Durante los próximos días, dejaremos que la IPO siga dejando su impronta en la web, comentando en función del tiempo disponible los temas que propusieron a los alumnos. Empezamos hoy por la primera cita propuesta, perteneciente a Kierkegaard. Nota: no apareció Kierkegaard por ser el protagonista de la Olimpiada, ni a propuesta de la delegación danesa, sino que fue otra delegación la que envió como propuesta la cita de Kierkegaard que vamos a comentar hoy. Conviene tenerlo en cuenta por si algún lector del blog piensa preparse para próximas Olimpiadas Internacionales. La cita propuesta fue la siguiente (la traducción es mía, no tengo aquí la que se distribuyó a los finalistas):
“En el principio de que la subjetividad, la conciencia, es la verdad está comprendida toda la sabidurías socrática, cuyo mérito más duradero fue tomar conciencia de del significado esencial de la existencia, del hecho de que el sujeto de conocimiento es un individuo existente. Por esta razón, Sócrates estaba en la verdad en virtud de su ignorancia, en el más alto sentido en que esto era posible dentro del paganismo.”
Como se ve, la frase tiene su miga, y no está de más ofrecer algunas pistas de posibles claves interpretativas, especialmente para ofrecer posibles pautas a seguir a quienes quieran participar en próximas ediciones, pero también, por qué no, para abrir el debate en torno a las cuestiones que toca a todos los lectores del blog. Vamos a ello…
El tema central es, sin duda, la conciencia, la subjetividad. Kierkegaard hace una propuesta arriesgada: nuestra conciencia es el fundamento último de la verdad. El mundo no es si no es para mí. Dicho en otras palabras: la realidad en sí no existe, no tiene una consistencia propia más allá del cúmulo de sentidos, interpretaciones, significados, afectos, símbolos e ideas que cada uno de nosotros pone en ella. Descubrir el yo es adentrarse en un territorio tan vasto y desconocido como la propia realidad, pero con una característica peculiar: atañe a nuestro propio ser, a lo que somos. En palabras sencillas: hacernos preguntas por el mundo nos conduce a preguntarnos a nosotros mismos, a convertirnos en el objeto de nuestra propia reflexión. Y “pensarnos” tiene una consecuencia inesperada: nos descubrimos, como dice el texto, como existentes. Encontrar la conciencia es encontrar el ser, y de ahí, como si fuera el nacimiento de un río, brotan las preguntas filosóficas por doquier. Descubrir la subjetividad viene a ser prácticamente lo mismo que preguntarse por la propia existencia, por el estar sin haberlo pretendido, por el encontrarse en el mundo. Toman forma las que son quizás las preguntas más difíciles de la filosofía: por qué existimos, cuál es el sentido de la vida, para qué vivir… y a todos nos resultan familiares experiencias personales que suelen aparecer acompañando a estas preguntas: angustia, desesperación, miedo, alegría o, por qué no, exaltación de la vida.
Kierkegaard apunta la ignorancia socrática como el rasgo de más alta sabiduría. Paradójico, pero cierto en su planteamiento: el “solo sé que no sé nada” cobra un especial significado si entendemos que la tarea más alta de la vida consiste en asumir como tarea vital la vieja propuesta de la tradición griega, presente también en Sócrates: “conócete a ti mismo”. Y es en este campo en el que todos somos ignorantes, vivimos a oscuras por mucho que alguien pretenda encender una pasajera cerilla. Son tantas las pretendidas huidas de esta oscuridad: buscar seguridades en el bienestar personal, en el trabajo, en una situación económica favorable o, por qué no, en el conocimiento de ese mundo exterior en el que jamás nos cruzaremos con la verdad fundamental de la vida. Podemos especializarnos en el estudio de tales o cuales células, ser eminencias mundiales en el estudio del universo o de los osos perezosos. Pero seguir siendo absolutamente ignorantes del “quiénes somos”, que es donde para Kierkegaard enraiza la verdad más auténtica y profunda que podemos alcanzar. Mirar hacia dentro, bucear en lo más hondo de lo que somos y encarar las preguntas que nos encontremos en medio de esta titánica misión: en esto consiste ser hombre para Kierkegaard. ¿Cuánto estaríamos dispuestos a arriesgar para lograrlo? Quien sabe. Sabemos que son legión los que piensan que estas ideas son sólo una mortal distracción, un apartarse de la vida que nace y crece más allá de nosotros mismos, y que nos está llamando permanentemente a abrazar un mundo lleno de posibilidades. La verdad está ahí fuera, decía una serie de televisión. Kierkegaard piensa que no: los verdaderos extraterrestres somos nosotros mismos, porque el mayor misterio es precisamente este: que seamos.