Dicen que quien tiene un amigo, tiene un tesoro. Y así es. Pero si ese amigo -amiga, en este caso- es B. M., entonces uno tiene un finísimo crítico literario en París.
Gracias a B. leí
La fin de l'homme rouge cuando aquí nadie tenía ni idea de quién era Svetlana Alexievich, o
Le météorologue, de Olivier Rolin, antes de que ninguna editorial española pensara en traducirlo, o
Révoltée, de Evguénia Iaroslavskaia-Markon, que entre nosotros ha pasado incomprensiblemente desapercibido. Así que cuando me avisó de que me enviaba
L'ordre du jour, de Éric Vuillard, ya sabía que recibiría una joya. Tanto es así que mientras el libro estaba en tránsito de París a Ocata, al autor le han dado el Premio Goncourt. Me ha llegado esta mañana y ya lo he devorado. ¡Qué libro! ¿De qué va? Pues de gran literatura. Creo que no sería capaz de definir qué es la gran literatura, pero sé muy bien reconocerla cuando me la encuentro entre las manos. El ritmo narrativo, la precisión descriptiva, la atmósfera envolvente, ese retrogusto que se te queda ahí, en el paladar, como de un buen vino. Esa necesidad de detenerte a repetir la lectura de una frase para volverla a paladear. Esa esperanza de que el libro no se acabe. Incluso ese deseo de venir aquí a contarlo.
Gracias, B.