Ello se debe a que toda realidad, es decir, todo presente consumado, consta de dos mitades, sujeto y objeto, pero en una unión tan necesaria y estrecha como la del oxígeno y el hidrógeno en el agua. Aunque la mitad objetiva sea la misma, si la subjetiva difiere, la realidad presente será totalmente distinta, y lo mismo ocurrirá en el caso inverso: la más bella y excelente mitad objetiva produce una realidad y un presente execrables cuando la mitad subjetiva es obtusa y malvada; igual que sucede con un paisaje hermoso cuando hace mal tiempo, o con un retrato tomado con una camera obscura defectuosa. O para decirlo de manera más sencilla: cada uno está atrapado en su consciencia como en su propia piel, y vive en principio sólo en ella: de ahí que no se le pueda ayudar mucho desde fuera.
…así como todo lo que está presente y sucede en el ser humano está presente sólo en y para su consciencia, es claro que lo determinante serán ante todo las cualidades que esta tenga, hasta el punto de que la mayoría de las veces importará más la consciencia misma que las figuras que se representen en ella.
La mitad objetiva del presente y de la realidad está en manos del destino y, en consecuencia, es tornadiza; la subjetiva viene dada por nosotros mismos y, por lo tanto, es básicamente invariable. La vida del hombre, por muchos cambios que le sobrevengan de fuera, tiene siempre el mismo carácter y se asemeja a una serie de variaciones musicales sobre un mismo tema. Nadie se puede sustraer a su propia individualidad. Así como un animal irracional, póngasele donde se le ponga, permanece siempre circunscrito a los límites que la naturaleza le ha impuesto irreversiblemente, debido a lo cual, por ejemplo, nuestros esfuerzos por alegrar la vida de una mascota entrañable, dados aquellos límites de su ser y de su consciencia, siempre se han de mantener dentro de estrechos márgenes; lo mismo sucede con el hombre: el grado máximo de su dicha está fijado de antemano por su individualidad.
... el grado máximo de su dicha, como en el caso de los animales, está fijado de antemano por su individualidad. Y, en particular son los límites de sus fuerzas espirituales los que han determinado, de una vez por todas, su posibilidad de acceder a un gozo elevado. Si estos son estrechos, los esfuerzos provenientes de fuera, todo lo que los demás hombres o la fortuna puedan hacer a su favor, no serán capaces de conducirlo más allá del grado de dicha y bienestar humano vulgar, cuasi-animal (...) ni seguir una educación integral logrará hacer mucho, aunque sí algo, para romper ese círculo preestablecido. Pues los placeres más elevados, variados y estables son los espirituales; y por más que nos engañemos al respecto, estos proceden fundamentalmente de una capacidad innata.
De todo lo anterior se infiere cuánto depende nuestra dicha de aquello que somos, de nuestra individualidad; mientras que casi siempre sólo se toma en cuenta nuestro destino, es decir, a aquello que tenemos o que representamos. Pero, para empezar, el destino mismo es algo que se puede mejorar; y, en segundo lugar, si se goza de riqueza interior, no habrá que pedirle mucho al destino; en cambio, un pobre diablo seguirá siendo un pobre diablo por el resto de sus días, y un alcornoque un obtuso pedazo de alcornoque aunque entre al cielo y esté rodeado de un harén.
Un carácter bueno, moderado y manso puede estar satisfecho aun en circunstancias adversas; mientras que uno ávido, envidioso y malvado no lo estará aunque nade en la abundancia. Sin embargo, para aquel que disfruta permanentemente de una individualidad extraordinaria y espiritualmente eminente serán totalmente superfluos, e incluso molestos y onerosos, la mayoría de los placeres generalmente buscados.
Así pues, lo primero y más esencial para nuestra felicidad es aquello que somos, o sea, nuestra personalidad; ya por el mero hecho de que esta última se encuentra constantemente activa en cualquier circunstancia; pero también porque, a diferencia de los bienes de los otros dos aspectos, no está sujeta a los avatares del destino y no nos puede ser arrebatada. En esa medida, su valor merece llamarse absoluto, a diferencia del relativo de las otras dos determinaciones: lo que uno tiene y lo que uno representa.
…la riqueza, aparte de satisfacer las necesidades reales y naturales, tiene muy poca influencia sobre nuestro auténtico bienestar; al contrario, este puede ser menoscabado por las numerosas e inevitables zozobras que la conservación de una gran fortuna lleva consigo. Y sin embargo, los hombres se afanan cien veces más en adquirir riquezas que en cultivar su espíritu; y ello a pesar de que está fuera de toda duda que lo que uno es contribuye mucho más a nuestra felicidad que lo que uno tiene. De ahí que veamos, cómo más de uno, inmerso en una actividad frenética, se esfuerza de sol a sol en incrementar, con la diligencia de una hormiga, la riqueza que ya tiene. Desconoce todo lo que caiga fuera[…]
Así pues, lo que alguien lleva en sí mismo es lo más esencial para su dicha.
Arthur Schopenhauer, Aforismos sobre el arte de vivir, 1. División fundamental.