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La experiencia era un concepto central en la filosofía empirista y en las kantiana y hegeliana en tanto que base fundamental y fundamentante de la relación con el mundo y por ello de la constitución de la subjetividad. Las sospechas vinieron de múltiples frentes en el siglo pasado. Así, en la filosofía de la ciencia se argumentó sobre la “carga teórica” de la observación, para indicar que no hay observación o experiencia puras sin marcos teóricos en los que se interpreten los datos sensoriales; el giro lingüístico, que formó el núcleo básico de la forma anglosajona del posmodernismo, abogó también por la inutilidad de lo experiencial que no es expresado en un lenguaje público (como son todos los lenguajes); por último, el posestructuralismo, Foucault particularmente, y otras formas de constructivismo argumentaron sobre la construcción social del discurso, y por ello de la forma en que se expresa la experiencia. Todas estas críticas son básicamente correctas, pero llevaban a callejones sin salida cuando se trataban cuestiones de agencia, responsabilidad y normatividad. Fue sobre todo el feminismo filosófico el que notó lo peligroso de estas derivas que llevaban a dejar sin recursos argumentativos a quienes querían llevar al debate público y jurídico cuestiones como la violencia contra la mujer. Los estudios de raza llegaron a conclusiones muy parecidas al tratar de elaborar las contramemorias de quienes sufrieron esclavitud y marginación sistemáticas o padecen discriminación y violencia policial por razones de raza. Todas las críticas posmodernistas y posestructuralistas parecían llevar a un socavamiento de cualquier pretensión de estar hablando realmente de experiencia de algo cuando se hablaba de esas experiencias, regalando a los grupos dominantes y responsables el concluir que solo eran construcciones sociales, por más que fuesen producto de las conciencias colectivas producidas por los movimientos sociales respectivos.
Todas los relatos hablan también de la indefensión de la víctima al sentir que nadie la protege, que la sociedad que tendría que hacerlo no está y esta ausencia la convierte también en parte implicada en el daño. Esta presencia es mucho más notoria cuando las víctimas no son escuchadas o se siembra la duda y la sospecha sobre su testimonio, produciéndose lo que se ha llamado una “segunda violación” o segunda tortura cuando estos casos son tratados por los medios de comunicación o malatendidos por las autoridades que tienen que investigarlos.
La experiencia es densa porque depende del lenguaje y, a su vez, el lenguaje constituido por discursos, se relaciona con las prácticas donde nacen estos discursos y, desgraciadamente, tantas veces, por la falta de espacios de elaboración de estos discursos en fraternidades epistémicas que cooperen en la formación y reconstitución de subjetividades dañadas. Lo es también porque involucra el cuerpo, las emociones, la capacidad reflexiva y de auto-poiesis y autoformación. Y lo es, sobre todo, porque las experiencias no son meros constructos lingüísticos sino formas de estar en la realidad y de sufrirla o disfrutarla, porque son experiencias de algo.
Fernando Broncano, La densidad de la experiencia, El laberinto de la identidad 13/12/2020
Reseña de
JUSTÍCIA POÉTICA. Reflexiones marginales sobre derechos humanos, resentimiento y populismo
Vicente Serrano Marín
Madrid: Editorial La Oficina, 2019
Vicente Serrano Marín es un importante filósofo español que tiene una producción muy interesante, entre las que podemos destacar “La herida de Spinoza” (Premio Anagrama de Ensayo). El libro que nos ocupa me parece de una gran densidad teórica, riguroso, claro y arriesgado. Todas las cualidades para un ensayo filosófico, siempre teniendo en cuenta que este carácter arriesgado le da el valor de ser un excelente material que trabajar y no un documento al que adherirse.
El libro está dividido en ocho capítulos, cada uno de los cuales merece una reflexión. El primero despliega lo que se va a desarrollar en el resto del libro, pero avanzando ya alguna hipótesis. El problema que aborda es, básicamente, la relación entre justicia, poder y modernidad. Precisando más ¿Cómo abordar desde la modernidad la relación entre justicia y poder? Porque para la modernidad la justicia no tiene detrás una narración que la fundamenta desde un orden natural que legitima el poder. Por el contrario, parece que el poder es el que necesita un discurso que lo justifique, es decir que lo legitime como justo. Como dice Claude Lefort, en la democracia el lugar del poder esta vacío y lo puede ocupar cualquiera, en el marco de una sociedad plural. La cuestión es que quien quiere ocupar el poder debe construir un relato que lo justifique. En la modernidad fueron los grandes relatos, que precisamente entran en crisis en la modernidad.
Esto nos lleva al segundo capítulo, titulado “Justicia y pueblo”, en el que aparece esta última noción como legitimadora. El pueblo como base de la justicia, de acuerdo, pero ¿qué entendemos por “pueblo”? La modernidad pierde, como sabemos, el saber tradicional, ya que como decía Marx, con el capitalismo “todo lo sólido se disuelve. Es la ilustración alemana la que quiere darle u contenido, que es el de la recuperación de cada tradición cultural como fuente de sabiduría. Nace el nacionalismo. La teoría del contrato social plantea un concepto cívico del pueblo, como conjunto de individuos sin propiedades cualitativas. Pero necesita también una idea de justicia para legitimar este contrato social. El pueblo, en la modernidad, es una ficción que legitima un Estado de derecho. Como decía Michel Foucault lo que hacemos es pasar del “pueblo” a la “población”, que es un territorio en el que debe garantizarse la seguridad de sus ciudadanos, convertidos en ciudadanos. Aparece también con Foucault el tema del poder pastoral, que es la administración de las conductas bajo un discurso que legitime el capitalismo.
Lo planteado anteriormente nos lleva al problema de fondo, expuesto en el tercer capítulo, sobre los niveles de justicia. Si consideramos que el nivel profundo es el que debe contener el saber narrativo sobre la justicia, y el superficial las estructuras jurídicas, entonces diremos que cuanto más invada el nivel superficial el espacio del profundo, más autoritario será el sistema político. Volvemos entonces al problema de legitimar lo justo en la sociedad moderna. Lo hace desde la diferencia kantiana entre juicio determinante y juicio reflexionante. El juicio determinante es el de la ciencia, que conceptualiza sobre la base de los procesos naturales. Pero si en la modernidad la justicia no puede plantearse como algo natural, tal como planteaba Aristóteles, entonces lo que hay en el juicio es una creación conceptual. ¿Es un juicio estético basado en el sentimiento, que imagina un ideal de justicia? Más bien la respuesta la encontramos, sugiere el autor, en otra formulación kantiana, la del uso público de la razón, como el espacio donde la noción de “pueblo” tiene sentido, entendido como el debate público que define la justicia.
Continuamos con el capítulo que llama “Decisión y justicia”. Aquí, Serrano Marín hace una afirmación muy interesante. No es en la modernidad sino en el cristianismo donde se pierde este orden natural que para los antiguos era el fundamento de la justicia. Porque aparece el Dios soberano y omnipotente como creador de la justicia. Es una decisión de este Sujeto al que llamamos Dios, que una vez “muerto” ( siguiendo la expresión de Nietzsche) deja en manos del hombre el poder de decidir. No hay límites naturales al ejercicio del poder, que depende de la decisión. De esta manera es Carl Schmitt el que crea la ontología básica de la modernidad, basada en la decisión. Incluso para el liberalismo y el socialismo que tanto criticaba. Y, por supuesto, para el populismo. El problema queda abierto, ya que la democracia, como decisión desde la mayoría y marco normativo, presupone una idea de justicia.
Pasamos ahora a un título más enigmático: “Voluntad de poder y resentimiento”. El núcleo de este apartado es la hipótesis de que es un deseo sin límites el que configura el afecto dominante que es la voluntad de poder, tal como han teorizado Hobbes, Nietzsche y el psicoanálisis. Y esta voluntad de poder sin límites, este deseo sin finalidad que lo quiere todo de manera absoluta conduce a una demanda imposible que lleva al resentimiento. Su base material es, por supuesto, el capitalismo liberal que lo promete todo. Enlaza con el capítulo siguiente tiene un nombre provocador: “Kant, Sade y los derechos humanos”. Al deseo absoluto de Sade solo se le puede contraponer el deber absoluto de Kant. Falta un proyecto de vida buena. ¿Qué son los derechos humanos en este contexto? Parece que son el contenido de la sabiduría que permite poner límites a esta voluntad de poder en la que cada cual quiere satisfacer sus demandas y que se articula en una noción de pueblo que se establece como una ficción jurídica contra esta desmesura. Pero cuando a la noción de “pueblo” se le da un contenido concreto con el que identificarse entonces este juicio reflexivo que aparece con la razón común se pierde en una matriz emocional.
Pasamos ahora a “Hegemonía, liberalismo y justicia”. La noción de “hegemonía” merece un detallado análisis y el uso que le dan los teóricos del populismo de izquierda, Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, que la presentan como una formulación renovada de la tradición emancipatoria. Pero podemos aprender con Michel Foucault que es un dispositivo con ironía, que nos presenta una propuesta que en el fondo se mueve en el marco del liberalismo y oculta su procedencia conduciéndonos además a lo que de bueno tiene el liberalismo, que es la existencia de libertades individuales al proclamarse “el pueblo” como el único legítimo para detentar el poder. Pero este populismo cuenta además con un peligro añadido, que es la utilización de las redes sociales y las dimensiones discursivas de estas nuevas tecnologías.
El capítulo con el que concluye toda su exposición, “la doble ironía del dispositivo” profundiza sobre el peligro de este populismo apoyado en la tecnología digital que puede convertirse en el nuevo totalitarismo. La hipótesis de Vicente Serrano es que, en la era de la tecnología digital bajo la hegemonía del tejido discursivo del universo virtual, la tecnología es inseparable del capitalismo como una contingencia histórica y una realidad material a la que obedece este tejido. La ironía la encontramos en el dispositivo que monta el populismo de izquierda, que apela a la justicia vaciándolo de contenido y sustituyendo por el poder a través de un espejismo emancipatorio. Las redes sociales son el campo abonado para cumplir la doble ironía del dispositivo, de hacernos creer más libres cuanto más manipulados estamos, o más diferentes contra más uniformados estamos. Ello crea el caldo de cultivo del populismo, que nos impide pensar de manera adecuada lo que es la justicia en las sociedades modernas.
Como he comentado al principio el ensayo es interesante porque da que pensar sobre un tema imprescindible y no resuelto para la filosofía ética y política moderna: ¿desde donde legitimar la justicia?. Quizás el libro es demasiado ambicioso y trata demasiados temas, a veces nos perdemos entre tantas cuestiones. Para da muchos materiales para pensar y el hilo conductor de los derechos humanos como una fórmula adecuada de centrar el tema de la justicia. Hay cuestiones que deberían matizarse, como la afirmación de que el problema de la política en la democracia es como solucionar los problemas comunes. Me parece que es, sobre todo, como garantizar los derechos para todos. Discrepo en las consideraciones que hace del psicoanálisis lacaniano, pero esto es un tema menor. Y falta, a mi modo de ver, incorporar una concepción socialista renovada como la que hace, por ejemplo, Axel Honneth, junto a la populista de Laclau o la liberal de Rawls. En todo caso mis felicitaciones por un libro de alto nivel que merece ser leído y pensado.
La consciència és l’estat de la ment que ens permet adonar-nos de les coses que passen al nostre voltant i dins de nosaltres mateixos. Tots els animals amb cervell tenen un cert grau de consciència. Se sap que sorgeix de la interacció dinàmica de moltes xarxes neuronals, com les implicades en els sentits, la memòria o les emocions, i que hi ha tres zones del cervell que li són imprescindibles: el tronc encefàlic, responsable de mantenir el cervell actiu; el tàlem, que és el centre de l’atenció i marca el llindar entre les experiències conscients i les preconscients, i dues zones de l’escorça cerebral implicades en l’anticipació i la planificació. Ara bé, encara no se sap com la interacció dinàmica d’aquestes zones ens permet ser conscients del nostre entorn per relacionar-nos-hi de manera autodirigida.
L’autoconsciència és el procés cognitiu que ens permet ser conscients que som conscients, la qual cosa permet que puguem interpretar el món de manera reflexiva. Curiosament, és l’única característica mental que no perdem mai. S’han estudiat molts casos de persones que, a causa d’un traumatisme, un accident vascular, una operació quirúrgica o una malaltia neurodegenerativa han patit la pèrdua d’alguna característica cognitiva, segons la zona del cervell afectada. No obstant això, mai s’ha trobat cap cas en què una persona hagi perdut la capacitat de percebre’s com a subjecte individual diferenciat de la resta. Hi ha diverses àrees cerebrals implicades, totes necessàries però cap suficient per ella mateixa, de manera que aquesta facultat resideix en les connexions dinàmiques, passatgeres i fluctuants que s’hi estableixen. I és just aquí on resideix el misteri. Si l’activitat és dinàmica, fluctuant i passatgera i, per tant, aparentment làbil, per què mai no deixem de ser conscients de la nostra pròpia existència?
David Bueno, 10 coses que encara no sabem del cervell, ara.cat 12/12/2020
En general, el cervell interpreta la realitat mitjançant la comparació. Per això un cercle envoltat de cercles grans sembla més petit que el mateix cercle envoltat de cercles petits. Tot plegat fa que es parli de dos grans tipus d’il·lusions. El primer tipus d’il·lusions són les fisiològiques, associades a una estimulació excessiva dels ulls o el cervell, cosa que crea un desequilibri que altera la percepció. Les causes més habituals són la disposició de les imatges, l’efecte dels colors, l’impacte de la llum, distorsions de la grandària, la forma o la longitud de la imatge o canvis en la perifèria d’un objecte. L’estimulació repetitiva, la lluminositat, inclinació i color i el cansament de la retina són els principals factors.
Les segones, les cognitives, es produeixen quan la realitat interactua amb preconcepcions errònies sobre el món fixades d’alguna manera al cervell. La conseqüència és una interpretació errònia de la realitat. N’hi ha de paradoxals, quan el cervell ens retorna imatges impossibles; distorsionades, degudes a errors de percepció sovint causats per una mala interpretació d’una figura geomètrica; ambigües, quan el cervell opta per una interpretació de la imatge d’entre diverses de possibles; i fictícies o al·lucinatòries, quan no es confon la imatge sinó que es veu però simplement no existeix. Aquestes últimes solen coincidir amb trastorns mentals.
Xavier Pujol Gebellí, Quan la vista i el cervell ens enganyen, ara.cat 12/12/2020
Salió a prisa en busca de una farmacia de guardia . No era fácil un domingo de resurección. Las calles estaban desiertas. Nadie absolutamente. Ni una alma fuese atea o cristiana . Anduvo largo rato sin parar incansablemente. Los pies últimamente les dolian muchisimo y casi con las maravillosas plantillas que le hizo doña Carmen una podóloga más vieja que Matusalen , algo podía caminar. La silla de ruedas que se había comprado ya hacía unos meses con sus 60 años no era moco de pavo , era mecánica pero acolchada y reforzada. La guardaba en la habitación contigua a la suya , la de su madre que había desaparecido .
A toda prisa divisó una farmació gracias al rótulo tintinellante a colores rojo y azul . Hipócrates , su farmacia indicaba el rótulo en la puerta de madera recia . Llamó al timbre . Al cabo de un rato un hombre con bata blanca le abrió una pequeña ventanita que había en la parte superior de la puerta.
- ¿Dígame , qué desea ?
- Quisiera por favor comprar un placebo
- ¿Oiga, me está tomando el pelo?
. No , se lo digo en serio , quiero un placebo para que me sirva para todo .
. Pero usted sabe lo que me pide , ¿acaso sabe cuanto vale un placebo ? Llevo años sin vender alguno por su elevado precio .
- Traigalo que yo sea lo que sea se lo pago .
- Voy a por ello .
El farmaceutico con una gran barba blanca que le llegaba a la panza se metió al interior de la botica. Al cabo de largo rato volvió con un pequeño tubito que a penas se podía coger con los dedos de lo pequeño que era.
- Aquí tiene
- ¿Dígame lo que vale ?
- Pues son 1000010100100000000000 bruits
-¿Cómo dice ?
-Pues eso que le he dicho .
-Pero oiga yo no sé lo que són los bruits , ¿me está tomando el pelo otra vez nuevamente?
Hipócrates que así se llamaba el farmaceútico por la identificación que le colgaba de la solapa de la bata parecía nervioso y algo alterado .
- Esta bien , si me dice como o donde puedo encontrar los bruits lo intentaré buscar para pagarle.
-Mire usted , un bruit no es más que un piñon de montaña , o sea, de piña de pinar negro , de esos que en latín se les llama "pinus negrum" .
- ¿y dónde encuentro yo esa cifra tan grande de piñones ? ¿Cómo puede ser que me pida eso ?
- No es mi problema , asentó Hipócrates, si no le gusta lo que le digo pues no lo compre y ya está.
Aquel día decidí irme al mónte a encontrar un pinar para poder empezar la recogida de tal cantidad. Me preparé bien con mis botas , mis plantillas de doña Carmen, mi mochila , mi tienda de campaña , mis platos y enseres, mi sopa deshidratada, mis barritas hipercalóricas, mi agua, ..mi linterna y me fuí lejos de la ciudad. Al coger el tren me puse a pensar que lo que me sucedía era muy curioso , ¿como podía yo encontrarme con una farmacia y un farmaceútico tan complicado ?
Estuve más de 4 meses recogiendo piñones y almacenándolos en una bolsa que guardaba , Hasta que por fin un día me dí cuenta que lo que me había pedido Hipócrates no era otra cosa que dejar de preocuparme por mi y recolectar piñones en medio de la montaña en la naturaleza con aire puro y que eso precisamente me había hecho olvidar absolutamente todos los males , nostalgias, tristezas, paranoias, y demás cosas durante todo ese tiempo .
Y pense , en el fondo eso que me ha recetado es ni más ni menos que un efecto , el placebo.
Gustavo Duch, concís:  [https:]
Com no deixar-se portar pel desesper? Què fer?
"Don Quijote es el descubridor del alma como aquella instancia desde la cual lo que postulamos como lo mejor que podemos llegar a ser, se dirige a lo que somos. Por eso es cima y resumen de un Siglo de oro que duró doscientos años. No estoy seguro de que pueda servirnos de mito nacional, pero sí me parece que Cervantes nos ha mostrado en su novela inmortal cómo se construye un mito, el mito necesario para ver reflejado en él aquello que nos obliga a estar a la altura de lo mejor que podemos llegar a estar".
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Lo confieso: me encantan los malos. Al menos en la ficción (eso ayuda). Me embolico con las pelis y las series de narcos, mafiosos y tunantes de toda calaña. Siento una enorme simpatía, cuando no admiración, por los grandes capos, los magnates de la droga, las familias dedicadas al crimen organizado, los pistoleros crepusculares, los caníbales refinados y los sicarios posmodernos. ¿Qué me pasa?
He de añadir que los malos que me gustan son malos de los buenos, y poco tienen que ver con ningún bandido justiciero, simpático timador o ladrón de guante blanco. A los antihéroes que yo me refiero – queridos monstruos como Tony Soprano, Michael Corleone, Walter White, Frank y Claire Underwood… – les da igual aplastar lo que sea y a quién sea con tal de acrecentar su poder y su riqueza, un deseo que apenas disfrazan (cuando lo hacen) como interés por los “suyos” o como natural “adaptación al medio”. ¿Por qué, entonces, los amamos? ¿Por qué nos revienta que los pillen o que se desmorone su imperio? ¿Por qué seguimos el culebrón de sus vidas con el mismo entusiasmo con el que roncamos viendo Gandhi o Cuento de Navidad?
Empecemos por disolver un equívoco importante: no hay en esto ninguna “fascinación por el mal”. Es imposible que nos fascine nada que no nos parezca realmente bueno, por más que, a la vez, lo tildemos explícitamente de malo. Qué le vamos a hacer, no siempre estamos de acuerdo con nosotros mismos. Eso sí: convendría hacer terapia filosófica y reconocer los valores que encarnan todos esos magníficos desalmados. A ver si así nos aclaramos.
El primero de estos valores es el del poder. Es evidente que, a todos, por más que disimulemos, nos atrae imperiosamente el poder. No solo por la supremacía y los privilegios que promete, sino por algo más profundo. El poder designa la capacidad para conformar el mundo a la horma de nuestros deseos. ¿Y quién no quiere eso? En este sentido, la admiración que provoca el poder es independiente de para qué se use. El poderoso seduce por poderoso, ya se trate del Papa o de Hitler, de Dios o del diablo.
Otro valor indudable de estos malvados antihéroes es su talento. El “malo” no solo tiene poder (antes de que, por exigencias del guion, lo pierda o se le arrebate), sino que lo tiene gracias a su inteligencia, penetración, conocimiento del medio, dotes sociales, inventiva y hasta eso que ahora llaman “inteligencia emocional”, por la que es capaz de reconocer y controlar emociones propias y ajenas. ¿No es para admirarlos?
Y no es solo eso. Frente al simple y maniqueo representante del “bien” (el policía obcecado, el fiscal justiciero, el político incorruptible), el antihéroe típico de las series (parece proliferar, por razones varias, en este formato) exhibe un discurso ético más complejo y ambiguo, y, por ello, más familiar al de un espectador inteligente. Si hacemos abstracción de la ley (y de los artificios estéticos y narrativos), el “malo” llegar a ser, en ocasiones, no solo ejemplo de emprendimiento económico, sino también moral: un carismático creador, a lo nietzscheano, de su propio sistema de valores. Es por ello que goza, en la imaginación del público, de una vida sublime, tal vez breve (la moraleja obliga), pero emocionante y lúcida como pocas.
Otros valores que, en la ficción, suelen hacer buenos a los malos son el valor, la honestidad consigo mismos, la autoestima, y la resilienciacon que se enfrentan a un sistema (el Estado, los grandes “poderes fácticos”) que, en general, es bastante más poderoso, corrupto y despiadado que ellos. En muchos casos, el narco o el mafioso encarnan descarnadamente el mito liberal del miserable que sale de la nada y lucha sin rendirse por llegar a lo más alto, o el relato análogo del burgués enriquecido que busca redención mediante el ascenso social.
¿Quieren ustedes, en fin, educar moralmente a alguien (a sus hijos, a sus alumnos o a sí mismos)? Pues olviden esa ñoñería de los valores cívicos y reflexionen acerca de lo que nuestra cultura realmente aprecia: el poder, la inteligencia, la autoafirmación, el emprendimiento, la competitividad. Las películas, las series televisivas, los videojuegos son un filón extraordinario para hacerlo. A ver si tienen ustedes lo que hay que tener – argumentos éticos – para proponer(se) algo mejor (para soñar) que ser como uno de esos magníficos y hobbesianos lobos de las películas. No es fácil. El poder y la gloria están de su parte. También, me temo, en este otro lado de la realidad. ¡Malditos sean!
Las pandemias de antaño podían ser consideradas como castigos divinos, así como la enfermedad en general durante largo tiempo fue exógena al cuerpo social. Hoy, la mayor parte de las enfermedades es endógena, producida por nuestras condiciones de vida, de alimentación y de intoxicación. Lo que era divino se ha vuelto humano, demasiado humano, como dice Nietzsche. La modernidad estuvo largo tiempo bajo el signo de la frase de Pascal: “el hombre supera infinitamente al hombre”. Pero se supera “demasiado” —es decir, sin elevarse ya a lo divino pascaliano—, así que no se supera en absoluto. Más bien se enreda en una humanidad superada por los acontecimientos y las situaciones que produjo.
Ahora bien, el virus atestigua la ausencia de lo divino, puesto que conocemos su complexión biológica. Descubrimos incluso hasta qué punto lo viviente es más complejo y menos comprensible de como lo representábamos. Hasta qué punto también el ejercicio del poder político —el de un pueblo, el de una supuesta “comunidad”, por ejemplo “europea”, o el de regímenes violentos— es otra forma de complejidad también ella menos comprensible de lo que parece. Comprendemos mejor hasta qué punto el término “biopolítica” es irrisorio en estas condiciones: la vida y la política nos desafían juntos. Nuestro saber científico nos expone a no ser tributarios más que de nuestro propio poder técnico, pero no hay tecnicidad lisa y llana, porque el saber mismo implica sus incertidumbres (basta con leer los estudios que se publican). Como el poder técnico no es unívoco, cuánto menos puede serlo un poder político que supuestamente responde a la vez a datos objetivos y a expectativas legítimas.
Por supuesto, de todos modos es una objetividad presunta la que debe guiar las decisiones. Si esa objetividad es la del “confinamiento” o del “distanciamiento”, ¿hasta qué grado de autoridad hay que ir para hacerla respetar? Y por supuesto, en sentido inverso, ¿dónde comienza la arbitrariedad interesada de un gobierno que quiere —no es más que un ejemplo entre muchos otros— preservar unos Juegos Olímpicos de los que espera diversos beneficios, expectativa compartida por muchas empresas y representantes de los cuales el gobierno es en parte el instrumento? ¿O bien el de un gobierno que aprovecha la ocasión para avivar un nacionalismo?
La lupa viral aumenta los rasgos de nuestras contradicciones y nuestros límites. Es un principio de realidad que golpea la puerta del principio de placer. La muerte lo acompaña. Ella que habíamos exportado con las guerras, las hambrunas y las devastaciones, ella que pensábamos confinada a algunos otros virus y a los cánceres (estos últimos en expansión casi viral), de pronto nos acecha en la esquina. ¡Vaya! Somos humanos, bípedos sin plumas dotados de lenguaje, pero con seguridad ni sobrehumanos ni transhumanos. ¿Demasiado humanos? O bien, ¿no habrá que comprender que jamás se lo puede ser?
Por cierto, y por si alguien lo duda: el pensamiento crítico no puede ser competencia específica de ninguna otra ciencia más que de la filosofía. La razón es que ninguna ciencia particular puede someter a crítica al mundo, al conocimiento o a los valores sin suponer un enorme punto ciego (el de su propia concepción de la realidad, de la verdad, y de lo que es –al menos, científicamente– valioso). Solo la filosofía admite (y transmite) una práctica íntegra del «pensamiento crítico», pues únicamente ella presume de actuar sin ningún presupuesto (ontológico, epistémico, axiológico) que no sea, a la vez, puesto permanentemente en duda.
Abandonar a los niños frente a la tele o el móvil y no darles, también desde el principio, y a su nivel, las herramientas críticas para defenderse de ese tsunami (des)informativo, es una irresponsabilidad gravísima. ¿Quieren algo mejor –e infinitamente más efectivo– que el control parental, las prohibiciones o la censura de lo que el Estado o las compañías entiendan como «nocivo» o «falso»? Enseñen a los niños a pensar de forma crítica, o lo que es lo mismo –pero mejor–: enséñenles a filosofar.
Víctor Bermúdez, ¿Qué es pensamiento crítico?, El Periódico de Extremadura 20/03/2019
Con ocasión de la pandemia los gobiernos democráticos han recibido una doble recriminación en sentidos contrapuestos: porque son demasiado fuertes o porque son demasiado débiles.
Las situaciones de excepción no suspenden la democracia, tampoco su dimensión deliberativa y polémica. El pluralismo sigue intacto y el normal desacuerdo social continúa existiendo aunque su expresión deba estar condicionada a facilitar el objetivo prioritario de la urgencia sanitaria. La democracia, incluso en momentos de alarma, necesita contradicción y exige justificaciones. Las situaciones de alarma no suspenden el pluralismo sino tan solo su dimensión competitiva.
Por otro lado, los regímenes autoritarios, al reprimir esa crítica, se privan de los beneficios de la libre circulación de la información y de la institucionalización del desacuerdo. La ausencia de libertad de expresión y los obstáculos a la circulación de información están en el origen de muchos errores políticos que, además, tienen una más difícil solución en los sistemas políticos autoritarios que en las democracias liberales. Tenemos un ejemplo negativo en la gestión que China hizo de la crisis sanitaria: las disfunciones inherentes al sistema no permitieron a la información circular eficazmente entre las escalas administrativas locales y el poder central. Esta es la razón de que las medidas contra la epidemia se hayan revelado caóticas y contraproductivas, especialmente cuando la policía de Wuhan prefirió arrestar y reprimir a los médicos que habían lanzado las alertas antes que escucharlas advertencias y prevenirse contra el riesgo epidémico.
El verdadero poder de las democracias frente al señuelo autoritario consiste en su capacidad de proteger la crítica y el desacuerdo, estimular el contraste y las alternativas. La inteligencia de la democracia (Lindblom) es el resultado de una larga experiencia que nos ha llevado a los humanos a que la aspiración de que las sociedades sean gobernadas con eficacia esté compensada por una limitada confianza hacia los que gobiernan y por la posibilidad, siempre abierta, de que haya otros que lo puedan hacer de otra manera.Las teorías de la Camarilla Mundial (Teorías de la Conspiración) arguyen que debajo de un sinnúmero de sucesos que vemos en la superficie del mundo un solo grupo siniestro está al acecho. La identidad de este grupo puede cambiar: algunos creen que el mundo lo dirigen en secreto los masones, las brujas o los satanistas; otros creen que son extraterrestres, reptilianos o varias otras pandillas.
No obstante, la estructura básica sigue siendo la misma: el grupo controla casi todo lo que ocurre, y al mismo tiempo oculta ese control.
Las teorías de la Camarilla Mundial se deleitan en particular con la unión de los opuestos. Por lo tanto, la teoría conspirativa nazi decía que, en la superficie, el comunismo y el capitalismo lucen como enemigos irreconciliables, ¿no? ¡Error! ¡Eso es precisamente lo que la camarilla judía quiere que pienses! Y tal vez creas que las familias Bush y Clinton son enemigos jurados, pero solo están aparentando: a puerta cerrada, todos van a las mismas fiestas del vecindario.
A partir de estas premisas, surge una hipótesis. Los sucesos en las noticias son una cortina de humo diseñada con astucia para engañarnos, y los líderes famosos que distraen nuestra atención son meros títeres a merced de los verdaderos gobernantes.
Las teorías de la Camarilla Mundial son capaces de atraer a grandes grupos de seguidores en parte porque ofrecen una sola explicación sin rodeos para una infinidad de procesos complicados. Las guerras, las revoluciones, las crisis y las pandemias todo el tiempo sacuden nuestras vidas. No obstante, si creo en algún tipo de teoría de la Camarilla Mundial, disfruto la tranquilidad de sentir que entiendo todo.
¿La guerra en Siria? No tengo que estudiar historia del Medio Oriente para comprender qué sucede allá. Es parte de la gran conspiración. ¿El desarrollo de la tecnología 5G? No tengo que investigar nada sobre la física de las ondas de radio. Es la conspiración. ¿La pandemia de la Covid-19? No tiene nada que ver con los ecosistemas, los murciélagos y los virus. Sin duda es parte de la conspiración.
La llave maestra de la teoría de la Camarilla Mundial abre todos los misterios del mundo y me ofrece una entrada a un círculo exclusivo: el grupo de personas que entienden. Nos hace más inteligentes y sabios que la persona promedio e incluso me eleva por encima de la élite intelectual y la clase gobernante: los profesores, los periodistas, los políticos. Veo lo que ellos omiten… o lo que intentan ocultar.
Las teorías de la Camarilla Mundial cometen el mismo error básico: suponen que la historia es muy sencilla. La premisa clave de las teorías de la Camarilla Mundial es que es relativamente fácil manipular el mundo. Un pequeño grupo de gente puede comprender, predecir y controlar todo, desde las guerras y las revoluciones tecnológicas hasta las pandemias.
Este grupo tiene una capacidad particularmente extraordinaria para prever los siguientes diez movimientos en el tablero del mundo. Cuando suelta un virus en algún lugar, no solo puede predecir cómo se propagará por el mundo, sino también cómo afectará la economía global un año después. Cuando desata una revolución política, puede controlar su curso. Cuando empieza una guerra, sabe cómo terminará.
Sin embargo, no cabe duda de que el mundo es mucho más complicado. Por ejemplo, consideremos la invasión estadounidense a Irak. En 2003, la única superpotencia del mundo invadió un país de tamaño mediano en el Medio Oriente, bajo el argumento de que quería eliminar las armas de destrucción masiva del país y terminar con el régimen de Sadam Husein. Hubo quienes sospecharon que tampoco le habría importado aprovechar la oportunidad para obtener hegemonía sobre la región y dominar los vitales yacimientos petroleros de Irak. En busca de estos objetivos, Estados Unidos desplegó el mejor ejército del mundo y gastó billones de dólares.
Si nos adelantamos unos años, ¿cuáles fueron los resultados de este esfuerzo tremendo? Una completa debacle. No había armas de destrucción masiva y el país quedó hundido en el caos. En realidad, el gran ganador de la guerra fue Irán, pues se convirtió en la potencia dominante de la región.
Entonces, ¿deberíamos llegar a la conclusión de que George W. Bush y Donald Rumsfeld en realidad eran espías iraníes encubiertos a cargo de ejecutar una ingeniosa conspiración diabólica que ideó Irán? Para nada. Más bien, la conclusión es que es increíblemente difícil predecir y controlar los asuntos humanos.
No es necesario invadir un país del Medio Oriente para aprender esta lección. Si has estado en una junta escolar o un consejo local, o tan solo has intentado organizar una fiesta sorpresa para el cumpleaños de tu mamá, es probable que sepas cuán difícil es controlar a los humanos. Haces un plan y te sale el tiro por la culata. Intentas guardar un secreto y al día siguiente todo el mundo está hablando de él. Confabulas con un amigo de confianza y en el momento crucial te acuchilla por la espalda.
Las teorías de la Camarilla Mundial nos piden que creamos que, aunque es muy difícil predecir y controlar las acciones de mil o siquiera cien humanos, es sorprendentemente fácil tratar como títeres a 8000 millones.
A veces una corporación, un partido político o un dictador logran reunir una parte significativa de todo el poder del mundo en sus manos. No obstante, cuando sucede algo así, es casi imposible mantenerlo en secreto. Un gran poder conlleva una gran publicidad.
De hecho, en muchos casos una gran publicidad es un prerrequisito para obtener un gran poder. Por ejemplo, Lenin nunca habría obtenido poder en Rusia evitando la mirada del público. Y al principio, Stalin prefería las maquinaciones a puerta cerrada pero, para cuando monopolizó el poder en la Unión Soviética, su retrato colgaba en cada oficina, escuela y hogar desde el Báltico hasta el Pacífico. El poder de Stalin dependía de este culto a la personalidad. La idea de que Lenin y Stalin eran solo una fachada para los verdaderos gobernantes que estaban tras bambalinas contradice toda la evidencia histórica.
Percatarte de que no hay una sola camarilla que puede controlar en secreto a todo el mundo no solo es correcto, sino que también te empodera, pues quiere decir que puedes identificar las facciones que compiten en nuestro mundo, y aliarte con algunos grupos en contra de otros. De eso se trata la política verdadera.
Yuval Noah Harari, Cuando el mundo parece una gran conspiración, La Vanguardia 07/12/2020
Frans de Waal habla del círculo de la moralidad de la siguiente manera (aunque en realidad prefiere la imagen de una pirámide flotante como vamos a ver). Afirma que la moralidad surgió evolutivamente para tratar primero con la propia comunidad, después con otros grupos; más tarde, con los humanos en general y finalmente, ha englobado a los animales no humanos. Al decir de De Waal, el círculo de la moralidad se extiende más y más solo si está garantizada la salud y la supervivencia de los niveles y círculos más internos. Cuando los recursos se reducen, el círculo se encoge y las conductas morales se pliegan hacia lo más íntimo, algo que está en consonancia con la afirmación de Peter Singer de que un aumento de la riqueza entraña un aumento de las obligaciones para con los necesitados.
Casa Elizalde de Barcelona
C/ València, 302.
Dijous de 19.15 a 20.45 h
Del 28 de gener de 2021 al 11 de març de 2021
Espai: Sala 2.4 - SEGON PIS
Professor/a: MENDEZ CAMARASA, JOAN
Examinarem de quina manera la filosofia es fa present en el món del cinema mitjançant l’anàlisi del seu argument, tot reparant en aquelles escenes que siguin més significatives des del punt de vista de la història de les idees. Veurem la idea del geni maligne a Matrix, el sentit de la vida i el nihilisme a L’indomable Will Hunting, dilemes morals a Mar adentro, l’etern retorn i el temps a Atrapat en el temps, entre d’altres.
... (... continúa)
Casa Elizalde de Barcelona
C/ València, 302.
Dilluns de 17 a 18.30 h
Del 25 de gener de 2021 al 8 de març de 2021
Espai: Sala Carner - PRIMER PIS
Professor/a: MENDEZ CAMARASA, JOAN
Aportarem les claus necessàries per poder llegir i interpretar amb un millor aprofitament algunes de les obres més significatives de la història del pensament. Examinarem textos de Francesc Torralba, Zygmunt Bauman, Enrique Dussel i Maria Angelidou entre d’altres.
Preu: 54,26 € (IVA inclòs)
Programa:
1. Francesc Torralba, La filosofia com a cura de l'ànima i cura del món
... (... continúa)Tertúlia dinamitzada per Joan Méndez.
Explicarse, con frecuencia, es contradecirse. El silencio es un remanso lógico que se convierte en remolino en cuanto intentas aclararte en voz alta ante la mirada atenta de otro.
Daniel Innerarity, El poder democràtico, El País 03/12/2020
Se ha sostenido alguna vez que eso de pensar consiste en poner un "pero" en el lugar adecuado. Efectivamente es así en muchas ocasiones, pero no en todas. Con frecuencia, al menos en mi caso, discurrir es escurrir, esto es: sacar partido a lo que tienes delante. Y esto es lo que más me cuesta, exprimir lo que ya sé hasta sacarle su jugo. Claro que... ¿si no sé exprimirlo, lo sé?
Largo paseo por la playa. 10 quilómetros que a la vuelta se han hecho pesados, por el fuerte aire en contra que se iba enfriando por momentos, a media que el sol se escondía tras Collserola. Ravel en los auriculares. Cada vez me parece más grande, más sutil, más rico, más íntimo. Más mío.
El paseo era mi particular celebración del final del libro sobre la interioridad en el Siglo de oro que me encargó la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Estoy satisfecho del resultado. El reto era difícil porque tenía que conseguir encajar sin apreturas los doscientos años del siglo de oro -he optado por iniciarlo con la gramática de Nebrija y por cerrarlo con la muerte de Molinos- en 130 páginas. Creo que lo he conseguido y que el contenido respira. Aún tardaré en enviarlo un par de semanas, para darme tiempo a una ultima revisión, pero será, en todo caso, cuestión de detalles.
El trabajo ha sido intenso y satisfactorio. Hay encargos que son un auténtico regalo... especialmente si están bien pagados. De hecho, he estado viviendo en el Siglo de oro desde la primavera pasada, dedicándole muchas horas diarias. No me quejo, que quede claro. Han sido horas gozosas.
Hace unos días me entrevistaron unos alumnos de bachillerato de un instituto catalán. Les expliqué lo que estaba haciendo y concluí asegurándoles que el trabajo es la felicidad y creo que me entendieron.
Adreçada al gran públic francès, i sense grans aportacions, però visible. No sé si el que hi diu Lanzman és molt encertat, tot i haver dirigit l'extraordinaria Shoah.
El miedo es una emoción tan polifacética y repleta de matices como lo es el abanico de estímulos que puede llegar a provocarlo. Existen todo tipo de miedos, y podemos tener miedo de casi todo, incluso de no tenerlo y de cometer, así, cualquier temeridad o locura. Sin embargo, pese a su aparente complejidad, su concepto es bien simple. El miedo, sea cual sea, supone siempre lo mismo: la anticipación imaginaria de un dolor. Tenemos miedo a todo aquello que creemos ligado, por principio, experiencia (vicaria o real) o instinto, a un posible dolor, sea este físico, psicológico, moral o metafísico.
Además de la asociación con el dolor, hay en las cosas temibles dos propiedades que incrementan significativamente su pavoroso efecto. Una es su aleatoriedad o imprevisibilidad, causante de ese temor supersticioso a la mala suerte que nos atenaza con tanta frecuencia (y que, según algunos, está en el origen de lo religioso). La otra propiedad, más honda y comprensiva, es la alteridad: cuanto más otro o extraño nos parece algo, más miedo nos da. La razón es que lo más extraño es también, en última instancia, lo más inhumano. Y todo lo que no se deja humanizar (el extraño movimiento o forma de una criatura, la inmensidad impenetrable de la jungla o el océano, el poder ciego y apabullante de una máquina, la conducta de un loco…) podemos imaginarlo como una amenaza, esto es, como causa (objetiva o fantástica) de la rotura o descomposición de nuestro ser. En el extremo, lo completamente metamórfico, lo radicalmente informe, lo monstruosamente carente de pies y cabeza, lo absolutamente oscuro, indeseable, inimaginable, imprevisible, incomprensible e irrepresentable, representa, a la vez, lo más terrible e inhumano.
Consciencia anticipante del dolor, aleatoriedad y alteridad son, pues, los tres componentes esenciales de aquello que nos da miedo. ¿Hay algún objeto en que se den todos ellos, a la vez, de forma culminante? Es un tópico contestar a esta pregunta con la alusión a la muerte. Parece lógico, dado que la muerte está asociada al dolor de la agonía y la despedida, a lo imprevisto de su acontecimiento, y a lo completamente extraño e incomprensible del tránsito a la nada. Pero también podríamos señalar a la vida, que es dónde realmente se da el dolor, el mal no previsto, y la más angustiante de todas las alteridades, que es el absurdo o sinsentido con que experimentamos la propia existencia.
¿Qué da más miedo, entonces, la vida o la muerte? Para algunos filósofos es la muerte, esa otredad que, en tanto absoluta, es lo que, paradójicamente, proporciona a la vida un valor igualmente pleno. Para otros, es la propia vida la que, absurdamente abocada a la muerte, nos condena a esta pasión inútil, meramente deportiva, de hacer por significarnos a la vez que nos deshacemos, insignificantes, en el tiempo.
¿Qué hacer cuando el miedo nos invade y bloquea desde esos dos extremos, el de la vida y la muerte? Como enfrentar esa doble desolación o fatiga. Pienso, por ejemplo, en las personas más expuestas a los efectos de la pandemia que copa nuestro presente. O en aquellas otras, víctimas de desgracias mayores, que atraviesan el mar sobre una tabla buscando refugio. En los dos casos, al miedo a una muerte probable se suma el temor a una vida en que lo más entraño (la familia, los amigos, la tierra que se pisa, el sosiego, el juego…) se ha tornado extraño, lejano, hostil, sospechoso. Trocar lo entrañable en extraño es un recurso habitual de la literatura o el cine de terror, pero en esto, como en todo, la realidad supera, desgraciadamente, al arte.
El único modo de vencer el miedo es, en fin, el conocimiento. La mera acción, o la voluntad impulsiva de vencerlo, son una temeridad; la fe en un dios protector, una regresión peligrosa; la negación, la evasión y el entretenimiento, una patética huida hacia adelante. Solo si conocemos las causas objetivas del dolor propio y ajeno, aprendemos a prever lo imprevisible y buscamos con denuedo el conocimiento, podremos dominar el miedo y a aquellos que lo difunden en provecho (y alivio del suyo) propio. Filosofar, atreverse a pensar el mundo, deshabitándolo de lo azaroso, extraño y alienante, es la condición necesaria, y hasta suficiente, para transformarlo.