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La metodología científica tradicional se basa en la contrastación empírica de hipótesis y modelos teóricos acerca del comportamiento de los fenómenos; hipótesis y modelos que pueden resultar confirmados o falsados. Los algoritmos predictivos, en cambio, no siguen ese patrón. Su creación parte de la inferencia de correlaciones entre diferentes variables sobre la base de un análisis estadístico automatizado de enormes bases de datos. Los algoritmos nunca buscan causalidades, sino solo correlaciones. De ahí, por supuesto, que no expliquen, sino que solo anticipen. Pero algunos predicen con una exactitud que desafía a lo que ha podido lograr la ciencia hasta este momento.
La cuestión fundamental que plantea este escenario es que se hace cada vez más verosímil una situación en que la fuerza de la inteligencia artificial acabe por desplazar a la teorización científica en muchos campos, al menos en lo que se refiere a su función predictiva. Probablemente, el punto de inflexión se produzca el día en que tengamos que decidir qué curso de acción queremos seguir cuando ambas estrategias planteen soluciones inconciliables. Si en ese momento nos decantamos por la opción que recomienda la IA, esto es, la opción antiteórica, habremos dado un paso difícil de revertir. Porque en ese momento certificaremos nuestra preferencia por la funcionalidad y alta precisión de la predicción estadística antes que por las explicaciones aproximadamente verdaderas proporcionadas por las teorías y las hipótesis científicas.
Iñigo de Miguel Beriain y Antonio Diéguez Lucena, ¿Explicar o predecir?, Investigación y Ciencia. Julio 2021
Tradicionalmente, y en especial desde que el Círculo de Viena analizara esta cuestión, la explicación y la predicción científicas se han considerado dos caras de la misma moneda: si se tiene una explicación científica genuina de un fenómeno, entonces habría sido posible predecirlo, y si puede predecirse científicamente un fenómeno, entonces es posible explicarlo. Es lo que se denomina la «tesis de la simetría». De acuerdo con ella, explicación y predicción comparten la misma estructura lógica. El mismo argumento que nos sirve para explicar el fenómeno una vez que sabemos que este se ha producido nos habría permitido predecirlo antes de que se produjera. La diferencia entre explicar y predecir es, pues, únicamente pragmática. Se reduce al momento en que se formula el argumento: si se formula antes de conocer el fenómeno, predecimos; si se formula después, explicamos.
Iñigo de Miguel Beriain y Antonio Diéguez Lucena, ¿Explicar o predecir?, Investigación y Ciencia, Julio 2021
Dilluns i Dimecres de 17.30 a 19.30 h
Del 28 de juny al 14 de juliol del 2021
Espai: Montserrat Roig
La filosofia sovint té fama de ser una disciplina molt abstracta, amb continguts massa teòrics i que aborda problemes que poc tenen a veure amb allò que inquieta realment a les persones. En aquest taller mostrarem com aquesta visió prové d’una mirada completament desenfocada del que és realment la pràctica filosòfica. Examinarem de quina manera la filosofia es fa
... (... continúa)Crisis permanente. Entre la fraternidad huérfana y una democracia insurgente
Jordi Riba
Barcelona: NED, 2021.
Escrito por Luis Roca Jusmet
Jordi Riba es profesor de filosofía de la UAB y también investigador asociado en el laboratorio “Logiques contemporaines de la phiolosophie” de la Universidad París VIII. El libro que nos ocupa continua un conjunto de ensayos que ha ido publicando los últimos años sobre un tema central sobre el que lleva mucho tiempo reflexionando: el papel del individuo en la renovación democrática y su articulación filosófica: “Republicanismo sin república” (2015) y “Crisis, fraternidad y democracia” (2018). Pro también hay que citar su traducción de “La democracia contra el Estado (2017), libro escrito por su maestro Miguel Abensour, no hace mucho fallecido y al que le dedica este libro. Ahora bien, no creo que sea todavía “el momento de concluir” sino que es todavía, siguiendo los tiempos lacanianos, “tiempo de comprender”. Quizás porque la única conclusión posible sobre la radicalidad democrática es que no hay conclusión definitiva, ya que todas las problemáticas que despliega quedan siempre, en algún sentido, abiertas.
El libro se inicia con el despliegue en tres escenas de las crisis de la modernidad que estamos viviendo: en primer lugar, la crisis filosófica después de la muerte de Hegel, en segundo la crisis de la reproducción social en todas sus facetas (política, económica, institucional, ecológica) y finalmente la más paradójica de todas, que es la crisis “de la crisis y su futuro”. Pero la cuestión es que no hay que tratarlas como crisis puntuales que se dan en la modernidad, sino que son estructurales a la propia modernidad es una crisis permanente. Este es el signo de estos tiempos modernos en los que continuamos estando, en el que ya no hay tradición posible a la que acogerse ni una tierra prometida a la que llegar. Y este último punto es el que lleva a considerar que el ideal ilustrado también está agotado. Jordi Riba recurre a un filósofo francés del siglo XIX, Jean-Marie Guyau, no muy conocido, pero sí muy importante (y que el autor conoce muy bien) que plantea que para acogerse radicalmente a lo que implica la noción de la modernidad y sus consecuencias, hay que entenderla como irreligión en lugar de como secularización. Porque asumir la modernidad quiere decir aceptar la incertidumbre (buen momento para recordarlo) de la falta de fundamentos, del cuestionamiento no solo del progreso sino también de la identidad. Siguiendo la metáfora (un buen recurso, nos recuerda Jordi Riba, como dijeron Blumenberg o Wittgenstein) es como si estuviéramos en una embarcación sin timón, en la que no vemos ni de dónde venimos ni adónde vamos, pero en la que hemos de evitar la deriva y, por supuesto, el naufragio. ¿De que disponemos? De Nosotros mismos. Aquí aparece la expresiva noción de “fraternidad huérfana”, felizmente rescatada por Jordi Riba. Ya hace unos años Antoni Doménech nos lo recordó en su brillante ensayo “El eclipse de la fraternidad”. Ahora, el autor del libro vuelve a hacerlo desde una perspectiva renovada. ¿Que son la igualdad y la libertad sin la fraternidad? Algo limitado, que hace perder gran fuerza de este lema que ha inspirado los movimientos emancipatorios desde la revolución francesa. Y es un concepto que no puede sustituirse por el de solidaridad (ni mucho menos por el de “empatía”, añado yo). Porque la fraternidad es, por definición algo horizontal, entre iguales que cooperan, que comparten y se ayudan. Y esta fraternidad huérfana ya no tiene Padre. Esto me sugiere desde “la Muerte de Dios” de Nietzsche hasta los aforismos de Norman O. Brown en su inclasificable y sorprendente libro “El cuerpo del amor”, que presenta la fraternidad como la única salida a la Muerte del Patriarcado y la caída de la Autoridad.
Visto lo anterior solo hay que dar un paso, que resulta evidente una vez lo hemos hecho, que es el de entender que la única expresión política coherente con esta fraternidad huérfana es la comunidad política democrática. Entramos aquí en los dos últimos capítulos, los más importantes en cuanto a la elaboración política de la propuesta, que son “El papel de la fraternidad huérfana en la renovación democrática” y “Pensamiento crítico y democracia insurgente”. Aquí vemos el peso inspirador que tiene el pensamiento de Abensour en la trayectoria de Jordi Riba. Pero también la presencia en ambos del imprescindible Claude Lefort. Pero la “democracia salvaje” de Lefort se transforma en la “democracia insurgente” de Abensour tomando como referencia una determinada lectura antiestatista de Marx. Abensour insiste en el necesario impulso utópico de la democracia: democratizar la utopía y utopizar la democracia, nos sugiere. Y resulta aquí muy interesante la referencia a Enmanuel Lévinas de que el elemento utópico debe ser siempre “lo humano”, entendido como vínculo y como encuentro, tomando la amistad como referencia, no desde un humanismo abstracto. Lo imprescindible es, en esta línea, despojar a la utopía del elemento mitológico. La ilusión de la sociedad perfecta por llegar. El mismo Lefort ya nos avisó que frente a la pérdida de la tradición se abrían dos vías: la democrática y la totalitaria. Esta tierra firme imaginada es la que ha creado los totalitarismos, que vienen a ser aquello contra lo que Guyau nos prevenía: las religiones secularizadas. No, las creencias no sirven. Hemos de movernos en lo incierto, en este movimiento que nos impulsa a la emancipación colectiva. Hay que mantener el lugar vacío en el timón: en cuanto lo ocupa alguien ya restituimos la figura de Otro que nos guía.
Pero los problemas que aparecen son muchos y profundos. Jordi Riba, afortunadamente no pretende tener la solución. No es esta la función de la filosofía, sino la de asumir el riesgo, la de abrirnos nuevos horizontes para entender el mundo en que vivimos y abrir caminos posibles, pero nunca seguros. Hablamos de una función crítica, no normativa, de la filosofía. Si aceptamos el planteamiento de Abensour y de Jordi Riba de una democracia sin Estado, entendiendo por esto último el aparato burocrático (cuestión que, por mi parte, como defensor del Estado de derecho, no acabo de compartir del todo), se presentan varias problemáticas:
1 ¿Cómo defender la comunidad política desde el respeto a la individualidad?
2 ¿Cómo transformar el movimiento democrático en institución para que pueda sostenerse sin caer un aparato estatal burocrático?
3 ¿Cuál es el papel de las leyes en esta institucionalización? ¿debe cristalizar en una Constitución? ¿Cómo garantizar su cumplimiento? ¿
¿Debemos considerar la sociedad civil como la sociedad política?
En todo caso hay que recoger la herencia (como hacen Lefort y Abensour) de Maquiavelo cuando plantea que las oligarquías (“los grandes”) tienden siempre a establecer relaciones de dominio y el pueblo debe estar siempre alerta para impedirlo. Me vienen aquí dos referentes complementarios, que son las de Philippe Pettit, en su definición de la libertad como no-dominación y Michel Foucault cuando reivindica los “derechos de los gobernados”. De todas maneras, xlas referencia del libro son múltiples, aparate de los citados: Habermas, Hanna Arendt, Merleau Ponty, Paul Ricoeur, Jacques Rancière, Alain Badiou, Pierre Rosanvallon… Un problema es que al no ser un libro muy extenso las alusiones a puntos sugerentes de estos pensadores no pueden ser desarrolladas.
En todo caso, un libro muy interesante, como material de reflexión, sobre la apuesta democrática emancipatoria. Un buen libro para pensar la política desde la filosofía, no como algo de lo que deben ocuparse solo los políticos sino como algo que nos incumbe a todos. Este es el primer presupuesto de la democracia, que como nos decía Cornelius Castoriadis, no es un procedimiento formal sino una cultura.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Afirmar que hay personas simplemente malas o crueleses eso: una simpleza. Una simpleza que, además, llama a la resignación, pues si la explicación última de las barbaridades que pasan es que “hay gente en sí misma muy mala”, poco podemos hacer para remediarlo. Si el mal existe por sí mismo, ¿por qué iba a dejar de hacerlo? Podremos encerrar a todos los malvados del mundo, pero, aun así, brotarán sin remedio otros nuevos.
Una alternativa a la creencia en la entidad absoluta del mal es asumir que el mal tiene explicación, es decir, que tiene causas, y que su existencia, relativa a esas causas, es evitable: si se suprime o controla lo que lo causa, se acabó el mal.
Ahora bien: ¿cuál o cuáles podrían ser las causas del “mal”? Una tentación recurrente es patologizarlo. Así, el “malvado” sería en realidad un enfermo – un loco – o un engendro fruto de las circunstancias y la educación, y al que solo cabría internar y someter a terapia médica o reacondicionamiento educativo, algo que, contrariando lo dicho al principio, negaría toda entidad al mal y, de paso, a la dignidad humana (¿Recuerdan La Naranja Mecánica?).
Una segunda explicación, más sensata, es que los “malos”, más allá de sus condicionamientos biológicos o socioeducativos, son personas que actúan libremente atendiendo a criterios morales que creen correctos, esto es: a determinadas creencias sobre lo que se debe y no se debe hacer. Así, igual que para usted “no se debe” discriminar a nadie por su “raza” o etnia, para un racista es eso, exactamente, “lo que se debe” hacer. Nosotros sabemos que las creencias morales del racista son erróneas, pero él no. Y esto mismo ocurre con el criminal o el maltratador: creen que, dadas ciertas circunstancias, y en función de sus peregrinas creencias (sobre el valor de las vidas ajenas, la importancia de la propia, o lo que significan la traición, los celos o ser un machote), es matar o torturar, y no otra cosa, lo que “deben hacer”.
Con esto quiero decir que, a no ser que creamos en la existencia misma del Mal (Dios nos libre), o en que todo se reduce a patología biosocial (la ciencia nos ayude), la prevención de los delitos que nos escandalizan pasa por tratar a los “malos” como a seres libres y racionales, convenciéndoles de que lo que creen legítimo no lo es. Otra cosa, como castigarlos sin más, no solo no funciona – llevamos miles de años haciéndolo sin el menor resultado – sino que es contraproducente (si castigas a quien no cree merecerlo, solo lograrás confirmarle que el injusto eres tú – y el justo e injustamente castigado él –).
Ahora bien, ¿cómo enseñar al que no sabe (lo malo que es)? Hay casos en los que el “bien” y el “mal” estarán muy claros y podremos confiar en convencer al “malvado” de su error. A menos que (volviendo a lo de antes) exista en sí mismo el mal de la sinrazón y el malvado, por principio, “se niegue a aprender” (como decimos los profesores cuando no sabemos enseñar), en cuyo caso solo cabrá, de nuevo, encomendarse al cura, al médico o al pelotón de fusilamiento, y aplicar un poder que estará tan falto de justicia, o más, que el de aquel al que ajusticiamos.
¿Y qué hacer cuando el asunto del “bien” y el “mal” no esté tan claro? A veces, en lugar de mostrar al ignorante la verdadera bondad(es decir: convencerle – si es que uno tiene argumentos – de lo malo que es ser malo), de lo que se trata es de acompañarlo en el arduo proceso de buscarla, algo para lo que es imprescindible (como en todo aprendizaje) dar lugar a la duda sobre las cosas que uno cree que cree ciertísimas.
No es ninguna tontería eso de dudar. Fíjense que las mayores barbaridades se cometen sin dudarlo. Jamás verán a un terrorista o a un criminal en ejercicio dudando de lo que cree y hace. Es cierto que todos tenemos creencias falsas y potencialmente dañinas; lo distintivo es lo seguros que están algunos (entre ellos los malvados) de las suyas.
Nada más peligroso que un tonto; todos – menos los más tontos – lo saben. Ese es el “secreto” del mal. Las circunstancias sociales y los conflictos o estados emotivos solo predisponen y exacerban (cuando no son el efecto de) esa cretinez, pero es ella la responsable de sostener las creencias que determinan las decisiones y acciones del malvado.
¿Queremos, pues, un mundo mejor? Pues, más allá de asegurar a todos una vida digna y saludable, y de enseñar a la gente a sujetar las emociones a la razón (y no al contrario, como clama tanto romántico trasnochado), sembremos la duda y el espíritu crítico por doquier. Si dudo no solo existo, como decía el otro, sino que también dejaré que existan tranquilamente los demás. Sacar a tantos de la estrecha caverna mental, social y sentimental que habitan los hará menos molestos, como reclamaba el viejo Sócrates, y, sobre todo y más importante: menos dañinos y peligrosos.
John Kerry, el que fuera secretario de Estado del presidente Obama, escribía hace unos días el siguiente twitt: “Me han dicho que el 50% de las reducciones que es necesario hacer para llegar al cero neto provendrá de tecnologías que aún no tenemos. Esto no es más que la realidad". Es una frase inquietante y lo es porque, de algún modo, nos permite relajarnos: nos dice que la salvación del planeta -o al menos de la espe
cie humana- no depende de la conciencia ni del compromiso ni de las políticas concretas que se tomen en una u otra dirección, sino de las propias tecnologías que erosionan nuestra supervivencia. Es una frase cuyo ciego optimismo está preñado, si se quiere, de miedo y de renuncia. Kerry, como tantos y tantos de nuestros contemporáneos, acepta que nada está ya en nuestras manos, pero se refugia consoladoramente en la idea de que justamente esta emancipación tecnológica, que él identifica con la “realidad”, va a salvarnos. El hecho de que hable de “tecnologías que aún no tenemos” indica, por lo demás, que, aunque no conozcamos todavía la hechura concreta de esas tecnologías, podemos estar seguros de que serán buenas: las innovaciones sucesivas nacen en un contexto dinámico cuya ley íntima es el Progreso. Venga lo que venga a continuación, vendrá para aliviar nuestros problemas: el futuro, digamos, está trabajando siempre en nuestro favor.
Santiago Alba Rico ¿Y si estuviéramos viajando en un avión?, vientosur.info 07/06/2021
Sí, ya sé que tengo casi abandonado este diario, pero, pero yo no tengo la culpa de que el día tenga solo 24 horas. Intentaré recuperar el hilo en cuanto pueda. Hoy paso por aquí para deciros lo obvio: que la noche de san Juan sigue siendo una anoche mágica y las mañanicas de san Juan son unas mañanas diferentes:
https://youtu.be/l7YSbq7nZnIOs dejo mi último artículo en el Subjetivo: Vindicación de Mary Wollstonecraft.
Me acaba de llegar una oferta de una importante editorial rusa para publicar mi libro sobre los Mercader en su país. Por supuesto, aunque la oferta no me permitirá comprarme un atolón en los Mares del Sur, he dicho inmediatamente que sí. Este libro debe, sobre todo, leerse en ruso. Celebro, de nuevo, el azar amigo y la amistad. Gracias, querido Vladimir Kardaíl por tu generosidad al traducir el libro.
¡Estamos de enhorabuena, querida B.!
El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social.
Andreas Malm
(traducción de Miguel Ros González)
Errata Naturae: Madrid, 2020.
Luis Roca Jusmet
El libro que nos ocupa me parece fundamental para ser capaces de insertar la pandemia del covid-19 en lo que se ha llamado el Capitaloceno, es decir, el medio ambiente que ha generado el capitalismo. Es un libro militante pero no propagandista. El autor, Andreas Malm, es un periodista y escritor sueco que, aparte de un activista, sabe muy bien de lo que habla. El libro está dividido en tres partes que dan un conjunto bien estructurado. Empieza con “Coronavirus y cambio climático”, que es la problematización inicial. Continúa con “Una emergencia crónica”, que viene a ser el diagnóstico radical de la enfermedad que padecemos. Concluye con “Comunismo de guerra”, que sería el contundente remedio que nos propone para curarnos nosotros curando el planeta.
La primera parte nos interpela con una pregunta incómoda: ¿Por qué ningún gobierno ha sido capaz de poner en marcha ni una mínima parte de los medios que han puesto en juego para frenar la pandemia? Malm desmonta las justificaciones ideológicas con argumentos contundentes, siempre para poner de manifiesto que enfrentarse seriamente al cambio climático significaría desmantelar el capitalismo, mientras que las medidas contra la pandemia son coyunturales y actúan contra un acontecimiento disruptivo que afecta, además a las clases altas y medias de los países ricos. La segunda parte del ensayo entra de lleno en el problema del cambio climático, señalando el capitalismo como su causa y situando la pandemia del covid-19 como una de sus manifestaciones. Las infecciones zoonóticas, que son las que cruzan las especies, se producen cuando se desmantela el hábitat de las especies salvajes. El análisis del autor del intercambio ecológicamente desigual y patológico es preciso y riguroso, con multitud de ejemplos significativos. Todo ello nos lleva a la formulación de un capital parasitario y devastador, con una dialéctica del desastre que nos lleva a un escenario presente y futuro cada vez más inquietante.
La tercera parte es, evidentemente, la más difícil y arriesgada, porque debe apuntar una solución. Andreas Malm lo hace sin medias tintas y con título provocador, ya que para reivindicar hoy el comunismo y además “de guerra”. hay que tenerlo claro y, además, ser muy valiente. Descarta, de entrada, el anarquismo como planteamiento, que es el que está de moda en los movimientos antisistema. El Estado, insiste Andreas, es necesario e imprescindible porque es el único que puede tomar las medidas para detener esta deriva suicida que al final será irreversible y nos hundirá a todos. Hacen falta acciones coordinadas a nivel mundial y la voluntad política para hacerlo, enfrentándose, eso sí, a las grandes multinacionales y acabando con lo que llama “el imperialismo ilimitado”. Respecto a la socialdemocracia señala su incapacidad histórica para enfrentarse a las élites económicas y las concesiones que siempre ha hecho al sistema. Pero no deja de reconocer la importancia de acciones como la de Lula en Brasil para parar la devastación de la selva amazónica. O las esperanzas de que puedan aparecer líderes como Bernie Sanders o Jeremy Corbin en sus filas. Muy interesante, me parece, sus reflexiones sobre el “comunismo de guerra” después de la revolución de octubre. Pero, sobre todo, es muy importante su esfuerzo por actualizar un “leninismo ecológico” aprendiendo de los errores del pasado.
Un libro, en definitiva, que me parece un material muy valioso para una izquierda que quiera ser radical (en el mejor sentido de la palabra: “ir a la raíz”) y que al mismo tiempo sea capaz de entender bien lo que nos está ocurriendo. Cuestiono un concepto que utiliza que es el de Estado burgués, ya que me parece que hay que ver el Estado con una ambivalencia que esta nominación oscurece. Sería más crítico que él con la tradición comunista y menos con la socialista y me parece que falta un análisis del paso del viejo imperialismo al neoliberalismo. Pero todo esto son elementos de discusión y matices que en ningún sentido ensombrecen su lúcido trabajo de análisis y sus coherentes propuestas. No hay otra salida, nos dice, que la revolucionaria. Puede parecer utópica ¿Pero no es más utópica pensar que el capitalismo será capaz de resolver esta última crisis a la que nos aboca ?
Dos días sin mar. Así no hay manera de encadenarme a una rutina. Ha cambiado el tiempo. En el mar hay mar de fondo; en el cielo, nubes grises que amenazan lluvia; en el aire, un viento lento y espeso que parece respirado por millones de bocas y en la tierra... trabajo. Hoy, sin ir más lejos, por la mañana he tenido una entrevista en directo con Canal Sur y por la tarde una videoconferencia para el canal Puro Vicio de Guillermo Mas Arellano.
Además, he decidido que me tengo que llevar el esquema de un libro nuevo al monasterio de Hornachuelos y ando trabajando en él intensamente. Me temo que el esquema no tendrá menos de cien págnas. Su título provisional es Sostener el mundo. A los estraussianos y, sobre todo, a los lectores de Emil Fackenheim no hace falta explicarles de qué va. Quiero tomarme en serio la crisis del humanismo, que me parece evidente. La razón de esta crisis es que, como comentábamos aquí hace unos días, el hombre se ha cansado de sí mismo. O sea: el humanismo lleva una cornada grave. En lo que llevamos de siglo XXI hay mucha lágrima derramada por el humanismo, hay mucho libro criticando el antropocentrismo en cualquiera de sus manfestaciones, hay una puesta en cuestión creciente de categorías centrales del humanismo (hombre, yo, libertad, responsabilidad, fidelidad...) y poco análisis desde el humanismo sobre por qué sigue siendo necesario defender lo humano.
La pragmadialèctica ha distingit entre diversos tipus de diàlegs argumentatius, segons la situació. Un d'ells és l'erístic, on del que es tracta és de derribar l'oponent.
Una proposta d'activitat competencial:
El Roto |
L'article de Oncina sobre la discussió de les relacions entre ètica i política en el kantisme i el postkantisme inspira aquesta activitat. Aquest article cita La pau perpètua (1795) on Kant critica el maquiavelisme disfressat d'antimaquiavelisme de Frederic el Gran i els seus defensors. Resumeix les màximes "sofístiques" que regeixen la seva acció en aquestes tres (pàgines 51-53 ed.Tecnos) :
I també, segons els deixeble kantià Johann Benjamin Erhard: Apologia del diable (1795)
No hay manera de anticipar la repercusión que tendrá algo que estoy escribiendo. A veces tengo la clara sensación de que el artículo que firmo es interesante y que será celebrado como tal al meno por mis amigos y, sin embargo, pasa completamente desapercibido; otras veces escribo artículos de compromiso con la intención de quitármelos de encima lo antes posible para que no estorben en mis proyectos, y tienen un eco inesperado.
El artículo para El Debate de Hoy no fue, desde luego que no, fruto de un compromiso, sino de una pertición de una persona a la que admiro y aprecio y a la que me complacía satifacer escribiendo algo corto en forma casi aforística, porque, como tengo bien comprobado, es la literatura que mejor se recibe en las redes sociales. No creía estar diciendo nada especialmente inteligente o relevante, aunque sí intentaba que fuera, al menos, interesante, y, sin embargo, ha tenido una repercusión fenomenal que me ha dejado un poco perplejo porque me ha empujado a preguntarme si acaso mis lectores me conocen, para bien y para mal, mejor de lo que creo conocerme yo a mí mismo.
Lo mejor de ir a Madrid son las sorpresas que te depara esa ciudad inabarcable. Es imposible volver a casa sin algún nombre nuevo en la agenda o sin haber, por fin, conocido en persona a alguien al que sigue con interés en las redes. Entre los nombres que me traje esta vez de vuelta, está el de Pablo Velasco, director de El Debate de Hoy. Sabía que le había intrigado la diferencia que establecía yo entre la moral del apetito y la moral de la náusea en el artículo de Claves que escribí sobre la familia. Lo que no sospechaba es que me lo encontraría en Extremo Centro. Al acabar la grabación del programa, Pablo me pidió un pequeño artículo para El Debate de Hoy en el que explicase esta difereencia. El resultado es esta Respuesta a la pregunta: "¿Qués es la moral del apetito?".
Sigo con mis baños marinos. Desde el domingo, doble sesión, matutina y vespertina. Poco a poco voy poniéndome en forma... o, siendo más realista, desentumeciéndome. Hay algo entrañable en volver notar como tuyas partes de tu cuerpo que desde hace tiempo estaban en silencio, especialmente múculos de la espalda, que ahora sé que tenía.
Dos entrevistas. Por la mañana sobre La mermelada sentimental para un programa de radio y por la tarde, un poco sobre todo con un grupo de cordialess chilenos. Este último año he establecido sin salir de casa más contacto con hispanoamérica que en toda mi vida anterior.
Ando enfangado en un artículo largo que tengo que acabar ya y, sin embargo, se me resiste. No acabo de hacerlo mío. Es el tono, demasiado frío. A veces cuando esto ocurre, lo mejor es romperlo todo y recomenzar a partir de una nueva primera frase inicial. ¡Qué poder, el de las primeras palabras! Pero esto es más fácil de hacer con un artículo de 1.000 palabras que con uno de 10.000.
Hemos entrado de lleno en el verano. Mucho calor de día, cervezas heladas en el frigorífico, mal dormir de noche y siestas inevitables tras la comida.
Sigo dándole vueltas a la serenidad.
Serenidad: no tener nada que esconder bajo las alfombras del alma.
Serenidad: Asistir de manera complaciente al encaje armonioso de las cosas.
Añado (14:00): Un ocuparse sin inquietarse.
9:50. Me acabo de dar el segundo baño del año. Poca gente en la playa, agua transparente, mar calmado, cielo apacible, un poco más en forma.
Hay días a los que redime un plato sencillo que sale perfecto, hoy, por ejemplo, un pollo al ajillo. Reconozco que en la cocina (y no digo que sólo en ella) soy un narcisista de mucho cuidado. Disfruto cuando veo a los míos untando pan en la salsa con cara de satisfacción y un ligero apunte de gula en los ojos, o cuando apuran el último trocito que se ha quedado en la cazuela. Resulta que la felicidad puede ser esto: ver desaparecer lo que con cariño y tiempo has cocinado.
Después por la tarde, nos hemos hecho 12 km por las laderas de la sierra de Sant Mateu. Hemos salido a las 6, y aún pegaba el sol con contundencia, pero hacia las 8, a medida que iba bajando, se resaltaban las formas y matices del bosque; una brisa reconfortante llegaba del mar y en las sendas emboscadas, las luces y las sombras creaban escenarios mágicos y frágiles. El esplendor dura poco, pero merece la pena volver a casa con los ojos empapados de su efímera belleza.
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura
La determinación y el esfuerzo colectivo con que, en poco más de un año, se ha logrado controlar una pandemia de proporciones gigantescas debería servirnos, si no de modelo, si, al menos, de inspiración para afrontar un reto mucho mayor: el de la crisis medioambiental que se nos avecina. No faltan a este respecto reivindicaciones, foros científicos o proyectos estratégicos (la Agenda 2030, el reciente programa España 2050); lo que se necesita es lo mismo que se demandó en la gestión de la pandemia: la participación de la ciudadanía (y no solo, ni fundamentalmente de los expertos) en la toma de decisiones.
Dos proyectos interesantes en este sentido son la formación de una Asamblea Ciudadana para el Clima (tal como establece la Ley de Cambio Climático y Transición Energética) y el papel que se quiere dar a la educación para el desarrollo sostenible en la LOMLOE. En ambos casos el objetivo es generar una ciudadanía activamente comprometida con los cambios sociales y de valores que la situación va a requerir.
Ahora bien, comprometer a la ciudadanía exige hablar claro. Una deliberación pública o un proceso educativo puramente retóricos, en que no se planteen con profundidad y objetividad ciertos asuntos fundamentales, no servirá probablemente de nada.
El primero de esos asuntos es de naturaleza ética. Son frecuentes las admoniciones a favor de llevar una vida más austera (el propio presidente Sánchez nos advirtió el otro día que tendremos que consumir menos carne, ropa, electrónica y viajes). Pero para mucha gente, rebajar su nivel y sus expectativas de consumo (algo para lo cual han invertido, en ocasiones, muchos años de trabajo) no es un plato de gusto. Y el miedo no es aquí un argumento suficiente: las generaciones más acomodadas, sea por edad o por estatus, saben que no van a sufrir las consecuencias más graves de la debacle medioambiental. ¿Podemos esperar entonces que toda esa gente se comporte por puro deber ético? ¿No tendrían que ser, antes, educados para ello? ¿O es que se piensa en obligarles con la ley? ¿Pero cómo, si la ley deviene, en gran medida, de ellos?
La segunda cuestión, también de carácter ético y político, se refiere a la distribución de los costes de la transición (los impuestos, la renuncia a ciertos “lujos”, el cambio de hábitos…). ¿Se va a seguir en esto el modelo de las últimas crisis financieras, en las que el ciudadano paga por los excesos de los que más tienen? Y, de modo análogo, ¿van a asumir el mismo coste las naciones desarrolladas (y, por tanto, más contaminantes) que aquellas que no lo están? Parece obvio quién tiene que pagar la factura; pero, amén de que volvemos al primero de los problemas, ¿no habría de crearse, para ello, un marco impositivo y jurídico de dimensiones mundiales? ¿Será esto posible?
Otro tema de calado es hasta qué punto la transición ecológica supone cuestionar un sistema económico que, como el nuestro, se basa en el aumento constante de la producción y el consumo. El capitalismo y la lucha contra el cambio climático no parecen procesos compatibles. ¿No habría, pues, que decrecer en lugar de desarrollarse, por muy sostenible que pretenda ser ese desarrollo? ¿O no será esta otra de las crisis por las que el capitalismo acaba reinventándose a sí mismo? De hecho, ya existe un “capitalismo verde” apostando por el nuevo coche eléctrico que se va a comprar usted o – entre otras cosas – por llenar Extremadura de minas y enormes plantas fotovoltaicas. ¿Obrarán la ciencia y la tecnología el milagro de armonizar los intereses del mercado con la salvaguarda de los recursos naturales, o habrá que encontrar un sustituto al capitalismo que nos libre de la catástrofe?
Y, tras todo esto, la pregunta del millón: ¿Qué forma de vida ética, justa y económicamente viable podemos desear como alternativa a la que ahora tenemos? El sueño de la mayoría de los habitantes de este planeta sigue siendo, hoy por hoy, el de consumir como un norteamericano o europeo medio (tener una vivienda, o dos, un coche, viajar…), y la postal edénica que nos venden los apóstoles de la austeridad (hijos de la abundancia todos, antes de convertirse a la religión de la huerta) no basta, ni mucho menos, para convencer a toda esa gente (que también quieren tener la oportunidad, propia de ricos, de desdeñar la riqueza).
Es imprescindible, pues, una reflexión más grave y filosófica, en la que no solo sean los expertos, sino, sobre todo, los ciudadanos, los que especulen acerca de cómo podemos y debemos vivir para realizar nuestra naturaleza sin tener que destruir para ello todo lo demás. Más que de “desarrollo” se trataría, pues, de pensar en una “felicidad sostenible” que no confunda la plenitud humana con deseos y objetivos que – como todos los que alientan el mercado y la sociedad de consumo – nos distraen de – y perdón por la impertinencia – lo verdaderamente importante…
Esta mañana el recepcionista del hotel Victoria me ha pedido disculpas, con cara compungida, por el escándalo de la noche. Yo no sabía de qué me estaba hablando.
- ¿No ha oído nada?
- ¡Nada!
- ¡Pues no sabe cómo me alegro, porque ha tenido que venir hasta la policía!
Resulta que ha habido gritos contundentes, carreras y persecuciones, portazos y lanzamientos de objetos, peleas cuerpo a cuerpo... y yo, por lo visto, he sido el único -no ya del hotel, sino de la calle- que no se ha enterado absolutamente de nada, quizás porque ayer apenas tuve fuerzas para desnudarme y meterme en la cama, tan rendido estaba.
Han sido tres días en Madrid en los que he vuelto a encontrarme con la intensidad y la cordialidad de siempre. Llegué el martes por la tarde y a las 19:30 tuvo lugar la presentación de La mermelada sentimental en la sede de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. No la olvidaré facilmente. "¡No al algoritmo!" gritó alguien". La cena posterior también perdurará en mi memoria. Me llevaron a una tortillería donde, entre otras muchas especialidades, probé -con generosidad- la tortilla de callos. Y después una monumental torrija que era una auténtica obra de arte. El miércoles, por la mañana, estuve atendiendo a periodistas. A primera hora de la tarde recibí una invitación de Pedro Herrero y Jorge San Miguel para participar en un debate en Extremo Centro al que irían también Pablo Velasco y Liz Duval. Tema: el nuevo desorden amoroso (que tiene más desorden gimnástico que de nuevo o de amoroso, pero esa es otra cuestión). A las 19:00, entrevista con una ingeniera con vocación pedagógica. A las 19:30 me reunía con un grupo de jóvenes excelentes tanto por su formación como por su actitud, para comentar su previa lectura de La abolición del hombre, de C.S. Lewis. Terminamos cerca de las 10. Entonces me di cuenta de lo derrengado que estaba. A pesar de todo, decidí, porque el espectáculo transeunte de la noche madrileña lo merecía, ir andando hasta mi lejando hotel. Piqué un par de cosas en un bar y me entregué a los brazos de Morfeo.
Mi Subjetivo de hoy, que se titula Sostener el Mundo, recoge las ideas que fui soltando al aire en la presentación de La mermelada sentimental.
B. está en su casa. Me pregunto cómo le habrá ido el reencuentro con su cotidianeidad hogareña.
1. “Només sé que no sé res.” (Sòcrates)
2. “L’home és la mesura de totes les coses.” (Protàgores)
3. “La religió es l’opi del poble.” (Karl Marx)
4.“La natura, per ser dominada, ha de ser obeïda.” (Francis Bacon)
5. “L’home és un animal polític.” (Aristòtil)
6. “No han de multiplicar-se els ens sense necessitat.” (Guillem d’Ockham)
7. “Déu ha mort.” (Friedrich Nietzsche)
8. “El fi justifica els mitjans.” (Nicolau Maquiavel)
9. “Sapere aude. (Atreveix-te a saber)” (Immanuel Kant)
10. “Ningú no es banya dues vegades en el mateix riu.” (Heràclit)
11. “ Homo homini lupus . (L’home &ea
... (... continúa) Dilluns i Dimecres de 17.30 a 19.30 h
Del 28 de juny al 14 de juliol del 2021
Espai: Montserrat Roig
La filosofia sovint té fama de ser una disciplina molt abstracta, amb continguts massa teòrics i que aborda problemes que poc tenen a veure amb allò que inquieta realment a les persones. En aquest taller mostrarem com aquesta visió prové d’una mirada completament desenfocada del que és realment la pràctica filosòfica. Examinarem de quina manera la filosofia es fa
... (... continúa)Cinefòrum dinamitzat per Joan Méndez
L'Associació americana de professorat de filosofia (AAPT) organitza anualment una escola d'estiu sobre l'ensenyament de la filosofia. L'any 2020 i e
nguny, virtuals. Me n'han agradat varis aspectes.
M'agrada la concisió en què divideixen les quatre jornades al llarg del mesos de juny i juliol:
-Impact PracticesA qui ensenyem: se centren en la diversitat d'alumnat de procedència i nivell.
Què ensenyem: continguts (pensament crític, llegir, escriure, curricula, textos...)
Com ensenyem: millora de l'ensenyament (inclou High-Impact Practices!?) disseny de tasques, jocs, tecnologies...)
Per què ensenyem: quins són els objectius i la justificació d'allò que ensenyem.
M'agrada que hi hagi comunicacions que demanen visionar prèviament un video per a discutir-lo el dia de la comunicació.
I m'agrada també que proposin un còctel per preparar-lo a casa i beure'l en el comiat virtual, en versió alcohòlica i i no alcohòlica. Aquesta recepta és del de la jornada "A qui ensenyem" (Who we teach):
The Who Carré
This drink is inspired by the classic New Orleans cocktail, the Vieux Carré.
Ingredients
1 oz bourbon
1 oz brandy or cognac
1 oz amaretto
3 dashes of Angostura bitters
Directions
Combine all ingredients in a mixing glass and add ice. Stir to combine for approximately 15 seconds. Strain into a chilled coupe or rocks glass. Garnish with an orange peel.
The Who Carré
Non-Alcoholic Alternative
Ingredients
Cinnamon black tea syrup (instructions below)
3 dashes Angostura bitters (leave this out for a zero alcohol option)
Blackberry sparkling water
Directions
font To make the syrup, make a concentrated tea with two black tea bags per 6 oz of water. Add ¾ c
granulated white sugar and 2 cinnamon sticks per 6 oz of water. Dissolve the sugar and keep on low to medium heat for 20-30 minutes to infuse the syrup with the cinnamon sticks. Don’t let it boil.
Combine 1.5 oz of syrup with 8 oz of sparkling water in a glass and dash with bitters if desired. Garnish with an orange peel.
Tres prisioneros, a los que llamaremos Alberto, Bernardo y Carlos, saben que uno de ellos va a ser indultado, pero no saben cuál de los tres. Alberto soborna al carcelero para que le diga, de los otros dos, el nombre de uno que no vaya a ser indultado. El carcelero acepta el soborno y le dice: «Bernardo no va a ser indultado». Alberto se siente algo mejor, pues piensa que ahora su probabilidad de conseguir el indulto es del 50 %, ya que solo hay dos candidatos, Carlos y él. ¿Está justificada su alegría? ¿Alguien más debería alegrarse?
En contra de lo que sugiere la intuición, el alivio de Alberto no tiene fundamento. Ya sabía que al menos uno de los otros dos prisioneros no iba a ser indultado, y conocer su nombre no le aporta ninguna información relevante: su probabilidad de ser indultado sigue siendo 1/3. Quien sí tiene motivos para alegrarse es Carlos: la probabilidad de que el indultado fuera Bernardo o él era 2/3, y al quedar excluido Bernardo, esa pasa a ser su probabilidad. Distinto sería si el carcelero, sin que mediara la pregunta de Alberto, hubiera dicho: «Bernardo no va a ser indultado»; en ese caso sí, la probabilidad de cada uno de los otros dos habría sido 1/2.
Carlo Frabetti, Rompecorazones (III): decisiones ilusorias, jot down 02/06/2021
Uno de los experimentos mentales más utilizados por Kohlberg en sus encuestas fue el conocido como «dilema de Heinz»:
Una mujer está a punto de morir debido a un tipo raro de cáncer. Hay un fármaco que según los médicos puede salvarla: un compuesto de radio que ha descubierto un farmacéutico de la misma ciudad. El medicamento es muy caro, pues el farmacéutico cobra diez veces más de lo que le cuesta producirlo. El marido de la enferma, Heinz, acude a todos sus conocidos para pedir prestado el dinero, pero solo consigue reunir la mitad del precio del medicamento. Le pide al farmacéutico que se lo venda más barato o que le permita pagarlo más adelante, pero este se niega. Al no ver otra solución, Heinz piensa asaltar la farmacia y robar el medicamento.
A partir de las respuestas obtenidas al plantear este y otros dilemas morales a un gran número de sujetos, Kohlberg llegó a la conclusión de que en el desarrollo moral del individuo hay tres niveles y seis etapas. Tras una «etapa cero» anterior a la moral, en la que el individuo considera bueno todo lo que le gusta o desea, se suceden, en orden cronológico, las siguientes etapas:
1. El punto de vista dominante es el egocentrismo, pues no se ven los intereses de los demás como distintos de los propios. Solo se consideran los hechos, no las intenciones. Es una etapa heterónoma, en la que otros deciden lo que hay que hacer y lo que no, y en la que se obedece por miedo al castigo.
2. Se aceptan las normas en la medida en que favorecen los propios intereses, y se admite que los demás hagan lo mismo. La vida es como un juego en el que el individuo intenta ganar, pero sabiendo que ha de respetar las reglas del juego si no quiere quedar excluido.
3. El miedo al castigo cede terreno ante el deseo de ser valorado y querido. En esta etapa son muy importantes las expectativas de las personas que rodean al individuo.
4. La conducta se adapta a las normas sociales, que se acatan no solo por miedo al castigo o por agradar a los demás, sino por responsabilidad personal y por el bien común.
5. Se reconoce que hay derechos humanos universales y que están por encima de las normas sociales y de las leyes.
6. Se obra de acuerdo con principios éticos básicos, aunque ello conlleve enfrentarse a las normas establecidas y las leyes vigentes. Según los datos recopilados por Kohlberg, solo el 5 % de la población alcanza la sexta etapa del desarrollo moral.
Las dos primeras etapas constituyen el Nivel Preconvencional, en el cual las normas sociales son una imposición externa que se acepta por miedo al castigo.
Las etapas 3 y 4 constituyen el Nivel Convencional, caracterizado por la identificación con el grupo del que se forma parte y cuya aprobación se desea conseguir. Se aceptan las normas porque son las convenciones sociales consensuadas por la colectividad.
Las etapas 5 y 6 constituyen el Nivel Posconvencional, en el que se comprenden y aceptan los principios éticos que inspiran las normas sociales y las leyes. Es el nivel superior del desarrollo moral, en el cual la conducta se rige más por los principios conscientemente elegidos que por las normas vigentes.
Carlo Frabetti, Rompecorazones (I), jot down 19/05/2021
En las primeras etapas de la pandemia salían muchos artículos triunfales en Occidente diciendo "la pandemia empezó en China por su sistema de gobierno" o "la democracia es mejor para gestionar una pandemia". Pero la diferencia no estuvo entre los sistemas democráticos y los autoritarios, sino en cómo los países perciben el riesgo. Todo el mundo se quedó asombrado por cómo China respondió al virus. Fueron capaces contener la pandemia mucho más rápido que la mayoría de países. Durante los primeros compases de la crisis, muchos amigos chinos compartían una especie de orgullo nacional llevando mascarillas o quedándose en casa. Era un contraste muy marcado con Estados Unidos, donde había gente que se enorgullecía por justo lo contrario. La división era asombrosa. Esos comportamientos dicen mucho sobre cómo la gente afronta los riesgos no solo que les afectan a ellos, sino riesgos que afectan a otros.
Hubo mucho ruido por Suecia, que acabó con tasas de muertes más altas que el resto y su economía no fue mucho mejor. Ha habido mucho debate sobre la respuesta a las vacunas. EEUU fue muy lento a la hora de responder a la pandemia, pero han sido más rápidos con las inyecciones. Alemania, por ejemplo, lo hizo bien al principio y, sin embargo, han tardado más. Esto también tiene que ver con la percepción del riesgo.
El cisne negro surgió antes de la crisis financiera. Pero la expresión se usó mal. Había muchas advertencias sobre la crisis financiera: las hipotecas 'subprime', el mercado 'real state'... el apartamento que me compré en Manhattan en 2001 valía el doble en cuatro años. Muchos políticos y economistas, como Alan Greenspan, dijeron: "Nadie podía verlo venir". El cisne negro no se creó para eso, sino para que estimuláramos nuestra imaginación y fuéramos conscientes de las consecuencias que pueden tener algunos eventos inesperados. Quiero que la gente piense en los rinocerontes grises como algo para el futuro. Sabemos a qué problemas podemos enfrentarnos. No conocemos todos los detalles, pero sí algunas cosas.
El rinoceronte gris es algo que tienes en frente y se dirige hacia ti. No quiero ser la persona que va hacia atrás y, con perspectiva, diga: ¡Cómo no vimos esto! Pero algunas crisis que hemos vivido, como la pandemia, son buenas para ver futuros rinocerontes grises. Y con el covid, deberíamos fijarnos en los tres rinocerontes grises de los que hablo siempre: desigualdad, cambio climático y productos financieros.
Cito mucho en el libro a Ulrich Beck, el sociólogo alemán que murió en 2015. Su trabajo sobre la "sociedad del riesgo" fue muy influyente. En los tiempos premodernos, te preocupaba que un rayo cayera sobre ti o un león te comiera. Eran aspectos naturales fuera de tu control. Pero en el mundo moderno, los seres humanos fueron capaces de reducir los riesgos de la naturaleza. Y, al mismo tiempo, creamos otros riesgos cerrando el círculo. Beck habla de una segunda modernidad en la que somos conscientes de los riesgos que hemos creado sin querer. Muchos de estos riesgos son globales, por lo que necesitas una consciencia global y, por supuesto, soluciones globales. Y estos problemas son tan grandes que sientes miedo, porque te ves mucho más pequeño.
Carlos Barragán, (entrevista a Michele Wucker), La mujer que enseñó a Xi Jinping a torear un rinoceronte gris: "Ven diferente los riesgos", elconfidencial.com 05/06/2021
Si un hombre nacido ciego recuperara la vista, ¿podría identificar al mirar los objetos que no pudo ver pero que conoce por el tacto? Esta fue la pregunta de William Molyneux a John Locke en 1688 y que éste último discutió en su «Ensayo sobre el entendimiento humano». La cuestión puede considerarse una prueba para confrontar la idea de la existencia del conocimiento innato frente a la de que todo es aprendido, la tabula rasa, un caso particular del problema general del problema de “lo innato y lo adquirido”. En realidad, el “experimento” de Molyneux se ha realizado parcialmente mediante el tratamiento quirúrgico de cataratas congénitas en niños y la respuesta parece ser que la visión normal requiere una exposición temprana para desarrollar la capacidad plena de identificar objetos o para la percepción del espacio. Pero como toda buena pregunta, la respuesta genera aún más preguntas. ¿Excluye lo dicho que algún reconocimiento categórico fundamental para la supervivencia pueda ser heredado?, ¿Implica el resultado que no haya requisitos previos al aprendizaje, fuera de una capacidad asociativa general del cerebro? ¿Es el cerebro una verdadera tabula rasa?
Fernando Giraldez, Ver para ver, pero no solo 'tabula rasa' en la corteza visual, Cuadernos de Cultura Científica 13/01/2019
¿Es cierto eso de que «la escuela mata la creatividad»? Desde un punto de vista científico, la respuesta breve es que no contamos con evidencias como para afirmar tal cosa (más bien al contrario)
Algunos de quienes sostienen que «la escuela mata la creatividad» lo justifican con base en un estudio en que un grupo de niños de 3-5 años fue capaz de proponer muchos más usos alternativos a diversos objetos (como un clip) que un grupo de adultos.[1]
Sin entrar en más detalles sobre este estudio, lo primero que cabría cuestionar es la validez de tal argumento: ¿realmente es la escuela la que provoca que los adultos no proporcionen tantas opciones de usos alternativos como los niños? ¿O bien hay otras causas?
Para afirmar que la causa de ese supuesto declive creativo sea la escuela, por lo menos habría que realizar estudios estadísticos que compararan a adultos que pasaron por la escuela con adultos que no lo hicieron (o que pasaron menos tiempo).
Sin embargo, apenas existen estudios que hayan indagado si existe una correlación entre los años de escolarización y la creatividad. Y si no sabemos si hay correlación, aún menos podemos saber si hay causalidad.
Por tanto, de entrada no es posible afirmar científicamente que la escuela tenga dicho efecto.
Ahora bien, mientras no contamos con pruebas sobre si es la escuela la que "mata" la creatividad, ¿podemos aventurar otra explicación que sí cuente con respaldo científico? ¿Cómo podríamos explicar que los adultos no seamos tan "creativos" como los niños?
Así, no es que los adultos no seamos tan creativos, sino que reducimos las opciones de nuestras ocurrencias porque conocemos mejor las "reglas del juego". Los conocimientos que hemos obtenido nos permiten diferenciar entre una idea realista y otra que lo es menos.
Esto podría ser consecuencia de cómo funciona el cerebro. Cuando nuestro cerebro percibe algo en nuestro entorno, no le interesa en absoluto aventurar todo lo q dicha cosa podría ser, sino q prefiere determinar cuanto antes lo q es, mejor dicho, lo q es más probable que sea.[2]
Así podemos tomar decisiones y responder de manera más rápida y eficaz, lo q resulta vital cuando de ello depende nuestra supervivencia y bienestar. De hecho, para el cerebro es preferible q nos equivoquemos con la respuesta elegida a que tardemos demasiado barajando opciones.
Por supuesto, es mucho mejor no equivocarse. Por eso, los conocimientos que vamos obteniendo con nuestras experiencias a medida que maduramos ayudan al cerebro a realizar mejores conjeturas de manera instantánea sobre lo que tenemos delante.
Es decir, a medida que nos hacemos adultos, nuestros conocimientos nos hacen más eficaces delimitando instantáneamente las posibilidades de lo que pueden ser las cosas que nos rodean, en función de su aspecto, del contexto en el que aparecen, etc.
Esto quizás haga que nos cueste pensar en tantas opciones como los niños a la hora de atribuir funciones a un objeto. Pero las propuestas que hacemos son más razonables.
Ahora bien, los conocimientos no solo eliminan opciones inverosímiles cuando tratamos de ser creativos. Según la comunidad científica, la creatividad que da lugar a soluciones no solo imaginativas sino también realistas se beneficia de tener amplios conocimientos.[3]
La escuela, por tanto, más que matar la creatividad tiene la capacidad implícita de promoverla. Al fin y al cabo, una de las funciones de la escuela es proporcionar conocimientos: la materia prima de la creatividad. Entonces, ¿podemos decir que la escuela promueve la creatividad?
Un reciente metanálisis (un estudio que se hace juntando los datos de múltiples estudios) con más de 40.000 alumnos refleja que la creatividad (como capacidad de proporcionar soluciones alternativas pero verosímiles) incrementa paulatinamente durante la etapa escolar.[4]
El problema es que este estudio solo constata una correlación. Ya es algo, pues sin correlación no puede haber causalidad. Pero q haya correlación no implica necesariamente causalidad. Por tanto, este estudio no puede concluir que la causa del incremento creativo sea la escuela.
Ahora bien, ¿qué podríamos hipotetizar? Las hipótesis científicas no son simples suposiciones o corazonadas, sino predicciones que se basan en los conocimientos científicos que ha proporcionado toda la investigación previa en el mismo campo o en disciplinas relacionadas.
Por tanto, a partir de lo que las ciencias cognitivas han revelado sobre cómo funciona la creatividad, lo que podríamos esperar es que la escuela jugara un papel relevante para contribuir a su desarrollo.
En efecto, la escuela ofrece saberes y habilidades fundamentales sin los cuales difícilmente podríamos llevar a cabo muchos tipos de obras y soluciones creativas. No obstante, el plus que proporcionan unos conocimientos «amplios» solo ocurre si estos son también «profundos».[3]
Los conocimientos profundos son aquellos dotados de significado para el aprendiente. Son duraderos y transferibles a nuevas situaciones, y son funcionales: nos permiten hacer cosas con ellos, desde apreciar una obra de arte a crearla, desde evaluar un problema a resolverlo.
Si nos interesa promover la creatividad de nuestros alumnos (así como otras habilidades cognitivas "superiores"), debemos asegurarnos q los conocimientos q adquieren alcanzan estas cualidades, lo que requiere ofrecer múltiples oportunidades para q los usen y les den significado.
En realidad, usar los nuevos conocimientos en actividades creativas es una forma de conseguir que acontezcan más profundos [5]. Por supuesto, también puede resultar beneficioso promover un entorno y una cultura del aprendizaje que favorezcan actitudes creativas en el aula [6]...
...y no solo en las lenguas y artes, sino también en las matemáticas y las ciencias [7]. Al fin y al cabo, la creatividad no es una habilidad general, sino que adopta distintas formas en función de la disciplina en que se aplica [8].
Y es que, aun sin ser una habilidad general (no puede entrenarse como si fuera un músculo para aplicarla en cualquier ámbito porque depende de tener conocimientos concretos sobre el ámbito en cuestión), lo q sí puede fomentarse en general es la adopción de una «actitud creativa».
Para ello, algo muy importante en el aula (¡y en casa!) es ofrecer un entorno de aprendizaje en q los niños no tengan miedo de equivocarse, donde se sientan seguros para ensayar y compartir sus ideas y razonamientos. Este es quizás el aspecto q más requeriría de nuestra atención.
En definitiva, no podemos decir q la escuela mate la creatividad, pero quizás pueda sacar mayor partido a su potencial para promoverla. Porque para muchos niños y niñas la escuela representa la mejor oportunidad de ampliar sus horizontes y conocer el mundo que los rodea. FIN.
@hruizmartin
Referencias:
[1] Land, G., & Jarman, B. (1993). Breakpoint and beyond: Mastering the future-today. HarperCollins.
[2] Smith, E. E., & Kosslyn, S. M. (2013). Cognitive psychology: mind and brain. Pearson.
[3] Weisberg, R. W. (1999). Creativity and knowledge: A challenge to theories. Handbook of creativity, 226.
[4] Said-Metwaly, S. et al. (2020). Does the Fourth-Grade Slump in Creativity Actually Exist? A Meta-Analysis of the Development of Divergent Thinking in School-Age Children and Adolescents. Educational Psychology Review, 33, 275–298.
[5] Fiorella, L., & Mayer, R. E. (2015). Learning as a generative activity. Cambridge University Press. [6] Fasko, D. (2001). Education and creativity. Creativity research journal, 13(3-4), 317-327.
[6] Sternberg, R. J., & Williams, W. M. (1996). How to develop student creativity. ASCD. [7] Wiliam, D. (2013). Principled curriculum design. SSAT (The Schools Network) Limited.
[8] Sawyer, R. K. (2011). Explaining creativity: The science of human innovation. Oxford university press.
Héctor Ruiz Martin, ¿Cómo aprendemos? Una aproximación científica al aprendizaje y la enseñanza, Editorial Graó
La primera, mi nueva entrega en El Tribú. Voy avanzando poco a poco en mi peculiar diccionario filosófico. Ahora me detengo en el amor.
La segunda, la entrevista que me hace Ignacio Peyró sobre La mermelada sentimental.