El azar amigo nos ha cobijado dos días a mi mujer y a mi en el Hotel Voramar de Benicasim, un hotel de larga historia, que durante la guerra civil fue hospital de las Brigadas Internacionales. Aquí traían a los heridos de Teruel. Es un hotel pequeño, sin demasiados lujos, pero con esta terraza en la habitación. A los cinco minutos de estar aquí uno comienza a sentirse convaleciente de algo indefinido y, al mismo tiempo, a sentirse rehabilitado ante sí mismo. Se encuentra en un extremo de la playa de Voramar y no parece tener ningún interés en librarse del Hada de la Melancolía, que lo habita en la penumbra. Desde esa hamaca se conquista rápidamente la posición adecuada para meditar sobre el horizonte y convocar a las olas a que vengan a acompañar con su ritmo a los gorriones que se detienen en la balaustrada a mirar sin intriga al huésped silencioso. Hay hoteles mejores, pero Hotel Voramar, sólo hay uno.