La próxima a la extinción asignatura de Educación ético cívica suele comenzar con una aclaración terminológica, en la que se van desgranando los posibles significados de las palabras fundamentales del curso: moral, ética y política. Se explica, a grandes rasgos, que la moral es el cómo vivimos mientras que la ética va de la mano de una reflexión de tipo filosófico sobre esta manera de vivir. Con todo, asentar conceptos básicos trae consigo, a veces, consecuencias insospechadas. Si la moral describe la forma de vida de un pueblo, resultará inmoral toda acción que vaya en contra de estas pautas no escritas, de esa ley mucho más fuerte que cualquiera de las escritas que es la costumbre. Habitualmente suelo buscar algún ejemplo tomado de la actualidad, y ya van dos cursos seguidos que los medios de comunicación me ponen el ejemplo en bandeja: las “incursiones” de los representantes de un sindicato andaluz en grandes superficies comerciales para llenar varios carros con material escolar o simplemente con víveres para después repartirlos entre quienes más lo necesitan. ¿Se trata de una acción moral o inmoral? ¿Qué valoración realizar desde un punto de vista ético? Las respuestas de los alumnos son de lo más variopinto, pero al menos me sirven para confirmar que han entendido la explicación de los términos fundamentales.
De partida son muchos los que muestran su total acuerdo con la medida. Otra cosa es lo que ocurre cuando se les hace fundamentar un poco más su posición y se pregunta por la calificación moral del acto. Reconocen abiertamente que se trata de un acto inmoral, pues va contra un más que asentado respeto a la propiedad privada, al menos en nuestra sociedad. Sin embargo que sea inmoral, dicen, no implica que no sea éticamente rechazable. Y es ahí donde entra todo el argumentario que nos resulta familiar: el capitalismo genera unas igualdades e injusticias que pueden llegar a legitimar acciones concretas como esta que aunque van contra el orden social establecido son en sí mismas una reivindicación de una sociedad distinta. Idea que no tarda en recibir su réplica por parte de los que rechazan estas acciones, que tampoco son precisamente una minoría: si todos decidimos saltarnos las normas cuando nos venga en gana, terminaremos en la desintegración de la sociedad. Aluden también, sin saberlo, al principio de universalidad kantiano: a nadie le gustaría que le roben en su casa por motivos ajenos a uno mismo. La propia actualidad, de hecho, termina devolviendo el golpe: tan legítimo es arramplar seis carros de una gran superficie como apropiarse de todo lo que uno encuentre en ciertas centrales sindicales andaluzas, azuzado por las noticias sobre su gestión económica con las que nos desayunamos en los últimos días.
En cualquier caso, hay un detalle de frescura que aún detecto en los alumnos del último curso de la secundaria y que sin embargo termina desapareciendo con los años: la honestidad. Llaman al pan, pan y al vino, vino. Quizás porque viven todavía alejados de los focos de la neolengua que por diversos canales tratan de inocularnos. Muchos de los alumos hablan con franqueza de robo legítimo. Así, sin rodeos. No se les pasa por la cabeza hablar de “performance”, de “actuación estética”, o de “símbolo reivindicativo”. No retuercen el lenguaje para que las cosas parezcan lo que no son: asginan a las cosas su nombre correspondiente y después tratan de ofrecer razones que puedan justificar una acción que ellos mimos consideran excepcional. No es frecuente encontrar en clase alumnos que estén a favor de la abolición de la propiedad privada pero sí hay muchos que no están satisfechos con el sistema actual, que son críticos con el reparto de la riqueza, con las situaciones laborales injustas, con un sistema político alejado de la ciudadanía e ineficaz y con un sistema judicial que parece haber perdido esa ceguera iconográfica que le representó en tiempos. Alumnos que, por si todo esto fuera poco, hablan a las claras y llaman robo al robo. Ya se encargará después el sistema ideológico de entorpecer su progreso intelectual, cultural y lingüístico.