Centramos hoy la atención en la Olimpiada Filosófica de España, que reunió a buenos estudiantes de filosofía de doce comunidades distintas. Los trabajos que escribieron los finalistas se pueden consultar a través de Internet desde hace unos días. La pregunta en la modalidad de disertación era la que encabeza la anotación: ¿Es posible vivir sin filosofía? Los finalistas elaboraron convencidas defensas de la filosofía. No sé si era esperable otra cosa teniendo en cuenta las condiciones pragmáticas de la pregunta, en el contexto de una Olimpiada Filosófica de España, con correctores que son profesores de filosofía y en un momento en el que hay aprobada una reforma educativa que planea una reducción drástica de la filosofía. Hubiera uno esperado quizás un poco más de fuerza nietzscheana en el envite: mal iría un saber cualquiera que se presente como crítico si no es capaz de aplicar ese pensamiento interrogador a sí mismo, algo que es precisamente muy filosófico. Y bien se podría entonces aceptar, aunque solo sea como posibilidad, que por supuesto que sí. Es posible vivir sin filosofía y no son pocos los que lo hacen.
Juguemos a ser sociólogos y veámoslo estadísticamente: de casi siete mil millones de seres humanos, ¿cuántos dirían que necesitan de la filosofía para vivir? Un minoría, sin duda. Para empezar porque hay sociedades en las que no hay una tradición filosófica: abrazan más bien formas de pensamiento que muchos dudan en calificar como filosóficas. Y para continuar, porque incluso allí donde se ha cultivado este extraño saber hay muchos que la denigran y rechazan como una pérdida de tiempo. ¿Será acaso una actitud de soberbia intelectual, que seguramente inoculamos a los alumnos en clase, el afirmar que no se puede vivir sin filosofía? Parece que en el gremio filosófico se viva con una especie de acuciante angustia o complejo de inferioridad: jamás he escuchado a un profe de lengua o matemática afirmar que no se puede vivir sin conocer sus materias. Es difícil si quiera adivinar qué nos empuja entonces a identificar la enseñanza filosófica como algo necesario. Se puede responder, claro está, que incluso quienes viven sin filosofía y jamás la estudiaron cuentan para sí con una concepción de la vida y que tienen respuestas más o menos claras (o difusas) sobre cuestiones filosóficas fundamentales. De acuerdo, pero si esto es así, si tienen ya una filosofía quienes no la han estudiado, habría que cuestionarse el para qué de ese estudio o si la enseñanza filosófica debiera partir entonces de esa “prefilosofía” que todo ser humano lleva consigo.
Pues parece entonces que no: la filosofía no es necesaria para la vida y se puede vivir sin ella. Librados entonces del yugo de la necesidad, no exento de cierto aroma aristocrático y autoritario, podemos construir seguramente una fundamentación de la filosofía más humilde, pero más acorde a la realidad. Se puede vivir sin filosofía, igual que se puede vivir sin música, sin arte, sin ciencia o sin religión. Pero algo valioso han de encontrar los seres humanos en cada una de estas para querer convertirlas en compañeras de camino. Y es aquí, creo, donde sí podemos dar razón del por qué de la filosofía. En pocas palabras: aunque se pueda vivir sin filosofía, se vive de otra manera con ella. Nuestra tarea consiste en mostrar, si lo queremos expresar en términos económicos, el “valor añadido” que le pone la filosofía a la vida humana. Y conviene desterrar la palabra necesidad: si la propia filosofía se encarga de mostrarnos la pluralidad de formas vida y culturas, es ridículo pretender afirmar que en todas ellas hay algo así como filosofía, a no ser que entendamos esta palabra en un sentido tan tremendamente amplio que al final se vacíe de significado, de manera que tan filosófico sea el proverbio árabe, como la obra de Hegel o el cuento de Bucay. Larga vida entonces a la filosofía, pero “reloaded”: a la altura de nuestro siglo habría que dejar atrás ciertas actitudes de orgullo o soberbia intelectual, y admitir que en esa pluralidad de vidas caben también las de aquellos que ni tienen filosofía ni la desean tener. Nadie se atrevería, creo yo, a decir que estos no son humanos o que lo sean en un sentido menor al resto.