En respuesta a Ramon Torné.
Las “competencias” son la expresión pedagógica de la reducción pragmatista del saber al hacer.
La teoría, la contemplación, la especulación, la curiosidad pura, aquel afán prometeico del saber por el saber “que es el que al hombre lo ilustra / más que otro alguno”, en palabras de Calderón… todo esto ha perdido valor pedagógico por exceso de intelectualismo. Lo que Albert Einstein llamó “la poesía de las ideas lógicas” ya no interesa en la educación. Hemos jubilado la “curiositas” y aquellas virtudes intelectuales a las que Aristóteles dio el nombre de dianoéticas.
No estoy en contra de una escuela que trabaje las competencias. Sería tanto como estar a favor de una escuela que fomentase la incompetencia. Lo que me parece criticable es la visión exclusivamente pragmatista del saber. El fomento del saber significa el fomento de todas las expresiones del mismo; el fomento de las competencias, es una jibarizacion del saber.
David McClelland es considerado el impulsor del movimiento competencial gracias a su artículo Testing for competence rather than for intelligence, de 1973, en el que criticaba los límites de los tests tradicionales de evaluación de la inteligencia, que eran entonces de uso común en las aulas. Según McClelland, estos tests mostraban una capacidad predictiva tan reducida que era imposible hacerse, a partir de ellos, una idea concreta de la evolución de un alumno y su futuro profesional. En su opinión, los tests de aptitudes eran mucho más fiables. De este modo dio forma a un concepto de inteligencia como la excelencia en la resolución de determinadas funciones profesionales que ganó inmediatamente la atención de los psicólogos.
Planteadas así las cosas, las competencias no se pueden definir a priori, sino que nos las muestran los mejores de cada campo profesional cuando resuelven los problemas propios de su profesión. Las sólo se encuentran en la práctica. Si queremos encontrar las competencias de un buen pianista, deberemos observar a los mejores pianistas. De la misma manera, si queremos conoce qué competencias, en general, son hoy valoradas, deberemos saber dónde buscarlas. Lo curioso es que sólo se buscan en el mundo de la empresa.
Una definición teórica y a priori de las competencias sería tanto como afirmar que el fundamento de las competencias es teórico.
La conclusión es, entonces, clara: el niño sólo puede ser competente en la resolución de problemas propios de su edad. Intentar conseguir que un niño adquiera competencias propias de un adulto tiene algo de irónico. Sin embargo, lo que buscan las competencias escolares es algo que en las empresas nos dicen que ponen de manifiesto los adultos más competentes. Pero respecto al mundo adulto, el niño sólo es competente en potencia y, por lo tanto, no sabemos si es competente.
Insisto en que en su origen, las competencias fueron concebidas como puntos de contacto y articulación entre el mundo educativo y el laboral. En este sentido, por ejemplo, el Departamento de Educación y Trabajo de los Estados Unidos creó la Secretary's Commission on Achieving Necessary Skills (SCANS) para definir las competencias y capacidades que los trabajadores debían poseer para encontrar trabajo en el mundo actual. Los resultados se publicaron en un estudio titulado What Work Requires of Schools: A SCANS Report for America 2000, que contenía un listado muy complejo de competencias profesionales. A partir de entonces no han dejado se publicarse listas y listas de competencias que, tomadas en conjunto, ofrecen una imagen bastante desconcertante.
Si en la escuela nos tomamos en serio las competencias, estamos obligados a señalar a los incompetentes, es decir, a los inútiles. A no ser que postulemos –también a priori- que todo el mundo es competente para algo, dejando al futuro que confirme este supuesto.
Hemos dicho que McClelland defendía el giro competencial de la enseñanza por considerar que los tests de inteligencia no poseen mucho valor predictivo, pero hemos pasado por alto lo más importante: ¿Está bien sustentada esta consideración? Lo menos que podemos decir es que importantes psicólogos sostienen lo contrario: que cuanto mayor es la inteligencia de una persona, mayor capacidad competencial posee, ya que es más capaz de adaptarse a situaciones nuevas. Es decir, la ductibilidad competencial, que según nos aseguran, sería una de las competencias básicas del siglo XXI, no dependería de las competencias que se pueden adquirir en la escuela, sino del cociente intelectual del alumno. En contra de lo que sostiene McClelland, muchas empresas saben que la mejor manera de contratar personal competente es contratar a los más inteligentes.
Mientras tanto en la escuela se va reduciendo de manera inevitable el espacio para la filosofía, las lenguas clásicas o la literatura.