Me he traído de Uruguay, además de varias cosas de Felisberto, algunos libros más que interesantes -según mi parecer, claro- encontrados en Linardo y Risso y, sobre todo, en El Galeón Roberto Cataldo:
La aventura y el orden, del gran Guillermo de Torre; los
Ensayos de Crítica filosófica de Menéndez Pelayo; el ensayo de Gregorio Marañón sobre Amiel (
Amiel. Un estudio sobre la timidez); la
Invitación a filosofar de García Bacca;
Tradición y existencialismo, de Julien Benda (en su interior he hallado lo que parece ser el inicio de una obra de teatro titulada
Britte, escrita por alguien a quien desconozco por completo, un tal Juan Eduardo Roca Clulow);
Andando y pensando de Azorín;
La fe filosófica de Karl Jasper; una filípica que Unamuno le dedica a Valera titulada
El gaucho Martín Fierro y la correspondencia entre Valera y Menéndez Pelayo.
Estoy con esta última. No pueden imaginarse ustedes lo que estoy disfrutando. ¿Conocen ese gesto de mirar a ver cuánto falta para acabar el libro? Normalmente lo hacemos para constatar que aún queda demasiado. Yo lo hago para lamentarme de que cada vez quede menos. A medida que la correspondencia avanza, uno va descubriendo que don Juan y don Marcelino eran dos buenas piezas, con mucha sabiduría, mucha erudición, mucha ironía, sus gotas de mala uva y sus momentos balarrasas. Me va confirmando que a don Marcelino hay que leerlo entre líneas y que la imagen construida por sus hagiógrafos franquistas merece ser severamente retocada. Hay momentos hilarantes, como el de don Juan escribiéndole a don Marcelino los versos que ha compuesto para una joven porque presume "que la ninfa para quien se han escrito no los entenderá, y se los envío a usted para consuelo." No tienen inconvenientes en hablar del "ama-viuda de un cura que hubo aquí, llamado el Padre Pedrajas"; de un criado ciego, "pero ferozmente robusto y rijoso, que baila bailes a lo sátiro con gestos y ademanes lascivos admirables" o de que "la otra noche" -la confesión es de don Juan- "mi administrador, que es muy bruto, sopló a Juanito el Bolero. Quiere decir esto que le agarró, como quien agarra una corambre, y con su boca aplicada a la boca de él, le fue rellenando de aire. Juanito se inflaba. Así que el inflador le soltó, Juanito estuvo soltando aire minuto y medio; todo por la boca, afortunadamente".
Ustedes pueden preguntarse qué interés tiene todo esto. Pero yo me imagino a don Marcelino interrumpiendo la escritura del tomo tercero de sus
Heterodoxos para leer esta carta y rompiendo a reír un buen rato con tanta energía que hace temblar al tintero rebosante de tinta que tiene sobre el escritorio y eso me predispone a leerlo de otra manera.
Por cierto, don Marcelino acabó incluyendo a don Juan en su lista de heterodoxos. Y sospecho que este último se sintió orgulloso de ello.