
Cualquier conocimiento que no conduzca a nuevas preguntas se extingue rápidamente: no consigue mantener la temperatura necesaria para sostener la vida.
Wisława Szymborska
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Sobre la LOMLOE, la ley educativa que ha empezado a aplicarse este curso en las aulas, se dice de todo, la mayoría de las cosas, me temo, por ignorancia, confusión o intereses no muy claros. Se dice, sobre todo, que es otra nueva ley inventada por pedagogos alejados de lo que realmente sucede en las aulas. Veamos si esto es o no cierto.
De entrada, la LOMLOE no es una ley sustantivamente nueva, sino (como su propio nombre indica) una actualización de leyes anteriores (básicamente de la LOE, que lo es a su vez de la LOGSE, que es la que sustituyó a la ley franquista de 1970). Por otro lado, que una ley sufra ajustes sucesivos, sin cambiar sus principios fundamentales, no es más que un síntoma de que los ciudadanos, como es habitual en democracia, tienen ideas parcialmente distintas sobre educación (otra cosa es la instrumentalización política de esa controversia más allá del ámbito educativo y las imposturas legislativas que esto pueda procurar).
En segundo lugar, la LOMLOE no es una nueva “ocurrencia” de los pedagogos, y esto no ya solo porque sea una actualización de leyes más que probadas, sino también porque las presuntas novedades que incorpora (el enfoque competencial de los currículos, los perfiles de salida, las situaciones de aprendizaje…) llevan años desarrollándose, tanto en las naciones de nuestro entorno como en nuestro propio país. Por lo demás, el objeto de esa incorporación es el de ajustar plenamente la ley española a recomendaciones europeas que llevan casi veinte años en vigor, inspirándose en modelos ya asentados como, entre otros, el de Portugal o Quebec. ¿Dónde están, pues, las “ocurrencias”?
En cuanto a la queja por que una ley educativa esté concebida por “pedagogos”, es decir, por expertos en educación, ¿qué cabe decir? ¿Por quién debería estar concebida si no?... La pedagogía es, sin duda, una ciencia “blanda”, imprecisa e inconsistente en algunos de sus planteamientos (como lo es, en general, cualquier otra ciencia humana), pero es lo mejor que tenemos. Y lo será mucho más, sin duda, si se combina con la experiencia práctica de los docentes. Es por esto por lo que la LOMLOE, aunque concebida en sus líneas generales por pedagogos, ha sido desarrollada de forma sistemática por cientos de maestros y profesores en activo, que han trabajado en ella durante meses, tanto en el ámbito nacional como en el de cada administración autonómica.
Visto pues que la ley es algo más que una mera ocurrencia teórica de los pedagogos, ¿qué es lo que trae de bueno dicha ley? Yo destacaría tres elementos. El primero es la adopción (estructural, y no ya retórica) del citado enfoque competencial, esto es, de la idea de que aprender X es necesariamente equivalente a aprender a hacer algo (empezando por pensar) con X. Una idea obvia, pero que dado el carácter cosmético de parte de los “aprendizajes” al uso, había que articular y traducir en términos curriculares.
El segundo elemento refiere la consagración normativa del enfoque integral de la educación, seriamente desvirtuado por la ley Wert. Una educación integral es aquella que no atiende únicamente a la faceta académico-laboral del alumnado, sino también a la cívica y personal. De ahí que el currículo LOMLOE incorpore explícitamente la educación cívica en todas las áreas y materias, añadiendo, además (aunque de forma insuficiente, todo hay que decirlo), la formación ética y filosófica necesaria para evitar que esa educación cívica degenere en adoctrinamiento ideológico. No olvidemos que de esta formación cívico-ética depende nuestra cohesión como sociedad en torno a valores e identidades comunes, inclusivas y alejadas de dogmatismos políticos, religiosos o de cualquier otro tipo.
Un tercer elemento igualmente importante que nos trae la LOMLOE es el del incremento de la autonomía de centros y docentes. De hecho, la norma se ha concebido, entre otras cosas, para prestar cobertura legal a prácticas educativas que, por su dimensión innovadora, no podían aplicarse hasta ahora “con todas las de la ley”. Es extraño, por ello, el afán “ordenancista” que demuestran (y demandan) algunos en relación con su aplicación en las aulas. La LOMLOE representa un marco normativo idóneo para concebir y realizar prácticas educativamente innovadoras, contextualizadas y transformadoras, y no, en ningún caso, una máquina de generar informes y formularios con los que contabilizar, fiscalizar y tratar de uniformar hasta el último detalle el trabajo docente. Si las administraciones o algunos docentes creen esto, es que, a mi juicio, no han entendido el propósito de la ley, y hay que hacérselo saber.
Ciertamente, la tarea educativa es incompatible con dos de los peores males que suelen aquejarla (y que, además, ella misma perversamente transmite a veces): la hipertrofia retorico-legislativa y el dirigismo ciego. Pero estos males no lo serían tanto si no hubiera siempre un numeroso grupo de personas dispuestas a ser cómodamente dirigidas antes que tomarse la molestia de asumir sus propias responsabilidades.
...más allá de los titulares escandalosos, queda claro que el verdadero peligro no es cuán inteligente es la inteligencia artificial, sino lo tonta que puede llegar a ser y lo mucho que nos engañamos respecto a su supuesta inteligencia.
La sacralización de la naturaleza supondría, en última instancia, la prohibición de su instrumentalización, lo cual podría entrar en contradicción con los intereses de nuestra especie. Por el contrario, la prohibición de instrumentalización del ser humano, la erección del hombre en sagrado, además de perfectamente compatible con el orden natural, es garantía de un orden social. De hecho, la naturaleza no es sagrada más que en razón de que el hombre la consagra,erigiéndola en divinidad favorable o temible.
Sagrado el hombre, expresión de esa enorme ruptura de continuidad en la historia evolutiva que supuso la aparición del lenguaje y la razón, ese Verbo que la tradición bíblica polariza frente a la naturaleza, pero que en todo caso es testigo de la misma. Si las cosas tienen peso en la medida en que significan algo, y no habiendo constancia de otra fuente de significación que el lenguaje del hombre, el tiempo de nuestra presencia en el devenir de la naturaleza aparece como esa suerte de paréntesis entre una nada pretérita y una nada por venir, evocadas con serena lucidez por el poeta Francisco Brines.
Víctor Gómez Pin, Lo sagrado es el hombre, no la naturaleza, El País 19/10/2022
La ciencia remite a hechos, pero ¿qué pueden contar los hechos de la ciencia cuando el absoluto, verídico o forjado, es quien legisla y en consecuencia establece lo que tiene base para ser considerado un hecho?
Tanto el humanismo entendido como afirmación de la singularidad humana como el anti-humanismo tendiente a diluir nuestra condición, son posicionamientos no sólo de orden diferente a lo que viene determinado por el conocimiento científico y sus corolarios filosóficos, sino incluso inmunes a los mismos: se responde a una u otra de ambas actitudes (tendencia a afirmar o tendencia a diluir la frontera que diferencia jerárquicamente al ser humano) y sólo en caso de que puedan ayudar a la causa se recurre a la ciencia o a la filosofía. Se trata en ambos casos de primacía de un sesgo, es decir de una disposición apriorística que determina el peso de los hechos y cómo interpretarlos, pero ello no significa que ambas disposiciones sean homologables.
El sentimiento de lo irreductible del ser humano es certeza inmediata, corolario de nuestra naturaleza que, como antes decía, se sabe rara desde el momento mismo en que un niño se apercibe de su condición lingüística. Hay tras la posición humanística un sentimiento radical de que, pese a ser polos contrapuestos, vida y lenguaje se hayan inextricablemente ligados, siendo el hombre la expresión de esta relación polar. Por ello el cuestionamiento de tal irreductibilidad es vivida como una afrenta, a la manera que se vive el cuestionamiento por otro del propio origen racial o lingüístico.
Víctor Gómez Pin, ¿Singularidad del ser humano? Posicionamientos inmunes a la argumentación científica, El Boomeran(g), 21/10(2022)
Una de las mayores transformaciones que caracteriza a las sociedades actuales, con nuestro país a la cabeza, es la del incremento de la longevidad. La mayoría de las personas vive hoy el doble de años que hace un siglo; un hecho revolucionario que abre posibilidades y genera desafíos económicos, sociales, políticos y culturales históricamente inéditos.
Este incremento de la longevidad no es solo un dato cuantitativo, sino también cualitativo: no solo aumentan los años de vida, sino también la capacidad para darle más vida a esos años y, con ello, de adoptar un rol activo en relación con el desarrollo y bienestar común.
La idea que va imponiéndose es que el envejecimiento, lejos de concebirse como un estado de decadencia y pasividad, representa una nueva etapa de crecimiento y transformación personal y social. Frente a los valores de «lo eternamente joven» y la obsesión por disimular el paso del tiempo, la vejez se reivindica hoy como un estado de plenitud y actividad humana capaz de aportar múltiples beneficios a la sociedad, no solo económicos (la llamada «economía de plata»), sino también afectivos, cívicos y culturales.
El fenómeno de la longevidad no es, pues, reducible a una suerte de trastorno demográfico o económico (relacionado con el descenso de la productividad o la sostenibilidad de los recursos públicos), sino que refiere un viraje integral mucho más amplio y fundamentalmente positivo. Las cada vez más numerosas y mal llamadas «clases pasivas» no son en absoluto pasivas o improductivas: viajan y consumen, cuidan y permiten la conciliación laboral a sus familiares, practican el voluntariado, hacen deporte, desempeñan funciones laborales de modo emérito, y llenan a rebosar determinados eventos culturales o las aulas de instituciones como las universidades de mayores, donde, además de aprender, enseñan y forman a todos los que tienen (tenemos) la oportunidad de trabajar con ellos. No en vano son personas que han sabido adaptarse a gigantescas y sucesivas metamorfosis políticas, culturales y tecnológicas no experimentadas nunca antes por una misma generación…
Ahora bien, el incremento de la cantidad y la calidad de los años que vivimos, y la apreciación de este fenómeno como un síntoma inequívoco de progreso, suponen el despliegue de profundos reajustes sociales inspirados en valores que, como la solidaridad y la justicia intergeneracional, solo pueden ser sólidamente asumidos desde la experiencia continuada del encuentro y enriquecimiento mutuo entre distintos grupos de edad.
Esta experiencia de encuentro no es sencilla en un mundo que tiende a fragmentar y especializar cada vez más los espacios de convivencia, relegando aquellos que tradicionalmente acogían el contacto intergeneracional (empezando por los propios núcleos familiares, cada vez menos dados a la integración de las personas mayores). Por eso mismo, las instancias públicas han de compensar y paliar estas dificultades con medidas políticas y educativas firmes y continuadas.
Me consta directamente que la nueva ley educativa (la LOMLOE) ha sentado bases sólidas – aunque siempre mejorables – para el desarrollo de aprendizajes en los que se fomente la comunicación y la cooperación intergeneracional, se rompa con viejos prejuicios edadistas, y se reconstruya la figura tradicional del anciano ligándola a nuevos modelos de envejecimiento autónomo y activo. En nuestra región, centros pioneros en la promoción educativa de las relaciones intergeneracionales (como el IES Jaranda de Jarandilla de la Vera) han generado modelos de referencia internacional. También en Extremadura, y gracias en parte al trabajo de un grupo de docentes (Ignacio Chato y tantos otros), se ha trazado un ambicioso Plan Estratégico para el Desarrollo Intergeneracional que habrá de culminar en 2025. Más allá de nuestra comunidad, instituciones como el Centro Internacional sobre el Envejecimiento, conducido entre otros por Antonio Basanta, o la Cátedra Macrosad de Estudios Intergeneracionales de la Universidad de Granada, dirigida por Mariano Sánchez, trabajan desde hace años con el mismo propósito.
Todos estos son ejemplos del esfuerzo discreto pero eficaz de comprender y encauzar una transformación que, lejos de entenderse como un trastorno o una rémora, ha de ser concebida como una oportunidad de desarrollo colectivo, además de como una revolución en nuestro modo de entender la vejez y la vida misma. En una época de asombrosos cambios de consecuencias más o menos inciertas (muchas veces preocupantes), el de la longevidad está probablemente entre los más esperanzadores. Apostar decididamente por él es, sin duda, apostar por el futuro y el bienestar de todos.
El objetivo de esta obra es servir de guía para generar experiencias en contextos educativos conectados con la realidad de los estudiantes que los muevan a actuar para mejorar su entorno.
Al diseñar situaciones de aprendizaje los docentes deben centrarlas en quien aprende, propiciar su desarrollo competencial, contextualizarlas y contemplar la resolución de un problema o la consecución de un reto real o simulado. Los diferentes ejemplos que se muestran
en el libro sirven de acompañamiento a los educadores en el diseño, desarrollo y evaluación de situaciones de aprendizaje con sentido para el alumnado, vinculadas con su aprendizaje vital, y que los capacitan para ser agentes
de cambio social.
SOBRE LOS AUTORES
Esther Diánez Muñoz es diplomada en Magisterio y licenciada en Psicopedagogía. Comenzó su carrera hace veinte años en aulas especializadas en autismo. En la actualidad compagina su trabajo en Educación Primaria con la formación de docentes. En 2016 recibió la medalla de oro de Andalucía al Mérito Educativo. Los proyectos comunitarios de mejora, transformación social y ciencia ciudadana que ha coordinado han recibido diversos reconocimientos.
Alberto López Ramos es diplomado en Magisterio y máster en Innovación Educativa. Miembro de la junta directiva de la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci, lleva trabajando como maestro veinte años, durante los cuales ha impulsado proyectos de innovación e investigación desde la educación artística y las áreas científico- tecnológicas. En la actualidad dirige un centro de Educación Infantil, Primaria y Secundaria que forma parte de la Red de Comunidades de Aprendizaje.
Primeras páginas de Aprender en contexto.
La entrada Aprender en contexto se publicó primero en Aprender a pensar.
¿Cómo leemos la palabra inconstitucionalidad? ¿La i con la n, in, la c con la o, co, y así durante 10 minutos? No, por el amor de Dios. Eso solo lo hacen los niños que están aprendiendo a leer. Los demás, que somos lectores expertos, reconocemos la palabra de un golpe de vista. Y si pone inconstucionalidad, lo más probable es que sigamos reconociéndola, aunque le falte una sílaba. Los correctores automáticos perciben el error de inmediato, pero los humanos no somos muy buenos en eso. El cerebro utiliza masivamente el proceso de rellenado (filling in), que se aprecia muy bien con el ejemplo del punto ciego. En todo el centro del campo visual no vemos nada, porque la retina tiene ahí un agujero por el que sale el nervio óptico. Pero nuestra consciencia no percibe el agujero, porque los procesadores cerebrales de alto nivel lo rellenan con lo que creen que debería estar ahí. El rellenado no es ninguna peculiaridad del punto ciego de la retina. Funciona a todos los niveles de la percepción y el pensamiento.
Un corolario de estos hechos es que nuestro modelo interior del mundo no es el mundo, sino una construcción activa del cerebro, basada en la experiencia anterior, en la cultura recibida y en el conocimiento adquirido. Como no hay dos cerebros iguales, ni dos biografías iguales, esto implica que cada persona tiene un modelo distinto del mundo. Cada uno lo llama realidad, pero ninguno acierta. No conocemos directamente la realidad, solo sus sombras proyectadas en una pared, como en la alegoría de la caverna de Platón.
Las ideas actuales sobre la percepción arrancan tal vez de Hermann von Helmholtz, el gran físico y filósofo alemán del siglo XIX. El tipo era un fenómeno que hizo aportaciones esenciales a la óptica, la meteorología, las matemáticas y la electrodinámica, además de formular la ley de conservación de la energía, pero también era un fisiólogo de talento que recibió la mejor formación en Berlín a cambio de servir como médico del Ejército durante ocho años. Eso sí que es una mili. Helmholtz propuso que la percepción es en realidad un proceso de inferencia inconsciente. Nadie le hizo mucho caso, pero su idea ha sido retomada por los neurocientíficos y los científicos de la computación en nuestro tiempo. Lo llaman procesamiento predictivo, y consiste en lo siguiente.
La función del cerebro no es percibir el mundo, sino predecirlo. El córtex (o corteza) cerebral, donde residen nuestra percepción y nuestra mente, utiliza la información que le llega de los sentidos para actualizar su modelo del mundo y, por tanto, sus predicciones. Pero ese modelo ya se había formado antes, por experiencias previas. Sin eso no podríamos ver nada ni pensar nada. Seríamos como el niño que tarda 10 minutos en leer inconstitucionalidad.
Javier Sampedro, La realidad no es eso que ves, El País 07/10/2022
La ciencia, por cierto, es la mejor estrategia que tenemos para conocer la realidad. Una teoría científica no solo explica de una forma compacta los millones de datos que ya se conocían, sino que también predice aspectos del mundo que nadie había imaginado, como le pasó a Einstein con los agujeros negros. Emergían de sus ecuaciones, pero no logró creérselos. Una teoría ve más allá que su creador.
Javier Sampedro, La realidad no es eso que ves, El País 07/10/2022
El AE parte de la premisa de que la gente debe hacer el bien de la manera más clara, ambiciosa y poco sentimental posible. Basándose en el rigor lógico, “los seguidores del AE creen que se puede salvar una vida en el tercer mundo por unos cuatro mil dólares”, según un reportaje publicado en agosto en The New Yorker, coincidiendo con la publicación del segundo libro de MacAskill, What We Owe the Future (“Lo que le debemos al futuro”), convertido en un fenómeno de ventas en EEUU. El libro es una guía “para llevar una vida más ética” y colaborar en la mejora del futuro de la humanidad. Porque, como apunta MacAskill en otra entrevista con The Guardian, “por extraño que parezca, somos los antiguos” de una humanidad a la que todavía le quedan muchos años por vivir. “Vivimos al principio de la historia, en el pasado más lejano”, observa.
Lo que quiere decir MacAskill es que cuando contemplamos nuestra responsabilidad moral hacia las generaciones futuras, tenemos la sensación de que se trata solamente de dejar el planeta habitable para unos pocos rezagados que quedan por venir. Pero en realidad se trata de una oportunidad para influir en el destino de casi todos los seres humanos que probablemente seguirán habitando el planeta.
Andrea Rodés, El filósofo de los magnates de Silicon Valley, coronicaglobal.elespanol.com, 16/10/2022
Es indudable que los maestros, los padres concienzudos y todo el que pretende educar y no solo seducir o pavonearse debe tener vocación renunciativa. Enseñar es suicidarse un poco: se transmiten conocimientos o actitudes para que el neófito se valga por sí mismo. Es decir, para que se aleje del maestro al que cada vez necesita menos. Los profesores que aspiran a verse siempre rodeados de sus discípulos como la gallina de sus polluelos o los padres que se enorgullecen de que sus vástagos a los 40 años aún les pidan permiso para volver después de medianoche no han cumplido bien su función formativa. Han potenciado su influencia, pero no han liberado a los influidos.
Y es que hay muchos que solo consideran verdaderos maestros a quienes les tatúan una ortodoxia, no a los que les dejan volar. Qué digo una ortodoxia, más bien una ortodoncia, porque lo único que les satisface es aprender a morder. Consideran que esa es la gran lección y cuando el educador renuncia a la dentadura postiza se sienten traicionados. “¡Cuánto me ha decepcionado usted, con la admiración que yo le tenía! Después de que me empeñé en tomarle como modelo...”. Pero hay cosas que no pueden enseñarse, se tienen o no. La principal es la libertad de espíritu, o sea, vivir y escribir sin respiración asistida. Señal de ejercerla es que la peregrinación de discípulos extasiados se convierte en jauría feroz. Es el precio por enseñar de verdad.
Fernando Savater, El verdadero maestro te va a decepcionar, El País 15/10/2022
El simulacro de ejecución y los años en la cárcel de Siberia –que figuran en su novela Recuerdos de la casa de los muertos (1860)– cambiaron a Dostoievski para siempre. Su romanticismo naíf y lleno de esperanzas desapareció. Se volvió mucho más religioso. El sadismo de los prisioneros y de los guardias le enseñó que la visión optimista que tenían de la naturaleza humana los defensores del utilitarismo, el liberalismo y el socialismo era absurda. Los seres humanos reales no tenían nada que ver con lo que promovían estas filosofías.
A la gente no solo le interesa el pan –o lo que estos filósofos llamaban la “maximización del beneficio”–. Todas las ideologías utópicas presuponen que la naturaleza humana es fundamentalmente buena y simple: el mal y la complejidad son el resultado de un orden social corrupto. Acaba con las carencias y acabarás con la delincuencia. Para muchos intelectuales, la propia ciencia había demostrado estas afirmaciones e indicaba el camino hacia el mejor de los mundos posibles. Dostoievski rechazó todas estas ideas, que consideraba un dañino sinsentido. “Está claro, y es inteligible hasta la obviedad”, escribió en una reseña de Anna Karénina de Tolstói, “que el mal reside más profundamente en los seres humanos de lo que suponen nuestros médicos sociales; que ninguna estructura social eliminará el mal; que el alma humana seguirá siendo como siempre ha sido […] y, finalmente, que las leyes del alma humana son todavía tan poco conocidas, resultan tan recónditas y misteriosas para la ciencia, que no hay ni puede haber ni médicos ni jueces finales”, excepto el propio Dios.
Dostoievski comprendió no solo nuestra necesidad de libertad, sino también nuestro deseo de librarnos de ella. La libertad tiene un coste terrible, y los movimientos sociales que prometen liberarnos de ella siempre tendrán seguidores. Ese es el tema de las páginas más famosas que escribió, “El Gran Inquisidor”, un capítulo de Karamázov. El intelectual Iván le recita a su santo hermano Aliosha su “poema” oral en prosa para mostrarle sus preocupaciones más profundas.
Ambientada en España durante la Inquisición, la historia comienza con el Gran Inquisidor quemando herejes en un auto de fe. Mientras las llamas perfuman un aire ya rico en laurel y limón, el pueblo, como ovejas, asiste al aterrador espectáculo con una veneración servil. Han pasado quince siglos desde que Jesús prometió volver rápidamente y anhelan alguna señal suya. Entonces, con su infinita piedad, Él decide mostrarse ante ellos. Suavemente, en silencio, se mueve entre ellos, y lo reconocen enseguida. “Ese podría ser uno de los mejores pasajes del poema, me refiero a cómo lo reconocieron a Él”, comenta Iván con irónica autocrítica. ¿Cómo saben que no es un impostor? La respuesta es que cuando uno está en presencia de la bondad divina, es tan hermosa que es imposible dudar.
El Inquisidor también sabe quién es el forastero, y enseguida ordena su detención. ¡El pastor de Cristo es quien manda que lo arresten! ¿Por qué? ¿Y por qué los guardias obedecen y el pueblo no se resiste? La respuesta a estas preguntas la conocemos cuando el Inquisidor visita al Prisionero en su celda y abre su corazón ante él.
A lo largo de la historia de la humanidad, explica el Inquisidor, ha habido un enfrentamiento entre dos visiones de la vida y de la naturaleza humana. Para adaptarse a la época y el lugar, han ido cambiando constantemente de nombre y de dogmas, pero en esencia siempre han sido las mismas. Una visión, que el Inquisidor rechaza, es la de Jesús: el ser humano es libre y la bondad solo tiene sentido cuando se elige libremente. El otro punto de vista, mantenido por el Inquisidor, es que la libertad es una carga insufrible porque conduce a la culpa interminable, al arrepentimiento, la ansiedad y las dudas irresolubles. El objetivo de la vida no es la libertad, sino la felicidad, y para ser feliz la gente debe deshacerse de la libertad y adoptar alguna filosofía que afirme tener todas las respuestas. El tercer hermano de los Karamázov, Dimitri, comenta: “El hombre es ancho, demasiado ancho; ¡yo lo haría más estrecho!”, y el Inquisidor aseguraría la felicidad humana “estrechando” la naturaleza humana.
El catolicismo medieval habla en nombre de Cristo, pero en realidad representa la filosofía del Inquisidor. Por eso el Inquisidor ha detenido a Jesús y pretende quemarlo como el mayor de los herejes. En nuestra época, aclara Dostoievski, la visión de la vida del Inquisidor adopta la forma del socialismo. Como en el catolicismo medieval, la gente renuncia a la libertad por la seguridad y sustituye las agonías de la elección con la satisfacción de la certeza. Al hacerlo, renuncia a su humanidad, pero el trato merece la pena.
Para explicar su posición, el Inquisidor vuelve a contar la historia bíblica de las tres tentaciones de Jesús, una historia que, en su opinión, expresa los problemas esenciales de la existencia humana como solo podría hacerlo una inteligencia divina. ¿Puede imaginarse, pregunta retóricamente, que si esas preguntas se hubieran perdido cualquier grupo de sabios podría haberlas recreado?
En la paráfrasis del Inquisidor, el diablo primero exige:
Quieres ir al mundo […] con alguna promesa de libertad que los hombres en su simplicidad […] no pueden ni siquiera entender, que temen y temen, pues nada ha sido más insoportable para un hombre y una sociedad humana que la libertad. Pero ¿ves estas piedras en este desierto reseco y estéril? Conviértelas en pan, y la humanidad correrá detrás de ti como un rebaño de ovejas.
Jesús responde: “No solo de pan vive el hombre.” Así es, replica el Inquisidor, pero precisamente por eso Jesús tendría que haber aceptado la tentación del diablo. La gente, en efecto, anhela lo significativo, pero nunca está completamente segura de saber distinguir entre lo realmente significativo y falsificaciones. Por eso se persigue a los no creyentes y se conquistan naciones para convertirlas a una fe diferente, como si el acuerdo universal fuera en sí mismo una prueba. Solo hay una cosa de la que nadie puede dudar: del poder material. Cuando experimentamos un gran sufrimiento, eso, al menos, resulta incuestionable. En otras palabras, ¡el atractivo del materialismo es espiritual! La gente lo acepta porque es cierto.
El Inquisidor le reprocha a Jesús que, en lugar de alegrar a la gente quitándole el peso de la libertad, lo que ha conseguido es… ¡aumentarla! “¿Has olvidado que el hombre prefiere la paz, e incluso la muerte, a la libertad de elección siendo consciente de que existen el bien y el mal? Nada es más seductor para el hombre que su libertad de conciencia, pero no hay mayor causa de sufrimiento.” La gente quiere sentirse libre, no serlo, y por eso, razona el Inquisidor, lo correcto es llamar libertad mejorada a la no libertad, como suelen hacer los socialistas.
Para hacer feliz a la gente, hay que desterrar toda duda. La gente no quiere que se le presente información que, como diríamos hoy, contradiga su “relato”. Harán lo que sea para evitar que lleguen a su conocimiento hechos no deseados. La trama de Karamázov, de hecho, gira en torno al deseo de Iván de no admitir para sí mismo que desea la muerte de su padre. Sin permitirse a sí mismo eso, allana el camino hacia el deseado asesinato. No se puede empezar a entender ni a las personas ni a la sociedad si no se comprenden las múltiples formas que existen de lo que podríamos denominar epistemología preventiva.
A continuación, el diablo tienta a Jesús para que demuestre su divinidad arrojándose desde un lugar elevado para que Dios lo salve con un milagro, pero Jesús se niega. La razón, según el Inquisidor, es mostrar que la fe no debe basarse en los milagros. Una vez que uno es testigo de un milagro, queda tan sobrecogido que la duda es imposible, y eso significa que la fe es imposible. Bien entendida, la fe no se parece al conocimiento científico ni a la prueba matemática, y no se parece en nada a la aceptación de las leyes de Newton o del teorema de Pitágoras. Solo es posible en un mundo de incertidumbre, porque solo entonces uno puede elegir libremente.
Por la misma razón, uno debe comportarse moralmente no para ser recompensado, ya sea en este mundo o en el siguiente, sino simplemente porque es lo correcto. Comportarse moralmente para ganar una recompensa celestial transforma la bondad en prudencia, como ahorrar para la jubilación. Sin duda, Jesús hizo milagros, pero si crees en Dios como consecuencia de ellos, entonces –a pesar de lo que dicen muchas iglesias– no eres cristiano.
Al final, el diablo le ofrece a Jesús el imperio del mundo, que este rechaza a pesar de que, según el Inquisidor, debería haberlo aceptado. La única manera de alejar a la gente de la duda, le dice a Jesús, es a través de los milagros, el misterio (tienes simplemente que creer en nosotros, sabemos de lo que hablamos) y la autoridad, algo que podría garantizar un imperio universal. Solo unos pocos individuos fuertes son capaces de ser libres, explica el Inquisidor, así que tu filosofía condena a la miseria a la mayoría de la humanidad. Y así, concluye escalofriantemente el Inquisidor, “hemos corregido tu obra”.
En Los demonios (1871), Dostoievski predice con asombrosa exactitud lo que sería el totalitarismo en la práctica. En Karamázov se pregunta si la idea socialista es buena incluso en la teoría. Los revolucionarios de Los demonios son despreciables, pero el Inquisidor, por el contrario, es alguien totalmente desinteresado. Sabe que irá al infierno por corromper las enseñanzas de Jesús, pero está dispuesto a hacerlo por amor a la humanidad. En resumen, ¡traiciona a Cristo por razones cristianas! De hecho, va más allá que Cristo, que dio su vida terrenal, al sacrificar su vida eterna. Dostoievski agudiza al máximo estas paradojas. Con su inigualable integridad intelectual, retrata al mejor socialista posible, a la vez que esclarece los argumentos a favor del socialismo con mayor profundidad que los verdaderos socialistas.
Aliosha, por fin, exclama: “¡Tu poema es una alabanza a Jesús, no un reproche a él, como pretendías!” Todos los argumentos han venido del Inquisidor, y Jesús no ha pronunciado ni una palabra en respuesta: ¿cómo puede ser eso? Hazte la siguiente pregunta: después de escuchar los argumentos del Inquisidor, ¿elegirías renunciar a toda capacidad de elección a cambio de una garantía de felicidad? ¿Dejarías que sea un sabio sustituto de tus padres quien tome decisiones por ti, permaneciendo para siempre como un niño? ¿O hay algo más elevado que la simple felicidad? Llevo años planteando esta pregunta a mis alumnos, y ninguno ha aceptado el trato del Inquisidor.
Vivimos en un mundo en el que la forma de pensar del Inquisidor resulta cada vez más atractiva. Los científicos sociales y los filósofos asumen que las personas son simplemente objetos materiales complicados, no más capaces de sorprender genuinamente que las leyes de la naturaleza de suspenderse a sí mismas. Los intelectuales, cada vez más seguros de que saben cómo lograr la justicia y hacer felices a las personas, consideran que la libertad de los demás es un obstáculo para el bienestar de la humanidad.
Para Dostoievski, en cambio, la libertad, la responsabilidad y la capacidad de sorprender definen la esencia humana. Esa esencia hace posible todo lo que tiene valor. El alma humana es “tan poco conocida, resulta tan recóndita y misteriosa para la ciencia, que no hay ni puede haber ni médicos ni jueces finales”, solo personas siempre incompletas bajo un Dios que les dio la libertad.
Gary Saul Morson, Fiódor Dostoievski, el filósofo de la libertad, Letras Libres 01/11/2021