalismo). Y en todas direcciones; también (y sobre todo) en la del interés de los más privilegiados.
Es por ello extraño que a las propuestas de regulación del precio de alimentos básicos o hipotecas en momentos críticos (como el presente), se conteste una y otra vez aludiendo al dogma del Mercado. ¿Por qué no se contestó del mismo modo a los bancos que, tras la crisis del 2008 (debida justamente a la falta de regulación), fueron rescatados con más de 100.000 millones del dinero de todos? La piedad con los despiadados es un mal negocio, y desde un punto de vista político tiene que estar sujeta a contrapartidas. Se trata aquí de la ética, amigos. Y no del Mercado.
La primera del estoico Epicteto: Si alguien te hiciera saber que un individuo habla mal de ti, no te defiendas contra lo que se haya dicho, sino responde: "Pues ignora los demás defectos que hay en mí, de lo contrario no habría dicho solo esto."
La segunda, del liberal Cristino Martos: Se me agravió de tal suerte, se me injurió en forma tan grosera, que los insultos que recibí no los hubiera considerado justos ni aun dirigidos a las personas que los profirieron.
La religión no tiene nada que ver con Dios, con su existencia o inexistencia. La religión tiene que ver con sistemas simbólicos y formas de vida, con rituales y una idea de lo sagrado, tanto de textos como de comunidades. El contenido metafísico de esos sistemas (que haya o no un Creador o Gran Capitán) resulta ser un efecto secundario de la idiosincrasia local. De ahí que el reciente atentado y las diversas reacciones tendentes al enfrentamiento entre religiones exija una reflexión.
La idolatría puede definirse como la consideración de una parte por el todo. Es un fenómeno provinciano. El mundo es como mi pueblo y todos pensamos como aquí. De esa actitud logocéntrica participan cruzados, yihadistas y cientifistas radicales. El idólatra carga con una piedra (su propio dogma) y esa carga acaba resultando intolerable. Es entonces cuando se utiliza como arma arrojadiza. Y la lanza sobre el otro. Además, esa carga le impide levantar la mirada, contemplar otros sistemas simbólicos y juzgarlos con equidad. La idolatría huye de la mentalidad abierta y abotarga la percepción. El filósofo vigilante debe aprender a identificarla, también el político o el ciudadano de a pie, y obrar en consecuencia para evitar la esclerosis del pensamiento.
Juan Arnau, La religión del otro, El País 17/02/2023
El mito de la filosofía consiste en creer que el orden del pensamiento coincide con el orden de lo real. Ese mito se erige sobre una mágica palabra griega, logos, planteada por Platón y sistematizada por Aristóteles. Implica la suposición de que la realidad se ajusta a algún tipo de discurso, razonamiento o lenguaje simbólico. Nada hay de extraño en ello. Así es el conocimiento. Cada ciencia erige su objeto y fragua sus mitos y éste es el de la filosofía. Contra ese mito se alza el Ortega más audaz y antirracionalista en una obra que ahora cumple un siglo: El tema de nuestro tiempo.
El laboratorio comparte la artificiosidad del monasterio. La vida nunca ocurre en una probeta o en una celda, entre aparatos rigurosamente ajustados, laudes y maitines. La vida ocurre al aire libre y hacia ella se abalanza el filósofo. Sin encerrarla o reducirla, sin controlar su presión y temperatura.
“Mi ideología no va contra la razón, escribe Ortega, puesto que no admite otro modo de conocimiento teorético que ella: va sólo contra el racionalismo”. Acto seguido esboza una crítica de la retórica de lo elemental, de la idea de que conocer algo es reducirlo a sus elementos primarios. Esa es la “inevitable antinomia que la razón incuba”. Si el ejercicio de la razón consiste en penetrar en el compuesto hasta sus elementos, “al hallarse la mente ante los elementos últimos, no puede seguir su faena resolutiva o analítica, no puede descomponer más. De donde resulta que, ante los elementos, la mente deja de ser racional”. Es decir, la razón es impotente ante todo aquello que no se deja descomponer. Sólo funciona ante el mecanismo. Y todas las cosas importantes de la vida: el deseo, la percepción, la libertad, la propia mente, no pueden descomponerse ni se ajustan al modelo mecánico. Así, desde la perspectiva racionalista, conocer un objeto es reducirlo a elementos incognoscibles. “En la razón misma encontramos un abismo de irracionalidad”.
¿Debemos pues prescindir de la razón? En absoluto. Estamos obligados a usar la razón si queremos entender algo. Pero esa tarea no debería convertirnos en racionalistas. Pues “la razón es una breve zona de claridad analítica que se abre entre dos estratos insondables de irracionalidad”. Es como el espectro visible humano, un breve arco de luz que se abre entre el infrarrojo y el ultravioleta. Más allá no es posible la visión. La razón es nuestro oído particular, pero hay que evitar convertirla en un ídolo. Ortega denuncia esa ceguera que “consiste en no querer ver las irracionalidades que suscita el uso puro de la razón misma. El supuesto arbitrario que caracteriza al racionalismo es creer que las cosas —reales o ideales— se comportan como nuestras ideas”. En un tono muy antropológico, casi poscolonial, nos advierte de los peligros del logocentrismo, de la “gran confusión” y la “gran frivolidad” del racionalismo. Ese es el secreto recóndito del espíritu racionalista, la soberbia. De ahí que el racionalismo no sea simplemente un modo de observación, más o menos contemplativo, sino que implique una actitud “imperativa”. El racionalismo es fanático y violento. “En lugar de situarse ante el mundo y recibirlo según es, con sus luces y sus sombras…, le impone un cierto modo de ser, lo imperializa y violenta, proyectando sobre él su subjetiva estructura racional”. No dice que es una “imposición”, como dirá después Heidegger de la técnica, pero se acerca a esa perspectiva. Ese es el orgullo presuntuoso del racionalista. Un orgullo que lo ciega y lo lleva a creer que su breve espectro visible, su particular lenguaje simbólico, es todo el espectro.
Juan Arnau, El libro más importante (y temperamental) de Ortega y Gasset cumple un siglo, El País 08/02/2023
Y, aun así, sin someterse a ningún fin práctico exterior que no sea el de su propia práctica teórica, la filosofía mantiene su vínculo con la justicia, justo porque la filosofía tiene lugar en el lugar mismo en el que no se puede hacer. Su condición de posibilidad, como la del arte, la poesía, el cine, y todas las prácticas culturales, es la injusticia. Hacemos filosofía sobre los cadáveres que dejamos flotar en el Mediterráneo, sobre los cuerpos que masacramos aquí y allá, sobre los feminicidios. Es respecto a ellos que la filosofía tiene su responsabilidad política, como la tiene la universidad. Hacemos filosofía allí donde otro no la puede hacer porque agotó todas sus fuerzas tratando de sobrevivir. En un estado de violencia estructural, usurpamos siempre el lugar de otro, como diría Levinas, y no es por merecimiento. Aquí nadie se merece nada, y el más listo debe su puesto al que dejó morir aun sin saberlo.
Así que, no se trata de hacer filosofía con una mano y con la otra favorecer campañas solidarias o dedicarse al ingrato y mediático mundo de la política, sino de cuestionar teóricamente la lógica injusta que nos sostiene. El derecho a la filosofía es el derecho a la revuelta de la lógica en la que vivimos inmersos. Por ello, la filosofía es siempre política sin ser necesariamente “filosofía política”. Y lo es especialmente cuando no cuestiona nada y se limita a hacer uso de su privilegio, porque es entonces cuando se alinea con la filosofía feroz que encubre la injusticia. Como señala Preciado, “si no ves la violencia es porque la ejerces”.
Dicen que en Grecia la filosofía nació del asombro. Tal vez hoy la filosofía nazca de la indignación.
Laura Llevadot, Nuestra filosofía será feroz. Apuntes sobre el estado actual de la filosofía, elsaltodiario.com 03/02/2023
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
La implantación de una nueva ley educativa genera siempre
malestar y desconcierto, especialmente si los afectados no ven con claridad la
necesidad de esta. ¿Había razones suficientes para promulgar otra ley educativa
(más allá del compromiso electoral de derogar la ley anterior)? Yo creo
firmemente que sí. Pero me temo que esas razones no se han expuesto con
suficiente claridad a la ciudadanía.
La más importante razón para reformar la ley educativa ha sido la necesidad de actualizarla para integrarla con más firmeza en el marco común europeo. Este marco (el llamado «Espacio Europeo de Educación») responde al proyecto de modernizar y unificar los planes de estudio de las naciones miembro con objeto de fortalecer desde la raíz el proyecto político de la UE. Una Europa más fuerte y cohesionada requiere de una mayor compenetración de sus realidades culturales y, por ello, de sus modelos educativos.
Fruto de este esfuerzo de integración son las dos novedades principales de la LOMLOE. La primera es una apuesta mucho más decidida por el enfoque competencial propuesto por la UE hace ya casi veinte años. Desde un punto de vista pedagógico, dicho enfoque consiste en que el alumnado aprenda a través de una experiencia contextualizada de los contenidos educativos, involucrando en ello las diversas dimensiones de su personalidad (cognitiva, moral, social, afectiva), de su desarrollo (académico, personal, cívico-social) y del propio aprendizaje (conceptos, destrezas, actitudes, valores).
La segunda novedad de la LOMLOE es la introducción en el currículo de todas o la mayoría de las áreas y materias de contenidos relativos a valores y principios dirigidos a la educación de la ciudadanía (la interculturalidad, la equidad, la democracia, la solidaridad, la sostenibilidad, la igualdad de género, el respeto por los derechos humanos, etc.). En este sentido, la LOMLOE propone educar – tal como hace cualquier otro sistema educativo de cualquier otra cultura – en los valores colectivos que sustentan la vida social. Pero – a diferencia de otros sistemas y culturas – a hacerlo de modo integral (a través de la práctica educativa y el trabajo con todo tipo de contenidos), a limitarse a un sistema de valores mínimo y consensuado, y a orientar esta educación cívica desde una perspectiva ética y crítica que evite todo adoctrinamiento dogmático (si bien en esto último la ley se ha quedado notablemente corta).
Otra razón con la que justificar la LOMLOE es la de (volver a) situar los principios de equidad e inclusión en el centro de la actividad educativa. Frente al discurso simplista sobre la falta de interés o esfuerzo personal, los datos muestran con tozudez que el éxito y el fracaso escolar dependen fundamentalmente del entorno socioeconómico del alumnado, por lo que resultaba necesario reestablecer e incrementar normas y medidas estructurales con que paliar en lo posible las desventajas de partida de un gran número de estudiantes.
Hay otros aspectos que justificaban igualmente la necesidad de una nueva ley educativa: la necesidad de dar cobertura legal a estrategias didácticas exitosas pero aún poco comunes, la atención a la educación afectiva, la prometida regulación de la carrera docente… Pero queremos exponer también aquello en lo que la LOMLOE, por justificada que esté, debería ser corregida o superada.
Lo primero es que esta ley no nazca de un pacto político que asegure su perdurabilidad, por lo que todo el ambicioso plantel de objetivos que hemos enumerado aquí, por valioso que sea, podría quedarse fácilmente en nada. Esto no es una característica específica de la LOMLOE (sino de todas las leyes educativas de los últimos cuarenta años), pero sí que merece, al menos, una reflexión.
Lo segundo es el carácter aún muy insuficiente (cuando no casi simbólico) de la educación cívica y ética en la nueva ley. Resulta incomprensible que se insista en el papel fundamental de la educación para afrontar problemas tan graves como la corrupción, la violencia machista, la irresponsabilidad medioambiental, las adicciones, la polarización ideológica y mil asuntos más, y la materia que se ocupa directamente de todo esto siga siendo una «maría» sin apenas horas en un curso perdido de la ESO.
Y lo tercero y último no a mejorar, sino a erradicar del todo, es la obsesión por convertir la ley en un tinglado burocrático que coarta el trabajo docente y que nada tiene que ver con el espíritu que la motivó.
Sobra decir que estas tres objeciones podrían subsanarse si hubiera voluntad política y una ciudadanía crítica y bien formada que la guiara y corrigiera. La LOMLOE habría venido justo a promover, como hemos dicho, esa educación cívica y ética. Pero (insistimos) en esto se ha quedado claramente corta. Cortísima.
Comienzan a anunciarse las jornadas de puertas abiertas en los centros educativos. Los carteles publicitarios de los centros muestran a niños y niñas (sobre todo, niñas) bien alimentados, bien vestidos, sanos y con caras sonrientes, como si estuviesen en un descanso entre dos apasionantes actividades de un parque de atracciones. Por supuesto no se ve ni un libro -o al menos yo no lo he visto- ni ninguna actividad que requiera hincar los codos.
El mensaje que transmiten mayoritariamente nuestros centros educativos podría resumirse así: "Traiga a sus hijos aquí, que se sentirán felices". Cada familia puede pedir a la escuela lo que le dé la gana, ahí ya no me meto; así que si quieren una escuela feliz, que la busquen. Pero si alguna vez la encuentran entre el humo publicitario, descubrirán que para alcanzar la precaria felicidad asequible al hombre se necesitan más codos que para estudiar matemáticas.
Sobre el libro Becoming Evil de James Waller, subtítulo “Cómo la gente normal comete genocidios y asesinatos de masas”. … en este libro encontré por primera vez la tendencia humana a dividir el mundo en Ellos/Nosotros, que es considerada un universal antropológico, y ahí comenzó mi interés por estudiar la teoría de la evolución para comprender la mente humana … descubrí ahí que nuestra moralidad no es universal, no se aplica a todos los seres humanos, sino que su ámbito de aplicación viene marcado por los límites de lo que considero mi grupo. Nuestra moralidad llega hasta los límites de nuestro grupo, se aplica a nuestra comunidad moral, es decir, no empleamos las mismas normas con los individuos que pertenecen a nuestro grupo (Nosotros) que con los individuos que no pertenecen a nuestro grupo (Ellos).
Soy incapaz de aprender nada de memoria. Al menos, voluntariamente. La razón fundamental es que no me da la gana. Y no me da la gana porque memorizar atonta, y no hay nada más aburrido que embotarse en la repetición mecánica de algo. Tal vez esto de memorizar sirva, a lo sumo, para relajarse (como rezar o hacer meditación) pero (como rezar o hacer meditación) no sirve para aprender nada.
Tal es mi tirria a memorizar que cuando tuve que estudiar el código de circulación intente reescribirlo, more geométrico, como la Ética de Spinoza, a ver si así me lo aprendía. Fue imposible, claro: ni yo soy Spinoza ni el sistema de señales de tráfico es lógicamente sistematizable, te pongas como te pongas. Pero eso sí, gracias a que me puse, se me quedó el dichoso código en la cabeza. Está claro: razonar (sin más) implica memorizar; mientras que memorizar (sin más) no supone necesariamente razonar; ni de lejos.
Una ventaja de no querer o saber memorizar es que uno tiene que repensar con frecuencia las cosas. Y esto, en relación con asuntos de enjundia (que son los que hay que pensar, ¿para qué si no?), es un ejercicio muy saludable. Saber no consiste en memorizar enciclopedias (¿se acuerdan de las enciclopedias?), sino en mantener el tono intelectual de aquellos que las hicieron posibles. Y cultivar esa inquietud intelectual no se logra memorizando o calculando mecánicamente. Ni siquiera leyendo lo que suponemos que pensaron otros. Ya advirtió Platón en el Fedro (y no cito de memoria) que la generalización de la escritura iba a acostumbrar a la gente a repetir ideas solo por el hecho de haberlas leído y memorizado, aumentando significativamente el número de eruditos atorrantes…
Por supuesto que siempre hay necesidad de recordar datos, aunque esto es algo secundario para alguien que razone con cuidado. Tengo un amigo filólogo que es capaz de leer en varias lenguas (todas románicas, cierto) sin haber memorizado listas de reglas o vocabulario. Le basta dominar las estructuras del idioma (por haber traducido mucho latín y griego), reconocer algunas palabras muy comunes, e ir induciendo o deduciendo hipótesis a partir de ellas y del contexto. Piensen que un número excesivo de datos o detalles impiden pensar y saber nada. ¿Recuerdan (grosso modo) a Funes el memorioso, aquel personaje de Borges incapaz de olvidar y, por lo mismo, de pensar en nada?...
Es por todo esto que me resulta tan extraña y desencaminada la defensa numantina que hacen de la memoria algunos de mis colegas docentes. Piden que no caricaturicemos su posición mencionando aquella práctica estúpida de memorizar listas de reyes godos y cosas parecidas, pero es que no se sabe muy bien qué es, entonces, lo que defienden. Si es que todo proceso cognitivo implica emplear la memoria, a esto no se opone nadie. Y si de lo que se quejan es de que los alumnos no manejan tantos datos de memoria como antes, la réplica es fácil: no hace falta. Igual que la aparición de la escritura (pese a la objeción de Platón) permitió que la gente dedicara menos tiempo a repetir cosas, y más a crear y pensar, el auge, hoy, de la cultura digital está acabando con rémoras (como pasarse un mes recabando datos que se pueden encontrar y organizar ahora en unos minutos) que obligaban entonces, por economía del tiempo, a utilizar mucho más la memoria…
Estos colegas míos deberían saber, en fin, que aprender no es nunca el resultado de memorizar nada, sino que es el memorizar lo que resulta (entre otras cosas) de un buen aprendizaje, es decir, de aquella experiencia que, lejos de limitarse a instalar datos en la cabeza, cambia y reorganiza tu forma de pensar y vivir.
Sé todo esto porque estudié con aquellos viejos profes sesentayochistas que, como pedagogos deseosos de aprender a enseñar les darían hoy unas cuantas vueltas a algunos de mis colegas más jóvenes. Y lo hice, además, en un cole en el que no te obligaban a memorizar nada (ni a hacer demasiados exámenes). Gracias a ello hoy soy, como decía, casi completamente incapaz de aprender nada si no lo pienso y ordeno antes de forma crítica en mi cabeza…
Pese a esto, creo que no me ha ido mal del todo. Como tampoco a la mayoría de los alumnos que han pasado durante años por mis manos. Ellos me han confirmado que no hay otra forma posible de aprender que rehuyendo de toda memorización mecánica (es decir, de toda memorización a secas), y, por supuesto, de esa obsesión por los exámenes – casi todos de memorieta – que pervierten el aprendizaje, transformándolo en adiestramiento perruno y alienante.
"Esta semana he sabido que cuando hace mil años el Círculo Filosófico Soriano invitó al pedagogo Gregorio Luri a dar una charla le dejó las cosas claritas. "Sepa usted que aquí en Soria solo nos interesa lo eterno". Qué declaración de principios, qué manera de centrarnos".
María Piñeiro en el Diario de Pontevedra
Quienes saludan con entusiasmo esta posibilidad suelen argumentar que nadie es capaz de distinguir una obra de arte generada por una máquina de la que tiene por autor a un ser humano. Se dice que hay que tener unos grandes conocimientos musicales para distinguir el producto de una máquina del que procede del ingenio humano. También es verdad que buena parte de la música actualmente se hace así, lo que no revela tanto una especial habilidad de los programas como la simpleza de nuestro gusto musical.
En muchos proyectos arquitectónicos, diseños, guiones y series televisivas lo que hay es coloraciones típicas, fraseologías particulares o figuras compositivas propias de autores del pasado. Buena parte del agotamiento de Netflix se explica porque hace tiempo que sus algoritmos no producen más que historias previsibles. Una cosa es producir algo que resulta de la digestión de miles de obras de arte similares, que recambian los clichés que han sido exitosos hasta ahora, y otra dar lugar a algo que merezca ser considerado como original. En sentido estricto, la creatividad humana no puede ni imitarse ni repetirse; implica siempre, aunque sea mínimamente, una cierta transgresión que no es reducible a reglas o agregaciones estadísticas. En cambio, lo que en la computación tiene la apariencias de libres asociaciones sigue estando algorítmicamente determinado, no ha roto con nada, ni aporta ninguna novedad radical; es decir, solo en sentido genérico e impropio se trata de creatividad. La creatividad no puede más que ser imitada algorítmicamente mediante la probabilística y el análisis de datos. Los mismos llevan a cabo un tipo de originalidad limitada. Se mueven en un ámbito en el que las normas están prefiguradas y son capaces de aprender a jugar en el seno de esas limitaciones. En esto no son completamente distintas de nosotros, pues buena parte de lo que los humanos hacemos -también cuando creamos obras artísticas- se mueve dentro de reglas que no cuestionan ni modifican, pero en general la cultura y la existencia humanas son tan interesantes porque tenemos una capacidad de cambiar ocasionalmente esas reglas y es eso precisamente a lo que en sentido estricto llamamos creatividad.
¿En qué puede consistir entonces l aportación de la inteligencia artificial al arte? A mi juicio, las máquinas creativas realizan dos grandes aportaciones: una que tiene que ver con su función auxiliar y otra con revelar el núcleo creativo del arte.
Al hablar de su auxiliaridad, me refiero, pro ejemplo, llevar a cabo las tediosas transposiciones de notas, instrumentan y orquestan de manera que pueda uno elegir entre distintas posibilidades.
Si en lugar de entender que los humanos y las máquinas hacemos lo mismo pensáramos en lo que cada uno hace mejor entonces podríamos reajustar nuestra idea de creatividad tal como lo hicimos con nuestra concepción de los problemas difíciles cuando 'Deep Blue' ganó al campeón de ajedrez Garry Kasparov en 1997. La cuestión no es si el arte de los ordenadores lo hará mejor que nosotros, sino pensar qué podemos hacer únicamente nosotros cuando los ordenadores han alcanzado tal nivel de sofisticación. Frente al pesimismo que diagnostica la marginación del ser humano como el final de la creatividad, tal vez pueda sostenerse exactamente lo contrario. Mientras las máquinas imitan a los creadores, estos pueden desafiar las fronteras de lo inimitable.
La inteligencia artificial no parece saber lo que es el arte, aunque en esto tampoco se diferencia mucho de nosotros, que discutimos este concepto como si no hubiéramos encontrado una definición satisfactoria e incontrovertible. Lo que nos diferencia de las máquinas no es tanto el desconocimiento que compartimos con ellas acerca de la naturaleza del arte sino el hecho de que nos planteamos una y otra vez esa pregunta que a ellas no parece inquietarles demasiado.
Daniel Innerarity, El sueño de la máquina creativa, El Correo 05/02/2023
Llegim al grup Filosofia i feminismes una interessantíssima obra de Carole Pateman, crítica del contractualisme des del feminisme i la crítica al capitalisme. El feminisme no és (no ha de ser) secundari al liberalisme, el socialisme o l'anarquisme. Defensora, per cert ,de la renda bàsica des del 2000.
Desde el siglo XVII, las feministas han tenido clara conciencia de que las esposas están subordinadas a sus maridos, pero su crítica de la dominación (conyugal) es mucho menos conocida que los argumentos socialistas que subsumen la subordinación en la explotación. Sin embargo la explotación es posible precisamente porque, como mostraré, los contratos sobre la propiedad de la persona ponen el derecho al mando en manos de una de las partes contratantes. Los capitalistas pueden explotar a los trabajadores y los esposos a las esposas porque los trabajadores y las esposas se constituyen en subordinados a través del contrato de empleo y del de matrimonio. El genio de los teóricos del contrato ha sido presentar ambos, el contrato original y los contratos reales como ejemplificando y asegurando la libertad del individuo. Pero, en la teoria del contrato, la libertad universal es siempre una hipótesis, una historia, una ficción política. El contrato siempre genera el derecho político en forma de rela- ciones de dominación y de subordinación.
Carol Pateman: El contrato sexual, pàgina 18
La historia del contrato sexual comienza, de este modo, con la constucción del individuo. Para contar la historia de modo que ilumine las relaciones capitalistas en el patriarcado moderno, ha de considerarse, asimismo, la ruta teórica a través de la cual la esclavitud (civil) se convirtió en el ejemplo de la libertad.
Idem, p 57
Explica que Marguerite d'Oingt, una de les primeres escriptores a França, en llatí i en arpità afirmava això
"Els dolors de Crist a la creu són com els dolors de part."
Comenteu el fragment.
Cercant informació, trobo la publicació d'un canareu, no per ser jove menys illustre, Sergi Sancho Fibla.
He pasado día y medio en una ciudad que, cuanto más la conozco, más fascinante me parece, Valencia. Es una ciudad hecha para perderse por ella parsimoniosamente, porque solo de esta manera descubres algo inesperado a cada paso.
Nada más bajarte del tren te recibe una auténtica granizada de luz. De una luz viva que no se parece a ninguna otra que conozca. Es una luz diáfana, alegre, que concede un plus de vida a cuanto toca. En ningún otro sitio los blancos tienen esos blancos de domingo. Envueltos en esta luz los valencianos caminan sin prisas, como si acabasen de recibir una magnífica noticia y estuvieran saboreándola despacio. Aquí siempre me han tratado bien.
Para mi tiene Valencia, además, el atractivo de sus librerías de viejo: El Asilo del libro (caótico, polvoriento, donde solo se encuentra lo que el destino se digna poner caprichosamente a tu alcance), gestionada por el dependiente más displicente e imperturbable que imaginarse pueda; la Guarida de las maravillas (ordenada, con cada libro en su envoltorio de celofán), el propietario, un portugués-brasileiro, es amable y eficiente y está siempre predispuesto a contarte cómo ha acabado en la capital del Turia y la Librería Auca, donde me encontré todo al 50% de descuento porque están a punto de cerrar. Así que me gasté el doble de lo que tenía previsto.
Pero como no todo a de ir de libros, déjenme que guarde un recuerdo especial para memorable un arroz caldoso de pato, saboreado en un lugar -la cruz del molino de Godella- que en sus tiempos (1900) fue pintado por Pinazo de esta manera:
Y que hoy se encuentra así:
Estamos descubriendo que la inteligencia artificial (IA) puede realizar tareas que creíamos exclusivas de un ser humano, como dialogar o crear textos e imágenes originales. Y esto parece solo el principio. Además de simular procesos cognitivos complejos, estos sistemas prometen emular nuestra capacidad de juicio, sustituyéndonos a la hora de tomar decisiones. ¿Serán capaces?
Si así fuera, el uso masivo de la IA nos dejaría a casi todos sin trabajo. No solo a quienes se dedican a tareas puramente mecánicas sino, en general, a todos aquellos cuyo oficio puede describirse esencialmente en lenguaje algorítmico. ¿No sería más eficaz y barato sustituir, por ejemplo, a un médico por un sistema de IA entrenado (en las mejores universidades) para interpretar pruebas, diagnosticar y establecer tratamientos? ¿Y no podríamos hacer lo mismo con abogados, ingenieros, pilotos o físicos experimentales? ¿Quién se «salvaría» de ser sustituido por una máquina?
No es fácil responder a esta pregunta. Aparentemente al menos, una IA podría entrenarse para hacer cualquier cosa, desde imitar los mecanismos heurísticos que rigen la creatividad de un artista a simular (con un algoritmo estructuralmente parecido al del médico) el sacramento de la confesión…
Advierto que introduzco las palabras «simular» o «imitar» solo por prudencia, porque realmente no sé en qué se distinguirían esencialmente las tareas hechas por una IA de las que haría un ser humano. Además de que la imitación es la raíz de todo aprendizaje, y no solo del de las máquinas. Un ser humano empieza a serlo imitando la forma de hablar y pensar de sus progenitores, y un médico o artista imitando (y mejorando si es capaz) los procedimientos en los que se forma. ¿Qué diferencia fundamental habría con una IA que, además de imitar, pudiera incorporar información nueva, aprender de sus errores, generar hipótesis o creaciones originales, y revisar y rehacer sus propios algoritmos? Las máquinas han sido hecha por nosotros, es cierto; pero también nosotros hemos sido hechos y educados por otros…
Una objeción típica al desempeño de ciertas tareas por parte de la IA es que una máquina no podría entender ni expresar emociones. Pero esta objeción tampoco parece suficiente. Si las emociones fueran completamente refractarias a los algoritmos, tendríamos que concluir que son absolutamente irracionales e incomprensibles (incluso como emociones), ¿y quien las querría entonces? Y si el problema fuera que aún no hemos entendido sus complejos mecanismos lógicos (y subsidiariamente biológicos, sociológicos, ideológicos, etc.), entenderlos e imitarlos sería cuestión de tiempo. Al fin, si entendemos las emociones como fenómenos emergentes surgidos de la cultura y de la bioquímica cerebral, todo ello (pautas sociales, patrones neuronales) sería asimismo reducible a información lógicamente estructurable. Y si esto fuera posible, toda otra serie de actividades (las de educador, psicólogo, cuidador, etc.) quedarían en manos de la IA. ¿Qué podría impedir, por ejemplo, que un sistema inteligente de educación interpretara los sentimientos y necesidades del alumnado, le proporcionara una experiencia educativa personalizada y evaluara objetivamente su aprendizaje, expresando para ello las actitudes emocionales más apropiadas (empatía, preocupación, orgullo…)?
Por no salvar, no salvaría (si es que de salvar se trata, que igual es condenar a la extinción) ni el oficio de informático. En la medida en que la programación es otra actividad reducible a pautas heurísticas y algoritmos, los sistemas de IA podrían llegar a ser (¡cada vez lo son más!) completamente autoprogramables. Por cierto: ¿Equivaldría esto a convertirlos en seres autónomos o libres?
¿Y la filosofía? ¿Podría filosofar un sistema de IA?... Se trata de una pregunta enorme y ella misma filosófica. Veamos. Si la filosofía arranca de la necesidad de responder a la pregunta acerca del ser y el sentido de todo, ¿podría la máquina preguntarse por el ser y el sentido de sí misma? ¿Podría poner en cuestión los conceptos de realidad, verdad, máquina o inteligencia…?
Y, sobre todo, ¿podría plantearse una IA si aquello que le han enseñado a reconocer como “bueno”, “justo” o “bello” es realmente bueno, justo y bello? ¿Podría autoprogramarse hasta el punto de generar sus propios criterios éticos, políticos o estéticos? Fíjense que los seres humanos, por muy estrictamente que se nos eduque, podemos reparar en el carácter convencional o incompleto de toda esa formación, cuestionarlo todo y rebelarnos contra códigos y normas, incluyendo el código genético y las normas sociales. Podemos, incluso, querer acabar con el mundo entero (con nosotros en él), por no considerarlo justo o digno de existir… ¿Podría también querer todo esto un sistema de IA? ¿Podría ella misma responder a esta pregunta? ¿Y a esta…?
Que llegues a Madrid y te esté esperando Aurora Nacarino es como una premonición: todo va a ir bien y sobre ruedas. Y así ha sido. Con Aurora fui directamente a ESADE, donde mantuve un debate de guante blanco con Lucas Gortázar. De ESADE a un colegio con decidida vocación elitista. Tan elitista, que puede permitirse el singular lujo de defender evidencias como esta:
Hay que visitar el mayor número de centros educativos posible, y cuanto más diversos, mejor, para hacerse una idea cabal de la educación efectiva en España, porque la realidad es siempre mucho más compleja que los esquemas mentales que nos hacemos de ella. En este caso hice la visita acompañado de un amigo que es también un auténtico innovador pedagógico, Daniel González de Vega, creador de Smartick.
Este centro sabe lo qué quiere hacer, qué profesorado necesita para ello (y en qué partes del mundo reclutarlo), con qué familias quiere hacerlo, qué alumnos pueden hacer posible su proyecto, el precio que cuesta realizarlo y sobre qué imagen del futuro quiere orientarse. Por cierto, la directora, que nos invitó a comer (a un magnífico restaurante, el A'Barra) me insistió en que la principal competencia del futuro es la escritura y la segunda y la tercera es también la escritura. Estoy totalmente de acuerdo con ella. Me despedí con la convicción de que la escuela pública nunca podrá competir en la carrera carísima de la innovación con las escuelas de élite, por lo cual debe definir bien cuál es su campo y qué es lo que puede y quiere hacer mejor que nadie.
Fui dando un largo paseo hasta el hotel, con mi maleta de mano, en la que llevaba dos botellas, una de un orujo blanco excelente y otra de un mezcal sublime. Hacía frío, pero me apetecía pasear y rumiar un poco todo lo que se había acumulado en mi memoria.
Tras descansar un poco, como la cabra siempre tira al monte, fui a gastar dinero... a una librería de viejo, la librería Ábaco, donde encontré algunas cosas bien interesantes. Después, a las 20:00, tenía cena (de ahí las dos botellas), que alguien a quien aprecio cada vez más, y a quien he decidido llamar Diotima, tuvo la inmensa habilidad de organizar en mi honor. Nos encontramos 17 personas alrededor de una mesa excelentemente servida y allí estaba de nuevo Aurora Nacarino, que apareció con ejemplares de En busca del tiempo en que vivimos para todos los asistentes. Después de la cena los más jóvenes nos fuimos de copas.
Pasé la mañana del domingo junto a alguien que admiro y aprecio, la economista María Blanco, hablando de lo divino y de lo humano y recordando los tiempos del MSV (Movimiento Stalin Vive) y de la compañera camarada Vagina Seminova. Pero esta es otra historia.
Hoy, en El Debate, mi última entrega: De Anacarsis Cloots a Ángel.
"En enero", decía mi madre, "se hiela el agua en el puchero".
Pero de repente te sorprende un día como el de hoy y no hay refrán al que recurrir para explicarlo.
Estos días que brotan espléndidos en la intemperie del invierno, ofreciéndonos un cielo azul limpísimo, una atmósfera diáfana y un sol generoso, son una delicia que apetece saborear con sorbos cortos.
Tras unos días de frío intenso y, previsiblemente, ante otros días heladores, el sol te entra generoso, a raudales -claro- por las ventanas animándote a salir a la calle, a pasear sin prisas, a ir a comprar unos tomates al sitio más alejado del pueblo, a tomar un café en la plaza, estirando las piernas y echando el tronco para atrás (sin sacar del bolsillo el libro que has traído para leer), como animales de sangre fría que necesitan recargar su depósito de vitalidad.
En días así, todo cuadra, salen todas las cuentas, y nos sentimos poseídos por un espíritu jovial y afable, como si el sol de invierno fuese el heraldo de la filantropía.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Que el principal motivo de la manifestación contra el gobierno del pasado sábado fuera el “plan oculto de mutación constitucional” (sic) del “golpista” Sánchez, y que incluyera, entre otros, a grupos antivacunas, da idea del grado de desesperación de la derecha, incapaz de romper las encuestas, y dispuesta a agarrarse al clavo ardiendo del trumpismo a la española que se gastan VOX y sus organizaciones satélites.
Se ve que algunos tienen un sentido esotérico del espectáculo. Por eso el sábado había gente invocando al Caudillo, o un fantasmal ejército de 400.000 manifestantes con los que completar los que contó la delegación del gobierno. Debían de ser como el retablo cervantino de las maravillas, invisibles a todo aquel que no fuera cristiano viejo o buen español. Entre ellos, visibles o invisibles, pululaban patriotas de los de antes, políticos descatalogados, populistas clamando contra el populismo, negacionistas de todo lo progre, defensores de la mili obligatoria y, por haber, hasta filósofos a la luna de Valencia. Todos unidos por un odio feroz e innegociable a Sánchez.
Pero que a esta tropa se le unan cargos y políticos en activo del PP o hasta de Ciudadanos (un partido antaño liberal) da un poco más de pavor. Hay que recordar que el propio Feijóo, candidato a convertirse en el próximo presidente del país, recomendó la asistencia a esta especie de rave satánico-político donde solo faltaban Berlusconi, la secta de QAnon, los evangelistas de Bolsonaro y los asaltantes del capitolio disfrazados de búfalos.
Da pavor la cosa porque como el odiado Sánchez logre afrontar con solvencia el último tramo de su mandato (presidencia europea incluida) las encuestas podrían dar un giro inesperado. Al fin y al cabo la gente, que no es tonta, sabe que, pese al discurso histérico y catastrofista de la derecha, el gobierno ha logrado contener la inflación, mantener a flote el estado de bienestar, sacar adelante una importante reforma laboral, apaciguar el conflicto con Cataluña, y afrontar con éxito una pandemia, una suma de catástrofes naturales (volcán incluido) y los efectos económicamente devastadores de una guerra. Y todo ello sin romperse ni desgastarse más de lo normal.
Por esto, y porque no lo tienen tan fácil como suponían, es de esperar que los estrategas del PP y sus aliados mediáticos lo apuesten todo a la crispación, la desestabilización institucional y el intento de deslegitimar al gobierno en las calles. Todo ello bajo acusaciones que andan entre la retórica guerra-civilista y la alucinación colectiva: que Sánchez, como un Lenin madrileño, va a imponer una dictadura comunista, acabar con la Constitución, aliarse con los etarras (ETA se extinguió hace diez años), o pactar la venta de España a los nacionalistas vascos y catalanes (como si el PP no hubiera gobernado con CiU o PNV en el pasado o Ciudadanos no hubiera obligado indirectamente al pacto con el nacionalismo).
Y todo esto, después de lo ocurrido en Brasilia o Washington, da miedo. Da cada vez más miedo que la derecha pierda. Más miedo aún a que gane. Y esta, la del miedo, podría ser su última y terrible baza.
Porque además, y frente a los exaltados del sábado, están los del jueves anterior en Barcelona. Otros miles de manifestantes, no menos patriotas que los de Madrid, y clamando, con parecida desesperación, por el renacimiento del procés, el linchamiento popular de los traidores y la resistencia, todavía y siempre, al invasor galo-español.
Sobra decir que estas dos tribus se retroalimentan de la misma tensión política que les permite sobrevivir y crecer. Al nacionalismo supremacista catalán le vendría de miedo un nuevo gobierno de derechas que le obligara a “retomar las calles”. Y al nacionalismo español de VOX y el PP les vendría también de perlas hacer rebrotar el volcán catalán para justificar el relato de salvadores de la unidad de la patria con el que pretenden lograr el poder.
Entre lunáticos anda, pues, el juego. O eso quieren hacernos creer a la inmensa mayoría, en la idea de que, propensos como somos a la emoción y el ritmo vertiginoso del espectáculo, cedamos a la tentación de verlos como algo más que histriones y acabemos por votarlos, a ver qué pasa. Esperemos que prevalezca la cordura (por aburrida que sea) sobre el siniestro teatro del pánico.
Ayer, día de San Francisco de Sales y, por ello, de la educación, me entrevistó un periodista navarro para un medio de Navarra. Recordándole que este santo es también el patrón de los periodistas, le pregunté si conocía la influencia que tuvo sobre él el franciscano navarro fray Diego de Estella, nacido en 1525. La cuestión se acabó pronto porque no sabía quién era el estellés, aunque sí me dijo que Navarra había tenido importantes filósofos. No lo culpo por ello, son estos tiempos de desmemorias.
La obra de fray Diego de Estella que mayor influencia tuvo en San Francisco de Sales fue la titulada Meditaciones devotísimas del Amor de Dios, donde nuestro gran humanista, siguiendo fielmente la tradición de su orden, parece estar rememorando el Banquete de Platón cuando escribe: “Dios ha de ser amado por ser sumamente hermoso… La hermosura de las criaturas pequeñas es transitoria, momentánea y perecedera. Hoy es fresca como la flor del campo; y mañana está marchita. La hermosura de las criaturas, falta y dexa de ser al mejor tiempo; más la hermosura del Criador, para siempre permanece y está con él”.
La sospecha de que algo catastrófico está a punto de pasar, de que vivimos en vísperas del Apocalipsis, se ha asentado de tal manera (ver En busca del tiempo en que vivimos) que hay diarios que no tienen reparos en asegurar que "el núcleo de la tierra se ha detenido".
No deja de ser curioso que sea un idealista hiperbólico, el poeta sevillano Gabriel García Tassara, el que nos lanza esta invitación (que, por supuesto, recojo):
Sé clásico a tu modo,
que es el mayor secreto.
La sobreprotección es una forma de maltrato.