Primer día en Madrid. Sano y salvo. El cohete chino se ha convertido en una amenaza muy remota.
He pasado la mañana hablando sobre conservadurismo en la magnífica Fundación Conversación, que con tanta sabiduría dirige Armando Zerolo. He desarrollado tres ideas: que el conservadurismo es un reformismo, que el reformismo del conservadurismo hispano ha tenido desde Cánovas una dimensión decididamente social y que el conservadurismo se dice de muchas maneras (hay diferentes tradiciones conservadoras). He aprovechado la ocasión para proponer que el PP cambie su logo: debieran sustituir la gaviota por un berberecho.
En el ABC de hoy aparecen unas declaraciones que me arrancó la listísima Josefina G. Stegmann, que tiene la rara habilidad de llamarme siempre cuando me resulta imposible atenderla. Esta vez, cuando viajaba en el AVE que me traía a Madrid. Y, sin embargo, siempre consigue arrancarme alguna muela sin dolor. En esta ocasión quería que le dijerse mi opinión sobre la prohibición del lenguaje inclusivo en las escuelas francesas. Esto es lo que Josefina dice que yo le dije: "Los franceses no aceptan la degradación escolar del canon. Y eso signifoica que aman la escuela como el lugar en el que el niño se convierte en ciudadano gracias al acceso a una cultura común. Esa cultura no puede ponerse en desbandada ante los intentos de dinamitarla por parte de quienes quieren llevar la revolución al lenguaje. El lenguaje es la razón común, no la razón de parte".
Ha aparecido hoy en El Tribú la última entrega de mi Locutori.
Os podría hablar de la dulce serenidad del amanecer y de como los tonos pasteles se apoderan de las fachadas en el atardecer de Madrid, de las gentes que invaden las terrazas de bares y restaurantes, de lo hermosa y acogedora que es esta ciudad, que ha hecho de la inclusión su esencia. Pero estoy tan cansado,...
¿Y con que me encuentro?
Pues con un cohete chino que, según algunos medios, podría caer en Madrid.
Mail de B.:
"Je passe une heure par jour en salle de kinésithérapie. Nous sommes des dizaines d'éclopés, qui répétons à l’infini les mêmes petits exercices, tels de minables Sisyphes. Et au milieu de nous, un bataillon de kinés, jeunes et beaux comme des dieux et déesses grecs. C’est un spectacle intéressant".
Y aquí, en Madrid, con miedo al cohete chino.
Se acerca el lunes y están ustedes invitados:
Només tens una vida, a què em refereixo amb això?, doncs bé vull arribar a la conclusió del fet que he d'obrir els ulls i gaudir de la vida, sent com sóc jo i a qui no li agradi doncs que no em mirin.
Ara semblaré una vella, però he passat per moltes etapes en setze anys que tinc, sóc una noia com qualsevol altre amb molts complexos que a la llarga els he intentat tapar per por al "què dirà la gent?" però farà qüestió de mesos em vaig adonar que deixaria de preocupar-me per als altres i començar a preocupar-me per mi. Per prendre aquesta decisió he trigat molt, ja que anava rebent comentaris, però el que més em va tocar i em va fer mal eren les persones que m'ho deien... Però la meva família i els meus amics, no aquells que diuen "estaré per sempre" sinó els que m'ho han demostrat quan ho he necessitat, ells van estar per ajudar-me.
Avui aniria i els i faria dos petons a cadascuna d'aquelles persones, ja que m'he fet molt més forta i no passo ni una, de fet algunes de les persones m'han confessat que em tenen enveja, però la meva resposta va ser... Valorat que un cos no ho és tot, ja que és un cos humà es pot engreixar, aprimar i el més important només hi ha una vida!Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico de Extremadura.
¿Se debe dialogar en cualquier circunstancia y con todo el mundo? Ni hablar. O, mejor dicho: hablar sí, y negociar, y hasta argumentar si cabe. Pero dialogar no. El diálogo requiere condiciones éticas y filosóficas que no siempre se dan en otras formas de comunicación. Sin esas condiciones, el diálogo no es posible (sin perjuicio de que se siga hablando, negociando o incluso argumentando).
La primera de tales condiciones es el compromiso con la verdad. El diálogo se instituye con el propósito de investigar o deliberar acerca de lo que son o deben ser realmente las cosas. Si no se comparte dicho propósito (porque no se crea posible, o porque las finalidades sean otras, como persuadir, propagar, manipular o mentir) no hay diálogo que valga.
Dado que la verdad no puede ser algo subjetivo, la segunda condición de todo diálogo es la cooperación. El diálogo es, esencialmente, una actividad intersubjetiva, en que las posiciones e intereses individuales, el triunfo retórico o la reafirmación del propio ego quedan subordinados a ese interés o bien común que suponen el conocimiento o la deliberación en torno a lo justo. Sin ese valor trascendente de lo común (lo verdadero, lo bueno, lo racional...), y de ciertas virtudes concomitantes (honestidad, tolerancia, espíritu crítico), podrán darse el habla, el debate retórico, la negociación, pero no el diálogo.
La tercera condición es la incertidumbre. Se dialoga porque se duda de lo que se cree y, conscientes de esto mismo, se reconoce la necesidad de poner a prueba nuestras ideas y aprender de otros. El diálogo ha de sacarte de tus casillas ideológicas y tus “-ismos” habituales. Si crees ciegamente que tus posiciones son indubitables un buen diálogo te vendría de perlas, pero nadie (salvo que te aprecie o se dedique vocacionalmente a ello) está obligado a ayudarte.
La incertidumbre es, además, condición del interés que nos empuja a empatizar con los demás, interesándonos por su forma de concebir el mundo e inquiriendo y valorando su opinión sobre nuestras opiniones. Si, por el contrario, lo que abunda es la lectura torcida o parcial de lo que dice el otro (para, así, regodearnos en lo “nuestro”), toca levantarse y coger la puerta.
La quinta condición es la radicalidad. En un diálogo no caben dogmas, tabúes o certezas incuestionables; ni conclusiones fijadas de antemano (un “debate” instrumentalizado para conducir a los que participan a una posición predeterminada no es un debate). Participar en un diálogo supone, por el contrario, asumir el riesgo de que nuestras convicciones se desmoronen e, incluso, de que nuestra vida cambie de rumbo.
Por último, un diálogo exige equidad racional, de manera que el derecho a tomar la palabra sea estrictamente proporcional a la voluntad y la capacidad de razonar y explicar (reconocida por los demás) que tenga cada uno. Así, si en un debate se da ventaja al que más grita, paga, pega o manda, tampoco hay diálogo.
Alguien podría decir que, dada esta lista tan exigente de condiciones, uno estaría condenado a no debatir jamás. Y no le faltarían motivos. De hecho, casi todo lo que pasa hoy por “diálogo” (debates parlamentarios, tertulias televisivas, discusiones en las redes) está dirigido a la manipulación, la justificación de intereses particulares, la reafirmación de lo que ya creemos o, más simplemente, a alimentar con sangre y saña al circo mediático que nos mantiene entretenidos en nuestro puesto virtual de trabajo (consistente en proporcionar información y comprar lo que nos ofrecen).
¿Deberíamos ser, entonces, tan pulcros o tiquismiquis? ¿No dejaríamos, así, el campo libre a demagogos y dogmáticos? Yo aquí soy optimista. Creo que la pulcritud intelectual y moral nunca es excesiva, y que es lo único que puede sacarnos de esta debacle. Más aún, espero que el espectáculo degradante del no-debate público vaya generando una reacción creciente de desapego, de forma que el simulacro de “diálogo” con que se autolegitima el régimen acabe por descubrirse solo.
Mientras, no ya levantarte indignado de la mesa (como los políticos o los famosos en los programas de cotilleo) sino, directamente, no participar de ninguna manera en el Show. No digamos si, en lugar de demagogia, ruido, consignas o risas necias, lo que hay sobre la mesa son amenazas, balas, pistolas o rebeliones de opereta, en cuyo caso no solo no hay nada que dialogar, sino que hay la obligación de expulsar del plató, la institución y hasta de la vida civil al que violenta, sometiéndole, si procede, a la violencia legítima de la ley.
A no ser, claro, que nos vaya la marcha, y que lo único que nos interese sea este crispante estado (completamente ajeno al bien común) de campaña electoral permanente.
Tengo ahora mismo, a las 16:00, una videoconferencia con Madrid que me deja sin paseo vespertino. Iré al grano.
El PP ha ganado con una amplia mayoría las elecciones de la comunidad de Madrid. La izquierda perpleja, se mira los bolsillos, volviéndoselos del revés, intrigada porque no cree que haya perdido las llaves de la que considera su casa, sino que se las han robado. No sabe qué ha pasado. Las buenas gentes de la izquierda -lo digo sin ironía- están convecidas de que son los únicos buenos y no entienden cómo el pueblo trabajador puede haber preferido a los malos.
Los malos son los que caben en el simplista esquema de espantapájaros con el que la izquierda ha esquematizadso a la derecha.
Daré mi explicación de lo ocurrido.
Viajo bastante a Madrid y siempre vuelvo sorprendido por el dinamismo de esta ciudad. Todo el mundo anda con planes, proyectos, ilusiones. Recibo más invitaciones de las que puedo responer y me siento, en cuanto llego a Atocha, como en casa. Pues bien, a los madrileños, que son conscientes de este dinamismo, la izquierda les ha estado diciendo que no hay nada de esto. Los madrileños no pueden decir que están bien y si lo dicen, saldrá algún izquierdista a rebatirlos, intentando persuadirles de que en realidad se encuentran no mal, sino muy mal, rematadamente mal, que viven en el sumidero de lo peor de España. Su conciencia del bienestar es sólo una conciencia cautiva, alienada, que necesita de los argumentos de un progre o, en su defecto, de un catedrático de metafísica, para descubrir su dolor.
Añadamos que si te consideras conservador es imposible reconocerse en la imagen vampírica que los socialistas y podemitas han proyectado de ti. Tú bien sabes que no eres nada de eso y, además, que no conoces a ningún conservador en Madrid que se aproxime si quiera a esa imagen fantasmal de una derecha que sería en realidad una ultraderecha filofascista, autoritaria, contraria a los intereses de los trabajadores, de la cultura, etc.
La manipulación ha sido tan grosera que, al final, el elector se ha guiado más por lo que veía directamente que por lo que le aseguraban que tenía que ver. Entre las cosas que veía estaba una mujer que siente orgullo de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Lo más curioso es que resulta claramente perceptible entre los vencedores como una liberación no tanto por haber ganado como por habrse quitado de encima a alguien -Iglesias- que intentaba denodadamente convertirlos en extranjeros de su identidad.
Cinefòrum dinamitzat per Joan Méndez
Sinopsi: el capità Vladimir Arseniev i el seu destacament han de fer prospeccions geològiques en els boscos de la taigà Siberiana. La immensitat del territori i la duresa del clima fan que s’extraviï. Condemnat a vagar pel territori salvatge coneix Dersu Uzala, un caçador nòmada que coneix bé el territori i l’ajuda a superar les inclemències del temps. Dersu ensenyarà a Vladimir a respectar la natura i a conviure en harmonia amb ella.
Mañana de trabajo intenso, preparándome varias conferencias que debo dar próximamente y leyendo con interés la biografía de Azaña de Emiliano Aguado. La sopresa del día me la ha dado el periodista húngaro Péter Heltai, redactor de una revista de Budapest, que me comunica que hoy ha publicado una entrevista que me hizo hace varias semanas. Me veo a mí mismo hablando en una lengua que me resulta totalmente desconocida y no me siento yo. De Hungría apenas sé nada. El primer nombre que me viene a la memoria es el de Béla Hamvas y su maravillosa Filosofía del vino. Después, enganchados a la filosofía, Lukács, Lakatos, Max Nordau, Agnes Heller....
He comido en el Petit Cafè, en la Plaza de Ocata. Y he vuelto a descubrir que la mayoría de la gente no guarda ninguna consideración con alguien que está leyendo. Al que lee se le puede interumpir con cualquier cosa, por ejemplo, con una muestra forzada de amistad, y tantas veces como apetezca. Cómo me gustaría aparentar que soy un misántropo y en el fondo no serlo, en vez de serlo a medias sin aparentarlo.
Esta tarde, paseo largo por la sierra de Sant Mateu, en Teià:. El Mediterráneo se ve diferente cuando se contempla desde la ladera, recuperando el aliento en un claro del bosque. Es como una huida del paisaje, una evocación de la aventura. Es la imaginación de lo posible desde la comodidad de Ítaca. En mi caso, comodidad relativa, porque mi Penélope sigue en Pamplona.
Leo mucho, a todas horas y, sin embargo, avanzo poco. A veces me ocurre esto: me obligo a leer determinadas cosas para asegurarme que no se me ha pasado nada por alto y cuando cierro el libro no he tomado ni una nota, aunque me haya entretenido en cuestiones marginales. He acabado con Ridruejo. Una decepción, porque posiblemente esperaba una obra importante de un mportante personaje. Creo que en él lo importante era su presencia física, su proximidad, su cordialidad. Me lo confirma Tono Masoliver, que lo conoció bien. Su poesía no me ha interesado nada (pero tengo que reconocer que él no parece que se hiciera muchas ilusiones como poeta) y en sus ensayos no me he encontrado ideas de esas que te hacen tropezar. Al final, me quedo con el Ridruejo viajero, el que, por ejemplo, pasea por Soria y describe con tan entrañable pulcritud el paisaje, los pueblos y las gentes. Ridruejo tenía, me parece a mí, un alma machadiana.
Recibo un mail de un gobierno autónomo. Me dicen que lo que me tenían que haber enviado hoy no saben cuándo me lo podrán enviar porque tienen un problema informático. ¡Ah, la informática! Nos hemos convencido de que la tecnología es moralmente neutra y que, por lo tanto, no hay que echarle las culpas de nada. Es como un nublado que arrasa una cosecha con una pedregada. ¡Qué le vamos a hacer! Lo más divertido ha sido el argumento final: "Lamentamos las molestiass ocasionadas por este retraso causado por nuestro deseo de innovar". Hace tiempo que vengo diciendo que lo nuevo ha ocupado el espacio que hasta hace poco teníamos reservado a lo bueno.
Largo paseo por las viñas de Alella. 9 km en 2 horas con un tiempo espléndido. Un sol imperial pero sin estridencias y una brisilla serena. No había nadie trabajando en las viñas y sólo me he cruzado con un caminante y su perro.
La primavera sigue su curso. Lo anuncia la flor del acanto, que ya insinúa sus colores:
Y lo confirman los tonos suaves del paisaje y las francicanas florecillas de los lindes.
Los racimos insinúan el milagro de cada año. Cada brote nuevo es una victoria de la cultura (como agri-cultura) sobre la naturaleza, un canto a la capacidad domesticadora del hombre. En algún lugar del mundo dentro de un par de años alguien beberá el vino que aquí nace.
El suelo estaba blando, el aire limpio, el campo desierto, el silencio era completo.
Me he recorrido estos lugares muchas veces y cada primavera me sorprenden porque (me) parece que me estaban esperándome. En todo caso, son un regalo que, al caminar en soledad, tienen algo de exclusivo.
Esos cipreses -árboles de Afrodita- llevan aquí muchos años, poniendo sobre las laderas una pincelada toscana. Cada vez que hago este recorrido me detengo a admirar esa insisencia suya por romper la horizontalidad dominante del paisaje...
Al fondo, Barcelona, como un espejismo. Me imagino que la mayoría de barceloneses no tienen ni idea de lo cerca de sus casas que está este oasis de paz. Mejor que siga siendo así, desde luego.
Los pámpanos parecen poseer una luz interior que los empuja a creceer.
Otra cosa: En el número de mayo-junio de la revista CLAVES hablamos de la familia: "evolución de una institución imprescindible":
Para apuntalar esta retórica de violencia contra personas enfermas o con necesidades especiales, la maquinaria de propaganda nazi articuló un discurso que intentaba convencer a los ciudadanos alemanes del alto coste que asumía el Estado por mantener “parásitos”, en alusión a discapacitados psíquicos y físicos, como señala Michael Burleigh en Muerte y liberación: la eutanasia en Alemania1900-1945 (Cambridge University Press, 1994). Esta propaganda, según Burleigh, tuvo cierto éxito, ya que informes secretos policiales revelan que “la gente estaba lejos de condenar unánimemente estas políticas” eugenésicas.
El sistema de Vox para condenar el gasto público en atender a menores extranjeros no acompañados no es, por tanto, novedoso: es la misma técnica propagandística que se usó para justificar una guerra de aniquilación contra aquellos a los que percibía como genéticamente inferiores.
Parece que sale el sol. La mañana ha sido insípida, destemplada, con lluvia intermitente y un cielo confuso que no acababa de decidir con qué gris quedarse. Ahora las nubes, contundentes, navegan a su antojo bajo un cielo azul pálido y de vez en cuando dejan paso a la reconfortante luz del sol.
He salido a eso de las 11:00 a dar una vuelta por el pueblo con el paraguas. No me apetecía quedarme encerrado en casa. El suelo estaba húmedo e iba palpando su consistencia con los pies, con un caminar de braille pedestre. Sabes que eres viejo cuando no puedes contar con la fidelidad de tus piernas traicioneras. El resbalón es algo más que una amenaza, es una insinuación a cada paso, especialmente en este pueblo con tanta cuesta.
En el paseo veo desde lejos a la mujer más sosa del pueblo. Blanda, sin cuello, regordeta, camina con pasos pequeños a un ritmo constante. Me ha visto y viene, directa, a por mí. No desaprovechará la portunidad de contarme uno de sus insípidos chistes. La caridad bien entendida debiera comenzar con la sinceridad con el palizas, porque si te haces el complaciente, ya no te lo quitas de encima. He caído. Es decir, he reforzado su vicio.
Dice Ambrose Bierce que la Tierra tiene forma esférica para que no podamos echarnos de la misma unos a otros a empellones. En Bierce he pensado cuando la mujer ha descargado sobre mí su insipidez.
Creo que me voy a dar una vuelta por la playa y posiblemente me llevaré a Ravel conmigo. Es primero de mayo.
Sigo de Rodríguez, así que hoy me he preparado para comer una hamburguesa, gulas y un huevo frito encima. Delicioso. ¡Y la salsilla del fondo...!
Esta mañana me ha llegado esto:
El próximo día 10 de mayo lo presentamos en el Teatro de la Comedia a las 13:00. Están ustedes invitados. Si quieren acercarse, estarán en compañía de los monstruos Lluis Homar y Xavier Albertí. He dicho lo presentamos y debiera decir "los" presentamos porque se presenta también este otro libro, de María Condor.
Son los dos primeros volúmenes de un proyecto ambicioso de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y se pondrán a la venta en el mismo Teatro de la Comedia por 3€.
Acabo de decidir, mientras me ponía a escribir esto, que me voy a hacer para comer una tortilla de patatas con cebolla. Creo que ha sido la decisión la que me ha producido la apetencia. Así que voy a abreviar. Sólo dos cosas.
La primera: Mi artículo de hoy en El Subjetivo trata de un filósofo carabinero que leía a Heidegger en la frontera franco-española de Dancharinea... y de alguna cosa más.
La segunda: He comenzado a leer a la vez dos libros: La abolición del hombre, de C.S. Lewis y Escrito en España, de Dionisio Ridruejo. Del libro de Lewis, que es en realidad una relectura profunda, tengo que hablar el próximo dia 12 en Madrid, en la IV Edición del programa Young Civic Leaders de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. El libro de Ridruejo forma parte de un proyecto personal que comenzó de una manera hace un par de años y está derivando a otra muy distinta. Me ha pasado más de una vez: tengo una idea en mente y voy acumulando materiales para darle forma precisa, pero a medida que estos materiales crecen me van pidiendo que cambie la forma del proyecto, porque la realidad es más compleja de lo inicialmente sospechado y, sobre todo, más amena.
Me voy a pelar patatas y cebollas.
La burocratización del mundo en la era neoliberal
Béatrice Hibou
(Traducción de David J. Domínguez)
Madrid, Ediciones Dado, 2020
Luis Roca jusmet
Como ya sabemos, el neoliberalismo es algo más complejo que el proyecto económico en el que se privatiza lo público y se desregula el mercado. Se ha analizado a partir de sus prácticas, de su imaginario, de su ideología, de sus implicaciones políticas, de las formas de interacción que inaugura. Se ha dicho mucho y era necesario hacerlo, ya que se está convirtiendo en lo hegemónico a nivel social global. Per faltaba decir algo y este libro lo dice. Se trata de la manera como el neoliberalismo, al contrario de lo que predica, nos atrapa en unas redes burocráticas que es una forma de gobernar pero que también va tejiendo muchos de los aspectos de nuestra vida laboral e incluso cotidiana. La referencia para su análisis es (y así lo explicita de manera muy precisa en el postfacio), Max Weber. Pero tiene muy buenos compañeros de viaje: Michel Foucault, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort. El primero en sus lúcidos apuntes sobre el neoliberalismo y los últimos en sus análisis de la sociedad burocrática. Todos ellos muy presentes, con todo su potencial crítico, en la caja de herramientas teórica que utiliza la autora del libro, la brillante socióloga francesa Beatrice Hibou. También están presentes Hebert Marcuse ( con su análisis del hombre unidimensional en el capitalismo avanzado), Paul Veyne ( con su análisis de los mitos) Karl Polanyi…
El libro argumenta de manera muy consistente una hipótesis a primera vista sorprendente: la propuesta neoliberal, cada vez más materializada en más sociedades, supone una nueva burocratización que supera todas las anteriores. Lo que ocurre es que este nuevo control burocrático es difuso, fragmentario, y a veces imperceptible. Está formado por un conjunto de dispositivos normativos y procedimentales cuyo rasgo fundamental es la formalización, es decir la abstracción. Es un paso más, y muy importante, en lo que Max weber llamaba “la burocratización universal del capitalismo”. En esta fase hay dos rasgos característicos: el primero es que se diluye la diferencia entre lo privado y lo público, ya que es el modelo de gestión privado el que se impone por todas partes; el segundo es que la abstracción y la formalización se radicalizan al máximo, conduciendo a una especie de “ficción de la realidad”.
El orden neoliberal es un orden mercantil y empresarial que requiere una actualización permanente de sus sofisticados métodos de formalización. Es un gobierno empresarial que llega a las instituciones y regula la vida cotidiana. Todo debe gestionarse de manera rentable, cuantificando y calculando siempre bajo el dominio de la contabilidad. El control y el mando no se establecen de manera jerárquica piramidal, se efectúan de manera indirecta, a través de un sistema de normas, de reglas y de relaciones contractuales que implican prácticas burocráticas. La manera como se impone es en forma de incentivos. Es un sistema de índices y de cifras que implican, en su proceso de formalización, una pérdida importante de información y de todo lo que es singular y cualitativo. Lo que prolifera casi exclusivamente es la matematización del saber. Hay una transformación radical según un modelo de gestión privada, que se aplica también a lo público, en el que las finanzas forman parte de un proceso tan fragmentado y especializado que todo se vuelve opaco. Se impone al mismo tiempo la judicialización y la legalización del mundo empresarial y la búsqueda de seguros a toda costa.
El nuevo espíritu del neoliberalismo es el de una sociedad totalmente burocratizada. Es una forma de gobierno a todos los niveles, desde la escuela hasta el Estado. Hay una burocratización neoliberal de la alianza público-privada según la contratación de la lógica jurídica privada. Hay una reinvención de la planificación de lo público centrada en la cuantificación de los resultados. Hay, paradójicamente, una exigencia de transparencia que finalmente lleva a la máxima opacidad, ya que casi nadie controla los medios sofisticados del proceso. El proceso burocrático continua en la búsqueda de certificación, que exige una auditoría del sistema y una verificación según la normativa. En el sector público hubo una des legitimización progresiva de la intervención pública directa y la necesidad, por actores privados, de ver el entorno modelado según sus intereses. Esta normalización se basa en el principio de trazabilidad, que es la capacidad de reconocer y remontarse a los procedimientos que permiten una producción de un producto o un servicio. Se trata, en todo caso, de una dominación en forma de normalización: oficinas de evaluación, de las agencias de calificación y sociedades de certificación que lo evalúan todo y califican cuando hay lo necesitan. El lugar por excelencia es la seguridad para el despliegue de las técnicas de control y vigilancia.
Un elemento importante es la producción de la indiferencia social entre los ciudadanos, convertidos en clientes. La ética se convierte en algo puramente formal, en una adecuación a la racionalidad técnica y a la ingeniera burocrática. La ayuda humanitaria se convierte en algo burocrático que permite alcanzar el estatuto de víctima, que siempre remite a una lógica individualizante. La pobreza algo tipificado con unos criterios burocráticos que debe resolver el problema de integrar a los excluidos en el mercado. Es un diagnóstico técnico. La indiferencia es resultado de la despolitización. La burocratización se convierte en el lugar de enunciado de lo político. Hay una eliminación ficticia del conflicto, que se oculta y se esconde bajo el lenguaje del consenso y las técnicas de mediación y de resolución de conflictos. Lo que no se puede formalizar, que es lo heterogéneo, queda excluido. Pero no se trata de una descomposición de lo político sino de una reorganización de las formas de dominación. Si se quiere hacer un planteamiento emancipatorio hay que lidiar con esta cuestión, mucho más seria de lo que puede parecer.
Con este breve resumen he intentado resaltar los elementos básicos de que desarrolla con rigor, precisión y claridad Béatrice Hibou en n libro que no dudo en calificar de imprescindible para entender un aspecto menos visible de lo que es el gobierno neoliberal de nuestras vidas.
El futurisme reproductiu no necessita més deixebles. Pero tampoc n’hi ha prou amb l’actitud punk de “no future”, com si tot el que ens quedés per fer fos seure a mirar com els injustificadament rics i poderosos es carreguen la nostra economia, el nostre clima i el nostre planeta, mentre gralles sobre els escarabats egoïstes que tenen la sort de menjar-se les molles del banquet. (110)
Durant la meva tardor prenyada -l’anomenat trimestre daurat- [...] Vaig rebre aquesta ajuda, que em va semblar d'una amabilitat extrema. Més d’una vegada, militars que em creuava a l’aeroport se’m quadraven literalment. Aquestes demostracions de familiaritat em deixaven quasi en xoc. Portes el futur a dins, s’ha de ser amable amb el futur (o si més no amb certa imatge del futur, que es veu que jo semblava capaç de proporcionar i els nostres militars a punt per defensar) [...]
Però el cos embarassat en públic també és obscè. Irradia una mena d’autoerotisme petulant: una relació íntima s’està duent a terme, visible per a tothom, però que decididament els exclou. (129)On anava jo hi anava el bebè, també. Hola, Nova York! Hola, banyera! I tot i això, els bebès tenen una voluntat pròpia, que es fa evident per primer cop quan el meu estira una extremitat i em converteix la panxa en una mena de carpa. (131)
Els bebès creixen dins d’una espiral d’esperança i de por: la gestació només t’acosten al cercle més profund de l’espiral. (132)
De la manera com ho interpreta Sedgwick, no va ser només el fet que ella relacionés una escriptora canònica amb el fantasma brut del plaer personal el que va semblat depravat als seus crítics [es refereix a l'article “Jane Austen and the masturbating girl”]. Encara va ser més irritant l’espectacle d’una escriptora i pensadora -ja fos Sedgwick o Austen- que considera la seva feina com a generadora de felicitat, i que ho celebra públicament com a tal. Encara pitjor, en una cultura decidida a dessagnar les humanitats fins que morin, juntament amb qualsevol tasca amorosa que no serveixi al Déu del capital: l’espectacle d’algú a qui li agrada la seva feina inútil i perversa, i que a més la cobra -i fins i tot bé. (161)
Comida, gratísima, como siempre, con F., en el lugar de siempre y, como siempre, hablamos de editoriales, de autores, de libros... y de jóvenes promesas. Hacemos planes y, como diría Herralde, "gossipeamos" un poco.
F. es una persona que se gana espontáneamente lealtades. Yo quisiera ser él -al menos en este aspecto.
Como llego pronto a Barcelona, entro en el Corte Inglés, donde estoy seguro de que encontraré lo que busco, en la planta de caballeros. Una dependienta muy amable me atiende. Le explico lo que deseo: calzoncillos y camisetas El abanderado, los más clásicos que tenga, los de algodón de toda la vida, sin florituras, estricta comodidad. La chica se me queda mirando y me suelta -ah, la espontaneidad culpable!:
- Está usted muy joven para llevar calzoncillos de abuelo.
Es muy triste lo que estamos haciendo con los jóvenes. No les estamos enseñando las virtudes de la santa hipocresía y sin ella naufraga la civilización.
Antes de volver al tren, me paso por la librería Laie, a ver libros que no leeré. Me compro La mirada cínica, de Ambrose Bierce. Aquí el aforismo con el que me encuentro al abrir el librito al azar: "Si al menos la opinión pública estuviera determinada por el lanzamiento de una moneda, a la larga acertaría la mitad de las veces".
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Cuando uno es pequeño suele encandilarse con el discreto encanto de las pequeñas cosas, y hasta la más minúscula fruslería le parece grande y rara, hasta que, al hacernos mayores o sabios, los detalles se descubren como lo que son: un incordio, una pérdida imperdonable de tiempo, una extraviada pulsión de muerte que solo mola a los poetas intimistas, los que alucinan por un tubo (ustedes ya me entienden) o a los místicos que buscan a Dios justo en lo que no es.
Digo todo esto por el desprecio (retórico, por descontado) que muestran por lo “universal” todas las almas cándidas que, haciendo gala de ese gusto, tan romántico y burgués, que tiene la modernidad por lo sensible, se empeñan en confundir lo real con lo concreto, lo verdadero con lo palpable, lo bueno con lo emotivo y lo justo con un fabuloso y tribal jardín del Edén. ¿Se puede estar más perdido?
Empecemos por esto de la realidad. ¿Habrá cosa en el universo, comenzando por el universo, que no sea un “universal”? No ya las leyes universales del cosmos, sino hasta los más pequeños objetos o sucesos son realidades puramente ideales. Piense, verbigracia, en usted mismo. ¿Por qué usted es usted? Ni en lo concreto de su cuerpo ni en lo etéreo de su tiempo hay nada más que infinitas partes de partes, ninguna de las cuales es idéntica a ninguna. ¿Dónde radica, pues, su identidad? ¿En qué cambiante momento es Ud. el que es? En ninguno, claro. Porque Ud. no es ninguna cosa o momento concreto, sino un universal, una esencia, una cosa… ideal.
Pensemos ahora en ese tipo de identidad entre mente y mundo que entendemos vulgarmente por “verdad”. “No hay verdades universales”, dicen los locos que, negando lo que afirman, toman como universal la verdad de que no la hay. ¿Pero no la hay de verdad? Imposible. Cada vez que enunciamos algo descubrimos una verdad universal y eterna como el tiempo. Que “ahora que escribo esto son aquí las siete” será verdad siempre, a las siete y a las nueve, aquí y en Japón, y si no fuera verdad (porque todo es relativo, porque me hubiera equivocado, o porque mi reloj cojeara del segundero), sería igualmente falso (es decir: verdaderamente falso) aquí y en Japón, a las siete y…
¿Y lo “bueno”? ¿Es universal o relativo lo “bueno”? Si algo es bueno de verdad, no puede serlo solo para mí; y si no es bueno de verdad, no es bueno. Piénsenlo otra vez: si lo bueno es según cada cual, es que todos vemos (mal, parcialmente) lo mismo (lo Bueno), luego lo bueno de verdad será siempre lo que es, y el relativismo moral una tesis universalmente falsa, sin que pueda salvarla de ello emotivismo alguno: las emociones y su baile de hormonas no están menos determinados por la música de esos universales que son las ideas interpretando (en tono mayor o menor) el “cómo nos va la feria”.
Pasemos a asuntos más polémicos. ¿Es el pérfido universalismo-de-occidente el padre del especismo antropocéntrico, el colonialismo, el androcentrismo, el esclavismo o el cambio climático? Lo dudo mucho. La mayoría de las culturas se instituyen como un patriarcado, y son tan antropocéntricas y colonialistas como puedan serlo. De otro lado, el capitalismo depredador no es el fruto del universalismo, sino de un relativismo que, descreído de toda verdad o valor universal, nos conforma con la más pobre de las filosofías (la más concreta de las universalidades): la del mundo como un mecanismo ciego, la de la pura voluntad de poder, el imperio de los cuerpos y los cosas, o la sacralización del dinero...
Si algo nos ha descubierto, por el contrario, el universalismo occidental (aunque no solo él) es ese plano trascendente a lo concreto y a las visiones y deseos subjetivos que da lugar a lo objetivo del conocimiento o a la racionalidad de los valores morales.
Que todo nuestro actual sistema de valores (la dignidad, la equidad y la justicia, la solidaridad, la paz, el respeto por el diferente o el cuidado de la naturaleza) haya surgido junto a la subjetividad más ciega, los deseos más egoístas, la opresión de mujeres y esclavos, la guerra, la persecución y el expolio, es una amarga ironía, pero también una esperanza de progreso. Quiere decir que algo hemos aprendido y que, tal vez, los ideales de una civilización pueden, y deben, trascender su origen. Algo que ocurre siempre que en ella se profundiza en las ideas de universalidad y trascendencia.
Desconfíen de los nuevos y extraviados profetas. Cualquier tiempo pasado fue peor: menos universal y más esclavizado por irrelevantes detalles y falsos ídolos (la raza, el género, la comunidad, la patria, el idioma, la costumbre…). Las pequeñas cosas tienen, sin duda, su encanto; pero solo si uno no las confunde con las grandes y esenciales y hace de ellas un falso y peligroso universal.
"L'exercici més fructuós i natural del nostre esperit és, al meu parer, la conversa. Trobe que acostumar-s'hi és l'acció més dolça de la nostra vida; i és la raó per la qual, si se'm forçara a hores d'ara a triar, consentiria més prompte, així ho crec, a perdre la vista que l'oïda o la parla. Els atenesos, i els romans també, conservaven amb gran honor aquest exercici en les seues acadèmies. En el nostre temps, els italians en retenen alguns vestigis, per al seu gran profit, com es veu si comparem els nostres enteniments amb els seus. L'estudi dels llibres és un moviment lànguid i feble que no escalfa, mentre que la conversa ensenya i exercita alhora. Si converse amb una ànima forta i un dur rival, m'ataca pels flancs, em punxa per la dreta i per l'esquerra, les seves imaginacions esperonen les meues. La rivalitat, l'ambició, la lluita, m'empenten i eleven per damunt de mi mateix. I l'acord és una qualitat completament enutjosa de la conversa."
Michel de Montaigne (1533-1592): "Sobre l'art de conversar". Assaigs, III, VIII.Escribe B: "Merci à vous amis qui me souhaitent une meilleure santé. J'en suis touché".
Ayer por la tarde mantuve una charla telemática en el Instituto Juan de Mariana con Quintana Paz sobre conservadurismo. Era, de hecho, la continuación de otra anterior que se nos quedó corta. Esto de las pantallas en un sustituto necesario, pero muy torpe y muy limitado, de la relación fundamental, que es la relación cara a cara. Cuando dos personas discuten sobre algo en el mundo real es todo su cuerpo el que se expresa; cuando discutimos mediados por las pantallas, el cuerpo es un testigo no diré que completamente mudo, pero sí bastante tartamudo y excesivamente pudoroso y eso, curiosamente, resta verosimilitud y, sobre todo, presencia, a los argumentos que intercambiamos. Cuando Sócrates dialogaba con los jóvenes atenienses utilizaba con frecuencia dos expresiones: "ponte en tensión" y "volvamos atrás". Con la primera estaba diciendo que nuestra actitud ante el diálogo es la parte esencial del mismo y, sobre todo, aquello que con mayor claridad nos llevamos a casa; con la segunda, animaba a recuperar la tensión y la frescura inicial que puso en marcha el diálogo y que siempre está amenazada por las divisiones, definiciones, diferencias y sutilezas de la discusión. Parece que quiere decir: o intensidad (y entonces el sujeto que habla es, todo él, el que dialoga) o claridad (y entonces el logos se independiza de nosotros y se acaba perdiendo, hasta el punto de que podemos dudar de si nos reconocemos o no en las palabras que decimos). En el primer caso nos jugamos, sobre todo, el acuerdo o desacuerdo cono nosotros mismos; en el segundo, nos ocultamos tras nuestras palabras.
El tiempo sigue antojadizo, es decir, infantil, que es lo propio de la primavera. Al generoso sol de ayer le ha sucedido una mañana insípida, de grises desvaídos, azules sucios y lechosos, un vientecillo insidioso que me ha pillado mal abrigado y lloviznas a ráfagas que han dejado una fina película de tierra amarillenta en la terraza. Mi cuerpo, barruntándose el cambio, me ha mantenido toda la noche rondando por la casa, como alma en pena, descentrada e incapaz de dar con su destino.
Mi Agente Provocador ha salido a primera hora de la tarde para Pamplona y yo me he prometido aprovechar el tiempo al máximo. Me he programado unos deberes rigurosos que bien sé que no cumpliré. Aquello de Sócrates de que la peor derrota es la que se infringe uno a sí mismo, me resulta tan familiar... Pero el hombre hacendoso que yo quisiera ser se divierte imponiéndole tareas regladas al hombre real que me lleva a rastras y tampoco es cuestión de dejarlo sin voz ni voto.
Me escribe Fernando Savater y me dice que me lea esto. El autor, Shane Trotter, me sonaba... y no he tardado en encontrar la razón. Me lo encontré casualmente hace unas semanas defendiendo en un artículo la fórmula de la felicidad, con lo cual, lo aparté de mí como a un moscardón. Pero el artículo que me sugiere Fernando es interesante.
Aparece una buena reseña de La escuela no es un parque de atracciones en una revista importante, Teoría de la educación. Este libro ha ido haciendo su camino sin prisas, sin aspavientos, de manera silenciosa, pero sin parar. Recuerdo que en el último momento, después de mandarle el texto, le dije al editor que no lo publicara, que no estaba contento con el resultado y que quería revisarlo de arriba abajo. Él, con más sentido común que yo, me respondió que ni hablar. Esta reacción de pánico ante el "nasciturus" es tan habitual en mí que ya debería estar vacunado contra ella. Pero mis fantasmas se despiertan en cuanto pongo el punto final a un manuscrito con el mismo poder de convicción.
Esta tarde, a las diez, tengo una charla telemática amigable con Quintana Paz en el Instituto Juan de Mariana. Hablaremos de conservadurismo.
Sin noticias de B.
Gratísima visita de dos amigos zaragozanos muy queridos, Iris y Rafael, que se presentan con esa inefable felicidad que los recién casados llevan prendida en la piel y en los pequeños gestos. Todo en ellos tienen un aire de cálida intimidad desvelada. Hemos vermuteado en la Plaza de Ocata y comido en casa. Comido y bebido, porque con el transcurso de la comida el vino se nos iba pegando al paladar y a los parpados. Hemos hablado de Marías, de Ortega, de Unamuno y de mil cosas más. ¡Qué cosa asombrosa es la amistad! ¡Qué clima de confianza se crea entre los amigos! ¡Qué bueno sabe el maridaje cordial de vino y risas!
B. me escribe, deprimida, tras la operación, dejándome en el lomo bien clavadas las banderillas de una terrible interrogación: "Franchement, cher philosophe, tout cela vaut-il le coup?"
Tras mucho rumiarlo, me decido a contestarle que sí, que vale la pena y que tengo dos argumentos irrefutables que lo demuestran:
El primero: Tenemos todavía muchos correos que intercambiarnos y así B. podrá continuar dando envidia a sus amigas con su correspondencia con su amigo filósofo español.
El segundo: Gracias a nuestra correspondencia puedo fardar ante mis amigos de mi amiga B., parisina. Ninguno de ellos tiene una amiga parisina. Es, por lo tanto, de sentido común querer mantener mi superioridad cosmopolita sobre ellos. La perturbación de nuestra correspondencia me rebajaría al nivel de su miseria relacional, disminuiría mi dignidad y, en consecuencia, implicaría una grave merma de mi amor propio.
He comenzado De historia y política, de Luis Díez del Corral (1956). Lleva una dedicatoria manuscrita del autor: "A Carlos María González de Heredia y Oñate". Me gustan estas dedicatorias de los libros de segunda mano. Me permiten, de alguna manera, situarme a espaldas del receptor original, para prolongar su eco. ¿Dónde acabarán todos estos libros míos cuando sean de tercera mano? ¿Se les brindará la oportunidad de llegar a serlo?
Larga entrevista con un periodista de El periódico. Quiere conocer mi opinión sobre los datos que sugieren que los adolescentes cada vez se muestran más desinteresados por el deporte.
Efectivamente, el desinterés es real y creciente. Los sucesivos estudios del Consejo Superior de Deporte sobre los hábitos deportivos de la población escolar así lo vienen señalando al menos desde el 2011. El sedentarismo crece, especialmente entre las chicas. Parece que el momento en el que el flujo del abandono se convierte en cascada es el de los 12-13 años. Curiosamente, a esa edad los chicos -sobre todo ellos- abandonan la lectura de libros.
¿Por qué? ¿A qué se debe este abandono? Los argumentos que aducen los adolescentes para justificarse son inquietantes porque recuerdan mucho a sus quejas en la escuela: la práctica deportiva es aburrida, no les gusta sentirse humillados cuando pierden, el entrenador no los motiva... Curiosamente, la práctica de deporte parece fomentar tanto la capacidad atencional como el trabajo en grupo.
Desde que en los años 50 el sociólogo norteamericano James Coleman descubrió la emergencia de una específica cultura adolescente, con sus propios rituales, lenguajes, modas, aspiraciones, etc., ésta ha ido, al mismo tiempo, creciendo (cada vez se expanden más sus márgenes cronológicos), diversificándose (se habla de la atomización del ocio adolescente) y buscando su identidad a espaldas de los adultos. Hoy en torno al 40 % de los adolescentes cree que tiene mejores cosas que hacer que practicar deporte o ver deporte en la televisión.
Ha aparecido en El Mundo una entrevista que me hizo el sábado pasado Olga San Martín. Lleva una foto de Javier Barbancho, hecha en la Cuesta de Moyano (creo que, de aquí en adelante, sólo me voy a dejar fotografiar con gafas de sol):
En el suplemento cultural del ABC Luis Alberto de Cuenca reseña el magnífico libro de J.M. Sánchez Galera, La edad de las nueces. Afirma, entre otras cosas, que "está enriquecido con un estupendo prólogo, como todo lo que escribe, de Gregorio Luri". A nadie le amarga un dulce, especialmente si viene de un poeta como Luis Alberto.
Aparece también la segunda entrega de mi Locutori en El Tribú.
Releo despacio algunas páginas de Ideas para una filosofía de la historia de España, de Manuel García Morente (1943) y me quedo, especialmente, con su sutil y clarificadora diferencia entre sujeto y persona.
Comida en familia para celebrar el cumpleaños de mi segundo nieto, Gabriel. Siete años, nada menos nos hace hoy. ¡Santo Dios, los nietos crecen muchísimo más rápido que los hijos!
Todo es política. Nadie está más convencido de eso que yo. Pero la vida no cabe en los esquemas de los debates políticos habituales. Hay que reducirla mucho para hacerla encajar allí. La política es inevitable, pero la vida personal tiene más dimensiones políticas que lo que se suele entender por política. Y hay que preservarlas.
Propio del lenguaje humano es que con sólo un pequeño número de morfemas (elementos ya significativos del lenguaje) cabe realizar una enorme cantidad de combinaciones, de ello resulta esa capacidad que tiene el lenguaje humano de decir todo. Los morfemas se descomponen en fonemas (elementos desprovistos de significación), cuya imposición selectiva es, sin embargo, la matriz de toda carga semántica. Nada análogo en el somero mensaje de la abeja, que de hecho, no es la expresión de un lenguaje. Al respecto escribe el evocado Benveniste:
“El conjunto de estas observaciones muestra la diferencia esencial entre los procedimientos de comunicación descubiertos en las abejas y nuestro lenguaje. Esta diferencia se resume en el término que nos parece más apropiado a definirlo: el modo de comunicación utilizado por las abejas no constituye un lenguaje, se trata de un código de señales”.
Quizás el nihilismo esencial consista en renunciar a esta posibilidad de seguir actualizando el mundo a través de las palabras, en sentir que decididamente todo está dicho, o incluso que el decir desde el origen poco importa que la confianza en la capacidad humana de otorgar sentido fue simplemente una suerte de espejismo, casi una muestra más de una superada ingenuidad.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (II): "La oveja que como centellas", El Boomeran(g), 23/04/2021
Lo sorprendente de este libro no es que nos muestre un Valera liberal, socarrón y escéptico en pleno dominio del nacionalcatolicismo, sino que petenezca a una colección pensada para alumnos de bachillerato.
La mañana, curiosa, ha comenzado con una llamada desde las Cortes y ha acabado con otra de un periodista que me entrevistará a las 17:30.
Cada vez me interesan menos las novedades literarias. Prefiero dejarme llevar por la lectura que se insinúa en el libro que estoy leyendo, es decir, me gusta que las lecturas futuras respondan a un reclamo de las presentes. Cada libro convoca a otros y así se va estableciendo un diálogo entre ellos. Leer sin intención de novedad no significa que no encuentre en los libros insinuaciones muy potentes de algo nuevo. Lo que se ha quedado atrás no ha exprimido, en modo alguno, todo su significado; muchas veces recluimos a las estanterías de lo viejo a autores que dejaron insinuadas en sus obras ideas que en su tiempo no encontraron la posibilidad de desarrollo y que ahora, vistas desde el presente, ofrecen pistas interesantes para la comprensión de lo que nos pasa. Se trata pues, de ir tirando de los hilos sueltos de los libros viejos. La experiencia, lo aseguro, merece la pena. Te permite liberarte del círculo encantado de las palabras en boga, que acaban imponiendo su propio horizonte de sentido.
Tras dejas a Valera he tomado el tomo de Balmes de la Nueva Biblioteca Filosófica (1932).
Hay un singular placer en hablar bien en público de alguien que ha hablado mal de ti en privado... y que seguramente te está oyendo. Es una especie de venganza que parece indicar que se puede utilizar la bondad para humillar. Se puede ser malo siendo bueno... pero no creo que se pueda ser bueno siendo malo... aunque a veces nuestras malas intenciones tengan efectos inesperadamente beneficiosos para aquel a quien pretendemos perjudicar.
Dos versos de Fernando de Herrera:
Ya siento el dulce espíritu del alba
que mansamente murmurando expira.
Y otros dos de Lope:
Estaba el sol apenas matizando
las plumas de las alas de los vientos.
Ayer mantuve una agradable tertulia pedagógica con los profesores de la Escuela Universitaria de Osuna. Buena gente y profunda añoranza de Andalucía. Nos lo pasamos bien aunque el acto comenzó con cierta tensión. El presentador comunicó a los telemáticamente presentes que, con mi permiso, la sesión comenzaría cinco minutos más tade de la hora indicada, por los famosos cinco minutos de cortesía. Protesté inmediatamente y dije que tal cosa se haría, en todo caso, sin mi permiso. Si íbamos a hablar de educación debíamos dar ejemplo tomándonos en serio los horarios y la cortesía con los puntuales.
Encuentro en Felipe Vivanco una idea poderosa que me obliga a rumiar: "La emoción es sedimentación".
He enviado mi segunda colaboración para el Tribú, la revista digtal de Feran Caballero. Me gusta cómo va quedando mi sección.
La Sociedad Científica de Mérida, con el apoyo del Centro de Profesores de Mérida, el Centro Universitario de Mérida y la Junta de Extremadura, ha producido esta videoconferencia en la que exponemos, de modo general y con espíritu divulgativo, algunas de las claves para entender, a mi juicio, las profusas relaciones entre lo estético y lo político. Se añade, al final, una breve bibliografía en español.
Me escribe B:
On m’opère à 13h. La hâte que ce soit fait est plus forte que la peur de passer sur le ‘’billard’’. Ces dernières journées, et surtout les nuits, ont été cauchemardesques.
Voilà, ‘’alea jacta est’’!
Portez-vous bien. Salud!
A mí, B., no me importaría portarme mal de vez en cuando, pero no se me presenta la ocasión. Suelo ser bueno no tanto por mérito propio como porque me ha tocado en suerte un demonio perozoso que con tal de no trabajar, ni me tienta. Soy bueno sin mérito. Claro que mi edad -¿para qué engañarnos?- algo tiene que ver con la mandra del demonio.
A primera hora de la tarde he acompañado a mi mujer a Badalona. Le han puesto la vacuna contra la Covid. Por ahora, sin problemas. En casa respiramos un poco más profundamente.
He comenzado a leer La España real de Julián Marías. Tengo amigos muy apreciados que son entusiastas de Marías y entre ellos uno, especialmente querido porque nos une San Miguel de los Navarros, que es biógrafo suyo. A todos les parece muy razonable y a mí es eso, precisamente, lo que me aleja de él. Efectivamente: todo en Marías es razonabilísimo. Todo convence. Todo es mesurado, sensato, tranquilo. Todo está bien argumentado y bien escrito... pero nunca te pone una zancadilla, nunca te da un susto, nunca te asoma al abismo, nunca te provoca una malestar, te contagia una perplejidad, te obliga a apartarte de su escritura para emerger y tomar una bocanada de aire...
Día frío, desangelado. Llovizna intermitente y un cielo sucio y bajo. Ni un rayo de sol. Mi cabeza se empeña en dar vueltas por entre las líneas del libro de Eugenio Noel que intento leer, sin éxito.
Mail de B., que espera ser operada mañana: "Quoi qu’il en soit, je veux vous dire à quel point j’aime notre correspondance, et qu’elle a été toutes ces dernières années un vrai rayon de soleil dans ma vie". Emocionado, le contesto inmediatamente, para asegurarle que una amiga es aquella persona que tiene plena autorización para llamar a la puerta de casa a cualquier hora del día o de la noche. Y siempre será bien venida.
La mirada se me clava, de sopetón, en esto de Eugenio Noel: "Quevedo, el enorme Quevedo, más grande a medida que se le va olvidando, decía en aquella lengua insuperable suya: ... y Bruto se perdió porque quiso ser malo con templanza" (España, fibra a fibra, 1960). A la cita le falta la primer aparte. La busco en la Vida de Marco Bruto y no tardo en dar con su despiadada clarividencia: "Y al fin Antonio prevaleció contra Bruto, porque supo ser malo en extremo; y Bruto se perdió, porque quiso ser malo con templanza". Quevedo es un enorme filósofo político.
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura
Los sofistas tuvieron mucho éxito entre los ciudadanos de pro, que no dudaban en pagarles para aprender a hacer pasar sus opiniones por justas y verdaderas. Sobra decir que la mayoría de esos sofistas no tenían nada por propiamente “justo” o “verdadero” (lo de la “posverdad” es muy antiguo); pensaban que tales cosas eran tan variables como los intereses y deseos subjetivos de las personas, y que lo que prevalecía era siempre lo que dictaba el que tenía más labia y, por ello, poder.
¿Vivimos hoy un renacimiento de la sofística? No lo duden. La tesis de que la verdad no existe (o de que no merece la pena buscarla), y que lo que importa es lo persuasivo o buen comunicador que uno sea, forma parte del bagaje ideológico de nuestro tiempo. Lo podemos observar en el detalle con que preparan sus intervenciones los políticos, en la calculada demagogia de los “líderes de opinión”, en la insistencia con que se busca el efecto emotivo y el aplauso fácil en los medios, y en la demanda de expertos en comunicación de toda laya (publicistas, asesores de imagen, gestores de redes, storytellers, expertos en oratoria) por parte de gobiernos, empresas y hasta colegios.
No exagero: en muchos centros de enseñanza se está asentando la costumbre (tan anglosajona) de los “torneos de debate”, eventos en los que varios equipos de alumnos compiten entre sí para medir cuál es más persuasivo ante un tribunal de expertos. ¿De expertos en el tema de que se trata? No. De expertos en tratar de cualquier tema de forma eficiente y persuasiva. Al fin, en estos torneos más que la verdad lo que se persigue es la habilidad para construir estrategias argumentales con que defender e imponer una tesis (la que te toque) frente al equipo contrario.
No hay nada que objetar, por supuesto, a que los alumnos mejoren sus dotes retóricas o aprendan a argumentar con corrección. Pero la educación ha de tratar de más y más nobles e importantes cosas que de “hablar bien”; cosas que, como el diálogo, el pensamiento crítico o la competencia ética, están siendo arrinconadas o sustituidas por presuntas “innovaciones” provenientes de la esfera del coaching empresarial, las técnicas de venta (de productos u opiniones, tanto da) o de la psicología de moda.
Así, el diálogo educativo es algo muy distinto al torneo de oratoria. El fin del diálogo no es saber hablar, sino buscar el saber; en él no se trata de una competición o un concurso de talentos retóricos, sino de una investigación en común (como la de los programas de Filosofía para niñosde muchas escuelas) en que la generosidad hermenéutica con respecto a las tesis del otro, el cuestionamiento constante de las propias, o el deseo de aprender (y no de vencer) son las principales pautas.
Tampoco el pensamiento crítico tiene nada que ver con lo que se “vende” como tal en el mercado de la innovación educativa. La capacidad para someter a análisis racional los fundamentos (ontológicos, epistemológicos, axiológicos) de nuestras ideas, deseos, afectos o acciones, no es la misma cosa que recibir un cursillo del gurú, coach o experto en liderazgo de turno sobre cómo gestionar la información, practicar el “pensamiento lateral” o no dejarte engañar en las redes.
La educación ética no es tampoco nada que convenga confundir con los postulados de la psicología positiva, los cinco pasos para mejorar la “inteligencia emocional” u otros grandes éxitos de la literatura de autoayuda. Conocernos y tomar las riendas de nuestra vida exige una reflexión mucho más seria sobre lo que somos y debemos ser, así como sobre los valores desde los que afrontar los graves dilemas morales y políticos a los que se asoma nuestro tiempo.
Sé que lo tenemos crudo (no hay día que no aparezca en prensa un publirreportaje pagado, y disfrazado de noticia, ponderando a algún gurú del coaching y la “innovación” educativa), pero no podemos renunciar a una concepción de la educación en la que el diálogo veraz, el pensamiento crítico o la capacidad ética, sean sustituidos por las habilidades oratorias, la “aptitudes para el liderazgo” o la venta de recetas para el bienestar emocional.
Lectura intensa. Sol contundente. Sobre la mesa, en la plaza de Ocata, la taza del café con leche se ha juntado con la copa de cerveza. Leer es ir ampliando las dimensiones de la propia ignorancia. Afirmar, entonces, como a veces he afirmado con vehemencia, la necesidad de disponer de una imagen fiable de la propia ignorancia es una quimera. La ignorancia es la materia oscura. Está rodeándote, pero también anda acechando en el corazón mismo de cuanto crees saber. Sólo tienes de ella noticias epidérmicas, algo así como una sombra. La salud está en el hombre sencillo que sabe lo que sabe y lo que ignora porque no se ha problematizado ninguna de ambas cosas. La sabiduría consistiría, entonces, en encontrar el camino de regreso a ese hombre. Es, claramente, un proyecto imposible. Cada libro que abrimos nos aleja un poco más de él pero, al mismo tiempo, nos hace comprender la importancia de los prejuicios terapéuticos de la gente corriente.
Se detiene a junto a mi mesa un vecino grande con alma de niño. Me dice que me ve leer y que quiere darme un aplauso, porque no hay nadie que lea más que yo. Le digo que en vez de un aplauso me gustaría un cesto de cerezas, que sé que tiene un cerezo magnífico en las afueras de Ocata. Me contesta, airado, que ni hablar, que "las cerezas valen dinero".
Hay una familia de números que siempre ha fascinado a los investigadores matemáticos por sus singulares propiedades: los números primos. Si a ti también te intrigan, este libro te acercará al apasionante mundo de la investigación matemática y de la encriptación en internet.
Si eres docente, en esta obra encontrarás secuencias didácticas para lograr que tu alumnado descubra los números primos, sus propiedades y cómo usarlos para resolver problemas, a través de la metodología de aprendizaje por descubrimiento.
Ver la emoción que sienten los estudiantes cuando hacen sus propios descubrimientos no tiene precio y, por otro lado, cuando dejas que investiguen siguiendo sus propios caminos se aprende mucho. De hecho, este libro está lleno de descubrimientos de alumnos de su autor.
Sobre el autor
Gregorio Morales Ordóñez es licenciado en Matemáticas por la Universidad de Valencia. Ha sido profesor asociado del Departamento de
Innovación y Formación Didáctica de la Facultad de Educación de la Universidad de Alicante y en la actualidad es profesor de Educación Secundaria y Bachillerato, donde ha introducido el aprendizaje por descubrimiento y los laboratorios de matemáticas. Forma parte del comité redactor de los problemas de la Olimpiada Matemática de la Comunitat Valenciana, y participa en el proyecto Estalmat CV. Comparte su pasión por la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas con la papirofexia, la manipulación de tela mediante nudos para crear teselaciones (ámbito en el que ha impartido numerosos cursos y talleres para su inclusión como recurso educativo en el aula), los rompecabezas de carácter matemático y los juegos de mesa. Junto con su compañero Jordi Gené ha publicado juegos como Grill Party, Bauhaus, Panik Pilze o Crazy Lab.
La entrada La estructura de los números se publicó primero en Aprender a pensar.
Regreso a casa y reencuentro con las cosas.
Los objetos familiares que me rodean, con su sencillez, su docilidad, su asequibilidad, forman un horizonte protector en cuyo interior siento más leve el peso del mundo. Aquí están mis libros esperando que les llegue su turno de lectura, mi sofa, mis zapatilas, los recuerdos que he traído de algunos viajes, las fotos, mi mesa de trabajo, las ventanas... los lápices que me gustan, el mar, allá... El baúl del tesoro, que sólo podemos abrir mis nietos y yo. Sólo nosotros podemos gozar de sus tesoros. Todo está como acomodado a mi cuerpo y a mis dimensiones. Todo está tan domesticado que parece que me estaba esperando y cuando abro la puerta de mi estudio siento como una alegría de bienvenida en el silencio acogedor.
Me escribe B., que en los días pasados me ha echado unas broncas considerables por mi frecuentación de Ruano, hasta el punto de hacerme sentir un poco culpable por andar reviviendo su vida entre las páginas de sus libros. Me dice: "Cher G. Je suis à l’hôpital depuis ce matin. Je suis tombée et me suis cassé le col du fémur." Quisiera poder dar forma material a mi dolor solidario y enviárselo tal cual, casi como un complemeto del suyo. Pero lo único que consigo hacer es redactar frases que no sé cómo evitar que parezcan de compromiso. Aunque por otra parte, pienso, también es importante saber que cuentas con las sinceras frases de compromiso del que lejos de ti vive su vida sin tus dolores pero pensando en ti.
Desde librería Muga abrimos paso a Luis Roca Jusmet para hablar sobre libro Ejercicios espirituales para materialistas. El diálogo (im)posible entre Pierre Hadot y Michel Foucault. Entrevista realizada por Margarita Sánchez-Mármol.
Margarita Sánchez-Mármol: Luis, ud. aparte de realizar su labor docente en el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona y en el IES La Sedeta de Barcelona, ha colaborado en numerosos libros y revistas de filosofía y psicoanálisis. Publicó Redes y obstáculos siete años antes de escribir Ejercicios espirituales para materialistas. Su visión crítica de Pierre Hadot y Michel Foucault le han llevado a ser uno de los filósofos españoles más reconocidos del momento, ya que nos permite una lectura diferente de estos autores. ¿Cuál fue la motivación que le llevó a escribir este libro?
Luis Roca Jusmet: He trabajado 33 años como profesor de instituto (los últimos 15 en la Sedeta) y estuve tres años como asociado en la UAB. Por tanto, mi dedicación fundamental ha sido la docencia. Hasta ahora, que me acabo de jubilar. Pero escribir ha sido una necesidad y he buscado tiempo para hacerlo. Poco, por lo que he necesitado varios años para publicar cada libro. La motivación de este último fue mi interés por el aspecto de transformación ética que tiene la filosofía. Pierre Hadot y Michel Foucault eran dos autores, nacidos los dos en Francia y de la misma generación, totalmente paralelos, con trayectorias totalmente distintas. Pero los dos me interesaban y me llamó la atención que se interesaran por las escuelas helenísticas y romanas como propuestas de vida y que a partir de aquí comenzaran un debate apasionante sobre este tema.
M.S.M.: Pierre Hadot y Michel Foucault, ¿Diálogo posible o imposible?
L.R.J.: Si mi título es (im) posible es para señalar la paradoja. Era posible porque se daban todas las condiciones. Fue imposible porque Michel Foucault murió poco tiempo después, a los 56 años. En el libro expongo la crítica de Hadot a Foucault e intento imaginar la respuesta posible de Foucault. Es un debate muy fecundo y que da muchas claves para orientarse éticamente en el mundo.
M.S.M.: Luis, ud. dice en el libro que la filosofía quiere decir saber ver, saber pensar y saber hacer. ¿Qué nos enseñan Hadot y Foucault en sus filosofías?
L.R.J.: Este planteamiento es justamente el de Pierre Hadot. Por esto mismo para este filósofo la filosofía nos enseña como ser más sabios y ser mejores en nuestra vida, en la relación con nosotros mismos y los otros. El planteamiento de Foucault es más escéptico, pero para él la filosofía nos da una visión crítica de la realidad que vivimos y nos permite pensarla de otra manera. Para ambos la filosofía abre un espacio de libertad.
M.S.M.: Hadot insiste en que los ensayos de Montaigne han sido para él una permanente fuente de inspiración. ¿Qué hace que Montaigne sea de los filósofos modernos que más influyen en Hadot?
L.R.J.: Montaigne inventa el ensayo personal, la filosofía como reflexión sobre la propia vida. Montaigne entiende que lo más importante que hacemos es vivir y que por lo tanto esto es lo que es prioritario pensar: cómo vivir. Cuando la filosofía antigua ya está perdiendo este sentido originario, como práctica y forma de vida, y se está convirtiendo en un discurso, Montaigne mantiene que la filosofía es un ejercicio espiritual en el sentido que apunta Hadot.
M.S.M.: Es curioso que el concepto de angustia adquiere un carácter central en el romanticismo, momento en que el individuo toma conciencia de su finitud. Parece que el abandono de las creencias cristianas abren paso al desasosiego. ¿Cómo es vivido desde Hadot y por Foucault el concepto de la angustia?
L.R.J.: Para Hadot la angustia es algo moderno. Para los antiguos no existía este sentimiento de manera tan central como para el hombre moderno. Es cierto que la crisis del cristianismo abre este sentimiento de angustia y que el romanticismo es quien le da una dimensión más profunda. Hadot es poco romántico en este sentido. Prefiere a Goethe en su dimensión más clásica, más cercana a los antiguos, y en su lema “no te olvides de vivir”. Y en buscar un “sentimiento oceánico” con el Cosmos. Foucault tampoco parte de la angustia, ya que más bien pertenece a la generación que reacciona contra el existencialismo de Sartre, muy centrada en este sentimiento. Aunque Heidegger, que hace de la finitud y la angustia un tema importante de su filosofía, tendrá influencia tanto en Hadot como en Foucault.
M.S.M.: Hadot y Foucault se dirigen hacia una construcción del sujeto partiendo de modelos filosóficos completamente opuestos. En este sentido, ¿cuál es la diferencia fundamental en la manera de entender la “subjetividad” en Hadot y en Foucault?
L.R.J.: El tema del sujeto no es tan central en Hadot. En realidad es un concepto que no utiliza mucho. Rechaza el idealismo filosófico, que ve el mundo como una construcción del sujeto. Y como expresión de esta dimensión más moderna de la filosofía que se inicia con Descartes. Los antiguos y los modernos que le interesan hablan poco de sujeto. Para Hadot justamente los ejercicios espirituales en que consiste la filosofía ( pensar, leer, dialogar, vivir de manera justa…) nos llevan a salir de nuestra subjetividad.
En el caso de Foucault el tema del sujeto es central. Primero para criticar la idea de un sujeto soberano, que es quien constituye el mundo desde su mirada. Para Foucault los sujetos estamos más bien sujetados a las redes de poder que nos envuelven. Somos un efecto de ellas. Esto es lo que piensa al principio. Pero al final piensa que tenemos un margen para constituirnos como sujetos de una manera singular y propia. Para hacer de nuestra vida “una obra de arte”. Es la “estética de la existencia” que nos permite vivir de manera diferente a como nos impone la sociedad.
M.S.M.: Como conclusión, después del profundo recorrido por estos dos grandes representantes del pensamiento contemporáneo del siglo XX, ¿considera que la filosofía es un ejercicio intelectual o espiritual?
L.R.J.: Considero que la filosofía es un ejercicio espiritual, en el sentido que plantea Pierre Hadot y que recoge Foucault (aunque él hable más de cuidado de sí o de tecnología de sí) porque en la experiencia filosófica está implicada la percepción, el deseo y el afecto y no solo el pensar. Es algo global. La filosofía es algo vinculada a la vida.
M.S.M.: ¿Es el psicoanálisis un ejercicio espiritual ?
L.R.J.: La pregunta se la hace, en el libro con este título, Jean Allouch. Pero Allouch piensa en Foucault y no en Hadot. Parece claro que los ejercicios espirituales de Hadot no tienen nada que ver con el psicoanálisis. Pero en el caso de Michel Foucault y, sobre todo si nos referimos al psicoanálisis de orientación lacaniana, es más complejo y ambiguo. Foucault dice que antes que él solo Heidegger y Lacan plantearon en el siglo XX la relación entre sujeto y verdad. Una piscoanalista mexicana, Elena Bravo, acaba de publicar un libro en el que plantea la genealogía del psicoanálisis a partir de la noción foucaultiana de Cuidado de sí. Yo mismo he escrito un artículo en un libro que se publicará próximamente que titulo Foucault y Lacan ¿ ejercicios espirituales para materialistas?. No tiene una respuesta clara, pero en todo caso pensarlo resulta fecundo.
M.S.M.: Muchas gracias Luis por tu gran amabilidad y la generosidad de compartir tus aportes con librería Muga.
L.R.J.: Gracias a vosotros por dedicarme este espacio.
La idea és agafar un personatge famós (com més famós, millor) i si és possible ja en hores baixes, treure-li uns quants draps bruts i ensorrar-lo a través d’una campanya a les xarxes amb tota la bona consciència i la superioritat moral que els nens i nenes de casa bona porten incorporades de sèrie. El moviment per la cancel·lació s’inspira, i té el seu origen, en un concepte xinès, la ”humiliació pública” dels dissidents, el renrou sousuo, traduït literalment com a "cerca de carn humana". Els wangmin (ciutadans de la web), o en aquest cas el wangyou (el grup més íntim d’amics a la xarxa) es llacen a la cacera moral, per acabar patriòticament amb els dissidents i incorrectes. De la mateixa manera els militants usen les xarxes per avergonyir els famosos que no semblen prou addictes o que gosen anar per lliure.
Primer va caure Woody Allen i la cancel culture ha afectat després un reguitzell de gent, com Kanye West o Roseanne Barr, avui autèntics pàries. Però també han caigut editors i directors de mitjans suposadament tan sòlids com el New York Times i The New York Review of Books. Potser la peça més significativa que s’ha cobrat la xarxa fins ara sigui J. K. Rowling, l’autora de Harry Potter... que durant anys va finançar tota mena d’ONG’s progressistes. L’assetjament que els grups trans li han dedicat aquests dos últims anys serà digne d’estudi en la història del totalitarisme. Gosar dir que un trans mai no serà una dona perquè la biologia és una realitat existent, no li ha estat perdonat per la inquisició progre. Tant als Estats Units com a Austràlia els seus libres estan deixant de vendre’s i fins i tot es retiren de les biblioteques. L'atenció de les xarxes és fàcil de dirigir cap a suposats malfactors, aquells que exhibeixen deficiència moral, funcionaris del govern de baix nivell o escriptors que han vist passar el seu minut de glòria. Però, que passa quan els referents morals dels hipermoralistes resulta que no ho eren tant? També se’ls ha de silenciar, o passarem xiulant?
Avergonyir públicament els considerats transgressors morals ha estat durant segles una pràctica inquisitorial altament popular que qualsevol persona liberal considerava repugnant La novetat és que les xarxes l’han recuperada i que gent diguem-ne progressista considera l’avergonyiment públic com una forma radical de justícia ciutadana. El costum xinès i totalitari s’ha convertit ara en la pràctica democràtica (poseu-hi cometes a dojo) de fer outcries a qualsevol cosa. L’outcry, la reacció dura i desproporcionada a una informació sovint ni tan sols contrastada o a un rumor com més escandalós millor, s’adiu molt amb les xarxes socials. Quan el teu públic es converteix en el teu càstig les coses es poden tornar realment complicades.
A la taverna de Twitter sembla que formar part d’un grup minoritari doni dret a bescantar tothom i a demanar compensacions i tractes de favor en nom de qualsevol història desgraciada i antiga. La Internacional Papanates (gran troballa de Quim Monzó) hi viu abonada. Foucault ja ho va dir: anem a una societat panòptica on tots seriem vigilats sense misericòrdia. Però no comptaven que els vigilants també podien ser víctimes de la xarxa. La cultura de la cancel·lació s’ha d’aplicar també a les patums culturals? O n’estan exemptes?
Ramon Alcoberro, Foucault, pedòfil i cancelat?, eltemps.cat 17/04/2021
Desde mi perspectiva, la democracia convertida en un mercado plantea tres problemas:
1) Los individuos, en el contexto de la elección, tienden a perseguir constantemente cómo imponerse a sus oponentes. Se transforman en grandes empresarios políticos que se disputan el espacio con otros empresarios. Por la tendencia a verse los protagonistas exclusivos del proceso político, los sujetos tienden a concentrarse en propósitos propios y a identificarlos con el interés colectivo. Por lo demás, tienden a concebir la participación política como el concurso a su propia competición: tú vas a ayudarme con las ideas, tú a acosar y desestabilizar a mis contendientes; una vez pruebes tu rentabilidad, accederás, de mi mano, a los recursos políticos.
Por supuesto que analizamos estos procesos. La cuestión es que atribuimos los problemas a errores de carácter personal. Creemos que debe haber alguna manera de continuar el juego competitivo y de evitar problemas: ¿elegir mejor los candidatos? ¿Tal vez educarlos con mejores teorías? ¿Rodearlos de buenas personas?… Hasta que comienza otra vez la competición para procurar que, esta vez, la oferta política sea la correcta.
2) Existen otras posibilidades y, en estas, se tiene claro que hay que limitar el juego del mercado político, sabiendo que se generan costes. Además, se necesita saber por qué es necesario diseñar procesos competitivos en todos los planos. Quienes entran dentro del juego, quienes viven en el fetiche del mercado político, quienes se contemplan como los electores libres y racionales, tienen siempre una respuesta: abrir la participación a cualquiera es peligroso, hay que saber elegir, debemos tener cuidado de que no se cuelen impresentables, por ejemplo, disparatados o nazis. La cuestión es: ¿cómo producir un electo bien cualificado? ¿Es por ser experto por lo que alguien destaca y lo elegimos como el mejor? ¿Sabemos bien en qué debe destacar?
Esto se justifica en un caso y solo en uno: en el caso en el que el saber que requiramos del experto exija unos enormes costes de adquisición. John Locke, cuando hablaba de Newton, explicaba: sobre la física de Newton soy un simple underlabourer, un albañil, pues solo puedo aplicarla, pero no acabo de comprenderla bien. Un experto nos convierte en albañiles —aplicamos sus saberes— o, a lo mejor, llamamos expertos a albañiles de una teoría difícil de adquirir. En este caso, lo sensato es seleccionar entre expertos, aunque para ello debamos saber muy bien en qué deben serlo y necesitamos que las credenciales que nos muestran sean correctas.
Hay otra posibilidad: las cualidades buscadas en los representantes son difíciles, pero es posible adquirirlas. Los costes de adquisición no son leves, pero se considera necesario afrontarlos. Es lo que puede llamarse, siguiendo el diálogo Protágoras, “teoría del flautista mediocre”: se trata, no de asegurarse que todos sean genios de la política, sino que se generalice un nivel medio en la adquisición de capacidades políticas. La única manera de afrontar los costes es promoviendo la participación política. Pero para que esto no sea un pío proyecto, debe considerarse que el trabajo democrático es parte esencial de nuestra condición de ciudadano y hay que hacer un espacio al mismo. ¿Cuánta participación? Toda la que se pueda. Y para que no sea socialmente selectiva, debe ser remunerada; para que no dé pábulo a la frivolidad o al oportunismo, exigiendo cuentas de lo que se hace.
Y hay, además, otra posibilidad: la de que llamemos competencias políticas a algo que todo el mundo sabe hacer. Sucede que delirando en el propio fetichismo, en el propio cultivo de sí, necesario para sobrevivir en una situación competitiva, quien las tiene se valora a sí mismo de manera exagerada.
3) Llegamos, así, a la última cuestión: ¿quién educa a los que acceden? ¿Quién se preocupa de que no adquieran capacidades disparatados o nazis? La respuesta habitual es: hay que buscar al buen seleccionador (¡siempre el sujeto libre eligiendo!), aquel que no se deje seducir por propiedades espurias de los candidatos (su belleza física, sus marcas sociales de nobleza, su entreguismo…) y las convierta en lo que no son (cualidades políticas).
Existe otra respuesta, la que yo prefiero, la que entra dentro de lo que he llamado principio antioligárquico en democracia, y que se deriva del modelo político ateniense: organicemos un acceso tan amplio como sea posible a las capacitaciones políticas, y hagámoslo de forma que sea difícil apalancarse en los recursos y pactar de manera sectaria para ello. Introduzcamos, por tanto, rotación y sorteo. El sorteo solo tiene una virtud intrínseca: impide la coordinación instrumental. Unido con la rotación, permite el acceso de individuos que no se autodesignan y que se encuentran en el centro del debate político durante un tiempo de su vida. No serán excelentes, pero puede esperarse que sin esa cultura media no haya democracia posible; incluso para cuando haya que designar al elegible, es decir, a quien considera que sobresale en la competición electoral.
Por tanto, no propongo ningún programa nuevo para defender la democracia. Al contrario, propongo la recuperación meditada de su repertorio. Ese repertorio no se reduce a la competición electoral, la cual juega un papel importante en la democracia, sino que hace de ella un complemento para otro procedimiento: el del sorteo. A menudo, para avanzar hacia adelante tenemos que echar la vista atrás y revisar bien nuestro bagaje. De lo contrario, dejaremos olvidado bastante de lo que más puede ayudarnos en el camino.
José Luis Moreno Pestaña, ¿Cuánta falta de participación puede soportar la democracia?, elsaltodiario 13/04/2021
Pues bien: hay razones para pensar que el sujeto último de la ética no es susceptible de convertirse en objeto de la ciencia natural, y ello por la razón más general de que es imposible su mera reducción a objeto. Y desde luego, en tal posición se repudia la presentación de la ética como una suerte de aplicación de la disposición científica, afirmando con radicalidad que, en todo caso, más bien se trataría de lo contrario:
La ciencia misma sería un resultado de la singularísima disposición que se da en el ser humano (y sólo en el ser humano) que cabe tildar de ética, es decir, de subordinación de los lazos con el entorno natural, con los demás humanos y hasta con uno mismo a exigencias que no se hallan determinadas por la darviniana lucha por la subsistencia.
En ocasiones, el ser humano asume la singularidad de su condición, situando la inteligibilidad de sí mismo y del entorno como motor de su comportamiento. Mas si tal comportamiento es un caso específico de actitud ética, entonces la ética no puede ser una consecuencia más de que la inteligibilidad ha sido alcanzada; la ética no puede ser una modalidad entre otras del saber actualizado, y en definitiva: la disposición que se designa como ética no puede ser objeto de ciencia, porque en la misma reside la condición de posibilidad de la ciencia.
Hay ciencia como consecuencia de que se da esa exigencia de lucidez que es reflejo de la disposición general del espíritu que denominamos ética. Cuando Einstein se esfuerza en arrancar al misterio aquello que se conocía como efecto fotoeléctrico (que al poner en entredicho la teoría ondulatoria de la luz, parecía introducir la contradicción en el seno de la física), está sentando una de las mayores revoluciones conceptuales en la historia del pensamiento…sin que haya ningún imperativo práctico que encuentre solución en dicha teoría. Así Einstein accede al Premio Nobel por haber alcanzado a explicar algo (a saber, que la luz en ocasiones funciona como si fuera un conjunto discreto de partículas) que no satisface otra cosa que la exigencia misma de explicación.
Y lo mismo cabe decir de la otra gran teoría einsteniana, la relatividad: la demolición de la tesis del carácter absoluto de tiempo y espacio, no venía a resolver ningún problema acuciante relativo a la subsistencia de los seres humanos ni al adecentamiento del marco en el que transcurren sus vidas. Venía tan sólo a dar satisfacción al deseo de transparencia y de coherencia, arrancando a la física del abismo en el que la había sometido la constatación de que los hechos, los fenómenos, no casaban con el armazón teórico a partir del cual eran interpretados.
Y el argumento se extiende a tantas y tantas teorías científicas que han enriquecido la historia de la humanidad. Cabría por ejemplo decirlo de la teoría cantoriana de los números transfinitos, recordando al respecto la sentencia de Hilbert relativa a que en ella se hallaría en juego “la dignidad misma del espíritu humano”. Esta referencia a los valores en un texto matemático resulta poco sorprendente en la perspectiva considerada de que la existencia misma de la ciencia es muestra privilegiada de que se da en el ser humano una disposición ética.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (XI): ¿Moralidad legitimimada por la ciencia o ciencia como corolario de la moralidad?, El Boomeran(g) 11/04/2021
El pensamiento es una cualidad de lo vivo. Las máquinas no piensan, simplemente calculan. Con frecuencia se confunde el cálculo con el pensamiento, y se dice que el ordenador “está pensando”, cuando lo que se quiere decir es “está calculando”. El pensamiento genuino siempre tiene algo de creativo y de participativo. Su creación supone una recreación. Al pensar, nos recreamos, literalmente. No se trata de un mero entretenimiento, sino que revivimos, volvemos a nacer. Esa es la magia de la mente y la atención. Algo parecido ocurre cuando recordamos algo. Donald Davidson decía que entender una metáfora era tan creativo como inventarla. Es cierto. Ver una cosa en términos de otra, ¿qué otra cosa podría ser la metáfora? Por eso la lectura es tan saludable, porque hace viajar al pensamiento y los viajes rejuvenecen, nos vuelven a crear. Además, hay otro factor. El pensamiento genuino surge cuando callan las palabras. Cuando nos detenemos. De ahí que las máquinas, a pesar de lo que digan unos cuantos ingenuos (o cínicos), nunca podrán pensar. Ellas, que están hechas de palabras, no saben recrearse (solo reiniciarse).
Cuando se habla de lo que se ha probado científicamente se tiende a esgrimir cierto dogmatismo. Me explico. Cada ciencia se ocupa de una parcela de la realidad, o quizá sería mejor decir que tiene una escala de observación. Decir que esa escala domina sobre las demás no sólo resulta irracional, sino que supone una actitud muy poco científica. Es lo que ocurre cuando se afirma que la escala molecular domina y ejerce una influencia inexorable sobre la escala mental o del pensamiento. Es decir, que la biología tiene prioridad sobre la filosofía, que el laboratorio puede más que la biblioteca. Las cosas no son tan sencillas. Pero ese es el discurso dominante hoy día, estando como estamos azuzados por la pandemia.
Whitehead, un matemático brillante reconvertido a filósofo, decía que la escala de observación hace el fenómeno. Esto quiere decir que cuando nos movemos a una escala, ya sea la del núcleo atómico o la del agujero negro, nuestros aparatos de medida, que en general son aparatos de amplificación, pasan a formar parte de esa realidad que observamos y no pueden considerarse independientes de ella. La ciencia, cuando es mala, cuando se hace dogmática, tiende a ocultar (o soslayar) el papel del observador (y su instrumento). Niels Bohr, el físico que catalizó y lideró la revolución cuántica, y que también acabó reconvertido a filósofo, insistió en ese asunto. Pero su voz sonó en el desierto y hoy día sigue habiendo pocos dispuestos a escucharle. Esa importancia de la escala y del instrumento de observación, la llamó complementariedad. Las diferentes ciencias nos ofrecen diferentes versiones de la realidad. Todas ellas tienen su parte de verdad y, en este sentido, podemos considerarlas complementarias. Pero cuando una de ellas trata de imponerse a las demás, cuando una escala se considera única, entonces la ciencia adquiere las peores manías del monoteísmo y se convierte, sin saberlo, en irracional. Una actitud que va en contra del espíritu mismo de la ciencia.
Juan Arnau, Solo la vida piensa, elcultural.com 12/04/2021