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La servidumbre implica que los afectos tienen una potencia contra la cual a la razón le resulta muy difícil luchar. De ahí que Spinozatitulara la cuarta parte de la Ética ‘De la servidumbre humana o de las fuerzas de los afectos’. Desde luego, esto no significa que todos los afectos son signos de servidumbre; los afectos originados en la razón y llamados ‘acciones’ son expresión de libertad y compensan las pasiones malas y tristes. Más aún algunas pasiones alegres también nos ayudan a liberarnos de la impotencia debida a las emociones destructivas. La servidumbre es la impotencia relacionada con las pasiones tristes, por ejemplo, el odio, la melancolía, la codicia y el miedo.Sin embargo, la servidumbre o la impotencia no deben considerarse como un vicio humano. Esta situación humana sucede porque el hombre es parte de la naturaleza y, por ello, está sujeto a la ‘fortuna’, es decir, está expuesto a causas externas más fuertes y contrarias a su propia naturaleza y deseo por lo que no siempre puede evitar los afectos dañinos.La servidumbre, según Spinoza, se debe a la ignorancia de los hombres. Si el hombre sabio se guía por la razón que no exige nada contrario a la Naturaleza, el siervo es un hombre que se orienta por su opinión o afecto y hace cosas, voluntaria o involuntariamente, de las que no conoce sus causas.A la impotencia humana para gobernar y reprimir los afectos la llamo servidumbre; porque, el hombre sometido a los afectos no depende de sí, sino de la fortuna, bajo cuya potestad se encuentra de tal manera que a menudo está compelido, aun viendo lo que es mejor, a hacer, sin embargo, lo que es peor. (E4pref)
La peor forma de servidumbre es seguir nuestra propia codicia como un hombre ciego que no ve su verdadero interés. Los hombres no saben en qué reside la servidumbre y luchan por ella como si fuera su salvación. De ahí que uno debe distinguir entre la verdadera servidumbre –aquella decretada por nuestra naturaleza-- y la que el hombre se imagina, pues los hombres creen que la obediencia a la moral o la ley divina es una carga y la confunden con la servidumbre.Si se compara […] en qué se diferencia el hombre que es guiado por el solo afecto o por la opinión, del hombre guiado por la razón. Aquél, en efecto, quiéralo o no, hace lo que mayormente ignora; pero éste no complace a nadie sino a sí mismo, y sólo hace lo que sabe que es primordial en la vida y que por ello desea en grado máximo; y por eso al primero lo llamo siervo y al segundo libre. (E4p66e)
Alfredo Lucero-Montaño, Servitudo, Spinozianas: filosofía y política, 05/12/2013…la mayor parte parece creer que son libres en cuanto se les permite obedecer a la concupiscencia y que renuncian a sus derechos si se les obliga a vivir según los preceptos de la ley divina. Creen, pues, que la moralidad y la religión y […] todo lo que se refiere a la fortaleza del ánimo son cargas de las cuales esperan librarse después de la muerte y recibir el premio de la servidumbre, es decir, de la moralidad y de la religión. (E5p41e)…cuánto se alejan de la verdadera estimación de la virtud los que por su virtud y sus óptimas acciones, como si se tratara de una suma servidumbre, esperan ser honrados por Dios con sumos premios, como si la virtud misma y el servicio de Dios no fuesen la felicidad misma y la suma libertad. (E2p49e)
El realizador de documentales austriaco Erwin Wagenhofer presentó en el Festival Internacional de Documentales de Ámsterdam (IDFA) , su nuevo trabajo, Alphabet, un análisis crítico del sistema educativo actual.
Para realizar el documental, Wagenhofer ha viajado por diversos países del mundo y ha consultado a expertos en educación como Gerald Hüther, Arno Stern o Sir Ken Robinson cuál es su opinión acerca del desfase existente entre el sistema educativo y las necesidades de aprendizaje de los alumnos de hoy.
Uno de los problemas que se apuntan en el documental Alphabet es el repliegue que se produce en la capacidad creativa de los alumnos, a medida que avanzan en su formación dentro de la escuela.
Por eso, Wagenhofer considera necesario ” empezar por los niños, dejar que su creatividad fluya” y “pasar de una sociedad competitiva a una sociedad colaboradora”.
Erwin Wagenhofer es un director de cine y escritor austríaco. El documental Alphabet es el tercero de una serie dedicada a hacer una crítica del sistema actual que, en su opinión, ha entrado en decadencia.
En We Feed The World (Nosotros alimentamos el mundo), el primero de ellos, analiza la industria alimentaria.
Let´s make Money (Vamos a hacer dinero), el segundo, está centrado en el sistema económico y su inequidad en el reparto de la riqueza mundial.
Serán cosas de la posmodernidad: llevamos unos meses en los que las instituciones eclesiásticas más conservadoras están alejándose de las posturas que siempre defendieron, mientras que muchos de los anticlericales se ven también empujados hacia posiciones más moderadas. Todo ello promovido por una acción bien concreta: la elección del último papa. Hay un cambio de formas, se dice, que se va filtrando a través de sus declaraciones públicas y de los nombramientos de las diferentes autoridades que tienen influencia en el Vaticano. Algún titular en favor de los pobres por aquí. Alguna afirmación inesperada sobre la homosexualidad y la moral sexual por allá. Y críticas hacia la iglesia institucional que se van diseminando poco a poco. Con esto ha bastado para que se produzca un peculiar fenómeno: que los conservadores, más papistas que el papa, dejen de serlo de puertas a fuera, y que los críticos con “la jerarquía” estén dispuestos a mostrar el más elemental de los respetos por el gran jefe del catolicismo. A buen seguro no es la primera vez en la historia que esto ocurre, pero sí que es cierto que desde hace décadas, si no siglos, no se oían tantas voces de renovación por parte de la iglesia. Habrá quien lo llame evolución intelectual, o ponerse a la altura de las circunstancias, pero lo cierto es que cuando ponemos a ciertas instituciones y a ciertos medios ante el espejo de este último papa quizás no deberían poderse mirar de frente en el mismo.
Como si de volver el agua en vino se tratara, la conferencia episcopal española no deja de manifestar su inequívoco apoyo a las palabras renovadoras del papa. En los tiempos de Juan Pablo II o de Ratzinger, siempre fue una institución caracterizada por su apoyo al conservadurismo de la iglesia católica. Si de moral sexual se hablaba, tocaba alinearse con las manifestaciones oficiales, bajo la excusa de que así era la “doctrina”. Lo más “rompedor” que se podía escuchar era la denuncia de las injusticias y las desigualdades del capitalismo. Hoy más de uno se frota los ojos al ver a los mismos que acusaron al gobierno de destrozar la familia al apoyar el matrimonio homosexual decir abiertamente que las declaraciones del nuevo papa son y deben ser respetadas. La autocrítica que en tiempos andaba bastante escondida aflora hoy, mientras que los temas en los que la iglesia chocaba con la sociedad se diluyen. Transustanciación similar a la que se observa en algunas tribunas de prensa: opinadores y expertos que hasta hace unos meses traban con sarcasmo todo lo relacionado con el catolicismo, saludan abiertamente la llegada del nuevo papa y se convierten incluso en voceros de su mensaje. Como diciendo: “ahora sí”. Ésta es la buena.
Visto con un poco de objetividad, la situación debería resultar vergonzante, tanto para unos como para otros. Y sobre todo, no debería conducirnos a engaño. Ni unos son tan “progres” ahora, ni los otros se han caído del caballo en una conversión meteórica. Más bien, la sensación es otra: ambos arriman el ascua a su sardina. No sé si sería preferible, pero al menos sí más coherente y honesto, el contar de partida con la oposición de la conferencia episcopal española a los aires de renovación que parecen soplas desde Roma. Otra cosa transmite la sensación de politiqueo y chaqueterismo: lo importante es estar cerca del poder, y si para eso hay que disfrazarse, pues se disfraza uno. Y lo mismo podría decirse de diarios que practican un laicismo intolerante y dogmático, y que con mucha frecuencia achacan a las religiones todos los males de la historia de la humanidad. La más mínima coherencia exigiría que mantengan su linea dura, y el que quiera comprarles sus ideas, que se las compre. Pero esta actitud paniaguada, de medias tintas puede provocar perplejidad en la sociedad.
Simone de Beauvoir |