No hay nada en la vida comparable a la irrupción de tu nieto en casa gritando con su lengua de trapo "¡Yayo! ¡Yayo! ¡Yayo!".
Bien es cierto que el nieto utiliza al yayo de mascota y el yayo, sumamente obediente, se deja hacer mil perrerías. Ha tenido que llegar a estas alturas del camino para entender que lo de la "servidumbre voluntaria" no es nada comparado con la "servidumbre satisfecha".