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Teseo fue uno de los héroes más célebres de la mitología griega, conocido, entre otras aventuras, por su valentía al derrotar al Minotauro en el laberinto de Creta. Cuentan que, después de haber completado sus grandes hazañas, su barco fue conservado por los atenienses como un monumento. Con el paso del tiempo, las piezas del barco comenzaron a deteriorarse, por lo que fueron reemplazadas una a una. Hasta que, al final, cada parte original del barco había resultado ser sustituida por otra nueva.
Entonces los filósofos de la antigua Grecia empezaron a usarlo como paradigma de sus reflexiones en torno a la permanencia de la identidad y sus paradojas: si todas las partes del barco han sido reemplazadas, ¿podemos decir que sigue siendo el mismo barco? Y si las piezas originales sustituidas se hubieran almacenado para formar otro barco, ¿cuál de los dos sería el auténtico barco de Teseo? ¿qué es lo que hace que el barco de Teseo siga siéndolo?
¿Cómo podemos hablar, al fin y al cabo, de que nosotros somos los mismos a lo largo de nuestra vida si varias son las veces en las que nuestro metabolismo reemplaza o repara todas y cada una de nuestras células³? ¿Qué es lo que nos hace permanecer, lo que sustenta nuestra identidad? Resonaban entonces las palabras de Heráclito exclamando panta rei, todo fluye, la única constante del universo es el cambio.
Javier Jurado, La paradoja de Teseo y el árbol milenario, Ingeniero de Letras 31/08/2024
I
Encuentro cierto simbolismo en el hecho de que una princesa noruega se haya casado con un chamán. Ella afirma que posee una singular clarividencia que le permite relacionarse con los ángeles. Él se considera un chamán «de sexta generación, muy espiritual» que en una de sus vidas anteriores fue faraón. Debe tener un historial de mucho cuidado en sus metempsícosis, ya que su boda con la aristócrata noruega es la segunda. Ya estuvo casado con ella en otra existencia. Ya ven, en esto han quedado las princesas de los cuentos en Europa.
II
Me pidió Jorge Soley un artículo para El Debate y apareció ayer con el título de El triunfo de la mojigatocracia (expresión que tomo de don Ramón de Campoamor. La mojigatocracia es la beatería que considera que los conflictos entre los negros y los policías norteamericanos son fáciles de resolver, bastaría con que los segundos simplemente se imaginaran qué significa ser negro; los problemas de la emigración en Europa se desvanecerían inmediatamente si los europeos nos pudiéramos en la piel de un emigrante. El conflicto enquistado entre judíos y palestinos se podría acabar hoy mismo si ambos contendientes se comportasen como buenos cristianos.
III
Ayer apareció también en el ARA mi segundo artículo en defensa del talento. The Economist viene insistiendo en algo obvio: que si el talento es valioso es porque es escaso y esta es la razón de una creciente competencia internacional por los mejores y más brillantes emigrantes. Incluso habla abiertamente de «global battle for talent». Es una de las características del actual capitalismo cognitivo.
IV
Pero lo mejor del fin de semana fue una excursión, con mi mujer y mi hija, a Sant Feliu de Pallerols, a cambiar de aires y, de paso, visitar el magnífico Museo episcopal de Vic. Nos hemos comprometido a hacer excursiones así al menos cada dos meses.
Este pueblo se encuentra en la que probablemente sea la comarca más hermosa de Cataluña, la Garrocha, en la provincia de Gerona. El tiempo nos acompañó, a pesar de que amenazaba lluvia. No pretendíamos hacer nada excepcional, ni subir a los volcanes, ni hacer montañismo. Nuestra pretensión era caminar por el pueblo y comer al aire libre en un restaurante de la plaza. No hay nada más placentero que estas cosas tan sencillas... cuando salen redondas.
I
Todos los hombres somos en potencia tantas cosas... Hoy, por ejemplo, todos los hombres, según la ley, somos mujeres en potencia.
II
El principio de no contradicción se aplica a lo que es en acto, no a lo que es en potencia, porque en potencia mañana estamos todos muertos y estamos todos vivos.
III
Me contaba Berta G. de Vega que una mujer que impartía un taller en el salón de actos de un instituto de Málaga defendió que "todos los hombres son violadores en potencia". Una profesora se levantó y se fue con toda su clase. La que impartía el taller le preguntó por qué se iba. "Está insultando a estos chavales, a su padre, a mi padre".
I
Estaba en mi caminata vespertina cuando me encontré con G., a quien hacía muchos años que no veía. Parecía haber empequeñecido y engordado pero aquel vestir descuidado que lo caracterizaba se ha convertido en un vestir muy cuidado. Me imagino que son dos caras de la misma intención de llamar la atención. Sin venir a cuento me aseguró que vive en el Bajo Aragón, «donde soy el puto polaco independentista». Cuando yo lo conocí, de independentista no tenía absolutamente nada, pero no seré yo quien critique a nadie por cambiar su perspectiva política. Tras darnos la mano, dio unos cuantos pasos y se volvió de repente para decirme: "Yo ahora vivo en modo zen". O sea, que sigue siendo el fantasma de siempre.
II
Desde que me he puesto a caminar en serio voy conociendo mejor los pueblos próximos. Viajar en coche es una manera de ignorar los paisajes. Ayer fui de Alella a Montgat por el Camí del Mig. Las viñas están ya en sazón. La vegetación se muestra cansada y me acompaña el polvillo en suspensión que levanto yo mismo al caminar. Todo transmite la imagen agostada de finales de verano. En Montgat descubro las mismas urbanizaciones anodinas que he dejado atrás en Alella. Colmenas horizontales que no son sino formas de estabular nuestra manera de habitar.
III
En esta comarca del Maresme lo único que se mantiene intacto es un cielo que en verano solo se deja mirar de soslayo y la sugestión del mar. Y con eso es suficiente.
I
En marzo de 1622 Hugo Grocio se refugió en París, donde encontró amigos entre los eruditos de la ciudad, como Salmasio y Peirescio. Una vez paseaba en compañía de este último cuando un desconocido le preguntó cómo podía llegar a ser tan erudito como Peirescio y Grocio, a lo que Grocio, calmadamente, le respondió: «Lege veteres, sperne recentiores, et eris noster». Es decir: "Lee a los ancianos, ignora a los modernos, y serás de los nuestros".
II
Lo anterior viene a cuento de Bruno Latour, profeta predilecto de las buenas gentes de nuestro tiempo que creen enaltecidos que si todo fuera distinto, todo sería diferente y, por lo tanto, micho mejor, porque nada puede ser peor que lo que hay. No consigo dar con el atractivo que los jóvenes neoprogres (el neoprogresismo es el miedo al futuro de la actual izquierda) encuentran en este hombre.
III
Claro que también viene a cuento de este sello:
Me lo encontré hace unos días ...
I
Confieso que me gusta cazar conversaciones accidentales al vuelo, porque en el uso inconsciente del lenguaje se encuentran verdades cotidianas que necesitan páginas de desarrollo en un ensayo o en una novela. Por ejemplo, hoy, mientras iba al restaurante a comer con mis socios de Rosamerón, no he podido por menos de apuntar este comentario de un marido a su mujer (pequeño, rechoncho, de unos 50 años): "Es que siempre que sale el tema, tú me dices eso y yo te respondo lo contrario". Pues "eso": escenas de un matrimonio.
II
¡Qué trabajo más bonito el de programas futuras publicaciones! Es posible que nunca hagamos un euro con la editorial, pero qué interesante es este... iba a decir trabajo, pero los que trabajan son mis socios, son soy un mero -pero muy satisfecho- diletante.
III
Cuando te entrevista un periodista bueno lo primero que compruebas es que se ha leído bien el libro sobre el que te entrevista (cosa nada usual), lo segundo, que todo lo hace fácil, que la entrevista es más bien un diálogo en el que todo se va desarrollando de manera orgánica. Cuando te entrevista un periodista mediocre, no tardas en sospechar que te está haciendo preguntas sobre un libro que nunca escribiste. Todo va a trompicones y, una vez acaba la entrevista, te pones a temblar temiendo el titular con el que te sorprenderá.
IV
No creo mucho en la publicidad en las redes sociales. Todo en ellas es tan fluido que todo se confunde en un totum revolutum que brilla un segundo para caer inmediatamente en el olvido. A los que hay que cuidar es a los que tienen canales de comunicación personales, porque en ellos el tiempo transcurre más pausado a una velocidad distinta y tienen la credibilidad de la confidencia.
I
Fascinado con la hora de ligar en Mercadona. Creo que es de 19:00 a 20:00. Y si buscas plan debes poner en el carrito de la compra una piña boca abajo. No sé si es una brillante campaña comercial de la empresa o una de estas cosas que aparecen en España por generación espontánea. En todo caso, es evidente que este país nuestro no deja de sorprendernos. Por otra parte, si quieres ligar, ahora puedes hacerlo con aire acondicionado y, además, hacer la compra. Tengo que ir a verlo.
II
Los medios de comunicación, que cada vez nos informan menos y nos quieren más, se compadecen masivamente de la pobre gente a la que se le han acabado las vacaciones de verano y debe comenzar a trabajar. Nos ofrecen abundantes consejos sobre cómo sobrellevar tamaña desgracia. Aportaré el mío: dejar de tener vacaciones.
III
Sigue el insidioso calor, que ya comienza a ser de una monotonía exasperante. Me cuesta concentrarme en la lectura. Pero por las razones que sean, escribir me resulta más fácil.
IV
Con frecuencia descubro que aquello que me falta para completar una conferencia, lo tengo ya escrito en el texto de la misma conferencia pero no he sabido sacarle partido hasta que una chispa me lo ha iluminado cuando no iba a buscarlo. Ayer, por ejemplo, caminando por el barrio de la Soleia de Alella se me aclaró la conferencia que tengo que dar en Tudela.
I
Ando mucho más atareado de lo previsto con la promoción de mi último libro. Obviamente es una buena noticia, pero está afectando a mis paseos diarios, ahora que estaba empeñado en hacer cada día al menos once mil pasos.
II
Otra buena noticia inesperada: la sorprendente segunda edición de El deber moral de ser inteligente. Las buenas noticas que te cogen por sorpresa tienen un saborcillo como a helado de menta y regaliz muy agradable.
III
Jordi Nadal me envía, con la segunda edición de El deber mopral de ser inteligente un librito formidable, Los poemas en prosa de Turguénev. De ellos extraigo el siguiente, escrito en febrero de 1878:
«Una vez en Rusia fui testigo de un durísimo altercado entre dos labriegos, padre e hijo.
El hijo finalmente le infligió al padre un terrible agravio.
-¡Vasílich, maldice a este descarado! -gritó la mujer del anciano.
- Lo haré, Petrovna -replicó el viejo con voz sofocada, luego se persignó y dijo-: Ojalá en tu vejez te llegue el día en que tu propio hijo te escupa en la cara delante de su madre.
El hijo, que se disponía a contestarle, se quedó lívido y, con las rodillas temblorosas, salió de la casa.»
Parece lógico pensar que la escuela aprovecha el conocimiento científico y académico sobre el aprendizaje de la lectura y la escritura. Pero un porcentaje considerable del profesorado de Educación Infantil, Educación Primaria y estudiantes de Magisterio aplica criterios incorrectos.
Este libro pretende ser un puente por el que circulen ideas y datos procedentes de las ciencias de la lectura y la escritura que ayuden a quienes trabajan en su enseñanza inicial a preparar o elegir los métodos, estrategias y actividades más eficientes Su intención es también contribuir a que investigadores y académicos perciban el tipo de conocimiento que precisa el profesorado para realizar adecuadamente su labor, de modo que sus programas de investigación produzcan conocimiento más relevante y aplicable al aula.
Sobre los autores
Juan C. Ripoll es maestro especialista en audición y lenguaje, psicopedagogo y doctor en educación. Trabaja como orientador en el Colegio Santa María la Real de Sarriguren, es profesor invitado en la Universidad de Navarra y socio en la empresa Intralíneas S.L. Ha publicado varios trabajos de investigación y manuales sobre lectura, comprensión y dificultades de aprendizaje. También realiza una labor de divulgación en el blog “Comprensión lectora basada en evidencias”.
Nadina Gómez Merino es logopeda y doctora en Lectura y Comprensión. Trabaja como investigadora postdoctoral Margarita Salas en la Estructura de Recerca Interdisciplinar en Lectura (ERI-Lectura) de la Universitat de València. Ha impartido clases en el Grado de Logopedia y el Grado de Maestro en Educación Primaria de la Universitat de València. También, ha sido coordinadora junior del Grupo de Necesidades Educativas Especiales de la Asociación Europea para la Investigación en Aprendizaje e Instrucción (SIG15-EARLI).
Vicenta Ávila Clemente es doctora en Psicología y profesora titular de la Universitat de València. Pertenece a la Estructura de Investigación Interdisciplinar en Lectura (ERI-Lectura), concretamente en el grupo ATYPICAL, que centra el estudio de la lectura en personas con necesidades especiales. Su docencia se reparte en distintos grados como el Grado de Logopedia o el Grado de Magisterio, y postgrados, como el del Máster de Educación Especial.
Primeras páginas del libro Aprender a enseñar a leer y escribir.
La entrada Aprender a enseñar a leer y a escribir se publicó primero en Aprender a pensar.
Se recuerda estos días, con razón, a aquellos heroicos republicanos de La 9, que entraron en París al mando del general Lecrerc el 24 de agosto de 1944, sobre carros blindados que llevaban pintados los nombres de Guernica, Madrid, Brunete, Guadalajara, Ebro o España Cañí. Se recuerda menos el nombre del segundo al mando de la compañía, Amado Granell. Cuando De Gaulle le impuso la Legión de Honor, le ofreció un puesto de comandante en el ejército francés si abandonaba su nacionalidad española. Granell le respondió que no podía dejar de ser español porque "amaba a España como a una madre y a Francia como a una novia".
Dos años después, en 1946, Granell hizo de intermediario entre Largo Caballero y Juan de Borbón para facilitar la instauración en España de un sistema monárquico democrático.
I
Calor. Calor excesivo, agotador, intratable, imperialista, totalitario, maleducado, metomentodo, que no da tregua. Calor. Calor y nada más.
II
Y, sin embargo, voy progresando preparándome esto:
I
Otro día largo. Comenzó viajando a Barcelona para visitar la sede de la Editorial Rosamerón. Siguió con una larga entrevista que me hizo Olga San Martín para El Mundo. Continuó con una vuelta apresurada a casa para regar bien las plantas antes de que volviese mi mujer. Culminó con su regreso. Y, para postre, una larga entrevista digital con amigos de Colombia. Nos hemos reído mucho mientras hablábamos de cosas serias.
II
He realizado cada recorrido a pie de tal forma que, al final, la suma de los trayectos superara los once mil pasos. Lo he conseguido. El total ha sido de 15.000.
III
He escrito dos artículos para el ARA, uno para Catalunya Cristiana y otro para El Debate.
IV
Ani Levi, profesora de español en una universidad de Bulgaria me cuenta sus problemas de salud; a Tomàs Pàmies le mando información sobre Caridad Mercader; Francisco O'Reilly, entrañable tomista uruguayo, me provoca acabamos ablando de San Agustín, de Plotino, de Gregorio Magno y de Finlandia.
V
Y esto ha sido (más o menos) todo. Son las 23:29.
I
Ya somos al menos dos en España los que hemos leído a Philip Rieff, Valentí Puig y un servidor.
II
En un contexto ideológico en el que había mucha gente empeñada en buscar la síntesis entre Freud y Marx, Rieff advirtió («Freud: The Mind of the Moralist») que el padre del psicoanálisis fue el más perspicaz teórico de la cultura de todo el siglo XX porque poseía la mente de un diplomático, no de un predicador (fue el caso de Marx).
IIIEl psicoanálisis, en el fondo, no hace más que confirmar la sospecha de Platón: Los buenos son los que se limitan a soñar lo que los malos hacen a la luz del día.I
Discuto con Valentí Puig la vigencia de Freud.
Estamos de acuerdo en la profunda huella que su psicologismo ha dejado en la sociedad psicoterapéutica. «Arde un edificio y llegan antes los psicólogos que los bomberos», observa Valentí..
Divergimos en la valoración del Malestar en la cultura: «Es cierto que en "El malestar en la cultura" hay sustancia de primera, pero no por freudismo sino por conexión con la lucidez del pesimismo de Occidente». Pero a mí este pesimismo lúcido me parece muy freudiano.
Tras pasar por El corazón de las tinieblas acordamos también que «la hipocresía es un método útil para disimularnos».
II
Lo mejor del día, una paella con mi hijo en un restaurante del Puerto de Masnou. Tener un hijo es sentir que una parte tuya, muy íntima y sensible, vive expuesta a la intemperie. No importa lo bien que viva. Siempre oyes el rugido del viento. Por eso es lógico que abandone, como los pájaros, el nido, cuando los amenazamos con darles cobijo.
I
Hoy cumplo 69 años. Así que, como era previsible, he tenido que sufrir varias bromas sin demasiada gracia sobre el simbolismo de este número.
II
No suelo ver mucha televisión, pero esto de estar solo te hace recurrir a argumentos desesperados para pasar el tiempo. En estos últimos cuatro días he visto dos películas que casi me han gustado mucho: Perfect days, de Wim Wenders (la complicidad sentimental que garantiza similares gustos musicales en la historia de un místico de nuestro tiempo) y Yumurta, de Semih Kaplanoglu (que casi... casi):
Esta mañana Irene Rigau me ha contado un cuento que a ella le contaba su madre, el de La señora de Tous:
«Había en el castillo de Tous una señora tan caprichosa que se alimentaba exclusivamente del tuétano de los huesos de corderos negros. Tras acabar con todos los corderos negros de su país se empeñó en importarlos de países cada vez más remotos. Para conseguirlos tuvo que vender sus posesiones y acabó en la ruina, viéndose forzada a vivir de la caridad de sus antiguos súbditos. Un día la masovera de una masía le dio un puñado de nueces y un corrusco de pan duro. Tenía tanta hambre que devoró aquella comida con lágrimas en los ojos. Al terminar, exclamó: "Si hubiera sabido que el pan con nueces era tan bueno, aún sería la señora de Tous”».
I
Resulta que nos han invitado a mi agente conspirador y a un servidor de ustedes a conferenciar en Bucaramanga, Arequipa, Cuzco y mi agente dice que tenemos que aprovechar la ocasión para subir al Machu Pichu y a no sé cuántos lagos de los Andes. Ando temblando de miedo. Como sé que mi agente es una unidad biónica insensible al cansancio. ¿Les he dicho ya que corre medias maratones, a sus 69 años? Para no hacer el ridículo, he decidido perder peso y ganar musculatura. O sea, me he puesto a subir cuestas. He comenzado esta mañana. Y es curioso la de gente que se encuentra uno subiendo cuestas.
II
Me he cruzado con R. y hemos hablado del problemón de las herencias. Suelen ser espectáculos lamentables en los que las familias se empeñan en causarse heridas que con frecuencia son irreparables.
III
Me ha saludado una antigua alumna que anda por radios y televisiones y hemos hablado de lo bien que estamos (mientras yo aprovechaba para recuperar el aliento) y de una futura entrevista en un programa de radio.
IV
Me he cruzado con una mujer idéntica a una famosa cirujana -de hecho la he saludado y la mujer me ha mirado con cara de desconcierto- a la que conocí el día siguiente de que su marido se largara con una mujer mucho más joven. Me vio y sin saludarme me echó encima una borrasca de insultos, el más repetido era el de "gónada con patas". No me insultaba a mí, sino al género masculino en mí, cosa que me tomé como un honor. Me cayó fatal. Pero hemos acabado siendo buenos amigos.
V
Al volver a casa me he desviado para hacer la primitiva. Si me toca la lotería, alquilaré porteadores para que me suban en litera al Machu Pichu (lo cual, pensándolo caritativamente, es otro motivo para perder peso). Me encuentro con una larga cola en la administración de lotería, ¡para que digan que se está perdiendo la fe!
VI
Un lema para nuestros días: "Yo soy el otro del otro" o si se prefiere, "el diferente del diferente".
Si la izquierda no es democrática, entonces no es de izquierdas.
Hace unos días, el director de la escuela de Frankfurt, Stephan Lessenich, reflexionaba sobre la "semiperiferización" de Europa y EEUU en la economía y política mundiales. ¿Hay una izquierda que cree realmente que la "decadencia de Occidente" es el umbral del fin del capitalismo, el imperialismo y la tiranía? ¿Hay una izquierda que cree de verdad que lo contrario de "malo" es "bueno"? Lessenich, digámoslo enseguida, no relacionaba esta "semiperiferización" de Occidente con ninguna transformación liberadora mundial, con ningún nuevo socialismo redentor; la relacionaba con "un capitalismo mucho más violento". No lo olvidemos: no hay más que capitalismo ahí afuera; no hay de momento ningún afuera. Mientras tratamos de imaginar y construir uno, ¿habrá que creer que el capitalismo chino, el indio, el ruso, el iraní son el no-capitalismo que soñábamos en el siglo XX?
Contra el capitalismo autoritario global que asoma entre los andrajos de Europa, la izquierda debería dejar de jugar al juego de los próximos vencedores (que serán nuestros próximos verdugos). Nuestras opciones son pequeñas, es verdad, pero pasan por proteger a regañadientes las instituciones que nuestros propios dirigentes han contribuido a menudo a degradar. En América -quiero decir- habrá que apoyar a Lula, a Boric, a Petro, a Claudia Sheinbaum, pero también a Kamala Harris; y nunca a Milei, a Trump, a Ortega o a Maduro, cuatro versiones de la misma medusa global. En Europa habrá que apoyar al gobierno de coalición de Sánchez, al Frente Popular francés, a la alianza verdirroja sueca, no a Putin o a Orban o a Le Pen, verdaderos zapadores de la "decadencia europea".
El problema de Maduro y Venezuela no es el daño que están haciendo a un socialismo que nunca existió, sino el que están haciendo a la democracia en un mundo en el que cada nuevo arañazo en la piel de nuestra mierda de instituciones democráticas franquea el paso, no a la verdadera democracia y al socialismo, no, sino a un capitalismo más violento y un orden político menos liberal. Parece mentira que la izquierda sedicente anticapitalista y antiimperialista esté tratando de acelerar la transición hacia un capitalismo más salvaje y hacia nuevas formas de tiranía mundial.
Santiago Alba Rico, Izquierdo y democracia, publico.es 14/08/2024
Después de aquel infausto mordisco en pleno goce del paraíso terrenal, el castigo divino recayó sobre Adán en forma de condena a extraer los frutos de la tierra con el sudor de su frente. Y en la boca de ese infierno mundano que ardió en los campos de concentración nazis, recibía al recién llegado un cartel con aquel tan famoso como torticero mensaje de que “el trabajo te hace libre”. Deberían resultar suficientes, pero no son estas dos las únicas advertencias capitales sobre la inveterada ocupación de —llamémoslo— laborar, trajinar, bregar, currar, ganarse el pan… en fin, esa no pocas veces tediosa actividad, que, en su acepción contemporánea, ya sea de 9 a 5 o en horario partido o por turnos, debería exhibir un aviso legal como las cajetillas de tabaco: trabajar mata.
Trabajar no solo acarrea potenciales peligros físicos y una rampante precariedad con evidentes repercusiones sobre el autocuidado, sino que, incluso en su vertiente menos arriesgada y más generosamente remunerada, conlleva una carga mental que afecta igual de gravemente la salud. Los empleados se declaran cansados, deprimidos, desmotivados, quemados. Hace ya mucho que se especula con que las máquinas se harán cargo de las labores más arduas y también de las que no lo son tanto, y los pensadores más radicales del postrabajo postulan no ya el alargamiento de los periodos de asueto, la mejora de la calidad de los empleos o la retribución de una renta básica universal, sino directamente la abolición del trabajo. Pero aquí seguimos, al pie del portátil, sin ni siquiera haber aprobado la reducción de la jornada laboral a 38,5 horas semanales en España.
En un artículo publicado originalmente en 2013, el antropólogo estadounidense David Graeber soltó la liebre y publicitó un secreto a voces, una realidad que muchos padecen, pero también un tabú del que pocos tienen el valor de hablar: en esta fase decadente del capitalismo, una ingente cantidad de puestos de trabajo —del sector privado, para más señas— resultan completa e irremediablemente inútiles. Son llanamente, tal como Graeber los denominó, “trabajos de mierda”. Como bien saben aquellos que los desempeñan, no es solo que nadie los echaría de menos si no existieran, sino que incluso el mundo sería un poco mejor si no hubiera quien los realizara. Aquel texto viral acabó convertido en un libro de referencia: Trabajos de mierda. Una teoría (Ariel, 2018), un ensayo donde el intelectual, fallecido en 2020, ofrece una definición operativa del término: “Un trabajo de mierda es un empleo tan carente de sentido, tan innecesario o tan pernicioso, que ni siquiera el propio trabajador es capaz de justificar su existencia, a pesar de que, como parte de las condiciones de empleo, dicho trabajador se siente obligado fingir que no es así”.
Silvia Hernando, El trabajo mata, muerte al trabajo, El País 17/08/2024
Según Jean-Pierre De la Porte, profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Witwatersrand, las conclusiones teóricas a las que llegó Freud no se podían entender si antes no se había leído y asimilado un manuscrito suyo previo, de 1895, pero publicado póstumamente en los años cincuenta. El manuscrito se titulaba “Proyecto para una psicología científica”,[1] y en él Freud intentaba cimentar sobre una base neurocientífica sus primeras ideas sobre la mente.
Con ello seguía los pasos de su gran maestro, el fisiólogo Ernst von Brücke, miembro fundador de la Sociedad Física de Berlín. En 1842, Emil du Bois-Reymond formuló la misión de la Sociedad como sigue:
Brücke y yo hicimos un juramento solemne para poner en práctica esta verdad: “Las únicas fuerzas que están activas en el organismo son las fuerzas físicas y químicas comunes. Para explicar lo que actualmente dichas fuerzas no pueden explicar hay que encontrar la manera o forma específica de su acción por medio del método físico-matemático o bien suponer la existencia de otras fuerzas tan dignas como las fuerzas químico-físicas inherentes a la materia, reducibles a las fuerzas de atracción y repulsión”.
Johannes Müller, apreciado maestro de los anteriores, se había preguntado cómo y por qué la vida orgánica difiere de la materia inorgánica. Llegó a la conclusión de que “los organismos vivos son esencialmente diferentes de las entidades no vivas porque contienen algún elemento no físico o se rigen por principios distintos a los de las cosas inanimadas”.En resumen, para Müller, los organismos vivos poseen una “energía vital” o “fuerza vital” que las leyes fisiológicas no pueden explicar. Según él, los seres vivos no pueden reducirse a los mecanismos fisiológicos que los componen porque son entes indivisibles con objetivos y propósitos, lo que atribuía al hecho de que poseen alma. Teniendo en cuenta que la palabra alemana Seele puede traducirse como “alma”, pero también como “mente”, el desacuerdo entre Müller y sus alumnos se parece mucho al actual debate entre filósofos como Thomas Nagel y Daniel Dennett sobre si la conciencia puede reducirse a leyes físicas (Nagel lo niega, Dennett lo afirma).
Lo que me sorprendió durante el seminario de De la Porte fue enterarme de que Freud –el investigador pionero de la subjetividad humana– no se había alineado con el vitalismo de Müller, sino más bien con el fisicalismo de Brücke. Así, en las primeras líneas de su “Proyecto” de 1895, escribió: “La intención es estructurar una psicología que sea una ciencia natural: es decir, representar los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados de partículas materiales especificables”. Yo desconocía la formación neurocientífica de Freud, y solo después supe que, aunque le costó, abandonó los métodos de investigación neurológicos cuando vio claramente, en algún momento entre 1895 y 1900, que los métodos entonces disponibles no tenían capacidad para revelar la base fisiológica de la mente.
Sin embargo, para Freud fue un cambio de dirección que le compensó con creces, porque le obligó a examinar con mayor minuciosidad los fenómenos psicológicos per se y a dilucidar los mecanismos funcionales que los sustentaban. Todo ello dio lugar al método de investigación psicológica que acabó denominando “psicoanálisis”. Su hipótesis fundamental era que los fenómenos subjetivos manifiestos (ahora llamados “explícitos” o “declarativos”) tienen causas latentes (ahora llamadas “implícitas” o “no declarativas”). Es decir, Freud sostenía que el hilo errático de nuestros pensamientos conscientes solo puede explicarse si suponemos asociaciones intermedias implícitas de las que no somos conscientes, idea que derivó en el concepto de las funciones mentales latentes y, a su vez, en la famosa conjetura de Freud sobre la intencionalidad “inconsciente”.
Como a principios del siglo XIX no había métodos para investigar la fisiología de los fenómenos mentales inconscientes, la única forma de inferir sus mecanismos era la observación clínica. Lo que Freud aprendió con ella dio lugar a su segunda afirmación fundamental. Observó que los pacientes adoptaban una actitud nada indiferente respecto a las intenciones inconscientes que se les infería; parecía más una cuestión de no querer verlas que de no poder verlas. Freud recurrió a varias palabras para describir esa tendencia –resistencia, censura, defensa y represión–, señalando que evitaba la angustia emocional. Esto sirvió a su vez para revelar el papel crucial de los sentimientos en la vida mental y hasta qué punto son la causa de todo tipo de sesgos interesados. Aquellos hallazgos (ahora obvios) mostraron a Freud que algunas de las principales fuerzas motivadoras de la vida mental son totalmente subjetivas, pero también inconscientes. La investigación sistemática de esas fuerzas lo llevó a su tercera afirmación fundamental: la conclusión de que en última instancia lo que apuntalaba los sentimientos eran las necesidades corporales; de que la vida mental humana, no menos que la de los animales, estaba impulsada por los imperativos biológicos de supervivencia y reproducción. Para Freud, dichos imperativos constituían el vínculo entre la mente sintiente y el cuerpo físico.
Así y todo, adoptó un abordaje muy sutil de esa relación mente-cuerpo, pues vio que los fenómenos psicológicos que estudiaba no eran directamente reducibles a los fenómenos fisiológicos. Ya en 1891 había afirmado que no era posible atribuir los síntomas psicológicos a procesos neurofisiológicos sin antes reducir los fenómenos psicológicos y fisiológicos (las dos partes de la ecuación) a sus respectivas funciones subyacentes. Como ya he señalado antes, al hablar del procesamiento de la información, las funciones pueden realizarse en distintos sustratos.Y según Freud, solo en el terreno común de la función podían reconciliarse la psicología y la fisiología. Su objetivo era explicar los fenómenos psicológicos mediante leyes funcionales “metapsicológicas” (esto es, “más allá de la psicología”). Al intento de saltarse este nivel funcional de análisis, pasando directamente de la psicología a la fisiología, se lo conoce hoy día como la “falacia localizacionista”.
Queda claro que para Freud, cuando no para sus seguidores, el psicoanálisis estaba pensado como una fase intermedia. Por mucho que desde el principio hubiese pretendido discernir las leyes que sustentan nuestra rica vida interior de experiencia subjetiva, para él la vida mental seguía siendo un problema biológico. En 1914 escribió: “Es de prever que todas nuestras ideas provisionales en psicología se sostendrán algún día sobre unos cimientos orgánicos”. Freud anticipó con entusiasmo el día en que el psicoanálisis regresaría a su unión con la neurociencia:
La biología […] es realmente un dominio de infinitas posibilidades. Debemos esperar de ella la información más sorprendente y no podemos adivinar qué respuesta dará, dentro de algunos decenios […]. Quizá sean dichas respuestas tales que echen por tierra nuestro artificial edificio de hipótesis.
Aquel no era el Freud tan peligrosamente especulativo del que me habían hablado en la universidad. Para mí, el “Proyecto” fue una revelación, tanto como lo había sido para el propio Freud, que por aquel entonces le escribió a su amigo Wilhelm Fliess:
En el transcurso de una noche ajetreada […] se levantaron de repente las barreras, cayeron los velos y fue posible ver desde los detalles de las neurosis hasta los determinantes de la conciencia. Todo parecía encajar, los engranajes estaban bien colocados; daba la impresión de que era realmente una máquina y que pronto funcionaría sola.
Sin embargo, la euforia duró poco. Un mes después, Freud escribió: “Ya no puedo entender qué pensaba cuando urdí la ‘Psicología’; no puedo entender cómo llegué a infligírsela a mis lectores”. Al no contar con los métodos neurocientíficos apropiados, Freud se basó en “figuraciones, transposiciones y conjeturas” para traducir sus deducciones clínicas en términos primero funcionales y luego fisiológicos y anatómicos. Tras un último intento de revisión (contenido en una larga carta que envió a Fliess el 1 de enero de 1896), se le perdió la pista al “Proyecto”, hasta su reaparición unos cincuenta años más tarde. Con todo, las ideas que contenía –el “fantasma oculto”, según James Strachey, el traductor de Freud al inglés– impregnaron toda su teorización psicoanalítica… a la espera de futuros avances científicos.
Mark Solms, El manantial oculto. Un viaje a la fuente de la conciencia, fronterad.com 15/08/2024
(1) De hecho, Freud no le puso ningún título a aquel manuscrito inédito; el título se lo inventaron los traductores ingleses. En su correspondencia con Wilhelm Fliess, Freud lo llamó “Psicología para neurólogos”, “Esbozo de una psicología” y “la Psicología”.
Los filósofos han dedicado esfuerzo e ingenio a la fatigosa tarea de analizar la subjetividad humana, ese reducto personal e intransferible que, según suponemos, siempre será privado e inaccesible al conocimiento empírico. David Chalmers, Daniel Dennett y muchos otros pensadores consideran que el “problema difícil” para entender la consciencia es el asunto de los qualia, que tiene que ver con los sentimientos privados. Por ejemplo, un neurólogo te puede mostrar qué neuronas de tu cerebro se activan cuando ves el color rojo, pero no lo que tú sientes al verlo, la rojez del rojo, su qualia (qualium, supongo que habría que decir en singular, pero no compliquemos aún más las cosas).
La rugosidad que sientes al tocar una piel seca, la embriaguez de un perfume y el sufrimiento de un dolor son otros ejemplos de qualia, percepciones subjetivas que solo podemos expresar con metáforas y que son nuestras, íntimas e inaccesibles a los demás. En un tiempo en que nuestros datos circulan por la nube y estamos poniendo todo perdido de nuestro ADN, los qualia son el último reducto de nuestra privacidad, el ascua ardiendo a la que podemos agarrarnos para preservar nuestros secretos y adoptar un aire enigmático que resulte disuasorio para la cotillería ajena.
Y es curioso porque, en sentido estricto, la subjetividad no existe, y un filósofo debería ser el primero en saberlo, a menos que siga creyendo en almas, fantasmas y dualismos cartesianos, como hicieron sus predecesores. Todo lo que percibimos, pensamos y sentimos consiste en la activación de ciertos circuitos neuronales, y eso incluye la rojez del rojo, la aspereza de una piel, el sufrimiento de un dolor y todo el resto de nuestra consciencia, esa cosa que perdemos al dormirnos y recuperamos al despertar. No hay ningún ectoplasma en tu cráneo que sea inaccesible al conocimiento objetivo. Solo hay neuronas disparando señales a otras, y, por tanto, la subjetividad no existe en un sentido filosófico. Otra cosa es que la ciencia actual se quede corta para entender los qualia, pero no hay ningún problema de principio para que llegue a hacerlo.
Un equipo internacional de 39 neurólogos y neurocientíficos acaba de publicar una investigación importante sobre 353 pacientes en coma, estado vegetativo y otros trastornos de consciencia. Les han hecho pruebas clínicas, de comportamiento y de registro de la actividad cerebral con resonancia magnética funcional (fMRI) y electroencefalografía (EEG). Algunos pacientes (112 de 353) muestran respuestas observables a las demandas de los médicos, como levantar el pulgar cuando se lo piden. Los otros 241 no muestran ninguna respuesta observable ni a ese ni a ningún otro test. El resultado principal es que, entre estos últimos, las imágenes de las neuronas en acción revelan que una cuarta parte de ellos están conscientes. Por chocante que resulte, hay alguien ahí dentro.
Esos datos sugieren un montón de cosas, ¿no es cierto? Algunas son terroríficas, porque hasta ahora hemos tenido a esos pacientes almacenados en las salas más aburridas del hospital, simplemente a la espera de que alguno de ellos pudiera despertar algún día. Saber que hay alguien ahí, una consciencia como la tuya o la mía, y aunque solo sea en uno de cada cuatro casos, debería conducirnos a replantearnos los protocolos actuales. Y, desde luego, será importante investigar si los actuales implantes cerebrales que se usan experimentalmente para personas paralizadas, y que les permiten comunicarse a través de un ordenador, pueden ayudar a estos pacientes a recuperar el contacto con el mundo, empezando por sus amigos y familiares.
Otra consecuencia de una naturaleza admitidamente más académica es que Chalmers, Dennet y sus seguidores filosóficos van a ver sus qualia y sus teorías de la consciencia seriamente averiadas. Todo lo que pasa en tu mente es un fenómeno físico que se puede detectar desde fuera. Dicho esto, dicho todo.
Javier Sampedro, Gente en coma: ¿hay alguien ahí?, El País 17/08/2024
El dilema del erizo apareció en la colección de ensayos filosóficos breves de 1851, "Parerga y Paralipómena", del griego apéndices y omisiones.
Fue la última obra de Schopenhauer y la primera que le trajo el reconocimiento filosófico que había esperado por mucho tiempo.
Como señaló satisfecho, fue "incomparablemente más popular que todo lo anterior".
La parábola dice así:
"Un día helado de invierno, varios erizos se apiñaron muy juntos para, gracias al calor mutuo, evitar congelarse. Pronto sintieron el dolor que les causaban las púas de los otros, lo que los hizo separarse nuevamente.
"Pero la necesidad de calor los volvió a unir, y se repitió el retroceso de las púas, de modo que quedaron atrapados entre dos males, hasta que descubrieron la distancia adecuada desde la cual podían tolerarse mejor el uno al otro".
Parece un cuento para niños, pero encapsula la compleja naturaleza de las relaciones humanas, y, afín con Schopenhauer, no tiene un final muy feliz.
Habla de que la vulnerabilidad es necesaria para que las relaciones sean más trascendentes y satisfactorias, pero aumenta el riesgo de un dolor más profundo.
Y de como vivimos atrapados entre dos males: el aislamiento y el peligro de herirnos mutuamente.
"La necesidad de sociedad que surge del vacío y la monotonía de la vida de los hombres los une; pero sus numerosas cualidades desagradables y repulsivas y sus insufribles inconvenientes los separan una vez más", continúa Schopenhauer.
"La distancia media que finalmente descubren y que les permite soportar estar juntos es la cortesía y los buenos modales.
"En virtud de ello, es cierto que la necesidad de calor mutuo sólo será satisfecha imperfectamente, pero, por otra parte, no se sentirá el pinchazo de las púas".
Estaríamos condenados entonces a nunca poder satisfacer plenamente el deseo de tener relaciones sociales positivas, una de las necesidades humanas más fundamentales y universales.
A pesar del pesimismo, la genialidad de la parábola resonó con quienes sondean los desafíos de la intimidad.
Freud la popularizó cuando, en 1921, se refirió a ella en “Psicología de grupo y análisis del yo”, al discutir sobre la “ambivalencia de los sentimientos” inherente a las relaciones a largo plazo.
Para el padre del Psicoanálisis, no había el afecto puro: en el amor, hay odio, en el odio, amor.
Como él, otros investigadores de las relaciones interpersonales han tenido la parábola en mente.
En ocasiones ha sido punto de partida en estudios, como en "¿La exclusión social motiva la reconexión interpersonal? Resolviendo el 'problema del erizo'”, en el que Jon Maner, Nathan DeWall, Roy Baumeister y Mark Schaller examinaron cómo las personas responden al ostracismo.
En otras, ha sido una herramienta para reconfortar a pacientes agobiados por sentimientos encontrados respecto a las relaciones íntimas, como en el caso de la psicóloga Luepnitz.
Muchos de nosotros, apuntó ella, experimentamos "la soledad como un fracaso personal más que como una condición esencialmente humana".
"La parábola normaliza un problema que muchos consideramos como un peculiar defecto de carácter", escribió.
Ha servido también como una ilustración de la importancia de los límites, tanto físicos como emocionales, así como de varios otros aspectos de las relaciones interpersonales.
Schopenhauer mismo había ido un poco más allá con aquello de la autogeneración de calidez.
Su escrito sobre los erizos terminaba diciendo "quien tiene mucho calor interior propio preferirá mantenerse alejado de la sociedad para evitar dar o recibir problemas o molestias".
El filósofo pensaba que todo eso que buscábamos en los otros lo podíamos encontrar en una soledad refinada por el desarrollo de nuestro intelecto y la profundización de nuestra apreciación del arte.
Si podíamos sumergirnos en un buen libro o elevarnos escuchando una gran obra musical, ¿para qué interactuar con seres humanos?
"Como regla general, se puede decir que la sociabilidad de un hombre es casi inversamente proporcional a su valor intelectual", declaró en otro ensayo.
Para los muy poco sociables, consideró, "la soledad es doblemente ventajosa".
"En primer lugar, le permite estar consigo mismo y, en segundo lugar, le impide estar con otros, una ventaja de gran importancia, dada la cantidad de restricciones, molestias e incluso peligros que existen en toda relación con el mundo".
Lo sabía de primera mano pues él prefería no arriesgarse a pincharse con las púas de los demás, así que vivió virtualmente aislado.
Tras una larga carrera filosófica, Schopenhauer murió en su apartamento de Frankfurt en 1860 a la edad de 72 años.
Redacción, Qué es el dilema del erizo ..., bbc.com 04/08/2024
Escuchemos lo que Michel Foucault tiene que decir sobre la parresía: «Es etimológicamente la actividad consistente en decirlo todo: pan rhema. El parrhesiastés es el que dice todo… Demóstenes dice: es necesario hablar con parresía, sin retroceder ante nada». Pero hay que decir que, tanto en la Antigüedad griega como en la actualidad, la parrhesía es siempre considerada como algo peligroso para quien la ejerce, pues «no solo arriesga la relación establecida entre quien habla y la persona a quien se dirige la verdad, sino que, en última instancia, hace peligrar la existencia misma del que habla, al menos si su interlocutor tiene algún poder sobre él y no puede tolerar la verdad que se le dice. Aristóteles indica muy bien este lazo entre la parrhesía y el coraje cuando, en La ética a Nicómaco, vincula lo que llama megalopsykhía (magnanimidad) a la práctica de aquella».
El parresiasta es, en efecto, «quien corre el riesgo de poner en cuestión su relación con el otro», continúa Foucault. «El decir veraz del parresiasta incurre en los riesgos de la hostilidad, la guerra, el odio y la muerte». Por su parte, Gregorio Nacianceno, arzobispo cristiano del siglo IV d. C, habla del parresiasta cristiano como de un mártyron aletheias o mártir de la verdad. Por todas estas razones, pocas personas están dispuestas a ser veraces. De hecho, es la mentira, y el ajustarse al discurso de lo establecido, a los meandros de la ideología, lo que habría de beneficiar socialmente a las personas (o, al menos, así lo estiman algunos). La libertad de expresión, en este caso, se vería vulnerada, puesto que expresar la opinión y el pensamiento propios sería un acto de parresía, algo peligrosoSin embargo, en la Antigua Grecia, la «parrhesía era un derecho que había que conservar a cualquier precio, un derecho que [se] debía ejercerse en toda la medida de lo posible, una de las formas de manifestación de la existencia libre del ciudadano libre».
En el caso de los antiguos griegos, la parresía no solo puede darse a la hora de comunicarse con otros (al menos, cuando se es parresiasta), sino al comunicarse cada cual consigo mismo. La salud en la Antigua Grecia consistía (y consiste) en ser franco con uno mismo, saber el lugar que cada cual ocupa en el mundo. Hoy, en cambio, asistimos a una casi total carencia de parrhesía, también con respecto a uno mismo. No es raro en la actualidad que el individuo quiera imponer una representación de sí mismo disociada de la realidad objetiva.
Sin embargo, en la Antigua Grecia, la «parrhesía era un derecho que había que conservar a cualquier precio, un derecho que [se] debía ejercerse en toda la medida de lo posible, una de las formas de manifestación de la existencia libre del ciudadano libre».
Según Foucault, en el siglo VI a. C se da una crisis de la parresía, al generar esta una gran desconfianza (al igual que ocurriría a día de hoy). Frente a lo que cabría imaginar a priori, Foucault llega a la conclusión de que la democracia no es propicia para la proliferación de la parrhesía: «La democracia […] no es el lugar donde la parrhesía vaya a ejercerse como un privilegio y un deber. Es el lugar donde la parrhesía se ejercerá como la libertad de cada uno y de todos para decir cualquier cosa, es decir lo que le plazca».
Pensemos en la democraticación radical de la opinión que suponen plataformas como X (antes Twitter) u otras redes del mundo digital. Habitamos, como en el siglo VI a. C ateniense, una «libertad parresiástica, entendida como autorización dada a todos sin distinción para hablar». Dentro de este hábitat democrático, ¿quiénes serán escuchados? «Los que agradan», responde Foucault, «los que dicen lo que el pueblo quiere, los que adulan. Y los otros, al contrario, los que dicen o procuran decir lo que es cierto y está bien, y no lo que agrada, no serán escuchados. Peor, suscitarán reacciones negativas, irritarán, inflamarán la ira. Y su discurso veraz los expondrá a la venganza y el castigo».
En palabras del orador, educador y político griego Isócrates: «Siempre acostumbrasteis expulsar de la tribuna a todos los oradores que no hablaban conforme a vuestros deseos». «Sé», concluye Isócrates, «que es peligroso oponerse a las opiniones de ustedes, puesto que, si bien estamos en una democracia, no hay parrhesía».
Vivimos hoy, quizás, una situación semejante a la señalada por Isócrates. La idea de parrhesía se manifiesta disociada, pues: «Por un lado, aparece como la libertad peligrosa, otorgada a todo el mundo sin distinción alguna, de decir cualquier cosa. Y por otro está la buena parrhesía, la parrhesía valerosa (la del hombre que dice generosamente la verdad, y aun la verdad que disgusta), que es peligrosa para el individuo que la usa y para la cual no hay lugar en la democracia».
En la actualidad, el acoso en redes sociales a personas relevantes, sin duda, existe, y es provocado, a menudo, cuando estas expresan ideas u opiniones verdaderas (o, al menos, estimadas como verdaderas por ellas). En la actualidad todos pueden hablar y cuentan con plataformas para que sus palabras sean escuchadas, pero, en el seno de ese ruido ensordecedor, generalmente, la verdad brilla por su ausencia. Y cuando esta asoma la cabeza en boca de personas concretas, es precisamente esa masa de lengua desatada la que se apresura a agredir con la intención de ocultar y sofocar toda forma de lo que Foucault entendió como la «verdadera parresía».
Iñaki Domínguez, La parresía griega ..., ethic.es 28/06/2024
I
Hace dos días me pidieron de Arequipa una conferencia sobre la atención. Intenté resistirme alegando que cuantas más cosas sabía sobre este sorprendente fenómeno de la atención, menos claro tenía su funcionamiento. Pero esto es lo que más les gustó. Y me quedé sin argumentos para continuar resistiéndome.
II
Ayer por la tarde en misa no tenía forma de estar en lo que estaba. Una insidiosa pregunta no paraba de rondarme con su zumbido: "¿Cómo se llama la selva que se encuentra entre Colombia y Panamá?" No tenía manera ni de recordar la respuesta ni de ignorar la pregunta. Ahora, que no me lo pregunto, la respuesta me sale al paso: El Darién. Unas horas antes había recibido un mensaje confidencial que me aseguraba que ya estaba resuelto el paso por Costa Rica de las legiones de caminantes que se dirigen desde diferentes países sudamericanos a los Estados Unidos y que se encuentran en el Darién con un cuello de botella y el chantaje y abuso de gentes sin escrúpulos. El Darién, sin embargo, no es noticia.
III
Lo único que me mantenía anclado en misa era el comportamiento de un matrimonio de octogenarios que tenía delante de mí. Un mechón rebelde de pelo blanco le colgaba a él sobre la frente y ella, con una mirada de cariño que enternecía, le pasaba se lo recogía haciendo con sus dedos un peine. El gesto se repitió varias veces y tras cada empeño, se cruzaban sus miradas con una ternura tan evidente que me provocaron una punzada de soledad. Siempre me ha parecido que el amor valioso es el que se preocupa por nimiedades del amado: el mechón de pelo, un hilillo blanco en la solapa, un poco de caspa sobre los hombros, un intencionado choque de las rodillas, un caminar acompasado, un renunciar satisfecho al trozo más sabroso para que lo disfrute el otro... son todos estos detalles los que hacen de un matrimonio un mundo que nos parece -¡ay!- blindado contra el tiempo.
IV
Admito que, en mi caso, hay un detalle contra el que se estrellan el amor y la ternura: tiene lugar cuando estoy disfrutando de la lujuria de una cerveza helada y ella me pide un sorbo. Ese sorbo es precioso... y se lo acabo cediendo. A regañadientes, eso sí.
I
Se lo he contado a Irene Rigau: Comí en San José con el hijo de un celebérrimo presidente de Costa Rica porque fue capaz de eliminar el ejército con un decreto. No voy a enjuiciar la medida. Lo que me parece resaltable, por lo que tiene de ejemplo de la condición humana, es que este presidente tan poco militarista enviara a su hijo -ese comensal de ideas claras y rotundas que tenía delante- a la academia militar de West Point.I
Me decía L. el viernes pasado que se había quedado sin amigos para jugar al mus en el bar de siempre. La muerte, voraz, le estaba dejando sin partida. Le entendí perfectamente.
II
La mujer de J. se sienta a mi lado mientras me tomo el café con leche. Tiene grandes ojeras y está desmadejada. J. es más que un mero conocido y menos que un amigo, pero lo aprecio mucho. No espera que dure más allá de este mes. La escucho en silencio pero con la sensación de que mi vida se va desprendiendo de mí. Las vivencias están vivas mientras puedes encontrarte al doblar cualquier esquina con alguno con quien rememorarlas. Cuando sabes que a la vuelta de la esquina ya no te espera ningún recuerdo predispuesto a revivirse, se deshilachan. La muerte de los amigos y conocidos tiñe tus vivencia de un cierto aire espectral: solo te tienen a ti en el mundo para verificar que durante unas horas, o quizás solo durante unos segundos, fueron la realidad más real.
III
He comenzado a leer Fray Gerundio de Campazas. No me resulta fácil seguir con entusiasmo la facundia burlona del padre Isla. Ando perezosillo y amodorrado. Estos días una cerveza bien fría es para mí mejor compañía que un libro (que me perdone Plotino). Pero de vez en cuando me encuentro con expresiones que utilizaba mi madre y que hace mucho tiempo que he dejado de escuchar. La última: "¡Qué charro!" "Charro" es una palabra curiosa que ha ido adquiriendo significados a medida que era recogida aquí y allá, por distintos hablantes, pero en mi pueblo se aplicaba a alguien carente de elegancia, basto, vulgar, sin pizca de donosura. Me agarro a estas expresiones porque me ayudan a reverdecer ese mundo que dejan vacante mis muertos. Mueren amigos y resucito palabras.
IV
Tirando la basura me encuentro con A., que está rodeado de bolsas con botellas de cerveza. No hablamos de cervezas ni de basuras, sino de la realidad, que nos va arrinconando, dejándonos como espectadores desinteresados de lo que ocurra en el ruedo. Lo nuestro es el burladero. Cada vez hacemos menos esfuerzos por comprender lo que no entendemos y como lo que no entendemos va a más, cada vez somos más islas a la deriva. Monadas que se lleva la corriente.
V
¿Será el cansancio del calor? ¿El hastío del estío?
VI
Mañana comenzaré a escribir el artículo para el ARA. Se titulará La intuición compartida.
I
Pintada en Premià de Mar:
IITanto las sociedades abiertas como las sociedades cerradas se organizan en torno a algún principio represor. La dinámica de las sociedades abiertas conduce, ciertamente, a romper el monopolio de un único principio y establecer varios, que no pueden mantener entre sí más que una difícil convivencia.
III
Todo principio represor (que, en tanto que tal, no puede ser reprimido) es un principio de integración y, por lo tanto, de exclusión.
IV
La dinámica inherente a las sociedades abiertas es, como acabamos de decir, la deponer en cuestión el monopolio del principio represor que daba cohesión a las sociedades cerradas mediante una lógica colectiva de integración/exclusión
V
Se tiende así a la creación de diferentes principios represores de acuerdo con las diferentes identidades que cada principio represor va generando en torno suyo. Como tal cosa conduce, inevitablemente, o a la democracia orgánica o la desintegración social, para mantener la cohesión suele recurrirse a un principio represor que funciona como amenaza colectiva y que acaba siendo un enemigo externo o/e interno.
VI
No importa si el enemigo lo era inicialmente. Lo que importa es que si lo sitúas como tal, acabará actuando como tal y su misma actuación fortalecerá la convivencia entre los principios represores que se le oponen.
VII
En las sociedades cerradas la historia la cuenta, ciertamente, un ángel. De esta manera se ensalza lo mejor de la propia tradición. En las sociedades abiertas se le da voz al diablo, que se empeña en husmeas en lo peor de nosotros mismos.
VIII
El ingenuo Castoriadis, defensor de la autonomía y del lema «socialismo o barbarie» se dio perfecta cuenta de que no hay grupo humano que no acaba diciéndole a alguien nacido en su seno "tú no eres de los nuestros".
I
Comienzo Prohibido repetir, libro que saldrá a la venta el 28 de este mes, recuperando Las dos fuentes de la moral y de la religión, de Bergson. Básicamente lo que sostengo es que ya no podemos vivir en sociedades cerradas. Estamos condenados a vivir en sociedades abiertas que llevan en su apertura la semilla de su autodestrucción.II
La sociedad cerrada es la que obedece la ley sin preguntarse qué es la ley; la sociedad abierta es la que, tras preguntarse qué es la ley, descubre que toda ley es provisional y arbitraria y que lo único constante es el tiempo. Según Bergson (y esto nunca lo entendió Popper) el punto de no retorno a las sociedades cerradas lo marcaron Sócrates y Jesucristo.
III
De esto hablaba recientemente con un sabio discreto, Claudio, que me hacía notar la difícil identificación de sabiduría y justicia en el Gorgias de Platón.
IV
He salido de misa esta tarde sin haber entendido ni una palabra de lo que ha dicho en el sermón el celebrante en un flojo castellano. Se lo he comentado a mi mujer que me ha reconocido que a ella le ha pasado lo mismo. En este punto ha intervenido con contundencia mi suegra: "A misa no se viene a entender al cura; se viene porque hay que venir".
IV
Esto, el "se hace porque hay que hacerlo" es lo propio de las sociedades cerradas. Se han quedado, sí, irremediablemente atrás, pero en ellas se sabía qué hacer y por qué hay que hacerlo. De hecho en ellas el qué y el por qué se identificaban en el común respeto a una ley aproblemática. Nosotros valoramos la ley por sus beneficios, que en sociedades que han hecho del pluralismo un valor constitucional supremo, son siempre polémicos.
V
Wittgenstein preguntaba: "¿Por qué he de decir la verdad si me resulta más beneficioso mentir?"
VI
¿Por qué?
I
Pasé ayer por la Calle Esperança, aquí en El Masnou. Hacía mucho calor, pero no había nadie sentado en los bancos, a la sombra de los plátanos. A esta calle solíamos venir con nuestros hijos al atardecer cuando eran pequeños porque era peatonal, había bancos, sombra y, sobre todo, otros niños jugando. Ahora sigue todo igual, pero el ayuntamiento le ha catalogado de "refugio climático".
II
Hoy he pasado por la plaza Jaume Bertran. Es una plaza tranquila, bien sombreada, sin otra circulación que la de una brisilla refrescante Durante unos años viví cerca de allí y guardo un muy buen recuerdo de los vecinos. Es uno de los rincones más pintados y fotografiados del pueblo. Lo han convertido también en "refugio climático".
Detesto esta neolengua que, por una parte, permite a nuestros políticos considerarse nuestros salvadores -¿cómo hemos podido vivir hasta ahora sin refugios climáticos?- y por otra autoriza a los ciudadanos a considerarse víctimas -si necesitamos refugios es porque ahora alguien nos agrede climáticamente.
IV
Me temo que esta cursilería ha venido para quedarse. Pero no es inocente. Forma parte de la moderna sociedad terapéutica en la que el hombre político está en retirada para permitir la ascensión vertical del nuevo bárbaro, el hombre psicológico.
I
Tras una noche borrascosa, aunque con mucho más ruido que lluvia. He dormido muy mal. Al mal dormir le ha seguido una inesperada mañana de confidencias en el Petit Cafè. Apenas he tenido tiempo libre para leer un par de páginas de Plotino. Pero, por lo visto y oído, mis vecinos me veían leyendo solo y se vengaban de mi placidez arrojándome encima sus confidencias.
II
10:30. De L: "Crecí en un mundo paradójico. Me dieron cariño, aunque no todos. Pero nunca me sentí reconocido como un ser valioso. Ese desprecio lo he llevado siempre conmigo". Me paga el café con leche y me pide un cortado.
III
10:45. De J.M: "Cuando murió mi mujer le dije a mi hijo que dejara de trabajar y se dedicara a vivir, que todo pasa muy rápido, el tiempo se te echa encima".
- Y te encuentras muriendo sin haber vivido -le digo yo rememorando a Rousseau, pedante que es uno.
- ¡Eso es! - J.M. se me queda mirando, admirado de mi sabiduría antropológica. Después, al ver mi taza vacía, me invita a otro cortado. Le digo que no. Quiere invitarme a una cerveza. Me resisto.
IV
11:10. M.J. "La temo más que a una cerveza de autor".
No entiendo muy bien a qué se refiere exactamente, pero me gusta la comparación. Yo también detesto las cervezas de autor. Se va sin invitarme a nada. Casi me siento decepcionado.
V
11:40. Con P. Le cuento lo del pobre fetichista que queriendo un zapato de tacón de aguja se tuvo que conformar con la mujer entera". Se ríe. Está pasando por un momento muy delicado de salud. Está en los huesos. Me quiere invitar a un cortado. Le digo que ya llevo suficientemente cafeína en el cuerpo. ¡Entonces, sin consultármelo, me pide una cerveza. Le digo al camarero que medio vaso de granizado de limón y medio vaso de Alhambra.
VI
Aproximadamente las 12:00. E. se cambia de casa y abandona el vecindario. No puede con la hipoteca. Todo el mundo le aconsejaba vender. Finalmente, ha vendido. Otra cerveza con granizado de limón.
VII
¿Las 13:00? R. Es un cínico. El cínico más genuino que conozco. Acaba de divorciarse. "El matrimonio", me dice, "es una inversión mediante la cual te garantizas una fuente de placer próxima, aunque no siempre asequible, a cambio de ceder en exclusiva los derechos de propiedad sobre tus secreciones seminales". Se ríe a carcajada limpia y me invita a comer. Le digo que no, prefiero refugiarme en casa con el aire acondicionado.
VIII
16:34. Parece que va a llover de verdad.
I
Los españoles, en conjunto, no perdemos oportunidad para demostrar que nuestro carácter nacional es la exageración. Tengo una ponencia sobre esto en un congreso que se celebrará a finales de octubre en Toledo.
II
La prensa de estos días, hablando del nuevo presidente de la Generalitat, es una buena prueba de nuestro carácter nacional.
III
Con el primer párrafo tengo suficiente para calibrar la ecuanimidad del firmante. Normalmente no paso de allí.
IV
He leído, sin embargo, lo suficiente como para comprobar que a nuestros sesudos analistas, tanto residan en Madrid como en Barcelona, se les escapa un dato que la historia se ha encargado de confirmar repetidamente: la enorme capacidad de los catalanes para darse un tiro en el pie. No sé cuándo ni cómo ni a propósito de qué, pero ya verán...
V
Otra constante española: o se reparte la riqueza o se reparte la gente.
VI
Pasemos otra cosa: resulta que Pancracia Ollo, la mujer de Zulamacárregui, nacida en Pamplona, parece que fue -según me he enterado esta misma tarde- la inventora de la tortilla de patatas. Si se demostrase que es así, habría que reescribir la historia del carlismo y, sobre todo, de su legado. Sería un hecho de una singular justicia poética.
VII
Digamos también que la tortilla de patatas, con o sin cebolla, es pura caligrafía geométrica de la sensatez culinaria. Para llevarla de la potencia al acto se necesitaba una mujer, Pancracia, cuyo nombre significa "Todopoderosa".
Doña Pancracia Ollo. Si su marido llevaba boina, ella llevaba peineta.VIII
Leí en Casariego que los carlistas que dirigía en nuestra última guerra civil se lanzaban a la muerte al grito de "Zumalacárregui generala", que es, sin duda, mucho más romántico que el de los milicianos que se lanzaban a las fauces de la historia al grito de "¡Viva Stalin!" Zumalacárregui llevaba cien años muerto.
IX
Y a mí me contaba mi madre que su abuela, cuando el frente de no se qué guerra carlista estaba en Lerín, llevaba la comida para su marido andando los 24 km que separaban a mi pueblo del frente y si no lo veía en primera línea, se volvía a casa sin dejarle al buen hombre probar bocado.
I
"Gracias, Señor, la casa está encendida", cantaba rezando Luis Rosales.
Al volver yo me encontré la casa apagada. Bien es cierto que hoy han venido a comer mi hija y mi nieto, pero, aunque su presencia ha encendido todo, convirtiendo la vivienda en hogar, al irse han dejado una vivienda sin hogar. Mi mujer está en Pamplona.
II
Como intento aferrarme a las rutinas para proporcionarme un hogar, he vuelto a la Eneada V de Plotino, esa joya donde está concentrada la verdad filosófica de la antigüedad. Plotino vuela sobre sí mismo y su espíritu, visto desde aquí, anuncia a Hegel.
III
Hegel puso en movimiento el Uno inmóvil de Plotino.
IV
Plotino busca una verdad sin historia y Hegel, la historia de la verdad. Hay grandeza, sin duda, en los dos intentos, pero yo sigo creyendo que, como me dijo una vez un párroco de un pueblo en declive, donde hay orden está Dios y donde hay desorden, el diablo.
V
Plotino es un profeta de Dios y Hegel lo es del diablo.
VI
Pongo el aire acondicionado, me siento en mi sofá, tan hecho a mí, en mi cuarto, ante mis libros, con Plotino en las manos y no hago nada.
VII
Pudiera pensarse que el Uno plotiniano, para afirmar su estancia más allá de la historia, sería un Uno autista y, sin embargo, no deja de crear lo móvil gracias a la fuerza de su inmovilidad. Nada grande carece de descendencia, sea como historia, sea como hipóstasis.
VIII
Lo pequeño es esto, la estéril desidia.
I
En casa. Reencuentro con la comodidad, la familiaridad, la previsibilidad, el orden, la armonía, la limpieza, la programación eficiente, la tranquilidad, la higiene, lo conocido... Nuestro mundo es un inmenso mecanismo en el que cada pieza está en su sitio y echo un poco en falta algo que hemos perdido: la cotidianeidad de lo imprevisible.
II
En el aeropuerto de San Juan, en la fila de embarque de mi vuelo hacia Bogotá, hemos asistido a la ruptura en directo de una pareja de mediana edad que, según todas las apariencias, se iba de vacaciones.
III
Claro que la exposición a la intemperie es también exposición a la inseguridad. El chófer que pusieron a mi disposición en San José me cuenta camino del aeropuerto que cada año hay turistas que se pierden por las zonas selváticas de Costa Rica y acaban teniendo encuentros fatales con cocodrilos, serpientes tan letales como bellas, la hormiga bala, la araña errante, el jaguar, la rana dardo venenoso de tres rayas, etc. Me especifica que las víctimas más frecuentes son los ecoturistas.
IV
Una foto para el recuerdo en el Museo Nacional de Costa Rica, de izquierda a derecha, José Chaverri (que ha sido mi ángel de la guarda), la ministra de educación, el ministro de cultura y un servidor de ustedes.
Lástima que un viaje como este tenga que acabarse en un avión de regreso a casa ante un menú infecto. Miro a mi alrededor y veo a los otros pasajeros devorar lo que nos dicen que es comida, a pesar de sus apariencias. Hace falta tener un estómago hecho a todo, como el de un cocodrilo, para enfrentarse a esta tarea.
VI
Según La Nación, de San José, un proyecto legislativo pretende reconocer a los animales como seres sintientes y así otorgarles ciertos derechos. Me parece muy bien y, por eso mismo, me pregunto si no debiéramos reconocer al feto humano como animal.
VII
En el mismo diario, este artículo de José Luis Arce:
La última mirada al comedor del hotel Radisson
Lo mejor de volver: que tu hija te esté esperando en el aeropuerto.
I
A la entrada del Museo Nacional de Costa Rica se encuentra esta inscripción: "Las armas dan la victoria, pero solo las leyes pueden dar la libertad". Es de un presidente cuyos apellidos aclaran su origen: José Figueres Ferrer.
II
El primer espacio del museo está dedicado a las mariposas que vuelan con su magia frágil por entre las plantas tropicales. Son la sutileza asombrosa. ¡Qué buena idea! Si el arte imita a la naturaleza, la naturaleza imita al museo.
III
Día de despedida. Ha comenzado con una charla a un sindicato docente, ha seguido con la visita al Museo Nacional (donde me he reencontrado con la ministra de educación) y a la Biblioteca Nacional y ha terminado con una entrañable comida con la familia de Álvaro Jenkins.
IV
Me iré de aquí con la memoria rebosante de imágenes de afecto, de cordialidad, de acogida. Si la excelencia en la acogida del extranjero es educación, entonces este país, Costa Rica es, en este aspecto, el país más educado del mundo.
V
Me llegan las noticias de España como entrecortadas. Tienen que ver una parodia de leyes y libertad.
VI
Cassirer queda desolado con el conformismo con que se asume la toma del poder por parte de Hitler. Cuando este accede a la Cancillería del Reich, gentes cultivadas y con juicio propio no se atreven a mostrar sus discrepancias, adoptando una postura de sumisión, como si acataran un fatídico decreto del destino.
En el décimo aniversario de la República de Weimar, Cassirer había intentado ensalzar el pedigrí filosófico del ideal republicano que defendía su constitución, pero las fuerzas reaccionarias acorralaron a una socialdemocracia que fue aniquilada por el fanatismo de los más extremistas.
El conservadurismo nacionalista se alió con Hitler creyendo que podría manejarlo a su antojo, pero no fue así. Al pertenecer a una familia de origen judío, Cassirer tiene que partir a un exilio desde donde no dejará de combatir al nazismo con sus escritos filosóficos, tal como testimonia su obra póstuma El mito del Estado.
En esa época tenebrosa, Cassirer vuelve a releer las obras de Kant y Rousseau, porque piensa que los ideales de la Ilustración pueden contribuir a despejar las tinieblas del oscurantismo político. Su Filosofía de la Ilustración es un escrito de combate fechado en 1932.
Para la edición inglesa dejó al morir sobre su mesa de trabajo un texto introductorio cuyo significativo título en castellano es Rousseau, Kant, Goethe: Filosofía y Cultura en la Europa del Siglo de las Luces.
Pero su contienda contra la ideología nazi cristalizó en muchos textos breves que resultan más accesibles, tal como sucede con los opúsculos kantianos relativos a su filosofía de la historia. Sería el caso de Filosofía y política], publicado en la revista Arbor, o El judaísmo y los mitos políticos modernos, aparecido en Isegoría, lo que les hace fácilmente accesibles al estar en abierto.
Cassirer protagonizó en 1929 un duelo dialéctico mantenido con Heidegger que se ha hecho legendario por su simbolismo. En ese debate se confrontaron dos visiones del mundo que presentaban sendas interpretaciones de Kant. Ese torneo filosófico tuvo lugar en Davos, la localidad que Thomas Mann eligió para La Montaña mágica.
Esta novela contiene diálogos que pueden homologarse con las tesis confrontadas por Cassirer y Heidegger. Ambas cosmovisiones flotaban en el ambiente, porque la literatura refleja el clima social y la filosofía contribuye a modelarlo.
No es baladí leer los textos clásicos de una manera u otra. El modo de hacerlo condiciona los rumbos del devenir sociopolítico. Albert Speer, ministro de Armamento y Producción de Guerra de la Alemania nazi, lamentó no haber leído antes a Cassirer –lo hizo en la prisión de Spandau– porque, según confesó, de haberlo hecho quizá no hubiese sucumbido al encantamiento del Führer.
Roberto R. Aramayo, Cassirer contra Hitler ..., theconversation.com 05/08/2024