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Educación y filosofía
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Apuntes sobre el último Foucault para la educación (2ª parte)
Marcos Santos Gómez
El último Foucault se preocupa básicamente por los procesos de subjetivación que, dicho en otros términos, significan la creación de modos de existencia, de invención de uno mismo. Como es obvio, hay un tono fuertemente nietzscheano en esta concepción que impregna al filósofo francés. Además, este concepto estético de la existencia, se opone, dijimos, a las perspectivas esencialistas del sujeto, lo que a su vez determina que Foucault hable de prácticas de libertad frente a las prácticas de liberación que presuponen, estas últimas, una cierta verdad o esencia oculta u oprimida por descubrir. Algo que aplicó, por ejemplo, en su crítica a ciertas formas de luchas de liberación del movimiento gay en su tiempo y en general a la idea que tenemos de la libertad sexual. La sexualidad, como va exponiendo en su trilogía sobre la historia de la misma, es vida creadora y no descubrimiento de una fatal esencia, como sería la “identidad” gay, por ejemplo. Las fronteras en lo sexual no existen, no son permanentes y la sexualidad forma parte del juego del hacerse lúdica y creativamente a uno mismo, según el modo nietzscheano de un artista. Sexualidad es, según el francés, vida creadora (p. 41).
Otra consecuencia interesante de este postrer Foucault es la vinculación entre ética y política. No puede entenderse la política, en una perspectiva racional-contractualista, por ejemplo, como lo que funda un sujeto “libre” o sencillamente varios sujetos. Esto es así en la medida en que el sujeto ha de fundarse, además, a sí mismo, pues no preexiste, y en este proceso de subjetivación, que es un proceso ético, que involucra al ethos, se va generando una cierta forma política de relación. O al revés. Son, precisamente, las relaciones, las que crean al sujeto y constituyen un modo de ser en sus nexos e imbricaciones. Hay que precisar que ni siquiera el sujeto que se crea artísticamente, es tal, sino que, como matiza Jorge Álvarez, “(…) en vez de suponer un sujeto dado, y aislado, que opera sobre sí, lo que hay que contemplar es un agente individual inmerso en un conjunto de relaciones y que a través de prácticas obtiene determinadas modificaciones de su conducta, va adquiriendo una determinada subjetividad” (p. 42). Así que no se da, de hecho, la separación que tradicionalmente se ha considerado cuando se habla de un sujeto y su contexto.
Y en tercer lugar, pensar, es para Foucault, el trabajo que el pensamiento hace sobre sí mismo. Pensar es pensar cómo pensamos, lo que alberga una obvia tensión cuasi contradictoria que deriva de la imposibilidad de una absoluta exterioridad cartesiana cuando procesamos la realidad. Esta forma parte del pensar. Dicho en otros términos, lo lejos que llega Foucault en esto significa que la historicidad afecta también al pensamiento. El pensamiento no puede darse inmune a los procesos de los que él mismo se ocupa, en una línea que podemos derivar, como hemos dicho, de Nietzsche, pero que se vincula también con Heidegger y los planteamientos hermenéuticos (¡de ahí el error de considerar al Foucault un historiador al uso o un positivista!).
La sexualidad tiene que ver con dos elementos que en Foucault aparecen estrechamente vinculados: saber y poder. Como hemos avanzado al referirnos a la lectura foucaultiana de los movimientos de liberación gay en los años setenta y primeros ochenta, la sexualidad no es naturaleza, como se la suele entender en la perspectiva médica. Por el contrario, se construye, y no solamente mediante actos represivos, con la exclusión o negación que la esculpen, sino que es también modelada de un modo afirmativo, por ese mismo poder, productivamente. “(…) el poder no es de naturaleza solo negativa, a menudo actúa productivamente, crea, hace proliferar los discursos que tematizan el sexo, codifica analíticamente y constituye ónticamente sus formas” (p. 58). Y en esta constitución positiva del sujeto, es crucial, su relación con la verdad, con lo que se postula y perfila como su verdad, elemento que nos va a interesar en extremo a nosotros a la hora de comprender la educación, la escuela y la pedagogía.
Al mismo tiempo que el sujeto, tampoco el “objeto” es visto cartesianamente, como algo delimitable con facilidad y claro. Al margen de los matices de los distintos periodos y obras del francés, en general, “se da en toda su obra esa tendencia a la disolución total de los objetos-en sí, de toda naturaleza o invariante. Todo objeto, concepto o institución es siempre entendido como construcción, como un resultado temporal, nunca definido, una coagulación en un momento dado de un conjunto heterogéneo de vectores, de prácticas discursivas y no discursivas” (p. 59). Esto, una vez más, y para quien conozca la filosofía, es de nuevo una impronta del Nietzsche genealogista, si recordamos que la genealogía es disolvente (frente a la historiografía, o de un modo más básico que esta, ya que disuelve a la propia objetividad e idea de verdad que, como científico descriptivo, puede presuponer el historiador), o sea, que somete al devenir todo lo considerado permanente: cuerpo, sentimientos, instintos, pasiones (p. 60). Una “metodología” que historiza al sujeto mismo: “Historia sin sujeto e historización del sujeto constituyen una doble forma de deshacer las falsas inmutabilidades que pretenden resistirse a la historia” (p. 60). No estamos, pues, tampoco ante un enfoque culturalista, como si la cultura o las fuerzas de un contexto pudieran moldear algo preexistente, como por ejemplo, la locura. Esta, en sí, según la atrevida tesis de Foucault, no existe, sino que sería ya una objetivación desde su misma base. En cualquier caso, no hay cosas, sino relaciones (pos-estructuralismo): “las cosas se dan siempre en una encrucijada de relaciones; la captación de estas nos aportaría la explicación de aquellas” (p. 61). Y de aquí la importancia que, decíamos en el post anterior, Foucault concede a las prácticas, pues nada se da al margen de la red de prácticas que lo determinan.
Las prácticas han ido variando y es esa variación en la época clásica e ilustrada (segunda mitad del siglo XVII y siglo XVIII en Francia) la que nuestro filósofo estudia. A veces habla de cambios en lo que llama “episteme” (formas de mirada y abordaje de la realidad) o de ejercicio del poder. Por ejemplo, en Vigilar y castigar, lo que constata es una transformación por la que el poder del soberano deja de ser el poder de dar muerte (represivo) y se convierte en un poder disciplinario, pedagógico, que incide en la fabricación positiva de los modos de existencia, lo que el francés denomina “biopoder”, o poder de moldear la vida, de dar vida y no de dar muerte, como antes de la modernidad ocurriera. La sociedad, entonces, se torna normativa, burocrática, reguladora, afectando todo ello incluso a los cuerpos, a la “salud”, a la satisfacción de necesidades. Es, de hecho, un control sobre la vida que nuestro autor relaciona, y esto nos interesa sobremanera, con la pedagogización del niño. La pedagogía actual (científica), que nace con la modernidad, forma parte de esta transformación en el ejercicio del poder. Pero sobre todo, resalta Álvarez, Foucault va a mostrar cómo el poder incide especialmente en la construcción de la sexualidad, que antes, no existía y que como “objeto” es ahora de algún modo inventada. Se crean las “perversiones”, se medicaliza dicho “objeto” para definirlo y siempre de un modo que aun manteniendo un carácter represivo y negador es, además, paradójicamente creador de formas de sexualidad. “Según este enfoque, el “sexo” no puede entenderse como naturaleza, sino como objeto en relación con todo ese nuevo dispositivo de poder, como algo definido por él, en definitiva como una objetivación de este” (p. 73). Y es un poder que, a su vez, genera un saber, una forma de conocimiento y de construcciones teóricas. “La historia de la sexualidad no sería, en consecuencia, algo así como un detenido registro temporal de las respuestas culturales respecto de aquella oscura instancia, de ese referente inmutable. No cabe quedarse en la historización de las ideas, de las mentalidades, de las respuestas culturales, hay que someter al multiforme proceso de la historia el referente mismo a que aquellas dicen designar” (p. 75). Foucault no es, pues, tampoco un historiador de las mentalidades que subraye los cambios históricos en los modos de ver o de ser culturales por parte de un sujeto único que se postula inmutable, como hemos ya insistido.
Así, frente a las teorías que denuncian y luchan contra la represión del sexo (que en el fondo son ilustradas y modernas), como Reich o Marcuse, lo que destaca nuestro autor es que hoy no tanto se reprime la sexualidad, sino que se expresa, se modula en su expresión, se dice, se nombra, se define y, por tanto, se crea. Hay proliferación de discursos sobre ella, pero también se implantan formas de sexualidad. Irónicamente, se crean las perversiones con su supuesta represión y desde la regulación de ese nuevo modo sexual de ser. No es solamente un poder o un saber que excluye las perversiones, como la sinrazón en la que se ubicaba la locura frente a lo normal y a la cordura, sino que se multiplican y crean objetos dándoles una importancia que anteriormente no tenían. En todo ello, lo que subyace es una noción, dijimos, naturalista, es decir, lo que antes se regulaba en cuanto actos, ahora obedecería, y así se trata y castiga, a una naturaleza (patologizada) en el que lo ético ha derivado en lo clínico, como sucedió con la homosexualidad. Paradójicamente, todo ello consolida las “perversiones”, las instala en el nuevo modo de ver las cosas, como naturalezas u objetos. Esto entronca con la ya mencionada mutación del poder desde lo jurídico restrictivo a lo biopolítico. Lo que a su vez entronca con su proyecto de hacer una historia política de la verdad, desde la conexión entre poder y saber que estamos destacando. Al decir uno la verdad sobre sí mismo, definiendo su identidad (sexual, en el caso de la sexualidad), construye de hecho lo que “es”, su propia subjetividad. “Subjetivación, constitución de una identidad sujeta y constricción a la verdad forman parte del mismo proceso” (p. 89).
Obra citada:
Álvarez Yágüez, J. (2013). El último Foucault. Voluntad de verdad y subjetividad. Madrid: Biblioteca Nueva.