Ante los casos de abusos sexuales a menores de edad algunos alegan que es dificil dictaminar si hubo o no consentimiento por parte del menor, especialmente si se trata de un adolescente. No me parece que éste sea un argumento, sino un insulto a la inteligencia. Sea cual sea la conducta del menor, nada exime al adulto de su responsabilidad. Para mi la cuestión es sencilla.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Se repite por doquier la versión más ramplona de lo ocurrido en el Capitolio de Washington. A saber: que hordas de fanáticos (locos conspiranoicosy neofascistas) manipulados por el (no menos perturbado) presidente Trump, ocuparon el interior del Capitolio con la intención de dar un golpe de mano y obligar a revertir el resultado de las elecciones. Increíble cómo llega a calar un mensaje tan simple (al mismo nivel, de hecho, de los que alientan a la “turba trumpista”) hasta en los medios y personas más sofisticadas.
¿Tan incorrecto es contarlo de otro modo? Por ejemplo: el pasado día 6, miles de ciudadanos, convencidos de la existencia de un fraude electoral generalizado, acudieron a la capital federal a presionar a sus representantes y apoyar a su líder político. Una vez allí realizaron una marcha de protesta hacia el Capitolio, en dónde, muchos de ellos, burlando a la policía, lograron penetrar en el edificio provocando graves disturbios (murieron cinco personas) antes de que la revuelta se disolviera y la gente se marchara a su casa.
¿Notan la diferencia? Por ejemplo: ¿quiénes eran – y a quiénes representaban – esos manifestantes? ¿Son todos los ciudadanos que votaron a Trump (casi 74 millones) una turba de locos supremacistas? Si es así, el país está perdido. Pero es obvio que no es así. Por poco que nos guste, gran parte del pueblo norteamericano (casi la mitad de los electores) apoya claramente a Trump. Y la mayoría no son neofascistas, sino demócratas, moralmente conservadores, convencidos de que la democracia está corrompida por las élites.
¿Que están todos engañados por la demagogia populista de Trump y su camarilla? Seguro. Pero esa idea no es democráticamente pertinente. Defender la soberanía popular no casa con la presunción de que la mitad de la ciudadanía es estúpida y manipulable. O una cosa o la otra. Considerar al Pueblo como la quintaesencia de la legitimidad democrática (cuando apoya nuestras ideas) y, a la vez, como un influenciable atajo de críos (cuando no las apoya), no es coherente (ni democrático).
¿Que no hay pruebas objetivas de fraude electoral? Eso es. Pero la objetividad es siempre un problema en democracia. Si millones de votantes están convencidos de que hubo fraude, y de que todo el sistema conspira para ocultarlo, están en su derecho, no solo de expresar su descontento, sino de promover una insurrección. El derecho del pueblo (y hasta del individuo) a romper con el derecho instituido cuando lo considera irreparablemente injusto es uno de los fundamentos de la democracia liberal, y, quizá, el elemento análogo, en el gobernado, a lo que representa el estado de excepción en el gobernante.
Dicho esto, ¿cómo puede resolverse democráticamente una crisis como esta? Primero, y menos importante (y eficaz): hacer valer el estado de derecho; la ley ha de caer con la contundencia debida sobre las cabezas de los rebeldes, empezando por el presidente (el derecho político a la rebelión tiene – obviamente – su contrapeso en el derecho jurídico a castigar al rebelde que fracasa). Lo segundo, y más importante (y eficaz): restaurar la confianza en el sistema en todos los millones de estadounidenses que han dejado de confiar en él.
Restaurar la confianza y la concordia es una tarea larga y complicada. Y lo último que se debe hacer para lograrlo es censurar las ideas del otro. Aunque las empresas de comunicación (Twitter, Facebook, etc.) tienen todo el derecho del mundo a censurar (de forma muy oportunista en el caso de Trump, de quien se han servido durante años) a quién quieran – para ello son medios privados y tienen la “línea editorial” que les apetece –, el Estado, sin embargo, no. En un Estado democrático no caben “ministerios de la verdad”, sino asegurar que cada ciudadano o grupo proponga el mensaje que le parezca oportuno para que los demás lo valoren libremente. Las “leyes mordaza” (y sus sucedáneos biempensantes, como las leyes contra la “incitación a la violencia y al odio”) conciben a los ciudadanos como menores de edad y promueven un peligroso precedente de control de la opinión pública (¿por qué no malinterpretar y censurar ese mismo artículo, por ejemplo, por ser “demasiado tolerante”con la violencia popular?).
¿Pueden minimizarse, en fin, los riesgos de la libertad sin acabar con ella? Por supuesto. Basta con disponer de una ciudadanía políticamente madura inmune a los demagogos. ¿Que cómo se logra todo esto? Con una sólida educación (ética y crítica) de los ciudadanos. ¿Y estamos en ello? No, en absoluto. Más bien todo lo contrario. ¿Entonces? Entonces es probable que la casi carnavalesca “toma del capitolio” del otro día (con sus armas y sus muertos a balazos – lo habitual en U.S.A –) no sea más que una tímida premonición de lo que está por venir.
He mandado la conferencia por correo antes de darla telemáticamente.
Comienza así: "Cuando algunos sesudos pensadores se han propuesto comprender la singularidad de la vida humana han visto, con razón, que no puede comprenderse haciendo abstracción del tiempo. Estamos, obviamente, en el tiempo, pero lo importante es que el tiempo está en nosotros. El tiempo no es algo que nos pasa, sino algo que nos hace, alterando con su transcurrir nuestro ser y haciéndonos diferentes de lo que éramos. Mi biografía no sólo está en el tiempo, sino que, sobre todo, es el desarrollo de mi tiempo. A esta manera de ser de lo humano, tan singular, se le ha dado el nombre de historicidad.
Y termina así: “Gracias a la vida, muero.”
Este libro, por supuesto, se dirige al colectivo de profesores y educadores, para quienes la enseñanza correcta de las matemáticas depende de la experiencia directa del alumnado y de su familiaridad con los conceptos.
Las matemáticas elementales no son fáciles. Son profundas y, además, bonitas. Desde estas páginas se invita también a los que aprendieron a multiplicar fracciones o a hacer divisiones, pero nunca lo entendieron bien, a ver las matemáticas desde una perspectiva diferente. Pero, su propósito es, sobre todo, ofrecer ayuda al padre o la madre que quieran participar activamente en el proceso de aprendizaje de sus hijos en lo que se refiere a la aritmética, proporcionarles la orientación necesaria para realizar ese acompañamieto.
Sobre el autor
Ron Aharoni (Israel, 1952) cursó sus estudios universitarios en el Instituto Israel de Tecnología (Technion), donde se doctoró en el año 1979 y es profesor en la actualidad. Su carrera investigadora se ha centrado en el campo de la combinatoria y la teoría de grafos. Además de su faceta de profesor universitario ha desarrollado una destacada actividad en el campo de la docencia de la matemática elemental, como prueba la presente obra y en la confección de programas de estudio sobre esta materia para la escuela primaria.
Primeras páginas de Aritmética en familiaDescargaLa entrada Aritmética en familia se publicó primero en Aprender a pensar.
Cada vez estoy más convencido de que la ignorancia mueve al mundo y que un hombre de éxito es, básicamente, un ignorante con suerte.
Cuando se contempla la historia desde esta perspectiva, se añoran las teorías conspìrativas, porque suponen un mundo gobernado por malvados, sí, pero por malvados muy inteligentes y, por lo tanto, el resultado sería un equilibro de poderes forzado por las grandes inteligencias conspirativas repartidas por el mundo.
Cuando leo a un analista político -cada vez de manera más ocasional- sospecho que ha reducido la complejidad de la realidad a su conveniencia, para poner de manifiesto su inteligenca analítica. El lector acaba su artículo convencido de que ese analista le ha desentrañado alguna de las claves ocultas de la realidad, pero en realidad no ha hecho más que manipular la realidad hasta convertirla en pedestal de su ego... o mejor, en pedestal del ego común, dado que cada vez más los medios dan más realce a aquella parte de lo sucedido que despertará la empatía del lector. Cuanta más empatía lectora movilicen, más anunciantes llamarán a sus puertas.
Cuando oigo a un político... me suena todo tan repetido, tan reiterado, tan cacofónico, que siento un poco de pena por él.
Respecto a mí, ignorante convencido, dado que la ignorancia es tan reacia a la lógica, sé que me moriré sin haber comprendido nada realmente relevante de todo este gran teatro del mundo, en el que la auténtica realidad son los actores que llevan tanto tiempo con las máscaras puestas que ya han olvidado quienes son realmente bajo las máscaras. De hecho, si se las quitasen posiblemente no se reconocería. ¿Y qué somos tú y yo, sino espectadores enmascarados que se niegan a aceptar que lo son?
O quizás sí haya comprendido una cosa: que la política puede soportar sin problemas la ignorancia, pero es incapaz de digerir el cinismo.
Estos perfiles son los objetos convertidos en mercancías por los que compiten las empresas depredadoras de datos. Sin embargo, obsérvese que la información tiene algunas características particulares. Como todo lo que ocurre en el mundo, la información tiene una base material en la energía: la cámara que te observa capta frecuencias luminosas, las transforma en señales eléctricas que acaban en circuitos en los almacenes de la nube y son procesados por otros circuitos que almacenan programas o algoritmos. Pero, a diferencia de la energía que nunca desaparece sino que se transforma, la información sí desaparece. Al menos la información útil. La información es datos interpretados por los procesadores algorítmicos que crean a su vez patrones. Pero este proceso es increíblemente frágil: los datos pueden estar corruptos en el sentido de que produzcan información incorrecta, pero, sobre todo, los procesadores de información, por el momento, solamente son sensibles a los datos inmediatos y actuales, no a lo que puede cambiar: observan patrones que dependen de lo que hacemos y de lo que hemos hecho. Por ejemplo, las recomendaciones de Amazon, Spotify o de Google, dependen de perfiles que tienen dos bases: tus últimos consumos y tu historia de consumo. Esta base es sumamente frágil porque como todos sabemos, depende de muchos factores contingente como lo es nuestra propia historia.
Los algoritmos como tales no serían particularmente útiles si no fuese porque interactúan con nuestros cerebros, cuerpos y afectos generando un efecto secundario: no solamente extraen datos de nuestra privacidad, pero esto no sería demasiado peligroso porque siempre estamos cambiando. Lo que hace útiles a los datos es que los algoritmos también producen privacidad. Las listas de Spotify no solamente difunden música, también crean fono-identidades. Las listas de reproducción son objetos con los que creamos nuestra propia subjetividad, las “bandas musicales” de nuestra vida. Lo mismo ocurre con las plataformas visuales y las plataformas de experiencias: Uber y Ryanair nos constituyen como viajeros previsibles, ordenan los movimientos de nuestros cuerpos, Zara o las franquicias nos constituyen como identidades sociales. Recuerdo que, hace tres décadas, en la era del “gimme two” de los outlets de Estados Unidos, cuando alguien me dijo “¡Tommy Hilfiger!, ¡eso es ropa de negros!” (en el barrio Salamanca se escuchan cosas de estas cada momento).
Foucault intuyó estos cambios en su idea de la biopolítica. En estadios primitivos del capitalismo pensaba en prácticas discursivas, en cambios que se reflejasen en el discurso. Fue su etapa genealógica, algo que cambia en sus últimos años cuando comienza a pensar que la creación de instituciones y el saber del estado se sostienen o caen juntas: el estado necesita establecer instituciones que normalicen para que sus clasificaciones se hagan verdaderas. Es un problema básico de información y no de energía. La información desaparece rápidamente, como bien saben los servicios de inteligencia: los secretos no son más que estadios efímeros antes de aparecer en la prensa. Para que la información sea económicamente útil (a diferencia de los secretos sobre lo particular de los servicios de inteligencia) tiene que venir de bases normalizadas y robustas. Los algoritmos son eficientes si y solo si producen identidades, subjetividades inducidas, si no son simples representaciones de datos sino productores de sistemas que producen datos. La base material sobreviniente del complejo C-M-C en el capitalismo global de los big data ya no es solamente un ejercicio de la conservación de la energía. Tiene que controlar continuamente el flujo de datos para que estos produzcan información útil. Obviamente este ciclo se sigue manteniendo sobre nuevas formas de trabajo de las que los algoritmos son solamente colaboradores. Y pensar en estas formas es sin duda una de las tareas más urgentes para entender nuestro tiempo.
Cabrían muchos ejemplos, pero quizás, muy rápida y descuidadamente propondría dos: las subprime que crearon la crisis del 2008 eran producto de la producción de subjetividades neoliberales. La burbuja inmobiliaria no habría existido sin la producción de la identidad: individuo-familia-vivienda. La burbuja actual de la educación no existiría sin la producción de biografías-currículo en las que el deseo de ser una historia normalizada ordena las trayectorias y los préstamos para obtener títulos. Todo eso sería imposible si solo fuesen los algoritmos: se necesitan subjetividades ahormadas. Otro ejemplo próximo ha sido el uso que ha hecho Trump de la información (que pasará a la historia como un genio de la manipulación de los nuevos sistemas informacionales): Trump sabía muy bien del poder performativo de los algoritmos. Sus tuits "fake news!" tenían el objetivo de producir desconfianza de la información y por tanto inutilización de las armas del adversario, al tiempo que sus continuos mensajes producían subjetividades proclives al consumo de sus productos como las teorías de la conspiración. Nadie como él entendió tan bien la fragilidad del algoritmo.
Fernando Broncano, Fragilidad del algoritmo, El laberinto de la identidad 16/01/2021
No hay forma de escapar a esta paradoja: el proceso que constituye el universo (es decir, la historia de la transformación de la energía) sólo aparece muy dilatado en razón de que un ser efímero, “desde su enfermedad, desde su nada”, estupefacto ante su entorno, se esfuerza por ordenarlo y contarlo a la vez que persiste en conferirle un sentido ...
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (I): desde su enfermedad, desde su nada, El Boomeran(g) 14701/2021
Existe un malentendido muy común sobre el modo en que operan las máquinas y los sistemas. Se piensa que, para superar a los humanos, deben copiar el modo en que pensamos y razonamos. Ese era el fundamento de lo que yo llamo la primera generación de la Inteligencia Artificial (IA). Y ese ha sido el modo en que los economistas se han planteado hasta hace poco la capacidad e influencia de las máquinas. Si querías desarrollar una máquina capaz de derrotar al ajedrez a Gari Kaspárov, tenías que crear un sistema capaz de capturar el proceso razonador que tendría un gran jugador de ajedrez. Lo que ha ocurrido como consecuencia de los últimos adelantos tecnológicos, sin embargo, es que las máquinas son capaces de desarrollar estas tareas de un modo muy diferente a cómo lo hacemos los humanos.
Los sistemas y las máquinas no tienen necesariamente que copiar lo que hacen los seres humanos para ser mejores que ellos. Puedes tener máquinas muy eficaces que no necesiten pensar. La Universidad de Stanford ha desarrollado un sistema que puede diagnosticar si una mancha en la piel es cancerígena de un modo tan preciso como los mejores dermatólogos. ¿Cómo funciona? No intenta copiar el buen juicio de un médico. De hecho, la máquina ni sabe ni entiende de medicina en absoluto. Lo que tiene son datos almacenados de unos 130.000 casos reales, y aplica un algoritmo de reconocimiento de características repetidas a lo largo de esos casos.
Rafa de Miguel, entrevista a Daniel Susskind: "Una máquina no necesita copiar a los humanos para ser mejor que ellos", El País 10/01/2021
Juan José Gómez Cadenas y Aitzol García Exarri, entrevistan a Rafael Yuste: "Con la neurotecnología va a ser posible descifrar la actividad mental de las personas", jotdown.es 30/12/2020
... un factor decisivo para la persistencia de la sospecha anticientífica ha sido lo que Max Weber, en una muy repetida expresión, llamó el “desencantamiento del mundo”, es decir, la desaparición propiciada por el avance de las ciencias del sentido de la reverencia hacia lo existente y de la entrega al misterio; un misterio que, sin embargo, una gran parte de los seres humanos siguen necesitando para dar sentido a sus vidas. Sencillamente hay personas que no soportan tener que aceptar que son una parte más de una naturaleza regida por leyes que no se preocupa de nosotros y en la que no hay magia alguna, ni más misterio que el que implica la limitación de nuestro conocimiento. Es la situación de los que prefieren la calidez vital que les puede proporcionar la creencia en algo trascendente o insondable frente a la sequedad y frialdad de la indagación racional. La modernidad inició la separación entre la imagen popular (manifiesta) del mundo y la imagen científica, y la Ilustración primó la segunda sobre la primera. Son muchos, sin embargo, los que no pueden trasladar esta primacía a sus vidas y deciden que la imagen científica del mundo es algo que no les concierne o incluso que les perjudica. Como ha subrayado el historiador de la ciencia Gerald Holton, la anticiencia ofrece a estas personas una visión del mundo motivadora, estable y funcional. Al fin y al cabo, si la ciencia no tiene todas las repuestas sobre el mundo, ¿por qué no resistirse entonces a su voluntad de controlarlo todo?
Antonio Diéguez, Antivacunas y anticiencia: la frustración por el desencantamiento del mundo, elconfidencial.com 09/01/2021
¿Cuáles son las funciones sociales y psicológicas de las ideologías? Como decimos, orientan al individuo al aportarle un mapa social reduciendo así la complejidad de las sociedades modernas hasta unas generalizaciones muy simples (en casos extremos, patentes falsedades). También es importante que la ideología coordina la acción de todos los miembros que la comparten. Las ideologías facilitan la cooperación entre los miembros de un grupo identitario al coordinar sus creencias y valores y al unificarlas en una narrativa que provee un diagnóstico moral del mundo exterior y de lo que es necesario hacer. La parte negativa, evidentemente, es que las ideologías suponen un serio obstáculo para la cooperación con otros grupos. Es debido al hecho de que las ideologías conectan con la identidad moral que la gente está dispuesta a hacer grandes sacrificios, incluso hasta el punto de dar sus vidas en aras de mantener esas creencias ideológicas. Esta misma estrecha conexión con la identidad moral explica también por qué las ideologías pueden motivar a la gente a hacer cosas terribles a otra gente.
Los seres humanos tienen una profundo deseo -una necesidad irreprimible- de una identidad moral y tienen también una poderosa necesidad de pertenencia, de reconocerse como miembros de algún grupo o grupos y las identidades de grupo que tienen un sustancial componente moral satisfacen ambas necesidades. Las ideologías divisivas acentúan (o incluso crean) las identidades morales de grupo y lo hacen contrastando el grupo que es central para nuestra identidad con otro grupo que suele ser caracterizado de una manera amenazante. Nosotros somos la fuente de todo lo que es bueno y justo en una sociedad debido a nuestras admirables virtudes mientras que Ellos son la fuente de todo lo que es malo y erróneo debido a sus vicios. Si Nosotros conseguimos moldear la sociedad según nuestros virtuosos valores, todo irá bien. Si ellos triunfan y preservan el orden social que respalda sus valores, las cosas irán muy mal.
De manera que las ideologías son heurísticos, una especie de atajos mentales para orientarnos sin tener que estudiar datos ingentes de información, lo que nos impediría actuar dadas las criaturas finitas que somos. Por ejemplo, las ideologías nos indican a quién escuchar y a quién no. Si es uno de Nosotros pues se merece que le escuchemos; si el que habla pertenece al Ellos, entonces ya sabemos que está contaminado por todos los defectos de “esa gente” y no hay que escucharle. O bien no tiene información o bien no es honesto. Además, ocurre otra cosa: si tú escuchas a los miembros de lo que tu grupo considera Ellos, eres sospechoso para los miembros de tu grupo. Rehusar escucharles a Ellos es una clara señal de identidad y solidaridad con el grupo. Si escuchas podrías contagiarte de sus ideas patógenas y tu propia disponibilidad a escuchar indica que puedes ser desleal. Así que las ideologías funcionan como una especie de Sistema Inmune anti-creencias que te aísla y te protege de creencias que podrían falsificar las tuyas lo mismo que el sistema inmune te protege de patógenos.
Conviene volver a señalar cuál es el problema del tribalismo, aún a riesgo de resultar repetitivo. El problema no es que el tribalismo anule nuestra mente moral y nos lleve a actos inmorales destructivos, no. El problema del tribalismo es que utiliza nuestra mente moral, se sirve de la fuerza destructiva de nuestra convicciones morales, que son vividas como mandatos morales y la dirige hacia la exclusión, la discriminación o incluso la violencia. El problema es que el tribalismo aprovecha los principios morales existentes y el poder de motivación y de compromiso de nuestra identidad moral y de nuestras convicciones morales para producir un resultado inmoral. El tribalismo es nuestra mente moral en acción, nuestra moralidad cometiendo actos inmorales. Esto es lo que hace que la retórica del tribalismo sea tan efectiva, y tan peligrosa. Más que vencer o anular nuestros principios morales básicos, los absorbe, los incorpora y los redirige hacia objetivos inmorales explotando la motivación y la mente moral al servicio de la inmoralidad.
La conclusión de todo lo que estamos comentando es el grave peligro que las ideologías -y el tribalismo intrasocietal que generan- suponen para la convivencia y para la democracia. Un ingrediente esencial del juego democrático es ver a nuestros adversarios ideológicos como potenciales copartícipes en el proceso de determinar entre todos cuál es el bien común y cuáles son los caminos para conseguirlo. Es decir, implica contemplar a los que piensan diferente como seres razonables, como personas decentes y honestas que tienen otras ideas. La democracia requiere aceptar que en una sociedad hay diferentes visiones y opciones legítimas y que la gente va a votar y elegir entre ellas. Pero el ambiente que se ha generado en muchas de nuestra sociedades modernas es que sólo hay una opción legítima (la nuestra), que sólo se puede pensar una cosa y que los que piensan de forma diferentes son una amenaza, hasta el punto de que, como hemos visto, está creciendo la convicción de que estaría justificado recurrir a la violencia para impedir esas otras opciones que ya no son legítimas. Jonathan Rauch dice en su libro Kindly Inquisitors: “Una sociedad liberal se sostiene sobre el principio de que todos debemos tomar en serio la idea de que podemos estar equivocados. Esto significa que no debemos poner a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, fuera del alcance de la crítica; significa que debemos permitir que la gente se equivoque, incluso cuando el error ofende y molesta, como a menudo sucede”. No parece ser ésta la norma por la que nos estamos guiando ya.
El tribalismo intrasocietal movido por la ideología está haciendo que la democracia sea imposible al minar el respeto entre iguales que requiere. Parece que esto es lo que está ocurriendo en EEUU, como hemos visto, así como en otros lugares. La democracia no funciona si ves a la gente que piensa de forma diferente como la encarnación del mal y, por lo tanto, como gente con la que no sólo no se puede colaborar sino que son una fuerza peligrosa que hay que derrotar. El tribalismo ideológico está erosionando nuestras sociedades y está generando un riesgo muy grande de violencia y de ruptura. Es urgente reconocer el problema y buscar soluciones.
Pablo Malo, El Tribalismo Ideológico amenaza nuestras sociedades y no sólo en los EEUU, Evolución y Neurociencias 08/01/2021
La "Farruca" de Pablo Sorozábal.
Y de postre, para que se vea la versartilidad de este genio, el fox-trot Si tu sales a Rosales.
Suelo decir, más de veras que de bromas, que uno sabe, fatalmente, que es viejo cuando esá más pendiente de sus rodillas que de las rodillas de la vecina.
Pero, en realidad, ahora sé que este de las rodillas es sólo el primer síntoma de una completa metamorfosis existencial.
Hay otros muchos síntomas que no dejan de sorprenderme, y no siempre para mal. Por ejemplo: encuentro hoy más intensidad musical, mucha más, en un pasaje cualquiera de La del manojo de rosas o de La tabernera del puerto que en la obra completa de Led Zeppelin. Y, para muestra, un botón (un botón sublime, ciertamente).
... la tendencia a adoptar un comportamiento político o a decidir el voto no por la afinidad a un partido, sino por oposición a otros partidos que disgustan o que, incluso, se odian no es nueva, parece cada vez más general. Pero el hecho más notable es el aumento de las estrategias de polarización y confrontación que cultivan intensivamente los sentimientos que alimentan esta tendencia para cosechar sus frutos.
Pero el cultivo intensivo del partidismo negativo con estrategias de polarización y confrontación tiene consecuencias. Como el surgimiento de formas de liderazgo en las que el líder busca ganar o mantener apoyo para él y su partido explotando en sus partidarios potenciales la percepción de que quienes antes eran adversarios políticos ahora son enemigos del pueblo y de que él mismo, aunque quizás no sea la personificación más carismática de la nación que estos rivales quieren supuestamente destruir, es quien mejor representa en caricatura en el presente el desprecio y el odio contra estos enemigos que comparten. Los efectos de la irrupción de estas formas de liderazgo incluso en viejos partidos de gobierno que han pretendido lucrarse electoralmente presentando cabezas de lista de perfil antiestablishment se han podido constatar más de una vez en los últimos tiempos. Estos efectos tienen mucho que ver con la lógica con que se argumentan, que promueve que los seguidores habiten mentalmente en una realidad basada en la imagen del momento de excepción o de la nación en peligro en que la constitución, las leyes y la separación de poderes dejan de verse como garantías y aparecen como estorbos insoportables e ilegítimos para la democracia. Los hechos del Capitolio pueden interpretarse como una conclusión de estas premisas. Y también ilustran hasta qué punto el consumo político de estrategias de confrontación para cultivar el partidismo negativo puede alimentar las conspiraciones sediciosas y perjudica seriamente la salud de las instituciones democráticas.
Josep Maria Ruiz Simon, El partidismo inverso, La Vanguardia 12/01/2021
"Auzolan" significa en euskera “trabajo vecinal” y es una noble virtud republicana en la medida en que, como decía Cicerón, “res publica, res populi” (los asuntos públicos, son los asuntos de la gente).
El "auzolan" es una colaboración voluntaria y gratuita de los vecinos en una tarea común de cuyo resultado se deriva un beneficio colectivo, por ejemplo, la apertura o el mantenimiento de un camino, la construcción de un edificio público... o la limpieza de la nieve acumulada en las aceras.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Ahora que andamos con los propósitos de año nuevo, recuerdo aquello que me decía un talentoso profesor de ética en la Universidad. ¿Quieres saber cuál es el secreto de una vida feliz? – me preguntó un día mientras charlábamos después de clase –. Claro – le dije yo, esperando una prolija y sesuda explicación –. Pues el secreto – dijo – no reside más que en estar contento.
Aquel profesor no solía hablar en vano. Era tan bueno como exigente con sus alumnos (paradójicamente, no se contentaba con poco a la hora de evaluarnos). Así que me quedé pensando: no podía contentarme con esa respuesta tan simple.
¿Qué es eso de “estar contento”? No es solo conformarse con lo que hay, pues la expresión también denota alegría. El que está “contento” reprime o relega sus deseos (de otra cosa) pero, por raro que parezca, en ese estado de contención encuentra una suerte de alegre plenitud.
La contención de los deseos es una de las dos formas tradicionales de concebir la felicidad. La otra es la de desatarlos. La primera fórmula, haciendo una burda simplificación, es la que típicamente se atribuye a la teosofía oriental, y la segunda es la que, a grandes rasgos, nos define a los occidentales.
La concepción “occidental” de la felicidad es, desde luego, más ambigua y mestiza de lo que acabamos de decir (tal como la oriental, a poco que se profundice). Por ejemplo: si desde nuestra raíz más puramente griega la felicidad se entiende (no sin matices) en el marco de una moral inconformista dirigida al logro de metas y deseos, desde nuestra raíz más oriental o semítica esa ambición incontinente se entiende como el mal supremo. Esta ambigüedad aparece ilustrada, por cierto, en dos de los mitos mayores de nuestra civilización: el mito de la caverna platónico y el mito hebreo del Génesis. Así, si, según el mito platónico, hemos de abandonar la inocencia originaria – entendida como un estado de imperfección – para iniciar un inacabable periplo guiado por el eros (deseo) de todo lo bello, bueno y verdadero, lo debido, en el mito bíblico, es justo lo contrario: contentarnos con ese estado inicial (y edénico) que es la inocencia y reprimir la ambición (sobre todo la de saber y “ser como dioses”), so pena de incurrir en el peor de los pecados. ¿Qué hacer entonces?
Entregado al deseo, la situación del ser humano es trágica. Su afán de infinito se troca en un infinito afán siempre imposible de satisfacer; algo que no le ocurre ni a los animales ni a los dioses (los animales porque no saben todo lo que les falta, y los dioses porque saben que todo lo tienen); solo el ser humano tiene una noción del todo, siendo tan solo una parte y, por eso, no se conforma con nada. Una misteriosa intuición de lo perfecto que, lógicamente, no tiene nada que ver con este mundo, le impide contentarse con él. “Neti neti” (no es esto, no es aquello) repiten sistemáticamente los brahmanes hindúes ante cualquier intento de dar forma a lo divino. Nada es ni será nunca tan perfecto como soñamos.
Frente a este estado de frustración crónica que da el vivir a tenor de los deseos, el modelo moral oriental recomienda la contención, el “estar contento”. Esta concepción “zen” de la felicidad choca, sin embargo, con varios problemas. El principal es que niega nuestra entidad individual. Todo lo que particularmente somos (conciencia, historia, proyecto) y lo que asociamos a la vida (el movimiento, el amor a lo que nos falta, el anhelo de perfección, el deseo de “dejar huella”) son cosas ligadas al deseo. Si lo sustituimos por una serena y estática aceptación de “lo que es”, toda nuestra individualidad se desvela como vana – se desvanece –.
¿Qué hacer, entonces, para vivir como debemos y ser felices? ¿Eclipsarnos humildemente para dejar que sea lo que, sin distinción ni tiempo, es? ¿O intentar brillar, soberbios, en el empeño de realizar todo lo que particular y temporalmente podemos llegar a ser? ¿Callar o hablar? ¿Negarnos – para serlo todo –, o afirmarnos y tomar distancia – para pensarlo –? ¿La confianza o la duda? ¿Perdernos (o salvarnos) en Dios, o perdernos (o salvarnos) de él?
Claro que también cabe un cierto término medio: podemos contentarnos y aceptar esa incontinencia que trágicamente nos define, o, también, entender la continencia como un horizonte imposible pero eterna e incontinentemente deseado. Un horizonte que, al menos – y como aquella zanahoria del burro – nos haga sentir que vamos hacia algún lado, aunque, al fondo y en el infinito, todo sea siempre y en cada parte lo mismo. Menos es nada.
Ráfagas de lluvia intermitente contra los cristales, formando regueros de lágrimas que la gravedad arrastra caprichosamente; las copas de las jacarandas sacudidas por un viento arremolinado, que les arranca esas hojillas minúsculas e insidiosas que irán apareciendo misteriosamente por la casa durante los próximos días; las nubes bajas, densas, desfilando lenta y pomposamente; el mar revuelto; la manta sobre las piernas y un libro entre las manos. Frente a los desplantes de la naturaleza anónima, la resistencia del paso de las hojas. Estoy entretenido con la maravillosa coleccción Medio Siglo de Historia, publicada por la Editorial Purcalla en los años cuarenta. Cada tomo es una delicia, bien escrito, riguroso, bien documentado, ameno, con una combinación precisa de lo anecdótico y lo categoríal y, sí, de vez en cuando, con una pleitesía a los tiempos.
En el número 1 de Gedeón, Silvela aparecía ya caracterizado como "la daga florentina".
Se decía que no había intervención suya en el Parlamento en la que no hubiera que lamentar desgracias personales.
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Ando con Silvela un político tan inteligente y trabajador como débil para enfrentarse a los vértigos de la política. Cánovas lo captó muy bien. Ayer, por la noche, mientras andaba subrayando párrafos enteros, el eco de la casa me trajo dos frases de no sé qué una película que echaban en no sé qué cadena de la tele:
- "¡Cuidado con la mediocridad, es un parásito de la mente!"
- "Un tonto, por definición, es el que convierte todo lo que no comprende en un chiste".
Por supuesto la mediocridad acechante no es la ajena, sino la propia, la que nos acompaña nativamente como nuestra sombra. Respecto a la segunda frase, adviértase que la ironía no hace chistes.
Antes, las revoluciones las dirigían revolucionarios profesionales que hacían de la conspiración y la clandestinidad un modo de vida. Ahora se hacen con el móvil en la mano y no hay revolucionario de bolsillo que no quiera ver su foto en las redes sociales asaltando el despacho de la Pelosi (que a mí me parece una Trump de izquierdas).
Más allá de lo obviamente condenable, hay algo profundamente ingenuo en esos seguidores de Trump -perroflautas maveriks- que iban dejando huellas inconfundibles de sí mismos por el Capitolio; ingenuidad que se vuelve dramática cuando Trump los condena intentando salvar su propio pellejo de la inevitable quema.
Resalto otro punto: la prisa que han tenido los populistas de izquierdas para decir que ellos no son así. Es decir, que ante la posibilidad de verse a sí mismos retrospectivamente entre los asaltantes del Capitolio, se han dado una prisa inusitada en cerrar los ojos. Ya se sabe que el pueblo cuando en vez de manifestarse como clase se manifiesta como nación, es de ultraderecha.
Trump se ha hecho un flaco favor a sí mismo y ha hecho un flaquísimo favor a su partido, al que ha dejado calcinado.
Pater infamis. Genealogía del cura pederasta en España (1880-1912)
Francisco Vázquez García
Madrid : Cátedra, 2020
Escrito por Luis Roca Jusmet
Francisco Vázquez García es, sin duda, uno de los filósofos españoles que más profundizado en un Foucault vinculado a las ciencias sociales. No es casualidad que sea, seguramente, uno de los mejores estudiosos de la obra de Georges Canguilhem, un riguroso filósofo de la ciencia que tuvo una influencia capital sobre Foucault. Vázquez García ha hecho un doble trabajo: por una parte y a nivel más teórico, un innovador ensayo sobre el encuentro del filósofo francés con los historiadores; por otra, una serie de estudios genealógicos muy precisos sobre temas diversos relacionados con las prácticas de la biopolítica en nuestra historia: prostitución, hermafroditismo, homosexualidad. Para el autor, Michel Foucault no es un ídolo al que venerar sino un pensador que ha elaborado una caja de instrumentos que hay que utilizar. Tampoco es partidario de un desarrollo especulativo de la biopolítica, al estilo de Agamben o Expósito. Se sitúa más bien en una línea más empírica y en este sentido está más en el registro de los anglofoucaultianos como Nikolás Rose.
Lo que nos propone el autor en este libro es un análisis de la construcción conceptual del “cura pederasta” en la España que va de 1880 a 1912 y su problematización social. Para Vázquez García esta genealogía debe servirnos, como apuntaba el mismo Foucault, para una ontología del presente. Esto quiere decir que este estudio histórico interesa para contrastarlo con la conceptualización contemporánea del “cura pedófilo” Y no hablamos aquí de un cambio terminológico, ni tan siquiera referido a su significado. Nos referimos a enunciados diferentes, en la medida en que se sitúan en marcos mentales distintos. Esto nos hace ver que nuestra percepción del “cura pedófilo” no se refiere a un hecho cultural que se pierde en la noche de los tiempos, aunque tampoco un hecho reciente.
El enfoque es nominalista, no busca la esencia de este “cura pederasta”, ya que lo que se plantea son las transformaciones conceptuales que se enmarcan en unos determinados contextos históricos que configuran escenarios donde el saber, el poder y las subjetivaciones se trazan de maneras diferentes. Cuando se hablaba de “cura pederasta” a finales del siglo XIX y principios del XX, se trataba de la figura del perverso moral, cuyo trastorno era provocado por la represión natural de la sexualidad. Era el enemigo biológico de la comunidad y de la familia patriarcal, protegido por esferas privilegiadas del poder. Hoy, en cambio, se trata del perverso sexual que, amparándose en su poder, agrede a los niños, traumatizándolos para siempre y bloqueándolos para ser ciudadanos productivos y buenos gestores de sí mismos. Son los derechos de los niños los que están en juego.Todo ello lo hace desde un análisis de larga duración, en la que los casos concretos sirven para ejemplificarlo. El estudio baraja muchas hipótesis interesantes. Entre ellas la de una historia de la sexualidad que, contra el tópico, contempla el papel de la Iglesia en la formación de las modernas ciencias de la sexualidad.
Francisco Vázquez García aborda de manera muy inteligente los tres ejes foucaultianos en el desarrollo de su estudio. Por una parte, el eje del poder, entendiendo la campaña de prensa como una tecnología política que pretendía reducir el poder de la Iglesia en diversos ámbitos, sobre todo el de la educación. Por otro lado, el eje del saber y la verdad, a través de las campañas periodísticas que se dan en los movimientos anticlericales en España a finales del siglo XIX y principios del XX. Se pretendía sacar a la luz los secretos más sórdidos de la Iglesia católica. Presentar al “cura pederasta” como un enemigo de la nación, incluso en términos biológicos de salud de la población. Finalmente, el de la construcción de la figura del cura “pederasta” o “esteta”.
El libro está estructurado de una manera muy sugerente, dividido en cuatro partes: “Genealogía”, “Intersecciones”, “Biopolítica” y “Vidas infames” y he de decir que su lectura es apasionante, aunque haya que superar la dificultad de un libro que, al tener un formato académico, puede resultar para muchos lectores, demasiado lleno de citas. En todo caso es un inconveniente menor. Lo que podemos aprender de este estudio son, como mínimo, tres cosas. En primer lugar, nos informamos de manera rigurosa sobre un tema de actualidad, que es la del “cura pedófilo”, a través de la genealogía que traza el escrito. En segundo lugar, de la fecundidad del método foucaultiano, que nos permite una ontología de la actualidad de manera rigurosa y lúcida. Finalmente, que existe una filosofía híbrida, no hermenéutica, que está vinculada a la sociología y la historia y que es un instrumento muy precioso para entender el mundo en el que estamos.
Un nuevo artículo publicado en la revista Homonosapiens titulado Sobre la atención. Trata la manera cómo la atención contribuye en un trabajo de autoconocimiento. Es el siguiente:
En nuestro trasiego diario, de idas y venidas, en nuestras conversaciones, en las lecturas y en nuestra mirada frecuentemente filtrada por temores, necesidades, deseos y expectativas, ¿a qué prestamos atención? ¿De qué forma lo hacemos? ¿Desde dónde estamos atendiendo a la realidad? Primero de todo, es importante recalcar que la atención es una facultad clave que nos proporciona un matiz sutil de nuestra experiencia en el mundo. La atención, supone, el foco con el que iluminamos nuestro mundo. En cierta manera, a lo que yo atiendo se corresponde el grado de verdad de la realidad que se revela ante mí. Simone Weil escribió en su obra La atención a lo real:
La atención es lo que aprehende la realidad, de tal forma que cuanto mayor es la atención de parte de la mente, mayor es la manifestación del ser del objeto. La atención al dirigirse hacia algo y por lo tanto excluir lo demás, limita o define la realidad.
La filosofía nos invita a ejercitar un cultivo de la atención desde el autoconocimiento porque la cuestión fundamental que late en la dirección, forma y calidad de lo que atendemos es: quién soy yo. Esto es así porque, si no examinamos las creencias y juicios que operan en nuestra vida cotidiana, nuestra mirada atenderá de una forma más prejuiciosa, menos lúcida y profunda. En realidad, todas nuestras creencias constituyen límites para vivir con más verdad y autenticidad. Límites que dirigen nuestra atención en la vida diaria. Por ejemplo, el complaciente atenderá a los gestos, comportamientos y palabras de los otros para complacerlos; el perfeccionista dirigirá su atención a sus propios errores y a los de los demás; el controlador prestará atención a todo lo que sienta como una amenaza…
Es común, por tanto, en el ámbito filosófico y en muchas de las tradiciones espirituales, entender el autoconocimiento como la búsqueda de Sí mismo, de algo que fundamenta y trasciende mis emociones, mis pensamientos y mis acciones. El autoconocimiento es, por tanto, una búsqueda de quiénes somos realmente en esencia. Y esto evidentemente, tiene que ver mucho con el anhelo de verdad. En la filosofía occidental, concretamente, se va prestando atención a diferentes focos para iluminar la verdad que todos buscamos, y ya somos. Incluso, el mismo I. Kant remite a una pregunta última y radical que es la de quiénes somos. En el caso de Sócrates, en la práctica de los diálogos, pretende conseguir una mayor toma de conciencia, mayor verdad, prestando atención a los juicios que operan diariamente en nuestra vida y que suponemos como ciertos, procediendo a cuestionarlos. Platón, en su caso, a través de la atención “contemplativa” a las acciones, objetos y palabras puede llegar a la visión de las ideas en sí mismas y “recordar” quienes somos. Por ejemplo, a partir de la atención a la belleza física de los cuerpos, la contemplación se eleva a la belleza que ya somos. Nietzsche, atiende a todo lo que vaya en contra de la vida, lo que debilita la voluntad de vivir. Cuestiona para ello el status quo, la moralidad y la religión, es decir, desmantela lo que nos aprisiona para poder atender nuestra identidad más profunda y radical. Es uno de los patrones más universales de la filosofía: tomar más conciencia a través de la atención de lo que limita nuestra comprensión. Y eso se consigue atendiendo a esos límites, poniendo luz a la oscuridad (a la ignorancia).
Por otro lado, se cree de forma generalizada que la intención de querer ver algo nuevo, o incluso la autoimposición de querer verlo de manera distinta, puede ser suficiente para transformar nuestra mirada: a qué y cómo lo atendemos. Pero, no se trata simplemente de una técnica, sino de prestar atención con más profundidad y radicalidad. La intención y nuestra voluntad no son suficientes para transformar nuestra mirada, si no partimos de nuestra propia apertura interior, que está íntimamente relacionada con nuestro nivel de conciencia.
La calidad de la atención, por tanto, resulta ser un elemento clave en el cultivo de la atención. Es una disposición que surge del autoconocimiento, que ha depurado nuestra mirada; una disposición al encuentro de la realidad, tal como es. Representa, pues, una práctica necesaria para vivir de acuerdo con la realidad, un deseo de verdad. Es una especie de vaciamiento que permite acoger lo desconocido. ¿Cómo vaciarse? De nuevo, recurro a las palabras de Simone Weil:
La mente debe estar vacía, a la espera, sin buscar nada, pero dispuesta a recibir en su verdad desnuda el objeto que va a penetrar en ella… El pensamiento que se precipita queda lleno de forma prematura y no se encuentra ya disponible para acoger la verdad. La causa es siempre la pretensión de ser activo, de querer buscar.
Evidentemente, como ya hemos sugerido, la atención se puede cultivar o ejercitar. Y el cultivo de la atención tiene que ver mucho con este “vaciamiento”. De bien poco sirve forzar la atención a mirar lo que normalmente pasa desapercibido si no estamos abiertos a su encuentro. Esta apertura va en consonancia con unas creencias y un nivel de conciencia que, muy a menudo, empañan nuestra mirada al mundo. La forma en que atendemos al mundo se corresponde con la forma en la que vivimos la vida. Así pues, es necesario, en muchos casos, realizar una indagación filosófica sobre las creencias latentes que no nos permiten abrirnos a la realidad de una forma más transparente, revelar la verdad del mundo. Cultivar la atención es, también, un ejercicio que permite comprender nuestras resistencias a la hora de atender, para mirar hacia dentro y hacia fuera. Si estamos preocupados, angustiados, enfadados o deprimidos puede darse una relación de apego o de identificación que empaña la relación que tengo con el mundo. Primero, por tanto, nos vaciamos del “ruido interno”, es decir, de los pensamientos, de las preocupaciones, de las distracciones para escuchar la realidad y, luego, aprendemos a contemplarla, atenta y pacientemente, sin prisa, sin interpretar, esperando a que la realidad aparezca y brote como una luz.
En referencia a este cultivo de la atención, existen innumerables aportaciones por parte de las tradiciones filosóficas y espirituales de Occidente y de Oriente. En concreto, tal como indica Pierre Hadot, es necesario ejercitarse espiritualmente para lograr un perfeccionamiento del alma (nuestro modo de ser, ver y estar en el mundo). Los estoicos daban gran importancia a la ejercitación de la atención (prosoche) sobre sí mismo, una constante vigilancia para evaluar y corregir cómo se está obrando, y esto bajo la guía de ciertos principios, que se formularon de manera sencilla y clara para su aprendizaje y uso inmediato. Una ascesis de la atención que nos lleva a la transformación. Así dice en su obra La ciudadela interior:
Los estoicos propusieron como actitud fundamental en la vida lo que en griego se denomina prosoche, es decir, la atención en todos los instantes de la vida, la concentración en el momento presente, liberado de todos los apegos del pasado y el futuro, orígenes de todas las pasiones vanas y nefastas. Insistieron en el valor infinito del tiempo presente, del “aquí y el ahora”, el único en el que se puede actuar y donde se puede actuar… Sólo el instante presente es creador. Sólo en el “aquí y ahora” podemos disfrutar verdaderamente de la vida, es decir, ser en la verdadera alegría… El instante nos hace tocar la eternidad, la ausencia de temporalidad lineal es el presente eterno.
La atención a lo real tampoco se consigue a través del discurso y del razonamiento. No podemos ver con más profundidad si no buceamos en nuestro interior. Es desde lo más profundo donde emerge lo más claro y lúcido. Y aquí se requiere ese espacio de silencio interior en el que estamos presentes. Una experiencia directa, que no significa lograr una verdad absoluta, sino un contacto transparente con lo que se me presenta, incluso reconociendo los impedimentos y las resistencias a ese atender a la realidad. Y juega un papel imprescindible la honestidad. No mejoramos nuestra atención pensando cómo vemos el mundo, sino estando presentes en el mundo, que es desde donde podemos escuchar lo más profundo de nuestro ser. Estar presente y, por tanto, atentos no puede darse sin un proceso de desidentificación con nuestras propias ideas, que constituyen, el límite de nuestra atención. Contemplemos, aunque nos dé miedo, los límites para ver lo falso como falso, esos razonamientos que limitan la atención, el anhelo del océano de la verdad. Aquí dejo la palabra a Nietzsche, en la Gaya Ciencia:
¡Dejamos atrás la tierra!, cortamos los puentes y ¡subimos a bordo! A partir de este momento, barcaza, ¡presta atención! Cerca de ti se abre el océano. No ruge siempre y a veces como una ilusión bondadosa se extiende como seda y oro. Habrá horas, sin embargo, en que te espante su exclusiva infinitud, cuando aprecies que no hay un final en él. Te sentiste libre como un pájaro y ahora, ¡pobre!, tropiezas con los límites de la celda. Y ahora que no hay «tierras» ¡qué desgracia la tuya si sientes nostalgia por ella como si te diera más libertad!
Vemos que el cultivo de la atención a lo Real no se consigue a través del pensamiento ni mediante nuestra voluntad. Pero, tampoco puede instrumentalizarse, algo que se está dando en las prácticas habituales del mindfulness, como una herramienta para generar bienestar o reducir el estrés. No niego su utilidad y legitimidad en este sentido, pero así se la aparta de lo que realmente es. La atención, en su contexto original, se da como un amor desinteresado al conocimiento de la verdad que somos. Esto constituye un fin en sí mismo, una experiencia de ser y no un medio para sentirnos bien, que nos lleva, por cierto, a fortalecer un “ego” que se identifica con las emociones o con los procesos mentales. Remito a las palabras de Mónica Cavallé en su libro El arte de ser:
La actitud instrumental que busca resultados es estéril cuando no se aproxima a lo profundo; no produce frutos genuinos. Sí los procura el amar la realidad por sí misma, y no porque esperemos obtener de ella un posible provecho personal. Dicho de otro modo, si en la autoindagación solo nos mueve sentirnos bien, superar nuestros miedos, dejar de sufrir, nada profundo se nos revelará, porque la verdad solo se entrega a quien la busca por sí misma, no por los beneficios que comporta. Quien ama la realidad deja lo falso porque es falso, y no con el fin de no sufrir, es decir, sin subordinar ese acto a nada distinto de sí mismo. Ve ciertas cosas porque ver es nuestro estado natural, y no con algún otro objetivo. La conciencia testimonial no es una técnica ni un truco psicológico.
Por último, la atención que se dirige a la verdad, tal como es, está relacionada con el amor, con el reconocimiento y con el acogimiento de todo lo que se presenta. Hay un amor implícito en el anhelo de buscar la verdad, en vivir con más profundidad y radicalidad. En este amor, los demás y el mundo no quedan excluidos, porque vivimos desde lo que nos une. La atención va de la mano de algo que nos vuelve más comprensivos y, ese algo, es la disipación de la ignorancia, las celdas a las que se refería Platón en el mito de la caverna. Esto es lo que disipa la separatividad entre nosotros, porque cuanto más nos comprendemos a nosotros mismos, mejor comprendemos a los otros. Lo que miramos, cuanto más lo miramos tal como es, sin expectativas ni exigencias, más lo queremos. Nietzsche, en este bello fragmento de Así habló Zaratustra nos invita a atender a nuestros demonios para trascenderlos, “volar” y ser sujetos activos y creadores de nuestra vida.
Y cuando vi a mi demonio, lo encontré serio, grave, profundo y solemne. Era el espíritu de la gravedad. Todas las cosas caen por su causa.
Es con la risa y no con la cólera como se mata.
¡Adelante, matemos al espíritu de la gravedad! He aprendido a andar: desde entonces me abandono a correr. He aprendido a volar: desde entonces no espero a que me empujen para cambiar de sitio.
Ahora soy ligero. Ahora vuelo. Ahora me veo por debajo de mí. Ahora un dios baila en mí.
Este Cuento posnavideño lo escribí ayer antes de la "trumpada" y ha aparecido hoy en El Subjetivo, cuando la actualidad sólo tiene un nombre, Trump.
Contestando a las Cartas a un Príncipe, de Emilio Romero, Mariano Granados escribe desde el exilio mexicano las Cartas a un escritor (1965), donde entre otras interesantísimas cosas, dice: "La democracia es la forma de gobierno de un pueblo adulto. Pero la democracia no es todo. 'Democracy is not enough': es el afortunado slogan de Scott Nearing. Las ideas del siglo XIX acerca de la democracia están sujetas a revisión. El hombre libre en el Estado libre interviniendo mediante el sufragio en el régimen político del Estado, o contribuyendo a formar eso que Rousseau llamó 'la voluntad general' es sólo una entelequia".M. Granados fue, entre otras muchas cosas, Secretario de la Agrupación al Servicio de la República. La pregunta que nos sugieren sus palabras es de calado: ¿Necesita la democracia un plus de sentido que no parece capaz de darse ella democráticamente a sí misma?
... por un lado existe un compromiso profundo con la veracidad o, cuando menos, una omnipresente sospecha, una prevención contra el engaño (...). Esta sospecha, siempre presente en política, se extiende a la comprensión históricas, a as ciencias sociales o, incluso, a las interpretaciones de los descubrimientos y a a investigación en ciencias naturales.
... junto a esa exigencia de veracidad (...) se da una desconfianza asimismo omnipresente respecto a la verdad misma: sobre si tal cosa existe, sobre si, en caso de existir, puede ser que relativa, subjetiva o algo por el estilo (...).
Estas dos tendencias, el fervor por la veracidad y la desconfianza frente a la idea de verdad, están relacionados entre sí. El anhelo de veracidad pone en marcha un proceso de crítica que debilita la convicción de que haya alguna verdad segura o expresable en su totalidad.
Bernard Williams, Verdad y veracidad, Barcelona, Tusquets, 2006Llego al punto final de las memorias de Niceto Alcalá Zamora.
Lo primero que me pregunto es por qué alguien que fue Jefe del Estado -Presidente de la República-, es hoy tan ignorado. Desde luego, no se merece nuestro olvido. Pero nuestro olvido está ahí y dice mucho sobre los caprichos y sesgos de nuestra memoria histórica. No nos deberíamos permitir el lujo de olvidar ciertas cosas.
A don Niceto se le descubren pronto sus puntos flacos. Es demadsiado orgulloso, demasiado seguro de sí mismo. Es, en suma, un tremendo narcisista. Pero aunque pudo equivocarse en sus decisiones puntuales, el proyecto que lo guiaba era noble: sumar a la República el apoyo de las derechas españolas. No quería verse a sí mismo como el ala derecha de los republicanos, sino como su centro. Sin duda, al asumir la Presidencia se incapacitó para hacer la política partidista que le hubiese permitido crear un partido capaz de realizar su sueño. Para la estabilidad de la República española fue un mal negocio la presidencia de don Niceto.
Es esta una de las biografías -todas memorias tienen mucho de biografías- más tristes que he leído, porque todo se transparenta y se anuncia en ellas. Todo cuanto vendrá está llamando a la puerta. Es especialmente doloroso comprobar la continua fragmentación del mapa político. La Restauración se hundió sin que hubiera tiempo para que el liberalismo transitara ordenadamente hacia el socialismo liberal (a la británica) y sin que el conservadurismo liberal consiguiera hacerse con un líder capaz de emular a Cánovas. Pudieron haberlo sido Maura, e incluso Cambó, pero faltó alguien que hiciera de Sagasta y, en un país tan cainita como el nuestro, las dinámicas centrífugas pudieron más que las centrípetas.
Hay tantos errores, tantas meteduras de pata, tanta improvisación, tanto ideal hiperbólico ocultando lo posible -"en política lo imposible es inmoral", decía Cánovas- que convendría no olvidar nuestra enorme capacidad para hacernos daño a nosotros mismos. Esta, de hecho, debiera ser nuestra primera preocupación cuando hablamos de la memoria histórica porque lo más probable es que todos nosotros tengamos a nuestros abuelos repartidos entre los dos bandos de la guerra civil.
Siguiendo con la ampliación del concepto de capital que propuso el sociólogo Pierre Bourdieu hace más de 30 años, yo trato de entender cómo un individuo saca provecho económico a su persona en el contexto del capitalismo, cómo utiliza su apariencia y sus atributos emocionales para integrarse y ascender en el mundo empresarial. Lo que detecto es que la sexualidad tiene un papel cada vez más importante en la valorización de uno mismo en ese contexto. En especial, para las mujeres…
La capacidad de explotar la belleza ya existía en las sociedades premodernas, pero solo para las mujeres de un estatus social inferior. El capitalismo contemporáneo lo ha convertido en una norma. Es la primera vez en la historia que uno puede usar de manera legítima su cuerpo y su belleza para adquirir valor económico. Los oficios donde eso sucede ya no son desdeñados, como sucedía en otro tiempo, sino celebrados: actores, modelos o influencers forman parte de la lista de los trabajos más prestigiosos en la época actual. La única excepción es la prostitución, que sigue siendo marginal.
Es más: el atractivo sexual se ha convertido en un criterio de evaluación autónomo respecto a los demás. En Tinder ya no importa mucho el perfil: lo más importante siempre es la foto. La selección se hace, ante todo, siguiendo criterios visuales. Tinder e Instagram se han convertido en la nueva ley del mercado.
A partir de los setenta, el capitalismo entiende que el mercado de los bienes materiales es limitado por definición —uno no puede comprar cinco neveras a la vez— y que lo único que posibilita un consumo infinito es el cuerpo y las emociones. Esa sexualización creciente se produce en un contexto en el que el individuo se convierte en mercancía. Hoy nos consumimos los unos a los otros, y mostramos el espectáculo de nuestros propios cuerpos a los demás.
El sexo crea nuevas desigualdades sociales. Y también nuevas reacciones a esas desigualdades, como demuestran el caso de los incels [célibes involuntarios], esos hombres incapaces de tener sexo que expresan su frustración a través de la violencia misógina. Ese desclasamiento sexual tiene efectos sociológicos importantes. Parte del electorado de Donald Trump eran integrantes de ese grupo: eran hombres que habían perdido el poder económico y el poder en el seno de la familia, pero también el poder sexual.
Vivimos en un mundo colonizado por la hipersexualización de los cuerpos y las psiques, y dominado por una incertidumbre que resulta nueva. Las interacciones sexuales de nuestro tiempo están marcadas por ese sentimiento incierto: a diferencia de lo que sucedía hasta no hace tanto, hoy ya no se sabe cuáles son las normas que regulan esas relaciones, ni cuál es su objetivo preciso. La libertad se ha convertido en el único factor regulador. Lo que yo intento demostrar es que en esa libertad también existe una gran desigualdad de género. En lo sexual y afectivo, las mujeres siguen teniendo mucho menos poder que los hombres.
Álex Vicente, entrevista a Eva Illouz: "Vivimos en un mundo colonizado por la hipersexualización de los cuerpos y las psiques", El País 02/02/2021
... la ciencia no puede pensar (la afirmación escandalosa de Heidegger) Y a pesar de todo, la ciencia siempre ha estado limitando, delimitando e incluso definiendo los desarrollos filosóficos: desde las máquinas pensantes leibnizianes, a la deducción modo-geométrico spinozista, el giro copernicano que enmarca todo el ensayo crítico kantiano o la época Pasteur y de la revolución molecular en la cual se forman los pensadores franceses del siglo XX, solo para dar algunos ejemplos…
La ciencia siempre ha llevado a pensar y el pensamiento en sí mismo ha sido formado y deformado por la ciencia.
Hay una tónica general en los discursos pandémicos que vienen sobre todo de la rama desafortunadamente llamada humanidades.
Este discurso es a veces etiquetado como pensamiento crítico, postfundacional, o simplemente pensamiento, y lo mira todo desde la perspectiva de la biopolítica, bio-poder o del activismo político y artístico. Y no digo que no le falte razones. Sería naif pensar que en todo esto que estamos viviendo no y haya una vertiente de la biopolítica: el abuso que se está haciendo de las imágenes simbólicas televisadas «en directo» (como por ejemplo la de las primeras vacunaciones), la simbología militar durante el confinamiento y en el discurso del estado, la poca información científica sobre la vacuna y su mercantilización, la dadificación de la pandemia y, en definitiva, este retorno espectral del «big government». Mis discordancias con este tipo de pensamiento no vienen por el contenido en sí mismo, sino por su ritmo y tonalidad.
Ya empezando con la primera serie de publicaciones periodístico-filosóficas sobre la pandemia (Agamben, Paul Preciado, Zizek, etc. – todos filósofos con una obra nada despreciable) hay una cierta precipitación, la intención de explicarlo todo de nuevo o de repartir culpas a enemigos abstractos como el estado, el capitalismo o la tecno-ciencia. Y he aquí que es donde se percibe una actitud anti-ciencia, anti-estado (ergo, aquello público), que en definitiva lleva a situar la práctica médica o la práctica científica a las antípodas del pensamiento.
Esta precipitación del pensamiento es inteligible de alguna manera, considerando que todos el que abrazan el pensamiento crítico (incluso yo misma hasta un cierto punto) somos hijos predilectos de las revueltas lógicas en las periferias parisinas de los comienzos de los años 1970.
Me parece pues que el pensamiento crítico y el activismo filosófico, que enmarcan una buena parte de la filosofía continental y a la vez definen aquello que en lenguaje popular ahora mismo denominamos «pensamiento», para lograr su objetivo de crítica política, ha dejado a la sombra la ciencia (biomédica, de la información, física, etc.). Sin una comprensión de la praxis científica no hay pensamiento crítico o, para decirlo de otro modo, es la ciencia y solo la ciencia la que da el pensamiento. Y a partir de aquí, hay que empezar a trabajar la praxis política cotidiana…
Tanto vacunas como medicamentos deben ser probados antes de su comercialización para probar su efectividad y los efectos que tienen sobre los seres humanos. Dichas experimentaciones se llevan a cabo con otros seres vivos, normalmente ratas, ratones y otros roedores.
Pero, ¿es realmente necesaria la experimentación animal? ¿Qué utilidad tiene, si al fin y al cabo se testan animales que no comparten todas nuestras características?
Yo personalmente pienso que la experimentación animal es una práctica totalmente necesaria para el desarrollo de nuevos fármacos y vacunas. El empleo de animales en la experimentación ha sido un aspecto clave en el desarrollo y en el avance de la ciencia.
Una prueba de ello es la Herceptina, una proteína de ratón humanizada que ha ayudado a reducir las tasas de mortalidad de pacientes con cáncer de mama. La experimentación animal también ha permitido el desarrollo de los inhaladores para el asma, la vacuna contra el ébola, la tuberculosis y, en la situación que nos ocupa, la vacuna contra el Sars CoV-2.
Cabe destacar que estoy a favor de la experimentación animal siempre y cuando esta tenga como objetivo el desarrollo científico, ergo el desarrollo y bienestar social.
Soy consciente de que miles de animales mueren anualmente como consecuencia de este tipo de experimentación, pero creo que hace falta observar el otro lado de los datos; cada año, gracias a la experimentación animal, se salvan millones de vidas humanas.
Si la experimentación animal se dejara de utilizar o si no se hubiera producido, la mortalidad infantil podría ser unas 20 veces superior a la actual y la esperanza de vida media rondaría los 50 años.
En cuanto al dilema ético en la experimentación animal, pienso que si no se considera ético sacrificar las vidas de cientos de animales para el beneficio humano, tampoco debería considerarse ético abandonar las miles de personas que sufren y mueren por enfermedades que podrían ser curadas con la investigación y experimentación animal.
Es cierto que a causa de la experimentación animal han ocurrido grandes tragedias, como el caso de la Talidomida, un fármaco sedante desarrollado y comercializado en 1957 para calmar las náuseas de las mujeres embarazadas durante el primer trimestre de embarazo. Como era habitual, el fármaco fue creado a partir de la experimentación animal, y como en animales no habían surgido efectos secundarios, se procedió a su comercialización, resultando así una tragedia, ya que causaba malformaciones congénitas en todos los fetos de las embarazadas a las que se había administrado.
Independientemente de este tipo de casos en los que la experimentación no ha seguido las pautas establecidas por la legislación o no ha resultado ser del todo efectiva, es mayor el beneficio que la experimentación animal aporta a nuestra sociedad, ya que como he mencionado anteriormente, esta ha permitido el avance de la ciencia y, por consiguiente, la mejora de nuestras vidas.
Es cierto que al fin y al cabo somos seres humanos con una cierta diligencia que sometemos a otra especie para conseguir un beneficio propio y que anteponemos una vida humana a la vida de mil animales para curar enfermedades. Pero cabe destacar la existencia de leyes que regulan y administran este tipo de experimentación.
La legislación establece el principio de las 3 erres: reducir, reemplazar y refinar, que regulan la experimentación animal y que aluden a métodos que eviten o sustituyan la experimentación animal, que tengan como resultado la implicación del menor número de animales posible y que aluden a la modificación de la cría de animales para minimizar el dolor y la angustia.
Ya que la legislación recoge aspectos relativos a la utilización de animales de experimentación, procurar que los experimentos sean llevados a cabo en las condiciones más óptimas para el desarrollo del animal forma parte de la ética del investigador, que es lo que lleva a grandes tragedias cuando estos aspectos y normativas no se cumplen.
A pesar de todo, creo que el uso de animales en la experimentación y la investigación debería ser limitado a la necesidad, por lo que en este caso no estoy a favor de la experimentación animal para la creación de cosméticos.
En conclusión, pienso que la justificación ética de la experimentación animal se apoya en el objetivo del experimento, que debe asegurar un uso racional de los animales y una adaptación a las medidas que regule la legislación.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
San José Valdeflórez tiene nombre de cuento de Juan Rulfo. De pueblo levantado al furor expoliador de alguna compañía bananera, como aquella United Fruit Company que inmortalizara García Márquez en Cien años de soledad.
En San José Valdeflórez, a la sombra de la montaña que corona Cáceres, se pretende abrir un complejo minero, grande como una ciudad, a ochocientos metros de otra. Tan increíble como cierto. Es como si en lugar de Cáceres habláramos de la prodigiosa Macondo.
Sostienen mis amigos más enterados que la mina, se pongan los paisanos como se pongan, es ya prácticamente un hecho. La compañía australiana que lidera la empresa (la Infinity Lithium Corporation) amaga con lo mismo: sea por las buenas, sea a golpes en las mesas de la Comisión Europea, los despachos de Madrid o los tribunales competentes, el litio de Cáceres es suyo.
¿Y cómo es que algo tan arriesgado y novedoso como abrir un complejo minero a cielo abierto al lado de una ciudad les parece algo tan claro a algunos? ¿Será por los grandes beneficios que el proyecto promete a los extremeños? Lo dudo. A Vincent Ledoux, uno de los ejecutivos de la empresa, se le escapó, tiempo ha, que entre lo mejor de la mina estaba su cercanía a la carretera de Madrid; y al siempre informado Enric Julia le parecía – escribía hace meses – que el litio extremeño (que también daba por seguro) estaba pidiendo a gritos una gran fábrica de baterías en Barcelona. En cualquier caso, lo único cierto (promesas aparte y de momento) es que ninguno de los grandes proyectos industriales relacionados con la transformación de este mineral va a situarse siquiera en España.
Ahora bien, si no es por el desarrollo industrial, ¿a qué viene esto de construir un complejo minero alrededor de Cáceres, sacrificando una ciudad que vive de vender cultura, historia, sosiego, y un entorno natural aún bien conservado? ¿Será, acaso, por el empleo? Tampoco. La empresa prometió 195 puestos de trabajo y 25 años de actividad (luego, conforme a su estrategia de comunicación, las cifras han ido creciendo). ¿Pero cuántos de esos empleos serán para los cacereños y cuántos para obreros cualificados de la propia empresa? ¿Y cuántos se perderán, a cambio de los de la mina, cuándo, en lugar de “Cáceres, patrimonio de la Humanidad”, el eslogan para los turistas sea “Cáceres, la (segunda) capital europea del hidróxido de litio”? ¿Tienen ustedes esto claro?
Seguimos: si no es ni por el desarrollo industrial ni por el empleo, ¿por qué va a ser, entonces, tan imperioso abrir un complejo minero a dos mil metros del casco antiguo? ¿Será para luchar contra el cambio climático? Bueno: si fabricar millones de coches eléctricos fuera una solución, la cosa merecería pensarse. ¿Pero es una solución? ¿No será más bien una huida hacia adelante (amén de un gigantesco negocio para algunos)? ¡Lástima, por cierto, que no se haya encontrado litio en otras ciudades, para así darles también la oportunidad de sumarse a la “economía verde”! ¿Se imaginan a la Infinity Lithium presionando y ofreciendo las mismas baratijas a parisinos o madrileños para abrir una mina a dos mil metros de La Cibeles o la Torre Eiffel? Yo tampoco.
Acabamos. Si está claro que no hay nada claro, ¿cómo es que es tan seguro que la mina se vaya a hacer? ¿No se lo huelen ya? ¿Un gran yacimiento de litio en un lugar barato, pobre, medioambientalmente limpio, semidespoblado, y relativamente próximo a las factorías del norte de Europa? El negocio es de tal magnitud que es… innegociable.
Ante esta perspectiva, mucho van a tener que pelear el municipio y los vecinos de Cáceres. Más aún cuando la empresa (que ya vende acciones a tiro hecho) se ha asegurado el apoyo financiero de la UE, que acaba de incluir al litio en su lista de materiales críticos para el desarrollo. Parece que las nubes de polvo, los ruidos, el tráfico pesado, las montañas de escombros, o el uso masivo de químicos y de millones de litros de agua, son solo un pequeño precio a pagar por los cacereños para cuidar de los intereses de la industria automotriz europea.
Al menos, digo yo, alguien sacará una buena novela de todo esto. Una novela al estilo de las de Rulfo o García Márquez. Me la imagino: el gobierno sedado por una inyección de promesas y calderilla fiscal, la gente obnubilada por los anuncios publicitarios, y los ingenieros de la Infinity Lithium Corporation penetrando al fin, a lomo de sus máquinas, en San José Valdeflórez. Eso, y los consiguientes e inevitables cien años de soledad para sus vecinos. Puro surrealismo, que diría Garicano.
Ha sido este un año complejo. A las incomodidades, temores y perplejidades del coronavirus he de añadir una sucesión muy molesta de achaques personales. Pero, haciendo el recuento, no ha sido un mal año.
He publicado dos libros: La escuela no es un parque de atracciones y Mi familia es bestial.
He escrito los prólogos a las siguientes obras: Eduardo De Filippo, Les veus interiors; Roger Scruton, Breve historia de la filosofía y Platón, La defensa de Sòcrates.
En las próximas semanas saldrán dos libros más con prólogos míos de los que les informaré en su momento.
He terminado un libro sobre el Siglo de oro que saldrá en primavera.
Ha aparecido la segunda edición de ¿Matar a Sócrates? y pronto aparecerá la de La escuela no es un parque de atracciones.
He dado una gran cantidad de conferencias tanto por España como por Hispanoamérica (México, Colombia, Venezuela, República Dominicana, Perú, Chile, Argentina).
He hecho incluso mis pinitos en el teatro con L’esperança cega, monólogo dirigido por Glòria Balanyà y representado por Pepo Blasco en el TNC del 1-10-2020 al 25-10-2020.
Y el Gobierno de Navarra me ha dado una medalla que el coronavirus me ha impedido (por ahora) recoger, la Medalla de Carlos III el Noble.
El saldo, por lo tanto, muy a mi favor y por ello me siento agradecido.
Se suele decir que en las tragedias de Sófocles se pone de manifiesto el πάθει μάθος (páthei máthos), o sea, que el sufriendo es una fuente inevitable de aprendizaje. Estoy en condiciones de asegurar que es cierto. Con este cólico nefrítico, que parece que ya va remitiendo, rindiéndosse a pesar de algún conato de rebeldía, he aprendido algo sumamente importante: que el Nolotil no está hecho para ser bebido.
II
Vaya por delante que a mí me gusta la Navidad y su jaleo, pero llega un momento en que estás esperando que pasen los Reyes y vuelva la rutina cotidiana, con sus horas tranquilas y sus ritos pausados. En el ajetreo hay también un aprendizaje.
III
Estoy leyendo las memorias de don Niceto Alcalá Zamora. Creo que es uno de los testimonios más tristes de nuestra historia. Todo está en ellas como anuncio de la inevitabilidad de una guerra civil cuya memoria debiera ser la de una profunda vergüenza colectiva. La memoria adolorida debiera permitirnos aprender algo, no meramente conmemorar nuestros desastres nacionales.
IV
Le pregunto a mi mujer si volveremos a viajar como viajábamos. Me dice que sí y yo asiento a su sí con idéntica desconfianza.
Yo pensaba en aquel mayo en que nos fuimos a remontar andando el río Tundja, en Bulgaria. Comenzamos la aventura en la ciudad turca de Edirne y la culminamos en el santuario de Shipka. ¿Volveremos a hacer viajes como éste? No lo creo, pero nos queda la memoria literia de aquel viaje:
En esta memoria hay también un resignado πάθει μάθος.
Eso me da que pensar . Su madre también anda con una bata de estar por casa medio desabrochada . Parece que en ese lugar la ropa sea material de lujo solo disponible para salir a pasear o al trabajo. No me extraña que sus hermanos tambien en calconcillos y algunos en pelotas anden correteando todo el día y revolcándose por los sofás de la casa. Incluso el anciano de la casa parece haber perdido la verguenza , todo el santo día anda rascandose los huevos con las dos manos como si un enorme picor fruto del escozor le obligase a estar horas y horas manoseandose .
La verdad es que a mi personalmente . que siempre me he sentido y me he creido una liberal , me parece todo ello algo fuera de lo común y poco usual . No resulta agradable vaya , ni bonito llamar al timbre de la puerta y que te venga Elena enseñandote las tetas . Ni tampoco mola nada que su padre te salga de la ducha mojado y le veas sus partes más intimas como si fuera un espectáculo de cabaret erótico de la Barceloneta. Por eso hoy he decidido contraatacar con la misma moneda . Antes de llamar al timbre me despelotaré en la puerta y entraré en pelota picada para dar ejemplo de su locura . Estoy convencida que no les dará nada igual y que se daran cuenta de su verguenza y estupidez .
Llamo al timbre totalmente en cueros . Me abré el señor Ramón , el abuelo , me bosteza y me dice buenos días sin más. Parece que sea invisible . Paso al salón donde los enanos pequeños y renacuajos saltan de sillón en sillón pegándose collejas y totalmente desnudos andan resaltando los moratones que se exhiben de sus golpes y torceduras . Nadie me ve. Me siento en una silla al lado de la mesa y espero . Parece que Elena hoy se retrasa. Al poco sale María la madre de mi amiga , va descamisada enseñando los pechos , no lleva más que una falda rota y desgarbada que a penas le tapa nada , su mirada ausente se dirige a la ventana . Luego verbaliza : "parece que llueve hoy" .
No entiendo nada de nada . ¿qué les pasa a esta familia ? ¿No se dan cuenta de sus cuerpos desnudos y de eso que llaman verguenza , pudor, intimidad, estética de lo feo, decoro , buena educación , moral , ética ? Empiezo a pensar que algo pasa en esa casa . Me preocupa ...
Sin embargo llega Elena bien vestida con una blusa azul , una falda blanca, unas medias de seda azul marino y unos zapatos negros . Huele muy bien . Al verme desnuda me pregunta por si he traido ropa para salir . No entiendo .
Me desepero , que me esta pasando ...
Uff , me he despertado . Ayer me fuí a dormir muy temprano . En mi mesita de noche el último libro de "Elizam Koluwasi " sobre la mercancia del cuerpo . Entonces me doy cuenta que he estado soñando , Uff que espanto , creía que ... bueno menos mal , que todo ha sido un simple ...