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Javier está construyendo una obra literaria a espaldas de las modas y las literaturas oficiales porque tiene la valentía de atreverse mirar directamente a la naturaleza en vez de contentarse con admirar sus reflejos en los libros ajenos y lo que nos ofrece no es el mapa de su laberinto, sino algo más precioso: el laberinto mismo. En los libros de Javier debería figurar esta advertencia: "Que nadie entre aquí que no esté dispuesto a perderse".
¡Cómo añoro, querido Javier, nuestras conversaciones sobre el ser y la nada por las calles de Madrid o sobre lo divino de lo humano y lo humano de lo divino por las de Sevilla. Si alguna vez nos olvidamos de que somos amigos, encontraré en nuestro olvido una señal inequívoca de mi pérdida de valor.