Escrito por Luis Roca Jusmet
Somos un cuerpo con una idea de sí mismo. la mejor definición del ser humano, efectuada por Spinoza. Es decir, que somos un modo del atributo extensión, es decir de lo físico, con autonomía, como corresponde a los seres vivos al que le corresponde una conciencia de sí mismo, que sería un modo del atributo pensamiento, Este cuerpo que se conoce a sí mismo, no lo hace en un sentido aislado, sino en relación con los otros cuerpos, de la manera como somos afectados por ellos, por lo que son físicamente y por la idea que tienen de sí mismos, dentro de la que incluimos la interacción con nosotros, es decir como nosotros les afectamos a ellos. Lo cual nos permite entender, como plantea Deleuze en su lectura de Spinoza, lo que significan las nociones comunes frente a las ficciones abstractas del género y la especie. Pero esto podríamos llevarnos también al perspectivismo de Niezsche, en el sentido que esta idea de nuestro cuerpo es la perspectiva desde la que nos percibimos y pensamos a nosotros mismos, al otro y la la relación mutua entre ambos,
Lo cierto es que esta interacción con nosotros mismos y con los otros nos produce placer y dolor, que son dos maneras polarizadas de experimentar estas relaciones. El placer y el dolor lo son del cuerpo y funcionan a dos niveles, a registro sensorial y emocional. Lo sensorial es táctil y gustativo, es más superficial a nivel sensorial, pero no por ello menos intenso. Lo emocional es más interno y tiene que ver con los afectos. Más complejo y puede asociarse a elementos sensoriales como la vista y el oído.
La manera como estos procesos de experimentar placer/dolor sensorial y emocional se vinculan a la mente es otra cuestión. Antonio Damasio, uno de los grandes neurocientíficos actuales, considera que así como el dualismo de Descartes es profundamente cuestionado por los conocimientos actuales sobre el cerebro, en el caso de Spinoza sus intuiciones no hacen más que confirmarse científicamente. Para él lo que hace la mente es como cartografiar lo que ocurre en el cuerpo. Los sentimientos serían entonces como ideas conscientes de las emociones corporales. Es decir, la transformación de las emociones por la conciencia ( los experimentamos como propios de nuestro yo) y por el lenguaje, que los conceptualiza. En todo caso hay que considerar, como Freud, que no puede ser solo un mapa, ya que se va tejiendo una red lingüístico-imaginaria vinculada a emociones que crea una realidad paralela, que es lo que llamaríamos "realidad
psíquica" y que, de alguna manera, nos llevaría a un cierto dualismo, aunque no cartesiano, ya que no se trata de dos sustancias diferentes. Estamos, por supuesto, ante uno de los problemas filosóficos más importantes, que es la relación mente-cerebro.
Pero volvamos al tema del placer y el dolor, pero en el sentido emocional. El placer emocional podría vincularse con lo que Spinoza llama la alegría y con el amor, mientras que la tristeza y el odio con el dolor emocional. De hecho, para Spinoza estos son los cuatro afectos básicos, junto con el deseo. ¿ Cuál es el papel del deseo ? El deseo puede relacionarse con la alegría y con el amor. Con la alegría porque queremos mantener este estado y, sobre todo, buscar lo que nos falta y una idea de lo que consideramos que nos produciría alegría o placer emocional. El deseo es el de la compañía con aquel que queremos. Deseo está ligado al placer, sea en términos sensoriales o emocionales. Otra cosa es que un placer sensorial pueda proporcionar tristeza o que un placer emocional esté ligado a un dolor físico. Esto es posible y tiene que ver con algo de lo que habló Freud, la ambivalencia,
El deseo no está, en cambio, vinculado a la tristeza. Nadie quiere estar triste ni quiere algo que le produzca tristeza, aunque es capaz de dejarse llevar por un deseo de placer físico que la puede producir. Esto tiene que ver con un concepto freudiano, el de la pulsión. La sexualidad y la agresividad son fuerzas que están en el límite entre lo corporal y lo psíquico. En el límite porque siendo fuerzas del cuerpo se vincula a ideas, es decir, a fantasías. El deseo es, entonces, la forma mental de la pulsión. Esto ocurre claramente en el caso de la sexualidad y la agresividad. Para Freud la alegría y el amor son sublimaciones de la sexualidad. Spinoza habla de conatus, que tendría una acepción más amplia que la de sexualidad y que quizás podría relacionarse con el concepto de energía que formuló Jung, criticando el sentido restrictivo que le dió Freud.
Otra cuestión sería el odio, que no deja de ser el aspecto mental de la agresividad. Queremos atacar aquello que nos causa tristeza y dolor y hacerlo nos supone un placer. O quizás deberíamos ir hacia el concepto de goce, introducido por Lacan para referirse a un placer oscuro. Aunque este terreno no es solo el de la agresividad sino también el de la pulsión sexual, en la medida que no puede canalizarse a través del deseo.
Son elementos para seguir pensado lo que somos a partir de la definición de Spinoza, pero incluyendo aportaciones del psicoanálisis de Freud, o incluso Lacan. Y, por supuesto, de neurocientíficos como Antonio Damasio