Se cierra hoy el ciclo olímpico en este blog, comentando el ejercicio que tuvieron que resolver los alumnos finalistas de la modalidad de dilemas morales en la pasada Olimpiada Filosófica de España. El ejercicio se planteaba en los siguientes términos:
Francia prohíbe el Burka
El 11 de abril de de 2011, el gobierno francés aprobó una medida por la que se prohibía a las mujeres utilizar el burka. Puedes leer a continuación un fragmento de la noticia aparecida ese día en El mundo (versión digital): La mayoría de franceses celebra la prohibición. Como muchos políticos, la población ve ese tipo de vestimenta islámica como un símbolo de la opresión de la mujer y como estandarte del Islam fundamentalista. Sólo un único parlamentario votó contra la ley en el Senado.”El burka no es un símbolo religioso sino un símbolo de la presión. No es bienvenido en Francia”, sentenció el propio Sarkozy. Luego especificó que su rechazo del velo integral no tiene nada que ver con una falta de respeto frente al islam.
Las reacciones, con todo, no son unánimes. El presidente de Estados Unidos, dijo durante un discurso en El Cairo: Los países occidentales no deben ordenar a las mujeres musulmanas cómo deben vestirse. Amnistía Internacional también se posicionó en contra de la medida por considerarlo una violación de los derechos a la libertad de expresión y religión, tal como declaró John Dalhuisen, experto de la organización en temas de discriminación. Dalhuisen denunció en un comunicado que esta prohibición “viola los derechos a la libertad de expresión y religión de las mujeres que llevan ‘burka’ y ‘niqab’ como una expresión de su identidad o sus creencias”. El experto señala que cada persona “debería ser libre para elegir lo que llevar o no”. Este derecho, a su juicio, “no puede ser limitado simplemente porque alguien -incluso una mayoría- encuentre una forma de vestir censurable u ofensiva. La pregunta que debes responder es, por tanto, ¿implica la prohibición de llevar burka o niqab un límite a la libertad de expresión?
Habría que establecer, en mi opinión, una distinción relevante: si el burka o el niqab han sido elegidos o no. Prohibir el burka puede ser una medida que fomente la libertad individual en una sociedad en la que la mayoría de quienes lo portan lo hagan como consecuencia de una imposición. Quien elige llevar el burka debido a sus ideas religiosas o a creencias de cualquier otra índole debería ser respetado, siempre que cumpla con normas elementales que tienen validez para todos los ciudadanos: desde que se den las condiciones imprescindibles para la identificación en caso de que esto sea necesario, hasta cumplir con las exigencias mínimas en ámbitos como la educación, en la que llevar el burka puede ser un obstáculo en materias como la educación física. O por poner un tercer ejemplo: no sería aceptable que una mujer musulmana que acceda a la función pública como profesora o médica acuda a su centro de trabajo con el burka, que prácticamente impide ver el rostro de la persona que lo lleva. Habría que entrar en la casuística, pero teniendo como principio general el respeto a la libertad individual y el cumplimiento de unos deberes públicos inexcusables. En su tiempo libre y en su vida privada, cada cual puede vestir como le parezca más adecuado, y conforme a las creencias personales que se puedan tener en cada caso.
Otra cuestión muy distinta es la del burka impuesto. Aquí sí que tendría sentido una prohibición, pues se estaría limitando una libertad, la de vestir una prenda determinada, para salvaguardar otra aún mayor, la de elección de profesar o no unas creencias determinadas. Un estado democrático, tal y como lo concebimos en nuestros días, tiene la obligación de proteger las libertades individuales, por lo que sólo si detecta que una abrumadora mayoría de las personas que utilizan el burka lo hacen obligadas está legitimado para prohibirlo. Y no sirven aquí críticas que señalen que la prohibición no conduce a nada, y que se deberían adoptar otro tipo de medidas de carácter educativo o que fomenten la igualdad. Cualquier estado democrático tiene la obligación de preservar los valores sobre los que está construido pues constituyen su “núcleo” político: es aquello que une a todos a los ciudadanos. Y si todos están unidos por la libertad de conciencia es inaceptable albergar ciudadanos cuyas creencias religiosas legitiman la negación de esta libertad. En consecuencia, no es sólo un conflicto de símbolos o de apariencias: es mucho más lo que está en juego. Se trata de las normas elementales del juego que forman parte de lo que se podría llamar un pacto fundamental, cuya ruptura implica la disolución de la sociedad. En conclusión, la prohibición es algo que habrá que meditar muy seriamente, pero que puede estar justificada si contribuye a fortalecer una libertad superior que aquella que niega.