Seguimos pensando con los ecos de la XXI Olimpiada Filosófica Internacional. En esta ocasión vamos a poner sobre la mesa la tercera de las citas propuestas, extraida del libro Sobre la violencia de Hannah Arendt. En traducción libre la cita viene a decir más o menos lo siguiente:
“Una regla de la mayoría sin restricciones legales, esto es, una democracia sin una constitución, puede ser formidable en la supresión de los derechos de las minorías y muy efectivo en la disolución del disentimiento sin uso alguno de la violencia.
Democracia y minorías. Derechos fundamentales y regla de la mayoría. Para empezar hay que señalar el contraste entre el título de la obra de Arendt, con una clara alusión a la violencia, y la idea central que subyace a la cita: es posible ejercer una violencia más sutil, más refinada, que sin necesitar de la violencia física, termine eliminando derechos inalienables de las personas. O dicho de otra forma: la democracia, por mucho que se “venda” como un sistema político “pacífico” y respetuoso con las libertades lleva consigo una cierta dosis de violencia.
Esta idea de la tiranía de la mayoría está ya presente en el pensamiento liberal: se podría enfocar el asunto desde la tradición utilitarista, con referencias a Stuart Mill y subrayando que cualquier sistema democrático termina esclavizando al individuo, que queda expuesto al dictado de la mayoría, con la que podrá disentir en algunas ocasiones y no en otras. Con todo, esta manera de abordar la idea me parece insuficiente en el contexto de Arendt. Entre las lineas de la cita late sin duda la cuestión judía: qué ocurre en un sistema democrático si una mayoría de la población decide aplicando la regla de la mayoría eliminar derechos fundamentales de las minorías que también forman parte de esa sociedad. Todos sabemos que no se trata de una hipótesis teórica, y que en mayor o menor medida, sin las graves consecuencias que trajo consigo el nazismo, se puede dar hoy en día en multitud de situaciones. El problema filosófico es de calado: cómo armonizar el funcionamiento democrático de la sociedad con el respeto de los derechos humanos de todos sus miembros, incluidas las minorías cuyos intereses no suelen llegar a representarse en un parlamento. Hoy estamos viviendo casos similares: las decisiones democráticas, impulsadas por mayorías sólidas, en torno a temas como la inmigración pueden ser técnicamente válidas, pero no menos cierto es que podrían adolecer de una moralidad que a menudo se asocia a los sistemas democráticos.
¿Tienen entonces derechos los grupos minoritarios? ¿Qué ocurre si, reconociéndoles estos derechos, se convierten en un grupo de presión o incluso utilizan ciertos privilegios para negar esos derechos a los individuos que componen esas minorías? El problema es tremendamente complejo, pues se podría dar la extraña circunstancia de que reconozcamos derechos a grupos, algo que provoca perplejidad con los principios de la democracia, y luego estos grupos sean tiránicos con sus componentes, negándoles estos derechos fundamentales. Y así puede ocurrir que por proteger a las minorías culturales terminemos desprotegiendo al individuo, uno de los principios irrenunciables de la filosofía de Arendt. Protegernos del poder: de esto se trata y esta debería ser la meta de todo sistema político. Incluyendo claro está, el poder de la propia sociedad, tomando conciencia entonces de que no todo vale por el mero hecho de ser apoyado por una mayoría. Por eso es necesario vigilar la democracia y la propia regla de la mayoría, con una constitución fuerte que reconozca derechos que no pueden ser arrebatados por mayoría allguna. En este sentido, la propia cita apunta a uno de los problemas para garantizar estos derechos: cuando se ven atacados por la mayoría, ni siquiera vale apelar al pensamiento crítico, pues este se ve deslegitimado. Disentir no vale de mucho cuando una mayoría ha tomado ya una decisión. En definitiva, apunta Arendt en su cita una de las tragedias de la democracia moderna: pretendiendo proteger al individuo, termina anulándolo en favor de las masas y los movimientos sociales mayoritarios. O se juega con esas reglas, o se arriesga uno a quedar fuera del tablero.