Hace un año que Michael Gove, el anterior secretario de Educación del gobierno británico, hizo pública una carta anónima que denunciaba que el radicalismo musulmán había elaborado un plan para dominar varios centros educativos de Birmingham antes de extenderse por todo el país. Estallaba así lo que la prensa bautizó dramáticamente como "the Trojan horse affair".
El primer ministro, David Cameron, aseguró solemnemente en una visita a Birmingham que investigaría a fondo los hechos, porque "la protección de los niños es una de las primeras obligaciones del gobierno". Añadió que, aprovechando que el próximo 15 de junio se celebrará el 800 aniversario de la Magna Carta, el gobierno haría lo posible para afirmar los "british values" y reforzar moralmente el país contra los predicadores del odio. Puso mucho énfasis en afirmar que el rechazo de las leyes británicas y de la manera británica de vivir no era una opción para ningún residente en el Reino Unido. Pocos días después, Michael Gove anunció que todas las escuelas del país deberían promover los "british values" y que los docentes permisivos con las manifestaciones de extremismo en los centros serían despedidos. Se comprometió también a cerrar los centros que no fueran respetuosos con los "fundamental british values".
Ha transcurrido un año y si algo se ha puesto claramente de manifiesto no ha sido la existencia de un caballo de Troya salafista en las escuelas, sino la incapacidad de los británicos para definir nítidamente sus valores. Y eso es lo que me parece más preocupante.
Mirando con perspectiva el debate británico sobre los valores, me parece que la única persona que supo sacar provecho político de los "british values" fue Margaret Thatcher ... porque se cuidó mucho de intentar definirlos. Pero desde los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres, los británicos han considerado necesario afirmarse a sí mismos de manera positiva frente a sus potenciales enemigos y hacen listas y listas de valores que no acaban de ganarse el consenso necesario. Sospecho que Micheal Gove era consciente de esta dificultad, pero, sin embargo, insistía en la necesidad de promover desde las escuelas cuatro "valores británicos" fundamentales: la democracia, el imperio de la ley, la libertad individual y el respeto mutuo. Lo que no sospechaba era que las críticas a su propuesta le lloverían del lado "british".
Michael Goodwin, director de una de las Quaker Schools del Reino Unido, declaró que sus escuelas no enseñarían valores británicos, sino los derechos humanos o los valores internacionales. "En un momento en que el gobierno británico está enviando bombarderos a Oriente Próximo, podemos preguntarnos qué significan exactamente los valores británicos". El principio de acción de los cuáqueros -resaltó-es el siguiente: "Respeta las leyes del Estado pero guarda tu fidelidad en primer lugar para los propósitos divinos".
Inmediatamente después, la Iglesia de Inglaterra protestó porque los inspectores de educación estaban supervisando si en las escuelas cristianas se enseñaban las ideas de igualdad y diversidad. Según Nigel Genders, "chief education officer" de la Iglesia Británica, esta actitud del gobierno es antidemocrática. "No se puede ir pidiendo a los profesores pruebas de lealtad", dijo, y añadió que la definición que el gobierno utiliza de "britishness" es un test sobre la lealtad del pueblo. A estas quejas se añadieron también las escuelas judías.
Este mismo mes de abril, The National Union of Teachers ha declarado que los profesores deben negarse a informar de los alumnos que expresan puntos de vista extremistas, porque las escuelas deben ser lugares de completa libertad de expresión y la promoción de los valores británicos está restringiendo la libertad de expresión.
Esto es Europa. En el mismo momento que un europeo dice "nuestros valores son estos", otro europeo le presenta una enmienda. No me parecería muy preocupante si aceptáramos que, entonces, hay que defender con uñas y dientes el pluralismo contra todo aquel que quiera negarlo. Es decir, si estuviéramos dispuestos a diferenciar entre pluralismo y multiculturalismo. En mi opinión, no podemos ser multiculturales ante el pluralismo. El pluralismo debe ser defendido intolerantemente. Pero me parece que esta tesis no tiene muchos partidarios, porque queremos valores blandos que no nos fuercen a polemizar con ningún antivalor.
La verdad, sin embargo, es que allí donde hay un valor a defender hay un contravalor contra el que polemizar.
El conflicto entre valores es inevitable.