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Primero, porque es una red de viejos. Que no se me ofenda nadie, son los datos, y este testimonio de un profesor estadounidense resulta un excelente indicativo: tras preguntar a sus alumnos de quince y dieciséis años si tenían FB, le respondieron riéndose que es una red para mamás, papás, y abuelos.
Segundo, porque muchos milenials que fueron sus usuarios más activos lo están dejando por el excesivo odio que la aplicación facilita, y los que aman odiar y difundir sus teorías más delirantes, como QAnon o los antivacunas, se van también porque les «censuran». Los documentos internos de la compañía prevén que el 45 % de los usuarios estadounidenses abandonen la aplicación en los próximos dos años.
Zuckerberg comenzó a publicitar su metaverso en julio pasado, y desde entonces no han dejado de lloverle los problemas a su red social. Sobre todo por la garganta profunda sobre cuyas revelaciones publicó una serie de artículos The Wall Street Journal. Han mentido sobre sus prácticas, y todas sus plataformas racistas y antivacunas han tenido menos censura y supervisión. Para colmo los intentos de control de sus algoritmos provocaron el efecto contrario, magnificando ese odio que allí funciona tan bien.
El MIT ha explicado cómo hicieron los algoritmos perversos de FB, y da escalofríos. Otro análisis especialmente interesante pero menos técnico es el de Mauricio Cabrera, periodista mexicano especializado en creator economy, donde concluye que para enganchar a la audiencia en Facebook hay que enojarla. El éxito allí pasa por el odio y la polarización.
La empresa conocía la negativa influencia de Instagram sobre la salud mental de niños y adolescentes, y lo ocultaron. Sus directivos ignoraron sistemáticamente las denuncias presentadas por empleados sobre publicaciones que atentaban contra los derechos humanos —desde ejecuciones a violaciones—. Y, el colmo, se ha constatado que la red social facilitó tanto la difusión de ideas antivacunas que destruyeron parte de los esfuerzos de vacunación contra la covid-19 de la administración Biden.
Semanas después de ese reportaje, Frances Haugen, product manager de FB, se presentó ante el senado estadounidense: ella era la garganta profunda. Su alegato no pudo ser más claro: «Facebook daña a los niños, provoca división en nuestra sociedad y debilita la democracia. Puede cambiarse, pero ellos no lo van a hacer si no se les empuja desde fuera».
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Una reciente entrevista en prensa al experto en educación digital Jordan Shapiro ha avivado el debate en torno al problema de cuándo y en qué condiciones permitir a los niños el uso de móviles o dispositivos similares. Shapiro defiende la necesidad de educarlos en el uso de esas tecnologías antes de los doce o trece años. ¿Es razonable su propuesta?
Partamos del hecho innegable de que el móvil y otros aparatos equivalentes son ya parte consustancial de nuestro entorno, cuando no de nuestra identidad o de procesos cognitivos básicos como memorizar, ordenar, buscar o comunicar información. Se utilizan para todo y nadie, ni el más crítico con ellos, renuncia a utilizarlos. Si es así, educar intensivamente y desde muy pronto en un uso adecuado de los mismos no parece ninguna insensatez. Y sin embargo no es esta la política habitual por parte de familias y educadores, que suelen preferir prohibir el uso a educar en él (algo bastante contraproducente, pues los niños a los que se les prohíbe o restringe severamente el acceso al móvil, a los videojuegos o a la tele, suelen ser los mismos que en cuanto tienen ocasión se dan de forma compulsiva y desordenada al abuso de esas tecnologías y entretenimientos).
¿Por qué mantener entonces la actitud prohibicionista? Uno de los pretextos es la supuesta adicción que generan las «nuevas»tecnologías. ¿Pero es esto cierto? No lo creo. En todo caso, los entornos digitales serían hoy tan «adictivos» como hace veinte o treinta años lo eran los entornos físicos, pues los chicos hacen hoy a través del móvil y el ordenador sustancialmente lo mismo que hacían antes en la calle o en el salón de casa: entretenerse, socializar, educarse, comprar, jugar, conversar con otros… No se trata pues, salvo excepciones, de ninguna adicción, sino de un (complejo y rapidísimo) cambio de costumbres por el que lo que antes se hacía de determinada forma ahora se hace de otra. Con todas las consecuencias que ello supone, por supuesto; buenas y malas.
Porque tampoco es fácil saber si interactuar en entornos físicos es siempre mejor que hacerlo a través de dispositivos digitales. La calleno tiene por qué ser menos peligrosa o condicionante que el móvil o el ordenador; en ambos escenarios se dan la publicidad, los comportamientos inmorales o indecorosos y todos los peligros que supone vivir en un mundo como el nuestro. Y en ambos casos de lo que se trata es de educar, y no de impedir que el niño se relacione con ese mundo (sea analógico o digital). No olviden que los niños sobreprotegidos están siempre más expuestos a todo tipo de peligros (pues carecen de experiencia y de autonomía para afrontarlos), uno de los cuales, por cierto, es el de contagiarse de las creencias y miedos de padres obsesionados por controlar a sus hijos (ahora a través del móvil). Casi diría que los niños tienen siempre más probabilidad de verse afectados por unos padres neuróticos que por abusones o pederastas (que los hay en las redes tanto como antes los había en calles y parques).
Otra objeción frecuente es la de los daños cognitivos que ocasiona la utilización del móvil en niños y adolescentes, algo que hasta la fecha nadie ha demostrado fehacientemente, y que no resulta muy creíble. A mi juicio, los niños de ahora estudian, piensan y se expresan como siempre (con leves cambios, unos a mejor y otros a peor). Es cierto que se distraen mucho con el móvil, pero como antes, y por la misma razón (los rollos que les obligamos a hacer o padecer), lo hacían con el vuelo de una mosca. En cuanto al acoso o el aislamiento social, hoy hay una sensibilidad y unos recursos – precisamente digitales – para paliar ambos fenómenos que ya hubieran querido los chicos de hace treinta años, cuando era normal acosar con impunidad a los más débiles en el patio de recreo o en la calle y no existían las redes sociales para mitigar la soledad del que, por lo que sea, carecía de suficientes habilidades sociales. El valor de la inclusividad y del respeto por el diferente son valores de ayer por la mañana, y están ligados al contexto de una sociedad global e interconectada.
En todo caso, recuerden que el rechazo a los cambios asociados al desarrollo tecnológico es una constante cultural. El pánico que provoca hoy el uso infantil de los móviles es el mismo que ya suscitaron los videojuegos, los ordenadores o la tele. Todo lo cual no quiere decir que no seamos prudentes, o que no tengamos que establecer una regulación legal de protección al menor, sino que, con todo, lo más importante es acompañar a los chicos y chicas en la iniciación a un mundo vinculado innegablemente a la tecnología, educándolos para vivir en él de forma lúcida, crítica y ética. No hay mayor inversión que esa en la seguridad y dignidad de los niños.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Ignoro quién asesora, si es que alguien lo hace, al ministro Alberto Garzón, pero sea quién sea o está cocido o le falta un hervor, como prefieran. Solo a un ingenuo o un extravagante artista de la estrategia política se le puede ocurrir que es conveniente decir lo que se piensa (en este caso, verdades como puños) en un contexto como el presente, con elecciones regionales a la vista y con los dos partidos de la derecha (uno de ellos loco por hacernos olvidar su crisis interna) en una pugna salvaje por ver quién vocifera, crispa y embriaga con una dosis más alta de demagogia a los ciudadanos.
Digo que lo que dice Garzón son verdades como puños porque es evidente, y todo el mundo (vote a quien vote) sabe que: (a) hay carne de peor y mejor calidad; (b) la carne de peor calidad está vinculada a un sistema de producción industrial, masiva y a bajo coste, que se conoce como ganadería intensiva, y la carne de mejor calidad a sistemas de producción tradicionales o extensivos en los que se produce menos, pero mejor; (c) la ganadería intensiva supone no solo infringir a los animales una condiciones de vida infernales, sino contaminar el entorno y contribuir a la ruina del medio rural (en el que los pequeños ganaderos no pueden competir con las macrogranjas industriales); (d) la política defendida por Garzón de aumentar las restricciones a la agricultura intensiva y favorecer a la agricultura extensiva (pareja a la disminución de la producción y el consumo de carne) es la misma que plantean el gobierno, la UE y los organismos internacionales como parte de la estrategia de transición a una economía sostenible.
Ahora bien, aunque sobre todo lo anterior hay datos de sobra (censos de animales, incremento del número de macrogranjas, índices asociables de contaminación y despoblamiento rural, denuncias de la UE, protestas de vecinos, reivindicaciones de pequeños productores…), los datos no tienen nada que hacer frente a la habitual berrea política y el rasgamiento ritual de vestiduras en tuits, tertulias y declaraciones varias. La razón de esta sinrazón es, ya sabemos, que la lucha partidista es en gran parte una cuestión identitaria e irracional. Más que nada porque identificarnos emocional y socialmente con un partido, líder o comunicador carismático, o con un determinado imaginario simbólico (fachas y progres, taurinos y animalistas, cazadores y ecologistas, machirulos y feministas…) es una manera demasiado tentadora de evitar la tediosa tarea de informarnos, analizar y reflexionar por nosotros mismos. Lo malo de esta confortable actitud es que se lo ponemos a huevo a los expertos en marketing consagrados a alimentarnos con información-basura de rápido engorde electoral.
Gran parte de esa información basura se compone de bulos fáciles de fabricar. No necesitan más que dos cosas. La primera, inventar la “información” que interesa, si es posible tergiversando una información real para que la mentira lo parezca menos (en el caso de Garzón, que dijo que la ganadería extensiva española – con mención explícita a la extremeña – era magnífica, y la producción intensiva insostenible y mala, se le hace decir que “España exporta carne de mala calidad”). Y la segunda, viralizar la información falsa (hay equipos especializados en la tarea) hasta que, gracias a la repetición y a nuestra invencible pereza para cuestionar lo que nos apetece oír, se convierte en una verdad de las buenas, de las que levantan olas de indignación.
Ahora, dicho lo que había que decir sobre bulos y verdades, volvemos al principio. Una cosa es decir lo que uno piensa (y que esto, además, sea una verdad como un templo), y otra cosa es hacer política. Y me parece mentira que alguien como Garzón, curtido en la lucha partidista (como mínimo la interna), no se entere de algo tan simple. Si sigue así acabará por representar mejor que nadie a esa moribunda y antipática izquierda que, desde su trono intelectual y moral, no parece que haga otra cosa que señalarle a la gente cómo debe de comer, consumir o usar el idioma. ¡La ultraderecha no podría estar más satisfecha!
Un político cabal no puede, en fin, parecer un adolescente resabiado y desconsiderar toda la suma de intereses, circunstancias, juegos de poder, creencias y hábitos colectivos (entre ellos el del consumo barato de algo que, como la carne, era un lujo hasta no hace mucho para la mayoría) que rodean e inevitablemente afectan a su incuestionable verdad. Ha de pelear por sus principios, sin duda, pero tiene también que conciliarlos, aunque sea estratégicamente, con la compleja y reticente realidad. Al menos, si quiere hacer política. Y no quedarse, como diría Yolanda Díaz, en una esquinita pequeña y marginal. Veremos.
... los hombres no derivan placer alguno sino antes bien, considerable pesar de estar juntos allí donde no hay poder capaz de imponer respeto a todos ellos. (224)
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Los deseos, y otras pasiones del hombre, no son en sí mismos pecado. No lo son tampoco las acciones que proceden de esas pasiones, hasta que conocen una ley que las prohíbe. Lo que no pueden saber hasta qué leyes. Ni puede hacerse ley alguna hasta que hayan acordado la persona que lo hará. (226)
De todas formas, qué forma de vida habría allí donde no hubiera un poder común al que temer puede ser percibido por la forma de vida en la que suelen degenerar, en una guerra civil, hombres que anteriormente han vivido bajo un gobierno pacífico. (226)
De esta guerra de todo hombre contra todo hombre, es también consecuencia que nada puede ser injusto. Las nociones de bien y mal, justicia e injusticia, no tienen allí lugar. Donde no hay poder común, no hay ley. Donde no hay ley, no hay injusticia. La fuerza y el fraude son en la guerra las dos virtudes cardinales. La justicia y la injusticia no son facultad alguna ni del cuerpo ni de la mente. Si lo fueran, podrían estar en un hombre que estuviera solo en el mundo, como sus sentidos y pasiones. Son cualidades relativas a hombres en sociedad, no en soledad. Es consecuente también con la misma condición que no haya propiedad, ni dominio, ni distinción entre mío y tuyo; sino sólo aquello que todo hombre pueda tomar; y por tanto tiempo como pueda conservarlo. (226-227)
Las pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz son el temor a la muerte; el deseo de aquellas cosas que son necesarias para una vida confortable; y la esperanza de obtenerlas por su industria. Y la razón sugiere adecuados artículos de paz sobre los cuales puede llevarse a los hombres al acuerdo. (227)
Capítulo XIII
De la condición natural del género humano, en lo que concierne a su felicidad y miseria
Thomas Hobbes, Leviatán, Editora Nacional, Edición preparada por C. Moya y A. Escohotado, Madrid 1983, segunda edición corregidaAl final, la realidad no es más que una forma eterna de ver las cosas. Lo que pasa es que cuando ya no hay forma de ver las cosas atravesando el tiempo entonces son las cosas las que te ven a ti. Y entonces sucede que es la actualidad la que nos mira, la que nos maneja, la que nos dice sobre qué pensar en cada momento. ¿Se acuerdan cuando nos manifestábamos por la crisis climática? Fue hace mucho ya, había una niña, una tal Greta Thumberg que llevaba un chubasquero amarillo y que se convirtió en pura inspiración. ¿Sabe alguien qué fue de ella? La actualidad la escupió como un hueso atravesado en la garganta.
El problema (y la desgracia) es que cuando la realidad no es capaz de atravesar el tiempo, entonces apenas se puede hablar de ella porque empieza a parecer que cualquiera podría hacerle lo que quisiera. En la práctica, decir que lo real no permanece equivale a decir que no existe. ¡Peor aún! Es como dar patente de corso para cambiar la realidad al antojo, o sea, a los intereses de cada cual. Porque la realidad misma es lo puesto en cuestión —no las evidencias efímeras de las portadas— y la verdad parece antes el haz del foco de gloria que otorga el último minuto trending topic que el producto necesario de los hechos, la historia o las ideas. De la sustancia del mundo, por decirlo de una vez. No en vano estamos construyendo una realidad paralela a marchas forzadas, un delicioso metaverso donde las cosas prometen tener principio y fin, donde podremos establecer acuerdos y pactos nuevos y definir dónde empieza y termina el tiempo. Evidentemente está siendo un gran éxito, porque la realidad ha perdido su sitio en el pensamiento y su espacio en el alma (de hecho, va como alma en pena). Y ahora lo único real es el deseo universal de inventarla o de negarla.
Así que toca escoger: realidad o actualidad. Y siempre habrá una pérdida en nuestra decisión, siempre nos faltará algo fundamental. Así las cosas, mi único deseo es no elegir siempre lo mismo. Que algunos días gane la vida, esa que es real y aún nos espera.
Nuria Labari, Elige: actualidad o realidad, El País 05/02/2022
Tristes tiempos si ahora la pandemia comienza a usarse como excusa para tomar decisiones polémicas que reducen costes a quienes gestionan y restan servicios a la ciudadanía, bajo el argumento de mayor automatización y optimización. “Nos vamos porque la mayoría usa las aplicaciones móviles”. “Cerramos servicios médicos porque el pueblo es pequeño”. Primar los beneficios siempre perjudica al viejo, al pobre, al enfermo, al que usa transporte público. Las desigualdades normalizan un lado creciente de la humanidad que se enfría al tiempo que calentamos la máquina y pulsamos asterisco.
Es grande la tentación de delegar en las máquinas lo que más perturba o no resulta rentable, entre otras cosas, porque la máquina es indolente ante las quejas. No se inmuta ni entristece. La reclamación puede terminar con un “Inténtelo más tarde” mientras los asesores humanos, más precarios y con menos tiempo, se van alejando a otras ciudades, o al otro lado del teléfono, para terminar remitiendo al cajero automático o a la aplicación web donde están las respuestas, ¿acaso saben nuestras preguntas?
¿Se han fijado que cada vez más las masas somos atendidas y leídas por máquinas, mientras los más privilegiados son atendidos por humanos con tiempo? ¿Se imagina contar con un asesor que pacientemente le ayude a entender las cuentas, una doctora que pueda dedicarle tiempo y atención, un psicólogo que le escuche, una abogada que le oriente, mediadores capaces de empatizar y comprenderle? De esto trata el enfriamiento humano y no es ajeno al calentamiento planetario.
Remedios Zafra, Calentamiento global, enfriamiento humano, El Cultural 01/02/2022
Así como el arquetipo del héroe guerrero sigue muy presente (demasiado, de hecho), tanto en los superhéroes de la cultura de masas como en la versión sucedánea de las estrellas del deporte, el héroe cultural no tiene una representación visible salvo, en todo caso, en su vertiente negativa: el típico «sabio loco», malvado o irresponsable, que intenta dominar el mundo o lo pone en peligro con sus impíos experimentos. Algunos grandes científicos, pensadores y artistas llegan a veces a hacerse populares; pero, en general, más por sus excentricidades que por sus aportaciones (comprendidas por muy pocos), y el verdadero héroe cultural de nuestro tiempo es el gran ignorado de nuestra desquiciada sociedad.
Porque el héroe cultural de nuestro tiempo, como no podía ser de otra manera, no es un individuo sino un colectivo. Un colectivo por suerte cada vez más y mejor articulado, pero por desgracia cada vez menos y peor conocido: la comunidad científica.
Carlo Frabetti, El héroe cultural: de prometeo a Frankestein, jotdown 03/02/2022
Para acceder a la etapa de la técnica, para aplicar un universal a los casos semejantes, hay desde luego que disponer de ese universal ese eidos, forma o especie, al que se refiere Aristóteles en el texto citado. Los humanos disponemos del mismo, sea de manera innata sea porque lo hemos adquirido, y se da la circunstancia de que generalizamos con muchísima facilidad. Así un niño que ha tenido ante sí un caballo rápidamente reconoce la forma (el eidos) del mismo en otro caballo. Cosa que plantea un problema a quienes esperan que el conocer de la máquina llegue a ofrecer un día la clave de nuestro propio funcionamiento, pues las redes neuronales generalizan con mucha mayor dificultad.
Pero este disponer de una forma que aplicamos a pluralidad de individuos tiene dos explicaciones posibles, a las que me refería al hablar de innatismo o adquisición. La primera es que esa forma se forja en la misma experiencia, es por así decirlo su resultado. La segunda es que las formas son ideas inherentes a nuestro ser, para las cuales la experiencia es simplemente la ocasión material de actualizarse. Este asunto remite a viejos problemas filosóficos sobre el peso de la inducción en el conocimiento no ya maquinal o animal sino humano, sobre la cuestión cartesiana de las ideas innatas y en última instancia sobre la tesis platónica de que, tratándose del ser de razón, conocer es siempre, en un nivel u otro, re-conocer; no tanto generalizar a partir de iteración de experiencias, como ver en lo dado un caso particular de un concepto.
En el caso de Aristóteles la posición es de un platonismo matizado: cabría decir que los universales (el campo eidético, el campo de las ideas) es innato en los seres de razón, pero que no se actualiza hasta que encuentra una ocasión en la realidad individual; la idea pasa de la potencia al acto gracias a la experiencia. Por ello Aristóteles es (frente a pitagóricos y ciertos platónicos adversos a la modalidad de platonismo que representa el propio Aristóteles) con justicia considerado un empirista. Pero ello no quita que también para Aristóteles en el animal humano (y esto es lo que le distingue precisamente de los otros animales) la idea es inherente a su propia naturaleza.
En suma, para Aristóteles la experiencia humana difiere de la experiencia animal por ser ocasión de acceso a techne kai logismois (técnica y razonamientos), es decir aquello que por definición es vedado a las especies animales no dotadas de lenguaje. Y retorno a la cita que en la columna anterior ponía en el arranque: “Los animales no humanos viven reducidos a imágenes y recuerdos y la experiencia es para ellos poco fructífera, mientras que (*por intermediación de la experiencia*), los hombres acceden a la técnica y al razonamiento”
Tanto la tesis que hace surgir lo universal de una generalización a partir de la experiencia, como la que considera que lo universal es algo innato (y en su seno vertiente pitagórico-platónica versus vertiente aristotélica) coinciden en un punto: la técnica implica ideas y por ello el conocimiento técnico es una etapa diferente de la mera experiencia.
Y aquí se multiplican las preguntas: ¿alcanzan las máquinas a tener ideas o más bien se trata en ellas de un tipo de acuidad que no supera la mera experiencia? Y aún ¿reconocen un dígito manuscrito como un niño reconoce un caballo, es decir percibiendo en el mismo un caso particular de ese universal que es una idea? Nótese que estoy prescindiendo ahora de la cuestión de si la idea presente en el conocer del niño la ha generado o no la misma experiencia; estoy simplemente señalando que el niño tiene indiscutiblemente ideas.
La pregunta respecto al aprendizaje de las redes neuronales es la de si a través de la iteración que sustenta la experiencia, hay un momento en el que la red neuronal dispone de un universal aplicable a todos los casos semejantes. Pues esta etapa que trasciende la experiencia, esa techne de Aristóteles quizás ni siquiera es necesaria para mostrarse eficiente: “tratándose de la práctica, la experiencia no es inferior a la técnica; y así vemos que hombres limitados a la experiencia obtienen a veces mejores resultados que quienes poseyendo la noción (logos) de algo carecen sin embargo de experiencia (…) La causa es que la experiencia es un conocimiento de lo individual y la técnica lo es de lo universal. Ahora bien, toda práctica y toda producción concierne a lo individual” (Metafísica 981, a 12-16).
Desde luego ciertos animales no humanos dan muestras de una acuidad perceptiva y de una capacidad de previsión superiores a las nuestras, sin que por ello haya razones para considerar que han accedido a la etapa de la técnica. ¿Es también el caso de las máquinas, que mostrarían acuidad perceptiva en ausencia de concepto, conocimiento sin tener idea? ¿O diremos más bien que en una red neuronal la reacción efectiva y eficaz, el output correcto que se forja en la experiencia, se debe a que como resultado de la misma acaba por surgir lo universal, el atributo que clasifica, que distingue? ¿Cabe, en suma, atribuir a un algoritmo ideas? Aun en caso de respuesta positiva, está por ver si tal inteligencia eidética recubre todas las modalidades en las que se despliega la nuestra, así esa inteligencia que no consiste tanto en conocer como en sentir lo bello o lo repugnante, o la que consiste en delimitar una frontera que separa al bien del mal.
Víctor Gómez Pin, ¿Técnica en las máquinas?, El Boomeran(g) 02/02/2022
Societat, tecnologia i pensament.
Documental: The Social Dilemma, director: Jeff Orlowsky, any 2020 (Netflix)
1ª part (0,00-5,52):
Qüestionari:
1- Les persones que opinen en aquest documental en quin tipus d’empreses han estat treballat o encara treballen? A quin àmbit empresarial pertanyen? Què és el que tenen en comú?
2- Quin o quins són els problemes que aquestes empreses estan generant?
3- Què creieu que vol dir la frase de Sòfocles que encapçala el documental: “Res gran succeeix a la vida dels mortals sense una maledicció”?
2ª part (12,06-19,52):
Qüestionari:
1- Com funciona aquest negoci?
2- Quines repercussions té en les nostres vides?
3- Què vol dir la frase següent: “Si no pagues pel producte, tu ets el producte”?
3ª part (19,52-37,58):
Qüestionari:
1- Busqueu informació sobre el que és la llei del reforç intermitent positiu.
2- Explica el fonament i les diferències dels dos paradigmes tecnològics: el de la bicicleta i el de les xarxes socials
3- Comenta la frase: Només hi ha dues indústries que anomenen als seus clients “consumidors”: la de les drogues il·legals i les des sofware(Edward Tufte)
4ª part (37’58-44,00)
Qüestionari:
1- Quins són els problemes que genera el mòbil als infants?
2- Llegiu aquests articles:
3- Amb quin dels articles estàs més d’acord? Amb quin, menys d’acord? (Raoneu les respostes)
5ª part (44,00-54,50)
Qüestionari:
1- Com pot resistir el cervell humà a la Intel·ligència Artificial?
2- Vegeu presentació del dibuixant El Roto. Escolliu 3 diapositives i comenteu-les.
[https:]] part (54,50-1,20,05)
Qüestionari:
1- Busqueu informació sobre aquests conceptes: post-veritat, fake news, bombolles de filtre, tribalització digital, polarització política, biaix de confirmació, teories de la conspiració
2- Quina relació es pot establir entre aquests conceptes i el funcionament de les xarxes socials.
7ª part (1,20,05-final del documental)
1- Analitzeu les diferents solucions que plantegen aquests especialistes. Esteu o no esteu d’acord? Per què?
2- Creieu que ha estat útil el visionat d’aquest documental? El recomanaríeu a unes altres persones? (Raoneu les vostres respostes)
3- Podeu fer una ullada per la web del documental. Us ha semblat interessant?
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura.
En la astracanada de Adam McKay (que recomiendo encarecidamente que vean) el “alma desvalida” es el pueblo americano y, por extensión, la humanidad entera: una masa ignorante y manipulada que vota a políticos tipo Trump, vive infantilmente en el presente inmediato de los chismes, la telebasura y los memes de internet, y obedece ciegamente a los gurús de la tecnología. De otro lado, el “héroe redentor” son un par de ingenuos científicos que, tras descubrir que un enorme meteorito va a impactar contra la Tierra, tratan de avisarnos de lo que nos viene encima mientras son coaccionados por el poder y vilipendiados por la multitud. El “final feliz” es la divina moraleja que nos cuelan los autores, verdaderos redentores de esa multitud incapaz de reaccionar a la revelación científica del apocalipsis que somos nosotros, el público en general, frívolos adoradores del becerro de oro del consumo no sostenible y sus hijos la polución, el cambio climático, las pandemias y el resto de las plagas con que se anuncia el fin del mundo. Y hay que reconocer que en cuanto a la moraleja a transmitir la película es impactante y provocativa (por eso estamos hablando de ella), poniendo al alcance de todos una caricatura de los tópicos en torno al tecno-neoliberalismoreinante: la influencia de los gigantes tecnológicos, la hipoteca de los gobiernos con el poder económico, el big data, el populismo, la polarización política, la desinformación, la instrumentalización de la ciencia, los delirios conspiranoicos o la dificultad para arbitrar decisiones colectivas (no digamos democráticas) de alcance global...
Pero ahora vayamos con la moraleja sobre la moraleja. Es decir, con la crítica al mensaje crítico de la película (análogo al de parte de la izquierda biempensante americana y, por extensión, de todos sitios). Empecemos por el comienzo de la fábula. Que el desastre provenga del cielo es sintomático. Que el presunto mayor problema (y trasunto de la película) al que nos enfrentamos hoy sean la sostenibilidad y la crisis climática, y no el hambre, la explotación y la miseria material y moral de millones de personas (en tanto el 1% de la población acumula la mitad de la riqueza), algo que sucede cotidianamente y que hemos aceptado sin más (y por lo que mereceríamos extinguirnos cien veces), también es bastante sintomático. Sintomático de cómo la distracción apocalíptica actúa como opio de los timoneles del pueblo. Y no es que no haya una catástrofe climática en ciernes, ojo. La cuestión es a qué desigualdades obedece y cuáles va a acrecentar (la crisis climática es una enorme desgracia para la mayoría, y una fuente de oportunidades para la minoría más poderosa); si no se comprenden y desactivan esas desigualdades no se comprende ni se desactiva nada.
De otro lado, que en la película se muestre a la gente como una turba infantil enganchada a la telebasura y a los móviles, manipulada por demagogos e incapaz de ponerse de acuerdo en lo más evidente, es igualmente reveladora de las inercias ideológicas que lastran el discurso progresista. Una inercia que parece incapaz de entender las razones del apoyo de parte de la población a opciones políticas “poco correctas” y que, en el fondo, se revela tan poco democrática y tan populista como ellas.
Así, como ni las masas ni las perversas élites políticas son capaces de razonar y deliberar, los redentores propuestos en la fábula de McKay no pueden ser más que los expertos científicos. Aplíquese el cuento a la gestión de la pandemia (y de lo que venga). La idea que sobrevuela es que los ciudadanos somos incapaces de ponderar los riesgos (como el de colapsar los cada vez más escasos servicios públicos), por lo que hemos de ser salvados de nosotros mismos a golpe de leyes de excepción y partes televisivos. Se aduce que se trata de una emergencia. ¿Pero quién garantiza que no vayamos a vivir en una emergencia crónica (por ejemplo, climática), o que la gente vaya a ser capaz de decidir con sensatez sobre cualquier otro asunto que le incumba? Dada la inmadurez congénita con que se les retrata, ¿por qué permitirles ni tan siquiera votar? Tras la idiotez, el ruido y la furia que destila esta historia no parecen proyectarse, pues, otras salidas que las de rezar o someterse a una suerte de tecnocracia despótica. Terrible disyuntiva. Otra opción, sin duda, es pensarlo más a fondo.
... con ojos del presente.
Hi ha un principi que he sentit en entrenadors d'esportistes i que em sembla aplicable a molts altres àmbits de la vida. En qualsevol itinerari, es tracta de no pensar on vols arribar, sinó pensar en què has de fer en aquest moment.
Caminar vers un cim mirant contínuament el punt més alt de la muntanya és la millor manera d'acabar rendint-nos al cansament. Has de mirar el terra on haurà de fer el proper pas. Estudiar per a un examen pensant en quan acabaras el curs és la millor manera de distreure's de la preparació de l'exàmen. Has de concentrar-te en l'examen.
Crec que això té a veure amb la psicologia del desig. El desig comporta una urgència, una necessitat de satisfacció immediata. Allò que Freud anomenava el principi del plaer, de realització immediata dels desitjos. Freud hi contraposava el principi de realitat, que era sota el que actuava el jo, intentant sobreviure en la lluita de entre l'allò i el superjò.
Sense necessitat d'adoptar la creença en l'existència de l'inconscient, el que proposa el principi de què parlàvem és simplement una satisfacció diferida dels desitjos. Es tracta, ni més ni menys de vèncer la impaciència connatural al desig. I per això hem de disminuir el desig, limitant-lo al proper pas.
Tot això m'ho fa pensar Brenifier quan proposa convertir un problema en un regal. En el video indicat proposa una mena de tècnica zen: donar la benvinguda al problema, acceptar-lo com a tal. Això permet un distanciament respecte ell, començant per la seva problematització: per què el problema és un problema?
Brenifier, sempre:
https://drive.google.com/file/d/1Gtmg3uUiqmyZcgPWiMBpGC_dz9eR9ED4/view?usp=sharingRepite 10 veces al día, todos los días: “Hoy va a ser un día feliz”, “Hoy voy a hacerlo bien”, “Hoy no estaré triste”, “Con trabajo duro puedo conseguir lo que me proponga”. Repítelo después de un despido laboral, en medio de una pandemia, en el huracán de una ruptura amorosa. Pase lo que pase, di a los demás. “Yo soy una persona muy fuerte”. Compra a tu hijo una agenda escolar donde se lea: “Ponle ganas, ilusión y planazos”. Educar con este tipo de mantras equivale a una programación del individuo que deriva en la servidumbre. Se supone que esta clase de frases sirven para empoderar a las personas, pero en realidad identifican al individuo con su función, a la que no cuestiona y contra la que no se rebela cuando atenta contra él. El dolor queda negado también, pues el dolor es una forma de rebelión, de disfunción, de discontinuidad. Adiós al carácter. A ese carácter que se fragua en la adversidad, en una adversidad que nos está esperando con mantras y sin mantras. Lo sabían los griegos y lo sabían los hebreos: ya conocemos sus testimonios, escritos con sangre, de Homero al Eclesiastés, pasando por la divina Safo: “Todo habrá que sufrirlo”. Nuestro dolor, como nuestro fracaso, nos pertenece y nos da forma. Y se merece respeto, reconocimiento y espacio. Pero no está de moda.
Nuria Labari, La vida duele, la psicología positiva me mata, El País 29/01/2022
Una ley acaba de establecer que los animales no son cosas ni máquinas cartesianas sino sintientes, o sea que lo sienten mucho, como nosotros. Y de ahí que tengan sus derechos y que si no sujetos sean al menos objetos morales. Esa suposición cariñosa de que la moral depende de la capacidad de sufrir y no de la intención de actuar proviene de la suplantación anglosajona del humanismo por el humanitarismo. Hoy ya es universal entre quienes creen estudiar ética cuando en realidad se dedican todo lo más a cuidados paliativos: el humanismo ha sido cancelado más radicalmente que otros pecados imaginarios. Esta moralidad funciona como un analgésico y se inventó por la misma época que el cloroformo.
Fernando Savater, Los animales, seres sintientes, El País 29/01/2022
Cada individuo, en la medida en que quiera obedecer, recuerda haber tenido algo que temer y algo que esperar de cada uno de los demás por su parte; todos, en consecuencia, muy pronto (y ésta, según Spinoza, es la única diferencia entre la sociedad política y el estado de naturaleza) (TP III, §3) cifrarán sus esperanzas y temores en un solo y mismo objeto: la potencia de todo, que produjo ya sus efectos de una manera difusa, pero de cuya eficacia cada uno, ahora, se vuelve consciente. Y cada uno, en la medida en que quiera ejercer algún poder, desea saber en qué dirección y en qué medida puede hacerlo sin que ese poder se vuelva contra sí mismo para aplastarlo; (TP II, §16) cada uno, en otras palabras, quiere saber de antemano cuál será el resultado de todos sus deseos individuales, cuya ley, hasta ese punto, les ha sido impuesta como un destino indescifrable. Como todos quieren conocer este denominador común, lograrán conocerlo con éxito, o al menos creerán que lo saben: sea sacándolo ellos mismos por mayoría de votos (democracia), o encargando a un individuo o un grupo de ese trabajo (monarquía o aristocracia). (TP II, §17) Por dichos medios, cada uno puede, con total seguridad, alienar su propio poder en esta celebrada voluntad común, contribuyendo así a recrear perpetuamente un poder colectivo unificado que incesantemente los redeterminará a que se alienen. De este modo, el poder político, ese “derecho definido por la potencia de una multitud”, (TP II, §17: Hoc ius, quod multitudinis potentia definitur) será producido y reproducido sin fin.
Alexandre Matheron, Spinoza y el poder, lobosuelto.com 27/01/2022
Siempre he vivido entre contradicciones y nunca sufrí por ello. Si hubiera sido un ser sistemático, hubiera debido mentir para encontrar una solución. Ahora, no sólo acepté este carácter insoluble de las cosas, sino que en él hallé, debo reconocerlo, cierta voluptuosidad de lo insoluble. Nunca pretendí allanar, reunir o, como dicen los franceses, conciliar lo irreconciliable. Siempre acaté las contradicciones tal como ante mí se presentaban, tanto en mi vida privada como en la teoría. Nunca tuve un objetivo, nunca insistí en lograr un resultado. Creo que no puede haber ni objetivo, ni resultado, tanto en lo general como en lo individual. Todo lo que existe carece no de sentido –esa palabra me repugna un poco-, sino de necesidad. (…)
Si yo hubiera sido del todo consecuente conmigo mismo, hubiera terminado no haciendo nada. Sin embargo, al hacer algo me contradije, viví en la contradicción. Aunque toda la vida, así lo creo, está en el fondo condenada a la contradicción. Quisiera contarte algo un poco idiota: cuando visitamos un cementerio –lo que es un hecho banal- y vemos que un amigo, con el que hacía dos o tres días habíamos reído, ha desaparecido sin dejar huellas, ¡cómo podríamos entonces erigir un sistema? ¡Para mí esto es inconcebible! Así ocurrió con un amigo al que quería mucho, un judío polaco, un hombre muy simpático e interesante con el que yo mismo me había reído de todo –era hasta más nihilista que yo-, pero allí, ante su tumba, todo aquello para mí era, cómo explicarlo… Es un hecho banal, todo el mundo ha experimentado esa sensación. Pero cuando uno lo traduce a la filosofía, ¿cuál es la conclusión? Aquí está: hasta el mismo nihilismo es un dogma. Todo es ridículo, carente de sustancia, pura ficción. Por eso no soy un nihilista, porque hasta la nada misma se convierte en un programa. En la base todo carece de importancia. Todo lo que existe se queda en la superficie, todo es posible, todo es drama.La decadencia de lo manual, que se deja para algunos restos de clase obrera y para el sudor de los trabajadores inmigrantes, es signo también de la decadencia del tacto, del esfuerzo físico y sensorial que se necesita para estar presente. De hecho, lo «manual» se prolonga en el tono espontáneo de la inteligencia, en la viveza del lenguaje, en la implicación personal en la amabilidad. Sobre todo, en lo intelectual. ¿Qué es una idea sino el resultado de un encuentro, de algo que nos ha tocado y afectado corporalmente? Puede que esta cuestión del contacto físico, como origen del pensamiento, tenga que ver con la expresión común de acariciar una idea. Con frecuencia, en la gente con corazón, el cuerpo guía al alma y el instinto a la racionalidad.
Ignacio Castro Rey, El declive de lo manual, ignaciocastrorey.com 25/01/2021
Mientras Heidegger insiste en la autenticidad, el joven Sartre lo hace en la libertad. Hay que moverse, comprometerse, crear lo que uno va a ser. Pues uno no es nada hasta que existe y vive. La condición humana es eso, precisamente, hacerse uno mismo, viviendo, eligiendo, leyendo, escribiendo, enamorándose, viajando, comprometiéndose (política o familiarmente), imaginando, creyendo, descreyendo, observando, ralentizando la respiración, escuchando música. El vértigo de la libertad puede ser molesto, puede generar angustia, pero es el precio que hay que pagar por ella. El existencialismo nunca pasará de moda mientras esté vigente la lucha por la libertad. Sólo lo hará cuando los humanos renuncien definitivamente a la libertad, o la depositen en un algoritmo o un fármaco. Lo que está en liza no son los significantes, ni las etimologías o hermenéuticas. Lo que está en juego es la vida genuina, de riesgo y compromiso con la libertad. Pero, para ello, lo primero es saber qué es la libertad.
Juan Arnau, Jean-Paul Sartre, entrevista con la nada, El País 28/01/2022
Es energía y motivación, el circuito mental que se activa cuando existe una amenaza. Aumenta la posibilidad de sobrevivir, de reproducirse y así de tener futuro. No siempre persigue nuestro bien. Lo que es bueno para nuestros genes no lo es necesariamente para nosotros. Su circuito evolucionó cuando los seres humanos vivían casi toda su vida al borde de la inanición y ayudaba a sobrevivir. Hoy sigue haciendo que veamos comida calórica y la queramos.
La mayoría de los psiquiatras creen que la gente fiel es más feliz que quien no lo es. Sin embargo, desde el punto de vista genético, sería mejor desperdigar nuestros genes con muchas parejas. Por eso, al ver una posible pareja, la dopamina hace que sintamos deseo de reproducirnos, es decir, sexual. Sería bueno para los genes, tal vez no tanto para nosotros.
La dopamina vive del futuro. En cuanto logramos algo y llega al presente, se apaga. Nos hace comprar prometiendo felicidad. Pero una vez comprado se desconecta. Y la felicidad no llega.
Proporciona el placer de la anticipación, no el de la satisfacción. Nunca tiene bastante. Es motor, no meta. Cualquier cosa que nos satisfaga no es dopamina.
Tiene que ver más con imaginar que con conseguir.
En el cerebro compiten la promesa de la dopamina y la dosis de realidad. La dopamina rebaja el sentido práctico. Y la satisfacción la elimina a ella.
Anatxu Zabalbeascoa, entrevista a Daniel Z. Lieberman: "La dopamina nos hace comprar prometiendo felicidad ...", El País Semanal 28/01/2022
En su novela La policía de la memoria, la escritora japonesa Yoko Ogawa habla de una isla sin nombre. Unos extraños sucesos intranquilizan a los habitantes de la isla. Inexplicablemente, desaparecen cosas luego irrecuperables. Cosas aromáticas, rutilantes, resplandecientes, maravillosas: lazos para el cabello, sombreros, perfumes, cascabeles, esmeraldas, sellos y hasta rosas y pájaros. Los habitantes ya no saben para qué servían todas estas cosas.
Yoko Ogawa describe en su novela un régimen totalitario que destierra cosas y recuerdos de la sociedad con la ayuda de una policía de la memoria similar a la policía del pensamiento de Orwell. Los isleños viven en un invierno perpetuo de olvidos y pérdidas. Los que guardan recuerdos en secreto son arrestados. Incluso la madre de la protagonista, que evita que desaparezcan las cosas amenazadas en una cómoda secreta, es perseguida y asesinada por la policía de la memoria.Víctor Bermúdez, Virtudes argumentativas, elperiodicoextremadura.com 26/01/2022
Michel Foucault: La filosofía, ¿qué es sino una manera de reflexionar, no tanto acerca de lo que es verdadero o lo que es falso, sino sobre nuestra relación con la verdad? Nos quejamos a veces de que no hay filosofía dominante en Francia. Tanto mejor. No hay filosofía soberana, es verdad, sino filosofía o más bien filosofía en actividad. Es la filosofía del movimiento por el cual, no sin esfuerzos y tanteos y sueños e ilusiones, nos desatamos de aquello está establecido como verdadero y buscamos otras reglas de juego. La filosofía es el desplazamiento y la transformación de los cuadros de pensamiento, la modificación de los valores recibidos y todo el trabajo que se hace para pensar de forma diferente, para hacer otra cosa, para devenir otra cosa que lo que se es. Desde este punto de vista, es un período de actividad filosófica más intensa que la de los últimos treinta años. La interferencia entre el análisis, la investigación, la crítica “erudita” (savante) o “teórica” y los cambios en el comportamiento, la conducta real de la gente, su manera de ser, su relación con ellos mismos y los otros ha sido constante y considerable.
Decía hace un instante que la filosofía era una manera de reflexionar sobre nuestra relación con la verdad. Es necesario completar esto; es una manera de preguntarse: si ésta es la relación que tenemos con la verdad, ¿cómo debemos comportarnos? Creo que se ha hecho y en la actualidad se hace siempre un trabajo considerable y múltiple, que modifica a la vez nuestro lazo con la verdad y nuestra manera de comportarnos. Y eso implica una compleja conjunción entre toda una serie de búsquedas y todo un conjunto de movimientos sociales. Es la vida misma de la filosofía.La crisis del COVID-19 ha puesto de manifiesto un masivo fracaso sistémico, social, ecológico, político y económico. Aunque las causas y consecuencias de esta crisis sean muy complejas y profundas, se nos ha dicho hasta la saciedad que puede resolverse, una vez más, con una aplicación. Este enfoque técnico para resolver problemas se conoce comúnmente como tecnosolucionismo. El tecnosolucionismo tiende a simplificar y a ocultar las diversas realidades simultáneas que desencadenan y conforman los problemas específicos que pretende solucionar: simplemente no puede con los problemas. Aun cuando se ha demostrado que el tecnosolucionismo no funciona a la hora de solventar acontecimientos extremadamente complejos, como es el caso de la pandemia global actual, a menudo se adopta activamente como única respuesta posible a una situación crítica. Por otra parte, a pesar de que este enfoque tecnosolucionista para tratar realidades extremadamente complejas pudiera favorecer a corto plazo una estabilidad sistémica por el hecho de evitar situaciones de colapso inmediatas, elude tener en cuenta el complejo conjunto de acontecimientos causantes del origen del problema, lo cual representa un riesgo de empeoramiento real.
Joana Moll, Contra la complejidad, lab.cccb.org 26/10/2021
Las palabras “perdedor” y “fracasado” son un estigma con el que hoy ninguna persona quiere cargar. Pero la realidad es que perdemos y fracasamos todo el tiempo, y que el éxito sólo llega, si es que lo hace, muy de vez en cuando.
La neurosis del éxito en nuestro tiempo se apuntala con eslóganes tóxicos, por engañosos, del tipo: “Sí se puede”, “no aceptes un no por respuesta”, “sí o sí” y un largo, y delirante, etcétera. Porque la realidad nos demuestra todo el tiempo que no siempre se puede y que el sí con mucha frecuencia es no. Lo normal no es tener éxito, sino fracasar. El éxito es muy escaso, es una rareza, y es precisamente su escasez lo que lo hace tan deseable. Si todos fuéramos unos triunfadores el éxito perdería su prestigio.
Jordi Soler, Elogio del fracaso, El País 23/01/2022
I recently resigned from my position as full tenured professor at the University of Toronto. I am now professor emeritus, and before I turned sixty. Emeritus is generally a designation reserved for superannuated faculty, albeit those who had served their term with some distinction. I had envisioned teaching and researching at the U of T, full time, until they had to haul my skeleton out of my office. I loved my job. And my students, undergraduates and graduates alike, were positively predisposed toward me. But that career path was not meant to be. There were many reasons, including the fact that I can now teach many more people and with less interference online. But here’s a few more:
First, my qualified and supremely trained heterosexual white male graduate students (and I’ve had many others, by the way) face a negligible chance of being offered university research positions, despite stellar scientific dossiers. This is partly because of Diversity, Inclusivity and Equity mandates (my preferred acronym: DIE). These have been imposed universally in academia, despite the fact that university hiring committees had already done everything reasonable for all the years of my career, and then some, to ensure that no qualified “minority” candidates were ever overlooked. My students are also partly unacceptable precisely because they are my students. I am academic persona non grata, because of my unacceptable philosophical positions. And this isn’t just some inconvenience. These facts rendered my job morally untenable. How can I accept prospective researchers and train them in good conscience knowing their employment prospects to be minimal?
Si voleu continuar: [https:]]
Es tu ruina si estás en una reunión de presupuestos, en las bancadas del Congreso o atendiendo a una irrepetible conferencia del preclaro. Quedarse traspuesto. Mira el pollo este, dirá la gente, que le pagamos por estar ahí y va y se duerme como un ceporro, menudo interés que le echa al tema, seguro que ayer tuvo una noche movidita, el tío. No hagas ni caso. La neurociencia ha mostrado que dar un cabezazo —uno mínimo, casi sin llegar a dormirte propiamente— mejora tu creatividad. No me refiero solo a que, visto el interés que tienen la mayoría de las reuniones de trabajo, el mero hecho de quedarte traspuesto indica que tienes una inteligencia despierta, una que no está por la labor de prestar atención a tanta espesura. No me refiero a eso. Me refiero a que dar un leve cabezazo mejora tu cerebro. Lo hace más creativo, literalmente.
Christopher Intagliata pone un ejemplo muy explícito en Scientific American, el de Salvador Dalí (podcast aquí), que escribió en su libro de 1948 50 secretos mágicos para pintar una de sus recetas del éxito: “Debes sentarte en un sillón delgado, preferiblemente de estilo español”. Bueno, y saben cómo era Dalí, que nadie se lo tome al pie de la letra. La idea era echarse una siesta después de comer, pero interponiéndole todo tipo de obstáculos. El pintor cogía una llave pesada con la zurda y ponía debajo un plato. “Solo tienes que dejarte invadir progresivamente por un sentido del sereno sueño vespertino, como la gota espiritual del anisete de tu alma creciendo en el cubo de azúcar de tu cuerpo”. Eso es bueno, Salva, cómo sois los surrealistas. Total, que en el mismo momento en que te quedas traspuesto, la llave se cae al plato y te devuelve al mundo real donde los cuerpos no están hechos de azúcar ni las almas de anís. Justo ahí, en esa experiencia neuronal fronteriza, es cuando la creatividad salta, según el maestro.
La investigadora del sueño Delphine Oudiette y sus colegas del Instituto del Cerebro de París acaban de darle la razón. Ya saben cómo son los científicos cognitivos. Reclutan un centenar de voluntarios y les ponen, por ejemplo, a resolver unos problemas de matemáticas de esos bien fastidiados, pero resolubles en dos patadas si encuentras un atajo creativo. Oudiette y sus colegas dividieron su muestra de voluntarios en los que no se echaron la siesta, los que echaron una siesta larga y los que siguieron el método de Dalí del cabezazo. Los últimos encontraron el atajo creativo el triple de veces que los primeros. Nadie usó un sillón de estilo español.
No puedo evitar acordarme de Kekulé, que estaba desesperado por encajar el benceno en su modelo del mundo químico, formado por ristras de átomos de carbono. El benceno también era una ristra de carbonos, pero le faltaban dos hidrógenos. Justo al dar un cabezazo junto a la chimenea de su casa imaginó una serpiente que se mordía la cola. Esa era la solución. El benceno no era una molécula lineal, sino circular, y los dos hidrógenos de los extremos se habían perdido al abrochar el collar. El contorno difuso entre la vigilia y el sueño, entre la consciencia y la inconsciencia, enciende la creatividad. Ahora despierta.
Javier Sampedro, Quedarse traspuesto, El País 06/01/2022
Pero en el texto plantean una pregunta muy interesante: “…el comportamiento punitivo es intrínsecamente coercitivo y sorprendentemente diferente de la mayoría de las interacciones sociales humanas que dan prioridad a la cooperación voluntaria."
Todo ello plantea la siguiente pregunta: ¿cómo se las arreglan los seres humanos para participar con tanta frecuencia en un comportamiento que, si no estuviera sancionado colectivamente, se consideraría fundamentalmente antisocial?
Sin el apoyo del Estado, el encarcelamiento sería visto como un secuestro y la ejecución como un asesinato.
Esta desconexión es más fácil de observar en el disgusto que la gente expresa por las prácticas punitivas de otras culturas (por ejemplo, las actitudes americanas hacia la Sharia o las actitudes europeas hacia el sistema penal de Estados Unidos) y quizás las desconexiones más fuertes surgen de nuestro propio disgusto por las prácticas punitivas históricas: “El 1 de marzo de 1757 Damiens el regicida fue condenado "a hacer la amende honorable… la carne será arrancada de sus pechos, brazos, muslos y pantorrillas con tenazas al rojo vivo, su mano derecha, sosteniendo el cuchillo con el que cometió dicho parricidio, quemada con azufre, y, en aquellos lugares donde la carne será arrancada, se verterá plomo fundido, aceite hirviendo, resina ardiente, cera y azufre fundidos juntos y luego su cuerpo arrastrado y descuartizado por cuatro caballos y sus miembros y cuerpo consumidos por el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas a los vientos" (Foucault, 1978, P.1).
Aunque los lectores modernos de "Disciplina y castigo" retroceden ante sus escabrosas descripciones, el relato fue tomado del periódico popular Gazette d'Amsterdam, por no hablar de la gran multitud que se reunió para ver el espectáculo.
Al poner de relieve la desconexión entre las actitudes punitivas históricas y modernas, el relato de Foucault plantea la siguiente pregunta: ¿qué mecanismos mentales permiten a una especie altamente cooperativa y social volverse indiferente (o incluso disfrutar) del sufrimiento de los demás?".
Pablo Malo, [https:]] . 27/01/2021
Foscor
Foscor. La més absoluta i extrema foscor. I en mig de tan intensa obscuritat, no-res. Només foscor. Una foscor infinita, inacabable. Impossible recordar quan va començar. Impossible saber-ho. Fa tant...
Havia sopat normal. Eren les onze de la nit, així que vaig anar a la meva habitació, vaig baixar les persianes, em vaig posar el pijama i em vaig ficar al llit. Com cada dia, no sóc d’anar a dormir tard. Em trobava bé. No tenia mal de cap, ni de panxa, ni em feia mal res. Crec que era el Dia de Tots Sants, però d’això no n’estic segur, potser era un altre dia.
En algun moment, durant la nit, em vaig despertar. Això ja no era inhabitual. A la meva edat poques vegades un dorm tota la nit d’una tirada. De jove mai no em despert
... (... continúa)