Sabemos que el triunfo de Trump no es una mera opción política de duración limitada. No está sujeta a las reglas tradicionales de control, responsabilidad y alternancia. Su victoria se construye sobre las ruinas de los principios fundamentales de la democracia. Su ambición es gobernar sobre dichas ruinas.
Acabamos de asistir al triunfo de una revolución de una élite contra nosotros mismos. El modelo neoliberal había mostrado sus limitaciones, siendo incapaz de responder eficazmente a las crisis sociales y ecológicas que él mismo había causado.
En su ansia por sobrevivir, el viejo orden se ha puesto en manos de su versión más radical: una tecnocracia elitista y monopolística, impulsada por los intereses privados de unos pocos y el poder inmisericorde de los algoritmos. Entramos en el Novus Ordo Seclorum que mencionó el propio Elon Musk en Twitter hace unos días y, aunque la inercia aun nos cree la ilusión de continuidad, a este novus ordo ya lo tenemos sobre nosotros.
Lo trascendente del momento no está en el debate sobre la decadencia de nuestro consenso democrático, sino que, sobre la nada dejada por este cataclismo político, alguien, en algún lado, está reescribiendo los axiomas de lo que es posible.
El juego funciona ya con otras reglas. Las especulaciones con las que trabajábamos se han quedado obsoletas. Debemos resetear nuestra imaginación y reubicarnos en un nuevo territorio. Un territorio donde las fantasías de los actores más oscuros de Silicon Valley irrumpen en lo público para reconfigurar el presente y redefinir el futuro.
Trump es la fachada, la anécdota, el entretenimiento que desvía la atención de lo esencial. No hay en él ideología ni visión, tan solo oportunismo. Su mérito consiste en ser la fuerza que destruye la narrativa y el orden del presente, pero no es, ni pretende ser, un creador de futuros. Los que aparecen en el horizonte como arquitectos de nuestro mañana son una serie de oligarcas multimillonarios que sí parecen tener la suficiente fuerza y claridad de ideas como para influir y definir la dirección del porvenir común.
Elon Musk es la figura más visible de un grupo de líderes tecnocráticos que incluye a Peter Thiel, Marc Andreessen y al propio J.D. Vance, futuro Vicepresidente de Estados Unidos. Este grupo está unido por una visión de transformación global de base tecno-libertaria. Comparten la creencia en la tecnología como motor del progreso humano, aunque esto implique desafiar las instituciones democráticas tradicionales. Además, siguen una filosofía largoplacista (longterminism">[https:] ) y utilitarista que prioriza la planificación a largo plazo, incluso a costa de icar preocupaciones éticas inmediatas.
Estos líderes defienden un libertarismo que rechaza la intervención estatal y promueven la privatización extrema de las instituciones públicas, trasladando funciones esenciales del estado al control corporativo. Confían en un modelo tecnocrático donde las decisiones clave son guiadas por datos y algoritmos, favoreciendo un poder centralizado que consideran más eficiente que la deliberación democrática. Además, su visión transhumanista busca superar nuestras limitaciones biológicas, redefiniendo lo que significa ser humano mediante avances en inteligencia artificial y tecnología integrada.
La influencia global de estos líderes y su capacidad para transformar sectores enteros subrayan un modelo de progreso que concentra el poder en manos privadas y redefine las normas de la sociedad tal y como la conocíamos.Esta élite tecnocrática se disfraza de meritocracia, pero en realidad está formando una nueva aristocracia digital, un sistema hereditario de nuevo cuño. Sus miembros no solo acumulan una riqueza y un poder sin precedentes, sino que también crean las herramientas que perpetuarán y amplificarán su dominio. La inteligencia artificial se convierte en el multiplicador definitivo de poder. Promete automatizar y optimizar la sociedad bajo sus criterios, ampliando la brecha entre los ‘optimizadores’ y los ‘optimizados’, entre las élites gobernantes y sus nuevos súbditos.
El Aceleracionismo Tecnolibertario, que surge de esta combinación de principios, es el eje ideológico que busca ocupar el centro de la política contemporánea con un impulso casi mesiánico. Una ideología que va a someter a la sociedad a una sacudida cultural y geopolítica que redibujará alianzas, tensará los sistemas democráticos, desafiará los marcos regulatorios existentes y que sobre todo, cambiará para siempre el territorio de lo imaginable.En este nuevo escenario, la política tradicional, anclada en los viejos paradigmas de izquierda y derecha, resulta insuficiente frente a un poder que trasciende las fronteras nacionales y las estructuras políticas convencionales. La verdadera batalla que se avecina no será entre conservadores y progresistas, sino entre quienes defienden la autonomía humana y quienes abrazan la visión aristocrática del elitismo tecnocrático.
El transhumanismo siempre ha sido, paradójicamente, un movimiento anti humanista, su formulación parte de un rechazo visceral a uno mismo, un desprecio por lo que significa ser humano, por ello busca trascender nuestras supuestas debilidades gracias a la singularidad tecnológica. Pero con esta creencia aparece también su reverso, todo lo que sea aceptación de lo que somos, de la vulnerabilidad compartida que define la esencia de la condición humana, se convierte, repentinamente, en un acto de resistencia activa.
Mientras el tecnolibertarismo persigue la abstracción, el control algorítmico y la búsqueda obsesiva de optimización y eficiencia, la resistencia se encuentra en la creación activa de significado. Frente a la Tecnocracia del vacío, surge la posibilidad de una Semiocracia: un sistema que prioriza la creación y la distribución de abundancia de sentido por encima de la mera acumulación de poder y datos, reconociendo que el verdadero progreso se basa en el crecimiento personal, la dignidad compartida y en un sentido profundo de comunidad.
Alberto Barreiro, Un nuevo futuro: Trump, Musk y el aceleracionismo tecnolibertario, retinatendencias.com