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Empecemos sin rodeos: estoy harto del tópico tecnológico. Cada vez que los medios de comunicación nos adoctrinan sobre temas de innovación educativa aparece uno de los mantras educativos más extendidos de nuestro tiempo: estamos educando en el siglo XXI con la misma tecnología que en el XIX. Alguna de sus variantes aluden a que estamos educando con tecnología del siglo XIX a alumnos del siglo XXI. La frase, como no podía ser de otra manera, levanta inquietud, cuando no indignación: hay que ver cómo son estos profesores. Con lo que ha cambiado del mundo desde el XIXy estos zoquetes siguen enseñando hoy con esa tecnología obsoleta. O son tontos, o no están preparados, o sencillamente incapaces de ponerse al día. Qué duda cabe: quizás sea mucho más inteligente el resto de la sociedad, que tiene muy claro (nótese la ironía) qué es lo que ha de hacer con las nuevas tecnologías. Con todo, el maldito lema me molesta por dos motivos: porque es mentira y porque es una manipulación totalmente pretendida de lo que es educar. Así que utilicemos esta maldita tecnología del blog, que por lo que se ve no usamos ningún profesor, para apuntar un par de críticas a esta presunta progresía pedagógica.
Primero: el tópico es mentira. No enseñamos hoy como en el XIX. Ni siquiera enseñamos hoy como hace treinta años. No es cierto que la tecnología sea la misma. Al contrario: cualquiera que vaya al colegio de su hij@ se da cuenta de que las cosas han cambiado. Hay pizarras digitales, que incluso se usan, y los cañones habitan en no pocas aulas. Es más: cualquier docente sabe que hoy uno de los problemas de los centros no sólo es la dotación tecnológica, sino también la sustitución y conservación de las mismas. Es más: se podría describir una evolución tecnológica innegable: del carro de diapositivas y las transparencias hemos pasado a las presentaciones, los videos y los ejercicios interactivos. Las plataformas virtuales se han extendido también a muchos centros de nuestro país. Y quien diga que esto es mentira, o no pisa los centros simplemente practica la mala fe. Podemos discutir la transformación que se pretende apuntar de fondo: que si la autonomía del alumno, que si al aprender a aprender y todos los principios pedagógicos que se quiera, pero lo cierto es que la metodología de aula hoy ha cambiado. No sé qué intereses o qué deseo de autobombo puede haber detrás de quienes se nos presentan como críticos o renovadores. Pero habría que recuperar esa vieja frase de siniestro total: ante todo mucha calma. Una actitud, la calma, que sería especialmente necesaria para este tema de las tecnologías. Otra cuestión es que no sea compatible con los intereses económicos de las grandes corporaciones tecnológicas que hacen caja con la frasecita de marras.
Punto dos: la tesis es perversa, manipuladora. Educar, enseñar: de esto es de lo que se trata. Y puede que evolucionen mucho las tecnologías. Nuestro SO, nuestra forma de ser, es biológicamente similar a la de hace unos 40.000 años. Somos seres humanos. Y aprender implica un proceso largo, vital, en el que la tecnología es casi algo accesorio, anecdótico. Querer reducir la enseñanza a algo así como la universidad de Youtube es una traición imperdonable. Si educar es que una persona adulta llegue a ser capaz de asimilar y generar información, si queremos que pueda llegar a conocer el universo cultural y simbólico de nuestra civilización, es necesario algo más que tecnología. Necesitamos tiempo, diálogo, aprender a disfrutar con la lectura, maravillarse ante descubrimientos científicos como el de las ondas gravitacionales. Este proceso no es hoy, a buen seguro, muy distinto al que habían de experimentar quienes vivían en tiempos de Homero, Platón, Quevedo o Goethe. La maduración personal y el despertar al pensamiento y la cultura es algo muy alejado de lo tecnológico. Me temo que esa idea podrida va de la mano de la crisis que viven las humanidades en tantos sistemas educativos. Dejar que el lenguaje nos deje su poso, que nos forme: esto es lo que hace la educación desde las más diversas materias. Hacer que una meta tan alta dependa de la tecnología es pernicioso. Y lo que hay de fondo es una ideología muy clara que pone el dinero y la rentabilidad por encima de la formación personal. Vivamos, con todo, como si esto no nos importara y al que se atreva a protestar, por ser profe díscolo, se le castigue como a Bart Simpson: que copie mil veces en la pizarra, a tiza pura y dura como símbolo de tecnología obsoleta, que estamos educando en el siglo XXI con la tecnología del siglo XIX.
ROMA 2012. |