Quien diga que Huelva no tiene nada, es que no conoce ni sus nubes ni, sobre todo, sus puestas de sol. Aunque parezca mentira las gentes de esta tierra son tan orgullosas que ante el espectáculo fenomenal del ocaso, siguen a lo suyo y los hay que ni tan siquiera levantan sus miradas al cielo.
Cuando se contemplan esas puestas de sol desde el monasterio de la Rábida a uno se le encapricha el alma con melancolías de infinitud, y tiene que correr al claustro mudéjar, pero no a calmarlas, sino a abrevarlas con un padrenuestro. Cuando decimos "santificado sea Tu nombre" conviene recordar que Su nombre verdadero es el "Padre Nuestro" que le acabamos de dar. Me ha sacado del claustro una llamada telefónica. Una anciana quiere hablarme de Ramón Mercader. Jugaba con él de niña en las calles de Barcelona. Ella quería ser princesa y él no la dejaba. Me asegura que tiene fotos y que tiene más cosas que contarme.
De lo infinito concreto a lo concreto histórico. Me encontré ayer en Sevilla con las obras completas de Aparisi, el gran carlista valenciano. Como sobrepasaban con mucho mi presupuesto, me tuve que conformar con el
Del ser de España, de Joaquín Ruiz Jiménez. Me pareció barato, pero lo que a mi modo de ver le daba valor era la dedicatoria que el autor le dedica a Castiella: "A Fernando Mª Castiella, en la hora de su gallardo combate por España". El sol es muy caprichoso. Tanto, que se pone mucho más rápido sobre unos que sobre otros.