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Fernando Broncano, La tragedia de la democracia, El laberinto de la identidad 08/05/2021
Pese a los logros en la exploración y descripción, los científicos aceptan la perplejidad en la que siguen inmersos cuando se trata del cerebro humano, empezando por su origen, es decir, por las condiciones de posibilidad y necesidad de su aparición.
El intento de salir de la misma ha conducido a proyectos como el llamado Brain Initiative, apoyado en 2013 por el presidente Obama y que se presenta como el equivalente en el campo de las neurociencias de lo que el proyecto genoma humano ha sido en el campo de la genética. Una de las almas del mismo, el neuro-biólogo Rafael Yuste (universidad de Columbia y DIPC- Donostia International Physics Center) apuesta a que pronto la tecnología permitirá hacer un mapa del estado de nuestro cerebro, no sólo de lo que estamos percibiendo en acto, sino también de lo que estamos deseando o temiendo. El método es holístico, es decir, la intervención en las partes exige tener un trazado del Todo. El todo ni más ni menos que del cerebro…de ahí las exigencias deontológicas, que obligan a extremar las precaución, al menos en el contexto de la investigación académica: se empieza por penetrar en el cerebro de los animales para ver las causas de eventuales deficiencias en el comportamiento de los mismos, pero la finalidad es llegar a hacerlo en el de los humanos, entre otras cosas para intentar entender mecanismos como el Parkinson o el Alzheimer. Sin duda las máximas que motivan no siempre son tan encomiables. Yuste no ha dejado de poner en guardia sobre las posibles consecuencias negativas: utilización por grupos o estados a los que poco importa la medicina o el conocimiento, pues su objetivo es llegar a manipular el cerebro de los ciudadanos.
Si se piensa que en un cerebro humano en ocasiones están actuando simultáneamente alrededor de 90000 millones de neuronas, se entiende lo titánico del esfuerzo que exige quizás mayor colaboración interdisciplinar que la necesaria para establecer un mapa del universo. Así los neurólogos se apoyan hoy en la nano-tecnología, pero obviamente también en la ingeniería genética, la inteligencia artificial y otras disciplinas. La modalidad de funcionamiento sináptico que opera en el cerebro de los animales superiores posibilita que se den cosas tan prodigiosas como la percepción sensorial, y en el caso del animal humano, se añade el pensamiento racional. Y si una máquina como el “transistor de sinapsis”( a la que en otro momento hago referencia) fuera capaz de emular el funcionamiento del cerebro, estaría cercana la perspectiva de considerar que hemos dado lugar a entes que se nos aproximan. Sin embargo en lo esencial la perplejidad aún perdura.
Rafael Yuste admite que uno de los retos es llegar a saber lo que es un pensamiento. Cree que si se llega a saber cómo se forja un pensamiento se entenderá quizás qué es el cerebro humano. O sea: se admite que en el pensamiento reside esa misteriosa clave de nuestro ser que ya obsesionaba a Platón. La hipótesis es que el pensamiento (y con ello las emociones que en el hombre están vehiculadas por ideas, así el amor o el odio) es una propiedad emergente de las propiedades de las neuronas funcionando simultáneamente. Pero esta afirmación nos conduce a preguntarse qué se entiende por propiedades emergentes, pues veremos que las propiedades emergentes más interesantes, aquellas que John Searle califica como “de segundo orden”, son puestas en tela de juicio por múltiples filósofos, en primer lugar el propio Searle.
En el proyecto Brain se trabaja, como antes decía, con ratones, intentando trazar el mapa completo de su cerebro. Pero es más: no sólo se “lee” en el cerebro del ratón, sino que se “escribe” en el mismo, haciendo que el ratón reaccione a imágenes no presentes como si lo estuvieran. Desde un punto de vista estrictamente científico el recurso a este animal es muy indicado, pues el ratón tiene un alto grado de homología genética con el humano, así que todo lo que sepamos del cerebro del ratón tiene muchas probabilidades de ser útil con vistas al conocimiento de nuestro propio cerebro. Pero desde luego el conjunto de información así obtenida no bastará para explicar el comportamiento humano, y ello no sólo porque hay variables en el cerebro humano no presentes en el del ratón, sino también porque estas otras variables impregnan las que sí tenemos en común, perturbando hasta la deformación lo que de ellas cabe esperar. Una de estas variables es obviamente la facultad de lenguaje, que tiene un soporte genético pero que no se explica exclusivamente por la genética, es decir, no es posible objetivizarla plenamente, o sea, reducirla a objeto de ciencia.
Ya en 2009 el equipo de Svante Pääbo indujo en un ratón la mutación del gen FXP2 que se ha vinculado al lenguaje, con el resultado de que se alargaron las dendritas en algunas de las regiones de su cerebro y sobre todo que su vocalización empezó a emitir sonidos mayormente parecidos al llanto de los niños, de lo cual cabía extraer que en el pequeño animal se había dado una aproximación a las condiciones genéticas de posibilidad de las imágenes acústicas del lenguaje. ¿Significa ello que el ratón se había aproximado a la dimensión semántica del lenguaje? Sería osado aventurarlo. Ni ese ratón genéticamente modificado ni el chimpancé ni el bonobo hablan, aunque sean introducidos en un medio social en el que opera el lenguaje humano, mientras que el humano (salvo el caso de infortunada deficiencia) sólo dejará de hablar si se le excluye de tal medio, así el caso de los llamados niños salvajes.
La pregunta es reiterativa:
Víctor Gómez Pin, El pensamiento quiere saber de sí mismo, El Boomeran(g), 14/05/2021
A las 11:00, en la calle Marqués de Mondejar, al ladico de la plaza de toros de las Ventas, hemos organizado un congreso educativo para finales de año. Creo que ha quedado la cosa apañadita.
A las 14, comida con Martí Saballs, Paco González y Olga San Martín en el Martinete, en la plaza Marqués de Salamanca. Comida exquisita y compañía perfecta.
A las 16:30, café con Josefina Stegmann en la plaza de Santa Ana. Josefina ha tenido un día atareado, pero es una mujer fuerte.
A las 19:00 charla en la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno sobre La abolición del hombre de C.S. Lewis. Muy bien,
A las 21:00 cena con la noble gente de la Fundación.
Mañana vuelvo a casa, pero antes me espera un breve encuentro con una de las personas más especiales que conozco, Jaume Vives.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Así se llama la canción más emblemática del nuevo disco de Robe Iniesta (el fundador de Extremoduro), un disco con nombre, por cierto, no menos filosófico: Mayeútica. Y aunque el rock ya no me llega como antes, reconozco que la cosa me ha molado, que los músicos hacen un trabajo prodigioso y que la letra, que es a lo que iba, tiene un artículo.
Si la escuchan comprobarán que, pese a que diga lo que otras tropecientas mil (a saber: que el mundo es una porquería, que uno está de vuelta de todo y que lo que hay que hacer es gozarla – y no rayarse tanto –), la canción tiene esa fuerza y frescura de lo repetido-pero-siempre-nuevo que comparten la primavera, los versos adolescentes, los deseos inefables y las preguntas filosóficas.
Lo que más me ha gustado es el título: “Mierda de filosofía”. ¿Cuántas veces no me lo habrán dicho sin decírmelo (con gestos, suspiros, silencios, enfados) alumnos, amigos y colegas? Porque es cierto: la filosofía puede parecer, en muchos sentidos, una mierda. Y perdón por lo escatológico (término que nombra a los excrementos y a ese asunto tan filosófico del más allá), pero es lo que hay.
La filosofía parece una mierda porque, como dice la canción de Robe Iniesta, no te deja “volver a lo primario”, esto es, a ese estado de vitalidad (presuntamente) superior que asociamos a la experiencia inmediata, sensitiva o emotiva del mundo. El retornoa este estado de “inocencia original” (¿o de “estupidez congénita”?) es la postal de bienaventuranzas que venden la mayoría de las sectas, el ecologismo más místico, los aficionados a las drogas, el anti-intelectualismo moderno y (paradójicamente) no pocas filosofías que – como la de Nietzsche – hacen pasar por atea la más cruda y pagana de las religiones (¡suprema astucia de la fe el hacernos sospechar así de la razón!).
Porque esta es otra. Es otra sustanciosa mierda (lo decía ya – con otras palabras – Aristóteles) que para acabar con la filosofía tengamos que hacer filosofía; señal esta de que, desde el corte de mangas aquel a Dios Padre (y a Madre Naturaleza), ya saben, por aquello del fruto del árbol del conocimiento, estemos más que “perdidos”, y de que no nos quede otra que seguir filosofando. O eso o lampar (y repetimos el estribillo) por “volver a lo primario”, esto es, por correr como lobos o bacantes, bailar como posesos, o rezar como locos para olvidar y hacernos perdonar nuestros devaneos con esa “puta del diablo” que – el Lutero más heavy dixit – es la razón. A ver si así, y a fuerza de no pensar, se nos abren las puertas del paraíso, de la percepción, de los chacras o, yo qué se, de las comunidades autogestionarias.
Aunque fíjense que la propia filosofía, aunque acabe con esa inocencia del no saber que no se sabe, nos la devuelve casi íntegra (¡y sin tener que meditar, practicar mindfulness o tirarte desnudo al océano – como en un anuncio de perfume –) cada vez que nos vuelve a descubrir lo tontos que somos. Esta modalidad de “vuelta a lo primario” es mucho más interesante que la “sensación de vivir” de la Coca-cola, aunque es también una faena, pues te obliga a volver sobre ti mismo y reinventarte. Así que ustedes verán: tal vez sea mejor seguir rezando o bailando con esa dulce o enervante inconsciencia que procuran, en ambos casos, la repetición y el ritmo...
Y ojo que la filosofía no solo te roba (pero te devuelve una y otra vez a) la inocencia, sino que también te arruina (pero te reconstruye) a cada rato toda esa esforzada urdimbre de ideas que tejemos como (imaginaria) hamaca sobre el abismo, dejándonos periódicamente en el aire y en pelotas.
La filosofía es un incordio para los que creen a muerte en lo que les salva de la vida y, no menos, para los que sostienen su insignificancia sobre la tramoya del poder. No hay creencia, orden social o entramado cultural que soporte las preguntas filosóficas. De ahí su impertinencia y extravagancia, su naturaleza apátrida y vagabunda, su siempre polémico encaje educativo. Todo lo germina, lo discute y lo desfonda, y solo sirve para no servir a nada ni a nadie que no sea el examen insomne y continuo de conciencia.
La filosofía tal vez sea, en fin, una suerte de enfermedad, como decía (claro) algún filósofo. Pero si lo es, es incurable: nadie puede vivir sin una filosofía del mundo, de sí mismo, de la verdad o la justicia. Y si no es la filosofía la que inspira esa filosofía, lo será el partido, la secta, la tribu, el libro de autoayuda, la canción de moda o la santa madre de uno.
Es la filosofía, por tanto, la que nos hace bailar como locos allí donde más y mejor resuena la música: en la cabeza. Quién quiera volver a lo primario, que la duerma y se deje llevar. O, ya puestos, que se muera. ¿Habrá algo más primario y cercano a la inconsciencia, el cero y la nada? Digan lo que digan sus letras, el rock de Iniesta y los suyos desde luego que no.
Otro día intenso.
Y satisfactorio.
He comenzado la mañana merodeando por un par de librerías de viejo, haciendo tiempo, porque a las 12:00 me esperaban en la Editorial Encuentro con La mermelada sentimental recién salida del horno. Estoy muy contento con este libro. Ha quedado bien. En Encuentro, una editorial que merece su nombre, se han esmerado.
Nada más comenzar la reunión ha llamado Josefina Stegmann, es decir, nada fuera de lo probable.
A las 13:00 he tenido que recorrer 50 metros para acercarme a la sede de The Objective, donde me esperaba sesión de fotos y entrevista. La mermelada sentimental recoge los artículos que he ido publicando estos años en El Subjetivo. Por lo tanto, era obligado que llevase un prólogo de Peyró. Ayer, alguien bastante más joven que yo, pero con buen criterio y fina inteligencia, dejó dicho con una copa de verdejo en la mano, en el hotel Urso, que "Peyró es el mejor de nuestra generación".
A las 14:30 me esperaban -a 300 metros de distancia- en la Fundación Botín, para ir a disfrutar de la comida casera a La Cocina de María Luisa. Comida tranquila, rica y cordial en la que no han faltado ni risas ni proyectos ambiciosos.
He vuelto caminando hasta el hotel, pero no tanto por hacer ejercicio (que también) como por husmear en otra librería de viejo, próxima a la puerta de Alcalá, a la que le había echado el ojo al pasar por delante de su escaparate con prisas.
En el hotel me esperaba otra entrevista -una curiosa y entretenida entrevista metafísica, sobre el yo- y, finalmente, el descanso.
Día largo.
A las 11:00 encuentro con Lluís Homar, Xavier Albertí, Ana Llorente y María Condor en la Plaza de Santa Ana.
A las 13:00 presentación de El recogimiento en el Teatro de la Comedia. Allí estaban, ente otros, el gran Luís Lizasoiáin y el entrañable Carlos García Gual.
A las 14:15 despedida de mi mujer, que regresaba a Ocata.
A las 14:45 comida filosófica con Javier Gomá.
A las 18:00 reunión educativa en las Cortes.
A las 20:00 charla, vino y picoteo en el hotel Urso.
A las 23 regreso al hotel.
Resumen del día: ¡Qué grande es una habitación de hotel cuando falta ella!
Reseña de
Covidosofía. Reflexiones filosóficas para el mundo postpandemia.
Dulcinea Tomás Cámara (comp.)
Barcelona: Paidós, 2020.
La filosofía, según Michel Foucault, tiene una dimensión que es la de ser una ontología de la actualidad. El ensayo es hoy el cuerpo vivo de la filosofía y su sentido es interpelar nuestras experiencias presentes para poder pensarlas de otra manera. Frente a los discursos ideológicos de todo tipo sobre la pandemia, que es el significante clave de lo que estamos viviendo, Dulcinea Tomás Cámara asume la arriesgada tarea de coordinar un libro donde diversos filósofos de habla hispana piensan sobre los efectos de la pandemia del COVID-19. No es fácil estructurar un libro coherente con tantas voces y tampoco lo es darle una perspectiva que no sea coyuntural. Pero lo ha conseguido, articulando la diversidad en cinco bloques que dan un conjunto coherente. La verdad es que todas las aportaciones son más que aceptables, pero como no puedo comentar los veinticinco textos que aparecen, me limitaré a dar una exposición general y hace un breve comentario de los que me han resultado más interesantes, subrayando el carácter subjetivo de la selección. Añado también que el prólogo de Walter D. Mingolo ( “Detrás de la escena. Los signos del cambio de época”) y la introducción de la coordinadora me parecen muy acertados.
La primera parte se titula “Otro(s) Mundo(s)” y hay en él lo que llama cinco escolios. En “Virus y mariposas”, Fernando Broncano nos sitúa en el escenario contradictorio en que nos ha colocado la pandemia y las tensiones que ha abierto. Cristian Andino, en “Confinamiento en el Sur o el asombro del colibrí” piensa sobre los postulados ético-políticos, económicos culturales y tecnológicos que abrirían una salida emancipatoria a la crisis abierta. Concha Roldán nos presenta, en “Cuando ruge la marabunta”, nos propone tender puentes hacia una sociedad intergeneracional y cosmopolita justa. Roberto r. Aramayo nos plantea un inventario provisional de las oportunidades que brinda la pandemia. Antonio Miguel Nogués, con su “Cuando todas las diferencias están aquí. La pandemia y la epistemología nacionalista”, cuestiona el sentido que tiene hoy el mantenimiento del estado-nación. En conjunto no me ha parecido la parte más interesante del libro, aunque si me parece mínimamente digna.
La segunda parte, con otros cinco escolios y que lleva el nombre de “Contagio”, me ha parecido, en cambio, de las más sugerentes del libro. Empezando por el “¿Qué nos está pasando realmente?” de Santiago Alba Rico. Plantea y elabora una idea original, que es que el coronavirus nos confronta con lo real, lo cual puede provocarnos ponernos más a la defensiva y buscar salidas autoritarias o nos puede llevar a un punto de inflexión en el que nos permita buscar una salida creativa. Continúa Jaime Santamaría con “Tres reflexiones límites”, entre las que destaca las que hace del asunto de los cadáveres y el duelo. Joaquín Fortanet, con su “Un mundo enfermo” elabora uno de los artículos que me parecen más interesantes de todo el libro. Entra en un análisis crítico, a partir de Georges Canguilhem, Merleau Ponty y de Michel Foucault, sobre la conceptualización de la enfermedad, que le lleva a un diagnóstico sobre la enfermedad del propio mundo en que vivimos. Producto de la gubernamentalidad biomédica, tal vez sea la oportunidad de salir de él y construir un mundo común. En el escolio 9, Alejandro Escudero Pérez nos habla de “Reacción, catástrofe, acontecimiento”, que tiene, sobre todo, un inicio muy potente. Antonio Campillo plantea “Pensar la pandemia” una serie de apuntes que deberían servirnos para reconducir el futuro y cambiar radicalmente su rumbo.
“Compañía” es la nominación de la tercera parte. José Carlos Ruiz empieza con “Sobre la ¿indigna? privacidad del consuelo”. En el que denuncia la industria de la supuesta felicidad que nos invade y que relega el duelo y el dolor a la privacidad, sin ninguna dimensión social y negando el consuelo. Viene después el texto de Ana María Martínez de la Escalera “¿Qué puede el acompañar? Comunidades y coronavirus”, en la que vuelve sobre la concepción que introduce Walter benjamín, fundamental hoy, sobre la deriva de la experiencia y la necesaria recuperación de la comunidad a través de gestos solidarios, ayuda mutua y las prácticas higiénicas tradicionales. Ernesto Castro nos propone una reflexión sobre diferentes aspectos de lo que implica “El aplauso sanitario”. El escolio de Jordi Claramonte llamado “Eulabeia” me ha parecido totalmente singular, en el mejor sentido de la palabra. Su invitación a la reverencia, la veneración y la gratitud me parecen perfectas como recuperación de lo mejor del mundo antiguo.
“Fracturas” es la cuarta parte. Genial el primer artículo de Laura Llevadot “Sobrevivir: Investigaciones de una perra”. Una interpelación radical a la vida singular de cada cual, a una apuesta por la libertad contra todos los medios para normalizarnos anulando lo que tenemos de más propio e intenso, con o sin pandemia. Muy bueno me parece también, el texto siguiente es “ceci n´est pas une guerre. Alternativas al uso de la metáfora bélica, de Nantu Arroyo, en el que desmonta de manera certera la metáfora bélica aplicada a la pandemia. Le sigue “Perdere aude. Una apología del cuerpo mortal” de Diego S. Garrocho Salcedo nos invita a cuestionar el mito de la inmortalidad que parece dominar como negación de nuestra finitud. Finalmente un excelente, contudente y radical texto, “Pandemia, capitalismo, ideología” en el que Ricardo Espinoza Lolas arremete contra el Capitalismo y la soberanía de los Estados hacendales patriarcales que lo sostienen.
Pasamos a la última parte sobre los “Futuros” que podemos imaginar. Ana Carrasco-Conde nos anima a “Humanizar la tecnología: ciencia y tecnología frente a la pandemia”. Gonzalo Velasco nos propone “Mientras dura la pandemia: notas para un escepticismo constructivo”. Para José Antonio Pérez Tapias hay que elegir, como explica en “Alternativa: o común-ismo republicano o tanatopolítica”. Nuria Sanchez Madrid nos habla de “Patologías epistémicas: reflexiones sobre el daño social provocado por la crisis pandémica del COVID-19”. Finalmente Javier Echevarría formula los “Desafíos filosóficos a partir del COVID-19-2020.”
Por supuesto que estos filósofos son una selección (bajo el arbitrio de la coordinadora) de entre otros muchos que podíamos haber colaborado. Pero todos los participantes abordan con rigor, cada uno con su estilo, una parte de este todo que resulta, finalmente, coherente. Lo más importante es que todos los textos tienen un recorrido, en el sentido que nos son análisis coyunturales que caduquen pronto. Son materiales para pensar muchas problemáticas en relación a lo que nos interpela la pandemia. Más allá de las declaraciones o textos de los filósofos mediáticos hay aquí un trabajo filosófico muy valioso.
A diferents articles m’he referit a l’astrologia com a pseudociència, però mai he justificat aquesta afirmació i crec que ha arribat el moment de fer-ho. Anem, per tant, a fer una mica d’història i filosofia de la ciència.
L’astrologia és un conjunt de creences molt complex d’una considerable antiguitat i que, a risc de sintetitzar en excés, es pot resumir de la següent manera:
Aquestes afirmacions troben la seva justificació en el paradigma científic antic. Aprofito per explicar que un paradigma científic és un conjunt de teories científiques i filosòfiques que, en harmonia amb creences religioses i d’altres aspectes culturals, constitueixen la concepció del món a una determinada època.
El paradigma científic antic, que podem trobar força sintetitzat a les obres de Plató i Aristòtil, podríem dir que es caracteritza pel dualisme (físic i moral), el geocentrisme i el fixisme:
Aquest paradigma va quedar superat amb la revolució científica que es va produir entre els segles XVI i XVIII on es van posar les bases d’una física única (les mateixes lleis per a tot l’univers), que trenca amb el dualisme moral (les pedres que es troben a Mart obeeixen les mateixes lleis que les pedres terrestres i, per tant, no tenen més possibilitat de condicionar el nostre futur que qualsevol altra pedra). El geocentrisme va donar pas a l’heliocentrisme i, posteriorment, es va veure que aquest heliocentrisme era només aplicable al sistema solar. El fixisme biològic va caure del paradigma científic el 1859, any de la publicació de L’origen de les espècies de Charles Darwin. El fixisme en l’àmbit còsmic va haver d’esperar fins als anys vint del segle XX per a desaparèixer, a partir del moment en què Hubble va posar de manifest l’expansió de l’univers. A principis dels anys trenta Lemaître, a partir dels plantejaments de Hubble, va plantejar la hipòtesi del Big Bang, segons la qual, l’univers tal com el coneixem actualment, es va originar a una gran explosió que va provocar l’expansió observada per Hubble. D’aquesta manera, la suposició de l’eternitat de qualsevol regió de l’univers, que podria implicar la superioritat d’algunes zones respecte d’altres, queda completament refutada.
Tot plegat té unes implicacions molt concretes pel que fa a l’astrologia:
No hi ha, per tant, cap principi teòric de l’astrologia, que sigui de cap manera acceptable per la ciència actual. I això no és quelcom sobre el que hom pugui fer cap mena d’objecció des de la mera opinió si no es vol fer una llastimosa, i anèmica, exposició de la pròpia ignorància.
Òbviament, la història de la ciència està oberta: en un futur es podrà objectar que la teoria de l’expansió de l’univers caigui del paradigma científic, si les observacions fetes deixen de ser explicables des d’aquesta teoria. La ciència no pretén que les seves veritats tinguin una validesa eterna. L’eternitat la deixem per a les pseudociències i les seves germanes grans, les religions.
Dice mi mujer que hemos dado 22.845 pasos por Madrid. Pocos me parecen a mí, pero a ella le informa de estas cosas un reloj que lleva en la muñeca y ya se sabe que la tecnología siempre tiene razón. No sé cuánto supondrá esto traducido a quilómetros, pero una barbaridad, seguro.
Hemos comenzado la mañana en el Museo del Romanticismo, porque tenía yo el antojo de rendirle una visita a Paquiro, el torero:
Pero como no hay como ir a un sitio para encontrarse en otro, me he quedado sorprendido por estas dos maravillas de Alejandro Ferrant Fischermans, San Joaquín y Santa Ana (1884):
No estoy yo seguro de que Alejandro Ferrant sea un pintor romántico, pero eso es lo de menos. Lo relevante es su genialidad. Hay muchas cosas interesantes que reclaman la atención del visitante del Museo del Romanticismo pero yo he salido con la memoria totalmente ocupada por estas dos imágenes.
El cohete chino ha caído en el Océano Índico, pero como el cielo parecía decidido a descargar algo sobre Madrid, hoy nos ha dejado caer un chaparrón discreto que nos ha pillado saliendo del Café Gijón. El camarero que nos ha atendido no sabía quién era Ruano.
Primer día en Madrid. Sano y salvo. El cohete chino se ha convertido en una amenaza muy remota.
He pasado la mañana hablando sobre conservadurismo en la magnífica Fundación Conversación, que con tanta sabiduría dirige Armando Zerolo. He desarrollado tres ideas: que el conservadurismo es un reformismo, que el reformismo del conservadurismo hispano ha tenido desde Cánovas una dimensión decididamente social y que el conservadurismo se dice de muchas maneras (hay diferentes tradiciones conservadoras). He aprovechado la ocasión para proponer que el PP cambie su logo: debieran sustituir la gaviota por un berberecho.
En el ABC de hoy aparecen unas declaraciones que me arrancó la listísima Josefina G. Stegmann, que tiene la rara habilidad de llamarme siempre cuando me resulta imposible atenderla. Esta vez, cuando viajaba en el AVE que me traía a Madrid. Y, sin embargo, siempre consigue arrancarme alguna muela sin dolor. En esta ocasión quería que le dijerse mi opinión sobre la prohibición del lenguaje inclusivo en las escuelas francesas. Esto es lo que Josefina dice que yo le dije: "Los franceses no aceptan la degradación escolar del canon. Y eso signifoica que aman la escuela como el lugar en el que el niño se convierte en ciudadano gracias al acceso a una cultura común. Esa cultura no puede ponerse en desbandada ante los intentos de dinamitarla por parte de quienes quieren llevar la revolución al lenguaje. El lenguaje es la razón común, no la razón de parte".
Ha aparecido hoy en El Tribú la última entrega de mi Locutori.
Os podría hablar de la dulce serenidad del amanecer y de como los tonos pasteles se apoderan de las fachadas en el atardecer de Madrid, de las gentes que invaden las terrazas de bares y restaurantes, de lo hermosa y acogedora que es esta ciudad, que ha hecho de la inclusión su esencia. Pero estoy tan cansado,...
¿Y con que me encuentro?
Pues con un cohete chino que, según algunos medios, podría caer en Madrid.
Mail de B.:
"Je passe une heure par jour en salle de kinésithérapie. Nous sommes des dizaines d'éclopés, qui répétons à l’infini les mêmes petits exercices, tels de minables Sisyphes. Et au milieu de nous, un bataillon de kinés, jeunes et beaux comme des dieux et déesses grecs. C’est un spectacle intéressant".
Y aquí, en Madrid, con miedo al cohete chino.
Se acerca el lunes y están ustedes invitados:
Només tens una vida, a què em refereixo amb això?, doncs bé vull arribar a la conclusió del fet que he d'obrir els ulls i gaudir de la vida, sent com sóc jo i a qui no li agradi doncs que no em mirin.
Ara semblaré una vella, però he passat per moltes etapes en setze anys que tinc, sóc una noia com qualsevol altre amb molts complexos que a la llarga els he intentat tapar per por al "què dirà la gent?" però farà qüestió de mesos em vaig adonar que deixaria de preocupar-me per als altres i començar a preocupar-me per mi. Per prendre aquesta decisió he trigat molt, ja que anava rebent comentaris, però el que més em va tocar i em va fer mal eren les persones que m'ho deien... Però la meva família i els meus amics, no aquells que diuen "estaré per sempre" sinó els que m'ho han demostrat quan ho he necessitat, ells van estar per ajudar-me.
Avui aniria i els i faria dos petons a cadascuna d'aquelles persones, ja que m'he fet molt més forta i no passo ni una, de fet algunes de les persones m'han confessat que em tenen enveja, però la meva resposta va ser... Valorat que un cos no ho és tot, ja que és un cos humà es pot engreixar, aprimar i el més important només hi ha una vida!Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico de Extremadura.
¿Se debe dialogar en cualquier circunstancia y con todo el mundo? Ni hablar. O, mejor dicho: hablar sí, y negociar, y hasta argumentar si cabe. Pero dialogar no. El diálogo requiere condiciones éticas y filosóficas que no siempre se dan en otras formas de comunicación. Sin esas condiciones, el diálogo no es posible (sin perjuicio de que se siga hablando, negociando o incluso argumentando).
La primera de tales condiciones es el compromiso con la verdad. El diálogo se instituye con el propósito de investigar o deliberar acerca de lo que son o deben ser realmente las cosas. Si no se comparte dicho propósito (porque no se crea posible, o porque las finalidades sean otras, como persuadir, propagar, manipular o mentir) no hay diálogo que valga.
Dado que la verdad no puede ser algo subjetivo, la segunda condición de todo diálogo es la cooperación. El diálogo es, esencialmente, una actividad intersubjetiva, en que las posiciones e intereses individuales, el triunfo retórico o la reafirmación del propio ego quedan subordinados a ese interés o bien común que suponen el conocimiento o la deliberación en torno a lo justo. Sin ese valor trascendente de lo común (lo verdadero, lo bueno, lo racional...), y de ciertas virtudes concomitantes (honestidad, tolerancia, espíritu crítico), podrán darse el habla, el debate retórico, la negociación, pero no el diálogo.
La tercera condición es la incertidumbre. Se dialoga porque se duda de lo que se cree y, conscientes de esto mismo, se reconoce la necesidad de poner a prueba nuestras ideas y aprender de otros. El diálogo ha de sacarte de tus casillas ideológicas y tus “-ismos” habituales. Si crees ciegamente que tus posiciones son indubitables un buen diálogo te vendría de perlas, pero nadie (salvo que te aprecie o se dedique vocacionalmente a ello) está obligado a ayudarte.
La incertidumbre es, además, condición del interés que nos empuja a empatizar con los demás, interesándonos por su forma de concebir el mundo e inquiriendo y valorando su opinión sobre nuestras opiniones. Si, por el contrario, lo que abunda es la lectura torcida o parcial de lo que dice el otro (para, así, regodearnos en lo “nuestro”), toca levantarse y coger la puerta.
La quinta condición es la radicalidad. En un diálogo no caben dogmas, tabúes o certezas incuestionables; ni conclusiones fijadas de antemano (un “debate” instrumentalizado para conducir a los que participan a una posición predeterminada no es un debate). Participar en un diálogo supone, por el contrario, asumir el riesgo de que nuestras convicciones se desmoronen e, incluso, de que nuestra vida cambie de rumbo.
Por último, un diálogo exige equidad racional, de manera que el derecho a tomar la palabra sea estrictamente proporcional a la voluntad y la capacidad de razonar y explicar (reconocida por los demás) que tenga cada uno. Así, si en un debate se da ventaja al que más grita, paga, pega o manda, tampoco hay diálogo.
Alguien podría decir que, dada esta lista tan exigente de condiciones, uno estaría condenado a no debatir jamás. Y no le faltarían motivos. De hecho, casi todo lo que pasa hoy por “diálogo” (debates parlamentarios, tertulias televisivas, discusiones en las redes) está dirigido a la manipulación, la justificación de intereses particulares, la reafirmación de lo que ya creemos o, más simplemente, a alimentar con sangre y saña al circo mediático que nos mantiene entretenidos en nuestro puesto virtual de trabajo (consistente en proporcionar información y comprar lo que nos ofrecen).
¿Deberíamos ser, entonces, tan pulcros o tiquismiquis? ¿No dejaríamos, así, el campo libre a demagogos y dogmáticos? Yo aquí soy optimista. Creo que la pulcritud intelectual y moral nunca es excesiva, y que es lo único que puede sacarnos de esta debacle. Más aún, espero que el espectáculo degradante del no-debate público vaya generando una reacción creciente de desapego, de forma que el simulacro de “diálogo” con que se autolegitima el régimen acabe por descubrirse solo.
Mientras, no ya levantarte indignado de la mesa (como los políticos o los famosos en los programas de cotilleo) sino, directamente, no participar de ninguna manera en el Show. No digamos si, en lugar de demagogia, ruido, consignas o risas necias, lo que hay sobre la mesa son amenazas, balas, pistolas o rebeliones de opereta, en cuyo caso no solo no hay nada que dialogar, sino que hay la obligación de expulsar del plató, la institución y hasta de la vida civil al que violenta, sometiéndole, si procede, a la violencia legítima de la ley.
A no ser, claro, que nos vaya la marcha, y que lo único que nos interese sea este crispante estado (completamente ajeno al bien común) de campaña electoral permanente.
Tengo ahora mismo, a las 16:00, una videoconferencia con Madrid que me deja sin paseo vespertino. Iré al grano.
El PP ha ganado con una amplia mayoría las elecciones de la comunidad de Madrid. La izquierda perpleja, se mira los bolsillos, volviéndoselos del revés, intrigada porque no cree que haya perdido las llaves de la que considera su casa, sino que se las han robado. No sabe qué ha pasado. Las buenas gentes de la izquierda -lo digo sin ironía- están convecidas de que son los únicos buenos y no entienden cómo el pueblo trabajador puede haber preferido a los malos.
Los malos son los que caben en el simplista esquema de espantapájaros con el que la izquierda ha esquematizadso a la derecha.
Daré mi explicación de lo ocurrido.
Viajo bastante a Madrid y siempre vuelvo sorprendido por el dinamismo de esta ciudad. Todo el mundo anda con planes, proyectos, ilusiones. Recibo más invitaciones de las que puedo responer y me siento, en cuanto llego a Atocha, como en casa. Pues bien, a los madrileños, que son conscientes de este dinamismo, la izquierda les ha estado diciendo que no hay nada de esto. Los madrileños no pueden decir que están bien y si lo dicen, saldrá algún izquierdista a rebatirlos, intentando persuadirles de que en realidad se encuentran no mal, sino muy mal, rematadamente mal, que viven en el sumidero de lo peor de España. Su conciencia del bienestar es sólo una conciencia cautiva, alienada, que necesita de los argumentos de un progre o, en su defecto, de un catedrático de metafísica, para descubrir su dolor.
Añadamos que si te consideras conservador es imposible reconocerse en la imagen vampírica que los socialistas y podemitas han proyectado de ti. Tú bien sabes que no eres nada de eso y, además, que no conoces a ningún conservador en Madrid que se aproxime si quiera a esa imagen fantasmal de una derecha que sería en realidad una ultraderecha filofascista, autoritaria, contraria a los intereses de los trabajadores, de la cultura, etc.
La manipulación ha sido tan grosera que, al final, el elector se ha guiado más por lo que veía directamente que por lo que le aseguraban que tenía que ver. Entre las cosas que veía estaba una mujer que siente orgullo de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Lo más curioso es que resulta claramente perceptible entre los vencedores como una liberación no tanto por haber ganado como por habrse quitado de encima a alguien -Iglesias- que intentaba denodadamente convertirlos en extranjeros de su identidad.
Cinefòrum dinamitzat per Joan Méndez
Sinopsi: el capità Vladimir Arseniev i el seu destacament han de fer prospeccions geològiques en els boscos de la taigà Siberiana. La immensitat del territori i la duresa del clima fan que s’extraviï. Condemnat a vagar pel territori salvatge coneix Dersu Uzala, un caçador nòmada que coneix bé el territori i l’ajuda a superar les inclemències del temps. Dersu ensenyarà a Vladimir a respectar la natura i a conviure en harmonia amb ella.
Mañana de trabajo intenso, preparándome varias conferencias que debo dar próximamente y leyendo con interés la biografía de Azaña de Emiliano Aguado. La sopresa del día me la ha dado el periodista húngaro Péter Heltai, redactor de una revista de Budapest, que me comunica que hoy ha publicado una entrevista que me hizo hace varias semanas. Me veo a mí mismo hablando en una lengua que me resulta totalmente desconocida y no me siento yo. De Hungría apenas sé nada. El primer nombre que me viene a la memoria es el de Béla Hamvas y su maravillosa Filosofía del vino. Después, enganchados a la filosofía, Lukács, Lakatos, Max Nordau, Agnes Heller....
He comido en el Petit Cafè, en la Plaza de Ocata. Y he vuelto a descubrir que la mayoría de la gente no guarda ninguna consideración con alguien que está leyendo. Al que lee se le puede interumpir con cualquier cosa, por ejemplo, con una muestra forzada de amistad, y tantas veces como apetezca. Cómo me gustaría aparentar que soy un misántropo y en el fondo no serlo, en vez de serlo a medias sin aparentarlo.
Esta tarde, paseo largo por la sierra de Sant Mateu, en Teià:. El Mediterráneo se ve diferente cuando se contempla desde la ladera, recuperando el aliento en un claro del bosque. Es como una huida del paisaje, una evocación de la aventura. Es la imaginación de lo posible desde la comodidad de Ítaca. En mi caso, comodidad relativa, porque mi Penélope sigue en Pamplona.
Leo mucho, a todas horas y, sin embargo, avanzo poco. A veces me ocurre esto: me obligo a leer determinadas cosas para asegurarme que no se me ha pasado nada por alto y cuando cierro el libro no he tomado ni una nota, aunque me haya entretenido en cuestiones marginales. He acabado con Ridruejo. Una decepción, porque posiblemente esperaba una obra importante de un mportante personaje. Creo que en él lo importante era su presencia física, su proximidad, su cordialidad. Me lo confirma Tono Masoliver, que lo conoció bien. Su poesía no me ha interesado nada (pero tengo que reconocer que él no parece que se hiciera muchas ilusiones como poeta) y en sus ensayos no me he encontrado ideas de esas que te hacen tropezar. Al final, me quedo con el Ridruejo viajero, el que, por ejemplo, pasea por Soria y describe con tan entrañable pulcritud el paisaje, los pueblos y las gentes. Ridruejo tenía, me parece a mí, un alma machadiana.
Recibo un mail de un gobierno autónomo. Me dicen que lo que me tenían que haber enviado hoy no saben cuándo me lo podrán enviar porque tienen un problema informático. ¡Ah, la informática! Nos hemos convencido de que la tecnología es moralmente neutra y que, por lo tanto, no hay que echarle las culpas de nada. Es como un nublado que arrasa una cosecha con una pedregada. ¡Qué le vamos a hacer! Lo más divertido ha sido el argumento final: "Lamentamos las molestiass ocasionadas por este retraso causado por nuestro deseo de innovar". Hace tiempo que vengo diciendo que lo nuevo ha ocupado el espacio que hasta hace poco teníamos reservado a lo bueno.
Largo paseo por las viñas de Alella. 9 km en 2 horas con un tiempo espléndido. Un sol imperial pero sin estridencias y una brisilla serena. No había nadie trabajando en las viñas y sólo me he cruzado con un caminante y su perro.
La primavera sigue su curso. Lo anuncia la flor del acanto, que ya insinúa sus colores:
Y lo confirman los tonos suaves del paisaje y las francicanas florecillas de los lindes.
Los racimos insinúan el milagro de cada año. Cada brote nuevo es una victoria de la cultura (como agri-cultura) sobre la naturaleza, un canto a la capacidad domesticadora del hombre. En algún lugar del mundo dentro de un par de años alguien beberá el vino que aquí nace.
El suelo estaba blando, el aire limpio, el campo desierto, el silencio era completo.
Me he recorrido estos lugares muchas veces y cada primavera me sorprenden porque (me) parece que me estaban esperándome. En todo caso, son un regalo que, al caminar en soledad, tienen algo de exclusivo.
Esos cipreses -árboles de Afrodita- llevan aquí muchos años, poniendo sobre las laderas una pincelada toscana. Cada vez que hago este recorrido me detengo a admirar esa insisencia suya por romper la horizontalidad dominante del paisaje...
Al fondo, Barcelona, como un espejismo. Me imagino que la mayoría de barceloneses no tienen ni idea de lo cerca de sus casas que está este oasis de paz. Mejor que siga siendo así, desde luego.
Los pámpanos parecen poseer una luz interior que los empuja a creceer.
Otra cosa: En el número de mayo-junio de la revista CLAVES hablamos de la familia: "evolución de una institución imprescindible":
Para apuntalar esta retórica de violencia contra personas enfermas o con necesidades especiales, la maquinaria de propaganda nazi articuló un discurso que intentaba convencer a los ciudadanos alemanes del alto coste que asumía el Estado por mantener “parásitos”, en alusión a discapacitados psíquicos y físicos, como señala Michael Burleigh en Muerte y liberación: la eutanasia en Alemania1900-1945 (Cambridge University Press, 1994). Esta propaganda, según Burleigh, tuvo cierto éxito, ya que informes secretos policiales revelan que “la gente estaba lejos de condenar unánimemente estas políticas” eugenésicas.
El sistema de Vox para condenar el gasto público en atender a menores extranjeros no acompañados no es, por tanto, novedoso: es la misma técnica propagandística que se usó para justificar una guerra de aniquilación contra aquellos a los que percibía como genéticamente inferiores.
Parece que sale el sol. La mañana ha sido insípida, destemplada, con lluvia intermitente y un cielo confuso que no acababa de decidir con qué gris quedarse. Ahora las nubes, contundentes, navegan a su antojo bajo un cielo azul pálido y de vez en cuando dejan paso a la reconfortante luz del sol.
He salido a eso de las 11:00 a dar una vuelta por el pueblo con el paraguas. No me apetecía quedarme encerrado en casa. El suelo estaba húmedo e iba palpando su consistencia con los pies, con un caminar de braille pedestre. Sabes que eres viejo cuando no puedes contar con la fidelidad de tus piernas traicioneras. El resbalón es algo más que una amenaza, es una insinuación a cada paso, especialmente en este pueblo con tanta cuesta.
En el paseo veo desde lejos a la mujer más sosa del pueblo. Blanda, sin cuello, regordeta, camina con pasos pequeños a un ritmo constante. Me ha visto y viene, directa, a por mí. No desaprovechará la portunidad de contarme uno de sus insípidos chistes. La caridad bien entendida debiera comenzar con la sinceridad con el palizas, porque si te haces el complaciente, ya no te lo quitas de encima. He caído. Es decir, he reforzado su vicio.
Dice Ambrose Bierce que la Tierra tiene forma esférica para que no podamos echarnos de la misma unos a otros a empellones. En Bierce he pensado cuando la mujer ha descargado sobre mí su insipidez.
Creo que me voy a dar una vuelta por la playa y posiblemente me llevaré a Ravel conmigo. Es primero de mayo.
Sigo de Rodríguez, así que hoy me he preparado para comer una hamburguesa, gulas y un huevo frito encima. Delicioso. ¡Y la salsilla del fondo...!
Esta mañana me ha llegado esto:
El próximo día 10 de mayo lo presentamos en el Teatro de la Comedia a las 13:00. Están ustedes invitados. Si quieren acercarse, estarán en compañía de los monstruos Lluis Homar y Xavier Albertí. He dicho lo presentamos y debiera decir "los" presentamos porque se presenta también este otro libro, de María Condor.
Son los dos primeros volúmenes de un proyecto ambicioso de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y se pondrán a la venta en el mismo Teatro de la Comedia por 3€.
Acabo de decidir, mientras me ponía a escribir esto, que me voy a hacer para comer una tortilla de patatas con cebolla. Creo que ha sido la decisión la que me ha producido la apetencia. Así que voy a abreviar. Sólo dos cosas.
La primera: Mi artículo de hoy en El Subjetivo trata de un filósofo carabinero que leía a Heidegger en la frontera franco-española de Dancharinea... y de alguna cosa más.
La segunda: He comenzado a leer a la vez dos libros: La abolición del hombre, de C.S. Lewis y Escrito en España, de Dionisio Ridruejo. Del libro de Lewis, que es en realidad una relectura profunda, tengo que hablar el próximo dia 12 en Madrid, en la IV Edición del programa Young Civic Leaders de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. El libro de Ridruejo forma parte de un proyecto personal que comenzó de una manera hace un par de años y está derivando a otra muy distinta. Me ha pasado más de una vez: tengo una idea en mente y voy acumulando materiales para darle forma precisa, pero a medida que estos materiales crecen me van pidiendo que cambie la forma del proyecto, porque la realidad es más compleja de lo inicialmente sospechado y, sobre todo, más amena.
Me voy a pelar patatas y cebollas.
La burocratización del mundo en la era neoliberal
Béatrice Hibou
(Traducción de David J. Domínguez)
Madrid, Ediciones Dado, 2020
Luis Roca jusmet
Como ya sabemos, el neoliberalismo es algo más complejo que el proyecto económico en el que se privatiza lo público y se desregula el mercado. Se ha analizado a partir de sus prácticas, de su imaginario, de su ideología, de sus implicaciones políticas, de las formas de interacción que inaugura. Se ha dicho mucho y era necesario hacerlo, ya que se está convirtiendo en lo hegemónico a nivel social global. Per faltaba decir algo y este libro lo dice. Se trata de la manera como el neoliberalismo, al contrario de lo que predica, nos atrapa en unas redes burocráticas que es una forma de gobernar pero que también va tejiendo muchos de los aspectos de nuestra vida laboral e incluso cotidiana. La referencia para su análisis es (y así lo explicita de manera muy precisa en el postfacio), Max Weber. Pero tiene muy buenos compañeros de viaje: Michel Foucault, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort. El primero en sus lúcidos apuntes sobre el neoliberalismo y los últimos en sus análisis de la sociedad burocrática. Todos ellos muy presentes, con todo su potencial crítico, en la caja de herramientas teórica que utiliza la autora del libro, la brillante socióloga francesa Beatrice Hibou. También están presentes Hebert Marcuse ( con su análisis del hombre unidimensional en el capitalismo avanzado), Paul Veyne ( con su análisis de los mitos) Karl Polanyi…
El libro argumenta de manera muy consistente una hipótesis a primera vista sorprendente: la propuesta neoliberal, cada vez más materializada en más sociedades, supone una nueva burocratización que supera todas las anteriores. Lo que ocurre es que este nuevo control burocrático es difuso, fragmentario, y a veces imperceptible. Está formado por un conjunto de dispositivos normativos y procedimentales cuyo rasgo fundamental es la formalización, es decir la abstracción. Es un paso más, y muy importante, en lo que Max weber llamaba “la burocratización universal del capitalismo”. En esta fase hay dos rasgos característicos: el primero es que se diluye la diferencia entre lo privado y lo público, ya que es el modelo de gestión privado el que se impone por todas partes; el segundo es que la abstracción y la formalización se radicalizan al máximo, conduciendo a una especie de “ficción de la realidad”.
El orden neoliberal es un orden mercantil y empresarial que requiere una actualización permanente de sus sofisticados métodos de formalización. Es un gobierno empresarial que llega a las instituciones y regula la vida cotidiana. Todo debe gestionarse de manera rentable, cuantificando y calculando siempre bajo el dominio de la contabilidad. El control y el mando no se establecen de manera jerárquica piramidal, se efectúan de manera indirecta, a través de un sistema de normas, de reglas y de relaciones contractuales que implican prácticas burocráticas. La manera como se impone es en forma de incentivos. Es un sistema de índices y de cifras que implican, en su proceso de formalización, una pérdida importante de información y de todo lo que es singular y cualitativo. Lo que prolifera casi exclusivamente es la matematización del saber. Hay una transformación radical según un modelo de gestión privada, que se aplica también a lo público, en el que las finanzas forman parte de un proceso tan fragmentado y especializado que todo se vuelve opaco. Se impone al mismo tiempo la judicialización y la legalización del mundo empresarial y la búsqueda de seguros a toda costa.
El nuevo espíritu del neoliberalismo es el de una sociedad totalmente burocratizada. Es una forma de gobierno a todos los niveles, desde la escuela hasta el Estado. Hay una burocratización neoliberal de la alianza público-privada según la contratación de la lógica jurídica privada. Hay una reinvención de la planificación de lo público centrada en la cuantificación de los resultados. Hay, paradójicamente, una exigencia de transparencia que finalmente lleva a la máxima opacidad, ya que casi nadie controla los medios sofisticados del proceso. El proceso burocrático continua en la búsqueda de certificación, que exige una auditoría del sistema y una verificación según la normativa. En el sector público hubo una des legitimización progresiva de la intervención pública directa y la necesidad, por actores privados, de ver el entorno modelado según sus intereses. Esta normalización se basa en el principio de trazabilidad, que es la capacidad de reconocer y remontarse a los procedimientos que permiten una producción de un producto o un servicio. Se trata, en todo caso, de una dominación en forma de normalización: oficinas de evaluación, de las agencias de calificación y sociedades de certificación que lo evalúan todo y califican cuando hay lo necesitan. El lugar por excelencia es la seguridad para el despliegue de las técnicas de control y vigilancia.
Un elemento importante es la producción de la indiferencia social entre los ciudadanos, convertidos en clientes. La ética se convierte en algo puramente formal, en una adecuación a la racionalidad técnica y a la ingeniera burocrática. La ayuda humanitaria se convierte en algo burocrático que permite alcanzar el estatuto de víctima, que siempre remite a una lógica individualizante. La pobreza algo tipificado con unos criterios burocráticos que debe resolver el problema de integrar a los excluidos en el mercado. Es un diagnóstico técnico. La indiferencia es resultado de la despolitización. La burocratización se convierte en el lugar de enunciado de lo político. Hay una eliminación ficticia del conflicto, que se oculta y se esconde bajo el lenguaje del consenso y las técnicas de mediación y de resolución de conflictos. Lo que no se puede formalizar, que es lo heterogéneo, queda excluido. Pero no se trata de una descomposición de lo político sino de una reorganización de las formas de dominación. Si se quiere hacer un planteamiento emancipatorio hay que lidiar con esta cuestión, mucho más seria de lo que puede parecer.
Con este breve resumen he intentado resaltar los elementos básicos de que desarrolla con rigor, precisión y claridad Béatrice Hibou en n libro que no dudo en calificar de imprescindible para entender un aspecto menos visible de lo que es el gobierno neoliberal de nuestras vidas.
El futurisme reproductiu no necessita més deixebles. Pero tampoc n’hi ha prou amb l’actitud punk de “no future”, com si tot el que ens quedés per fer fos seure a mirar com els injustificadament rics i poderosos es carreguen la nostra economia, el nostre clima i el nostre planeta, mentre gralles sobre els escarabats egoïstes que tenen la sort de menjar-se les molles del banquet. (110)
Durant la meva tardor prenyada -l’anomenat trimestre daurat- [...] Vaig rebre aquesta ajuda, que em va semblar d'una amabilitat extrema. Més d’una vegada, militars que em creuava a l’aeroport se’m quadraven literalment. Aquestes demostracions de familiaritat em deixaven quasi en xoc. Portes el futur a dins, s’ha de ser amable amb el futur (o si més no amb certa imatge del futur, que es veu que jo semblava capaç de proporcionar i els nostres militars a punt per defensar) [...]
Però el cos embarassat en públic també és obscè. Irradia una mena d’autoerotisme petulant: una relació íntima s’està duent a terme, visible per a tothom, però que decididament els exclou. (129)On anava jo hi anava el bebè, també. Hola, Nova York! Hola, banyera! I tot i això, els bebès tenen una voluntat pròpia, que es fa evident per primer cop quan el meu estira una extremitat i em converteix la panxa en una mena de carpa. (131)
Els bebès creixen dins d’una espiral d’esperança i de por: la gestació només t’acosten al cercle més profund de l’espiral. (132)
De la manera com ho interpreta Sedgwick, no va ser només el fet que ella relacionés una escriptora canònica amb el fantasma brut del plaer personal el que va semblat depravat als seus crítics [es refereix a l'article “Jane Austen and the masturbating girl”]. Encara va ser més irritant l’espectacle d’una escriptora i pensadora -ja fos Sedgwick o Austen- que considera la seva feina com a generadora de felicitat, i que ho celebra públicament com a tal. Encara pitjor, en una cultura decidida a dessagnar les humanitats fins que morin, juntament amb qualsevol tasca amorosa que no serveixi al Déu del capital: l’espectacle d’algú a qui li agrada la seva feina inútil i perversa, i que a més la cobra -i fins i tot bé. (161)
Comida, gratísima, como siempre, con F., en el lugar de siempre y, como siempre, hablamos de editoriales, de autores, de libros... y de jóvenes promesas. Hacemos planes y, como diría Herralde, "gossipeamos" un poco.
F. es una persona que se gana espontáneamente lealtades. Yo quisiera ser él -al menos en este aspecto.
Como llego pronto a Barcelona, entro en el Corte Inglés, donde estoy seguro de que encontraré lo que busco, en la planta de caballeros. Una dependienta muy amable me atiende. Le explico lo que deseo: calzoncillos y camisetas El abanderado, los más clásicos que tenga, los de algodón de toda la vida, sin florituras, estricta comodidad. La chica se me queda mirando y me suelta -ah, la espontaneidad culpable!:
- Está usted muy joven para llevar calzoncillos de abuelo.
Es muy triste lo que estamos haciendo con los jóvenes. No les estamos enseñando las virtudes de la santa hipocresía y sin ella naufraga la civilización.
Antes de volver al tren, me paso por la librería Laie, a ver libros que no leeré. Me compro La mirada cínica, de Ambrose Bierce. Aquí el aforismo con el que me encuentro al abrir el librito al azar: "Si al menos la opinión pública estuviera determinada por el lanzamiento de una moneda, a la larga acertaría la mitad de las veces".
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Cuando uno es pequeño suele encandilarse con el discreto encanto de las pequeñas cosas, y hasta la más minúscula fruslería le parece grande y rara, hasta que, al hacernos mayores o sabios, los detalles se descubren como lo que son: un incordio, una pérdida imperdonable de tiempo, una extraviada pulsión de muerte que solo mola a los poetas intimistas, los que alucinan por un tubo (ustedes ya me entienden) o a los místicos que buscan a Dios justo en lo que no es.
Digo todo esto por el desprecio (retórico, por descontado) que muestran por lo “universal” todas las almas cándidas que, haciendo gala de ese gusto, tan romántico y burgués, que tiene la modernidad por lo sensible, se empeñan en confundir lo real con lo concreto, lo verdadero con lo palpable, lo bueno con lo emotivo y lo justo con un fabuloso y tribal jardín del Edén. ¿Se puede estar más perdido?
Empecemos por esto de la realidad. ¿Habrá cosa en el universo, comenzando por el universo, que no sea un “universal”? No ya las leyes universales del cosmos, sino hasta los más pequeños objetos o sucesos son realidades puramente ideales. Piense, verbigracia, en usted mismo. ¿Por qué usted es usted? Ni en lo concreto de su cuerpo ni en lo etéreo de su tiempo hay nada más que infinitas partes de partes, ninguna de las cuales es idéntica a ninguna. ¿Dónde radica, pues, su identidad? ¿En qué cambiante momento es Ud. el que es? En ninguno, claro. Porque Ud. no es ninguna cosa o momento concreto, sino un universal, una esencia, una cosa… ideal.
Pensemos ahora en ese tipo de identidad entre mente y mundo que entendemos vulgarmente por “verdad”. “No hay verdades universales”, dicen los locos que, negando lo que afirman, toman como universal la verdad de que no la hay. ¿Pero no la hay de verdad? Imposible. Cada vez que enunciamos algo descubrimos una verdad universal y eterna como el tiempo. Que “ahora que escribo esto son aquí las siete” será verdad siempre, a las siete y a las nueve, aquí y en Japón, y si no fuera verdad (porque todo es relativo, porque me hubiera equivocado, o porque mi reloj cojeara del segundero), sería igualmente falso (es decir: verdaderamente falso) aquí y en Japón, a las siete y…
¿Y lo “bueno”? ¿Es universal o relativo lo “bueno”? Si algo es bueno de verdad, no puede serlo solo para mí; y si no es bueno de verdad, no es bueno. Piénsenlo otra vez: si lo bueno es según cada cual, es que todos vemos (mal, parcialmente) lo mismo (lo Bueno), luego lo bueno de verdad será siempre lo que es, y el relativismo moral una tesis universalmente falsa, sin que pueda salvarla de ello emotivismo alguno: las emociones y su baile de hormonas no están menos determinados por la música de esos universales que son las ideas interpretando (en tono mayor o menor) el “cómo nos va la feria”.
Pasemos a asuntos más polémicos. ¿Es el pérfido universalismo-de-occidente el padre del especismo antropocéntrico, el colonialismo, el androcentrismo, el esclavismo o el cambio climático? Lo dudo mucho. La mayoría de las culturas se instituyen como un patriarcado, y son tan antropocéntricas y colonialistas como puedan serlo. De otro lado, el capitalismo depredador no es el fruto del universalismo, sino de un relativismo que, descreído de toda verdad o valor universal, nos conforma con la más pobre de las filosofías (la más concreta de las universalidades): la del mundo como un mecanismo ciego, la de la pura voluntad de poder, el imperio de los cuerpos y los cosas, o la sacralización del dinero...
Si algo nos ha descubierto, por el contrario, el universalismo occidental (aunque no solo él) es ese plano trascendente a lo concreto y a las visiones y deseos subjetivos que da lugar a lo objetivo del conocimiento o a la racionalidad de los valores morales.
Que todo nuestro actual sistema de valores (la dignidad, la equidad y la justicia, la solidaridad, la paz, el respeto por el diferente o el cuidado de la naturaleza) haya surgido junto a la subjetividad más ciega, los deseos más egoístas, la opresión de mujeres y esclavos, la guerra, la persecución y el expolio, es una amarga ironía, pero también una esperanza de progreso. Quiere decir que algo hemos aprendido y que, tal vez, los ideales de una civilización pueden, y deben, trascender su origen. Algo que ocurre siempre que en ella se profundiza en las ideas de universalidad y trascendencia.
Desconfíen de los nuevos y extraviados profetas. Cualquier tiempo pasado fue peor: menos universal y más esclavizado por irrelevantes detalles y falsos ídolos (la raza, el género, la comunidad, la patria, el idioma, la costumbre…). Las pequeñas cosas tienen, sin duda, su encanto; pero solo si uno no las confunde con las grandes y esenciales y hace de ellas un falso y peligroso universal.
"L'exercici més fructuós i natural del nostre esperit és, al meu parer, la conversa. Trobe que acostumar-s'hi és l'acció més dolça de la nostra vida; i és la raó per la qual, si se'm forçara a hores d'ara a triar, consentiria més prompte, així ho crec, a perdre la vista que l'oïda o la parla. Els atenesos, i els romans també, conservaven amb gran honor aquest exercici en les seues acadèmies. En el nostre temps, els italians en retenen alguns vestigis, per al seu gran profit, com es veu si comparem els nostres enteniments amb els seus. L'estudi dels llibres és un moviment lànguid i feble que no escalfa, mentre que la conversa ensenya i exercita alhora. Si converse amb una ànima forta i un dur rival, m'ataca pels flancs, em punxa per la dreta i per l'esquerra, les seves imaginacions esperonen les meues. La rivalitat, l'ambició, la lluita, m'empenten i eleven per damunt de mi mateix. I l'acord és una qualitat completament enutjosa de la conversa."
Michel de Montaigne (1533-1592): "Sobre l'art de conversar". Assaigs, III, VIII.Escribe B: "Merci à vous amis qui me souhaitent une meilleure santé. J'en suis touché".
Ayer por la tarde mantuve una charla telemática en el Instituto Juan de Mariana con Quintana Paz sobre conservadurismo. Era, de hecho, la continuación de otra anterior que se nos quedó corta. Esto de las pantallas en un sustituto necesario, pero muy torpe y muy limitado, de la relación fundamental, que es la relación cara a cara. Cuando dos personas discuten sobre algo en el mundo real es todo su cuerpo el que se expresa; cuando discutimos mediados por las pantallas, el cuerpo es un testigo no diré que completamente mudo, pero sí bastante tartamudo y excesivamente pudoroso y eso, curiosamente, resta verosimilitud y, sobre todo, presencia, a los argumentos que intercambiamos. Cuando Sócrates dialogaba con los jóvenes atenienses utilizaba con frecuencia dos expresiones: "ponte en tensión" y "volvamos atrás". Con la primera estaba diciendo que nuestra actitud ante el diálogo es la parte esencial del mismo y, sobre todo, aquello que con mayor claridad nos llevamos a casa; con la segunda, animaba a recuperar la tensión y la frescura inicial que puso en marcha el diálogo y que siempre está amenazada por las divisiones, definiciones, diferencias y sutilezas de la discusión. Parece que quiere decir: o intensidad (y entonces el sujeto que habla es, todo él, el que dialoga) o claridad (y entonces el logos se independiza de nosotros y se acaba perdiendo, hasta el punto de que podemos dudar de si nos reconocemos o no en las palabras que decimos). En el primer caso nos jugamos, sobre todo, el acuerdo o desacuerdo cono nosotros mismos; en el segundo, nos ocultamos tras nuestras palabras.
El tiempo sigue antojadizo, es decir, infantil, que es lo propio de la primavera. Al generoso sol de ayer le ha sucedido una mañana insípida, de grises desvaídos, azules sucios y lechosos, un vientecillo insidioso que me ha pillado mal abrigado y lloviznas a ráfagas que han dejado una fina película de tierra amarillenta en la terraza. Mi cuerpo, barruntándose el cambio, me ha mantenido toda la noche rondando por la casa, como alma en pena, descentrada e incapaz de dar con su destino.
Mi Agente Provocador ha salido a primera hora de la tarde para Pamplona y yo me he prometido aprovechar el tiempo al máximo. Me he programado unos deberes rigurosos que bien sé que no cumpliré. Aquello de Sócrates de que la peor derrota es la que se infringe uno a sí mismo, me resulta tan familiar... Pero el hombre hacendoso que yo quisiera ser se divierte imponiéndole tareas regladas al hombre real que me lleva a rastras y tampoco es cuestión de dejarlo sin voz ni voto.
Me escribe Fernando Savater y me dice que me lea esto. El autor, Shane Trotter, me sonaba... y no he tardado en encontrar la razón. Me lo encontré casualmente hace unas semanas defendiendo en un artículo la fórmula de la felicidad, con lo cual, lo aparté de mí como a un moscardón. Pero el artículo que me sugiere Fernando es interesante.
Aparece una buena reseña de La escuela no es un parque de atracciones en una revista importante, Teoría de la educación. Este libro ha ido haciendo su camino sin prisas, sin aspavientos, de manera silenciosa, pero sin parar. Recuerdo que en el último momento, después de mandarle el texto, le dije al editor que no lo publicara, que no estaba contento con el resultado y que quería revisarlo de arriba abajo. Él, con más sentido común que yo, me respondió que ni hablar. Esta reacción de pánico ante el "nasciturus" es tan habitual en mí que ya debería estar vacunado contra ella. Pero mis fantasmas se despiertan en cuanto pongo el punto final a un manuscrito con el mismo poder de convicción.
Esta tarde, a las diez, tengo una charla telemática amigable con Quintana Paz en el Instituto Juan de Mariana. Hablaremos de conservadurismo.
Sin noticias de B.
Gratísima visita de dos amigos zaragozanos muy queridos, Iris y Rafael, que se presentan con esa inefable felicidad que los recién casados llevan prendida en la piel y en los pequeños gestos. Todo en ellos tienen un aire de cálida intimidad desvelada. Hemos vermuteado en la Plaza de Ocata y comido en casa. Comido y bebido, porque con el transcurso de la comida el vino se nos iba pegando al paladar y a los parpados. Hemos hablado de Marías, de Ortega, de Unamuno y de mil cosas más. ¡Qué cosa asombrosa es la amistad! ¡Qué clima de confianza se crea entre los amigos! ¡Qué bueno sabe el maridaje cordial de vino y risas!
B. me escribe, deprimida, tras la operación, dejándome en el lomo bien clavadas las banderillas de una terrible interrogación: "Franchement, cher philosophe, tout cela vaut-il le coup?"
Tras mucho rumiarlo, me decido a contestarle que sí, que vale la pena y que tengo dos argumentos irrefutables que lo demuestran:
El primero: Tenemos todavía muchos correos que intercambiarnos y así B. podrá continuar dando envidia a sus amigas con su correspondencia con su amigo filósofo español.
El segundo: Gracias a nuestra correspondencia puedo fardar ante mis amigos de mi amiga B., parisina. Ninguno de ellos tiene una amiga parisina. Es, por lo tanto, de sentido común querer mantener mi superioridad cosmopolita sobre ellos. La perturbación de nuestra correspondencia me rebajaría al nivel de su miseria relacional, disminuiría mi dignidad y, en consecuencia, implicaría una grave merma de mi amor propio.
He comenzado De historia y política, de Luis Díez del Corral (1956). Lleva una dedicatoria manuscrita del autor: "A Carlos María González de Heredia y Oñate". Me gustan estas dedicatorias de los libros de segunda mano. Me permiten, de alguna manera, situarme a espaldas del receptor original, para prolongar su eco. ¿Dónde acabarán todos estos libros míos cuando sean de tercera mano? ¿Se les brindará la oportunidad de llegar a serlo?
Larga entrevista con un periodista de El periódico. Quiere conocer mi opinión sobre los datos que sugieren que los adolescentes cada vez se muestran más desinteresados por el deporte.
Efectivamente, el desinterés es real y creciente. Los sucesivos estudios del Consejo Superior de Deporte sobre los hábitos deportivos de la población escolar así lo vienen señalando al menos desde el 2011. El sedentarismo crece, especialmente entre las chicas. Parece que el momento en el que el flujo del abandono se convierte en cascada es el de los 12-13 años. Curiosamente, a esa edad los chicos -sobre todo ellos- abandonan la lectura de libros.
¿Por qué? ¿A qué se debe este abandono? Los argumentos que aducen los adolescentes para justificarse son inquietantes porque recuerdan mucho a sus quejas en la escuela: la práctica deportiva es aburrida, no les gusta sentirse humillados cuando pierden, el entrenador no los motiva... Curiosamente, la práctica de deporte parece fomentar tanto la capacidad atencional como el trabajo en grupo.
Desde que en los años 50 el sociólogo norteamericano James Coleman descubrió la emergencia de una específica cultura adolescente, con sus propios rituales, lenguajes, modas, aspiraciones, etc., ésta ha ido, al mismo tiempo, creciendo (cada vez se expanden más sus márgenes cronológicos), diversificándose (se habla de la atomización del ocio adolescente) y buscando su identidad a espaldas de los adultos. Hoy en torno al 40 % de los adolescentes cree que tiene mejores cosas que hacer que practicar deporte o ver deporte en la televisión.
Ha aparecido en El Mundo una entrevista que me hizo el sábado pasado Olga San Martín. Lleva una foto de Javier Barbancho, hecha en la Cuesta de Moyano (creo que, de aquí en adelante, sólo me voy a dejar fotografiar con gafas de sol):
En el suplemento cultural del ABC Luis Alberto de Cuenca reseña el magnífico libro de J.M. Sánchez Galera, La edad de las nueces. Afirma, entre otras cosas, que "está enriquecido con un estupendo prólogo, como todo lo que escribe, de Gregorio Luri". A nadie le amarga un dulce, especialmente si viene de un poeta como Luis Alberto.
Aparece también la segunda entrega de mi Locutori en El Tribú.
Releo despacio algunas páginas de Ideas para una filosofía de la historia de España, de Manuel García Morente (1943) y me quedo, especialmente, con su sutil y clarificadora diferencia entre sujeto y persona.
Comida en familia para celebrar el cumpleaños de mi segundo nieto, Gabriel. Siete años, nada menos nos hace hoy. ¡Santo Dios, los nietos crecen muchísimo más rápido que los hijos!
Todo es política. Nadie está más convencido de eso que yo. Pero la vida no cabe en los esquemas de los debates políticos habituales. Hay que reducirla mucho para hacerla encajar allí. La política es inevitable, pero la vida personal tiene más dimensiones políticas que lo que se suele entender por política. Y hay que preservarlas.
Propio del lenguaje humano es que con sólo un pequeño número de morfemas (elementos ya significativos del lenguaje) cabe realizar una enorme cantidad de combinaciones, de ello resulta esa capacidad que tiene el lenguaje humano de decir todo. Los morfemas se descomponen en fonemas (elementos desprovistos de significación), cuya imposición selectiva es, sin embargo, la matriz de toda carga semántica. Nada análogo en el somero mensaje de la abeja, que de hecho, no es la expresión de un lenguaje. Al respecto escribe el evocado Benveniste:
“El conjunto de estas observaciones muestra la diferencia esencial entre los procedimientos de comunicación descubiertos en las abejas y nuestro lenguaje. Esta diferencia se resume en el término que nos parece más apropiado a definirlo: el modo de comunicación utilizado por las abejas no constituye un lenguaje, se trata de un código de señales”.
Quizás el nihilismo esencial consista en renunciar a esta posibilidad de seguir actualizando el mundo a través de las palabras, en sentir que decididamente todo está dicho, o incluso que el decir desde el origen poco importa que la confianza en la capacidad humana de otorgar sentido fue simplemente una suerte de espejismo, casi una muestra más de una superada ingenuidad.
Víctor Gómez Pin, El hombre cuenta (II): "La oveja que como centellas", El Boomeran(g), 23/04/2021
Lo sorprendente de este libro no es que nos muestre un Valera liberal, socarrón y escéptico en pleno dominio del nacionalcatolicismo, sino que petenezca a una colección pensada para alumnos de bachillerato.
La mañana, curiosa, ha comenzado con una llamada desde las Cortes y ha acabado con otra de un periodista que me entrevistará a las 17:30.
Cada vez me interesan menos las novedades literarias. Prefiero dejarme llevar por la lectura que se insinúa en el libro que estoy leyendo, es decir, me gusta que las lecturas futuras respondan a un reclamo de las presentes. Cada libro convoca a otros y así se va estableciendo un diálogo entre ellos. Leer sin intención de novedad no significa que no encuentre en los libros insinuaciones muy potentes de algo nuevo. Lo que se ha quedado atrás no ha exprimido, en modo alguno, todo su significado; muchas veces recluimos a las estanterías de lo viejo a autores que dejaron insinuadas en sus obras ideas que en su tiempo no encontraron la posibilidad de desarrollo y que ahora, vistas desde el presente, ofrecen pistas interesantes para la comprensión de lo que nos pasa. Se trata pues, de ir tirando de los hilos sueltos de los libros viejos. La experiencia, lo aseguro, merece la pena. Te permite liberarte del círculo encantado de las palabras en boga, que acaban imponiendo su propio horizonte de sentido.
Tras dejas a Valera he tomado el tomo de Balmes de la Nueva Biblioteca Filosófica (1932).
Hay un singular placer en hablar bien en público de alguien que ha hablado mal de ti en privado... y que seguramente te está oyendo. Es una especie de venganza que parece indicar que se puede utilizar la bondad para humillar. Se puede ser malo siendo bueno... pero no creo que se pueda ser bueno siendo malo... aunque a veces nuestras malas intenciones tengan efectos inesperadamente beneficiosos para aquel a quien pretendemos perjudicar.
Dos versos de Fernando de Herrera:
Ya siento el dulce espíritu del alba
que mansamente murmurando expira.
Y otros dos de Lope:
Estaba el sol apenas matizando
las plumas de las alas de los vientos.
Ayer mantuve una agradable tertulia pedagógica con los profesores de la Escuela Universitaria de Osuna. Buena gente y profunda añoranza de Andalucía. Nos lo pasamos bien aunque el acto comenzó con cierta tensión. El presentador comunicó a los telemáticamente presentes que, con mi permiso, la sesión comenzaría cinco minutos más tade de la hora indicada, por los famosos cinco minutos de cortesía. Protesté inmediatamente y dije que tal cosa se haría, en todo caso, sin mi permiso. Si íbamos a hablar de educación debíamos dar ejemplo tomándonos en serio los horarios y la cortesía con los puntuales.
Encuentro en Felipe Vivanco una idea poderosa que me obliga a rumiar: "La emoción es sedimentación".
He enviado mi segunda colaboración para el Tribú, la revista digtal de Feran Caballero. Me gusta cómo va quedando mi sección.
La Sociedad Científica de Mérida, con el apoyo del Centro de Profesores de Mérida, el Centro Universitario de Mérida y la Junta de Extremadura, ha producido esta videoconferencia en la que exponemos, de modo general y con espíritu divulgativo, algunas de las claves para entender, a mi juicio, las profusas relaciones entre lo estético y lo político. Se añade, al final, una breve bibliografía en español.
Me escribe B:
On m’opère à 13h. La hâte que ce soit fait est plus forte que la peur de passer sur le ‘’billard’’. Ces dernières journées, et surtout les nuits, ont été cauchemardesques.
Voilà, ‘’alea jacta est’’!
Portez-vous bien. Salud!
A mí, B., no me importaría portarme mal de vez en cuando, pero no se me presenta la ocasión. Suelo ser bueno no tanto por mérito propio como porque me ha tocado en suerte un demonio perozoso que con tal de no trabajar, ni me tienta. Soy bueno sin mérito. Claro que mi edad -¿para qué engañarnos?- algo tiene que ver con la mandra del demonio.
A primera hora de la tarde he acompañado a mi mujer a Badalona. Le han puesto la vacuna contra la Covid. Por ahora, sin problemas. En casa respiramos un poco más profundamente.
He comenzado a leer La España real de Julián Marías. Tengo amigos muy apreciados que son entusiastas de Marías y entre ellos uno, especialmente querido porque nos une San Miguel de los Navarros, que es biógrafo suyo. A todos les parece muy razonable y a mí es eso, precisamente, lo que me aleja de él. Efectivamente: todo en Marías es razonabilísimo. Todo convence. Todo es mesurado, sensato, tranquilo. Todo está bien argumentado y bien escrito... pero nunca te pone una zancadilla, nunca te da un susto, nunca te asoma al abismo, nunca te provoca una malestar, te contagia una perplejidad, te obliga a apartarte de su escritura para emerger y tomar una bocanada de aire...