Según Jean-Pierre De la Porte, profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Witwatersrand, las conclusiones teóricas a las que llegó Freud no se podían entender si antes no se había leído y asimilado un manuscrito suyo previo, de 1895, pero publicado póstumamente en los años cincuenta. El manuscrito se titulaba “Proyecto para una psicología científica”,[1] y en él Freud intentaba cimentar sobre una base neurocientífica sus primeras ideas sobre la mente.
Con ello seguía los pasos de su gran maestro, el fisiólogo Ernst von Brücke, miembro fundador de la Sociedad Física de Berlín. En 1842, Emil du Bois-Reymond formuló la misión de la Sociedad como sigue:
Brücke y yo hicimos un juramento solemne para poner en práctica esta verdad: “Las únicas fuerzas que están activas en el organismo son las fuerzas físicas y químicas comunes. Para explicar lo que actualmente dichas fuerzas no pueden explicar hay que encontrar la manera o forma específica de su acción por medio del método físico-matemático o bien suponer la existencia de otras fuerzas tan dignas como las fuerzas químico-físicas inherentes a la materia, reducibles a las fuerzas de atracción y repulsión”.
Johannes Müller, apreciado maestro de los anteriores, se había preguntado cómo y por qué la vida orgánica difiere de la materia inorgánica. Llegó a la conclusión de que “los organismos vivos son esencialmente diferentes de las entidades no vivas porque contienen algún elemento no físico o se rigen por principios distintos a los de las cosas inanimadas”.En resumen, para Müller, los organismos vivos poseen una “energía vital” o “fuerza vital” que las leyes fisiológicas no pueden explicar. Según él, los seres vivos no pueden reducirse a los mecanismos fisiológicos que los componen porque son entes indivisibles con objetivos y propósitos, lo que atribuía al hecho de que poseen alma. Teniendo en cuenta que la palabra alemana Seele puede traducirse como “alma”, pero también como “mente”, el desacuerdo entre Müller y sus alumnos se parece mucho al actual debate entre filósofos como Thomas Nagel y Daniel Dennett sobre si la conciencia puede reducirse a leyes físicas (Nagel lo niega, Dennett lo afirma).
Lo que me sorprendió durante el seminario de De la Porte fue enterarme de que Freud –el investigador pionero de la subjetividad humana– no se había alineado con el vitalismo de Müller, sino más bien con el fisicalismo de Brücke. Así, en las primeras líneas de su “Proyecto” de 1895, escribió: “La intención es estructurar una psicología que sea una ciencia natural: es decir, representar los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados de partículas materiales especificables”. Yo desconocía la formación neurocientífica de Freud, y solo después supe que, aunque le costó, abandonó los métodos de investigación neurológicos cuando vio claramente, en algún momento entre 1895 y 1900, que los métodos entonces disponibles no tenían capacidad para revelar la base fisiológica de la mente.
Sin embargo, para Freud fue un cambio de dirección que le compensó con creces, porque le obligó a examinar con mayor minuciosidad los fenómenos psicológicos per se y a dilucidar los mecanismos funcionales que los sustentaban. Todo ello dio lugar al método de investigación psicológica que acabó denominando “psicoanálisis”. Su hipótesis fundamental era que los fenómenos subjetivos manifiestos (ahora llamados “explícitos” o “declarativos”) tienen causas latentes (ahora llamadas “implícitas” o “no declarativas”). Es decir, Freud sostenía que el hilo errático de nuestros pensamientos conscientes solo puede explicarse si suponemos asociaciones intermedias implícitas de las que no somos conscientes, idea que derivó en el concepto de las funciones mentales latentes y, a su vez, en la famosa conjetura de Freud sobre la intencionalidad “inconsciente”.
Como a principios del siglo XIX no había métodos para investigar la fisiología de los fenómenos mentales inconscientes, la única forma de inferir sus mecanismos era la observación clínica. Lo que Freud aprendió con ella dio lugar a su segunda afirmación fundamental. Observó que los pacientes adoptaban una actitud nada indiferente respecto a las intenciones inconscientes que se les infería; parecía más una cuestión de no querer verlas que de no poder verlas. Freud recurrió a varias palabras para describir esa tendencia –resistencia, censura, defensa y represión–, señalando que evitaba la angustia emocional. Esto sirvió a su vez para revelar el papel crucial de los sentimientos en la vida mental y hasta qué punto son la causa de todo tipo de sesgos interesados. Aquellos hallazgos (ahora obvios) mostraron a Freud que algunas de las principales fuerzas motivadoras de la vida mental son totalmente subjetivas, pero también inconscientes. La investigación sistemática de esas fuerzas lo llevó a su tercera afirmación fundamental: la conclusión de que en última instancia lo que apuntalaba los sentimientos eran las necesidades corporales; de que la vida mental humana, no menos que la de los animales, estaba impulsada por los imperativos biológicos de supervivencia y reproducción. Para Freud, dichos imperativos constituían el vínculo entre la mente sintiente y el cuerpo físico.
Así y todo, adoptó un abordaje muy sutil de esa relación mente-cuerpo, pues vio que los fenómenos psicológicos que estudiaba no eran directamente reducibles a los fenómenos fisiológicos. Ya en 1891 había afirmado que no era posible atribuir los síntomas psicológicos a procesos neurofisiológicos sin antes reducir los fenómenos psicológicos y fisiológicos (las dos partes de la ecuación) a sus respectivas funciones subyacentes. Como ya he señalado antes, al hablar del procesamiento de la información, las funciones pueden realizarse en distintos sustratos.Y según Freud, solo en el terreno común de la función podían reconciliarse la psicología y la fisiología. Su objetivo era explicar los fenómenos psicológicos mediante leyes funcionales “metapsicológicas” (esto es, “más allá de la psicología”). Al intento de saltarse este nivel funcional de análisis, pasando directamente de la psicología a la fisiología, se lo conoce hoy día como la “falacia localizacionista”.
Queda claro que para Freud, cuando no para sus seguidores, el psicoanálisis estaba pensado como una fase intermedia. Por mucho que desde el principio hubiese pretendido discernir las leyes que sustentan nuestra rica vida interior de experiencia subjetiva, para él la vida mental seguía siendo un problema biológico. En 1914 escribió: “Es de prever que todas nuestras ideas provisionales en psicología se sostendrán algún día sobre unos cimientos orgánicos”. Freud anticipó con entusiasmo el día en que el psicoanálisis regresaría a su unión con la neurociencia:
La biología […] es realmente un dominio de infinitas posibilidades. Debemos esperar de ella la información más sorprendente y no podemos adivinar qué respuesta dará, dentro de algunos decenios […]. Quizá sean dichas respuestas tales que echen por tierra nuestro artificial edificio de hipótesis.
Aquel no era el Freud tan peligrosamente especulativo del que me habían hablado en la universidad. Para mí, el “Proyecto” fue una revelación, tanto como lo había sido para el propio Freud, que por aquel entonces le escribió a su amigo Wilhelm Fliess:
En el transcurso de una noche ajetreada […] se levantaron de repente las barreras, cayeron los velos y fue posible ver desde los detalles de las neurosis hasta los determinantes de la conciencia. Todo parecía encajar, los engranajes estaban bien colocados; daba la impresión de que era realmente una máquina y que pronto funcionaría sola.
Sin embargo, la euforia duró poco. Un mes después, Freud escribió: “Ya no puedo entender qué pensaba cuando urdí la ‘Psicología’; no puedo entender cómo llegué a infligírsela a mis lectores”. Al no contar con los métodos neurocientíficos apropiados, Freud se basó en “figuraciones, transposiciones y conjeturas” para traducir sus deducciones clínicas en términos primero funcionales y luego fisiológicos y anatómicos. Tras un último intento de revisión (contenido en una larga carta que envió a Fliess el 1 de enero de 1896), se le perdió la pista al “Proyecto”, hasta su reaparición unos cincuenta años más tarde. Con todo, las ideas que contenía –el “fantasma oculto”, según James Strachey, el traductor de Freud al inglés– impregnaron toda su teorización psicoanalítica… a la espera de futuros avances científicos.
Mark Solms, El manantial oculto. Un viaje a la fuente de la conciencia, fronterad.com 15/08/2024
(1) De hecho, Freud no le puso ningún título a aquel manuscrito inédito; el título se lo inventaron los traductores ingleses. En su correspondencia con Wilhelm Fliess, Freud lo llamó “Psicología para neurólogos”, “Esbozo de una psicología” y “la Psicología”.
Los filósofos han dedicado esfuerzo e ingenio a la fatigosa tarea de analizar la subjetividad humana, ese reducto personal e intransferible que, según suponemos, siempre será privado e inaccesible al conocimiento empírico. David Chalmers, Daniel Dennett y muchos otros pensadores consideran que el “problema difícil” para entender la consciencia es el asunto de los qualia, que tiene que ver con los sentimientos privados. Por ejemplo, un neurólogo te puede mostrar qué neuronas de tu cerebro se activan cuando ves el color rojo, pero no lo que tú sientes al verlo, la rojez del rojo, su qualia (qualium, supongo que habría que decir en singular, pero no compliquemos aún más las cosas).
La rugosidad que sientes al tocar una piel seca, la embriaguez de un perfume y el sufrimiento de un dolor son otros ejemplos de qualia, percepciones subjetivas que solo podemos expresar con metáforas y que son nuestras, íntimas e inaccesibles a los demás. En un tiempo en que nuestros datos circulan por la nube y estamos poniendo todo perdido de nuestro ADN, los qualia son el último reducto de nuestra privacidad, el ascua ardiendo a la que podemos agarrarnos para preservar nuestros secretos y adoptar un aire enigmático que resulte disuasorio para la cotillería ajena.
Y es curioso porque, en sentido estricto, la subjetividad no existe, y un filósofo debería ser el primero en saberlo, a menos que siga creyendo en almas, fantasmas y dualismos cartesianos, como hicieron sus predecesores. Todo lo que percibimos, pensamos y sentimos consiste en la activación de ciertos circuitos neuronales, y eso incluye la rojez del rojo, la aspereza de una piel, el sufrimiento de un dolor y todo el resto de nuestra consciencia, esa cosa que perdemos al dormirnos y recuperamos al despertar. No hay ningún ectoplasma en tu cráneo que sea inaccesible al conocimiento objetivo. Solo hay neuronas disparando señales a otras, y, por tanto, la subjetividad no existe en un sentido filosófico. Otra cosa es que la ciencia actual se quede corta para entender los qualia, pero no hay ningún problema de principio para que llegue a hacerlo.
Un equipo internacional de 39 neurólogos y neurocientíficos acaba de publicar una investigación importante sobre 353 pacientes en coma, estado vegetativo y otros trastornos de consciencia. Les han hecho pruebas clínicas, de comportamiento y de registro de la actividad cerebral con resonancia magnética funcional (fMRI) y electroencefalografía (EEG). Algunos pacientes (112 de 353) muestran respuestas observables a las demandas de los médicos, como levantar el pulgar cuando se lo piden. Los otros 241 no muestran ninguna respuesta observable ni a ese ni a ningún otro test. El resultado principal es que, entre estos últimos, las imágenes de las neuronas en acción revelan que una cuarta parte de ellos están conscientes. Por chocante que resulte, hay alguien ahí dentro.
Esos datos sugieren un montón de cosas, ¿no es cierto? Algunas son terroríficas, porque hasta ahora hemos tenido a esos pacientes almacenados en las salas más aburridas del hospital, simplemente a la espera de que alguno de ellos pudiera despertar algún día. Saber que hay alguien ahí, una consciencia como la tuya o la mía, y aunque solo sea en uno de cada cuatro casos, debería conducirnos a replantearnos los protocolos actuales. Y, desde luego, será importante investigar si los actuales implantes cerebrales que se usan experimentalmente para personas paralizadas, y que les permiten comunicarse a través de un ordenador, pueden ayudar a estos pacientes a recuperar el contacto con el mundo, empezando por sus amigos y familiares.
Otra consecuencia de una naturaleza admitidamente más académica es que Chalmers, Dennet y sus seguidores filosóficos van a ver sus qualia y sus teorías de la consciencia seriamente averiadas. Todo lo que pasa en tu mente es un fenómeno físico que se puede detectar desde fuera. Dicho esto, dicho todo.
Javier Sampedro, Gente en coma: ¿hay alguien ahí?, El País 17/08/2024
El dilema del erizo apareció en la colección de ensayos filosóficos breves de 1851, "Parerga y Paralipómena", del griego apéndices y omisiones.
Fue la última obra de Schopenhauer y la primera que le trajo el reconocimiento filosófico que había esperado por mucho tiempo.
Como señaló satisfecho, fue "incomparablemente más popular que todo lo anterior".
La parábola dice así:
"Un día helado de invierno, varios erizos se apiñaron muy juntos para, gracias al calor mutuo, evitar congelarse. Pronto sintieron el dolor que les causaban las púas de los otros, lo que los hizo separarse nuevamente.
"Pero la necesidad de calor los volvió a unir, y se repitió el retroceso de las púas, de modo que quedaron atrapados entre dos males, hasta que descubrieron la distancia adecuada desde la cual podían tolerarse mejor el uno al otro".
Parece un cuento para niños, pero encapsula la compleja naturaleza de las relaciones humanas, y, afín con Schopenhauer, no tiene un final muy feliz.
Habla de que la vulnerabilidad es necesaria para que las relaciones sean más trascendentes y satisfactorias, pero aumenta el riesgo de un dolor más profundo.
Y de como vivimos atrapados entre dos males: el aislamiento y el peligro de herirnos mutuamente.
"La necesidad de sociedad que surge del vacío y la monotonía de la vida de los hombres los une; pero sus numerosas cualidades desagradables y repulsivas y sus insufribles inconvenientes los separan una vez más", continúa Schopenhauer.
"La distancia media que finalmente descubren y que les permite soportar estar juntos es la cortesía y los buenos modales.
"En virtud de ello, es cierto que la necesidad de calor mutuo sólo será satisfecha imperfectamente, pero, por otra parte, no se sentirá el pinchazo de las púas".
Estaríamos condenados entonces a nunca poder satisfacer plenamente el deseo de tener relaciones sociales positivas, una de las necesidades humanas más fundamentales y universales.
A pesar del pesimismo, la genialidad de la parábola resonó con quienes sondean los desafíos de la intimidad.
Freud la popularizó cuando, en 1921, se refirió a ella en “Psicología de grupo y análisis del yo”, al discutir sobre la “ambivalencia de los sentimientos” inherente a las relaciones a largo plazo.
Para el padre del Psicoanálisis, no había el afecto puro: en el amor, hay odio, en el odio, amor.
Como él, otros investigadores de las relaciones interpersonales han tenido la parábola en mente.
En ocasiones ha sido punto de partida en estudios, como en "¿La exclusión social motiva la reconexión interpersonal? Resolviendo el 'problema del erizo'”, en el que Jon Maner, Nathan DeWall, Roy Baumeister y Mark Schaller examinaron cómo las personas responden al ostracismo.
En otras, ha sido una herramienta para reconfortar a pacientes agobiados por sentimientos encontrados respecto a las relaciones íntimas, como en el caso de la psicóloga Luepnitz.
Muchos de nosotros, apuntó ella, experimentamos "la soledad como un fracaso personal más que como una condición esencialmente humana".
"La parábola normaliza un problema que muchos consideramos como un peculiar defecto de carácter", escribió.
Ha servido también como una ilustración de la importancia de los límites, tanto físicos como emocionales, así como de varios otros aspectos de las relaciones interpersonales.
Schopenhauer mismo había ido un poco más allá con aquello de la autogeneración de calidez.
Su escrito sobre los erizos terminaba diciendo "quien tiene mucho calor interior propio preferirá mantenerse alejado de la sociedad para evitar dar o recibir problemas o molestias".
El filósofo pensaba que todo eso que buscábamos en los otros lo podíamos encontrar en una soledad refinada por el desarrollo de nuestro intelecto y la profundización de nuestra apreciación del arte.
Si podíamos sumergirnos en un buen libro o elevarnos escuchando una gran obra musical, ¿para qué interactuar con seres humanos?
"Como regla general, se puede decir que la sociabilidad de un hombre es casi inversamente proporcional a su valor intelectual", declaró en otro ensayo.
Para los muy poco sociables, consideró, "la soledad es doblemente ventajosa".
"En primer lugar, le permite estar consigo mismo y, en segundo lugar, le impide estar con otros, una ventaja de gran importancia, dada la cantidad de restricciones, molestias e incluso peligros que existen en toda relación con el mundo".
Lo sabía de primera mano pues él prefería no arriesgarse a pincharse con las púas de los demás, así que vivió virtualmente aislado.
Tras una larga carrera filosófica, Schopenhauer murió en su apartamento de Frankfurt en 1860 a la edad de 72 años.
Redacción, Qué es el dilema del erizo ..., bbc.com 04/08/2024
Escuchemos lo que Michel Foucault tiene que decir sobre la parresía: «Es etimológicamente la actividad consistente en decirlo todo: pan rhema. El parrhesiastés es el que dice todo… Demóstenes dice: es necesario hablar con parresía, sin retroceder ante nada». Pero hay que decir que, tanto en la Antigüedad griega como en la actualidad, la parrhesía es siempre considerada como algo peligroso para quien la ejerce, pues «no solo arriesga la relación establecida entre quien habla y la persona a quien se dirige la verdad, sino que, en última instancia, hace peligrar la existencia misma del que habla, al menos si su interlocutor tiene algún poder sobre él y no puede tolerar la verdad que se le dice. Aristóteles indica muy bien este lazo entre la parrhesía y el coraje cuando, en La ética a Nicómaco, vincula lo que llama megalopsykhía (magnanimidad) a la práctica de aquella».
El parresiasta es, en efecto, «quien corre el riesgo de poner en cuestión su relación con el otro», continúa Foucault. «El decir veraz del parresiasta incurre en los riesgos de la hostilidad, la guerra, el odio y la muerte». Por su parte, Gregorio Nacianceno, arzobispo cristiano del siglo IV d. C, habla del parresiasta cristiano como de un mártyron aletheias o mártir de la verdad. Por todas estas razones, pocas personas están dispuestas a ser veraces. De hecho, es la mentira, y el ajustarse al discurso de lo establecido, a los meandros de la ideología, lo que habría de beneficiar socialmente a las personas (o, al menos, así lo estiman algunos). La libertad de expresión, en este caso, se vería vulnerada, puesto que expresar la opinión y el pensamiento propios sería un acto de parresía, algo peligrosoSin embargo, en la Antigua Grecia, la «parrhesía era un derecho que había que conservar a cualquier precio, un derecho que [se] debía ejercerse en toda la medida de lo posible, una de las formas de manifestación de la existencia libre del ciudadano libre».
En el caso de los antiguos griegos, la parresía no solo puede darse a la hora de comunicarse con otros (al menos, cuando se es parresiasta), sino al comunicarse cada cual consigo mismo. La salud en la Antigua Grecia consistía (y consiste) en ser franco con uno mismo, saber el lugar que cada cual ocupa en el mundo. Hoy, en cambio, asistimos a una casi total carencia de parrhesía, también con respecto a uno mismo. No es raro en la actualidad que el individuo quiera imponer una representación de sí mismo disociada de la realidad objetiva.
Sin embargo, en la Antigua Grecia, la «parrhesía era un derecho que había que conservar a cualquier precio, un derecho que [se] debía ejercerse en toda la medida de lo posible, una de las formas de manifestación de la existencia libre del ciudadano libre».
Según Foucault, en el siglo VI a. C se da una crisis de la parresía, al generar esta una gran desconfianza (al igual que ocurriría a día de hoy). Frente a lo que cabría imaginar a priori, Foucault llega a la conclusión de que la democracia no es propicia para la proliferación de la parrhesía: «La democracia […] no es el lugar donde la parrhesía vaya a ejercerse como un privilegio y un deber. Es el lugar donde la parrhesía se ejercerá como la libertad de cada uno y de todos para decir cualquier cosa, es decir lo que le plazca».
Pensemos en la democraticación radical de la opinión que suponen plataformas como X (antes Twitter) u otras redes del mundo digital. Habitamos, como en el siglo VI a. C ateniense, una «libertad parresiástica, entendida como autorización dada a todos sin distinción para hablar». Dentro de este hábitat democrático, ¿quiénes serán escuchados? «Los que agradan», responde Foucault, «los que dicen lo que el pueblo quiere, los que adulan. Y los otros, al contrario, los que dicen o procuran decir lo que es cierto y está bien, y no lo que agrada, no serán escuchados. Peor, suscitarán reacciones negativas, irritarán, inflamarán la ira. Y su discurso veraz los expondrá a la venganza y el castigo».
En palabras del orador, educador y político griego Isócrates: «Siempre acostumbrasteis expulsar de la tribuna a todos los oradores que no hablaban conforme a vuestros deseos». «Sé», concluye Isócrates, «que es peligroso oponerse a las opiniones de ustedes, puesto que, si bien estamos en una democracia, no hay parrhesía».
Vivimos hoy, quizás, una situación semejante a la señalada por Isócrates. La idea de parrhesía se manifiesta disociada, pues: «Por un lado, aparece como la libertad peligrosa, otorgada a todo el mundo sin distinción alguna, de decir cualquier cosa. Y por otro está la buena parrhesía, la parrhesía valerosa (la del hombre que dice generosamente la verdad, y aun la verdad que disgusta), que es peligrosa para el individuo que la usa y para la cual no hay lugar en la democracia».
En la actualidad, el acoso en redes sociales a personas relevantes, sin duda, existe, y es provocado, a menudo, cuando estas expresan ideas u opiniones verdaderas (o, al menos, estimadas como verdaderas por ellas). En la actualidad todos pueden hablar y cuentan con plataformas para que sus palabras sean escuchadas, pero, en el seno de ese ruido ensordecedor, generalmente, la verdad brilla por su ausencia. Y cuando esta asoma la cabeza en boca de personas concretas, es precisamente esa masa de lengua desatada la que se apresura a agredir con la intención de ocultar y sofocar toda forma de lo que Foucault entendió como la «verdadera parresía».
Iñaki Domínguez, La parresía griega ..., ethic.es 28/06/2024
I
Hace dos días me pidieron de Arequipa una conferencia sobre la atención. Intenté resistirme alegando que cuantas más cosas sabía sobre este sorprendente fenómeno de la atención, menos claro tenía su funcionamiento. Pero esto es lo que más les gustó. Y me quedé sin argumentos para continuar resistiéndome.
II
Ayer por la tarde en misa no tenía forma de estar en lo que estaba. Una insidiosa pregunta no paraba de rondarme con su zumbido: "¿Cómo se llama la selva que se encuentra entre Colombia y Panamá?" No tenía manera ni de recordar la respuesta ni de ignorar la pregunta. Ahora, que no me lo pregunto, la respuesta me sale al paso: El Darién. Unas horas antes había recibido un mensaje confidencial que me aseguraba que ya estaba resuelto el paso por Costa Rica de las legiones de caminantes que se dirigen desde diferentes países sudamericanos a los Estados Unidos y que se encuentran en el Darién con un cuello de botella y el chantaje y abuso de gentes sin escrúpulos. El Darién, sin embargo, no es noticia.
III
Lo único que me mantenía anclado en misa era el comportamiento de un matrimonio de octogenarios que tenía delante de mí. Un mechón rebelde de pelo blanco le colgaba a él sobre la frente y ella, con una mirada de cariño que enternecía, le pasaba se lo recogía haciendo con sus dedos un peine. El gesto se repitió varias veces y tras cada empeño, se cruzaban sus miradas con una ternura tan evidente que me provocaron una punzada de soledad. Siempre me ha parecido que el amor valioso es el que se preocupa por nimiedades del amado: el mechón de pelo, un hilillo blanco en la solapa, un poco de caspa sobre los hombros, un intencionado choque de las rodillas, un caminar acompasado, un renunciar satisfecho al trozo más sabroso para que lo disfrute el otro... son todos estos detalles los que hacen de un matrimonio un mundo que nos parece -¡ay!- blindado contra el tiempo.
IV
Admito que, en mi caso, hay un detalle contra el que se estrellan el amor y la ternura: tiene lugar cuando estoy disfrutando de la lujuria de una cerveza helada y ella me pide un sorbo. Ese sorbo es precioso... y se lo acabo cediendo. A regañadientes, eso sí.
I
Se lo he contado a Irene Rigau: Comí en San José con el hijo de un celebérrimo presidente de Costa Rica porque fue capaz de eliminar el ejército con un decreto. No voy a enjuiciar la medida. Lo que me parece resaltable, por lo que tiene de ejemplo de la condición humana, es que este presidente tan poco militarista enviara a su hijo -ese comensal de ideas claras y rotundas que tenía delante- a la academia militar de West Point.I
Me decía L. el viernes pasado que se había quedado sin amigos para jugar al mus en el bar de siempre. La muerte, voraz, le estaba dejando sin partida. Le entendí perfectamente.
II
La mujer de J. se sienta a mi lado mientras me tomo el café con leche. Tiene grandes ojeras y está desmadejada. J. es más que un mero conocido y menos que un amigo, pero lo aprecio mucho. No espera que dure más allá de este mes. La escucho en silencio pero con la sensación de que mi vida se va desprendiendo de mí. Las vivencias están vivas mientras puedes encontrarte al doblar cualquier esquina con alguno con quien rememorarlas. Cuando sabes que a la vuelta de la esquina ya no te espera ningún recuerdo predispuesto a revivirse, se deshilachan. La muerte de los amigos y conocidos tiñe tus vivencia de un cierto aire espectral: solo te tienen a ti en el mundo para verificar que durante unas horas, o quizás solo durante unos segundos, fueron la realidad más real.
III
He comenzado a leer Fray Gerundio de Campazas. No me resulta fácil seguir con entusiasmo la facundia burlona del padre Isla. Ando perezosillo y amodorrado. Estos días una cerveza bien fría es para mí mejor compañía que un libro (que me perdone Plotino). Pero de vez en cuando me encuentro con expresiones que utilizaba mi madre y que hace mucho tiempo que he dejado de escuchar. La última: "¡Qué charro!" "Charro" es una palabra curiosa que ha ido adquiriendo significados a medida que era recogida aquí y allá, por distintos hablantes, pero en mi pueblo se aplicaba a alguien carente de elegancia, basto, vulgar, sin pizca de donosura. Me agarro a estas expresiones porque me ayudan a reverdecer ese mundo que dejan vacante mis muertos. Mueren amigos y resucito palabras.
IV
Tirando la basura me encuentro con A., que está rodeado de bolsas con botellas de cerveza. No hablamos de cervezas ni de basuras, sino de la realidad, que nos va arrinconando, dejándonos como espectadores desinteresados de lo que ocurra en el ruedo. Lo nuestro es el burladero. Cada vez hacemos menos esfuerzos por comprender lo que no entendemos y como lo que no entendemos va a más, cada vez somos más islas a la deriva. Monadas que se lleva la corriente.
V
¿Será el cansancio del calor? ¿El hastío del estío?
VI
Mañana comenzaré a escribir el artículo para el ARA. Se titulará La intuición compartida.
I
Pintada en Premià de Mar:
IITanto las sociedades abiertas como las sociedades cerradas se organizan en torno a algún principio represor. La dinámica de las sociedades abiertas conduce, ciertamente, a romper el monopolio de un único principio y establecer varios, que no pueden mantener entre sí más que una difícil convivencia.
III
Todo principio represor (que, en tanto que tal, no puede ser reprimido) es un principio de integración y, por lo tanto, de exclusión.
IV
La dinámica inherente a las sociedades abiertas es, como acabamos de decir, la deponer en cuestión el monopolio del principio represor que daba cohesión a las sociedades cerradas mediante una lógica colectiva de integración/exclusión
V
Se tiende así a la creación de diferentes principios represores de acuerdo con las diferentes identidades que cada principio represor va generando en torno suyo. Como tal cosa conduce, inevitablemente, o a la democracia orgánica o la desintegración social, para mantener la cohesión suele recurrirse a un principio represor que funciona como amenaza colectiva y que acaba siendo un enemigo externo o/e interno.
VI
No importa si el enemigo lo era inicialmente. Lo que importa es que si lo sitúas como tal, acabará actuando como tal y su misma actuación fortalecerá la convivencia entre los principios represores que se le oponen.
VII
En las sociedades cerradas la historia la cuenta, ciertamente, un ángel. De esta manera se ensalza lo mejor de la propia tradición. En las sociedades abiertas se le da voz al diablo, que se empeña en husmeas en lo peor de nosotros mismos.
VIII
El ingenuo Castoriadis, defensor de la autonomía y del lema «socialismo o barbarie» se dio perfecta cuenta de que no hay grupo humano que no acaba diciéndole a alguien nacido en su seno "tú no eres de los nuestros".
I
Comienzo Prohibido repetir, libro que saldrá a la venta el 28 de este mes, recuperando Las dos fuentes de la moral y de la religión, de Bergson. Básicamente lo que sostengo es que ya no podemos vivir en sociedades cerradas. Estamos condenados a vivir en sociedades abiertas que llevan en su apertura la semilla de su autodestrucción.II
La sociedad cerrada es la que obedece la ley sin preguntarse qué es la ley; la sociedad abierta es la que, tras preguntarse qué es la ley, descubre que toda ley es provisional y arbitraria y que lo único constante es el tiempo. Según Bergson (y esto nunca lo entendió Popper) el punto de no retorno a las sociedades cerradas lo marcaron Sócrates y Jesucristo.
III
De esto hablaba recientemente con un sabio discreto, Claudio, que me hacía notar la difícil identificación de sabiduría y justicia en el Gorgias de Platón.
IV
He salido de misa esta tarde sin haber entendido ni una palabra de lo que ha dicho en el sermón el celebrante en un flojo castellano. Se lo he comentado a mi mujer que me ha reconocido que a ella le ha pasado lo mismo. En este punto ha intervenido con contundencia mi suegra: "A misa no se viene a entender al cura; se viene porque hay que venir".
IV
Esto, el "se hace porque hay que hacerlo" es lo propio de las sociedades cerradas. Se han quedado, sí, irremediablemente atrás, pero en ellas se sabía qué hacer y por qué hay que hacerlo. De hecho en ellas el qué y el por qué se identificaban en el común respeto a una ley aproblemática. Nosotros valoramos la ley por sus beneficios, que en sociedades que han hecho del pluralismo un valor constitucional supremo, son siempre polémicos.
V
Wittgenstein preguntaba: "¿Por qué he de decir la verdad si me resulta más beneficioso mentir?"
VI
¿Por qué?
I
Pasé ayer por la Calle Esperança, aquí en El Masnou. Hacía mucho calor, pero no había nadie sentado en los bancos, a la sombra de los plátanos. A esta calle solíamos venir con nuestros hijos al atardecer cuando eran pequeños porque era peatonal, había bancos, sombra y, sobre todo, otros niños jugando. Ahora sigue todo igual, pero el ayuntamiento le ha catalogado de "refugio climático".
II
Hoy he pasado por la plaza Jaume Bertran. Es una plaza tranquila, bien sombreada, sin otra circulación que la de una brisilla refrescante Durante unos años viví cerca de allí y guardo un muy buen recuerdo de los vecinos. Es uno de los rincones más pintados y fotografiados del pueblo. Lo han convertido también en "refugio climático".
Detesto esta neolengua que, por una parte, permite a nuestros políticos considerarse nuestros salvadores -¿cómo hemos podido vivir hasta ahora sin refugios climáticos?- y por otra autoriza a los ciudadanos a considerarse víctimas -si necesitamos refugios es porque ahora alguien nos agrede climáticamente.
IV
Me temo que esta cursilería ha venido para quedarse. Pero no es inocente. Forma parte de la moderna sociedad terapéutica en la que el hombre político está en retirada para permitir la ascensión vertical del nuevo bárbaro, el hombre psicológico.
I
Tras una noche borrascosa, aunque con mucho más ruido que lluvia. He dormido muy mal. Al mal dormir le ha seguido una inesperada mañana de confidencias en el Petit Cafè. Apenas he tenido tiempo libre para leer un par de páginas de Plotino. Pero, por lo visto y oído, mis vecinos me veían leyendo solo y se vengaban de mi placidez arrojándome encima sus confidencias.
II
10:30. De L: "Crecí en un mundo paradójico. Me dieron cariño, aunque no todos. Pero nunca me sentí reconocido como un ser valioso. Ese desprecio lo he llevado siempre conmigo". Me paga el café con leche y me pide un cortado.
III
10:45. De J.M: "Cuando murió mi mujer le dije a mi hijo que dejara de trabajar y se dedicara a vivir, que todo pasa muy rápido, el tiempo se te echa encima".
- Y te encuentras muriendo sin haber vivido -le digo yo rememorando a Rousseau, pedante que es uno.
- ¡Eso es! - J.M. se me queda mirando, admirado de mi sabiduría antropológica. Después, al ver mi taza vacía, me invita a otro cortado. Le digo que no. Quiere invitarme a una cerveza. Me resisto.
IV
11:10. M.J. "La temo más que a una cerveza de autor".
No entiendo muy bien a qué se refiere exactamente, pero me gusta la comparación. Yo también detesto las cervezas de autor. Se va sin invitarme a nada. Casi me siento decepcionado.
V
11:40. Con P. Le cuento lo del pobre fetichista que queriendo un zapato de tacón de aguja se tuvo que conformar con la mujer entera". Se ríe. Está pasando por un momento muy delicado de salud. Está en los huesos. Me quiere invitar a un cortado. Le digo que ya llevo suficientemente cafeína en el cuerpo. ¡Entonces, sin consultármelo, me pide una cerveza. Le digo al camarero que medio vaso de granizado de limón y medio vaso de Alhambra.
VI
Aproximadamente las 12:00. E. se cambia de casa y abandona el vecindario. No puede con la hipoteca. Todo el mundo le aconsejaba vender. Finalmente, ha vendido. Otra cerveza con granizado de limón.
VII
¿Las 13:00? R. Es un cínico. El cínico más genuino que conozco. Acaba de divorciarse. "El matrimonio", me dice, "es una inversión mediante la cual te garantizas una fuente de placer próxima, aunque no siempre asequible, a cambio de ceder en exclusiva los derechos de propiedad sobre tus secreciones seminales". Se ríe a carcajada limpia y me invita a comer. Le digo que no, prefiero refugiarme en casa con el aire acondicionado.
VIII
16:34. Parece que va a llover de verdad.
I
Los españoles, en conjunto, no perdemos oportunidad para demostrar que nuestro carácter nacional es la exageración. Tengo una ponencia sobre esto en un congreso que se celebrará a finales de octubre en Toledo.
II
La prensa de estos días, hablando del nuevo presidente de la Generalitat, es una buena prueba de nuestro carácter nacional.
III
Con el primer párrafo tengo suficiente para calibrar la ecuanimidad del firmante. Normalmente no paso de allí.
IV
He leído, sin embargo, lo suficiente como para comprobar que a nuestros sesudos analistas, tanto residan en Madrid como en Barcelona, se les escapa un dato que la historia se ha encargado de confirmar repetidamente: la enorme capacidad de los catalanes para darse un tiro en el pie. No sé cuándo ni cómo ni a propósito de qué, pero ya verán...
V
Otra constante española: o se reparte la riqueza o se reparte la gente.
VI
Pasemos otra cosa: resulta que Pancracia Ollo, la mujer de Zulamacárregui, nacida en Pamplona, parece que fue -según me he enterado esta misma tarde- la inventora de la tortilla de patatas. Si se demostrase que es así, habría que reescribir la historia del carlismo y, sobre todo, de su legado. Sería un hecho de una singular justicia poética.
VII
Digamos también que la tortilla de patatas, con o sin cebolla, es pura caligrafía geométrica de la sensatez culinaria. Para llevarla de la potencia al acto se necesitaba una mujer, Pancracia, cuyo nombre significa "Todopoderosa".
Doña Pancracia Ollo. Si su marido llevaba boina, ella llevaba peineta.VIII
Leí en Casariego que los carlistas que dirigía en nuestra última guerra civil se lanzaban a la muerte al grito de "Zumalacárregui generala", que es, sin duda, mucho más romántico que el de los milicianos que se lanzaban a las fauces de la historia al grito de "¡Viva Stalin!" Zumalacárregui llevaba cien años muerto.
IX
Y a mí me contaba mi madre que su abuela, cuando el frente de no se qué guerra carlista estaba en Lerín, llevaba la comida para su marido andando los 24 km que separaban a mi pueblo del frente y si no lo veía en primera línea, se volvía a casa sin dejarle al buen hombre probar bocado.
I
"Gracias, Señor, la casa está encendida", cantaba rezando Luis Rosales.
Al volver yo me encontré la casa apagada. Bien es cierto que hoy han venido a comer mi hija y mi nieto, pero, aunque su presencia ha encendido todo, convirtiendo la vivienda en hogar, al irse han dejado una vivienda sin hogar. Mi mujer está en Pamplona.
II
Como intento aferrarme a las rutinas para proporcionarme un hogar, he vuelto a la Eneada V de Plotino, esa joya donde está concentrada la verdad filosófica de la antigüedad. Plotino vuela sobre sí mismo y su espíritu, visto desde aquí, anuncia a Hegel.
III
Hegel puso en movimiento el Uno inmóvil de Plotino.
IV
Plotino busca una verdad sin historia y Hegel, la historia de la verdad. Hay grandeza, sin duda, en los dos intentos, pero yo sigo creyendo que, como me dijo una vez un párroco de un pueblo en declive, donde hay orden está Dios y donde hay desorden, el diablo.
V
Plotino es un profeta de Dios y Hegel lo es del diablo.
VI
Pongo el aire acondicionado, me siento en mi sofá, tan hecho a mí, en mi cuarto, ante mis libros, con Plotino en las manos y no hago nada.
VII
Pudiera pensarse que el Uno plotiniano, para afirmar su estancia más allá de la historia, sería un Uno autista y, sin embargo, no deja de crear lo móvil gracias a la fuerza de su inmovilidad. Nada grande carece de descendencia, sea como historia, sea como hipóstasis.
VIII
Lo pequeño es esto, la estéril desidia.
I
En casa. Reencuentro con la comodidad, la familiaridad, la previsibilidad, el orden, la armonía, la limpieza, la programación eficiente, la tranquilidad, la higiene, lo conocido... Nuestro mundo es un inmenso mecanismo en el que cada pieza está en su sitio y echo un poco en falta algo que hemos perdido: la cotidianeidad de lo imprevisible.
II
En el aeropuerto de San Juan, en la fila de embarque de mi vuelo hacia Bogotá, hemos asistido a la ruptura en directo de una pareja de mediana edad que, según todas las apariencias, se iba de vacaciones.
III
Claro que la exposición a la intemperie es también exposición a la inseguridad. El chófer que pusieron a mi disposición en San José me cuenta camino del aeropuerto que cada año hay turistas que se pierden por las zonas selváticas de Costa Rica y acaban teniendo encuentros fatales con cocodrilos, serpientes tan letales como bellas, la hormiga bala, la araña errante, el jaguar, la rana dardo venenoso de tres rayas, etc. Me especifica que las víctimas más frecuentes son los ecoturistas.
IV
Una foto para el recuerdo en el Museo Nacional de Costa Rica, de izquierda a derecha, José Chaverri (que ha sido mi ángel de la guarda), la ministra de educación, el ministro de cultura y un servidor de ustedes.
Lástima que un viaje como este tenga que acabarse en un avión de regreso a casa ante un menú infecto. Miro a mi alrededor y veo a los otros pasajeros devorar lo que nos dicen que es comida, a pesar de sus apariencias. Hace falta tener un estómago hecho a todo, como el de un cocodrilo, para enfrentarse a esta tarea.
VI
Según La Nación, de San José, un proyecto legislativo pretende reconocer a los animales como seres sintientes y así otorgarles ciertos derechos. Me parece muy bien y, por eso mismo, me pregunto si no debiéramos reconocer al feto humano como animal.
VII
En el mismo diario, este artículo de José Luis Arce:
La última mirada al comedor del hotel Radisson
Lo mejor de volver: que tu hija te esté esperando en el aeropuerto.
I
A la entrada del Museo Nacional de Costa Rica se encuentra esta inscripción: "Las armas dan la victoria, pero solo las leyes pueden dar la libertad". Es de un presidente cuyos apellidos aclaran su origen: José Figueres Ferrer.
II
El primer espacio del museo está dedicado a las mariposas que vuelan con su magia frágil por entre las plantas tropicales. Son la sutileza asombrosa. ¡Qué buena idea! Si el arte imita a la naturaleza, la naturaleza imita al museo.
III
Día de despedida. Ha comenzado con una charla a un sindicato docente, ha seguido con la visita al Museo Nacional (donde me he reencontrado con la ministra de educación) y a la Biblioteca Nacional y ha terminado con una entrañable comida con la familia de Álvaro Jenkins.
IV
Me iré de aquí con la memoria rebosante de imágenes de afecto, de cordialidad, de acogida. Si la excelencia en la acogida del extranjero es educación, entonces este país, Costa Rica es, en este aspecto, el país más educado del mundo.
V
Me llegan las noticias de España como entrecortadas. Tienen que ver una parodia de leyes y libertad.
VI
Cassirer queda desolado con el conformismo con que se asume la toma del poder por parte de Hitler. Cuando este accede a la Cancillería del Reich, gentes cultivadas y con juicio propio no se atreven a mostrar sus discrepancias, adoptando una postura de sumisión, como si acataran un fatídico decreto del destino.
En el décimo aniversario de la República de Weimar, Cassirer había intentado ensalzar el pedigrí filosófico del ideal republicano que defendía su constitución, pero las fuerzas reaccionarias acorralaron a una socialdemocracia que fue aniquilada por el fanatismo de los más extremistas.
El conservadurismo nacionalista se alió con Hitler creyendo que podría manejarlo a su antojo, pero no fue así. Al pertenecer a una familia de origen judío, Cassirer tiene que partir a un exilio desde donde no dejará de combatir al nazismo con sus escritos filosóficos, tal como testimonia su obra póstuma El mito del Estado.
En esa época tenebrosa, Cassirer vuelve a releer las obras de Kant y Rousseau, porque piensa que los ideales de la Ilustración pueden contribuir a despejar las tinieblas del oscurantismo político. Su Filosofía de la Ilustración es un escrito de combate fechado en 1932.
Para la edición inglesa dejó al morir sobre su mesa de trabajo un texto introductorio cuyo significativo título en castellano es Rousseau, Kant, Goethe: Filosofía y Cultura en la Europa del Siglo de las Luces.
Pero su contienda contra la ideología nazi cristalizó en muchos textos breves que resultan más accesibles, tal como sucede con los opúsculos kantianos relativos a su filosofía de la historia. Sería el caso de Filosofía y política], publicado en la revista Arbor, o El judaísmo y los mitos políticos modernos, aparecido en Isegoría, lo que les hace fácilmente accesibles al estar en abierto.
Cassirer protagonizó en 1929 un duelo dialéctico mantenido con Heidegger que se ha hecho legendario por su simbolismo. En ese debate se confrontaron dos visiones del mundo que presentaban sendas interpretaciones de Kant. Ese torneo filosófico tuvo lugar en Davos, la localidad que Thomas Mann eligió para La Montaña mágica.
Esta novela contiene diálogos que pueden homologarse con las tesis confrontadas por Cassirer y Heidegger. Ambas cosmovisiones flotaban en el ambiente, porque la literatura refleja el clima social y la filosofía contribuye a modelarlo.
No es baladí leer los textos clásicos de una manera u otra. El modo de hacerlo condiciona los rumbos del devenir sociopolítico. Albert Speer, ministro de Armamento y Producción de Guerra de la Alemania nazi, lamentó no haber leído antes a Cassirer –lo hizo en la prisión de Spandau– porque, según confesó, de haberlo hecho quizá no hubiese sucumbido al encantamiento del Führer.
Roberto R. Aramayo, Cassirer contra Hitler ..., theconversation.com 05/08/2024
I
Una librería de viejo no es una librería de libros de segunda mano. La diferencia fundamental entre ambas es que en la primera hay un librero y en la segunda un vendedor de libros.
II
Las poquísimas noticias que llegan del Darien sobrecogen. Recuerdo las penalidades que escribía el conquistador Pedrarias Dávila cuando pasó por aquí. Ahora es peor, porque esta selva está repleta de desalmados que roban y violan a la pobre gente que se pone en camino hacia el paraíso del norte y matan a quien se resiste.
Me cuentan cosas que no me atrevo a contar.
III
Dos anuncios en el periódico de hoy:I
Esta tarde me he perdido en San José. Al volver de Cartago he pedido que me llevasen a una librería de viejo y que me dejasen allí. El librero, amable, pero sus libros no me han interesado nada. Quizás lo más notable que he encontrado ha sido el váter en la trastienda, con cucarachas que parecían conejos con armadura. Al salir de la librería, creía estar siguiendo las indicaciones que me han dado, pero en vez de coger la calle 1 he cogido la avenida del mismo número y me he ido por las ramas. Como estaba totalmente desorientado le he preguntado a una mujer por mi hotel. Me ha mirado con cara de asombro y me ha dicho que saliera inmediatamente del barrio en el que me encontraba. ¿Qué hacía yo por allí con traje y notables pintas de extranjero? He vuelto para atrás y después de dar mil vueltas sin sentido, he encontrado la calle que buscaba.
II
Sobre la equidad. Cuando les digo a los costarricenses que, educativamente hablando, su país es uno de los más equitativos del mundo, no se lo creen; pero lo son, porque apenas hay dispersión de notas entre ellos. El 71% de la población escolar de quince años está en los dos niveles inferiores de PISA y en los superiores no hay nadie. O, para ser más exacto, los que pueda haber no llegan al 1%.
III
Costa Rica está desorientada. Tuvieron un muy buen sistema educativo y ahora miran con tanta melancolía hacia atrás, que se olvidan de mirar hacia adelante con ilusión. No me canso de repetirles que las imágenes que proyectamos sobre nosotros mismos son siempre verdaderas en sus consecuencias.
I
Otro día dichosamente largo que comenzó con un maravilloso desayuno con funcionarios del Ministerio de educación a las 7:30 en el sorprendente Hotel Grano de Oro. Me llevan y me traen y yo me dejo hacer, arropado por el gran caudal de cariño que me muestran. Pura vida.
II
Comida con el embajador José Chaverri que me ha permitido enterarme de abundantes cosas que no estaría bien que revelase por aquí. Este hombre, además de una sorprendente memoria y una vigorosa sabiduría, conoce a todo el mundo por su nombre y sabe cuidar la amistad de las personas que están en los puntos realmente clave de los ministerios (porteros, vigilantes, conserjes, secretarias...). Se aprende mucho con él y, sobre todo, de él.
III
A la tarde conferencia en el hotel Radisson. Comenzaba a las 17:00 y a las 16:45 había muy pocas personas en la sala. Sin embargo en un rincón del pasillo de entrada he visto un grupo de mujeres formando un círculo, como si estuviesen tramando algo. Después de la conferencia me he enterado que estaban rezando para que viniese más gente. Y realmente ha venido más gente. Se ha llenado la sala.
IV
He conocido a maestros de auténtica trinchera. Por ejemplo dos maestras de una escuela de la costa domina da por los narcos, donde los niños en el patio juegan a ser narcos o dos maestras de una zona selvática que acoge a niños de comunidades indígenas que no saben muy bien moverse por el mundo exterior. He hablado un buen rato con un costarricense de apellido Goñi que, por supuesto, tenía ascendencia navarra y con dos mujeres apellidas Azufaifa y me he vuelto a sentir arropado por el cariño de esta buena gente.
V
He firmado muchos libros -míos, obviamente- que ha traído un distribuidor que está predispuesto a distribuir los libros de la Editorial Rosamerón por Centroamérica. El rezo de las mujeres han sido muy generosamente atendido.
I
Vamos adelantando. Ya sé qué quiere decir esa expresión, "Pura vida", tan utilizada por los costarricenses: "Excelente".
II
Esta mañana me he visto media hora con la ministra de educación. Hemos quedado para la tarde del jueves. Hay mucho que hacer y, desde luego, pueden contar conmigo para lo que consideren oportuno.
III
Un soriano apellidado Ruiz llega a un puerto de Costa Rica y nada más desembarcar se encuentra una moneda de oro. "O sea que es verdad", se dice, "aquí el oro está por todas partes". Llama a dos hermanos que ha dejando en Soria y los tres comienzan a ganar dinero y a hacer negocios. Acaban amasando una fortuna y siendo importadores de caballos españoles. Ninguno de los tres se casa y dejan todo lo que han construido en herencia a sus sobrinos sorianos. Uno de estos sobrinos intentará, poco después de llegar a Costa Rica, dar un golpe de Estado. Me han contado la historia, con mil detalles complementarios muy jugosos, comiendo en un magnífico restaurante situado frente a la embajada española de San José.
IV
Un diplomático me ha contado una versión muy sabrosa de las andanzas de Grigulevich, el espía soviético, por tierras costarricenses.
V
Me gusta esta gente. Pura vida, créanme.
I
Ayer cumplí 45 años de casado. 45 años que han pasado en un vuelo.
II
Encontrar a alguien que te siga queriendo a pesar de conocer todos y cada uno de tus defectos, es cosa grande, amigos.
III
El de ayer fue uno de esos días largos que el rememorarlos te parece que tuvieron muchas más de 24 horas. Me llevaron y me trajeron de aquí para allá y yo me dejé hacer, satisfecho. Hablé de pedagogía y de Maquiavelo; de catas de vino y de aceite y disfruté de una cata memorable de un café tan excelente que no sabía ni que existía; conocí a personas grandes y generosas a los que les cuesta pronunciar la erre y disfruté de esa cordialidad tan entrañable de los costarricenses, que se te queda prendida en el alma. Vi todos los verdes de una montaña tropical, feraz e intrigante y soñé en compañía con solucionar problemas imposibles.
IV
Hoy me he despertado impaciente, porque me espera una entrevista en la televisión, un encuentro con la ministra de educación y un debate con un grupo de estudiantes... más no sé cuántas cosas más.
V
Decía un filósofo que la vida es como el hierro, si no se usa, se oxida. En el trópico el peligro de oxidación es más evidente.
V
He comenzado a escribir el artículo para el ARA de este sábado. Tratará de los juegos olímpicos y de la vida pensada y la vida vivida.
I
He asistiendo a un sudoroso congreso pedagógico en Punta Cana y me he encontrado con que la oveja negra sigue teniendo muy buena prensa entre los pedagogos modernos. Así que voy a defender a la oveja blanca.
En primer lugar, porque sin ovejas blancas, las ovejas negras serían la ortodoxia, como pasa con la pedagogía actual.
En segundo lugar porque no hay pedagogo ortodoxo que no ensalce a la oveja negra, pero estoy seguro de que esos defensores de la excepcionalidad rebelde desean que los aviones aterricen y despeguen a su hora, que los servicios de estén impolutos, que el personal sea amable y eficiente, que el compañero del asiento de la izquierda no sea un terrorista y que el del asiento de la derecha se lleve bien con la higiene. Tiendo a creer que ellos, como yo, esperan encontrarse las cosas de casa, al llegar después de un viaje, como esperaban encontrarlas (que no esté su hogar okupado, por ejemplo), que su sofá y su cama sigan allí, y que su mujer no se haya fugado con un cura del Palmar de Troya. Juraría que tampoco se sentirían muy felices si, al despertar al día siguiente, se encuentran convertidos en un monstruoso insecto o en un monstruoso vegetal.
Es decir, bien por las ovejas negras, que son la respuesta a nuestra insatisfacción permanente con lo real, pero sin avasallar con lo posible; que nos vayan introduciendo los cambios sin poner el mundo cada día boca abajo, o sea, que nos ofrezcan sorpresas fragmentarias que sea (relativamente) fácil integrar en la previsibilidad de un mundo cambiante.
II
Cuando la locura esa de las competencias del futuro (toda competencia del futuro es una competencia que el presente, con su inteligencia disponible, postula para un futuro que siempre llega con sorpresas bajo el brazo) se solía decir y repetir que el 66% de los niños que comienzan la escuela trabajarán en trabajos que aún no han sido inventados y tendrán que resolver problemas que hoy nadie se plantea. Si fuera verdad, que no lo es, debiéramos estar muy agradecidos al 34% de personas que según el porcentaje anterior, seguirán manteniendo en pie la previsibilidad del mundo.
III
Vayan ustedes por esos pueblos de Dios, que se encontrarán a todo el mundo, desde campesinos a panaderos, pasando por policías municipales y barrenderos, trabajando con tecnologías que hace treinta años eran inimaginables. ¿Cómo las dominan si en la escuela nadie les habló de las competencias del futuro? Las dominan porque su funcionamiento, pasado el momento inicial de la sorpresa, resulta previsible.
IV
Por cierto, me temo que al lobo le importa poco la piel de la oveja. Lo que le importa es si el pastor está dormido o despierto.
II
Como no salgo del resort, no sé qué mundo hay más allá. No sé si habrá una librería de viejo a doscientos metros de la salida o un garito pobre con un ron excelso. Lo que sí tengo observado es que el andar contorsionista y orgulloso de las caribeñas no se ve por los pulcros paseos del resort. Así que vuelvo con la imaginación a la Majestad Negra de Luis Pales Matos:
Por la encendida calle antillanava Tembandumba de la Quimbamba-rumba, macumba, candombe, bámbula-entre dos filas de negras caras.Ante ella un congo -gongo y maraca-ritma una conga bomba que bamba.La pregunta que se plantea justo a continuación es esta: si una parte creciente de las sociedades desarrolladas está enfadada con las injusticias del capitalismo, con la globalización y con el deterioro de los servicios públicos, ¿por qué piensan que la solución está en la derecha radical y no en los partidos de izquierdas? ¿Es que acaso la anterior lista de agravios no coincide con los elementos más básicos de los programas políticos de izquierdas? Con diferentes matices y propuestas, la socialdemocracia y los partidos más a su izquierda llevan años llamando la atención sobre la desigualdad de ingresos y riqueza, sobre la necesidad de reforzar los Estados del bienestar y de abordar el calentamiento global, así como de regular de forma más estricta el capitalismo global.
¿Por qué, entonces, si las preocupaciones de esos votantes irritados encajan tan bien en los programas que ofrecen los partidos de izquierdas, luego, sin embargo, apoyan a los partidos emergentes de la derecha más radical? ¿Acaso esperan que estos mejoren los servicios sociales? ¿O que luchen contra la desindustrialización? ¿O que reduzcan la desigualdad?
Entiendo que para responder a estas preguntas hay dos vías. La primera consiste en suponer que el diagnóstico del problema antes presentado es correcto, pero los ciudadanos no actúan en consecuencia porque están confundidos o alienados, no acaban de entender sus verdaderos intereses. Las opciones a las que se puede recurrir para sostener esta tesis son muy variadas, desde las redes sociales, que no hacen más que meter ideas falsas en la cabeza de la gente, hasta los valores nacionalistas, pasando por la xenofobia y el rechazo del inmigrante. Habría, pues, un conjunto de factores que alejan a los ciudadanos más afectados por los problemas económicos de las opciones políticas que más les convienen y, de esta manera, acaban votando a la extrema derecha en lugar de a los partidos de izquierdas. Por decirlo brevemente, se intenta dar cuenta del ascenso de la derecha radical volviendo a la idea venerable de la falsa conciencia.
La segunda vía es menos directa, se basa en un argumento algo más complejo. Sin negar que haya graves problemas distributivos en las sociedades occidentales ni que vivimos tiempos inciertos debido a la rapidez con la que están sucediendo los cambios tecnológicos y culturales, esta segunda vía se centra en los problemas específicos que atraviesa la política y que tienen que ver con el profundo descrédito que padecen los políticos, los partidos y las instituciones de la democracia representativa.
La idea es la siguiente: los proyectos emancipadores o de progreso solo son viables cuando la gente confía en la política como instrumento de cambio. Hay que creer primero en la política para poder apostar luego por líderes y organizaciones que prometen reformas profundas de la economía y la sociedad. En este sentido, la ciudadanía puede estar de acuerdo con muchas propuestas de la izquierda, pero no actuar en consecuencia (votando por ellas) si piensa que la política está averiada.
Cuando había partidos que defendían métodos revolucionarios, el problema de la confianza en la política era el contrario: cuanto menos se confiaba en el sistema, más atractiva resultaba la posibilidad de una revolución que construyera una nueva sociedad (era el “cuanto peor, mejor”). Pero abandonado el sueño revolucionario en los países desarrollados, el único mecanismo de cambio que persiste es el institucional o reformista. Ahora bien, el reformismo, sea más o menos ambicioso, requiere por necesidad que se confíe en que el orden institucional es capaz de llevar a la práctica las propuestas de las fuerzas políticas. Cuando se pierde la fe en las instituciones, el reformismo queda condenado (“cuanto peor, peor”). Al margen del atractivo de las propuestas de cambio que ofrezcan las izquierdas, mucha gente pensará que son irrealizables, pues quedarán bloqueadas por los grupos de poder (nacionales o internacionales), o por la naturaleza corruptible de los políticos, o por cualquier otro factor.
De la misma manera en que a las izquierdas les perjudica la crisis de representación democrática, a las derechas, sobre todo a las radicales, les favorece (para ellas, “cuanto peor, mejor”). Al fin y al cabo, estas derechas propugnan mecanismos alternativos a la representación clásica, delegando en líderes fuertes que se burlan de los resortes institucionales de las democracias representativas. Esos líderes se supone que encarnan y defienden valores nacionales que los políticos tradicionales (de la derecha o la izquierda) han abandonado. No es que propugnen una vía revolucionaria, pero tampoco se someten a la lógica institucional. Proponen una solución intermedia (e inestable), basada en gran medida en el fenómeno de un hiperliderazgo liberado de restricciones institucionales.
Las derechas radicales capitalizan el descontento con la representación y prometen una política distinta, intransigente, sin complejos, dura, que permita superar la parálisis de la política institucional. Las izquierdas, en cambio, se encuentran en una posición incómoda y débil: no consiguen transformar el descontento económico en una palanca política porque no saben cómo resolver antes la crisis de la representación. Mientras no haya unos niveles superiores de confianza política e institucional, los programas de izquierdas tendrán grandes dificultades para ganar apoyos.
Esta manera de plantear el asunto permite entender por qué, a pesar de los problemas económicos a los que se hizo referencia al principio, es la derecha radical la que está consiguiendo ganar terreno en muchos países occidentales. Esos problemas económicos no son una invención, están ahí y muchos de ellos son urgentes, pero la solución no vendrá por la izquierda si tanta gente continúa pensando que los partidos y las instituciones están averiadas. Ese es el principal caldo de cultivo de la derecha radical, el descontento tan generalizado con la política. Y por eso mismo, la derecha radical invierte tanta energía en desprestigiarla.Una de las principales manifestaciones de la actual crisis de la democracia liberal es la falta de equilibrio entre el poder judicial y el poder legislativo. El paisaje institucional se ha ido modificando progresivamente y cada vez más decisiones se sitúan fuera del alcance de las instituciones mayoritarias. Esta mutación ha producido lo que puede llamarse una “juristocracia pospolítica” (Ran Hirschl), es decir, un disciplinamiento jurídico de las democracias, un estrechamiento del campo de acción política, una contracción sistémica de lo políticamente posible.
La principal demostración de que los tribunales deciden mucho, tal vez demasiado, es el desplazamiento de la vida política desde los parlamentos al sistema judicial. Organismos que supuestamente están concebidos para ejercer una función apolítica y neutral incrementan el conflicto político en torno a ellos porque se sabe que ya apenas cumplen aquella función y que toman decisiones eminentemente políticas. Por citar solo un ejemplo reciente: los tribunales han concedido la inmunidad a Trump, pero es que los demócratas habían puesto sus esperanzas en que fuera derrotado por los tribunales y no en las urnas. El término “politización” es demasiado benigno para calificar lo que está pasando, a saber, que el derecho se ha convertido en la continuación de la política por otros medios.
La teoría clásica de la democracia defendía la existencia de contrapesos y equilibrios (checks and balances), pero lo que hoy vemos es más contrapesos que equilibrios. Hay una creciente sustitución de la política por el Derecho, una estrategia para sustraer cada vez más asuntos de su disponibilidad democrática. Claras mayorías políticas no consiguen llevar a la práctica lo que han conseguido acordar porque se les enfrenta un gremio de jueces que no han sido elegidos y que no rinden cuentas a nadie. ¿Cómo se verifica entonces el principio de que todos los poderes emanan del pueblo en el caso del poder judicial?
La revisión de constitucionalidad puede estar funcionando como un mecanismo de protección de determinados intereses y, lo que es más grave, para disminuir la capacidad de abordar las transformaciones sociales y políticas necesarias en unos tiempos cambiantes. En medio de una cultura jurídica positivista no resulta fácil que se abra paso la creatividad de la política, en consonancia con la variación de las interpretaciones sociales de lo jurídico, como pudimos comprobar con ocasión de la ley sobre el consentimiento sexual y la correspondiente perspectiva de género en torno a la elaboración, interpretación y aplicación de las normas jurídicas. La correcta politización de la justicia es el intento de devolver a la escena de la política, de las mayorías políticas, demasiadas cosas que fueron desplazadas hacia el ámbito judicial, supuestamente neutral, donde se hacen valer otro tipo de mayorías, es decir, donde se hace otra política.
Cuando la judicial review se utiliza para contrarrestar a las mayorías políticas, entonces lo que sucede es que hay demasiados incentivos para limitar su poder o ampliarlo en función de a qué actor político beneficie. Lo que el poder judicial revisa es que determinadas cosas no se puedan revisar.
La gran cuestión que hemos de resolver es cómo alcanzamos el equilibrio adecuado entre la estabilidad jurídica y el espacio móvil y modificable de la vida democrática. Debemos lograrlo sabiendo que el papel de los tribunales de justicia no puede ejercerse a costa de devaluar los parlamentos, la elección popular, de reducir lo político a lo jurídico. El centro de la conversación democrática debe ser lo que queremos hacer y no lo que está jurídicamente permitido o prohibido.
Daniel Innerarity, La juristocracia, El País 24/07/2024
Sin acuerdos, la democracia se escurre por el desagüe de la necesidad de liderazgos personalistas que combatan los problemas resolutivamente. De este modo, muere el liberalismo al prevalecer la audacia sobre la reflexión; la sorpresa sobre la previsibilidad; la táctica sobre la estrategia y el oportunismo sobre la responsabilidad.
Se vio durante el asalto al Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021 y se verá en el futuro. Entre otras cosas, porque irá de la mano de un uso de la inteligencia artificial (IA) que hará más eficaz la capacidad desestabilizadora de nuestro último bárbaro. No en balde, podrá atentar impunemente contra la veracidad que sustenta la gestión representativa del conocimiento político que, todavía, define la praxis de la democracia liberal como un sistema de gobierno que afirma verdades contrastables argumentativamente y que las urnas refrendan con los votos.
Esta es la razón que explica por qué la derecha alternativa global hibrida autoritarismo y tecno-libertarismo. Un fenómeno que explica que Donald Trump y Elon Musk se alíen y que el primero anuncie que el segundo será su consejero tecnológico si llega a la Casa Blanca. O que el primer viaje oficial de Javier Milei fuese a Silicon Valley, donde tuvo una calurosa acogida de los líderes del ecosistema de emprendimiento tecnológico vinculado a la IA. Quizá porque ofreció Argentina como laboratorio de entrenamiento para las IA fronterizas. Aquellas que pueden acarrear consecuencias maléficas que pongan en grave riesgo el respeto de los derechos humanos.
La convergencia de intereses entre el libertarismo de Silicon Valley y perfiles populistas como Trump o Milei no es nueva. Revela un denominador común que, además de reverenciar a autores como Ayn Rand o Nick Land, defiende una forma de despotismo tecnoilustrado que cree que ha de corresponder a las elites emprendedoras impulsar la aceleración del cambio digital de la sociedad, sin importar el coste social. El avance técnico lo compensará con la extraordinaria prosperidad que creará en el futuro. Para lograr ambas cosas es necesario orden y liderazgo incontestables. Algo que teoriza Peter Thiel, fundador de PayPal y asesor de Trump, cuando mantiene en La educación de un libertario que la libertad y la democracia son potencialmente incompatibles si no hay un líder que las garantice con su carisma. Reflexión que traduce en defender que Estados Unidos sea gobernado por un consejero delegado tecnológico de éxito, pues, si quiere mantener su hegemonía planetaria frente a China, tendrá que convertirse en una plataforma que acelere la revolución tecnológica del país a hombros de monopolios corporativos. Y es que, según el autor de De cero a uno: cómo inventar el futuro, son la forma natural de favorecer el progreso de la humanidad al premiar el genio de los ganadores, mientras que la competencia y la democracia, con su exceso de reglas y principios éticos, son las limosnas que compensan el fracaso de los mediocres.
José María Lassalle, Bárbaros digitales, El País 25/07/2024
Los expertos consideran el efecto placebo un ejemplo destacado de interacción mente/cuerpo. Es una nomenclatura algo pomposa, puesto que la mente es un trozo de cuerpo, pero no nos perdamos por los callejones sin salida de la lexicografía. La idea es que la mente quiere dejar de sufrir dolor, y ese solo hecho le permite convencer al cuerpo de que deje de sentirlo. La mera expectativa de que algo te va a aliviar el dolor basta para aliviarlo, aunque eso requiera tragarte una pastilla de harina o que te inyecten un suero salino para hacer el paripé.
Esto solo funciona en algunas personas, por supuesto, pero funciona realmente en ellas. La cuestión es relevante para la práctica médica y, desde luego, para los ensayos clínicos que pretenden determinar si un nuevo analgésico funciona. El efecto placebo debe descontarse tanto en el grupo de control como entre quienes han recibido el fármaco real, donde parte de los efectos también pueden deberse al mismo fenómeno. Es una cuestión dificultosa, pero abordable experimentalmente.
Los hinchas de las explicaciones místicas van a pasar un mal rato al saber que los ratones también experimentan el efecto placebo. Si aliviar el dolor con el poder del alma es factible, será que los ratones tienen alma. Si en vez de llamarlo alma lo llamas fuerza de voluntad, tendrás que concederle ese superpoder a nuestros primos roedores. El caso es que el dolor es una constante en el mundo animal, y el efecto placebo parece serlo también. Esto puede ser humillante para la grandeur humana, pero tiene la gran ventaja de que podemos estudiar los fundamentos neuronales del efecto placebo en los ratones, y —créeme— ese es el secreto para avanzar rápido en neurología. Es lo que han hecho Grégory Scherrer y sus colegas de las universidades de North Carolina, Harvard, Howard Hughes, Columbia, Stanford y el Instituto Allen. “No man is an island”, como dijo John Donne. Nadie es una isla en la neurociencia actual.
La causa última del efecto placebo no está en el alma ni en el hiperespacio, sino en el córtex cingulado anterior (CCA), situado tras la frente y entre las sienes. Un siglo de neurología nos dice que conecta por un lado con las emociones y por otro con la razón, y de este modo está implicado en la atención selectiva, la toma de decisiones y —de manera crucial para lo que nos ocupa aquí— la anticipación de una recompensa. Si tenemos algo parecido al libre albedrío, cosa que algunos neurocientíficos ponen en duda por cierto, el CCA (córtex cingulado anterior) es un firme candidato a alojarlo de un modo u otro.
Scherrer y sus colegas han podido ver con exquisito detalle que, durante el efecto placebo, la actividad del CCA se proyecta sobre los núcleos pontinos, una puerta de entrada al cerebelo que hasta ahora solo parecía implicada en el control de los movimientos, y de ahí al cerebelo en sí mismo. Resulta que en ese circuito neuronal hay un montón de receptores de opiáceos, lo que explica casi todo. Vamos drogados por el mundo y no nos damos cuenta.
Javier Sampedro, La explicación del efecto placebo, El País 27/07/2024
Este mundo de urgencias y apocalipsis otorga más credibilidad a las afirmaciones simplificadas, contundentes y sin fisuras, incluso vociferantes, como si fuesen prueba de conocimiento y capacidad de liderazgo, mientras ignora a quienes tienen el valor de compartir sus perplejidades. Olvidamos que, a veces, las cataratas de certezas brotan de los labios más intransigentes. Mafalda nos advirtió del peligro: “El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”.
Los filósofos escépticos de la antigua Grecia se empeñaron en combatir esas resbaladizas creencias. Invitaban a cultivar la duda, y defendían con valentía los matices y las ambigüedades. Por supuesto, animaban a actuar razonablemente, pero sin jactarse de tener la razón. Afirmar siempre con cautela. “No digas ‘así es’, sino ‘me parece que es’; di ‘siento frío’, en lugar de ‘hace frío’, porque otro podría tener calor”, escribió un sabio griego, anticipando las batallas campales por la temperatura del aire acondicionado en las oficinas. La palabra escéptico no significaba en origen nada semejante a descreído o cínico. En griego skepsis aludía a una investigación, a la observación y el examen a fondo de cada asunto. Entre los extremos del dogmatismo y el relativismo, hay una senda menos transitada: aspirar a saber más y mejor, con prudencia y cuidado, sin complacencia ni credulidad. Revisar y repensar incluso las verdades más blindadas. Ambiciosa utopía para escépticos.
El fundador de esta escuela, Pirrón, “carecía de fama, era pobre y pintor”. Se enroló en la expedición de Alejandro Magno y conversó con los yoguis indios —gimnosofistas hindúes o “filósofos desnudos”— milenios antes de nuestra fascinación contemporánea por el yoga. También se codeó con los magos iranios, sacerdotes del zoroastrismo. “De ahí parece provenir su muy noble manera de filosofar”, escribió el historiador Diógenes Laercio. Al entrar en contacto con otras culturas e ideas, fue capaz de poner en duda sus propias convicciones. Se declaró partidario de una vida sencilla y apacible, sin arrojar juicios como piedras a diestra y siniestra. Decidió dedicar su vida a demostrar que nada se puede demostrar. No escribió ni una línea, posiblemente para evitar la tentación de dogmatizar. Por suerte tuvo un seguidor menos escrupuloso, Timón, que anotó sus enseñanzas: gracias a él, sobrevivieron al olvido.
Pirrón aspiraba a combatir los dogmas para liberar a la humanidad de la inquietud, la hostilidad y el conflicto. En la duda infinita, pretendía encontrar entereza, clarividencia y sosiego. Afirma su biografía que “tuvo muchos seguidores, por su tranquilidad”. Al volver a Grecia tras luchar en las tropas de Alejandro Magno, compartió un humilde hogar con su hermana matrona —el problema de la vivienda también era asfixiante para los filósofos precarios de la época—. Otro pensador, Sócrates, hijo de la partera Fenareta, conoció de cerca la labor de una comadrona. En el diálogo Teeteto, Sócrates dijo ejercer el mismo oficio que su madre, y bautizó a su método como mayéutica, es decir, ayudar a dar a luz, asistir en el parto: “Los que conversan conmigo nada aprenden de mí, sino que encuentran en sí mismos bellos conocimientos, que yo solo ayudé a concebir y alumbrar”. Sócrates y Pirrón, adalides de la duda, convivieron con mujeres cuidadoras y dedicaron sus esfuerzos intelectuales a engendrar una filosofía sanadora. Recalca su biógrafo Diógenes Laercio que Pirrón limpiaba la casa, algo muy inhabitual en la época. Además, alcanzó los 90 años, edad poco frecuente. Quizá vivan más años los hombres que se ocupan de las tareas domésticas, si me permiten la generalización apresurada.
En nuestra —poco higiénica— aldea mediática de titulares histéricos, condenas instantáneas y afirmaciones rocosas, podría ser útil recuperar esta herencia. Un toque de pirronismo nos ayudaría a entender que no vemos el mundo como es, sino como somos. Está comprobado que tendemos a creer las informaciones que afianzan nuestras convicciones —por infundadas que parezcan— y a cuestionar los datos que las rebaten –por sólidos que sean–. En psicología lo denominan “sesgo de confirmación”, y documentan que se produce en todo el espectro ideológico, incluso entre quienes se enorgullecen de poseer una mente abierta y un insobornable sentido crítico. Más que el famoso “ver para creer”, parece que se trata de creer para ver.
Irene Vallejo, Quizás, quizás, quizás, El País 28/07/2024
Después de la Revolución Rusa de 1917 y después de la II Guerra Mundial, las calles se llenaron de millones de huérfanos y niños sin familia. Vendían cerillas y trataban de quitarles la cartera a los clientes, entraban en las casas para robar y a veces se agrupaban para asaltar a los adultos. Su extrema violencia era producto de la adaptación a una sociedad en guerra, la destrucción de las familias y la ruina cultural. Los niños que no eran violentos morían de hambre, de desesperación o asesinados por otros. Fue la época de las utopías pedagógicas, cuando Makarenko y Korczak demostraron que bastaba con acoger a aquellos pequeños delincuentes en un programa de acciones constantes y organizar debates denominados la república de los niños para poder estructurar el espacio activo, afectivo y verbal en el que forjar unos lazos que les dieran seguridad. En efecto, se vio una recuperación evolutiva, un desarrollo nuevo y positivo después del caos. Hoy ese proceso recibe el nombre de “resiliencia”.
El giro epistemológico se produjo en 1951: el pedagogo y psicoanalista John Bowlby presentó su informe a la OMS. Propuso una explicación que combinaba los datos genéticos con los ambientales, cosa que todavía no era muy habitual. Descubrió que, de un pequeño grupo de “44 ladrones adolescentes”, 17 habían sufrido una larga y dolorosa separación de la madre. En el grupo de control del estudio, de 44 adolescentes que no habían delinquido, solo 2 habían crecido sin cuidados maternos. De forma que era posible establecer una relación de causa y efecto entre la falta de afectos a edad muy temprana, que introduce en el cerebro un factor de vulnerabilidad emocional, y la explosión que se da en la adolescencia, cuando más intensos son los impulsos afectivos.
Este informe tuvo gran éxito internacional en los años de la posguerra, cuando los educadores necesitaban comprender por qué los niños sin familia eran tan sombríos e impulsivos y a veces se convertían en delincuentes. Una avalancha de ensayos clínicos confirmó y detalló esta noción, pero hasta hace poco no fue posible que las técnicas de neuroimagen fotografiaran, midieran y evaluaran las alteraciones neurológicas provocadas por los cambios en el entorno. En una cultura dualista, en la que el alma insustancial está totalmente separada del cuerpo material, es difícil aceptar que una disfunción cerebral pueda ser consecuencia de una disfunción social. Sin embargo, las imágenes obtenidas con las nuevas técnicas muestran que un niño aislado desde muy corta edad, intensamente y durante mucho tiempo adquiere una “atrofia cerebral” de los dos lóbulos prefrontales, la base neurológica de la anticipación, y del anillo límbico, la base neurológica de la memoria. Cuando las personas del entorno del niño no le ofrecen ningún tipo de relación, ¿dónde va a ir? Sin la capacidad de anticipación, no se establecen conexiones neuronales, así que en la imagen aparece una zona oscura. Si no hay nadie a quien amar, si el niño vive en un desierto afectivo, no tiene nada que recordar, ni acontecimientos, ni emociones, por lo que el sistema límbico aparece atrofiado. Cuando todo va bien, las neuronas prefrontales, ante el estímulo de una alteridad, inhiben la amígdala rinencefálica, la base neurológica de las emociones insoportables como la cólera, la desesperación y el odio. Quizá ese sea el motivo de que un sujeto sumido en sus emociones se tranquilice cuando hay un plan de acción, una relación familiar o un relato que elaborar, como observaron Makarenko y Korczak sobre el terreno. […]
La repercusión de un acontecimiento sensorial, afectivo o verbal es distinta según la organización del receptor neuronal. Si a un bebé de cuatro o cinco meses se le dice: “Las personas que creen en Dios envejecen mejor que los ateos: su fe en un Dios protector tiene un efecto tranquilizador”, el bebé saltará de alegría. Pero será por la proximidad sensorial de esa persona, la voz, el brillo de sus ojos, el olor familiar tal vez. Si se le dice esa misma frase a un niño de siete años, sentirá más seguridad y querrá creer en ese Dios protector del que le habla su madre.
Boris Cyrulnik, ¿Por qué la guerra?, El País 28/07/2024
No hay nada más natural que una pelea. No hay nada más civilizado que la guerra.
Ante una pelea, los humanos tenemos las mismas reacciones que los animales; cuando un desconocido entra sin avisar en casa, cuando un vecino se apodera de un trozo de nuestro terreno, cuando un depredador amenaza a nuestros hijos o cuando entablamos una rivalidad con alguien que corteja a la misma pareja sexual que nosotros o con alguien que posee un bien que nosotros no tenemos.
Ahora bien, librar una guerra es distinto: hay que planificar, reunir a hombres, proporcionarles armas de alta tecnología y, sobre todo, encontrar las palabras necesarias para justificar el fanatismo que haga que los soldados se sientan orgullosos de matar sin sentirse culpables. Esa es la condición humana, la de las herramientas y el lenguaje.
Cuando la cultura ofrece varios relatos, el adolescente que no quiere seguir sometido a las verdades de sus padres elige la ficción que le conviene, la que expresa sus deseos. Así adquiere cierto grado de libertad y se reafirma, pero, cuando en el entorno verbal no hay más que una sola historia, el joven cae en las garras de un relato totalitario, el que expresa e impone su verdad única. Cuando hay pocas alternativas, las ideas están más claras. Cuando no se puede demostrar nada, los eslóganes repetidos por el grupo al que se pertenece reemplazan a la verdad. Cuanto menos sabe una persona, más convencida está. Es una gran ventaja para la mente perezosa. Uno se siente muy a gusto cuando está rodeado de amigos que recitan las mismas palabras; proporciona una sensación de fuerza y seguridad. Pero los eslóganes eufóricos empobrecen el mundo de la verbalidad, se pierde alegremente la libertad interior y se acepta una cómoda servidumbre.
¿Se podría explicar así la capacidad de seducción de los lenguajes totalitarios? ¿Se podría entender así por qué existen hoy en todo el mundo tantos dictadores elegidos democráticamente? ¿La fatiga de pensar proporciona menos placer que la alegría de entonar a coro eslóganes que impiden pensar? Un pueblo que sufre dificultades en una sociedad desorganizada se siente mejor cuando cree lo que le dice su líder, su salvador. Esa es la manera de que, cuando estalla una guerra, el creyente pueda matar sin sentirse culpable: “Me limito a obedecer”, dice. Lo cual es cierto y también criminal.
He partido de la experiencia de quienes han vivido el hundimiento físico y ético que es la guerra. Cuando se pierde la palabra, no quedan más que los impulsos y las armas. Cuando una desgracia vital empobrece el espacio afectivo que debe rodear a un niño, su cerebro, mal formado, adquiere una disfunción que lo aísla y aumenta su sufrimiento. Cuando los relatos que nos rodean se reducen a una declamación única que nos da la satisfacción de entregarnos a la pereza, el debate desaparece y la democracia sufre y se empobrece. Afortunadamente, estos problemas individuales y culturales son remediables siempre que actuemos sobre el entorno que influye en nosotros. Tenemos cierto grado de libertad y, por tanto, una responsabilidad si no hacemos algo. Basta con relacionarnos, hablar, visitar otras culturas y descubrir otras jerarquías de valores.
Boris Cyrulnik, ¿Por qué la guerra?, El País 28/07/2024
Mi cerebro humano me permite vivir y habitar en un mundo de representaciones separado de la realidad palpable que, sin embargo, siento en lo más hondo de mi ser. ¿No será esa la definición de delirio? (“de-”, prefijo privativo; “lira”, surco en la tierra). Siento intensamente unos hechos que quizá no existen en la realidad, pero de los que me construyo una representación que me domina. Me pongo en manos de lo que construyo, me lo creo y tomo las medidas correspondientes. Eso no lo puede hacer mi perro. Tiene mejor olfato, pero su acceso al lenguaje (que no está mal) le sirve para designar cosas que están en su entorno, mientras que un ser humano, con el lóbulo prefrontal —base neurológica de la anticipación— conectado al sistema límbico —la base neurológica de la memoria y las emociones—, tiene la capacidad de vivir en un mundo invisible que le ocupa la mente. Así se instalan los seres humanos en los mundos maravillosos o terroríficos que no dejan de inventar.
Boris Cyrulnik, ¿Por qué la guerra?, El País 28/07/2024
I
Estoy en Punta Cana. Calor, sudor y humedad. El Cid, aquí, no cabalgaría. Lo suyo era el polvo, el sudor y el hierro.
II
Ayer al bajar del avión nos recibió el rutinario chaparrón vespertino del trópico y una bofetada de calor húmedo. Cansado, cené una pizza y dos cervezas y a la cama.
III
Me he levantado temprano, a las 5:00 y ya el calor húmedo se enganchaba a la piel como un parásito.
IV
Me imagino que toda esta gente que viene a estos hoteles de playas famosas encuentra en ellos maravillas que yo no acabo de ver. Yo, a las 9:00 ya estaba encerrado en mi habitación, disfrutando del aire acondicionado y preparando una charla que tengo esta tarde a primer ahora.
VMe ha invitado Santillana de Colombia y se supone que tengo que hablar de algo que no sé muy bien qué es: la vida plena. Pero hablaré de Creso, el rey de Lidia, y de Solón el ateniense, Ya les contaré.Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura.
Hace unos días, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, nos recordaba los efectos del cambio climático; efectos que llevarán a miles de millones de personas (las más pobres) a vivir por encima de los 50 grados Celsius. Hasta aquí todo bien (¡bien terrible!). El problema estaba en la atribución de causas. Sostuvo Guterres que el cambio climático era debido a la «adicción humana a los combustibles fósiles». ¡Pésimo «diagnóstico»! No ya por ese funesto vicio de convertirlo todo en una patología (que también), sino porque el político portugués, en la peor tradición liberal, fustiga a los individuos sin dedicar una palabra a las causas estructurales de esa presunta «adicción». Vamos a recordarle algunas.
Desde hace más de dos siglos el capitalismo industrial ha ido obligando a la gente al abandono de las zonas rurales y a vivir en la periferia de las grandes urbes. Desde hace cincuenta años la gentrificación y la especulación urbanística (aceleradas por el negocio turístico) han estado expulsado igualmente a la gente desde el centro al extrarradio. El efecto de este fenómeno global y masivo ha sido, obviamente, la multiplicación del tráfico urbano. Quien vive en los inmensos suburbios de cualquier megalópolis no puede ir regularmente a su trabajo en bici o dando un paseo, privilegio reservado a las élites, que son, cada vez más, las únicas que pueden vivir en el centro.
Desde luego que hay grandes urbes en las que existe una amplia y moderna red de transporte público, pero en la mayoría este es ineficaz e insuficiente. Eso por no hablar de la incomunicación de las zonas rurales o entre pequeñas ciudades de provincia. El desmantelamiento de la red ferroviaria que antaño articulaba el territorio (para invertirlo todo en autovías y unas pocas líneas de alta velocidad) o la deficiencia (o inexistencia) de infraestructuras de comunicación en las regiones más pobres hacen que, para muchísimas personas, la única alternativa sea, invariable y obligatoriamente, el coche.
Así que nada de «adicción a los hidrocarburos», señor Guterres. Para la mayoría de los que no podemos vivir en un ático en el centro el automóvil no es un vicio, sino una necesidad; no tenemos otra forma realista de acudir al trabajo, la escuela, el hospital o el supermercado; ni disponemos de medios para costear (o simplemente para hacer viable) el uso de vehículos que, como los eléctricos, distan mucho de ser prácticos y sostenibles – mucho menos si se comienzan a utilizar en masa –.
Así que, en lugar de echarnos el muerto encima, abogue usted por multiplicar por mil el transporte público, por invertir en trenes que vuelvan a conectar pueblos y ciudades, por cortar de raíz con la especulación de la vivienda en los centros urbanos o por extender el teletrabajo voluntario… Y ya verá, ya, cómo los curritos acudimos en bus al trabajo o, en estas tórridas fechas, nos vamos en tren a Benidorm o Chipiona – y no andando, como tuve que escuchar recientemente a un académico gurú del ecologismo patrio, de esos que hablan y entiendes a la perfección porque la gente vota a Trump, Abascal o Alvise –.
I
Aeropuerto de Barcelona, temprano. Entro en un chiringuito aeroportuario a tomar un café. A mi lado, una pareja joven... ¿25 años? Él no para de rebuscar entretenimientos en el movil. Ella se va entristeciendo. De repente comienza a llorar y él deja el mòvil e intenta abrazarla. Ella se deja, pero como si fuera de trapo. Él le susurra vete a saber qué; ella llora ahora con más intensidad. Es una escena tristísima. Me voy.
11
Aeropuerto de Barcelona. 90 minutos antes. Voy a preguntar si tendré problemas con la maleta si la llevo en cabina y me preguntan a mí si tengo no sé qué. No lo tengo. Ni se me había ocurrido pensar que necesitaría un no sé qué. Si no lo consigo, no podré embarcar. Comienza un maratón burocrático que me deja exhausto. Demasiadas casillas a rellenar, demasiadas cosas que tengo que preguntar, demasiado de todo. Estoy superado. ¿Y si interrumpo el viaje? Me doy una oportunidad más a mí mismo. Reinicio todo. Noto como el tiempo se va devorando a sí mismo, como un fósforo. Finalmente lo consigo. No me siento feliz, sino triste. Estas cosas ponen de manifiesto una de mis invalideces más notorias.
III
Mi agente provocador no viene conmigo y sé que voy a ir de despiste en despiste. Me meteré en las colas que no son, cogeré el pasillo que no toca, me olvidaré de informarme sobre los papeles imprescindibles para entrar en un país.
IV
Añoranza intensa de mi sofá, mi cama, mi habitación, mis libros, mi luz de Ocata, las jacarandás a las que da mi ventana, mi plaza de Ocata.
V
¿Pero para qué salimos, si no para encontrar el camino de casa?
I
Pucherazo. Y Zapatero.
II
Es una característica común de la izquierda europea: quiere para Hispanoamérica o África regímenes políticos que no podría soportar si se instalasen en su país.
III
El cristianismo es una religión tan rara que lo más normal es que sorprenda, se la critique o, simplemente, se la ridiculice (en esto, Voltaire era el maestro). Nada de esto debiera preocupar a un cristiano. Cuando se la critica se está reconociendo su vigencia. Alguna grandeza debe conservar el cristianismo cuando se considera loable enfrentarse a él. Lo que debiera preocupar a los cristianos es volverse invisibles, que su presencia se diera en la mayor indiferencia, que su fe no molestara a nadie.
IV
Hace ya algunos años que descubrí que si quieres escribir con libertad en un periódico, lo primero que tienes que hacer es ignorar los comentarios de los lectores.
V
Es difícil comprender el empeño que ponen algunos intentando refutar lo que no has dicho.
I
Querida L,
Yo sé que si no apareciste en aquella cena en Madrid no fue por falta de ganas. Te había invitado yo mismo hacía unas semanas y en los días previos, temiéndome que pudiera pasar lo que, sin duda, pasó, te volví a invitar y tú me aseguraste que no faltarías. Pero faltaste. Te estuve esperando un buen rato en la calle pero sabía que sería inútil. El comisario político que te acompañaba era el responsable. Eres demasiado importante para permitirte moverte en libertad. Por eso hoy uno mi deseo al tuyo. El país está más que Maduro.
II
Ayer me entrevistaron por zoom desde Bolivia. Me temo que debí hacerlo fatal porque el entrevistador no paraba de bostezar, de manera indisimulada. Se suponía que hablábamos de educación.
I
Estoy profundamente asqueado con los datos del informe que han hecho público los jesuitas de Cataluña. Han identificado al menos 145 víctimas de abusos sexuales cometidos en centros educativos por parte de 44 agresores desde 1948 a la actualidad. El mismo informe admite que "estas 145 víctimas no son el total de las víctimas". Yo estuve ingresado en un internado capuchino de los 11 a los 16 años y nunca percibí el más mínimo indicio de que pudieran tener lugar abusos de este tipo, lo cual aumenta mi desconcierto.
II
Ha llegado la hora de preguntarse si estos hechos obedecen a conductas más o menos desquiciadas de unos cuantos adultos pervertidos o si el hecho de que esos adultos sean tantos no dice alguna cosa de más calado sobre algún tipo de perversión interna en la misma Iglesia.
III
No puedo dejar de pensar en los culpables y en los inocentes a los que la conducta de tantos culpables somete a una sombra de sospecha porque también se puede pecar por omisión.
IV
La perplejidad y el desconcierto bien visible en la Iglesia ante la continua aparición de hechos de este tipo no puede limitarse a pedir perdón a las víctimas e indemnizarlas con una cantidad de dinero. Eso es imprescindible, pero no es suficiente. La Iglesia necesita abrirse en canal y ganarse la transparencia que le puede garantizar un futuro.
V
A veces siento que formo parte del último grupo de cristianos europeos, que camina, desorientado, hacia su merecido ocaso y entonces me digo a mí mismo que yo también soy víctima de los desalmados.
VI
Tras escribir lo anterior he salido a hacer la compra. Esta noche tenemos invitados. Y dándole vueltas al asunto he pensado en los justos. No sé cuantos serán. Pero si solo hubiera uno, merecería nuestro reconocimiento.
La Niña de la Huerta con Francis Pinto (Peña Flamenca Llerena) |
Los aficionados al flamenco tienen una jerga parecida a la de los palmeros que acompañan y animan el cante (esos que dicen ole y tocan las palmas, que cantaba Montse Cortés en el penúltimo disco de Paco). Y en esa jerga hay una frase ritual para cuando el respetable no lo es tanto: es el «vamos a escuchar», lanzada lapidariamente y en voz alta por un cabal y con la que se invoca el recogimiento y el silencio necesarios para que se geste el cante.
Pues bien, al discurso racional le pasa como al cante flamenco: hay que hacerle sitio, guardarle silencio; no se impone pasivamente, como el reguetón a todo volumen de un macarra motorizado o los bulos de Trump, sino que requiere de una cierta actitud receptiva, de un nivel mínimo de actividad mental, y de algo tan caro en estos tiempos como es la atención.
Diríamos que eso mismo que exige la buena música – y todo lo que es bueno en general– es lo que también exige el debate público: un «vamos a escuchar» colectivo y una actitud constructiva e inteligente – más que pasiva y pasional – en torno a las opiniones de otros. No ignoro que tal cosa sea más fácil de conseguir en el ámbito del arte que en el del debate, en el que se negocian cosas tan delicadas como las identidades personales y colectivas, pero hay que intentarlo. Nos va en ello aquello tan famoso de la regeneración democrática.
Frente a las tendencias «neoluditas» contra las redes, a las que se responsabiliza frívolamente de la polarización y degeneración política, hay que recordar que la ampliación y desjerarquización del espacio público (aun controlado de forma privada, no lo olvidemos) que procuran dichas redes representa, al menos en teoría, un sólido avance democrático. Nunca ha habido tanta gente en condiciones técnicas de intervenir en el debate público y en la conformación de la opinión común. Lo que hace falta ahora es promover las condiciones cívicas e intelectuales que complementen a esas posibilidades técnicas. Y una de esas condiciones es, sin duda, la que representa ese flamenquísimo «vamos a escuchar».
Una buena «ciudadanía digital» no depende tanto de la alfabetización mediática como de la generalización de una ética del diálogo. Una ética por la que cada vez que decimos «yo opino» valoremos más el significado del verbo «opinar» que las implicaciones afectivas e identitarias del pronombre «yo», de manera que resituemos nuestra perspectiva como lo que es (una perspectiva más) y dejemos espacio a la comprensión de la perspectiva ajena. Un buen ejercicio socrático que propondría al respecto es este: no opines nunca sin antes resumir las ideas de tu interlocutor en una formulación que este apruebe; esto demostraría que, como poco, hemos escuchado y entendido su punto de vista. Sin esta escucha no hay diálogo posible, ni interacción humana que no sea simple impostura.
Eso sí: recuerden que hacer el esfuerzo de entender a los demás supone correr el riesgo de ver las cosas de modo tan distinto que uno se pierda, haya de buscarse y salga de ese proceso crecido y transformado. Exactamente igual que cuando escuchas una soleá que te vuelve del revés. Es algo que te saca de tus casillas, pero para dejarte en un lugar más alto. Así que ya saben: vamos a escucharnos, por favor.
I
Día complejo en el que Caridad Mercader ha vuelto a asomar su cabeza. Un dibujante de cómic está dibujando su historia y me pide una ayuda que muy gratamente estoy dispuesto a darle. Una televisión hispana de Florida quiere... ya veremos el qué. Cuando se concrete, os lo diré.
II
Intercambios de mensajes con Bolivia, Perú, Costa Rica. Todo bien excepto lo que va... digamos que de manera progresivamente más preocupante, porque la buena voluntad, cuando no está bien informada, te puede meter en líos considerables. Muy considerables. Tengo que ser, por ahora, discreto.
III
Parece que mi nuevo libro, Prohibido repetir, está despertando un interés notable. Una editorial barcelonesa quiere publicarlo en catalán y distintos medios se han puesto ya en contacto conmigo para que les conceda entrevistas. Sin embargo, si les soy sincero, he de confesarles que estoy un poco cansado del mundo educativo. Hay modas que se imponen por encima de todo criterio racional porque en educación lo que suena bonito suele considerarse verdadero.
IV
Definitivamente, a las 5:00 de la mañana comienza la hora más lujuriosa del día.
I
He decidido hablar lo menos posible de política en las redes sociales. No es que no me interese la política. Es que, simplemente, quiero poner acentos en aspectos aparentemente mínimos de mi realidad cotidiana. Son muchas las veces que me apetece mucho lanzar un exabrupto contra alguien. Pero el silencio y el arte de distribuir prioridades tiene también sus pequeñas lujurias.
II
Uno de los posibles ejercicios de la libertad es el de elegir, en la medida de lo posible, aquello a lo que quieres dar relevancia de tu entorno. Todo nos afecta pero es posible decidir tu grado de afectación relativa. La libertad es también la capacidad de subrayar lo irrelevante para traerlo a primer plano. Por ejemplo, levantarme a las cinco de la mañana, abrir la ventana de par en par, dejar que el frescor de la madrugada te inunde mientras cumplo con el deber autoimpuesto del «nulla dies sine linea».
III
O la cena de ayer: una ensalada de tomate con anchoas, cebolla, nueces y un buen vaso de vino.
IV
O el paseo por la playa notando cómo tus pues se hunden en la arena mientras las olas chocan contra ellos.
V
O esa belleza transeúnte para la cual ya eres completamente invisible. El verano también tiene sus dolores.
VI
En una ocasión di una conferencia que se titulaba «Lo que vemos es lo que nos mira». Creo que no me expliqué bien, porque lo que vi en el auditorio era un general desconcierto. Hoy me reafirmo: lo que vemos es lo que nos mira. Y lo que no nos mira, aquello para lo que somos invisibles, aquello que nos ningunea de la manera más espontánea, lo vemos empapados de una inevitable melancolía. No se hundirá el mundo por ello. Ni tan siquiera merece un gesto de decepción por nuestra parte. Pero es la aparente dignidad con que llevamos nuestra invisibilidad la que nos traiciona.