Las élites también viven una fractura, y buena parte de las clases medias altas y de las altas
han salido perdiendo en la reorganización mundial ocurrida tras la caída del muro. No lograron insertarse en el nuevo orden financiarizado y globalizado, lo que les ha llevado a perder pie, y ahora se acogen al discurso cultural como forma de autoconservación. Esas élites reproducían su posición porque podían colocar a sus hijos en los niveles administrativos superiores del Estado-nación, o porque encontraban empleos aventajados en las grandes empresas nacionales, o porque adquirían influencia social a través de su pertenencia a las escalas superiores del ejército, o porque su fortuna venía ligada a firmas que eran poderosas localmente.
Pero hoy los empresarios nacionales o se han vuelto globales o están siendo absorbidos por actores internacionales con mucho más músculo financiero, la cercanía a los poderes nacionales tiene menos importancia que antes, porque el poder es mucho más global que nunca, y las profesiones que antes otorgaban renombre social se han bifurcado, y cuentan con muchos más perdedores que ganadores.
De modo que esas clases sociales se encuentran sin sitio en ese nuevo mundo, y dado que no van a enfrentarse a las verdaderas causas de su declive, porque siempre han vivido de la cercanía al poder, tratan de recuperarlo por el camino del regreso cultural. Eso es lo que les promete Vox, y en general las nuevas derechas que andan circulando por el mundo, que se nutren de estas clases con la promesa de recuperar la influencia que perdieron. En el caso español es evidente, con liberales caídos de lo estatal, como Abascal, militares que se han visto socialmente relegados después de haber sido protagonistas, hijos de la burguesía que pierde pie o empresariado nacional en declive.
Todos ellos piensan que si atacan los cánceres de la sociedad, como son los independentistas, las feministas, los gais, las lesbianas, los animalistas, los comunistas y los inmigrantes, esos 'bad hombres', reaparecerá todo aquello que perdieron. Pero lo que las derechas proponen
no contiene un plan para el país ni para sus habitantes, es más bien una forma de actuar; lo que afirman es que si somos duros con los enemigos internos y los combatimos sin dudas, todo se arreglará como por arte de magia. Pero es una afirmación obviamente falsa, porque ellos (como el resto de partidos nacionales, por otra parte) no tienen un proyecto, no afrontan los problemas esenciales y no tienen idea de dónde estamos en realidad. Lo único que ofrecen es mano dura, una suerte de combate feroz contra todo aquello que ha ido construyéndose en las pasadas décadas y que ahora, desde su perspectiva, se ha desmadrado por completo.
El problema es que ni ellos ni sus oponentes, que nos hablan de un mundo futuro lleno de oportunidades, que nos permitirá reinventarnos, que será más abierto e inclusivo, más juvenil, diverso y tecnológico, apenas rozan los problemas esenciales de nuestra época. Son dos fuerzas discursivas opuestas, que están tensando la cuerda y nos han dirigido hacia una polarización peligrosa. Pero ninguna de ellas, más allá del colorido y de su folclore, tiene una mirada integradora que permita dar respuestas a asuntos vitales para nuestro país y para Occidente; no son más que estrategias electorales que, si seguimos por este camino, nos conducirán a un mundo mucho menos democrático y más desigual. Este capitalismo ha decidido derivar hacia lo identitario los problemas que él mismo crea, y eso tiene mal final.
Esteban Hernández,
Pues sí, Vox son los perdedores de la globalización, El Confidencial 22/03/2019
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